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8. Vidaurre contra Vidaurre

8.VIDAURRE CONTRA VIDAURRE

Podrían decir los historiadores que tenía todo lo bueno, lo malo y lo feo, pero si se lee atentamente y analiza con cuidado lo que se ha escrito sobre él, al final se termina admirándolo sin cortapisas. Manuel Lorenzo Vidaurre y Encalada fue un ser entrañable al que, por su apasionamiento irrefrenable y su honestidad intrínseca e insobornable, uno llega a entenderlo debido a que, aunque poco, todos tenemos o quisiéramos tener algo de él.

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Su pasión no tenía límites, la exteriorizaba sin ningún miedo al ridículo o al qué dirán. Hacía lo que se le antojaba, pero su antojo no era antojadizo, sus acciones sólo respondían a su corazón. En este sentido toda su vida fue un niño. Sin embargo, su capacidad intelectual era lo mejor que tenía, su vasta cultura jurídica y humanística fue inigualable en nuestra historia. Por otro lado, Vidaurre fue nuestro Quijote viviente y al igual que él, luchaba contra los molinos de viento y creía que las ventas eran castillos, y los gañanes nobles de alta alcurnia.

Después de leer este preámbulo se preguntará el lector con mucha razón por qué hemos incluido a Vidaurre en el apartado de colaboracionistas. La respuesta es simple: como muchos honestos peruanos, Vidaurre creyó en un momento que Bolívar era la salvación del Perú, sólo que Vidaurre fue más allá. Como Quijote que era vio en el Libertador un ser superior, algo tan grande, noble y magnífico, y no le importó agacharse posando las manos en el suelo para que Bolívar pisase en su espalda para subir al caballo, tal como vimos en un capítulo anterior. Esa grotesca actitud, pueril y abyecta para un ciudadano normal, se magnificaba hasta llegar a lo horrendo por ser Vidaurre nada menos que Presidente de la Corte Suprema. Injustificable, se dirá con toda razón, pero ¿cómo se le podría hacer comprender a Quijote que esas aspas de molino no eran gigantes?

Enviado a Panamá para que junto a Pando representase al Perú, Vidaurre vio con enorme dolor y pena la miserable condición en que vivían los soldados peruanos enviados para defender a Bolívar de sus enemigos políticos colombianos. Quizá esa patética escena hizo que se esfumara la magia de Malambruno que lo tenía hechizado. Hubo también otra razón para que rompiese con Bolívar: estando en Panamá recibió el proyecto de la Constitución Vitalicia, su contenido era todo lo opuesto a lo que su pasión liberal y democrática concibió luego de muchos años de estudio y reflexión. Atormentado por la alarmante propuesta, Vidaurre fue a ver a Pérez de Tudela, reemplazante de Pando, que había regresado al Perú. En dicha reunión, Vidaurre quiso convencer a Pérez de Tudela sobre los derechos para luchar contra la opresión abrumándolo “con citas de los holandeses, de los suizos, de los angloamericanos, de los tebanos y hasta de los almagristas cuando mataron a Pizarro”. La emoción con que expuso sus ideas fue tanta “que luego le flaquearon las piernas;

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cayó en las tablas, lloró y se puso de hinojos prorrumpiendo una oración”. Así era este cerebro sensible y sensiblero, que en uno de sus frecuentes raptos de arrepentimiento no dudó confesarlo.

Su oposición a Bolívar la comenzó a escribir desde Panamá. Luna Pizarro, su amigo y pariente, le rogó que callase, que terminaría en la cárcel o en el cementerio, pero él no hizo caso y se puso en la línea de mira del gobierno. Sólo lo salvaba su reputación de jurisconsulto. Felizmente, al regresar ya le faltaban pocos meses a Bolívar en el Perú.

Durante la campaña de Pando por imponer la Constitución Vitalicia, Vidaurre se unió abiertamente a la oposición como veremos en su momento. Antes, echemos una mirada a vuelo de pájaro a algunos apuntes biográficos de este rendido bolivariano y luego acérrimo antibolivariano.

Vidaurre nació en Lima en 1773 y estudió en el Convictorio de San Carlos. A la edad de 23 años se graduó de abogado destacando rápidamente tanto por su intelecto como por la vehemencia con que exponía sus argumentos. No está clara la razón por la que fue enviado a España por el virrey. Basadre insinúa que quizá fue una medida precautoria, un hombre de sus cualidades podía resultar peligroso en momentos en que aparecían movimientos independentistas en las colonias españolas. Llegado a España en 1810, en plena lucha por expulsar a los franceses, Vidaurre no perdió el tiempo y en once días escribió el “Plan Perú” para el ministro de Gracia y Justicia, en el que denunciaba los errores y defectos de la administración colonial y recomendaba las pautas a seguir para mejorar el virreinato. Las recomendaciones de Viadurre fueron atrevidas, si consideramos que las dirigía a una monarquía; en ellas decía: “que al despotismo suceda la justicia, a la tiranía la equidad, al abandono el esmero”. Gracias a ese trabajo y al prestigio que Vidaurre ganó por sus dotes oratorias sumadas a sus conocimientos jurídicos, el gobierno español para sorpresa del virrey, lo envió de vuelta al Perú como Oidor de la Audiencia de Cusco.

