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EL MUNDO DE LOS PATOS

Una colección de historias emplUmadas

Descubre el maravilloso universo de los patos a través de estas fascinantes historias que te harán reír, llorar y enamorarte de estas aves acuáticas como nunca antes lo habías imaginado

RECOPILADO Y DIAGRAMADO POR CRISTOPHER PINEDO ALDEA
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Para todos los niños y niñas que disfrutan de la magia de los cuentos y sueñan con mundos maravillosos. Que este libro les lleve a lugares lejanos y les inspire a explorar su propia imaginación. Con cariño, para los pequeños grandes soñadores.

1 5 9 El patito feo 11 17 El patito encantado El pato y la muerte El pato Patolón Los patos del lago

EL PATITO FEO

Como cada verano, a la Señora Pata le dio por empollar y todas sus amigas del corral estaban deseosas de ver a sus patitos, que siempre eran los más guapos de todos.

Llegó el día en que los patitos comenzaron a abrir los huevos poco a poco y todos se congregaron ante el nido para verles por primera vez.

Uno a uno fueron saliendo hasta seis preciosos patitos, cada uno acompañado por los gritos de alborozo de la Señora Pata y de sus amigas. Tan contentas estaban que tardaron un poco en darse cuenta de que un huevo, el más grande de los siete, aún no se había abierto.

Todos concentraron su atención en el huevo que permanecía intacto, incluso los patitos recién nacidos, esperando ver algún signo de movimiento.

Al poco, el huevo comenzó a romperse y de él salió un sonriente pato, más grande que sus hermanos, pero ¡oh, sorpresa!, muchísimo más feo y desgarbado que los otros seis...

La Señora Pata se moría de vergüenza por haber tenido un patito tan feísimo y le apartó con el ala mientras prestaba atención a los otros seis.

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El patito se quedó tristísimo porque se empezó a dar cuenta de que allí no le querían...

Pasaron los días y su aspecto no mejoraba, al contrario, empeoraba, pues crecía muy rápido y era flacucho y desgarbado, además de bastante torpe el pobrecito.

Sus hermanos le jugaban pesadas bromas y se reían constantemente de él llamándole feo y torpe.

El patito decidió que debía buscar un lugar donde pudiese encontrar amigos que de verdad le quisieran a pesar de su desastroso aspecto y una mañana muy temprano, antes de que se levantase el granjero, huyó por un agujero del cercado.

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Así llegó a otra granja, donde una vieja le recogió y el patito feo creyó que había encontrado un sitio donde por fin le querrían y cuidarían, pero se equivocó también, porque la vieja era mala y sólo quería que el pobre patito le sirviera de primer plato. También se fue de aquí corriendo.

Llegó el invierno y el patito feo casi se muere de hambre pues tuvo que buscar comida entre el hielo y la nieve y tuvo que huir de cazadores que pretendían dispararle.

Al fin llegó la primavera y el patito pasó por un estanque donde encontró las aves más bellas que jamás había visto hasta entonces. Eran elegantes, gráciles y se movían con tanta distinción que se sintió totalmente acomplejado porque él era muy torpe. De todas formas, como no tenía nada que perder se acercó a ellas y les preguntó si podía bañarse también.

Los cisnes, pues eran cisnes las aves que el patito vio en el estanque, le respondieron:

- ¡Claro que sí, eres uno de los nuestros!

A lo que el patito respondió:

-¡No os burléis de mí!. Ya sé que soy feo y desgarbado, pero no deberíais reír por eso...

- Mira tu reflejo en el estanque y verás cómo no te mentimos.

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El patito se introdujo incrédulo en el agua transparente y lo que vio le dejó maravillado. ¡Durante el largo invierno se había transformado en un precioso cisne!. Aquel patito feo y desgarbado era ahora el cisne más blanco y elegante de todos cuantos había en el estanque.

Así fue como el patito feo se unió a los suyos y vivió feliz para siempre.

