El misterio del parque

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EL MISTERIO DEL PARQUE

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abía pasado una noche

fatal, la angustia no le había dejado descansar. Mario, al levantarse por la mañana, seguía con mal sabor de boca y pensando en el sueño que había tenido. Decidió salir a dar un paseo por el parque que había cerca de su casa, que estaba situada al lado de la playa. Hacía una mañana desapacible y fría, un aire fuerte levantaba las hojas caídas de los árboles y el mar estaba de un color plomizo y embravecido. Le relajaba ver cómo se movían los árboles y cómo caían las hojas. Iba pensando en todo lo que le había pasado desde hacía dos días y no comprendía el porqué


de su angustia, tenía miedo de que sus temores se confirmarán; escuchó un ruido... un crujir de ramas... lo que tanto había temido estaba allí… delante de él, el hombre de la gabardina le miraba … Mario, muerto de miedo, preguntó: ­ Señor ¿qué quiere usted de mí? El hombre de la gabardina se giró y desapareció entre los árboles. Mario empezó a andar, pisó una rama seca, cayó rodando por la ladera y al levantarse, otra vez estaba allí el hombre de la gabardina. Todo tembloroso le preguntó: ­ ¿Por qué me persigue?, ¿acaso le he hecho algo que le haya molestado? El hombre de la gabardina con voz tenebrosa y ronca le dijo: ­ No. ­¿Entonces, qué es? expliquemelo. Acercándose, el señor de la gabardina le dijo que se encontraba solo y que le necesitaba… ­¿Y para qué me necesitas? ­ contestó Mario. ­Tú conoces bien este parque ¿verdad? ­ Sí, yo vivo cerca de aquí, mi padre me traía a pasear y jugar en él, por lo que lo conozco muy bien.


­ Entonces, tú sí me puedes ayudar a buscar un tesoro que yo escondí en mis años de juventud bajo una palmera silvestre que ahora no consigo localizar. El parque es muy grande, ha cambiado mucho desde entonces y mi memoria ya no es la misma y por eso necesito tu ayuda. Se despidieron y quedaron para el día siguiente donde comenzaría la búsqueda del tesoro. Esa noche Mario no podía dormir pensando en lo que le había pedido el hombre de la gabardina; él si estaba dispuesto a ayudarle a buscar ese tesoro, además le pareció un trabajo fantástico, pensaba vivirlo como una aventura, e iba a disfrutar como un niño con juguetes nuevos. Al mismo tiempo se preguntaba si el hombre de la gabardina podía estar engañándolo para reírse de él, eso lo ponía nervioso; pero pensaba: ¿y si es verdad que en el parque hay un tesoro?. Dándole vueltas a la cabeza, bebió un sorbito de agua, y dijo, tengo que dormir, y mañana será otro día. Al día siguiente se vieron en el mismo sitio y empezaron a buscar la palmera que el hombre de la gabardina recordaba. Encontraron la palmera y se pusieron a cavar y allí estaba el tesoro. Era una caja de madera deteriorada, dentro había un manuscrito bien conservado; al verlo, el señor de la gabardina se emocionó. Mario reconoció que ese manuscrito


era de su padre y recordaba un episodio que ocurrió hace años y que era el objeto de sus pesadillas. Mario recuerda que un día vio una situación que le provocó un trauma infantil, presenció una discusión entre su padre y su amigo Antonio, que llevaba una gabardina; discutían por un libro que su padre tenía en la mano y que era de gran valor. Discutieron y Antonio atacó a su padre y lo dejó medio muerto y se llevó el libro. A, Antonio, en la calle, lo esperaba un niño. Con la caja en la mano el de la gabardina le explica quién es. Él era el niño que estaba en la calle, él era el hijo de Antonio. Mario, un poco desconcertado le preguntó: ­ ¿Por qué os llevasteis el manuscrito? y ¿qué valor tiene para ti? sí era de mi padre, ¿por qué el tuyo tenía tanto interés en él,que estaba dispuesto a todo, incluso a arrebatarle la vida a su amigo? El hombre de la gabardina suspirando profundamente contestó que no, que no eran tan amigos y con voz susurrante dijo: ­ Soy Alonso, el hijo de Antonio, mi padre quería el libro para destruir pruebas. Mario, cada vez más intrigado, preguntó: ­ ¿Pruebas de que? Alonso suspirando nuevamente le dice:


­ Mi padre quería a mi madre con locura, cuando se llevó el libro les oí discutir, y mi padre decía con amargura: “¡He querido a Alonso como si fuera mi propio hijo!”. No podía dar crédito a lo que estaba oyendo, y con rabia cogí la caja y eché a correr, cuando me di cuenta estaba bajo estas palmeras, quería destruir la caja y su contenido pero no fui capaz y la enterré, y aquí estoy todavía sin saber qué hacer. Mario, que no hablaba desde hacía rato, respiró hondo y dijo con vehemencia: ­ Trae acá ese libro. Recordaba a su padre leyéndolo y acariciándolo todas las noches. Temblando lo abrió y se quedó mudo, no podía creerlo, con un hilo de voz dijo: ­ ¿Qué hace la foto de mi padre aquí y quién es esta señora? ¿y todas estas cartas? Alonso se acercó y dijo: ­ Esta es mi madre. Temerosos y temblando, como si profanaran algo sagrado, empezaron a leer; Primero con temor, luego devorando, hasta la última carta. Cómo es posible que un amor tan grande quede reducido a un simple manuscrito. Ahora entendían la palabra “tesoro”. Hay cosas más valiosas que todo el oro del mundo, se miraron


emocionados y se fundieron en un abrazo diciendo por primera vez la palabra ”hermano”.

fin ​


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