Antologia de la Literatura Montubia. Autores varios.

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Dedicatoria Al noble pueblo montubio de nuestra patria, gestor de rebeldes jornadas y propulsor del desarrollo ecuatoriano.

Antología de la literatura montubia Compiladores: Sergio Cedeño, Alejandro Guerra Cáceres, Wilman Ordóñez Iturralde y Germán Arteta Vargas Diseño Editorial: Arq. Pedro Gambarrotti Gámez Portada: Jorge Tite Trejo Las fotografías sobre las escenas y los personajes montubios se reproducen de Diario El Universo: Fotógrafos: José Alvarado, Jorge Guzmán, Jorge Peñafiel y Francisco Bravo. También de las revistas de los gobiernos municipales de Salitre, Balzar y del Ministerio de Turismo y archivo de Pedro Gambarrotti. Impresión: Primera Edición 2010 Este libro es propiedad del autor Derechos Reservados Registro Derechos de Autor No. ISBN No. Guayaquil - Ecuador

Montubio, plumilla de Ángel Villavicencio, tomada del libro ‘Pólvora sobre la yerba’, de Wadía Lauando.


Sergio Cedeño Amador, Alejandro Guerra Cáceres, Wilman Ordóñez Iturralde y Germán Arteta Vargas

Antología de la

Literatura

Montubia 2010


Deuda cultural

Las páginas que se leerán nos acostumbran, más todavía, a una tarea encantadora que es contribuir al pago de la deuda cultural que los ecuatorianos tenemos que cancelar a la patria. Esta loable costumbre la debemos a Germán Arteta Vargas, quien en sus anteriores ediciones nos reconcilió con aspectos vitales de la realidad nacional, aquellos que tienen que ver con el alma de los hechos históricos, con la verdadera vida de nuestra naturaleza (flora y fauna) y con elementos casi perdidos de la sociología ecuatoriana. Sin aspavientos, todo este conjunto de publicaciones estructura un compendio de amena lectura para recordar lo que está a punto de perderse en el transcurrir histórico. O para conocer aquello que el polvo del tiempo pareció empañar o sepultar. En el caso actual, hermosos destellos de la vida montubia captados por la intuición del arte y por la fluidez de prosas magistrales conoceremos como producto de la paciencia y la validez intelectual de Germán Arteta Vargas y otros valores de nuestro medio. No olvidemos que Arteta es, ante todo, un educador. Por esto, pasar de la pedagogía a la literatura y a la sociología es un natural y ágil proceso que en la columna periodística se constituye en un mentís rotundo de la mediocridad o pobreza del pensamiento. La comunicación social de Arteta Vargas es eminentemente educativa. Por lo tanto, formativa para la estética y el bien social. Los lectores son los beneficiados. Los lectores y el pueblo en general, ya que amplias capas sociales acuden al diario vocero periodístico para conocer, opinar, disfrutar y ser mejores una vez asimilada la lectura. 4

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El inmenso ámbito montubio en este trabajo de Arteta y otros valiosos investigadores se acercará a nosotros con la cualidad única del arte a través de la selección que ha nacido antológica gracias a la paciencia y al conocimiento detallado del editor y colaboradores de esta publicación. Y, también, gracias al aporte de valores nuestros, expertos en folclor, como Wilman Ordóñez Iturralde, Alejandro Guerra Cáceres, Sergio Cedeño Amador, entre otros conocedores del dibujo, la pintura, la historia y sociología montubias. De esta manera, toda una corriente de especialidad analítica el lector aprovechará a medida que pase las páginas de esta edición. Así, con un deleite altamente espiritual, el poder de convocatoria de Arteta, Ordóñez, Guerra y Cedeño nos une. Para contribuir, en buena hora, al pago de la gran deuda cultural que tenemos para con nuestra región avanzando ya el siglo XXI. Entonces, que mis palabras sean de bienvenida y aplauso para esta tarea que perenniza el libro con el valor de la emoción que acompaña a la antología de perfiles y definiciones, que la literatura ecuatoriana tenía desperdigados con el tema montubio.

Dr. Ignacio Carvallo Castillo Octubre, 2009 Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

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Due帽o del oro verde, 贸leo, Jaime Villa.


LA ASOCIACIÓN REGIONAL DEL MONTUVIO (historia, tradición y poesía)

Alejandro Guerra Cáceres

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esde 1926 se empezó a celebrar en Guayaquil el Día del Montuvio, por iniciativa de Rodrigo Chávez González (1). Esta celebración, llamada Fiesta Regional del Montuvio, se instituyó mediante Acuerdo del Concejo Cantonal de Guayaquil (2). Se trataba de rendir homenaje a la “raza montuvia” del Litoral ecuatoriano. La Asociación Regional del Montuvio fue la contradicción del Comité de la Raza, organización encargada en Guayaquil de la celebración del Día de la Raza. El festejo del Día de la Raza tiene su historia. Sus antecedentes provienen de España. El directorio de la Unión Ibero Americana de Madrid, el 12 de octubre de 1914, con motivo del aniversario del descubrimiento de América, resolvió promover en América Latina la celebración del Día de la Raza. Don Pedro Maspons y Camarasa, representante de Unión Ibero Americana de Madrid en Guayaquil, empezó a promover la Fiesta o Día de la Raza. A la campaña del proyecto se incorporó la colonia española y se organizó el Comité de la Raza. El 11 de octubre de 1915 el presidente Leonidas Plaza Gutiérrez, mediante decreto, declaró Fiesta Cívica Nacional el 12 de octubre de cada año (3). En el mismo año se instituyó oficialmente la celebración del Día del Trabajo. La celebración del Día de la Raza no estuvo consagrada al mestizo, ni al indio ni al negro nacional. Fue una celebración en homenaje a la “madre patria”, a la “raza española” y a los protagonistas del descubrimiento y la conquista española. El Comité de la Raza, en sus estatutos (4), proclamó la necesidad de exaltar los “méritos de la obra de España en América. El Comité de la Raza, en Guayaquil, creó la tradición de elogiar a la “raza española” en escuelas y colegios, en periódicos y revistas. Además, se creó un concurso literario con motivo del Día de la Raza. En esta época se escribió y publicó una gran variedad de poesía en homenaje a España (5). La celebración del Día de la Raza tenía características singulares. En el festejo de 1926 se cantaron el Himno Nacional del Ecuador y la Marcha Real Española, con la asistencia del Cuerpo Consular y de los miembros de la burguesía comercial, industrial y bancaria de Guayaquil. En 1933 la escritora Rosa Borja de Icaza fue designada Madrina de la Bandera de la Raza y la damita América Carmela Reinhardt fue proclamada Señorita América por el poeta Francisco Falquez Ampuero (6). Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

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El Comité de 1a Raza y la Asociación Regional del Montuvio fueron un reflejo del espíritu de la burguesía guayaquileña. Estas instituciones crearon la tradición cultural de promover el elogio a la “madre patria” y a la “raza española”; y en forma paralela de elogiar a la “raza montuvia”. Además, este es el antecedente histórico de la poesía dedicada a los conquistadores, y por otro lado, a la “raza montuvia”. Hasta la fecha no se conoce una celebración dedicada a exaltar los valores del mestizo nacional. II El día del montuvio se celebró por primera vez en Guayaquil, por iniciativa de Rodrigo Chávez González (Rodrigo de Triana), el 12 de octubre de 1926 (7). En el Estadio Municipal, ante más de 8.000 personas, se realizó la declaratoria oficial del Día del Montuvio (8). En 1927 don Honorio Santisteban, industrial, comerciante, agricultor y después presidente de la Asociación, lanzó el proyecto de organizar la Asociación Regional del Montuvio con características similares a la Asociación Regional de Charros de México (9). La Asociación Regional del Montuvio se fundó oficialmente el 25 de junio de 1926 (10), con el respaldo de la Asociación de Ganaderos del Litoral, presidida por Honorio Santisteban. En sus estatutos, aprobados mediante acuerdo ejecutivo el 12 de agosto de 1933, se afirma que el objetivo de la institución es promover el progreso del montuvio. Veamos: Laborar por el surgimiento de la raza criolla de nuestros campos del Litoral (...); propender a la mejora social y económica del montuvio; abrir campaña en pro de la instrucción rural, trabajar por establecer en las capitales de provincias y cantones de importancia hospitales para campesinos, (…); y todo lo que signifique robustecimiento y beneficio para la raza que labora la positiva riqueza nacional. En otra parte de sus estatutos se refiere a la celebración del Día del Montuvio. Allí se dice: Celebrar anualmente en la ciudad de Guayaquil los festivales típicos del montuvio en el día de la raza. (12 de octubre), como homenaje hispanoamericanista al día en que se fusionaron las razas y como exposición costumbrista de carácter vernacular, demostración de la habilidad, valor, destreza, vena musical y poética del campesino de la región Litoral del Ecuador, conservando así sus tradiciones como un timbre de orgullo y personalidad con que se caracterizan las razas a través de los tiempos y edades. El lema de la Asociación Regional del Montuvio fue “Por el Litoral y por su Raza”. Sus símbolos como el escudo, el estandarte y la bandera fueron los mismos que adoptó el Antiguo Estado de Guayaquil, cambiando solo el lema por el de la Asociación La Asociación Regional del Montuvio creó la tradición de la Criolla Bonita, elegida en honor al Día del Montuvio, el 9 de octubre de cada año. Desde 1926 fueron Criolla Bonita las damitas de la alta sociedad guayaquileña. Entre otras citamos a las siguientes: 1. 2. 8

Rosario Rugel, 1926 María Matilde Márquez de la Plata, 1927 Antología de la literatura montubia


3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10.

Norma Carmigniani, 1928 Eva Acuña, 1929 Isabel María Toro Segarra, 1930 Rosita Farizane, 1935 Maruja Barriga Plaza, 1936 Elsa Avellán Baquerizo, 1937 Margota Aguilar Parducci, 1938 Nelly Raymond Falquez, 1942

En 1934, el directorio de la Asociación Regional del Montuvio estuvo formada por las personalidades que citamos:

Rodolfo Baquerizo Moreno, presidente Víctor Manuel Janer, vicepresidente Alberto Enrique Cevallos, tesorero Enrique Cabanilla Cevallos, síndico Modesto Chávez Franco, síndico Julio Bolívar Jalón, secretario Eduardo Morán S., pro-secretario

Como vocales principales figuraban Ricardo Palacios M., Enrique Jaramillo A., Nelson Mateus, Enrique Sotomayor D., Pedro E. Campuzano, Obdulio Velarde M., y Alberto Navarrete. Y como vocales suplentes estaban Pedro Pablo Baquerizo G., Enrique Facciani, Tomás Fernando Casal, Próspero Ferretti, Enrique V. Pareja C., Rosendo Parra y Jorge Pérez Concha. Los demás miembros del directorio fueron Rodrigo Chávez González, jefe de propaganda y delegado ante la Prensa; doctor Armando Pareja Coronel, médico; doctor José Ala-Vedra Tama, médico; y Jacinto Aspiazu Peralta, Ubaldo Guerrero, Sergio León Aspiazu, Joaquín Burgos Loor y Jacinto Medina Morales como jefes de campo. La Asociación Regional del Montuvio estuvo formada por socios activos, correspondientes y honorarios. En 1937 fue presidente Nelson Mateus y en 1942, el doctor Alfonso Arzube Villamil. III La celebración del Día del Montuvio tuvo un carácter popular. En 1926 hubo desfiles y espectáculos en el American Park. La damita Rosario Rugel fue proclamada Criolla Bonita por Jerónimo Avilés Aguirre, miembro del Comité de la Fiesta Regional del Montuvio (11). El 12 de octubre de 1927, Día del Montuvio, desfiló a caballo por la avenida Nueve de Octubre un grupo de jóvenes vestidas con el traje tradicional del montuvio y simulando en el dialecto el habla del campesino del Litoral ecuatoriano (12). También se realizaron la exhibición del tradicional Corso de Flores (costumbre española), la corrida de toros, la elección de la Madrina Criolla, y el Concurso Literario promovido por la revista Savia, y la entrega de premios a José Vicente Blacio Flor Pazmiño, autor de una partitura montubia para piano, y a Germán Lince Sotomayor, por representar el papel Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

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de montuvio en El Primo de Baba, obra de Rodrigo Chávez González, estrenada en el Teatro Edén por la Compañía Guayaquil. Además colocó la primera piedra del Monumento al Montuvio. La celebración del Día del Montuvio y la Asociación Regional del Montuvio se hizo popular, por la participación del pueblo, en varias provincias del Litoral. En los periódicos de Guayaquil se difundían los eventos realizados en las provincias de Manabí y Los Ríos. En la revista Ocaña Film, en la Página Criolla, se publicaba el retrato del general César Augusto Sandino, patriota nicaragüense. El 10 de noviembre de 1928, en Guayaquil, salió el primer número del semanario El Montuvio, editado por Emilio Juvenal Murillo. En sus páginas se popularizaban las costumbres montuvias, se publicaban crónicas de Rodrigo Chávez González y se reseñaban los acontecimientos de la fiesta del montuvio realizada en Colimes, Vinces, Bahía de Caráquez y Santa Lucía. En sus páginas también se publicó el retrato de Fanny Becerra, Criolla Bonita de Milagro. Después, el periódico El Montuvio se convirtió en el órgano oficial de la Asociación Regional del Montuvio. En la edición de noviembre de 1950 salió una crónica sobre Isabel María Toro Segarra, Madrina Criolla, la poesía El Montuvio de Nela Martínez, noticias bibliográficas sobre “literatura montuvia”, y un comentario sobre Jorge Pérez. Concha, secretario de la Madrina Criolla y miembro del directorio de la Asociación Regional del Montuvio (13). El concurso de Madrina Criolla del Litoral consagró para la historia los nombres de varias damitas guayaquileñas. En 1934, en Vinces fue elegida Mercedes Falquez Ugarte, Señorita Campirana. Su retrato salió en la portada de la revista Semana Gráfica. En 1936, en la citada revista también salió el retrato de Maruja Plaza Barriga, Criolla Bonita del Litoral, acompañada de Federico Páez, jefe Supremo de la República (14). En 1937, en los primeros días de octubre, la Asociación Regional del Montuvio, en una velada realizada en el Teatro Edén, presentó a las candidatas Ketty Neira Müller, Elsa Avellán Baquerizo, Dioselinda Falconí Celí, Gregoria Cevallos Müller, Eugenia Calderón Pérez, Hilda Salazar Roldós, Margoth Aguilar Parducci, Sara Icaza Núñez, para la elección de Criolla Bonita del Litoral. El jurado, formado por Jorge Pincay Coronel, Enrique Pacciani y Francisco Norbona, eligió a Elsa Avellán Baquerizo como Criolla Bonita (15), dignidad que siempre se otorgó a las damitas que pertenecían a las familias con poder económico, social y político de Guayaquil. Las mujeres montuvias del Litoral no participaban en el concurso de Criolla Bonita. La celebración del Día del Montuvio, organizada por la Asociación Regional del Montuvio, dejó grandes recuerdos en la vida social y cultural de la ciudad. Fue una tradición que se mantuvo desde 1926 hasta la década del cuarenta del siglo XX. Sus jornadas culturales pertenecen a la historia. IV En 1926, en Guayaquil, se empezó a publicar poesías en homenaje al montuvio. En este año, con motivo de la primera celebración del Día del Montuvio, Luis C. Cabezas E. publicó su poema titulado Al Montuvio (16). 10

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En 1927, el Comité de la Fiesta Regional del Montuvio, a través de la revista Savia, convocó al primer concurso de poesía sobre el montuvio. El jurado, integrado por Pablo Hanníbal Vela, Remigio Romero y Cordero, y Leopoldo Benites Vinueza, declaró triunfadores a los poetas Hugo Mayo (Agapito de Baba), María Luisa Lecaro Pinto (Tatá Fecit) y Enrique Avellán Ferrés (Vaquero de Far West). El 12 de octubre, en el Estadio Municipal, Hugo Mayo recibió el premio Honorio Santisteban (Montura de Oro) y recitó su poesía premiada, Canto al Montuvio. En el concurso de la revista literaria Savia también participaron los poetas Jorge Pérez Concha, Rodrigo Chávez González, Gonzalo Llona, Miguel Ángel Fernández Córdova (17), con el seudónimo de Guatuco Kara, y Alfonso Ruiz de Grijalba, entre otros. Este último fue un personaje singular. Su nombre completo fue Alfonso Ruiz de Grijalba y López de Falcón, aristócrata con título de marqués, nacido en España en 1876 y radicado en Guayaquil. Fue propietario de la hacienda La Isla, ubicada en la parroquia Isla de Bejucal, del cantón Baba. El Marqués de Grijalba era gran cacao del Litoral, tenía su domicilio en el Hotel Astoria, situado en la calle Boyacá y. Nueve de Octubre. Fue miembro del Club de la Unión. En 1937 fue redactor del periódico Nueva España. En sus páginas publicó varios artículos y diversas poesías. En enero de 1938 salió Los dos Romanceros, poesía dedicada al general Francisco Franco (18). En octubre de 1928 fue elegida Criolla Bonita del Litoral la damita Norma Carmigniani. En su honor el poeta Enrique Gil Gilbert, con el seudónimo de Max-Bert, publicó estos versos (19). De envidia rugió la selva… El algarrobo inclinóse a tu paso avergonzado, no por cortedad, sino enamorado de tu criolla belleza, que conserva el vigor de la raza que se había olvidado. En tu cuerpo el mangle inmenso contempló la esbeltez de su alto tallo, su elasticidad te dio el bejuco y en amor reverente sazonaron los frutos del papagayo. Con alegría en tus rojos labios la pitahaya su frescura descubrió, y el pechiche, simulando desagravios, festejó con la miel de sus resabios el paisaje que natura te brindó. En 1928, la Asociación Regional del Montuvio encargó a la revista Ocaña Film el concurso de poesía sobre el montuvio (20). El jurado, entre 14 participantes, otorgó el primer premio a la poesía Perspectivas del Trópico, de Telmo N. Vaca. El segundo premio, por sorteo entre Enrique Avellán Ferrés y Hugo Mayo, fue entregado al primero (21). Hugo Mayo participó con su poesía Exaltación del Montuvio (22), publicada muchos años después con el título Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

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Loa al Montuvio. El poeta Rafael Blacio Flor intervino en el concurso con su poema ¡Salve!, dedicado a Norma Carmigniani. En el mismo año el artista Segundo Espinel triunfó en el Concurso de Afiches sobre el tema del montuvio, organizado por la Asociación Regional del Montuvio y auspiciado por la revista Ocaña Film. El Jurado estuvo formado por Francisco Nugué, Antonio Bellolio y Enrique Martínez Serrano. En la revista se publicaron una crónica y una gráfica sobre la famosa Banda del Mate, y el boceto del Monumento al Montuvio, de cartón y piedra, obra del artista Francisco Nugué (23). La revista Ocaña Film empezó a circular en noviembre de 1927, dirigida por Rafael Blacio Flor, Rodrigo Chávez Gonzáles, y Manuel Ocaña Larraín, como gerente, director artístico y fotográfico. Esta revista, ilustrada con dibujos de Segundo Espinel, Antonio Bellolio y Miguel Ángel Gómez, publicó la s secciones Página Criolla y Página Literaria, en las cuales salían noticias, crónicas y poesías relacionadas con la Fiesta Regional del Montuvio. En 1929, la Asociación Regional del Montuvio nombró a Modesto Chávez Franco, José Antonio Falconí Villagómez y Adolfo H. Simmonds como miembros del jurado calificador del concurso poético en homenaje al montuvio. En esta convocatoria participaron poetas de diferentes provincias del Litoral. El jurado entregó el primer premio a María Piedad Castillo de Leví (Amancay), por su poesía El Poema del Montuvio, y el segundo premio a Joaquín Gallegos Lara (Ugolino della Cherardesca), por su poesía Los Montuvios (24). En esta poesía aparecen los tercetos que citamos: Porque se va el montuvio. Los hombres ya no son los mismos. Ha cambiado el viejo corazón de la raza morena enemiga del blanco. La vitrola en el monte apaga el amorfino. Tal un aguaje largo los arrastra el destino. Los montuvios se van pa’abajo der barranco! Estos versos puso Gallegos Lara en la página inicial del libro Los fue se van (cuentos del cholo y del montuvio), editado en 1930. La poesía Los Montuvios, se volvió a publicar en 1935 con el título Canto al Montuvio (25). En agosto de 1930, la Asociación Regional del Montuvio y la revista literaria Páginas Selectas empezaron a promover el Gran Concurso Vernáculo Montuvio de Poesía sobre el tema El Montuvio (26). En 1931 fue premiada por la Asociación la poesía Matapalo, de Francisco Huerta Rendón (Huancavilca). El poema con una hermosa ilustración de Virgilio Jaime Salinas se publicó en la revista literaria Semana Gráfica de Guayaquil (27). La poesía Matapalo es una bella exaltación al matapalo, árbol mítico del pueblo montuvio. El escritor José de la Cuadra, en su obra Los Sangurimas, lo describe con el título Teoría del Matapalo. En 1933 se publicó un poema de lamento y protesta. Se trata de La Plegaria del Viejo Guayacán, fechado en 1932, de Virgilio Rendón Villamar (28). En sus versos se queja por las costumbres y tradiciones “campiranas” que se pierden en los pueblos montuvios: “Hoy/ el 12