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(Autor, Hans Christian Andersen)

EL PATITO ENCANTADO

Benjamín era un niño que se había quedado huérfano. Iba una tarde por el camino pensando que en la gran ciudad, cuyas torres se divisaban en la lejanía, tal vez podría encontrar una casa en la cual lo recibieran como criado. Benjamín era muy pobre, pero también muy bondadoso.

Poco después encontró, sentada al pie de un árbol, a una ancianita desconocida, quien le suplicó: - ¡Tengo hambre, hijo mío! ¿Me darías algo para comer? Benjamín solamente llevaba un poco de pan y queso que guardaba para su comida única de esa noche.

Compadecido de la pobre señora, se los regaló de la mejor gana y con una sonrisa.

La ancianita comió con voraz apetito. Y al terminar, le dijo: - Gracias, pequeño. Quisiera premiar tu buen corazón, pero no tengo nada de dinero. Sin embargo, toma este patito dorado, que es todo lo que poseo. Ojalá te dé este juguete toda la suerte que mereces. Diciendo esto, desapareció al momento.

Benjamín cogió el patito, y sin preocuparse más de aquel regalo, como sentía sueño, se tendió sobre la hierba y muy pronto se quedó dormido. Al poco rato, dos ladrones que pasaban por allí, creyendo que el patito era de oro, se acercaron con la idea de robarlo.

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Mas apenas lo tocó el primer ladrón, quedó pegado a él, y por mucho que tiró y tiró, de nada le sirvió, pues le era totalmente imposible desprenderse. ¡¡El patito estaba encantado!! Al despertar Benjamín, se sorprendió de todo lo que pasaba. El segundo ladrón, al ver lo ocurrido a su compañero, quiso auxiliarle, pero al tocarlo quedó igualmente pegado a él, y sin poder escapar.

Tiraban y tiraban los dos ladrones, y suplicaban a Benjamín los dejara marchar, pues estaban muy arrepentidos y prometían no volver a robar en el resto de sus vidas. - ¡Alto, alto! – se oyó gritar de pronto detrás de ellos.

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Era el guardia Serafín, que acudía para detener a los delincuentes y llevarlos a la cárcel para que paguen por sus numerosas fechorías. - ¡Ajá! Exclamó jubiloso: - ¡Hasta que por fin los atrapé, menudas piezas! … Hace tanto tiempo que tenía ganas de ponerles las manos encima … Pero … , en cuanto se las puso, ya no se pudo soltar tampoco, y empezó a gritar y amenazar a todos.

Iba caminando la extraña comitiva, cuando se acercó a ésta un músico callejero. - ¡Auxilio! Clamaba el guardia. Acudió el músico en su ayuda, y también quedó prendido en el hechizo del patito.

En la ciudad vivía Nuri, la princesa triste, quien sufría un extraño hechizo. Hasta entonces, nadie había conseguido hacerla reír, ni sonreír siquiera. Por eso, cuando vio pasar por su palacio aquel curioso desfile, no pudo contener las carcajadas. Por suerte Benjamín logró salir de ese problema.

El feliz rey, viendo a su hija curada de la terrible tristeza, dio al buen Benjamín como premio el empleo de paje principal de la princesa Nuri. Y fue así como Benjamín se vio recompensado por su buen corazón, alcanzando fama y fortuna.

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EL PATO PATOLÓN

Érase una vez una granja donde vivía el pato Patolón. Además de él, en la granja, vivían otros animales: unas vacas, un perrito, unos cerdos y unas gallinas. El dueño de la granja se llamaba Godofredo y tenía un hijo llamado Fredito. A Fredito le encantaba andar en bicicleta y siempre la dejaba aparcada a la entrada de la granja. En ese momento, el pato Patolón aprovechaba para subirse en la bici de Fredito y darse una vuelta por la granja.

Y cuando pasaba por las cuadras las vacas lo miraban sorprendidas, pensando si ellas también serían capaces de aprender a andar en bici. Los cerdos se tapaban los ojos con las pezuñas por miedo a verle estrellarse y el perrito ladraba. Así pasaban los días y el pato Patolón cada día andaba un rato en bici.

Un día Fredito invitó a todos sus amigos a merendar un chocolate a la granja. Llegaron todos con sus bicicletas y las dejaron aparcadas en la puerta de la casa.

