El Libro del Bosque / Pintar-Pintar Editorial

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Directoras de la colección: Ángela Sánchez Vallina Ester Sánchez

Primera edición: abril de 2011 Edición original en asturiano

© de los textos: María Josefa Canellada

© de las ilustraciones: Sandra de la Prada

© de esta edición: Pintar-Pintar Editorial Proyecto: Pintar-Pintar Editorial www.pintar-pintar.com Texto: María Josefa Canellada Ilustración: Sandra de la Prada Diseño: Pintar-Pintar Comunicación Imprime: G.Rigel, S.A. - Asturias D.L.: ISBN: 978-84-92964-25-3 IMPRESO EN LA UE Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 45). Impreso en papel Gardapat 13 Kiara. Papel procedente de bosques que cumplen principios de gestión económica, social y ambiental sostenibles




María Josefa Canellada nació el 12 de noviembre de 1912. Fue a la escuela de Torazo (Cabranes) y desde muy temprano empezó a sentir curiosidad por las palabras, por este motivo marchó a Madrid para estudiar el Bachillerato y luego los estudios de Filología. En la facultad conoció a Alonso Zamora Vicente con el que se casó y tuvo dos hijos: Alonso y Juan. La Guerra Civil fue una época difícil. Los estudios en la universidad fueron interrumpidos y María Josefa se formó en la disciplina de la enfermería porque quería ayudar en los hospitales. Cuando termina el conflicto vuelve a la facultad y en 1943 presenta la primera tesis escrita en asturiano: ‘El Bable de Cabranes’. Luego vendrían muchos trabajos de investigación sobre el lenguaje y muchas clases como docente por las universidades de España, Argentina, Portugal, México... Ella es también la autora del primer libro infantil escrito en Lengua Asturiana: ‘Montesín’. ‘El Tío Tanón, la Tía Tana y la historia de Tanín’ es el primer cuento de ‘El libro del bosque’, un proyecto de colección de libros infantiles escritos en castellano por María Josefa Canellada que la desaparecida editorial madrileña Orión inició en el año 1944. Le seguiría ‘Suca y el Oso’. Sin embargo, en el primer cuento se anunciaba la próxima publicación de otros títulos que ni la familia de María Josefa ni esta editorial hemos podido recuperar y que desconocemos si finalmente vieron la luz o quedaron perdidos en la penumbra de aquellos años.


El Tío Tanón y la Tía Tana no tenían vecinos.

Su casa estaba aislada por completo del mundo, y el bosque venía a ser el Universo para ellos. Solamente una vez al año salían hasta el pueblo más próximo, cuando se celebraba la feria, allá por el mes de agosto.

La Tía Tana llevaba entonces un par de gallinas

o de conejos, o una buena cesta de maíz desgranado, y lo cambiaba por unas varas de percal, un poco de pana o unas zapatillas de aquellas que le gustaban tanto, con orilla de pelusa.



Por lo general, aunque había bastante

que trabajar, la vida en la Casa del Bosque se les hacía un poco aburrida; pero un buen día los quehaceres se le multiplicaron a la Tía Tana. Ya no había aburrimiento posible, porque nació un Tanín llorón, regordete y colorado como él solo.


Tanín creció, dando tanta guerra que

la pobre Tía Tana no tuvo ya un momento de descanso. Tanín se crió robusto y travieso. Bien pronto aprendió a subirse a los árboles y a hacer excursiones, adentrándose cada vez más en el bosque. Nada le daba miedo. Ni siquiera el oso, el gran oso, el amo terrible de todo el bosque. Claro que Tanín no se lo había tropezado nunca todavía.


Revolviendo entre los trastos viejos de su casa,

el niño se encontró un día un violín, que Dios sabe de dónde habría venido. Él solo, a fuerza de tanteos, logró arrancarle las primeras notas, y luego fue todo cuestión de paciencia. Al poco tiempo sabía tocar en él melodías que no había aprendido nunca de nadie, pero que no por eso dejaban de ser enormemente bellas.



Lo único que Tanín no sabía hacer era leer y escribir.

Pero había que verle cómo aprendía todas las demás cosas. Comprendía perfectamente el lenguaje de los animales. Su última conquista había sido la lengua de los sapos. Era de lo más difícil, porque los sapos tienen una serie de palabras que siempre parecen la misma. Tampoco conocía la lengua de las ranas, que era aún más difícil: era una lengua de esas que se llaman aglutinantes. A los sapos había logrado entenderlos. En cuanto anochecía, ya empezaban a gritarse desde sus cuevas en sombra, unos a otros. Tanín entendía ya su cantar:


–An... tón... –¿Tú... cenaste?... –Yo... sí... ¿Tú?... –Yo... no...