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tango, el fox-trot,/ con su lenguaje argot,/ estrangula el destino/ de nuestros amorfinos”. En realidad, la penetración cultural norteamericana fue agresiva a través del fonógrafo, la radio, el cinematógrafo y el jazz. Entre la multitud de poesías escritas y publicadas a través de los diferentes concursos poéticos de la Asociación Regional del Montuvio, merecen destacarse por su belleza literaria las poesías de Hugo Mayo, Francisco Huerta Rendón y Joaquín Gallegos Lara. En esta época también publicaron poemas dedicados al montuvio Luis Alberto Lavayen Flores, periodista y escritor, Víctor Hugo Escala y Bettino Berrini. Este último fue industrial, y en 1920 fue uno de los accionistas del Banco la Previsora. Además fue articulista de los periódicos El Independiente y El Telégrafo usando los seudónimos Chicote, Líder, Tino Rimi, Max Línder y Bett Berr. En 1921 con Rubén Irigoyen, Enrique Segovia, Leopoldo Benites Vinueza y Aurora Estrada fue colaborador de la revista Mercurio, órgano de la Asociación de Empleadas de Guayaquil. La poesía guayaquileña dedicada al montuvio tuvo un carácter nativista y costumbrista. Fue escrita por poetas urbanos, por intelectuales sin raíz montubia. La poesía natural del hombre del campo es el amorfino. En la época de la Asociación Regional del Montuvio también se publicó poesía de “denuncia y protesta”. Fue escrita por intelectuales contestatarios. En 1920 Joaquín Gallegos Lara publicó La Señalada, poesía dedicada al montuvio y de contenido político. En 1930, en el periódico El Clamor, Nela Martínez con el seudónimo de Nelly Azur publicó El Montuvio, poema vanguardista. Por su carácter testimonial nosotros lo rescatamos para la historia. Veamos (29): Serpentina del sol hombre del Ande en las costas niñasdonde salen las redes del agua a pescar luceros. Afiche -guardador Thuantinsuyote has ceñido el arco del iris en el poncho, bandera de ocasos sobre los limbos del mar. El mensaje submarino de las ondas escapado de los barcos viajeros con rumbos de esperanza te lacta de altiveces. Fuego! Fuego! Fuego! Las playas encendidas y el sol de mediodía de bruces sobre ti. El sol -disco del cosmosque cada día anuncia tu reivindicación. Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

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En 1932, Miguel Aspiazu Carbo escribió La Leyenda del Matapalo, fechado en la hacienda Santa Lucía. El autor cuenta en su poesía la historia de un sacerdote que abandona la sotana y la Iglesia por el amor de una viuda. Se trata de una leyenda popular y de ambiente montuvio. En 1937, Gallegos Lara publicó Romances de la Rural. Esta poesía, en cinco cantos, es una equivalencia al Romance de la Guardia Civil de Federico García Lorca. El poeta en verso popular denunció la represión contra el pueblo montuvio. Se lanzó en el poema a desacreditar a la policía rural y al terrateniente, narrando una historia de sangre y fuego en el paisaje montuvio. En 1935 había publicado Nela Martínez su poesía Canción del Montuvio, de contenido revolucionario, y dedicada “Al Concejo Central de los Sindicatos del Milagro” (30). En 1955, el escritor Miguel Donoso Pareja publicó Montuvio (31), poema de raíz costumbrista. Y en octubre de 1957, Alejandro Velasco Mejía participó con el seudónimo El Ahijao Guayaco en el concurso poético organizado por la Asociación de Ganaderos del Litoral. El jurado, por su poesía Canto al Montuvio, le otorgó el primer premio (32). La poesía guayaquileña dedicada al montuvio es el reflejo de una época, y también es el testimonio político y social de sus exponentes. José de la Cuadra, quien escribió páginas brillantes sobre el pueblo campesino del Litoral, legó a las nuevas generaciones esta verdad incuestionable: “Nadie negará que para la literatura revolucionaria no es indispensable el montuvio. La literatura revolucionaria puede existir sin el montuvio. Lo que ocurre es lo contrario: que el montuvio no puede vivir, literariamente, fuera de la literatura revolucionaria” (33). En realidad, la vida del pueblo montuvio adquirió trascendencia sociológica e histórica a través de la obra literaria del Grupo de Guayaquil.

Citas 1. El Telégrafo, Guayaquil, 14 de octubre de 1926. Pág. 1. 2. El Telégrafo, Guayaquil, 14 de octubre de 1926. Pág. 1. 3. El Comité de la Raza (1924-1934). Documento, Tipografía y Litografía de la Sociedad Filantrópica del Guayas, 1934. 4. Los Estatutos del Comité de la Raza fueron aprobados por el Ministerio de Previsión Social y Trabajo, en 1933. 5. En octubre de 1928, el Comité de la Raza, en el Concurso Literario, premió a varios intelectuales. Aurora Estrada fue proclamada Reina del Verso y recibió la presea Flor Natural por su poesía España y América, y Berta Cedeño, Reina de la Prosa, por su composición literaria España y América. El Comité también entregó una mención de honor a Colombia Tama por su poesía España, y a Teresa Ala-Vedra y Tama por su poema Ecuador y España. 6. Revista Literaria Semana Gráfica. Guayaquil, octubre de 1933. No. 125. Pág. 5.

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7. 8. 9. 10. 11. 12. 13.

El Telégrafo. Guayaquil, 14 de octubre de 1926. Pág. 1 El Telégrafo. Guayaquil, 14 de octubre de 1926. Pág. 8. Revista Ocaña Film. Guayaquil, diciembre de 1927. No. 2. Pág. 81. Estatutos de la Asociación Regional del Montuvio, Imprenta Janer. Guayaquil, 1934. Pág. 5. El Telégrafo. Guayaquil, 18 de octubre de 1926. Pág. 7 Revista Ocaña Film. Guayaquil, diciembre de 1927. No. 2. Pág. 81. El Montuvio, órgano de la Asociación Regional del Montuvio. Guayaquil, 9 de noviembre de 1930. Año II. No. 4. Págs. 1 y 3. 14. Revista Literaria Semana Gráfica. Guayaquil, 9 de octubre de 1937. No. 329. Pág. 20. 15. El Telégrafo. Guayaquil, 17 de octubre de 1938. Pág. 2 16. El Telégrafo. Guayaquil, 12 de octubre de 1926. Pág. 8. 17. Miguel Ángel Fernández Córdova, escritor, periodista, poeta y Sargento Mayor del Ejército en 1912. En 1904 publicaba su poesía en la revista Albores Literarios, editada en Quito. En 1912, en San José de Costa Rica, publicó su libro de poesías Flores Rojas, en 121 páginas. En agosto de 1916 salieron sus poemas en El Criterio Público, periódico de Portoviejo. En abril de 1919 publicaba su poesía, del libro inédito Gliptico, en la revista Álbum Social de Guayaquil. En este año, en la misma ciudad, publica Cerebro y Corazón, con 500 sonetos, en 500 páginas, en la Imprenta Mercantil. En 1922 fue redactor, con los seudónimos Quasimodo y Sargento, de El Fuete, periódico de Guayaquil. En 1934 publicaba su obra lírica en la Página Literaria de La Pólvora, periódico socialista, editado en Quito. 18. Nueva España, periódico. Guayaquil, 31 de enero de 1938. No. 10. Pág. 19. El Marqués de Grijalba, el mismo año, publicó el poemario Los Dos Romanceros, en 78 páginas. Además fue autor del opúsculo Por Tierras Colombianas. 19. Revista Ocaña Film. Guayaquil, septiembre-octubre de 1928. No. 8-9. Pág. 247. 20. El Telégrafo. Guayaquil, 22 de octubre de 1928. Pág. 10. 21. Revista literaria Savia. Guayaquil, octubre de 1928. No. 56. 22. Revista Ecuador Ilustrado. Guayaquil, agosto de 1932. No. 46. Pág. 12. 23. Revista Ocaña Film. Guayaquil, septiembre-octubre de 1928. No. 8-9. Pág. 239, 265. 24. El Telégrafo. Guayaquil, 9 de octubre de 1929. Pág. 7. 25. Revista literaria Semana Gráfica. Guayaquil, 7 de octubre de 1933. No. 123. Pág. 7. 26. Revista Páginas Selectas. Guayaquil, agosto de 1930. No. 65. 27. Revista literaria Semana Gráfica. Guayaquil, 9 de enero de 1932. No. 32. Pág. 7. 28. Revista Literaria Semana Gráfica. Guayaquil, enero de 1933. No. 86. Pág. 7 29. El Clamor, periódico. Guayaquil, 15 de diciembre de 1930. No. 3. Pág. 6. 30. En 1930 empezó a circular el periódico de orientación doctrinaria El Montuvio, órgano del Concejo Central de los Sindicatos de Agricultores y Obreros Rurales de Milagro. 31. Revista literaria Cuadernos del Guayas, órgano de la Casa de la Cultura, Núcleo del Guayas. Guayaquil, abril de 1955. No. 10. Pág. 170. 32. El Universo, periódico. Guayaquil, 13 de octubre de 1957. Pág. 2. 33. La celebración del Día del Montuvio y la Asociación Regional del Montuvio fue criticada y combatida por los sectores de vanguardia de su tiempo. El propio Rodrigo Chávez González lo reconoció en su corto ensayo Estudios de Idiosincrasia Regional (publicado en 1934), en el cual se queja, amargamente, de las críticas de los intelectuales de su época. Uno de los críticos más severos fue José de la Cuadra. En su obra El Montuvio Ecuatoriano dice: “Guayaquil -la capital montuvia- ha establecido fiestas anuales a las que han bautizado de fiestas montuvias. Desde el agro se trae a la soga unos cuantos hombres palúdicos, vestidos caricaturescamente como gauchos, como rotos, como pelados, como se le antoja al patrón remitente, y se los exhibe al público ludibrio en cualquier escenario de teatro. Se busca una muchacha guapa y se le elige para Madrina, haciéndole presidir el irritante espectáculo. / Por supuesto, en las fiestas se percibe una no declarada intención fascitizante, por ventura ya denunciada”. Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

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Paisaje coste帽o, 贸leo, Roura Oxandaberro



No se van No se van los montuvios, viven en el ribazo y esconden sus cabañas entre el verde manglar; son ágiles, cobrizos, galopan como el viento y tienen las salvajes altiveces del mar. No son ellos los hombres que en la ciudad se pierden y el cabaret adoran y trasegan alcohol, esos son los bastardos; el montuvio es ingenuo, idolatra a su chola y se embriaga de sol. ¡Oh, el encanto de ir por la sabana inmensa en el caballo chúcaro que no quiere seguir guiado por la mano firme, segura y fuerte, oyendo a la distancia del ganado el mugir; y sentir la caricia del viento áspera y ruda... ser de la enorme pampa el nativo señor! ¡Oh, montuvio! ¿Qué saben en la ciudad mezquina de tu hosco poderío de hombre dominador? Allá creen que mueres, que se extingue tu raza, como si se extinguiese la selva secular porque el rayo, rompiendo troncos secos y añosos, en su maraña hirsuta lograse penetrar. Tú eres toda la costa sencilla y fervorosa; el amorfino encierra tus promesas de amor, el caimán es tu amigo, la serpiente tu aliada, y para ti se ponen los pechiches en flor. ¿Qué saben de tu vida pintoresca y activa los que persiguen solo del dinero el fulgir, los que tienen las almas cansadas y vencidas y no saben de luchas por el pan conseguir? ¿Quién conoce tu espíritu? Lo sabe el sol fulgente que en tus espaldas arde y enciende tu razón, lo saben las auroras en el río y las tardes en que la luna es hostia y el silencio oración. No te vas. Es inútil que tu derrota auguren los que solo fracasos supieron cosechar, en todos los crepúsculos hay miradas de estrellas y el Guayas majestuoso corre siempre hacia el mar. 18

Antología de la literatura montubia


No te irás mientras haya bosques impenetrables donde los pumas lancen su estridente rugir, mientras se abran orquídeas misteriosas y puras sobre el cielo infinito de un extraño zafir. No morirás, que alientas en toda la natura, el cetro es tu machete de acerado fulgor; tu trono, las montañas de caprichosas formas, y son selvas y ríos tu reino encantador. No morirás; si un día tal cosa sucediera y hombres rubios tomaran estas tierras de sol, dejarán las mañanas de ser claras y frescas y perderán las tardes su dorado arrebol. No aromarán los campos a vainilla ni azahares, no habrá un hombre en la costa altanera y audaz, ni bocas que modulen alaridos de guerra y hasta la tierra misma nunca será feraz. No morirás, montuvio. Si tal cosa pasara, habrá llegado la hora del supremo dolor. Que los costeños caen, de cara al firmamento, libres... no sojuzgados por un conquistador. María Piedad Castillo de Leví (guayaquileña)

Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

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La señalada Son 10 chumbotes bravos en un corral de cañas, con una horqueta de pechiche en medio que tiene lascaduras como viejas cicatrices; y 6 peones montuvios montados en 6 potros, agitando 2 betas ensebadas que rayan el día con zumbidos anunciando la señalada. Una nube de polvo levanta su ala de garza y un gran fragor de cascos pasa por el ramaje de las secas. Trincados, como el hombre por la vida, el hierro les corta las orejas y les pone en el anca; una letra candente, señalero de las disparadas de la sabana. Y los chumbotes llevan la señal en el anca y fuerte corno el puro, a través del sudor, los montuvios peones del blanco sienten la señalada suya sin corral y sin betas en el alma. José Joaquín Gallegos Lara (guayaquileño)

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Canto al montuvio

Serenata montubia, óleo, Luis Peñaherrera Bermeo

Segundo premio en concurso literario de la Asociación de Ganaderos del Litoral, tema: “Canto al Montuvio”

¡Despertar del día! ¡Despertar del día! Ya vuelca sus himnos de luz la mañana, y al son orquestal de frondas y trinos se apresta a la faena el hombre del campo, el hombre montuvio del trópico nuestro. Henchido su pecho de toda esperanza, se va como un río desbordado, por mangas, canteros y dehesas, por huertas, desmontes y vegas, su paso fecunda la fértil entraña del agro. Y luego resuena en la selva un sordo concierto de voces agrarias: e1 canto vibrante del hacha que tala y el caer de los robles enhiestos y recios, Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

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el eco jadeante del hombre que brega retumba en sabanas, barrancos y esteros; eleva el desmonte su ofrenda de espigas al cielo, ofrecen las huertas mazorcas doradas y los cafetales rubicundos granos. Un canto de vida germinan las grávidas siembras. Yo canto, yo canto al hombre esforzado que labra los campos y arranca prodigios de fruto a la tierra; al dueño y señor de los bosques que sabe el lenguaje que vibra en la jungla, que canta amorfinos y potros domeña, que sabe los signos secretos de todas las sendas y el trillo en la huerta. Yo canto, yo canto la ruda pujanza del montuvio nuestro. Su vida azarosa peligros sortea, pero él al destino jamás se doblega; su brazo es la fuerza que da la riqueza que anima los pueblos, que anima los puertos; aunque es de otros hombres la ubérrima tierra. Yo canto, yo canto al hombre que deja su vida en el agro y tiene tan solo por toda querencia su poncho y machete, su pobre bohío, su potro cerrero, su canoa y su perro. Que todo en su loa pregona su esfuerzo, con cantos de aromas las frondas floridas, con cantos de frutos copiosas cosechas; y canta el estero su canto de aguajes, y cantan los ríos, y cantan las garzas su lánguida albura de vuelos; y se une al concierto de frondas y trinos, desmontes y huertas, que entonan su loa al montuvio nuestro, mi canto fraterno.

Guillermo Valarezo Junco (riosense) Juglar provinciano, 1957

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El montuvio Montuvio. Armonioso himno campero. Estás hecho con rayos de sol, con perfume de rocío del potrero y con sones de guitarra y vapores de alcohol. El crepúsculo te pone triste porque se te clava en el alma como una saeta policroma que atraviesa todos tus secretos desgarrando tu corazón complejo; y entonces cantas, en tu casa de campo, cantas coplas con la guitarra de bravos arpegios sentimentales ‘amorfinos’. Tu cerebro está congestionado de tradiciones rancias y extrañas, que cuando el aguardiente te alucina las hace surgir ante tu vista con enorme prestigio de grandeza. Montuvio. En el potrero eres un as de ases que corta aire con círculos de su lazo como corta arbustos con su machete. Montuvio. Eres el símbolo fornido de una raza futura que poblará los modernos campos de la América joven. Enrique Avellán Ferrés (guayaquileño) Octubre 4 de 1918

Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

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Niño montubio, óleo, Luis Peñaherrera Bermeo.


El montuvio A Gerardo Gallegos, alma múltiple

Crines al viento que figuran interrogantes banderas encajes de espumas a flor de belfos pezuñas de cacho que arrancan estrellas del seno de los guijarros plumeros de cerda que limpian las perchas del espacio cow-boy de petate constreñidos por arco iris de bayeta que abanican al sol con calor ampolletas de coraje que inoculan respeto -ojos de montuvioAlas de sangre al “gouache” que fingen enredaderas azules sobre el tostado pan de frentes montañeces

Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

rayos de cobre sobre bermejo poncho de pelea amorfinos que suenan desde el fondo de cornetines de cuero estrellas de plata que forjan sangrías prendidas en garras de fierro -pies del montuvioCaderas armoniosas De maderas salvajes -las guitarrasQue guardan en sus bocas Las penas de sus cuerdas María Luisa Lecaro Guayaquil 8-10-1927

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Domingo Poema que Humberto Mata dedica a Blanca Luz y a Alejandro

Domingo campestre la mañana izó su canto de canario y toda está amarilla y sonora la tierra fajina su canto ha hecho retirar la guarda violeta del alba entonan las espigas un himno de perfume de yemas nuevas el río singla su carrera verde y les dice secretos frescos a cien raíces bravas el árbol redobla en su campana de hojas y los frutos saben de la hora como de un picotazo anclas se han caído los brazos de la carreta mutilada Por sobre la cerca se alza el olor de la yeguada cimbreante el patio ha pasado mala noche y las piedras se humedecen en sueño circo la tienda se ha pegado a las perchas gitanas por los caminos suben y bajan pasos nostálgicos de fuerza se alegran las curvas de la carretera el muelle lleva la contabilidad de su avaricia y los peces se le van de las manos a la balsa Tambor enloquecido suncho de incendio La gallera sangra una revolución de gritos la guitarra se ha jumado y quiere beberse todavía todas las esperanzas los montes en parlamentos de promesas y una paz que se está de pies callada como en signo de interrogación Humberto Mata, 1927, quiteño 26

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Paisaje, óleo, Roura Oxandaberro.

Soledad del campo El silencio es criminal, suele matar inconsciente: el hombre que es liberal dice lo que su alma siente. ¿Pero dónde hay libertad? -¿en el trono, en el altar?... Y solo han de gobernar su propia voluntad.

Vivan siempre como reyes, yo no voy a la contraria. Pero formulen las leyes, que sean más humanitarias. Dios no hizo el mundo de golpe. ¿Por qué quieren superar? Querer todo acaparar, ese pensar es muy torpe.