Cuando el pato Patolón vio todas las bicis, tuvo una gran idea. “Voy a proponer a mis amigos los animales que se monten en las bicis y vengan a dar una vuelta conmigo por la granja. ¡Qué divertido!”

Y fue a buscar a los animales y todos se montaron en las bicicletas. Al principio les costó un poco aprender, pero cuando empezaron a moverse todo era más fácil.

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Así, todos empezaron a seguir a Patolón por la granja dando gritos de alegría y riéndose.

Cuando ya lo habían pasado muy bien y estaban un poco cansados dejaron las bicis en el mismo sitio donde las habían dejado Fredito y sus amigos. Entonces todos le dieron un abrazo enorme a Patolón por haberles enseñado a andar en bici, y se fueron muy contentos a sus cuadras en la granja.

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(Autor, Carlos Teijeira y Ana del Arenal)

EL PATO Y LA MUERTE

—¿Quién eres? ¿Por qué me sigues tan de cerca y sin hacer ruido?

La muerte le contestó:

—Me alegro de que por fin me hayas visto.

Soy la muerte

El pato se asustó. Quién no lo habría hecho.

—¿Ya vienes a buscarme?

—He estado cerca de ti desde el día en que naciste… por si acaso.

—¿Por si acaso? —preguntó el pato.

—Sí, por si te pasaba algo. Un resfriado serio, un accidente… ¡nunca se sabe!

—¿Ahora te encargas de eso?

—De los accidentes se encarga la vida; de los resfriados y del resto de las cosas que os pueden pasar a los patos de vez en cuando, también. Sólo diré una: el zorro.

El pato no quería ni imaginárselo.

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Se le ponía la carne de gallina. La muerte le sonrió con dulzura.

Si no se tenía en cuenta quién era, hasta resultaba simpática; Incluso, más que simpática.

—¿Te apetece ir al estanque? —preguntó el pato.

La muerte ya se lo había temido…

Después de un rato, la muerte tuvo que admitir que su pasión por zambullirse tenía límites:

—Perdóname, por favor —dijo—. Necesito salir de este lugar tan húmedo.

—¿Tienes frío? —preguntó el pato—. ¿Quieres que te caliente?

Nunca nadie se había ofrecido a hacer algo así por ella. A la mañana siguiente, muy temprano, el pato fue el primero en despertarse.

“¡No me he muerto!”, pensó.

Le dio a la muerte un golpecito en el costado:

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—¡No me he muerto! —graznó henchido de felicidad.

La muerte levantó la cabeza:

—Me alegro por ti —dijo desperezándose.

—¿Y si me hubiera muerto…?

—Entonces no habría podido descansar tan bien —contestó la muerte bostezando.

“Esa respuesta no ha sido simpática”, pensó el pato. A pesar de que el pato se había propuesto, a partir de ese momento, no volver a decir nada más, no aguantó mucho tiempo

callado:

—Algunos patos dicen que te conviertes en ángel. Te sientas en una nube y desde ahí puedes mirar la tierra.

—Es posible —la muerte incorporó—, pero de todas maneras tú ya tienes alas.

—Algunos patos también dicen que en las profundidades de la tierra hay un infierno en el que te asan si no fuiste un pato bueno.

—Es asombroso todo lo que se cuenta entre los patos, pero quién sabe…

—¿Entonces tú tampoco lo sabes? —graznó el pato.

La muerte sólo le miró.

—¿Qué hacemos hoy?

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—preguntó de buen humor.

—Hoy no iremos al estanque —exclamó el pato—. ¿Qué te parece si hacemos algo verdaderamente emocionante?

La muerte se sintió aliviada.

—¿Subirnos a un árbol? —preguntó burlonamente.

El estanque se veía muy, muy abajo.

Ahí estaba, tan silencioso… y solitario.

“Así que eso es lo que pasará cuando muera”, pensó el pato. “El estanque quedará… desierto. Sin mí.”

A veces, la muerte podía leer los pensamientos.

—Cuando estés muerto el estanque también desaparecerá; al menos para ti.