Hay que recordar que en teoría las Audiencias no respondían al virrey sino a las autoridades peninsulares, y esto daba gran autonomía e independencia a los oidores. Por eso en Cusco Vidaurre trató de poner fin a los abusos del gobierno virreinal y de los españoles abusivos; esto le creó gran simpatía en la población e igual enemistad con las autoridades. Pero Vidaurre no era un hombre temeroso y, llegado el momento, acusó ante el rey de España las medidas de represión que los virreyes habían impuesto en el Alto Perú. En su acusaúción Vidaurre dijo que los decretos “habían acabado de desesperar a los pueblos™

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Como Oidor, Vidaurre fue un defensor de la ley y la justicia. Él siguió fiel a la corona de España, pero sus sentimientos de hombre estaban con el oprimido. Eso

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fue suficiente para ganarse una popularidad con los cusqueños que por poco le cuesta la vida: los hermanos Angulo, mestizos de esa ciudad, junto con otros vecinos, entre ellos el Brigadier Mateo Pumacahua Chihuantito, Curaca de Chinchero, se alzaron contra el virrey Abascal, y formaron una Junta de Gobierno. Dentro de las primeras acciones que tomaron los rebeldes fue arrestar al Regente de Cusco y a todos los oidores, salvo a Vidaurre, a quien ofrecieron la presidencia de la Junta. Vidaurre respetuosamente se negó a aceptar tal honor. Para él, quizá, no estaba clara la posición de fidelidad al rey que decían tener los insurrectos. En cualquier caso, Vidaurre no se unió a la revolución, la cual fracasó luego de muy cruentas luchas y sangrientas venganzas. Los rebeldes fueron tomados presos y recibieron tormento antes de ser ejecutados.

Salir indemne de una revolución no era una buena recomendación para un hombre como Vidaurre, por lo que el virrey de turno, ahora Pezuela, prefirió alejar al Oidor nuevamente del Perú. La Corte nombró a este sospechoso criollo Oidor de la Audiencia de Puerto Príncipe, capital de lo que es ahora Haití. Pero allí también Vidaurre dio motivos de recelo, y, después de ejercer el cargo un par de años, se le ordenó que viajase a Galicia, España, para ejercer el cargo de Oidor de esa Audiencia. Eso fue en 1822. Como es de suponer eso no era una promoción para Vidaurre, era un castigo ya que se sentía ligado a la suerte de América. Estas y otras consideraciones las expuso en Madrid, pero sus pedidos y ruegos no fueron aprobados. La Corte quiso aislar a este sabio juez de las influencias que podía ejercer en las colonias y, por otro lado, deseaban enriquecer con su conocimiento la Audiencia de Galicia. Por supuesto que Vidaurre no aceptó esa respetable posición y, sorprendiendo a propios y extraños, renunció a su carrera judicial para viajar a Filadelfia, Estados Unidos, a fin de empaparse de las leyes y las costumbres de ese país. Ese impaciente, fogoso y dedicado “joven” tenía 49 años.

Estudiar la separación y el equilibrio de los poderes del Estado de acuerdo a la Constitución de Estados Unidos y observar de qué manera los ciudadanos ejercitaban el derecho a buscar la felicidad que mencionaba la Declaración de la Independencia, hizo gran impacto en este jurista admirador de la democracia ateniense y el derecho romano. Bajo las luces del pensamiento norteamericano, Vidaurre revisó su “Plan Perú” de 1810 y lo publicó en Filadelfia en 1823, dedicando el libro a Bolívar, que en ese tiempo fascinaba a todos los intelectuales progresistas con discursos como el que dio en Angostura, Venezuela, en 1819, donde afirmaba:

La continuación de la autoridad en un mismo individuo frecuentemente ha sido el término de los gobiernos democráticos. Las repetidas elecciones son esenciales en los gobiernos populares, porque nada es tan peligroso como dejar permanecer largo

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tiempo a un mismo ciudadano en el poder, el pueblo se acostumbra a obedecerle y él se acostumbra a mandar.