Existe hoy la paradoja de que no hay Dios, ni religión. Y hacen lo que les antoja sin piedad, ni compasión. Pero hay vida universal, que es el principio criador; y todo se ha de pagar en este mundo traidor.

¿Quieren llamarse patriotas? Hagan la patria feliz; saquen el mal de raíz y siembren otras bellotas. Siembren la fraternidad y cultiven la sanción; la justicia y la razón dan frutos de caridad.

Consulten a la experiencia y verán los sufrimientos, los grandes remordimientos cuando acusa la conciencia.

Recuerden a los patriotas de la Santa Independencia, que de su noble conciencia nos legaron buenas notas.

Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

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Respeten, nobles señores, la Constitución sagrada, que hoy se encuentra deshonrada, y aumentarán los honores. Si el pobre es el engranaje de la máquina divina, pues ¿por qué se le extermina con ese arrojo salvaje? Todo el que explota la tierra queda del todo explotado, lánguido, demacrado... ¡Por Dios!, qué suerte tan perra. Un ciego de la injusticia: vivir del sudor ajeno. Como reptil de veneno es la maldita codicia. Todo ser ha de morir, y el globo no tiene dueño; digan cuál es el empeño de hacer al pobre sufrir. Si ven la cosa a mi modo, pues nadie es dueño de nada. Verdad que nada se acaba, la tierra es dueña de todo. Sigan prudentes y en calma el camino de la vida, que la hora mal invertida es el tormento del alma.

ni para qué la avaricia, si el hombre ve su codicia de sí se despreciaría. El hombre, imagen de Dios, atiende al menesteroso. Esto les vuelve dichosos en mancomún a los dos. Esto dice la experiencia, y no crean un desatino: la verdad se abre camino a la luz de la evidencia. Mi naturaleza inspira estos versos sin valor, y pues todo es del color del cristal con que se mira; el que sepa interpretar en estos versos escritos algo de bueno ha de hallar y de malo sus poquitos. Flavio Villegas Torres Limonar, cantón Daule

La felicidad, a mi ver, existe en el pensamiento; ser noble, vivir contento; ser rico, en su propio ser. Para qué la altanería, 28

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Montuvio Para el concurso literario de Savia

Mira a la cordillera… su tostado rostro de montaraz, de cobre-tierra, es una maldición para el nevado y una interrogación para la Sierra! ¡Sale huyendo, soberbio! del poblado por ladrón o asesino, perseguido, en ese atardecer casi esfumado, semejante a un ensueño diluido… y masculla, entre dientes, la amenaza, que es la eterna protesta de su raza contra la ley que de la altura viene: ¡Me ha robado mi honor… mi amor robado! Pero se olvida que enemigo tiene… No sabe del Montuvio encaprichado. II En la huerta, cercana del poblado, junto al barranco que acaricia el río, un serrano alguacil ensangrentado ha clavado su vista en el vacío. Lo contemplaba el montuvio, ensimismado, el machete en la diestra… así parece una interrogación que ante el callado recinto de la muerte comparece… Y masculla, entre dientes, la venganza, que fue un rayo de luz y de esperanza cuando huyendo salió de aquel poblado por la vil injusticia perseguido, en ese atardecer casi esfumado semejante a un ensueño diluído… Rodrigo Chávez González (Rodrigo de Triana) Guayaquil, octubre de 1927 Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

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El montuvio Para el concurso literario de Savia

Montuvio, que dedicas tus horas al cultivo de las fértiles tierras de tu amo, en tus pupilas guardas el secreto de aquellos campos pródigos que saben de los besos del sol sobre tu cuerpo. Los arbustos del bosque –tus amigos más buenos- se han contado mil historias secretas de los vientos que sacuden sus ramas temblorosas, y tu alma se ha formado al retumbar sonoro de los truenos y el dulce acompasar de la guitarra. Es por eso, montuvio, que tu espíritu tiene algo de heroico, y mucho –mucho más- de noble y bueno. Sigues las tradiciones de tus viejos abuelos, conservando la hamaca, la guitarra, el machete y la botella llena de aguardiente. Jorge Pérez Concha (guayaquileño)

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El montuvio Para el concurso literario de Savia

En un caballo alazán, de raza indígena pura, cruza el monte y la llanura con ímpetus de huracán. Buen cazador, gran jinete, viste calzón de balleta, llena el clásico machete, el bejuco y la escopeta. Tan diestro es en amansar al bravo potro serrero, como en disparar certero a un lagarto o a un jaguar. Y en las lides del querer sabe intrépido y ufano disputar, puñal en mano, el amor de una mujer. ¡Montuvio, por tu valor, por tu audacia soberana, te proclamo emperador de la Costa ecuatoriana! Alfonso Ruiz de Grijalba (Marqués de Grijalba) español residente en Guayaquil 1927

Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

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El montuvio Para el concurso literario de Savia

Ese gallardo mozo que en potro overo, por la sabana vuela, machete al cinto; es de damas humildes el caballero y también un devoto de San Jacinto. Y cruza de las selvas el laberinto y las mazorcas tumba, con brazo fiero, y a menudo aparece de sangre, tinto si un tigre se presenta por su sendero. Y una canción, exhala, conmovedora, por su dulce trigueña que tanto adora y su acento las fibras del alma agarra. Tiene un pecho candente, como el Vesubio; símbolo de otros tiempos, el fiel montuvio su amor inmortaliza con la guitarra. Gonzalo Llona (guayaquileño) 1927

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El montuvio Para el concurso literario de Savia

Júyele, júyele que lleva jierro y pelao lo lleva el jijo… macho y quien así se expresa es un muchacho mentao por mar nombre, pata e perro Es mocetón, jayán el testaferro, con barruntos o asomos de mostacho; mas he aquí su historia, que no es cacho, digna de ser contada cerro a cerro. Nació en la Costa de este continente y un día, sin saber por qué razón, tuvo etiqueta por er aguardiente. Guajiro, llanero, gaucho guaso se le dice al montuvio –ave de paso-, pero oíd una cosa: es corazón… Miguel Ángel Fernández Córdova (guayaquileño)

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En el monte, en la huerta y en el río El ceibo. Ceibo: rey de los montes, que tienes tantos años como hojas, eres hospitalario y paternal, eres la casa de la pareja primitiva, tu copa es techo cálido y tupido y a tus pies vas dejando cada invierno una nueva película de luna muelle, techo libre para un salvaje placer. ceibo: sexo erguido, de mi caliente, de mi fecunda tierra baja. Y el machete corta... relámpago cortador de monte lucha con las cien culebras de las bravas pitahayas; los penachos de plumas de cacique del plátano ceden como ante el viento; la estanquería de la caña se troncha bajo el triunfador, que en la mano morena del montuvio llena su rayo azul, relámpago cortador de monte. El lagarto. El lagarto, canoa vieja yéndose a pique; tronco garrasposo que desbarrancó el río; 34

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tapas de baúl, abre las fauces como si fuera a devorar la orilla o a tragarse el gran queso de la luna. Tiene la pereza de los grandes soles derretidos en los días largos sobre su concha; en sus ojos incoloros lleva disuelta turbiante el agua ploma de los esteros sucios, en los que van fermentos de ramajes podridos -esputos de un tuberculoso gigantescoy la eterna quietud de la arena mojada en los playones. Lagarto: secreción viva de la tembladera. Huerta. Casa del millón de insectos; encaje de raso verde en la ramazón alta; jerga amarilla de yute en la alfombra áspera. Ardillas cruzan por instante sus proyectiles; monos cuelgan sus frutos móviles de carne; culebras enroscan en los troncos sus pulseras; pájaros pintan el cielo, riman en el oído del monte. Joaquín Gallegos Lara (guayaquileño) 1928

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A la Madrina Criolla (Norma Carmigniani)

De envidia rugió la selva… El algarrobo inclinóse a tu paso avergonzado, no por cortedad, sino enamorado de tu criolla belleza, que conserva el vigor de la raza que se había olvidado. En tu cuerpo el mangle inmenso contempló la esbeltez de su alto cuello, su elasticidad te dio el bejuco y en amor reverente sazonaron los frutos del papayo. Con alegría en tus rojos labios la pitahaya su frescura descubrió, y el pechiche, simulando desagravios, festejó con la miel de sus resabios el paisaje que natura te brindó. Enrique Gil Gilbert (guayaquileño) 1928

Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

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Yo quiero Estilo montuvio

Quedo, muy quedito quiero tener con vos una conversa ayí bajo el argarrobo, en junto ar esterito que yeba en sus aguas mis gruesos lagrimones de tanto qu’e yorao. Ahí quiero cantalte lo que m’ enseñó er blanco que vino esa mañana. Yo quiero decilte un argo que tengo aquí en mi corasón… Quiero resalte como e mañanata mi mamá le resa a ese Dió que isen qu’e güeno así como vos... Quiero una cosa que solo vo sabes y vos lo comprendes. I quiero decirle que mucho ei yorao ayá muy solito 38

en junto a mi rosiyo po que isen la gente que yo so muy malo que ar “ñaruso” ei matao y quiero que vengas asi despasito como corre er río cuando e tá de quiebra. Quiero que tus ojos, que son muy negrísimo así como la pepa de guaba e machete me miran con bien. Que tus labiesitos que son coloraítos como seresa madura se rían pa mí. I quiero, por fin, quiero que me digas si es cielto mi niña, que si me querés.

Enrique Gil Gilbert (guayaquileño) 1928 Antología de la literatura montubia


Perspectivas del trópico Derrama sus cántaros de fuego el sol, bizarro, sobre la pampa, que alza sombrillas de palmera, mientras el mar azul hace brotar el barro la vestidura verde para la primavera! Ríos: brazos del mar, ovillan la cintura de concha de los trópicos. Diría brazos rubios o de color castaño, que ajustan la bravura indomable y rebelde del Dios de los montuvios! Y en la selva caliente crece el tigre pintado, que en el silencio ruge pleno de su fiereza… aros de las serpientes…; carreras de venado por los cañaverales! Y el dulce ritmo arpado del pájaro es el himno de la naturaleza. Selvas enmarañadas y pampas de palmeras; o ya huertos extensos ricos de sembradíos. Allá, la lejanía azul de las riberas; Sendas de las canoas, corren, acá, los ríos… El tipo de la raza criolla Y en la ribera, el monte; en la pampa y el huerto vive el hombre criollo; que es el rebelde efluvio de la raza nativa; de esta raza que ha muerto para los que no saben del valor del montuvio. Sobre cuatro pilares, aquel rancho de caña es su mejor palacio… Duerme en su ¡talanquera!; no importa la intemperie para su piel castaña ni a su cuerpo de bronce un colchón de madera. Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

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Ya sus chúcaros doma con un arte estratégico; o enlaza con su veta al toro bravo y fino… El montuvio es hermano del gran charro de México; del gaucho; y los rebeldes soldados de Sandino! Para sus dolencias, el “remedio casero”; para sus “juergas”, francas, amorfino y guitarra… su poncho es de colores; típico, su sombrero; y bien sujeta al cinto su fila cimitarra… Como el lagarto nada, en el vado, sereno; o en su larga canoa viaja siempre de apuro… Pero el criollo tiene semillas en su seno que habrán de dar sus frutos de luz en el futuro. Bajo las sandalias de San Pedro La sabana, en San Pedro, cada año está encantada… En el potro, que tiene rapidez de centauro, sale el montuvio nato, de la blusa aplanchada, del sombrero toquilla y de la tez tostada, cual si a la lucha fuera a conquistar un lauro. La guitarra, encintada, da su son armonioso y vuela el amorfino genial de la Chingana… El montuvio en su potro cuatro veces brioso clava las roncadoras y se abre a la sabana… Y quer cholo no bebe… y que la “compañera” ar compare den frente le estaba haciendo “guiño”. Allí se armó la “bronca”, la “bronca” sabanera del machete, que brilla como hoja de aluminio. El valor temerario es su gran distintivo; la agilidad felina, su condición mejor. Triunfar en la contienda es su lema nativo, triunfar siempre, gallardo, con fuerza y con valor! Ah, si se lograra modelar su energía; si encauzara un Sandino esa fuerza quimérica; con la raza criolla plena de rebeldía se mostraría al mundo la pujanza de América…

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Envío Yo sé de Huancavilca, el valeroso origen de estos hombres que pueblan las riberas del mar; por eso con mi verso saludo al aborigen que tiene alas de cóndor y garras de jaguar… En tu potro, montuvio, que triunfa en la cabriola, arrópate de fuerza y avanza hacia la cumbre que arriada en nuestra América la bandera española solo flamea el poncho que es pabellón de lumbre. Por eso, mansamente, al pie de la Madrina Criolla duerme el tigre, soñando hacer su caza… sus hojas de abanicos le da la palma fina; mientras el sol la besa en su rostro de ondina y se eleva, orgullo, como Himno de la Raza… Telmo N. Vaca (bolivarense) 1928

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Permita, compadre… Al poeta uruguayo, de versos gauchos Don Guillermo Cuadri

Permita, compadre, que yo meta er pico; perdone ar montuvio, ques mui imprudente… si ejtos cuartetos a ujté le dedico porque li apresio como intelijente. Yo soi de aquisito, dende Puebloviejo vengo arreculando pa meterme a gente; compro una cotona y un lindo aparejo como pa ajmayarse quien me ve errepente. Ahora ya de jutre, querido compadre, hágame el orsequio de asetar mi mano, que soi humirde o anque no le cuadre, o se lo garanto que soi guen cristiano… Leído sus versos gauchos –uruguayos he sentío lo grande su alma, ¡caracho!, como sabe un gaucho domar los cabayos! Como es er pampero de tejnejo i macho! Aquí los montuvios también semos güenos; i la pacharaca canta alegremente de nuestra esperanza en cielos serenos, en las madrugadas que vienen de Oriente…! pero ¡por esta!, que llegará er día que er montuvio llore con la Vidalita que ‘l Amorfino llene de alegría la hermosa tristeza de arguna gauchita! Que ‘l himno der Plata se cante en er Guayas el himno der Guayas se cante er Plata; que vengan los besos de las uruguayas envuertos en ñudos que naiden desata! Rodrigo Chávez González -Rodrigo de Triana(guayaquileño) 42

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Ă“leo de Leonardo Tejada.


Nos vamos agringando Muchachos de mi flor sin quererlo nos vamos agringando… Ya nadie tiene el corazón en la hacienda, como antaño, ni sale de serenata en las noches de luna, ni sabe tocar guitarra. En nuestras bocas mustias ya no florece el clavel rojo retinto del amorfino. Jugamos al fútbol, nos apasiona el box i en cambio, nos hemos olvidado de los deportes del campo, las carreras de caballos para las que bordaban las niñas de los pueblos, rosetas i cintas, los concursos de enlazado i de tiro i los que se suscitaban de machete i de canto de amorfino. Nos vamos agringando sin sentirlo… (no lo debía decir pero lo digo) Nuestra prietez montubia se va volviendo poco a poco rubia. El último machete romántico se ha oxidado de pena desde que lo dejaron olvidado después de la última revuelta. Abel Romeo Castillo (guayaquileño)

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Montuvio Serpentina de sol, hombre del Ande en las costas niñas, donde salen las redes del agua a pescar luceros. Afiche -guardador Tahuantinsuyote has ceñido el arco del iris en el poncho, bandera de ocasos sobre los limbos del mar. El mensaje submarino de las ondas escapado de los barcos viajeros con rumbos de esperanza te lacta de altiveces. ¡Fuego! ¡Fuego! ¡Fuego! Las playas encendidas y el sol de mediodía de bruces sobre ti. El sol -disco del cosmosque cada día anuncia tu reivindicación. Nela Martínez (Nelly Azur) (cañarense) 1930

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Escogedoras de caf茅, 贸leo, Alba Calder贸n de Gil


Porque soy montuvio Tengo el alma costeña, de grandes horizontes, y la maraña obscura de intrincados boscajes. Más amo a la colina que a los inmensos montes, y tengo mi oratorio en los celajes de los mares tremantes. He crecido mirando la revesa de los esteros turbios y los negros manglares, donde tienen su nido la corvina traviesa y las garzas adornan sus altares. Tengo el alma costeña, porque un beso de una mujer morena despertó mi eufonía, porque unas manos tibias me acariciaron, y eso moduló la sedante canción de mi poesía. Porque soñé una tarde, vibrando ante el paisaje del crepúsculo suave de las tardes costeñas, que vendría un hombre nuevo, de indómito coraje, a derribar los montes y a cercenar las breñas. Porque amo la guitarra de acordes milagrosos y la canción montuvia de ingenua melodía, porque es mi casta altiva, mis hombres valerosos y colores hermosos (azul y blanco) duermen en la bandera mía. Si mi sueño trocárase algún día en realidad palpable, como un extraño efluvio, el mar de nuestras costas más azul aún sería y más blanca la noble divisa del montuvio. Rodrigo Chávez González -Rodrigo de Triana(guayaquileño)

Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

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La plegaria del viejo guayacán

Anoche, en pleno bosque, con voz enferma... ronca, el viejo guayacán elevó su plegaria desde el fondo de su alma centenaria. Movió sus largos brazos, huesosos y sin savia, meció las muchas canas de sus hojas secas, hizo miles de muecas en el aire y comenzó: ¡Señor! A quién me quejo de la civilización! Ya todas las costumbres del alma campirana se pierden silenciosas... se van con las mañanas. Qué será de las casas cuando llegue la lluvia de la transformación? ¡Ya no habrá ni coraza que guarde los vestigios de mi sangre! Casita que se alza, humilde y solitaria en medio del pajal, ella es, en nuestros campos, el palacio feudal. Solo guarda en su seno el toldo colorado, 48

que loco y agitado por algún ventarrón semeja la bandera de noble rebelión. Sé bien… ya lo siento en mi pecho. En vez de aquel bijao que le sirve de techo, cual sombra de cacao, impondrán las plateadas planchas de zinc... Pobre raza montubia ha llegado tu fin... Ayer llegaban a mi sombra millares de parejas campiranas, en la noche, en la tarde, en las mañanas... Rodaban a mis pies envueltas en los ardores de sus propios amores... ¡Después! Mil crucigramas grababan en mi piel fibrosa... envejecida, y tatuaban el fiel silencio de su herida. Tatuajes que conservo a través de mi vida como una bendición: ellas fueron suturas para mi corazón. Antología de la literatura montubia


Hoy no les asombra la fantasmagoría de los “bosques, de las pampas, de las sombras.

con sus discos chillones, amargó la existencia de nuestros acordeones; y, con burda falacia, mató la aristocracia de la triste guitarra.

Prefieren las ciudades envueltas en su orgía gangrenada y fatal...

Hoy la cinta de seda sustituye al zapán. Ya de ellos nada queda, “los montuvios se van”.

¡Pobre psiquis montubia! ¿Cómo curo tu mal? Y lo que a mi entraña es esa tendencia urbana, en el alma cimarrona del montés, al cambiar su cotona por aquella estupidez de americana. ¡Oh, Señor! haz que cambie la ruta; que detenga el motor de su barco perdido, que no lo haga llegar hasta el mar del olvido.

De pronto, sentí al viento azotar la arboleda; oí un largo silbido salir del carcomido guayacán; y como quien exhala el último suspiro, quedaron sus palabras, cual un abracadabra, prendidas en las roncas huesosas sin savia del viejo guayacán... “ya de ellos nada queda, los montuvios se van”.