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—¿Estás segura? —preguntó el pato desconcertado. —Tan segura como seguros estamos de lo que sabemos —dijo la muerte.

—Me consuela, así no podré echarlo de menos cuando… —… hayas muerto —terminó la muerte.

—¿Por qué no bajamos? —le pidió el pato un poco después.

Subido a los árboles se piensan cosas muy extrañas. Durante las siguientes semanas, fueron cada vez menos al estanque.

Se quedaban sentados en cualquier lugar que tuviera hierba y casi no hablaban. Hasta que un día, una ráfaga de aire fresco despeinó las plumas del pato y éste sintió frío por primera vez.

—Tengo frío —dijo una noche—. ¿Te importaría calentarme un poco?

La nieve caía. Los copos eran tan finos que se quedaban suspendidos en el aire.

Algo había ocurrido. La muerte miró al pato.

Había dejado de respirar. Se había quedado muy quieto.

Le acarició para colocar un par de plumas ligeramente alborotadas, lo cogió en brazos y se lo llevó al gran río.

Allí, lo acostó con mucho cuidado sobre el agua y le dio un suave empujoncito.

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Se quedó mucho tiempo mirando cómo se alejaba.

Cuando se le perdió de vista, la muerte se sintió incluso un poco triste.

Pero así era la vida.

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LOS PATOS DEL LAGO

Como todos los días en el lago de aquel pequeño lugar llamado Ranguren, los patos que habitaban en él, se despertaban con los primeros rayos del sol incidiendo en el lago y dando color a toda la preciosa vegetación que allí se encontraba.

Dory, que así se llamaba la patita más fuerte del lago, ayudaba a los demás patitos y sobre todo a sus crías a conseguir sus alimentos.

La vida en aquel lago era un remanso de tranquilidad.

Sin embargo, algo inesperado pasó... Desde que el lago había sido construido, el encargado de limpiarlo era Esteban, un trabajador del pueblo, que respetaba perfectamente a los patos y a toda la vegetación que les rodeaba. Pero Esteban, ya no estaba y otro hombre, Horacio, era. ahora el encargado.

Horacio, más que pensar en los patos pensaba en dejar el lago lo bonito para que los habitantes de Ranguren esten sorprendidos.

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Un buen día cuando los primeros rayos de sol empezaban a salir, Horacio llegó al lago cargado con una especie de carretilla, en la que llevaba un extraño objeto.

Dory la patita, que ya estaba despierta buscando comida para sus crías, fue sigilosamente acercándose al lugar donde se encontraba Horacio y la carretilla, sin poder reconocer aquel objeto.

Horacio, después de unas horas de trabajo ya había terminado su obre de arte. Justo en el centro del lago colocó una fuente, con una especie de tubos distribuidos por toda ella, que Dory no conseguía adivinar para que servían.

De repente, empezó a sonar un ruido ensordecedor y a salir gran cantidad de agua de aquella fuente. Dory, asustada, rápidamente reunió a todos los patitos fuera del lago.

Todos los patitos estaban asustados y enloquecides, al ver como aquel remanso de tranquilidad se había visto alterado, en un momento, por la colocación de esa fuente.

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Los patos no estaban tan contentos ni jugaban como antes en el agua, hora sólo se metían al lago para beber y lavarse.

Este comportamiento era ¡inusual, y Horacio se dio cuenta de que algo extraño les estaba pasando a los patos del lago.

Por lo que un día, justo antes de irse del lago desconectó la fuente para probar sí era ésa la que alteró el comportamiento de los patos.

Al día siguiente, cuando Horacio volvió al lago, como todos los días, no podía creer lo que sus ojos estaban viendo... Los patos estaban jugando sin parar dentro del agua, como nunca lo habían hecho.

Entonces, Horacio comprendió en ese preciso momento, que los patos, al igual que las personas, necesitan tener tranquilidad y un entorno familiar y confortable en el que vivir. La fuente podía

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(Autor, Ana Pedroche)
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Déjate seducir por está recopilación de cuentos clásicos sobre patitos, te aseguro que te fascinará

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