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Esclavos, mercado y dinero
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percibía en el siglo XVIII 40 pesos de 8 reales al año (1,2 reales al día) más alimentación durante las temporadas de siembra y cosecha.22
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Los trabajadores especializados recibían pagos más elevados. Un mayordomo en una hacienda vitivinícola podía recibir entre 200 y 300 pesos de 8 reales al año e inclusive más en los cañaverales. La jerarquía superior entre los trabajadores de una hacienda jesuita a mediados del siglo XVIII incluía, entre otros, el pago a un cirujano (290 pesos de 9 reales más alimentación y vestido), mayordomo de ganado (120 pesos y alimentos y vestidos), herrador o sangrador (120 pesos), vaquero (40 pesos), carpintero (200 pesos), dentista (50 pesos), comadrona (50 pesos y alimentación) y mayordomo de riego (216 pesos).23
Salarios precapitalistas
Es de tenerse en cuenta que se trata de un contexto de relaciones premodernas, en las que la oferta y la demanda de trabajo, así como la remuneración, no dependían enteramente de condiciones netamente económicas. El pago en dinero podía ser tan solo nominal y servir como una medida de la deuda que tenían entre sí el productor y el trabajador. Aun cuando el pago —o parte de él— estuviese estipulado en valores monetarios, muchas veces no hacía otra cosa que remplazar al pago en especie o servicios.24 Se justificaba el pago en dinero “para que de ello se vista” el trabajador, y esto se desprende del hecho de que la remuneración en dinero se realizaba mayormente al término del periodo laboral, inclusive si estaba pactado a dos, tres o incluso más años.
El dinero circula entre los trabajadores jornaleros indígenas, mestizos y negros (libres y esclavos), salvo cuando quien verdaderamente cobraba era el amo o el curaca. Incluso cuando se trata de adelantos que tendrá que pagar en condiciones laborales muy desfavorables, el trabajador maneja dinero contante y sonante. Sin embargo, buena parte de las remuneraciones corresponde a un sistema de contabilidad que abarca varios eslabones de la cadena mercantil que manejan comerciantes en combinación con corregidores (y luego subdelegados de partidos): los conocidos repartos de mercaderías de los corregidores.
A partir de la segunda mitad del siglo XVII, la mita no se cumplía por completo. Más bien, se desarrolla un procedimiento compensatorio para el empresario minero, pero perjudicial para el indígena mitayo, que se conoce como la mita de “faltriquera”. En vez de trabajo, el empresario recibe dinero; en lugar de
22. Cushner 1980: 83. 23. Ibíd., p. 84. 24. A pesar de un incremento en los montos de remuneraciones en el siglo XVII, Keith Davies consigna que muchas veces a los indígenas se les pagaba en vino en vez de dinero en los viñedos (Davies 1984: 89-90, 128).
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los 20 reales que debía pagar a un mitayo, el empresario minero recibía 56 reales (siete pesos) de parte del encargado de organizar los turnos y conducirlos al asentamiento minero. Los empresarios mineros, claro, recibían un dinero por el solo hecho de ser beneficiarios del uso de trabajo de los mitayos, pero el Estado no recibía los beneficios derivados de la producción minera (impuestos). El mitayo que no va a la mina y, sobre todo, la comunidad obligada a enviar mitayos se ven afectados de manera directa, pues terminan sosteniendo una economía minera, en parte, ficticia.25
Trabajadores de altura
Para ilustrar esta práctica, tomemos el caso de los “pagos” que recibían durante la década comprendida entre 1667 y 1677 los pastores de cuatro estancias (San Francisco de Chichausiri, Atocsayco, Santa Cruz de Chontas y Llacsahuanca) y los operarios del obraje de la Limpia Concepción de Paucartambo, ubicados en la meseta de Bombón, en torno al lago Chinchaicocha o Junín, en el antiguo corregimiento de Tarma. Las cuatro estancias y el obraje formaban un complejo económico altoandino dedicado a la crianza de ganado lanar (ovejas, carneros) y a la confección textil, mientras que 15 pueblos aledaños proporcionaban y reproducían la mano de obra consistente en 596 indígenas y mestizos. El centro minero de Huancavelica y la ciudad de Lima eran los mercados principales de las carnes y cecinas, las lanas y las prendas textiles.