Hoy el tango, el fox-trot, con su lenguaje argot, estranguló el destino de nuestros amorfinos. Hoy la viva-tonal, Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

Virgilio Rendón Villamar 1932 49


Tarde de trópico Sol de oro de trópico: naranja en que hunde la noche sus colmillos y hace saltar estrellas como pepitas luminosas. Verdes palmeras altas: abanicos para las horas de bochorno. Teclado de los vientos, quitasoles para la lluvia de astros de la noche. Voz grave del río, del río de mil lenguas y mil voces. Hondo silencio puro oloroso a montaña, cortado por el grito de los pájaros que flechan sus silbidos contra el viento desde las copas de los algarrobos. Verdes caminos curvos abiertos a machete en la floresta, verdes caminos curvos que abrazan la cintura de la selva. Paisaje tropical agreste y bravo como el alma montubia que vibra en el rasgar de las guitarras, ¡quién pudiera apretarte en las pupilas para toda la vida! Leopoldo BenitesVinueza (guayaquileño) 1932

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Canto al montuvio ¡Campirano! he admirado tu figura en la página primera del decano. Afirmado en las argollas estriberas de tu potro moro, no galopas, más bien vuelas hacia la bóveda en que brillan las estrellas. Centauro de la Costa, montuvio de mis ríos, hombre abierto, valiente y generoso que llevas prendido a la cintura el código cabriñana del machete. Soldado de Alfaro, con él trepaste la Sierra, a tasajearle el rostro al Chimborazo! Con él prendiste en la fila de las cumbres rojas luces, para que fuesen más tarde tus machetes culebra que enrosque a los volcanes con aros de rieles… Montuvio de poncho y de guitarra, almirante de revesas, nada tienes porque todo lo regalas: tu dinero, tu bondad y tu trabajo, menos tu hembra, trémula mancha en la piel de tu venado! Campirano de cotona almidonada que luces cada 9 de Octubre viéndote en el Guayas, como tú, montuvio soy, y desde lejos, de esta patria de llaneros, tierra hermana! -tarareando amorfino de recuerdosTe aprieto los callos de tu mano. Víctor Hugo Escala Caracas, 1933 Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

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Los montuvios

El origen

Guabo, 10 metros a la redonda tus raíces se clavan en la tierra como una mano ávida, tus uñas implacables escarban los terrones, y las falanges y los nudos múltiples de tus dedos salen por los costados del barranco a beber en el agua verde de los esteros. Guabo, tú eres la casta. Montuvio, así tu origen en el pasado y en el suelo. La tierra violada de aguaceros, preñada de veranos, así como lanzó a los guabos lanzó a los hombres; y los montuvios y los guabos esgrimen un bejuco o un machete.

Un hombre

Si con una hacha se labrase sobre el tronco de un guayacán o de un pechiche, brotaría menos pujante que el montuvio, menos bronco, oigo, a lo que faltara el alma todavía. El alma más ardiente que una copa de puro, más triste que la prima rota de una guitarra, más sonora que la marea en el bajo oscuro, más vencida que rama que se desgarra. Porque se va el montuvio, los hombres ya no son los mismos. Ha cambiado el viejo corazón de la raza morena enemiga del blanco. 52

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La vitrola en el monte apaga el amorfino. Tal un aguaje largo los arrastra el destino. ¡Los montuvios se van p’ abajo der barranco!

Una mujer

Sabe a vainilla cálida la boca de la hembra montuvia que con su hombre pesca, hace leña y boga. Huele a sudor y a vida a la hora de la siembra, cuando el día está blanco de sol y el sol ahoga. Son dos mates labrados e invertidos sus pechos; sus caderas rotunda tinaja de barro y por los muslos y por los tobillos estrechos se enredan los deseos cual bejucos de ají. En su vientre, fecundo como la tierra, enreda las raíces el tronco de la raza viril; bajo su poncho de tosquedades, es de seda. Ella se va también. El “rouge” está en su boca. Y cuando llega al cabaret de Guayaquil, no se distingue de cualquier otra virgen loca.

Al machete

Salud al rayo azul, quiebra canas, sangriento con la sangre morada de la hierba. La mano al empuñarte siente un estremecimiento de alegría, de orgullo y de coraje sano. Eres acero, pero te cimbras como rama en la brisa, como resorte de camión; tu cacha de los 5 clavos Quiero se llama y tu punta se llama corazón. Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

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Vives en el pasado, sabes a montonera y tienes huellas como de una lucha fiera; vives en el presente y a janeiro me hueles. Vives de porvenir: eléctrica inquietud te cruza por momentos, presientes los claveles de la sangre en tu hoja vengadora. Salud.

Hacia el futuro

Móntate a pelo sobre el lomo del potrero y maneja tu tierra -potro salvaje de la sabana del mundocon las rodillas y las manos hada el futuro. Montuvio, tú no te vas. Mintió el poeta, tu ocaso es igual al del Padre Inti. -escudo redondo que ilumina el caminoy tienes tarde pero también mañana hacia el futuro. Eres montuvio tal vez el hijo último de la tierra; llega, es ya tu hora, a beberle los pechos a la civilización; abrígala en tu poncho y llévatela vencida, tuya, en el anca de tu potro hacia el futuro. Joaquín Gallegos Lara (guayaquileño)

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Cacao Ahora a ti, cacao, llamado bebida de los dioses, solo te cubre un viejo cuento en que se recuerdan riquezas. Ahora a ti, que llenabas las manos de oro, se te echa como se arroja un enfermo. Y es que ya no se doran los días sobre la madurez cálida de tus mazorcas, es que no alegras la vida de los dueños de la tierra. Pero por ti en mi tierra caliente ardían las venas del telégrafo llevando por encima de los ríos y las sierras cada día el nombre de un nuevo caudillo, mayordomo de los fuertes hombres nórdicos que pastorean el sur. Por ti, fragante en tazas, caían a llenarse por siempre la boca de lodo nuestros hombres trigueños transparentes de hambre cernidos de balas, metidos en el cubil de una montonera. Tú, montaña brava, que hacías germinar en tu interior culebras, alacranes, paludismo y tisis, te nutrías de la agonía de los montuvios. Allí, dentro tuyo, los atravesaba la garúa que no termina nunca; allí quedaban enredados, hasta más allá de sus vidas, a un poco de plata del patrón. Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

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Tú te ibas a Guayaquil, tú chispabas la ciudad con tu fragancia. Guayaquil reía como una coqueta de saberse olorosa. Pero allí roncaban los pitos de los barcos nórdicos, se desollaban los pies de los cacaoteros, se ahornaban sus pulmones en las calles tendales y se machacaban sus riñones en las rampas calcinantes. Entonces la vida era alegre y eran elásticos los sucres. Pero tú te ibas hasta más allá del mar, caminabas todas las rutas tú, cacao ecuatoriano, ibas a las fábricas de todo el mundo, donde te hacinaban obreros, tú, oloroso a sudor de zambo, con huellas de manos torcidas de tuberculosis, fragante a sol meridiano y a selva ibas a saber cómo occidente fermentaba una nueva vida entre los hombres que hacían chocolate. Ahora que ya no eres más que un enfermo; en la ciudad y el campo este recuerdo tuyo: una choza que filtra viento, unos hombres que ya no cantan y un malecón abandonado donde duermen los cacaoteros. Enrique Gil Gilbert (guayaquileño) 1940 56

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Tumbando cacao, 贸leo, Luis Pe帽aherrera Bermeo.


Canción del montuvio Al Concejo Central de los Sindicatos de Milagro, fraternalmente

La libre canción se levanta en nuestra tierra montuvia! Cantemos la Revolución que acabará con la vieja opresión. Ya sabemos pelear. Lo hemos aprendido porque sabemos amar todo lo nuestro: nuestro sol, nuestro sudor, nuestros frutos, nuestros hijos, nuestra vida. Ya sabemos pelear. Lo hemos aprendido porque sabemos odiar: la esclavitud, la miseria, el hambre, el látigo con que sobre nuestras espaldas de hombres golpean otros hombres! 58

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Ya sabemos pelear. Lo hemos aprendido porque sabemos sembrar en el suelo ajeno que debe ser nuestro: el arroz, el plátano, el cacao, la caña… frutos para nuestra hambre y nuestra sed... Ya sabemos pelear. Defendamos la tierra que nos roban el extranjero y el gamonal. ¡Arriba! Las manos que trabajan se hagan astas para nuestras banderas, nuestras rojas canciones llenen el mundo. Nuestra bandera es roja, nuestra sangre es roja, nuestro fervor es rojo candente y pertinaz. Viene la Revolución: ¡campesinos, abridle el corazón! Nela Martínez, cañarense Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

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Montuvio Alma y corazón de la naturaleza bravía del campo; fanático de la actividad; socialista revolucionario que levanta su bandera de lucha en el campo de la doctrina social del trabajo, cuyos principios inculca a sus hijos, bajo el templo de bijao de su choza, porque el trabajo es su religión. Montuvio, alma grande, corazón noble, precursor de una civilización arisca, como los venados de sus montes. Desde su chacra -sembrado de esperanzas proletariasmira los ortos revolucionarios y está en espera ingenua de que, con el cascabeleo de luz de la aurora, el viejo reloj del sol -tradicional anunciador del tiempo en extensiones de sombra— le golpee el campanazo de su redención!

entenado del capital; víctima de todas las expoliaciones de los terratenientes estúpidos; máquina de hacer monedas para las infamias de los bandidos de la burguesía. Montuvio, arador de la tierra. Tú eres noble por el abolengo del trabajo. ¡No siembres humillaciones! ¡Rebélate! ¡Abre surcos de altivez; rásgate el pecho con soberbia y coraje, y arráncate el corazón y siémbralo! Y mañana, cuando mires los ortos revolucionarios, cuando escuches el cascabeleo de luz de la aurora, verás cómo en tu chacra -sembrado de esperanzas proletarias— revienta la semilla de tu rebeldía! A. Campoverde Andrade

Montuvio, hombre raro para los burgueses de la ciudad; centro de las miradas ambiciosas de los capitalistas; hijo humilde de la tierra; 60

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El entenao Cantar montuvio (fragmentos)

Ni me acuerdo de la fecha en que mi mama parió. Solo sé que fue derecha -la pata que me salióPor eso tengo tal suerte pa las jembras y er machete, pal cuchillo y er trompón, que si el diablo me hace friente, er diablo da un revorcón. Y como naiden sabió er nombre der bandolero que a mi mama se comió, yo me llamo pa lo que hay Primitivo Gonzabay. Gonzabay era mi mama, Gonzabay de los de arriba, mardita gente de empuje para hacer tragar saliva. Después de saber montar potros, caballos y jembras, es lo que más me ha gustao tocar guitarra y cantar. Porque en la finca que tengo todo canta pa mi gusto, er cacique, la colemba, el río y el esterón. Canta er garrapatero, canta er sol que es un bandido, canta mi gallo que es giro, er diostedé, de corrido, y er caballo garañón. De noche cantan la luna, los sapitos y las ranas, y hasta mi vaca piquigua me canta con unas ganas que dan ganas de llorar. Pero naiden como yo, cuando agarro mi guitarra Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

y me tiro un par de tragos canto con tal sentimiento, canto con tal vozarrón, que se me va el pensamiento y me duele er corazón. A los trece jue el premiero amor que a mí me nació. Se llamaba Candelaria y tenía los ojitos tan negros como la noche cuando no hay una estrellita y se mira el campo raso. Su boca era colorada como er caimito morado y su cuerpo que lucía con un aire cimarrón era como er bejuco de las guabas en sazón. Todo er recuerdo me farta, en mi lengua hay trabazón, y me quedo sin palabra como un mudo de nación. Aún me acuerdo que la vide acostadita en la caja, de negro como la pena que canta la pacharaca. Ay, mi mamita querida que se me jue de repente, como se va en el inviesno la balsa con la corriente… Me quedé solito y triste, como burro en aguacero, como gallo en trabazón. Tanta pena que sentí, tanto llanto que vertí, tanto dolor que sufrí. Esta jue la triste historia de mi premiera mujer. Ahora tengo en la memoria una porción de alquiler. Alfredo Pareja Diezcanseco (guayaquileño) 1935 61


Romances de la rural A. Abel Romeo Castillo Primer romancero ecuatoriano

I Primer asalto Malaya de la rural, puesta para defensora, y que nos quema las casas y las mujeres nos viola! Viejo recinto montuvio, perdido tras de las lomas: veinte casuchas de paja con miedo de estar tan solas. No esperen a la rural, la rural siempre es traidora. El gavilán nunca avisa cuando agarra a la paloma. Duerme con sueño pesado, en hamacas hilachosas, cueros de chivos y petates, la gente trabajadora con guitarras de mosquitos que las orejas enconan vuelan azules estrellas. El viento pasa su escoba. Veinte rurales mulatos, uno para cada choza, luz del machete en la mano por la sabana galopan; se les ve cara de diablos, les brilla el pucho en la boca. Cuando conversa el bujío con la hembra que se encocora y ríen las gallaretas como muchachas burlonas, y se acuestan sobre el monte, desnuda y prieta la sombra, gran desmonte de noviembre, el humo morado brota, gritan chicos, ladran perros, 62

mujeres a veces lloran, lanzan insultos los hombres cajas de fósforos rotas, con melena de candela, se van al suelo las chozas. ¡Por los huecos de los tiros se mira la noche roja! ¡Hambre de todos los días, sangre te vuelves ahora! La maldición de los hombres quema también en la boca. Malaya de la rural, puesta para defensora, y que nos quema las casas y las mujeres nos viola! II La muerte de Juan Rosales ¡Vida de montuvio alzado, vida de Juan Rosales! Amarrado lo trajeron tras de la casa incendiarle, con las otras del recinto que por las lomas aún arde. De las ramas de un pechiche con sogas en los pulgares, en el monte solitario lo colgaron los rurales. ¡Suéltame, teniente Pita! ¡suéltame ya, por tu madre! Rurales, si es que son hombres no me peguen en las partes! ¡Así no se mata a un hombre! ¡Así entre veinte no vale! Los clamores y las quejas se pierden en los ramajes. Antología de la literatura montubia


Tímidos trinos de olleros cantan el día que nace. Vuelan en lo alto las garzas. Altas estrellas apáganse. Es invierno y los caminos se rajan en lodazales y abiertos en sartenejas no dejan pasar a nadie. -¡Tú levantaste a los peones, exigiendo que les paguen! ¡Tú dices a los montuvios que todos somos iguales! ¡Te insolentaste conmigo, fomentas el cuatreraje y amenazas sublevar la montonera salvaje!... ¡Ojalá que como tú todos al fin me la paguen! ¡Y ya que eres tan alzado, suéltame, jachudo, y bájate! ¡Ay!, ¿de quién es esa voz? ¿Quién ha venido a insultarme, cuando me están dando palo y me han colgado en el aire? Lechuzas son de mi muerte ¡los que vienen a agüerarme! ¡Conóceme, pues, ladrón, soy el dueño de “Tendales”! Los clamores y las quejas se pierden en los ramajes. Vida de todo montuvio, vida de Juan Rosales. III Juramento del machete El hijo de Juan Rosales no se puede conformar. Apenas tiene quince años y ya es como el guayacán. Apenas tiene quince años y ya se quiere vengar, vaga solo por las mangas, Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

rumiando su soledad, y recordando a su taita, hombre de suerte fatal como todos los montuvios según lo dice el cantar. De las ramas de un pechiche, de cada dedo pulgar, con sogas lo suspendieron soldados de la rural. El rico amo de “Tendales” fue quien lo mandó a matar. Le daban palo en las partes por orden del gamonal. Lo acusaban de jachudo y de querer sublevar la montonera salvaje que hace a los blancos temblar. Gallinazos se comían su carne sin enterrar. Mil de moscas tornasoles lo vienen a agusanar. Colgado el cuerpo tres días mataba del apestar. Pedro Rosales, el hijo tiene quince años de edad, el bozo como en los árboles es el musgo paternal, los ojos como candelas, el alma como puñal. Armado se salió al monte, al padre fue a descolgar; a tiros hizo correr las guardias de la rural. En el velorio lloraba viendo a los otros bailar, recordándose del viejo que no bailará ya más; y las luces de las velas lo hacían candelillar. En la sangre coagulada el machete hizo tocar. Juró que lo vengaría en el viejo gamonal. -Negro machete querido, has de cumplir como leal. 63


¡Te hiciste para la sangre, sangre tienes que regar! IV La montonera Ala de garza de polvo por los caminos blanquea. Sordos cascos de caballos los brusqueros atropellan. Ya aparecen por el río, ya aparecen por las huertas. -¡Allá va Pedro Rosales! ¡Allá va la montonera! El jefe lleva en el pecho bordada una calavera. Repican en sus talones las roncadoras espuelas. El Jipijapa hacia atrás, con la frente descubierta usa como los patriotas de las viejas montoneras. Su machete dizque corta como navaja barbera. Ni el vuelo del gavilán alcanza su yegua negra. -¿Adónde está la rural? ¡Vengo a buscarle pendencia! ¡Que salgan a defender de su patrón las haciendas! ¡Para ellos tenemos plomo, plomo de las escopetas! La blanca desnuda llora tendida sobre la yerba. Ese hombre le mató al padre, de un soplo quemó la hacienda, a trozos le arrancó el traje, a golpes le abrió las piernas. Vino y se alejó en la noche y, aunque clavarle quisiera en el corazón las uñas. Todavía sueña, sueña, que, a caballo, entre las llamas, mira pasar su silueta. 64

-Teniente Pita, buscándolo hoy pasó la montonera. -Hoy salgo al monte a encontrarla, uno de dos, hoy, que muera. Al padre yo le maté. Justo es que me pida cuentas, aunque el dueño de “Tendales” más razón que yo le diera. Así es la vida del hombre. Que los fusiles resuelvan. Junto al vado del estero que la sabana rodea, montoneros y rurales al atardecer se encuentran. En el agua de las pozas las balas rompen estrellas. Por en medio de los árboles oculta el sol su luz vieja. Sangre y sudor huelen rojos. La pólvora huele negra. Veinte rurales mulatos yacen tendidos en tierra de esos que a la gente matan, de esos que las casas queman. Olfateando mortecina, sobre la sabana vuelan gallinazos guaraguaos. El teniente Pita ahí queda. En chinganas y cocinas el combate se comenta. -¿Será el fin de los patrones? ¿Será lo que el pueblo espera? Ala de garza de polvo por los caminos blanquea. V Último asalto Las cigarras piden agua al mate azul de la noche. Entre las ramas de un sauce gran luna de oro se pone. Denso vaho de perrera sube desde los galpones, Antología de la literatura montubia


donde duerme en montón cerca de doscientos peones. En sus ricas residencias ya se acuestan los señores, en brazos de sus mujeres, repletos y dormilones. Las lechuzas en las palmas mueven sus picos de goznes: mortajas están cortando tal vez han de morir hombres. La montonera salvaje viene del campo a galope. Palpitan contra la tierra cascos como corazones. Ya cruzaron por el vado más que venados veloces. Los balazos ya retumban contra los altos balcones. El gamonal patuleco, alzándose los calzones y con la moza en camisa, sale por los corredores. La mujer siente que el frío muerde su carne de cobre. Como pavo grita el viejo, medios locos todos corren. Como pavo grita el viejo, hueco en asmáticas toses. -¡Cárguenme la carabina y la campana que toque! “¡Tendales” está perdida si duermen sus defensores! No consigue la campana que se levanten los peones. Dizque se hacen los dormidos para no ser defensores de la casa del patrón que es el que los tiene pobres, viviendo de arroz y plátano, durmiendo en sucios galpones.

de las ramas de un pechiche y de los dedos mayores. ¡Al morir fuiste a insultarlo y a darle de bofetones. En mi machete juré vengarme de esos horrores: y aquí está la montonera que viene a ver si eres hombre! Para que se defendiese machete nuevo entrególe. No pudo hacer paro el viejo, arroja el machete y corre, y el montonero en la espalda la hoja afilada clavóle. La moza atemorizada de rodillas se le pone: como cristiano le ofrece no dejará que la violen. Arde la regia mansión como lumbre de mil fogones. Cigarras piden agua al mate azul de la noche. Entre las ramas de un sauce gran luna de oro se pone. Se aleja la montonera. ¿Para dónde? ¿Para dónde? mucha justicia hay que hacer en esta tierra de pobres. Joaquín Gallegos Lara (guayaquileño) 1937

-¡Viejo patrón de “Tendales”, inútilmente te escondes! Los rurales a mi taita lo colgaron por tu orden Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

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Canto al montuvio Salve, montuvio de la tez morena, de exuberantes bosques, de junglas con el vaho de la vida!...— portas en tus venas dulce zumo de naranjales en purpurina. Amas la tierra que te brinda su regazo para que la fecundes con cariño. Los esteros equivalentes y los ríos impetuosos cesan ante el impulso de tu brazo de titán sobre el carro victorioso de tu canoa impetuosa… Labras la tierra con noble anhelo, por sobre el paludismo y la incomprensión, y abrigan en tu alma los sufrimientos, cual garfios malditos que arrancan en pedazos la carne de agrovivo. Salve, montuvio del poncho y el machete, de los reales guarumos en flor! para ti, mi canto fecundo, altivo, sincero como la grama de tus potreros que brota espontáneo para suavizar tu paso. Aspiras la brisa en tu noble cansancio, y a tus músculos se doblega el cocotero; en los amorfinos disipas tus nostalgias, cuando la guitarra gime vuelan tus pesares eres el rey entre las hojas secas, de esas hojas llevadas al ocaso, que cual caravana de tedio van musitando sus tristezas al cosmos del abismo. Eres incansable, piensas con madurez, porque abrigas en tu alma la razón, lealtad, amistad y honradez que lo ofrendas de todo corazón. Francisco N. Coronel

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Cosechando, tinta, Leonardo Tejada.

