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5. La conquista española
5 LA CONQUISTA ESPAÑOLA
la invasión o conquista española del Tahuantinsuyo (imperio de los cuatro suyos, en lengua quechua) se produjo en 1532, trayendo cambios tan profundos y duraderos que podemos hablar de este hecho como el gran divisor de la historia peruana. La irrupción europea convirtió al antiguo imperio indígena en una de las colonias que el imperio español mantuvo en América entre los siglos xvi y xix. En 1542 las tierras conquistadas del antiguo imperio inca se convirtieron en el virreinato de Nueva Castilla, aunque el nombre más conocido sería finalmente el de virreinato del Perú.
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LAS EXPEDICIONES DE CONQUISTA
La conquista española del Perú está asociada a la habilidad militar, pero sobre todo política, de un hombre: Francisco Pizarro González, nacido en Trujillo de Extremadura en 1477 como hijo ilegítimo de un hidalgo. Pizarro se enroló en 1502 en Sevilla rumbo a Santo Domingo, donde, siguiendo las reglas clientelares al uso, fue acogido como dependiente del gobernador de la isla, don Nicolás de Ovando. En las sucesivas expediciones en que participó, destacó como un avezado guerrero, disciplinado, resistente y hábil. En 1513 se hallaba en Panamá, donde llegó a participar en la expedición de Vasco Núñez de Balboa, que culminó en el descubrimiento del océano Pacífico y el sometimiento de la región del Comagre. Sus cualidades militares y políticas en el abonado terreno de la conquista le valieron una relevante posición entre los vecinos de Panamá, como encomendero y hombre de negocios. Las actividades comerciales lo vincularon con otro extremeño, Diego de Alma-
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gro, con quien anudaría su trágico pero a la vez glorioso destino en la conquista del imperio incaico.
En la expedición de 1513 con Núñez de Balboa escuchó por primera vez hablar de las tierras del Virú, que provocaron en el conquistador sueños de poder y riqueza. Logró contagiar su entusiasmo a su socio Almagro y a Gaspar de Espinosa. Armaron una sociedad para la exploración y conquista de las tierras del sur, que se distribuyó así las responsabilidades y tareas: Pizarro estaría al mando, Almagro se encargaría de los aspectos organizativos del viaje, y Hernando de Luque, fraile párroco de la ciudad de Panamá y testaferro de Espinosa, básicamente velaría por los intereses de éste, a la vez que cubriría con un manto de legitimidad a la expedición, al contar ésta con la colaboración de un ministro de la Iglesia.
La empresa fue aprobada por el gobernador de Panamá, Pedro Arias (o Pedrarias) y se desenvolvió en tres etapas o sendos viajes por barco. El primero, entre 1524 y 1526, estuvo lleno de penalidades y dificultades. Consistió en un recorrido por las costas de la actual República de Colombia, donde debieron enfrentar a nativos aguerridos que dejaron tuerto a Almagro (herido con una flecha) y provocaron la muerte, más por hambre que por heridas de guerra, de decenas de expedicionarios. No hallaron riquezas ni noticias de ellas. Esto no los desanimó, sin embargo, para un segundo viaje, ocurrido entre 1526 y 1528. La primera parte estuvo llena de problemas similares a los de la primera expedición: luchas contra los indígenas, climas y mosquitos insalubres que provocaron enfermedades entre los españoles y complicaciones políticas derivadas del cambio del gobernador de Panamá. En este viaje se habría producido el episodio legendario de la isla del Gallo, en el cual, ante la llegada de una embarcación enviada por el nuevo gobernador de Panamá para recoger a los sufridos soldados de Pizarro que venían pasando meses de penurias, éste trazó una línea sobre la playa, exclamando con su espada apuntando al norte, que por ahí se volvía a Panamá para ser pobres, y señalando luego hacia el sur, que por ahí se iba hacia el Perú, para ser ricos; que cada quien escogiere lo que mejor le acomodase. Cruzó seguidamente la línea hacia el sur, siendo seguido por sólo trece expedicionarios, conocidos después como “los trece de la isla del Gallo”.