Esta era la cantinela monótona que los señores

sapos decían invariablemente desde que oscurecía hasta media noche, por lo menos. No piensan más que en comer, y así el vientre se les hincha en comparación con las demás partes del cuerpo, que se les quedan pequeñas.


Otro animal que no pensaba más que en comer era Zurro, el oso. Cuando Zurro gruñía, estremecíase el bosque entero. Ya desde pequeñito toda su ilusión era comer. Hubo que darle las primeras papillas alternando con dos cucharas, porque no podía esperarse ni un momento, ni un segundo siquiera, cuando el estómago le pedía de comer.

Cuando fue mayor, su apetito se desarrolló más cada

vez. Dicen que la pobre osa madre tuvo que marcharse, desesperada, hacia otras tierras, porque el bosque enorme no daba bastante para comer ella y los oseznitos, mientras Zurro viviera con ellos.



A Zurro le gustaban las frutas de todas clases: las manzanas,

las nueces, las castañas, las moras y las fresas silvestres. Comía las bayas, los granos todos, las semillas raras, las raíces blandas y jugosas de las plantas que crecían junto al río. No dejaba una colmena con miel. Devoraba las aves en sus nidos, y los huevos eran un sabroso manjar para él. Todos los animales le temían, porque todos le servían para alimento y ninguno podía competir con él en fuerzas ni en corpulencia.


A la orilla del rĂ­o pescaba con sus grandes garras salmones y truchas, que le gustaban tanto, y los pobres castores, tan pacĂ­ficos, tuvieron que lamentar varias bajas debido a la gran glotonerĂ­a de Zurro.


Tanín tenía muchos amigos en el bosque.

Puede decirse que todos los animales eran ya sus amigos. La tribu aquella de castores que vivía en la parte alta del río, eran sus amigos. A Tanín le gustaba una enormidad charlar con ellos, y pasaba tardes enteras entretenido ayudándoles a pescar.


Tanín les avisaba cuando algún cazador

llegaba al bosque, para que estuvieran alerta, y les enseñó la manera de relevarse y hacer guardias, para que el oso no los sorprendiera mientras dormían. En cambio, ellos le daban de merendar unas deliciosas truchas asadas, que nadie sabía preparar como ellos.



MARÍA JOSEFA CANELLADA Mirad la foto de la niña. Se llamaba María Josefa. Creció y estudió y trabajó; trabajó y trabajó. Mucho. Escribió muchos libros y muchos de los cuentos que le habían contado sus mayores, como este que tenéis delante. Siempre son historias curiosas, o fragmentos de historias rotas, a veces misteriosas, a veces muy simples y sin finales felices; y todas ocurren en paisajes sencillos: un árbol grande o un bosque espeso, una cueva, un río o una montaña. Encontraréis duendes y demonios, animales que hablan y tías Tanas que les entienden y les contestan. Y siempre son cosas sucedidas en el pasado; en un pasado sin fechas, oscuro y remoto. Se contaban alrededor de la cocina, cerca del fuego de la chimenea, ya acabada la tarea del día y antes de dormir. Las personas mayores sentían la necesidad de recordarlas para que no se olvidasen, para que alguna vez los más jóvenes pudiesen transmitirlas a sus descendientes. Y ese es el papel que os ha tocado ahora a vosotros: leed para poder contarlo a vuestros hijos, cuando seáis mayores; para que se sepa cómo eran las historias que contaban los abuelos de vuestros abuelos. Aquellos que, ya parte de aquel mismo pasado oscuro y remoto, conocieron realmente a los personajes de sus cuentos. Foto: María Josefa Canellada, hacia 1923. Alonso Zamora Canellada (hijo de María Josefa Canellada)

SANDRA DE LA PRADA Nací en Barcelona en 1976. Hasta donde sé, pasaron de mi bisabuelo a mi abuela, de mi abuela a mi padre y, de mi padre a mí, una mata de pelo importante y una gran pasión por el dibujo. http://sandradelaprada.blogspot.com


NOVEDADES abril 2011

ISBN turia

no

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978-84-92964-25-3

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edición

ella

El Tío Tanón, la Tía Tana y la historia de Tanín es el primer cuento de El libro del bosque, un proyecto de colección de libros infantiles escritos en castellano por María Josefa Canellada que la desaparecida editorial madrileña Orión inició en el año 1944. Le seguiría Suca y el Oso. Sin embargo, en el primer cuento se anunciaba la próxima publicación de otros títulos que ni la familia de María Josefa ni esta editorial hemos podido recuperar y que desconocemos si finalmente vieron la luz o quedaron perdidos en la penumbra de aquellos años.

Texto: María Josefa Canellada Ilustraciones: Sandra de la Prada Encuadernación: tapa dura. Idioma: castellano Año de edición: 2011 Nº páginas: 56 Formato: 21x26 cm Precio: 15,00 €


15,00 € Disponible en www.pintar-pintar.com

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