Canto a mi provincia Ríos grandes tiene mi provincia; cada río tiene una historia con un hombre a la cabeza

Crispín Cerezo y el Daule Crispín Cerezo es el Daule, Chapulo sangre caliente, vio morir sus tres hermanos, vio fusilar a Infante, sin arrugar las cejas. Crispín Cerezo en el Daule, con su carne de tabaco, su pava bejuco e’monte y su conciencia clara como el agua de un río. Clara conciencia en el Daule junto al tabaco en la vega, junto al arroz en las abras, a las huertas de cacao. Infante llama a la lucha, rojo su pañuelo al cuello, rojo de libres: el alma. Crispín Cerezo con su machete en la mano llama a los libres del Daule. Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

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Como campana su voz, sus estriberas y el aire. Con sus machetes destrozan cepos de guachapelí, y con gritos abaten cepos de viejas cuentas. Que tiemblen los gamonales. Se levantan los conciertos. ¡Que viva Crispín Cerezo! ¡Que viva la libertad! ¿Nadie te vio morir? ¡En el corazón del monte! El monte, mi corazón. ¿Quién te mató, Cerezo? ¿Quién te mandó a matar? Me lo cuenta el Daule cuando llega a mi ciudad, cuando llegan las naranjas y los cigarros fragantes. Me lo cuenta Santa Lucía, que llega con dos mil hombres en huelga, La Rinconada audaz, con su lucha y con su silencio, La Palestina de luto, por la muerte de Crispín. Me lo cuenta don Simón, al que trajeron con las manos a la espalda. Ese sí era ladrón: robó la paz a los dueños, el sueño a los gamonales. Todos te vimos morir, Crispín Cerezo del Daule. Todos te vimos morir en mi provincia de todos. Pero por tu camino vamos de nuevo nosotros. A Infante lo fusilaron: murió de pies y sin rezos frente a tus ojos, Crispín. Pero por tu camino vamos de nuevo nosotros. Grandes ríos tiene mi provincia: cada río una historia con un hombre a la cabeza. Enrique Gil Gilbert (guayaquileño) 1946 68

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El montubio, grabado, Galo Galecio Taranto. Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

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Pancho Jácome Luchador popular, mártir

Pancho te llamaban, Jácome. Jácome te llamabas, Pancho. Regado a todo lo ancho del arrozal, del rancho… va un eco panchojácome con dulzura de jíquima, con firmeza de juápite. Cruzando los caminos va el eco, levantado, junto a los campesinos, cual esperanza andante, sobre un bayo montado. !Adelante! Jácome Jíquima Juápite Los pobres en el rancho, el verde, la cuajada, la sopa de zapallo, la hamaca, desplegada entre un poste y un tallo te recibieron, Pancho, cuando llegabas jíquima, montado a tu caballo. Los pobres en el campo, agredidos, golpeados, con su paciencia—cristo te esperaban confiados y alzaban sus machetes, con resplandor de rayo, cuando llegabas juápite montado a tu caballo. En cada zafarrancho o en la noche callada, en la refriega dura, de la ira encrespada, o en la cordial dulzura del capcioso amorfino estabas, pancho-juápite o estabas, pancho-jíquima, fundido al campesino. 70

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A caballo, en la hamaca o en la canoa, en el río, tu rebeldía verraca, de contagioso brío se desbordaba a lo ancho de todo el caserío. Jácome Jíquima Juápite Pancho, verraco hermano, te fuiste en el acápite, cuando el montuvio alzado blandía el guardamano, por verse liberado. Desde un caballo alado, cual una sombra errante vas marcando el camino y tras tu paso queda un eco resonante que alienta la onda brava de la esperanza andante del pueblo campesino. No es necesario, Pancho, que tu sepulcro se abra para poder mirarte y escuchar tu palabra; te vemos en la sombra de tu sepulcro vivo, te vemos caminando. Y tras tu huella avanzamos y hacia lo que señalas como meta, y lo nombras, junto al pueblo, luchamos. ¡Pancho presente! Pancho, ¡ni muerto ni olvidado! Tu nombre va, en recuerdos y acciones, levantado! !Adelante! Franklin Pérez Castro -Pecho Bordado1983

Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

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Er’ machete Tiembla er machete clavao y el montuvio se agiganta que si ahora brilla a mi planta es por símbolo sagrao. Herramienta en er potrero con garabato y destreza, brilla en la huerta y maleza como si juera un lucero. Es herramienta, es furgor, es tristeza y alegría, cae con toda energía, cuando se venga el honor. Chispa sagrada en la brega, sonar de acero en campana es rayo que en la sabana con el sol se centellea. Es protección y es ofensa, es arma pa’ el enemigo; es der trabajo un amigo y es nuestra mejor defensa. Er machete es el lenguaje der montuvio en su bohío; es como er agua der río que platea en er paisaje; es símbolo de coraje es un historial bravío. Rodrigo Chávez González -Rodrigo de Triana (guayaquileño)

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Montubio Con la precisa voz de la cigarra, con el alma, tú disparas la ruta del guineo y con tu sangre vertical y ardiente, la ruta del arroz, interminablemente gris como el estero. Tienes la inmensa sangre del quejido sobre el alma; del mosquito, la herida innumerable sobre el cuerpo y tu garganta, seca como tu piel y como el cacto, va invocándome el vientre del arroyo y la sandía. Como vuelo de avispas indecisas te ataca el paludismo y con su verde voz en la mirada hundes tu planta gris sobre la tierra; destrozas horizontes sobre el caballo, oscuro compañero, y haces crecer la planta del arroz en la tierra y el guineo. A cada paso la culebra tras las hojas, escupiendo la muerte y la distancia del hambre y del dolor para los hijos y la mujer; y el llanto y la miseria. Y sobre el filo azul de tu machete vas destripando el caucho; y en el camino gris de los esteros y el vertical gemido de los árboles vas dejando tu muerte, muerte de pan y arroz y de guineo, como todas tas muertes, con solo un ataúd ensombrecido. Miguel Donoso Pareja (guayaquileño) Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

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Cuadro montubio Durante un paseo a Samborondón en 1947.

Mientras la lancha se arrima al barranco y las ondas del río animan el vaivén de los lechuguines, una bandada de garzas que levantó el vuelo vuelve a su coloquio en las ramas de un viejo guachapelí. Pese al repentino bullicio, el claro canto de un ollero alerta a la familia montubia del avance del día; lo mismo hacen unas loras en desordenado paso y las ‘Marías’ les responden en clave. En la casa que custodia por muchos años el estero -templo a la alegría y al trabajotodo transcurre con algarabía de pájaros y aromas vegetales. Hay una paz que estremece al espíritu más recio. De repente, el grato olor de café recién tostado llena la bella estancia e invita al gozo de un sorbo; a pocos metros se divisa el retorno del ganado y al joven jinete que mantiene en orden la vacada. Hay fragancias de albahacas, begonias y arrozales. La montubia lava a un costado de la casa y los chicos compiten con los patos en el agua. El perro ladra de contento y un corpulento gallo pone lo suyo. Los mayores regresan del desmonte y en sus rostros se advierte la esperanza. Tienen tiempo para el saludo y la broma, para limpiar el machete y el garabato, sus herramientas... La embarcación reanuda el viaje, pero el alma del pasajero sigue presa en la finca. Atesoro así la vida buena del montubio, amigo de la naturaleza, forjador de riquezas, baluarte de la patria. Ruperto Arteta Montes (guayaquileño)

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Belleza campesina, óleo/acrílico, Luis Peñaherrera Bermeo


Memorias de agreste agrariano El que escribe o el que pinta con la pluma o el pincel obligado está a ser fiel con lo que tenga guardao; de lo vivo a lo pintao lo hará ver en el papel. Que no cojan al montubio para hacerle su retrato encajao en un relato embadurnao malamente, porque denunciaré al teniente, por injuria y por maltrato. El político teniente es figura principal de su parcela insular, en la que él hace y deshace, y adonde el montubio nace es su feudo parroquial. Cuando el cura del recinto se enfrentó con mi padrino, con mi nombre no convino, y le impidió que proteste y me colocó el de Agreste; ¡sé que el nombre hace el destino! Y como Agreste Agrariano eché cuerpo, maña y bríos y me criaron unos “tíos” de esos “tíos” que uno se halla y vive dando malaya del postizo apelativo... ¡Jay! ¡qué tíos; válgame Dios! me cargaron a patadas, solo entendí a bofetadas los consejos y maneras pa ser hombre de a de veras que hacen grandes tracaladas. De Colimes para adentro fueron mis benefactores 76

montubios o señores, “vozalones” en su trato que vivían del abigeato ¡y en eso eran profesores! “Es más fácil aprender a robar que a ser honrado” le oí al cura el “predicado” y como tiempo no había aprendí la picardía porque en casa había el dechado. Del bautizo a “la confirma” de “la confirma” a la huida llevo cuenta de mi vida; y volví al hogar “paterno” “a la soga”, el mismo infierno, fue escoger como guarida. Los recuerdos anudados y en el desorden que anduve de lo que hice y retuve que lo pasen al papel; vean en todo eso a Luzbel y al plumario Pancho Arube. Me pegué al vicio “endiablao” de salir a la “galleras” a “jalarme” borracheras o a jugarme la camisa; pelea de gallo o trompiza ¡una misma cosa era! Los encuentros al machete con amigos y enemigos en mi pellejo testigos tienen boca y son los tajos que sumado a golpes bajos hacen la hernia del ombligo. Cuando se pierde la cuenta de las veces de estar preso, en mi memoria regreso: lo veo clarito al teniente, Antología de la literatura montubia


el juez más condescendiente; yo soy pícaro por eso... Todo “cuatrero” en la cárcel lo que quiere es su salida; por una vaca es su salida; por una vaca parida que al político se ofrezca lo echa afuera con la “fresca” y libertá se respira. “Cumpla con la autoridá” dice el juez al aflojarnos, quien así sabe ayudarnos y de la cárcel nos saca se merece bien la vaca que tendremos que robarnos. En los sumarios mayores por herida grave o muerte se requiere mucha suerte pa hallar juez humanitario, bartero en el sumario y te libre de perderte. Mi patrón, tutor, padrino, mandaba pavos al juez y en el pueblo cada vez que con el juez se topaba del buen trago le atizaba al derecho y al revés. Entre la conversa o parla que mi patrón promovía de a caballo, me decía: “Aprende esto, siempre, Agreste, ten al juez, aunque te cueste y ganarás la porfía”. En la gran revolución por la causa de Montero, mi padrino, un montanero, que en mi relato retrato, reunió a bravos y un hato sin dejar de ser cuatrero. Al entrar a Catarama con doscientos forajidos Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

dimos pruebas de bandidos; “militar y obligatorio” se hizo el saqueo y forzorio con buenos frutos rendidos... Guitarra, viejo estruendo con que todo se expresaba sin “amorfino” se cantaba; verso bueno o regular obligaba a contestar al son que se le tocaba. Una noche, bien me acuerdo a mi pueblo vino un poeta que me dejó la receta pa cantar en contrapunto; y me dijo: “Ponle asunto a la punta de la veta”. La veta es como la plana que le ponen en la escuela como el hincón de la espuela que al caballo le da aliento; es allí que el talento amorfinero revuela. El cantor que le endereza al contrincante su endecha le dispara como flecha, la “chupadera”, de frente y un buen trago de aguardiente hará histórica la fecha... Cuando el “brindi” es dirigido en un tono bien trazao tiene que ser contestao al punto y pie de la letra, si el montubio no enjareta queda descalificao. En el canto popular esta comparancia hago: “Compadrón, mándese un trago” dice la jerga argentina ‘y aquí, en cualquier cantina dicen: “Mande y yo lo pago”. No le hey pasao la cabeza 77


al profesor de amorfino, pero remedo su “tino” si no le gano imito solo mete un pedacito de su espuela, el gallo fino. La galantería montubia va primero a la chingana, luego al pie de la ventana su sangre ardiente se agita y al cantar se desgañita hasta entrada la mañana. Con las reglas que hay en todo, el cantor enamorado cuando en verso se ha expresado y algo su empeño lo tuerza: “No te quiso, no hagas juerza” ¡aunque pierdas lo cantado! Pero el canto siempre alcanza... si a una hembra se pretende contagiosa llama prende; -nunca falla lo que captoy termina eso en un rapto, boda criolla, ¡quién no entiende! El casarse tras la puerta y con hembra parindera tener hijos ‘onde quiera’, como el Manaba Delgao con trescientos, bien regaos brava prueba de machera. La mujer de todo rico es o se hace la machorra, (con su plata todo borra...) pero a veces hace mal... va a la calle el ganancial que en la casa adrede ahorra. El punto y coma que doy al escribirle mis relatos no es pa que pague los platos rotos, por la mía torpeza; no imprento de mi cabeza lo que de pintar yo trato. 78

Ciertamente que entrevero las costumbres y amoríos de todititos los míos como decurre la vida en la zona conocida: Manabí, Guayas, Los Ríos. La linda zona que nombro de los montubios, cantera, es la zona costanera con la fama de bravía que va perdiendo energía por la máquina impuestera. Esa zona renombrada da posada al peregrino que se extravía del camino perseguido del rural; negar techo se ve mal, negar pan un desatino. Quien en busca de un auxilio a una puerta criolla llega ¡ningún favor se le niega! y todo apoyo le espera y estaré bajo bandera; ¡son virtudes que se heredan! Los que viven en ciudades nuestras cosas las ven mal... ni en el trance más falta de ver a gente en escombros dejan de fruncir los hombres; ¡ni les viene, ni les va! En la sabana montubia, ¡bendito Dios! yo nací, creo en Vos porque te vi en la imagen de mis padres de parientes y comadres que me hacían sentirte en mí. Con las pruebas a la vista se chupaba bastantísimo dando gracias al Altísimo planeando un nuevo velorio, mejor dicho un gran jolgorio que en mi pueblo es mentadísimo. Antología de la literatura montubia


En solemne procesión se recorren los sembríos y se reza con más bríos; y hasta en alta voz se reza con el santa a la cabeza desde el Guayas a Los Ríos.

Todo esto, que remezco, creo que es de mi incumbencia y tiene gran trascendencia al tocar la agricultura y porque eso esta criatura cucharetea su injerencia.

En los predios de la Fe vive el montubio creyente que se postra reverente, contribuyendo al milagro que se realiza en el agro con el sudor de la frente.

Si el árbol nace torcido el refrán-consejo reza: “dende chico se endereza”; y quien fundó el Ecuador fue un torcido dictador ¡nuestra historia mal empieza!

Frijol y chochos se dan solo a los cuarenta días, mas parece brujería el prodigio que eso encierra, la bondad de mi tierra que hoy no tiene garantías.

Se llamó Juan José Flores aquel bravo general, su pecado original: de la Patria hizo y deshizo y como hizo lo que quiso, tal principio, tal final.

En tropel muchos sucesos de la vida campesina, son como agua cristalina de un sonoro manantial; soy archivo y capital fui fortuna y ¡hoy soy ruina!

“Dende allí para adelante el bienestar es quimérico y lo histórico es histérico; nuestra Patria perdió el rumbo, aún está de nimbo en tumbo y va atrás en lo hemisférico”.

En trescientos días del año de romperse trabajando ¡más parece petardeando! procurándose el sustento y cree el Banco de Fomento ¡que le estamos es robando!

Así habla mi maestro de la escuela del recinto, que orgulloso yo lo pinto por su encendido civismo y que esto sigue lo mismo lo da escrito, Maestro Chinto.

La legislación bancaria, “solamente un banco opera con la clase majadera”; la exigencia tanto asusta que el papeleo nos disgusta porque trae la negadera...

Si el Ecuador es agrícola y conocen que es verdá, ¿por qué tanta terquedá o ceguera o “daltonismo” apoyando al precarismo? ¡otra industria falsa más!

El pudiente agricultor, no agricultor, mismamente, “soy montubio” ¡dice y miente! y le empriesta plata al banco, por su influencia de blanco y al pagar lo hace “caliente”.

El precarismo total es lo de la agricultura, la “masgogia” y la diablura, con mil planes en teoría..., como en la ganadería se fomenta con usura.

Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

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Todo montubio que quiere a la Patria ecuatoriana, al discurso y la “macana” que ya dura siglo y medio, le busca “contra” o remedio, ¡pero hoy y no mañana! Los montubios otrora buenos, andan todos rangalidos acusados de bandidos, por la mala consejera que es una hambre duradera que a todos tiene sumidos. Han salido leyes nuevas “fabricadas” en la Sierra, endiablando lo que es tierra... El propietario “parado” invasor infomentado... ¡es un estado de guerra! El Ecuador de mi abuelo, cacaotero, agricultor, daba brillo al Ecuador en París, con su moneda y hoy que ya nada le queda llega el “iera” arrasador. “Cada loco con su tema” siendo yo agricultor que ama tanto al Ecuador; no hay Noé para el montubio y en estotro gran diluvio no tendremos salvador. De las plagas que azotaron al país más aguantón que de rico a pobretón se le pasa y se le estruja, fue la Escoba de Bruja; ¡aún siente el bofetón! Dicen que el monocultivo solo crisis ha cauzao, solo se sembró cacao, que es cultivo de los “monos” pero existe gran encono porque el agro se ha olvidao. La política, otra plaga, que la menciono con miedo; 80

todo lo politiquero a la Patria causó daños y son ciento cincuenta años que Juan Flores da herederos. Hemos nadado en cacao y campeones en bananos fuimos los ecuatorianos, el petróleo está que “pringa” la ocasión la pintan “gringa” y en un gran peligro estamos. Mis pobres coplas me llevan como esas viejas charlonas a arremangar la cotona, del que tiene una “hacienda”; vieja sarna la impaciencia que al rascar encomezona... Otra plaga, los kikuyos, ni me güele, ni me apesta; la dictadura es su fiesta, creando impuesto a “troche y moche” con sus sueldos de derroche ¡y es el pueblo que le cuesta! Las calamidades nuestras, nos decía el Padre Gerónimo, se las dice con seudónimo, pa evitar que los mandones nos hospeden en prisiones como autor de los anónimos. Ciertamente que se arriesga cuando se piensa en voz alta y a la verdá no se falta, si en mi canto se ve ofensa “no es buen gringo quien mal piensa” el lema inglés, bien ensarta. Mi debilidá y mi fuerte son las cosas campesinas y las pobrezas vecinas, reclamando la atención del que mande en la nación, no encerrao en oficinas. Darse cuenta de las cosas, Antología de la literatura montubia


sin que un séquito lo siga y al corrompido persiga pa que sea un empleado bueno, hizo así García Moreno: ¡el que manda a eso se obliga!

de los montubios en masa, que con una sola casa que se pueda conocer, se podrá tocar y ver a la general desgracia.

Las cosas malas y buenas cuando a la Patria tratan de patriotismo arrebatan; y el más bufo de los males fue el de Wetland de Pascuales, las serpientes chicas matan.

Cocina, mesa y fogón colocados en cuatro palos, en que se hacen los más malos alimentos que da Dios, con la base del arroz ¡y unos plátanos, no malos!

En contraste, el año diez, que al citarnos la frontera con alta fiebre guerrera, por la Patria y su buen nombre, ¡Ecuador como un solo hombre fue en defensa de su tierra!

Con el canto de los gallos el montubio se levanta y la montubia se planta a aliñar su “dos en uno”: es almuerzo y desayuno con que a la “leona” se espanta.

Se dijo que mal armados defendíamos la nación; patriotismo y decisión “corta el hilo que enredare”... lo grabó González Suárez en sacrosanta visión.

Una cuartilla de arroz cómense por la mañana y tuavía quedan con gana; en el campo el que se raja come más porque trabaja a eso llaman “vida sana”.