Bolívar, como todos los líderes americanos, estaba enterado de la brillante trayectoria de Vidaurre, y cuando llegó al Perú lo invitó a colaborar con su gobierno escribiéndole: “El Perú necesita muchos Vidaurres, pero no habiendo más que uno, este debe apresurarse a volar al socorro de la tierra nativa que clama e implora por sus primeros hijos, por esos hijos de predilección”.

Vidaurre respondiendo al llamado del fascinante héroe, acudió en auxilio de su patria. Apenas desembarcado se le nombró Presidente de la Corte Superior de Trujillo, primera corte judicial en los territorios liberados. Lograda la independencia, es nombrado Presidente de la Corte Suprema del Perú. Eran momentos en que Vidaurre y Bolívar se admiraban mutuamente.

Quizá el primer aviso de desavenencia fue causado por la manera como Bolívar impidió que el jurado que juzgaba a los asesinos de Monteagudo hiciese bien su trabajo y el insólito perdón que otorgó el Libertador a los asesinos materiales. Por esta desavenencia o porque realmente Bolívar confiaba en el amplio espíritu americanista de Vidaurre, el juez supremo es enviado a defender las tesis de Bolívar en el Congreso de Panamá.

En la conferencia Vidaurre fue más papista que el Papa. Las ponencias de hermandad, unión y defensa común que propiciaba Bolívar y que veremos en el siguiente capítulo, no fueron suficientes para él. Basadre, en un estupendo retrato de Vidaurre, dice que su proyecto “fue más iluso que el de sus ilusos colegas”. Por su parte Porras Barrenechea escribe:

Los años [53] en vez de apaciguar los ímpetus de Vidaurre y sus utopías jurídicas, acrecientan su excitabilidad y su fantasía, y le alejan de la realidad americana, a medida que su imaginación lo acerca más a las ágoras griegas o al senado de Roma.

En Panamá disiente con los demás representantes porque se niegan a aceptar su plan de “Afictionamiento helénico” que iba a convertir en realidad la metáfora de Bolívar, trasformando el Istmo de Panamá en el de Corinto. Bolívar le aconseja en alguna carta que no se deje arrebatar por el fuego de su imaginación, que reprima su “genio eléctrico” y eche fuera de sí ese “calor de zona tórrida que lo abrasa”. Pero el espíritu de

Vidaurre era ya materialmente un castillo en fuego, inextinguible destructor de ídolos adorados la víspera que lo arrastraron a actitudes ilógicas y exacerbadas, aunque el ardor de sus declaraciones destellase chispas de genio purificadoras.

En medio de esta vorágine de excelso republicanismo, Vidaurre recibió con horror la propuesta de la Constitución Vitalicia y abrió los ojos a las miserables

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tropas peruanas que desfallecían en las malsanas tierras de trópico. No había otra salida: así como cayó Julio César para salvar a la República, así debía caer Bolívar por intentar perpetuarse en el poder. Al regresar al Perú, Vidaurre se unió a Luna Pizarro para lograr la abolición de esa reprobable Constitución.

Dice Porras que fue el “fanatismo griego-romano que enloquece a Vidaurre” el que hizo que se pusiese “en contra del ídolo a quien había llamado en sus «Cartas Americanas» el Simón el peruano”. Se equivoca este gran hispanista: lo único necesario para ponerse en contra de Bolívar era ser testigo de los atropellos que cometía. Ni Luna Pizarro estaba loco, ni La Mar, ni Mariátegui, ni el pueblo en general. Vidaurre se arriesgó a decir la verdad y diciendo esto desmentía sus anteriores alabanzas al tirano; su figura fue siempre centro de controversia. Nadie como él para cambiar de opinión y defenderla al extremo en cada oportunidad, eso sí: siempre con sinceridad y vehemencia. Así como escribió sus “Cartas Americanas” donde elogiaba a Bolívar y confesaba amores adúlteros, también redactó una propuesta de Constitución, y de códigos Civil, Penal, Comercial, Eclesiástico, de Procedimientos. Su pluma fue poderosa, pudo destruir propuestas mayoritarias y demandas de gobernantes poderosos para tener “facultades extraordinarias”.

Para satisfacer tanto la sana curiosidad del lector como la necesidad que uno tiene de intentar contar historias interesantes, habría que decir que, luego de los avatares propios de la época y de su personalidad, este hombre escribió su autobiografía “Vidaurre contra Vidaurre”, título que refleja todo lo que fue y nos exime de mayor comentario. Para mayor honestidad en declarar sus debilidades y errores habría que remontarse a las “Confesiones“ de Rousseau.

En 1841 el Quijote peruano murió a la edad de 68 años. Algunos meses antes había reabierto su estudio de abogado, cerrado durante 44 años para dedicarse a la política y magistratura.

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