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Después de este incidente, y con la llegada de nuevos refuerzos desde Panamá, continuaron la navegación hacia el sur, alcanzando la población de Tumbes, en el extremo norte del actual Perú. Ahí recogieron noticias mucho más certeras sobre el imperio inca, e incluso a indios nativos que en adelante les serían de gran ayuda como guías e intérpretes. El grado de civilización y riqueza que advirtieron entre los indios de Tumbes convencieron a Pizarro y sus hombres de que las tierras del sur tenían un gran valor. Regresó a Panamá y desde ahí a España, llevando a tres indios tumbecinos, junto con algunas joyas, animales y otras piezas curiosas o de valor recogidas en el viaje. En la ciudad española de Toledo firmó el 26 de julio de 1529 una Capitulación con la Corona española, representada por Isabel de Portugal, esposa del rey Carlos V, mediante la cual aseguró legalmente sus derechos de conquista y gobierno sobre las tierras que en adelante pasaron a ser llamadas Nueva Castilla.
Como puede apreciarse por este recuento, la conquista del Perú, como la de toda América española, fue una empresa privada, pero en la que el Estado español tampoco estaba del todo ausente. Las expediciones de conquista las planeaban soldados de fortuna con capacidad para reunir los recursos y los hombres necesarios. Las empresas eran costosas, puesto que se hacía necesario conseguir barcos, tripulantes, armas, caballos, provisiones, gente con experiencia en las lides de conquista, así como un permiso de las autoridades para la incursión. El acuerdo de Toledo, conseguido por Pizarro de la máxima instancia del gobierno español, representó para él un espaldarazo fundamental para poder acometer la expedición que juzgaba definitiva. El gobierno español aguardaba réditos de estas operaciones de conquista. Ampliaba sus áreas de dominio, adelantándose a otras monarquías europeas que andaban en la misma carrera y, sin arriesgar recursos, mantenía la expectativa de beneficios económicos bajo la forma de tributos: los conquistadores debían ceder a la Corona 20% de los tesoros o tributos que cobrasen.
Pizarro regresó de España a Panamá con más de 200 hombres para organizar el tercer y último viaje, que debía culminar con la conquista del Tahuantinsuyo. Entre los más relevantes reclutamientos conseguidos por la empresa figuraron los de dos importantes y expe-
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rimentados capitanes, como Hernando de Soto y Sebastián de Benalcázar, que habrían de desempeñar lucidos papeles en las lides de la conquista de las nuevas tierras.
En 1532 los conquistadores arribaron a Tumbes, que les sirvió de cabeza de playa para la conquista del imperio indígena. Desde ahí avanzaron hasta Cajamarca, puesto que recibieron noticias de los jefes indios de la región con los que fueron entrando en contacto y alianza, de que en esta última plaza se encontraba el Inca Atahualpa, señor del imperio de los cuatro suyos. En el camino fundaron la ciudad de San Miguel de Piura, donde dejaron a los miembros de la hueste que necesitaban de más descanso y reposo.
LA CAPTURA Y DERROTA DEL ESTADO INCA
Una grave crisis política sumía en esos momentos al imperio de los incas. La importancia que había ido adquiriendo el centro administrativo de Tumipampa, en el sur de la actual República del Ecuador, se había consolidado por la prolongada residencia en dicho centro del Inca Huayna Capac. La élite del Cuzco mostró su disconformidad con esta mudanza de la corte, reclamando el retorno del Inca a la capital imperial, lo que en efecto ocurrió. Poco después el Inca murió (presumiblemente a raíz de la viruela que, desde Panamá, venía recorriendo el continente), produciéndose un enfrentamiento entre la región del norte del imperio, capitaneada por Atahualpa, un hijo de Huayna Capac probablemente nacido en Quito, y la élite cuzqueña, agrupada en torno de Huáscar, otro hijo del Inca, nacido en la capital imperial.