“La diplomacia y sus hilos” de falsedad repleta, al machete y la escopeta alistadas desde el diez oirán corear esta vez: la Patria se respeta... Quiero hacer un punto aparte porque mi sangre en hervor se encoraja de fervor y acabada mi paciencia, atingida mi conciencia, doy un viva al Ecuador.

Si se coge por la punta a la casa campesina, al mirar a la cocina; el fogón jamás se apaga aunque poca cosa se haga, nadie en la leña se fija.

Lo que cuento a mi escribiente da en llamarlo biografía, lo que hace que me ría de todita esa cuestión; yo le pondría confesión a la gran majadería. Es tan simple la existencia Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

Lo que da en llamarse lujo atrincada a la solera son hamacas que cualquiera echar puede su mecida, pedir allí su comida en constante mecedera. Fresca alcoba familiar del montubio botarate, es un toldo y un petate; la pobreza allí se ensaña, la pared rala de caña ¡nadie cambia aunque lo mate! 81


La vestimenta montubia, el pantalón y cotona y el sombrero de corona, en espuelao el talón su machete al cinturón; otra cosa desentona.

Aunque ya nadie pelea y la montonera es cuento por la falta de armamento; ya nadie lava una ofensa se ha prohibido la defensa, se halla el arma en prohibiento.

Sobre el lomo del caballo pasaría la vida entera en actividad vaquera, conoce cruces y vados el cardumen de pescado y donde el venado ceba.

Y es de ver en los poblaos robo, asalto, orden del día, se cometen “fachurías” con fusil y con metralla; al ladrón nunca se le halla, ni con perros policías.

Eso sí, no puede ver a la policía rural, que les quita su puñal, para batirse al machete la rural siempre se mete para hallar su “papayal”.

El asalto a mano armada en el campo es diaria alarma y si está prohibida el arma, ¿por qué el bandido la tiene? Ese asunto sí conviene que se estudie y no con calma.

Si persigue a los ladrones dando al campo garantías, ¿por qué es que todos los días dan razón de los abusos y de heridos y contusos que dejó la Policía?

En camisa de once varas que me meto, voy sintiendo y si estuviera mintiendo, lo que llaman farfullando, tendría las piernas temblando, por lo mal que estaría haciendo.

El montubio en desamparo abandonado a su suerte, ni en artículo de muerte tiene ayuda del Gobierno, ojalá que sea más tierno en su trato, quien es fuerte.

Con las cartas en la mesa y con las sartas viradas son mis cosas relatadas; y si Arzube, el escribiente, se le antoja un ingrediente la verdá no pierde nada.

Con la sonrisa en los labios quise que lo referido al plumario que he escogido haga suaves mis dolamas porque bajo las escamas un arpón llevo prendido.

Me parece que bastante traté lo desagradable y en un relato no es dable con lo malo ganar fama; enemigo soy del drama, ¡lo penoso es detestable!

Nada saco con ser saco de reclamos y de quejas como lo hacen nuestras viejas. ¿Me alzaré en armas, como antes? Si resucita Cervantes, la pelea será con tejas...

Aunque la alegría del pobre dicen que muy poco dura yo hey hecho travesura a lo largo de la vía... (de mi vida, es que decía) pues pa mí fue una lindura.

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Antología de la literatura montubia


Recorrí cinco provincias y a mí mismo me sorprende y mucha gente no entiende; pues pa allá y pa acá se anda y de continua parranda, ¡la aventura a uno lo vende! Forastero en todas partes ¡en mi zona! ¡oigan eso! de regreso, de estar preso, al raptarme una menor, en Junquillo es un honor ¡y hasta me aplaudían por eso...! Toda polla casadera sazón de corte de sandía, con la vista me decía: ¡ey! ¡montubio! ¡pela el ojo! sea como eres, no te aflojo, y a pocas nadas se juía... Salía de una, entrando en otra, venía la “jierra “e ganao” de un recinto muy mentao; había jinetes y potros muy mañosos unos y otros miba allá con mis corotos... Mis corotos son trebejos que adonde voy me los llevo, los empeño cuando debo, alforja, rienda y montura, mi riqueza y mi ricura ¡y me honro de tenerlos! El arte de echar un lazo dedicao a una hembra buena, como a desafío suena y la pendencia se siembra, si pretende otro la hembra y de coraje se llena... En el corral de la jierra a los bravos se les mete, pa que crucen su machete; todo el mundo “jinchonea” y cometen la pelea que puede acabar en muerte. Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

Si la jierra es muy nombrada y no defrauda al que ha ido a ver arte tan lucido, no faltará el año entrante por el dato resultante: ¡cuatro muertos y un herido! Nunca falta una res brava en las fiestas de a de veras, se torea de mil maneras cuerpo a cuerpo y sin la capa y si el montubio no escapa se le ve tripas ajuera. Se las recoge y torea con la escasa sangre fría que le queda todavía; allí al toro se le engaña con el poncho hacen “pestaña” ¡hasta que zurzan la herida! Si el padrino del herido por su ahijado saca la cara sobre la res se vara, toreará si se que se ofrece el destripado merece ¡una prueba noble y cara! Todo lo que en jierra ocurre lo ha movido el aguardiente; y hasta algún pico pendiente que entre montubios había la borrachera lo hacía como si juera reciente. En el campo, las noticias vuelan a lo periodista, sin que falte un vigüelista que jinchonee y haga tiento y de un gran resentimiento se antoje pasar revista. Así se hacen las camorras: “por aquí anda Jacinto, con su machete en el cinto, y Juan Bravo anda también por saber quién es el quien 83


que lo hirió por allá, en el Tinto”. Esa puya hecha amorfino pespunteao en la vigüela es como sonar la espuela del chúcaro en el hijar y los dos se han de fajar si el fierro deja la suela. Se refiere es al machete que por gusto no se carga; y una vez que el fierro salga pa dirimir la pendencia va a parar a la Tenencia por los “filizos” que largan. Si hay un muerto hay un doliente y el que triunfa quiere más, siga el sable, tis con tas, sin parar la machetiza el aguardiente la atiza allí nadie da pie atrás. Llega después la rural de atropello, en pelotón, cae Sansón y los que son, a los montubios se insulta; no hay sumario, si es que hay multa… fue decente el encontrón. Una gran encerradera con atrasos y perjuicios por comprar al juez y al juicio, se venden vacas paridas pero la cura de heridas siempre la hacen los testigos. Al arreglo que se llegue cuando la trifulca pasa, el herido oculto en casa evitará a los rurales; es curao con vegetales que el curandero prepara. Hay el monte “estanca sangre” la yerba mora, molida, que costrea pronto la herida y la mosca montañera 84

que al corte hace gusanera y la cura es enseguida El guasango, el matasarna el cogollo de guayaba, el bejuco come pava; pura ciencia campesina con surtida medicina que en el monte no se acaba. Pa la cura del mal de ojo, ojo bobo y ojo vivo solo la receta escribo, aprendida de mi abuelo: tres cogollos de cirgüelo y tres nalgadas al chico. Nunca la hizo de travieso pa curar a los cristianos, pero no negué mis manos atendiendo al quejumbroso que sintiéndose enfermoso toca el sentimiento humano. Por la santa cruz de Dios, buscando a veces partera a caballo y a carrera de Lascano a Picoazá, por salvar a una mamá caminé como la arriera. De esos servicio saqué muchos y buenos ahijaos que se creen por mí salvaos por cumplir con un deber; es mejor eso tener que a un mal hijo desgraciao. Cuando se ven malos hijos, gentes serias atestiguan y de asco se santiguan, por hallarse maldecidos y del diablo despedidos cuando su infamia averiguan. Si mi relato que entrego a manos del escribiente como el río en la creciente Antología de la literatura montubia


va arrastrando palizadas, quien recoja aguas mezcladas esperará que se asienten. Quien ordena un relato y se jacta de entendido, de leído y escrebido, hace historias con la historia sacando de su memoria lo que nunca ha sucedido. Esto mío, al natural, es una radiografía, (me lo dijo Primo Díaz) cuando yo le fui a anunciar que mi vida iba a contar si escribiente conseguía. Si radiografía es algo que mi ignorancia no atina yo con Primo tendré inquina; solo le pedí un consejo por gallego y por viejo y de laya franca y fina. Pensará solo el que sabe que lo que cuento es lo real, de la loma al pajonal; y si no vale mi cuento algo vale un buen invento si se puede escribinear. Si me acusan de que invento ¡esta vez sí se vararon...! pues a mí me amamantaron las escenas campesinas de lucirlas en vitrinas porque a nuestra raza honraron. Corren en pos de un amigo que en miseria se debate y vender hasta el petate por alguna ayuda darle, no precisa que lo parle; ¡eso se hace cualquier rato! Que la Policía, a la brava, a un montubio lo encañone Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

y a culata en los riñones lo atropelle malamente, es lo que tiene caliente a las diez generaciones. Y la emboscada montubia preparada de exprofeso da la liberta al preso, aunque se agraven los males caerán “secos” los rurales y otros más...cuando regresen. Nunca vi a sangre fría que un montubio amachetee a otro, que no le pelee; ¡es con la sangre caliente calentada al aguardiente cuando el manso buey cornea! Dicharachero y bromista con humor para vender solo así se hace entender; así saluda a su amigo: “¿Te calientas si te digo: que cómo está tu mujer?” Son los celos los que mueven los más terribles disgustos y para alejar los sustos del montubio ya mohíno “soy pa tu hijo, su padrino” y chuparemos con gusto. Ser compadres los montubios es como si hermanos fueran y no es raro que se quieran, sin pelear en los jamases; en el disgusto, las paces; se respetan entre fieras. Quien conoce al campesino trabajador a jornal, que desmonta el pajonal y destronca la montaña, que averigüe con qué maña es tan rudo y tan vital. Atraviesa montarrales 85


para llegar a las siete con su afilado machete a cumplir con su tarea, el mayordomo lo arrea pa que en su labor apriete. Lo que gana en la semana con la comida tan cara alcanza a “media cuchara”, el diario arroz con sardina va asentarlo a la cantina que la suerte le depara. El desmonte es la parcela pa alcahuetear a la hambruna, eso es toda su fortuna; cuando llega la cosecha la venta la tenía hecha... y gastó todo en las tunas. Ciertamente, que el arroz se fomenta a precio infame, no hay por eso quién reclame, si el montubio nunca paga: “Lo jodió mi arroz la plaga y la tierra estoy que lambo”. En los tiempos no lejanos, si el montubio algo vendía con puntualidá cumplía; y con la Ley de Palenque que es la ley-contrafomenque cimentó la picardía. En la Tenencia, aunque el juez use su bravuconada el montubio no echa nada, esgrimiendo este alegato “por pagar arroz barato pierdan soga y pierdan cabra”. De la ley legalizada por el Gobierno y sus jueces, el pueblo sufre reveses, por escándalos terribles, porque si hay jueces vendibles que hasta solitos se ofrecen... 86

Cuando matan a un montubio el proceso sumarial que envolverá al criminal, tranquiliza a los dolientes, porque creen sinceramente de que el reo irá al Penal. El descarao abogao y de muchos tribunales siempre han sido los metales... Y con “ley de propia mano” vengóse al padre, al hermano, por los vacíos judiciales... Pierde mérito el relato si se da milagro y santo, ¡yo no puedo exprimir tanto...! pero es verdá verdadera que una brava montonera es de sangre, robo y llanto... El llamarse revoltoso y del Gobierno enemigo no me importó a mí ni un higo; la gente buena así era protegía a la montonera y al milicio, “ni le digo!”. Esos tiempos que a caballo los caminos y senderos los vaquéanos, los arrieros, las distancias dominaban, veo con pena que se acaban con los nuevos carreteros. A ese cruce que ahorraba horas se llamaba “cortesía”; el montubio amanecía en el lomo del caballo, la asentadera con callo ¡hasta lujo parecía! En la ley “ojo por ojo” que familias acabaron y ni pa contar quedaron; perdió valor el sumario vengan el hueco y un rosario a los reos que así pagaron. Antología de la literatura montubia


Esas leyes cojitrancas, hasta el respeto perdieron y la venganza extendieron; propias leyes manabitas ley de selva necesita ¡y solo así se entendieron...! Hubo un pleito tan tremendo que unos ricos litigantes con billetes de a bastante, al juez quisieron comprarlo; y tuvieron que matarlo porque jugaba a dos ases. Esta historia tan corriente ¡cuántas veces la hey contao! que el juez y los abogados sus ventajas secretean y a los clientes que pelean al final dejan pelaos. Más parezco tinterillo al llegar a estas alturas porque leyes y basuras al papel las pasa Arzube, y todo eso lo retuve que se oyó en judicaturas. Vuelve la galantería a pasearse en mis sentidos y no son pasos perdidos, ni es que recoja mis pasos; mis amores a retazos no puedo echar al olvido. Sube la temperatura del que se halla enamorado a más de cuarenta grados, y ni el que sufre lo alvierte y no hay médico que acierte cuando el hombre está “flechado”. El tremendo mal de amores hasta la vista la empaña, es más pior que tos de España, todo el ser lo compromete uno mismo es alcahuete (autogol ahora llama). Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

La serenata y la ronda a la noche la hacen día y a su amor seguiría como a su amo sigue el perro, en enamorar no hay yerro ¡siempre triunfa el que porfía! Hasta el ñaco don Quijote dizque tuvo a Dulcinea y aunque la gente no crea lo que dice la novela, yo saqué con mi vigüela la mujer de carne y hueso. Jovachona y entecada y con ojos de candela, saltaba si mi vigüela bordoneaba poco a poco y mi potro talamoco relinchaba en las pajuelas. Ni relámpagos ni truenos, ni los fuertes aguaceros que inundaban los potreros, una falta me anotaron en las noches que pasaron fui puntual dando serenos. La inspiración a torrentes es de suyo que se explica, el montubio versifica por personales motivos: sentimientos de amor vivos lo hacen pior que catarnica. Si había luna, por la luna, noche oscura, por lo negro, se convenció hasta mi suegro, un montubio noble y viejo, que en amores yo no cejo y de su hija me hizo entrega. De la vida campesina los relatos inventados son por falsos, desechados, vale más lo natural, lo sencillo, lo frugal, 87


nos lo dijo el sabio Campos. Si la familia montubia a nuestra laya no está hecha viene el diablo y la desecha; dice el rezo al comenzar: “a los padres hay que honrar” el mal hijo eso desecha. Y tras del ejemplo caigo a darle palo a la historia exigiendo a mi memoria parecido aproximao de lo que a mí me han contao de los nuestros y su gloria. Dicen que en la Costa fue la Villa Ilustre de Baba la ciudá que más sonaba, tierra adentro, a gran distancia, Baba fue de gran prestancia; el pirata allá no entraba. Todos los españolientos que eran dueños y señores de los asientos mejores, resolviendo ir pa Baba como haciéndose la pava a los otros asaltadores... Y con Baba, ya a la vista ese asiento principal de la Hacienda Colonial, vamo a ver cómo salimos, de lo que somos y fuimos en un tiempo inmemorial. Fue una tribu la babieca, cuya sangre si llevamos, al pelear, es la que usamos, y aunque nos queda un poquito que nos perdonó el mosquito, ¡patria chica, aquí estamos! Llamo yo, zonas montubias ¡lo guayaco, lo costeño! donde no hay nada pequeño; generosidá, franqueza, 88

el corazón, la cabeza, de lo que el montubio es dueño. Nos cruzó la Providencia, resultao de la Conquista: español con Huancavilca, con cierto orgullo pa mí, a eso llaman “pedriguí” y en cristiano gente lista. Y en cuatro siglos de “cruce” nuestra raza, siempre abajo, sobresalimos en trabajo, valga la comparación: “sostenemos la nación y nos mandan al carajo”. Todo lo que aquí sembramos con un esfuerzo tan duro, se convierte en oro puro, el cacao, café y arroz, nuestra mano y la de Dios a la patria da un peguro. Si a rezar nos enseñaron, con el ejemplo de Cristo, en la cruz nos hemos visto; pero Cristo resucita y ese derecho se quita al montubio, aunque sea listo. Nuestro infierno propio y que es este verde “paraíso” que Dios nos hizo; hoy Edén, y luego infierno, soportamos el invierno en el lodo, como piso. Nuestro capital humano “demás-gogio”, tan trillado, se halla desvalorizado, al igual que nuestro sucre hecho así, para que lucre solo el capitalizado. Tierra adentro trabajando cuatro siglos, bien vividos en los bosques muy tupidos, Antología de la literatura montubia


¿“y qué es tupido, indagan”? y respondo: “Vean, no se hagan... ay! qué estúpido que hey sido! ¡Cuatro siglos, cómo se oye! de Colonia a Patria propia unas veces en la inopia, y derrochando en festejos; si en el mundo hubo pendejos el montubio es una copia. Inventaron la palabra regional, “regionalismo”, para que el federalismo, del que Olmedo pontifica todo hijo y Patria Chica pruebas den de su civismo. Y solamente por eso que al montubio en gloria cubre y se corea desde Octubre de mil ochocientos veinte: “Guayaquil Independiente”, ¡nos han sacado la mugre! A mi cepa huancavilca con mil brotes hechos espinas por las necias disciplinas, de rebelde, lanzo un grito, que una vez que llega a Quito lo extravían mil oficinas. La verdadera hermandad, no es que “yo llegué primero y estoy arriba del cerro”... “y el que monta es el que manda”; centenaria cuchipanda ¡la denunció ya mi abuelo! Si la suerte de la Patria se ventila en los Congresos los tremendos retrocesos, que sufrimos y palpamos: porque en provincias mandamos a los más analfabetos. “Siempre imponen su querer”... los que tragan más saliva, Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

mejor dicho, el que está arriba; mi Honorable provinciano se le lleva de la mano pa que su apellido inscriba. ¿Habrá el día de la igualdá? “justicia distributiva”, ¡me enseñaron que así escriba! la divisa “federal” porque es esfuerzo local es la competencia viva. Hasta en la familia existe un sistema imponderado, de que el hijo emancipado gane el pan con lo que suda, y si no le alcanza acuda al que en ley está obligado. Arzube, sigue escribiendo, con amor, que eres de Baba, cuando tu abuelo tocaba la ranciera de su suelo se ajumaba con mi abuelo, que buen trago “trasiegaba” Baba, para orgullo nuestro, asentó a la mejor gente en el Guayas residente; en canoa, balandra o chata, y muchas veces, a pata, ¡su acogida fue evidente! Gente fina nació en Baba, por aquella contingencia de salvarme con urgencia del ataque del pirata y no solo fue la plata que salvaron, nuestra herencia. Los Martínez, los Aguirre, los Martiz, los Avilés, los Aspiazu, que eran diez, y los Cuadra y los de Icaza ocuparon esa plaza de gente fina que ahora es. En Baba, como en España, (aunque en Baba no hubo moros) 89


se lidiaban buenos toros en el tiempo, a cierto tranco; el cronista Chávez Franco nos lo cuenta en lindos modos. Hasta cruce de toreros, literáticos de ancestro, en referir somos diestros nuestra historia montubiera; dando gracias a que hubiera ¡Campos y Chávez de maestros! Montubiada pa mí es todo, del quehacer del litoral, trato de regional (sin segundas intenciones) como se hace en las canciones que se canta al guayabal. Rascabuchando la historia me enorgullece la herencia al venir la independencia. El montubio dizque ha fluido el “soldao desconocido” ¡que libertó la querencia! Peleó en Chone y otras partes, por Olmedo y sus ideas que contuvo, a la pelea, en guerrilla y mano a mano al conquistador peruano que lo nuestro ambicionea. “Guayaquil Independiente”, del montubio fue ese grito y el Libertador en Quito al ganar por puesta de mano afianzó lo colombiano; ¡San Martín quedó chiquito! Los abrazos y las farras de quintal y medio de años, más parece que dos ñaños no dejan ver en el bronce el zafarrancho de entonces por la Perla y oro en paño. Duele que el anonimato 90

del montubio, sume y siga y en América se diga maravillas del criollaje el montubio está de paje ¡solamente por desidia! Nadie puede creer el “charro” el “gaucho” o “roto” araucano, ¡y hasta el “paisa” colombiano a basurearnos se mete! “en su tierra no es profeta “ el montubio ecuatoriano. El patriotismo montubio y su casta de valiente más lo jalan pa el Oriente, se lo exige su decoro, porque la invasión de El Oro ¡es un gran pico pendiente! Estimulados por Tarqui, ser montubios y anhelar borrar penas y a Lamar... de domésticos fracasos, de la Patria los rechazos se podrán reivindicar. De mi canto o referencia de la gente de mi casta, me parece que esto basta; siete veces más retuve de lo que dicto a Arzube y lo dejo pa otra tanda. Si al final de mi cuestión se me exigiera firmar, va mi huella digital; hoy día todo es comprobante y si eso no es bastante: soy un montubio cabal. Los que escarban los archivos de la Patria y de sus cosas aclaren cosas borrosas, que a nuestras glorias empañan boten toda telaraña y vejeces polvorosas.