El complejo pertenecía al sacerdote Pedro de Vega, y es administrado por Andrés López Grayño, personaje con una extensa y compleja red de habilitadores (financistas) que incluía a párrocos de los pueblos y de agentes comerciales intermediarios (Lope de la Vega, Carlos Chanca Huamán, Juan de Ortega, Juan de Narbasta, Ignacio Pando y el sargento Pedro Suárez Guerra). Sus principales proveedores eran mercaderes en Huancavelica y Lima.26 Prevalecen los trabajadores “alquilados”, es decir, formalmente voluntarios y asalariados. Los asalariados son 441 o el 74% del total; los mitayos son solamente 37 (o el 6%, incluyendo a cuatro mujeres), mientras que los que combinan ambas condiciones laborales como alquilados-mitayos son 106 o el 18% (incluyendo a una mujer). Además, 12 trabajadores son presos o llevados a laborar por alguna deuda específica (2%, incluyendo a una mujer).
Lejos de lo que podría pensarse, los trabajadores no son permanentes. Solo el 28% figura trabajando de manera permanente en la década señalada. La inmensa mayoría, en cambio, aparece de manera muy esporádica (uno o dos
25. Tandeter 1992. 26. Archivo Arzobispal de Lima, Socorros de indios, año 1673-1674, Leg. 1.
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años), y por esto se entiende mejor que el empresario haya recurrido a medidas extraeconómicas a fin de conseguir la mano de obra que requerían las estancias y el obraje: mita estanciera y obrajera, pago del tributo, pago por exonerarse de la mita minera en Huancavelica, adelantos de dinero a ser redimido con trabajo, reparto de alimentos y bienes, y pago de servicios eclesiásticos (obvenciones).
Así, la empresa paga el tributo de la mitad de todos los varones con la indicación de que en el transcurso de la década el tributo per cápita pasa de ser 24 reales (3 patacones) a 48 reales (6 patacones), muy por encima de las tarifas tributarias toledanas, pero correspondientes al incremento posterior. Pero la empresa paga también los 480 reales (60 pesos o patacones), que es el monto establecido para redimir la mita minera en Huancavelica a 148 indígenas (tercera parte de los varones) por trabajo en el obraje y en las estancias. En lugar de dinero en efectivo, los agentes del administrador enviaban productos de la zona (incluyendo productos del obraje) a cargo de un comerciante para su venta en Huancavelica antes de cancelar las deudas a los mineros.
El remplazo no significaba beneficio alguno para los indígenas, quienes debían trabajar medio año en las estancias y 480 tareas en el obraje por cada mita de dos meses que evadían en Huancavelica. Es probable que en este caso la racionalidad haya consistido en el sacrificio de unos para poder cumplir una obligación de todo el pueblo, aparte de querer evadir el trabajo en la temible mina, tristemente famosa por sus riesgos a la salud y la vida.
Son relativamente pocos los casos en los que se recurre al endeudamiento previo para asegurar la mano de obra (enganche). Se repartía dinero, productos y servicios en los pueblos durante fiestas, enfermedades, casamientos y velorios, pero sobre todo los trabajadores eran endeudados una vez en el obraje y las estancias. Las deudas resultan sencillamente impagables. En efecto, durante el periodo laboral, los trabajadores reciben coca, sal, maíz, harina, carneros, telas y otros productos que hacían que sus deudas superaran el monto que podían recibir como salarios en un año de trabajo. Lo mismo pasa con la deuda pagada por la empresa relacionada con los gastos eclesiásticos (limosnas, bulas de la santa cruzada, etc.), que es el caso de 113 indígenas que en 1674 superaban el monto que debían pagar por tributos al rey.
Un pastor “alquilado” (jornalero) cuya obligación era guardar una o dos manadas obtenía 2½ reales, y cada manada podía superar las mil cabezas de ganado lanar. En 1674, sube el jornal del alquilado, pero también la carga de trabajo: ahora obtiene 3 reales al día, pero debe cuidar simultáneamente tres, cuatro, cinco y hasta seis manadas. Los mitayos recibían 1 real al día, y esto se aplicaba también los días extras (“demasías”).
El trabajo en el obraje se organizaba al destajo. Las tareas —la medida de la remuneración de los operarios tanto “voluntarios” como mitayos— eran pagadas a razón de 1 real y correspondían a un día de trabajo.