No es todavía claro qué estaba en juego en este conflicto. Se han manejado varias explicaciones que no son necesariamente excluyentes. Es muy probable que estas disputas formaran parte de las tradicionales pugnas sucesorias que eran consustanciales a todo relevo de poder en el mundo andino y que se hicieron más complejas de resolver en el sistema sucesorio imperial en que los candidatos a ceñir la mascaipacha o borla imperial eran designados en vida del Inca entre sus hermanos o hijos. El interregno se resolvía mediante la demostración de fuerza y habilidades
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político-militares de los candidatos y arduas negociaciones y alianzas con las diversas facciones que componían las élites incaicas. Los enfrentamientos militares —rituales o reales— entre los aspirantes, las intrigas y los asesinatos de los contrincantes también eran habituales.
Por otro lado, se ha aducido que Huáscar y Atahualpa representaban modelos alternativos de organización del imperio: el bando del segundo representaba un modelo más militarista de administración política, mientras el de Huáscar, un modelo que otorgaba mayor poder a los sacerdotes y a los administradores civiles. Ello resulta coherente con los esquemas duales del mundo de los incas dividido en dos partes opuestas pero complementarias: hanan (alto) y hurin (bajo). Algunos especialistas como Tom Zuidema o Pierre Duviols han postulado la idea de la existencia de una diarquía o cogobierno de dos incas especializados en funciones distintas: el Inca Auca o guerrero (hanan) y el Inca Yachaj u organizador o religioso (hurin). En cualquier caso, la coyuntura sucesoria y la crisis y división interna que ella supuso favorecieron la victoria de los españoles.
Estando en Tumbes, los conquistadores se enteraron del conflicto. El ejército de Atahualpa acababa de derrotar a los cuzqueños, tomando prisionero al propio Inca Huáscar. Tras esta victoria Atahualpa se había retirado a descansar a Cajamarca, donde existían unos baños termales adecuados para tal fin.
El 16 de noviembre de 1532 se produjo el encuentro entre los conquistadores y el Inca con su séquito. El día anterior una comitiva capitaneada por Hernando de Soto se acercó al campamento de Atahualpa a invitarlo a una entrevista con Pizarro en la plaza de Cajamarca, que en verdad era una emboscada para hacerlo cautivo. Aunque Atahualpa acudió rodeado de su ejército, sus hombres se espantaron ante el estruendo de los cañones y el ataque de los caballos de los europeos. Durante sus peripecias en México y Centroamérica los europeos ya habían tenido oportunidad de comprobar los efectos que estas armas causaban en las mentes de los nativos. El Inca fue capturado y encerrado en una casa de Cajamarca que se conserva hasta hoy. Fue ahí donde ofreció a sus captores un rescate consistente en llenar dos veces la habitación en la que se encontraba confinado, con objetos de plata y una con objetos
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de oro, como pago por su libertad. Aunque en los meses siguientes entregó este tesoro, igual fue condenado a la pena de muerte por los españoles. Éstos lo acusaron de haber mandado a eliminar a su hermano Huáscar, junto con otros delitos de índole religiosa, como haber tenido hijos con sus hermanas. Fue ejecutado el 26 de julio de 1533.
El imperio inca quedó descabezado, aunque Pizarro, tácticamente, mantuvo a otro hijo de Huayna Capac, Túpac Huallpa, como Inca y a un general de Atahualpa, Chalcu Chimac, como parte de su corte. Tomó, además, como mujer a Inés Huaylas, hija también del Inca Huayna Capac y hermana, por consiguiente, de Huáscar y Atahualpa.