Antología de la literatura montubia


No vivan arrinconaos porque criolla Guayaquil, como el Prócer Villamil; Guayaquil siempre es muy mona a mí me dan en la anona por mi montubio perfil. En trances muy apurados sometidos hasta a traiciones y a horrendas invasiones, Guayaquil de mis Amores; sus montubios defensores se venían de Babahoyo. A caballo, a pie o en balsa, a Guayaquil se venía porque su soberanía peligraba, alguien lo dijo, y con Bolívar en Buijo todo se redimiría. Es la gloria más completa de que montubios pelearon que su vida ofrendaron, codo a codo con Bolívar ¡eso es dulce como almíbar! ¡aunque sí nos olvidaron! Del olvido en que nos sumen salí a hacer esos apuntes, pa evitarte que preguntes si es que vivo o es que muero; que la historia sepa, quiero, que no trate de ese asunto. NOTA DEL AUTOR: La mayoría de las formas populares y vulgarismos son comunes a España y América. Aquí hay acepciones y matices típicamente ecuatorianos. En todas las zonas rurales se hallan voces y dichos nativos incorporados al idioma a partir de la Conquista y se supone que así deben haber hablado los primeros españoles que vinieron y se les pegó a nuestros criollos. Sergio León Aspiazu (riosense) Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

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Recinto Las Maravillas, acuarela, Jaime Villa



Acuarelas costeñas I Por el diamantino elástico del río, que se retuerce en transparente boa, desciende silenciosa la canoa, caballo de agua, que dejó el bohío. Boga el montuvio, sobre el agua blanca, bajo el fulgor de plata de la luna, y el canalete, que sumerge, es una forma del fuete, que castiga el anca... De vez en cuando, espantadiza brinca por la corriente, que la obliga al trote; la canoa cargada es un islote con todos los productos de la finca. Caballo que en el agua corcovea, islote de madera que resbala, llevando, casi siempre, como gala, alguna que otra cicatriz de brea. Ilustra un ‘pacharaco’ el horizonte, surcando el cielo, de un azul tranquilo; se asolea -en la playa- un cocodrilo y el aire trae un hálito de monte. Fuma y fuma el montuvio sin dar tregua -con su cortina de humo- a los zancudos, mientras cambia unas bromas y saludos con el jinete de una briosa yegua. “No te orvides -le grita- de acordarte, que er sábado bautizo la vigüela”. Salta la yegua, al sospechar la espuela o el rápido castigo del ‘plazarte’. Y en la canoa va pensando Ambrosio, en tanto arrima ‘un verde’ a la fogata, que al regreso podrá botar su plata, según el margen que le dé el negocio. No ha de perder la fiesta, donde el Tuerto, su compadre, que luce una entenada, 94

aquella moza que, en la vez pasada, prendió su corazón ya casi muerto. Y, haciendo con el humo del cigarro unas argollas, por jugar con ellas, mira el claro fulgor de las estrellas, danzando sobre el agua y sobre el barro... II Juega el viento en las aspas del molino y el molino de viento no descansa; abanico en un campo de esperanza, bajo el celaje de color cetrino. Impreciso, borroso, de allá lejos, viene el ganado, que el vaquero grita; al pie de un árbol, su lugar de cita, dos bueyes rumian sus recuerdos viejos. En los corrales, una vaca negra, cuyo malgenio su mirar delata, riega un balde de leche con la pata, justificando que la llamen ‘suegra’. Llora un ternero, que el refrán conoce; pues, de tanto llorar, logra una teta; mientras, un asno, de tamaña jeta, vuelve -porfiado- a rebuznar “las doce”. Hacia la izquierda del paisaje vuela, manchando el fondo azul, un gallinazo; se destiñe el gran cromo del ocaso y los muchachos salen de la escuela. Se cierra el horizonte en un confinio de suave sombra que la noche avisa; la atmósfera parece de ceniza y la luna, medalla de aluminio. Suena el aire, rompiéndose en las garras de unas palmeras secas y distantes, la noche se salpica de diamantes y ensayan sus rondines las cigarras. Antología de la literatura montubia


III

IV

Un sol canicular azota y brilla, sobre el líquido vidrio del estero, que lava los manglares de la orilla, exhalando un porfiado olor a cuero...

Bajo un guayabo, junto a la batea, sobre una piedra, que el afán charola, lavando -de rodillas-. una chola enjabona la ropa y la golpea.

Va nadando, a flor de agua, un lagartillo con sus pupilas verdes, en alerta; el sol, que es más ardiente y amarillo, reverbera en los charcos de agua muerta.

El remanso la ayuda en su jornada, cambiando el agua, que se lleva el río y ella no siente la humedad ni el frío, porque es joven y el agua no hace nada.

Aléjase una balsa, lentamente, con el manso rodar de la vaciante, dejando atrás el cromo de Occidente y hacia la noche, que hallará adelante.

El sombrero que, ahora, la defiende recuerda a su marido, en cierto modo; era un retaco, digno de su apodo, pues sus amigos le pusieron “Duende”.

El calor sofocante flota, en todo; hierve el estero, en los manglares tibios; los cangrejos se ocultan en el lodo, lo que prueba, también, que son anfibios.

Y del Duende incluso algunos picos quedaron: una viuda y dos muchachos; y una casita, un arrozal, tres machos, que se hicieron, después, chichirimicos.

Suenan las valvas de la concha prieta, con un olor a fósforo yodado; un ribereño, en la húmeda meseta, labra el tronco de un mangle, que ha tumbado.

El mayor ha cumplido ya los trece, y apenas nueve a la menor le apunto; la niña es un retrato del difunto y el varón a su madre se parece.

Al fondo del paisaje, una casita hace equilibrio sobre cuatro palos, y, en la azotea, hay un fogón que grita su sabroso puchero de robalos. Todavía reluce una ‘peinilla’ como puñal que atravesó la caña, es el machete, en cuyo acero brilla una leyenda, que jamás se empaña. Arde el candil, con un fulgor bermejo, y acuden los mosquitos, como en nube; corre una chola, con trapo viejo, para cubrir la jaula del ‘cucube’. Juega la luz, de modo estrafalario, sobando el humo en todas las paredes; queda negro un antiguo calendario y con barbas la Virgen de Mercedes.

Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

Quiere la chica que la madre sea, como era entonces, dueña de un desmonte; el chico ve más grande el horizonte, pero se cuida de exponer su idea. Como el río, que va por cauce cierto, hay algo que le empuja hacia el destino, y dirige una carta a su padrino, con la esperanza de bajar al Puerto. Ama el estudio, con vehemencia rara, y quisiera saber letra menuda...; le falta solo generosa ayuda, porque le sobra inteligencia clara. ............................................ Han corrido los años, como el río, que antes mojaba el arrozal del “Duende”; lo demás, el lector lo sobreentiende, sin que requiera el comentario mío. 95


¿Después?, hay una hacienda de ganado. Hace algún tiempo, que casó Florinda, y ya tiene una niña, que es tan linda, como la gloria del dolor pasado.

Sigue la mula disparando coces y levanta una blanca polvareda. “¡Agárrate!”, le gritan unas voces del grupo de curiosos que hacen rueda.

Roberto es abogado de renombre, y Victoria, su madre pura y noble, suegra y abuela por partida doble, sueña en un nieto que ha de ser otro hombre.

Proyectándose en brincos singulares quiere salir triunfante del conflicto; pero, el negro, aferrado a los ijares, sobre la silla se mantiene invicto.

V Girando alrededor del bramadero, bajo el bárbaro azote que la raya, un brillante sudor le moja el cuero y la mula parece que desmaya.

Sudorosa, rendida de fatiga, cobrando miedo el domador severo, la chúcara, por fin, cede y se obliga, para ponerse a salvo con el cuero. VI

Tiemblan sus carnes, como gelatina, y se estremece de dolor agudo, y, al tiempo que la chúcara declina, el jamaiqueño le descorre el nudo.

Cebando el agua en la rojiza piedra, afila su machete el desmontero, es duro “el peine”, puesto que es de acero, pero, la piedra, en conclusión, lo medra.

Le ajusta, luego, a la cabeza un paño, que para el caso sirve como venda; después, la silla -un artefacto extrañoy, por último: cincha, freno y rienda.

Tienen el montuvio verdadero celo por guardar el machete, con tal filo que una rama la troza como un hilo y una “escoba” la corta como un pelo.

El chalán -de sorpresa- al fin la monta, y la bestia, al sentirlo, se violenta: corcovea con furia, ágil y pronta, y derribar al atrevido intenta.

Por eso, allá, en los sábados de pago, día de juerga, cuando arregla cuentas, sus riñas son terribles y sangrientas, si es que junto al machete viene el trago.

En temerarios saltos se dispara, como insensible al freno y al castigo, cuando en dos patas se levanta, para revolcar contra el suelo a su enemigo.

Sábados rojos, de infalibles casos, cuando en sus duelos de machete y poncho resuelve liquidarlos, hasta el concho, jugándose la vida, a machetazos...

Como escultura ecuestre, en bronce vivo, forman jinete y bestia un solo bulto; rasga el aire un vocablo interjectivo y se juntan la fusta y el insulto.

Nuestro montuvio lleva en su persona todo el coraje de su sangre ardiente, hidalgo corazón que se lo siente bajo la sencillez de la ‘cotona’.

“¡Qué mula tan mardita -uno comentasi ya mismo parece que lo saca, que le meta la espuela pa que sienta, o mejor que le dé con una estaca”!

El machete es el arma del montuvio, la hoja brillante, de veloz cortada, cuya violencia no respeta nada ni ve si su adversario es negro o rubio.

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Es generoso como el agua pura, como la tierra que el sudor remoja; pero ¡ay! de quien lo ultraje, porque su hoja le hará la cicatriz que desfigura... Por eso afila el rápido machete, que parece un relámpago con puño, y en sus leyendas pone el viejo cuño, que distingue al varón del matasiete. Y lo afila, y lo afila con esmero en la rojiza piedra que lo afila; porque, si es limpia y ágil su pupila, más limpio y ágil debe ser su acero. Y, en todo tiempo, ha de afilarlo; porque mientras sepa blandirlo, todavía, hará un símbolo audaz de rebeldía, para cortar el nudo que lo ahorque. Pablo Hanníbal Vela Égüez (poeta y periodista guayaquileño)

Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

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Montubio Descabezaste la cruz, sin despreciar a Cristo, y cortándole un brazo cual colérico centurión bajo el fuego del sol bajo su lumbre, insisto, hiciste el garabato. Después el hispano que tu prestancia singular pregona con fiera abnegación de hermano, te legó su tizona. La calentaste al sol ceñida al cinto la ablandaste con tu recio aliento, y al conjuro de Ceres sobre la tierra prieta como plinto forjaste el machete. Vencedor del instinto y de natura, la sociedad no puede en sus conjuras marginarte ya más, pisa tu planta ruta más segura no eres sumiso ya hoy vas enhiesto, caminando seguro entre los libres y tienes entre los hombres un puesto... Romeo Cedeño Mieles (maestro y escritor manabita)

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El montubio Hombre de nuestra montaña, hecho de bejuco y limo; alma de los platanales abiertos como molinos, donde luchan los Quijotes contra insectos y mosquitos y hacen castillos de naipes con guitarras y amorfino... Hablas el romance nuestro con dejo y gracia de trino, amarrando en la garganta duros nudos de gemidos... Machete sin brillo en mano, latiendo el viejo latido y un corazón que se rompe de tanto erguirse bravío...

Montubio, hacedor de cantos, que te brotan, frutecidos, desde adentro de la sangre como miel de los caimitos... Desde mi grito del alma quiero poner en tu grito la fuerza de las montañas a que se vuelva amorfino. P. Hugo Vázquez y Almazán, guayaquileño

Montubio de poncho intacto, pleitador de los caminos; amante de la montubia que nunca teje el olvido: tienes entraña de ñame y piel de roble curtido por los soles de los campos y las lunas de ti mismo... Montubio de nuestra tierra hecho de sudores vivos; trapiche donde la angustia te deja el rostro mordido; oliendo a tabaco tinto, donde una hamaca de amores te hace más hombre y más niño... Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

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El montubio Montubio de mi Patria, que le gana cada día al esfuerzo su alba guerra. Por ti la vida su emoción aferra al trino, al viento, a la campiña llana. Desde que el sol anuncia la mañana pisas la piel de la sagrada tierra. El alma de la planta amor encierra y el verde luminoso se desgrana. Eres el héroe anónimo en la historia. Valiente avanzas, en la fulgente euforia, con pasos legendarios e impolutos. La ráfaga crucial de tu machete cunde por los espacios, y prometes a fiel Natura los opimos frutos! Galo S. Espinoza Orquera (milagreño)

El montubio Esta mezcla de Sancho y de Quijote habitante de zonas tropicales dispone entre los tipos nacionales para su exaltación de rico dote. Diestro con el machete y el chicote, sereno en peligrosos andurriales, cabal con los asuntos personales, altivo sin desplantes de brulote. Tan variada como hábil su tarea: siembra, pesca, tripula, jinetea, caza, teje, construye y cada día mejor traduce a la Naturaleza, texto de libertad y de belleza y de una peculiar filosofía. Luis Espinoza Martínez -Lupi- (quiteño) 100

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Exaltación del montubio manabita Para norma de mi verso no hace falta enciclopedia, ni los clásicos autores, ni prestigio de comedia, justifica el fin los medios de notoria sencillez, adentrándose en el agro, donde asoma la tragedia como intrusa en escenario de valor y honradez. Verso claro como el alma del montubio manabita que doquiera condiciones admirables acredita de entereza de carácter y de recto corazón, canto puro a la formidable clase humilde que suscita las estrofas espontáneas, temas de mi exaltación. En las hoscas extensiones de la tierra calcinada, en las pródigas montañas, en la loma roturada, o en parajes que lozanos se mantienen junto al río, del montubio la existencia laboriosa y olvidada inicióse en el exiguo armastote del ‘bohío’. Con la escuela del trabajo que aprendió de sus mayores, en las aulas sin paredes de secanas o de alcores sigue presto los senderos que trazó la tradición, y en la lucha por la vida son sus códigos rectores el respeto del derecho, del deber la obligación. Recia mezcla de la raza del hispano aventurero con los vicios y virtudes de gañán o caballero, y los Caras, y los Incas -los idólatras del Sol-, esforzado y fatalista, impertérrito y sincero, prolongar sabe atributos de nativo y español. Desconoce aquella vida complicada y agoísta dominante entre la clase que se llama modernista, y le bastan su familia, su herramienta, su heredad, Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

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para ser el elemento preterido y progresista que merece los respetos de la necia sociedad. Es filósofo y poeta, forjador de su destino, al compás de la guitarra improvisa el amorfino con la gracia y la ironía que no hallan parangón, en los ruedos de las ferias o a la vera del camino se desgrana la mazorca de su rica inspiración. Ejemplar es la ternura con que trata a sus pequeños compartiendo con su chola los minutos halagüeños, los difíciles lo mismo del bucólico vivir. No conocen los joyeros ni disponen de vargueños, pero hicieron común causa del gozar y del sufrir. No prosterna servilmente su cerviz bajo la bota de los amos presumidos, como paria o como ilota, -del labriego interiorano miserable condiciónni soporta la coyunda vengonzosa, la derrota de la raza que vencida pide aún liberación. Con altivos ademanes, con innata gallardía, respetar hace sus fueros y su justa autonomía cuando surgen los desmanes del abusivo gamonal, y es entonces que se juzga sin razón su rebeldía y al que ejerce su derecho se le llama criminal. Barro duro de los siglos que amasó la reciedumbre del montubio que prefiere los espacios por techumbre, el insomnio por descanso, la fatiga por yantar, a la murria insoportable de la urbana servidumbre que a sus libres convicciones imposible es de adaptar. Brava estirpe del montubio pobladora de la tierra que a las vastas incidencias del trópico se aferra con tenaces desarrollos de benéfica raíz, y que siempre oculta bajo capas rústicas encierra de los frutos que ofrecen, deliciosos, la matriz. En su rostro que tatuaron ventoleras y solanas y en sus manos agrietadas por tareas cotidianas se ven símbolos marcados de valía superior. Cuando exhibe su cabeza la guirnalda de las canas sus retoños obligados están ya por el honor. Obligados por ejemplos admirables de constancia florecidos en los surcos alineados de la ‘estancia’, de firmeza en los embates del difícil batallar 102

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que comienza en los inquietos trajinares de la infancia y que sigue trayectoria de estructura peculiar. Con su mano encallecida, con su frente sudorosa, con su diario sacrificio, con su vida generosa que soporta la inclemencia de la zona tropical, a los valles, a los ríos, a la selva peligrosa producir hace riqueza, beneficio nacional. En su rancho no demora con inútil resultado el sufrido compañero, el viajero fatigado, pues su brazo y sus haberes siempre saben auxiliar, el sencillo socialismo que practica está inspirado en inéditos renglones de su código ejemplar. A su suerte abandonado por gobiernos negligentes, encarando la acechanza de avezados delincuentes, a merced de las dolencias que hurtan su vitalidad, dividir sabe el esfuerzo y dejar grandes cocientes en favor del alto empeño que es la nacionalidad. Estrechemos esa manos en la brega encallecidas, que abren trochas, labran campos y que están desguarnecidas contra plagas y zarzales, contra víbora letal, que desmotan y construyen y que anémicas o heridas empujando el carro siguen del progreso nacional. Estaremos siempre en deuda con el hombre manabita, fuerza viva poderosa que la Patria necesita y que no se justiprecia en su exacta magnitud, con el hombre de los campos, el montubio que ejercita sus diversas aptitudes y no exige gratitud. Pintoresco es el montubio con sus grandes ‘roncadoras’ ajustadas en algunos a unas botas chirriadoras, su sombrero de toquilla y su poncho de algodón; su revólver, su machete, sus alforjas guardadoras de las ‘mercas’ para ropas y para manutención. Divertido y marrullero, cumplidor y campechano, no lo borra con el codo lo que escribe con la mano, de franqueza y de energía es la fórmula cabal, al amigo le concede los afectos que al hermano en la buena y en la mala, con persona y con caudal. Ser gallero es del montubio pasatiempo favorito, alternando con ‘buchadas’, con cigarro y con garito, donde pierda buena parte del ingreso personal; Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

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lo más grave en el ambiente de este típico circuito es la riña que algún día dejó trágico final. En los duelos que provocan el amor o el aguardiente las ‘pisadas en el poncho’ de un vecino impertinente, o los pérfidos recursos que el letrado sancionó, ágilmente ataca y para y a la carga nuevamente se mantiene en el terreno qur la sangre ya tiñó. Este máximo jinete que domina el corcoveo y que afronta los peligros sin vulgar ‘palanganeo’, ‘achicado’ se presenta en las lides del querer, se declara con palabras que entrecorta el titubeo, si después ‘saca las uñas’ le tolera su mujer. Nacimientos y bautizos, padrinazgos y ‘casorios’, despedidas y llegadas, onomásticos, velorios, de dan pábulo al carácter del montubio decidor salpicando van los sitios del placer o del dolor. Cuando tímida despierta la risueña madrugada el montubio a su trabajo va silbando una tonada, su ‘peinilla’ a la distancia se escucha resonar, las chocotas y los chagüís multiplican la algarada sobre el campo en que los frutos han de verse madurar. Luis Espinoza Martínez -Lupi(quiteño)