En los meses siguientes el ejército de Pizarro, reforzado por la llegada de nuevos contingentes de europeos, avanzó hacia el sur, ingresando al Cuzco el 14 de noviembre de 1533. Al mes siguiente llegaron a las orillas del lago Titicaca, lugar ceremonial o “pacarina de origen” de la cultura quechua. Las provincias incas fueron ocupadas por los lugartenientes de Pizarro, fundándose nuevas ciudades, como Trujillo (1535), Lima (1535), Chachapoyas (1538), Huamanga (1539), Huánuco (1539), Arequipa (1540) y refundándose otras como Jauja (1534) y el Cuzco (1534, sobre las ruinas de la ciudad inca), donde se establecieron los hombres de la conquista. Lima, fundada sobre las orillas del río Rímac, a pocos kilómetros del mar Pacífico, fue elegida como la sede del gobierno de los españoles.
Para consolidar la conquista militar del imperio, los españoles necesitaban liquidar lo que quedaba del ejército inca. Con la ayuda del ejército de Manco Inca, otro hijo de Huayna Capac, a quien ungieron como nuevo Inca una vez que el que trajeron de Cajamarca murió misteriosamente envenenado, vencieron a las fuerzas del general atahualpista Quiz Quiz, quien se retiró a Quito, donde también murió víctima de alguna intriga local.
Manco Inca, por su parte, se había unido a los españoles para derrotar a las tropas quiteñas, pues necesitaba expulsarlas para lograr el reconocimiento de su autoridad como Inca ante los indios. La alianza entre Manco Inca y los españoles duró dos años y medio (noviembre de 1533 a mayo de 1536); en 1535 asesinó a varios de sus hermanos o rivales en el Cuzco con el apoyo de Almagro. Tras obtener la victoria contra los
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quiteños con la ayuda de los españoles, Manco Inca se volvió contra éstos, tratando de recuperar su reino. Previamente, se había asegurado de que su hermano y también aspirante al cargo de Inca, Paullu Inca, hijo de Huayna Capac con una princesa norteña de la provincia inca de Huaylas, Añas Colque, acompañara a Almagro en su expedición a Chile.
Entre 1536 y 1537 sitió el Cuzco con un gran ejército calculado en 200 000 efectivos y coordinadamente la ciudad de Lima, a fin de acabar con los europeos, pero no lo consiguió, en parte por el apoyo que los españoles recibieron de contingentes indios de diversos curacazgos. En Ate (Lima) se han hallado las primeras evidencias arqueológicas de las batallas entre indios y españoles. Todos los muertos por herida de bala eran indios.
Derrotado, Manco Inca se retiró a la fortaleza de Vilcabamba, en Vitcos, Ayacucho, donde años después moriría asesinado por unos almagristas a quienes había acogido. El liderazgo de Manco se vio limitado por las acciones de su hermano y rival Paullu, quien logró hacerse un lugar en la compleja coyuntura en que Pizarro y Almagro se enfrentaron entre sí. Paullu apoyó a Almagro contra Pizarro y ayudó a vencerlo en 1537 en Abancay. En agradecimiento, el conquistador lo coronó como Inca.
A fines de 1538 Manco Inca inició otra rebelión y Paullu tomó parte activa del lado de los españoles para sofocarla. La pacificación de El Collao con Gonzalo Pizarro le valió una jugosa encomienda. Posteriormente, en 1539 volvió a cooperar con Gonzalo Pizarro en la entrada a Vilcabamba, aportando 60 000 soldados. En 1543 Paullu se convirtió al cristianismo (nueva fuente de legitimidad) con el nombre de Cristóbal (por Vaca de Castro), oficiando como padrino el prominente conquistador Garcilaso de la Vega, padre del cronista. Los dos contendientes por la corona inca murieron antes de mediar el siglo. A Manco Inca, asesinado en 1544 en su refugio, lo sucedió su hijo Sayri Túpac, quien retomó la campaña de resistencia contra los españoles. Paullu murió en 1549 de muerte natural. Su mujer y su casa fueron custodiadas por cientos de indios de guerra cuzqueños, como era costumbre en tiempos incaicos cuando moría un Inca. Pero el verdadero poder lo tenían ahora los españoles.