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Vernacular Condujo tempranito al potrero el ganado, logró limpiar un ‘trozo’ del sembrado de yuca, se trasladó en el bayo al cercano poblado y oyó decir al paso: ‘La feria está maluca’. Le compró los encargos a su chola exigente, comestibles y vinchas, colonia nacional. Con unas amistades gastó en aguardiente y dejó ‘pa otro día’ lo de uso personal. La ‘Monse’ le ha reñido, pero nada le chista ya que en cercana noche los dos han de asistir vistiendo ‘muda nueva’ que no la tiene lista a fiesta de un compadre ‘pa no dar qué decir’. Contempla sonriente la silueta del gallo con cresta que se yergue sobre todo el corral; andares majestuosos ensaya en el serrallo este sultán que brinda el canto matinal. Según dicen ‘los blancos’, el tiempo no es bueno, darán poco suplido por cuenta de cosecha; pero en su casa el ‘chalo’ estará siempre lleno porque a Dios gracias tiene su fornida derecha. Se aleja por el ‘trillo’ que se interna en el monte mirando la enramada en que se oye trinar, en tanto que en la franja sin fin del horizonte el cielo con la tierra se parecen juntar. El golpe del machete resuena en la cañada por donde cruza el río de mínimo caudal y emerge como un himno clarísima tonada, pues al par que trabaja también silba jovial. Admiro del montubio su vida tan sencilla en medio del prodigio de la naturaleza; es modesta su vida pero nadie le humilla y en la buena y la mala comprueba su entereza. Luis Espinoza Martínez -Lupi(quiteño)

Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

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Hermano montubio Te estoy llamando con voz de madrugada. Te estoy llamando con la voz del día, de la noche y de la selva, te estoy silbando, como silba el hacha sobre el lomo de los árboles. Te estoy llamando con voz de siembra y de cosecha, te estoy llamando con voz de lluvia cansina, con voz de aguacero fuerte sobre la tierra sedienta con ímpetus de ríos desbordados, rompiendo las paredes de los barrancos, que acaricia la sombra, con ansias, de estero seco, pidiendo agua. Hermano montubio: Te estoy llamando para que veas cómo pare la tierra, preñada de esperanzas y ambiciones primero verde, luego amarilla. Tus machetes son bravíos como tu raza, miran al sol de reojo para luego pelear. Acaso no los has visto brillar como tu raza, y vas cortando el viento, la yerba y luego el sol. Hermano montubio: Te estoy llamando con la voz de las tardes que filtran su agonía sobre los sauces y álamos dormidos, para que veas las danzas de los sapos y culebras sobre el vientre de la tierra dormida, de la tierra borracha, de la tierra verde, de la tierra caliente y amarilla de sol. 106

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Te estoy llamando con voz de sombra y de tiempo, te estoy llamando con voz de angustia, con la mueca triste de las bocas agrietadas de las sartenejas, con la amplitud de sabana y de potrero, de campo abierto que se besa con el infinito de las tardes; para que veas y oigas cómo silba y se encabrita el lazo sobre el lomo de sus yegüerizos y toros salvajes; para que veas cómo los gallos en su agonía botan las plumas al aire; para que oigas la canción de las cuerdas de tus guitarras trasnochadoras bajo la casa de la mujer morena jugosa como la fruta de monte... Manuel Andrade Ureta (manabita)

Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

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¡Salve! ¡Salve, montubio! ¡De Sandino, hermano! ¡Miras altivo como mira el hombre! ¡Si divisas la cumbre, desde el llano te sientes más inmenso que esa cumbre! ¡Porque tienes carácter de espartano, te sientes único hombre entre tus hombres; porque tus brazos vencen al océano y en cada cicatriz grabas tu nombre! ¡Si alas te faltan por montar las cumbres, fuerzas te sobran por ceñir los montes; los cóndores nomás tienen las lumbres con que tus ojos ven los horizontes! ¡Tu cuerpo fuerte y tus brazos férreos, Vulcano o Hércules podrá igualarlos: nervudos brazos de gigantes aéreos que se alzan hasta Dios para abrazarlo! ¡Montubio, hermano del heroico charro; como él, por siempre, valeroso, altivo; las azules espiras del cigarro envuelven tu semblante pensativo! II La choza de bijao es tu palacio. 108

La esfera del sol te dice la hora. Conoces la tormenta en el espacio. Y siempre te das citas con la aurora. A la hora del crepúsculo te acuestas... y sueñas con cuatreros y montoneras; con el canto del gallo te despiertas por ver la pampa verde y las riberas. Tu sombrero Jipijapa, lejos, finge ser un ancho parasol de tierra ardiente; y le oculta con sus alas a tu esfinge, una que otra cicatriz que hay en tu frente. En vez de la bufanda usas el cuello, pañuelo ‘cresta e gallo’ a manchas rojas; canoa y canalete son tu aparejo; tus amigas invariables, las alforjas. ¡Si el Quijote se amparaba con su lanza, tú jamás desamparas tu plazarte; si su orgullo fue vivir de una esperanza, el trabajo es tu orgullo y tu estandarte! III ¡Cuando suenan tus espuelas roncadoras, los potreros y las pampas se estremecen, Antología de la literatura montubia


Cosecha, fragmento de mural, Luis Peñeherrera Bermeo.

el sol se hiela y cordilleras soñadoras que nunca entumecieron... se entumecen!

porque tienes corazón y te sobra alma!

¡Cuando cruzas los campos en tu bayo, te pierdes en el polvo... y con qué tino el viento le abre cancha a tu caballo; y tu poncho se despide en el camino!

¡Cuando en las negras noches de tus campos le haces confidencia a tu guitarra, el aguardiente te convida al canto y entonces te asesinan por la espalda!

¡Cuando tiras la veta en el espacio, parece un fustigazo al firmamento; parece que destrozas algún astro, que al caer se apagara con el viento!

Te sientes poeta y cantas tu amorfino; tu musa es la madrina; y tu Parnaso, la costa brava de fulgor divino, do canta el Guayas y se ve el ocaso!

¡Cuando blandes tu machete en la pelea, si no tapas con tu poncho la embestida, te ríes de tu suerte y de la herida; y el machete, como el rayo, centellea!

¡Tu nombre de montubio huele a campo; tu nombre canta como canta el río; y anuncia el Ecuador, como el relámpago que anuncia la tempestad en el vacío!

Si acaso vas vencido en la pelea, por aquel, tu rival más vivo y fuerte, desprecias a la vida y a la muerte, gritando con vigor: ‘¡Mardita sea!’.

¡Montubio, salve! ¡Para ti la gloria, coronas tejerá sobre tu frente; con rojas letras te dirá la historia: de mis hijos, el montubio es más valiente!

IV Si la sangre ves correr como un Danubio, la ves indiferente, siempre en calma. ¡De frente no te matan, oh, montubio, Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

Rafael Blacio Flor (guayaquileño)

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Canto al campesino manabita Forjador eterno del cultivo. Campesino de encorvado cuerpo por cargar el sol en las espaldas. De camisa sedienta con sabor a sal y terrosas manos prestas para amasar “el pan de cada día”. “Cuando el pobre tiende su camisa, ese día le llueve”. ¡No! No lo mires, mi sol. Hoy te dará las espaldas. Caminará hacia el poniente porque ha amanecido con sonrisa de sangre. Y si lo miras... ¡Oh!... ¡No!... Si lo miras se le coagula la alegría. Desde muy temprano el sol encendió sus calcinados ojos, lamió el rocío del huerto y llenó de sudor su azotada espalda. Hoy salió con infinita sed a beberse el agua de las charcas. Se bajó tan abajo más ardiente que nunca por un costado. Extendió la sed hasta la hora del ocaso... Y allá, cuando pudo mirarlo, frunció el ceño conteniendo las lágrimas. ... Se escuchó entre los sauces sonrojado de haber marchitado la esperanza, o quizá enojado, porque él seguía de pie, mirándolo... mirándolo, mirándolo! ¡Oh! Desde entonces, el sol tiene un disgusto, cada vez que tiende en cordeles su cansancio... ¡Él no sale! 110

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¡Así es él! ¿Lo reconoces? Invita a su copa al amigo caminante y hambre escriben en el pergamino de su piel. Le tocan los terrones con el primer canto del gallo. Afila el machete... La alforja al hombro y un atado de cien semillas de esperanza. Encorva que encorva el cuerpo a la tierra y dale que dale a la maleza. Con el corazón abierto se entrega a ella, mientras un río de sal le baja hasta los talones. Se le reseca la palabra sin haber pronunciado un ¡ay! y los ojos se humedecen sin deseos de llorar. ... Mira la extensión labrada y de punta a punta reconoce al surco abierto por sus manos! ¡Ah! preñarlo de simiente es el mayor contento... Ahora, con la misma mistica de siempre campesino espera el agua. ¡Llega el agua! ¡Regresó la lluvia! Bajó acariciando los resecos brazos de los ceibos, penetró lenta a besar sus entrañas. Besó también a la madre tierra, como besa un hijo después de un largo viaje. Cantó toda la noche con su voz de rana, a veces le pareció que fue un rezo de lágrimas. Cantó... Cantó dulcemente una serenata verde con guitarra y cuerdas de agua para arrullar la esperanza. ... Despuntó el alba con mil vuelos de pájaros, desperezó el sueño enredado con las pestañas Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

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y escudriñó... ¡Un espejo de agua! ¡Ah!, soñador de esperanzas se dice, cuando lo llama la tierra, para este abrazo húmedo con sabor a selva temprana! ¡Siembra, hermano! ¡Siembra! ¡Preña la tierra de simientes! ¡Parirá esperanzas! Nosotros de felicidad, brotaremos lágrimas! ¡El campesino! Con manos de surcos, abre surcos y preña la tierra de simientes. Con voz de siembra le canta a la lluvia, al ondulante río y al apacible campo. Se santigua con el rocío que paciente espera en las hojas de los maizales. ¡Recoge la cosecha! ¡Lo abraza la esperanza! Y cuando termina la faena mece las ideas en su raída hamaca. Luego, a lomo de mula y su fiel ladrador, llega al pueblo, comparte el grito de la ciudad. Vende la cosecha y regresa a seguir trabajando! Pero... Hay años como los hombres... ¡Malos! Su canto tornóse triste. En un vuelo de pájaros emigraron la voz y la sonrisa y quedó un verano de angustias y lamentos. ¡Campesino! Sientes en tus huesos el bajar de los años desde los sauces más viejos. 112

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El tiempo pasó en calamidades. El sol salió todo el día y hasta por las noches para quemar el alba. La tierra se cubrió de llagas. Las grietas mostraron sus entrañas, y a la voz le salió rendijas en todas las palabras... En todas las esquinas del alma. El río, cinturón de esperanzas, no trajo el mensaje de sus aguas. Los árboles comieron su fruto y en los brazos brotó el hambre. Y él... campesino... prestatario del Banco: Pagó con sus tierras, con los animales, con el cristal de sus lágrimas y quedóse encorvado en el tiempo masticando la nada!: vendo mis huesos, ¡son mi última esperanza! Wadía Lauando Vélez (manabita), 1980

Casas. Óleo de Luis Miranda.

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Fiesta El potro se le encabrita y eleva, brioso, las patas; el jinete balancea su cuerpo sobre las ancas. Jinete y potro se mecen, jinete y potro se hamacan; el viento les pone bríos, el viento les pone alas. Vencido el potro camina con garbo, con elegancia; su paso rompe el silencio que vuela por la montaña. Jinete y potro son uno, uno solo a la distancia cuando van por el camino que nunca jamás los cansa. De poncho y sombrero fino con sus espuelas de plata, va el jinete el pecho en alto que es así como cabalga. Hoy es día de fiesta, es el Día de la Raza, de la raza que surgiera después de tanta matanza. Jinete y potro la vida disfrutan de buenas ganas, bajo el mirar de la luna y el ritmo de la guitarra. El trote lejos se siente del potro por la mañana; jinete y potro regresan alegres hacia su casa. José Enrique Zúñiga (riosense)

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Canto al montubio ¡Montubio! Porción que engendraron las savias silvestres, te he visto afanoso sembrando los campos resuelto, cruzando los ríos. Como si la pampa fuera pequeña, la ciudad te seduce, pero luego te aburre, porque te falta olor a leña verde, a guarapo y a manigua. Brioso como tu potro, eres manso en cualquier día de faena. Te perfilan las broncas ejemplar de los buenos. Cuando te nace apetito de sangre, van contigo hacia el crimen el machete, el poncho y la guitarra! Conquistador de bosques, parece que te sales sobre el horizonte cuando vas a caballo! Cuando enlazas un toro, tu veta es una rúbrica trazada en el espacio! La ciudad te descubre, porque llevas algo que ella nunca ha tenido: un machete al cinto, una alforja a la espalda y una espuela al tobillo. ¡Montubio! Te ha hechizado el invierno con un rito de lluvias. La maraña con silbido de sierpes, con soles encendidos, el sediento verano. ¡Montubio! Celador de las mieses. Gran señor en los bosques. Una mesa de pinta, la botella de puro y un mazo de cigarros, ¡tu mejor madrugada! Miguel Augusto Egas -Hugo Mayo- (manabita)

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Loa al montubio Hombre montuno, sembrador. “Proletario en tu choza y señor en tus fiestas”. Mientras un embeleso sonido dejan tus roncadoras, danzas de sangrantes machetes, anuncian tu festival! Hombre montuno, guitarrista. Qué extremada alegría viven tus matorrales cuando dices un amorfino. Hombre montuno, jinetazo. Parece que se salen por sus propios ollares tus potros, relinchando. Madrugador, eres el primer sol en el monte y eres el primer sol en tu rancho. Tu sobrada alegría, después de un jolgorio, se duerme borracha. Hombre montuno, jaranero. Cómo vomita tu cigarro en las noches, puñados de estrellas salvajes. Hombre montuno, segador. Tu jornada despierta en la espesura con una canción de plataneras! Cuántos bosques desmontas, ¡machetero! Tuyo el secreto que pones en la siembra, tuyo un camino y una espera. Hombre montuno, cosechero. El verdecer te inquieta, te colma de alegría, el sol te tuesta y lame. Pasa el viento reportando tus angustias, las alas todas para tus afanes! Hombre fruta, hombre bosque, hombre grano. Ya revientan en oro las espigas. Enraizado montuno, ¡comienza tu milagro! Miguel Augusto Egas - Hugo Mayo- (manabita) 116

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Tropical Un río que duerme -pedazo de cielotendido en la extensa llanura, que esmaltan amarilla felpa, verde terciopelo, donde manchas rojas de ceibas resaltan. El violeta oscuro de bosques lejanos; palmeras de plata; sembríos de yuca; papayos; guadúas; y entre los bananos, pina sobre zancas, airosa casuca. Chiquillos desnudos al sol, y en la hamaca el torso broncíneo de un montubio flaco, que por las narices y la boca saca azulinas nubes de humo de tabaco. Juan León Mera Iturralde (tungurahuense)

El montuvio Guitarra sola en soledad tremenda; el mar chispeante de la escama crece; y el mangle trensa su vibrante rienda -fusta de fuego que al pantano mece-. Ya las veredas tropicales pueden al combo cielo... de Occidente a Este. La noche vuelve y los puñales ceden. Los gallos cantan al maizal celeste. El sueño impera en la guadúa seca con culebritas de enroscado aliento y tigres artros de color manteca. Y el día sorprende, bimotor viviente, largo anofeles, único argumento, echando su ancla de vapor candente. Alfredo Jaramillo Andrade (lojano), 1967 Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

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Poema al campesino Campesino que labras la tierra con esmero y sacrificio, campesino que vives explotado por los oligarcas y sus vicios. Campesino que abres surcos de uno a otro confín, esperando que llegue al fin la cosecha con sus frutos. Campesino que te levantas con el alba en medio del cantar de las aves, que luego te marchas con machete en mano a buscar tu horizonte, tu meta, o tal vez quién sabe. Quién como tú, campesino, que conoces lo que es la vida quién como tú, campesino, que conoce el lenguaje de la tierra, que sabe lo que es el sufrir, que sabe lo que son las penas. Nixon García Sabando (manabita), 1981

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Matapalo Matapalo. Hembra, drama, pasión. Instinto genésico hecho raíces. Brazo asesino de la selva, tu caricia es mortal y definitiva. Eres tálamo y sepulcro, beso y estrangulación. Con la felina gracia de una mujer y el ondular de una serpiente, envuelves a tus víctimas en el brazo múltiple de tus raíces, de sabias y lentas gradaciones. Bebes la vida, dando la muerte, pero, sepulcro animado, sabes enterrar a tus amantes dentro de tu propio corazón. Paradoja de la manigua, guardas hasta la ceniza del recuerdo. Y cuando el viejo toca la guitarra de los bosques, dejas que se queje dentro de ti mismo la voz rumorosa del que asesinaste. Por eso: la corteza rojiza de tu tronco, sangre que no puede manar, pone temblor de espanto hasta en los vientos de la selva. Porque tu abrazo es mortal y definitivo. Porque eres hembra que mata, a fuerza de amar tanto. Francisco Huerta Rendón (guayaquileño), 1931

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Guitarrista, 贸leo sobre tela, Leonardo Tejada.


Canto al montuvio (Romance)

Canta, canta, lira mía, la bravura del montuvio, sus ternuras, sus halagos, sus colores campesinos, la arrogancia de su vida que navega por los ríos. Canta, canta, lira mía, el coraje del montuvio que galopa en su caballo desafiando los peligros, de la selva que agresiva se ha cansado en los caminos. Canta, canta, lira mía, la tristeza del montubio, su tristeza que doblega, el embrujo de los trinos, de las notas siempre vivas de los valses y amorfinos. Canta, canta, lira mía, el donaire del montubio; no despiertes sin decirme su altanero desvarío, su pujanza de hombre bravo, su donaire de hombre altivo. Si no quieres que me acerque a su amor tan resentido, deja que en sus soledades yo conozca de sus ríos, Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

de sus ríos que altaneros van ahogándose en los gritos. Al saberte en las montañas con las fieras por castigo, te recuerdan mis boscajes, mis cabuyos, mis espinos, la doliente enredadera de mis sueños preferidos. Montuvio de la sabana, montuvio de los caminos, no despiertes de tu sueño, de tu sueño compasivo, porque el mundo sufriría al no verte campesino. Si los grandes mayorales con sus fueros y egoísmos no te hubiesen desterrado de la vida y sus destinos, ya las selvas no hablarían con sus voces y sus gritos. Ya las torpes soledades no serían tu castigo... Montuvio de la sabana montuvio no redimido, haz que cante tu guitarra con rebeldes desvaríos. Haz que muera en tus ocasos 121


de los búhos el graznido... haz que tiemblen a tus plantas el rencor y los olvidos; haz que viva en su cuna la alegría de los niños. Canta, canta, lira mía, la canción del peregrino en la puerta sin umbrales de los viejos caseríos, que se duermen en la estancia de los mares y los ríos. Deja que en su potro bayo ejercite sus olvidos, deja que su negro perro sea siempre fiel amigo, de sus rústicas cabañas, de sus amores sencillos. Deja que descubra su alma a los soles y al camino, que castigue su mirada en los llanos que vacíos, se han quedado sin forraje y en las sombras del olvido. Deja que sus sinsabores se reclinen en los ceibos, sofocando sus olvidos, consumiendo las hogueras de los llanos compasivos. Si no sabe de blancuras, de parajes vespertinos, si no de mañanas prometidas de los riscos, 122

es porque vive mirando la espesura de los siglos. Canta, canta, lira mía, la bravura del montuvio que su vida es un remanso en las aguas de los ríos, que su pecho es la colmena de las aves y sus trinos. Al saberte compañero del silencio y del olvido, me acercara hasta tu vera con la sonrisa del indio, con su poncho, con su arado, con sus bueyes y su trigo. Canta, canta, lira mía la bravura del montuvio, del montuvio que se asoma en la noche del silencio, a pedir a las distancias que se olviden de su grito. Y cantemos, lira mía, la bravura del montuvio, sus halagos, sus ternuras, sus colores campesinos, porque alegre va su vida navegando por los ríos, montuvio de la sabana montuvio no redimido.

Luis Cisneros Noriega (chimboracense), 1960 Antología de la literatura montubia


El hombre y el campo (Fragmento)

Que es injusta la historia mal conceptuar a quienes con sus manos realizan “la más noble actividad que emprende el ser humano” y más las ruines sinonimias y acepciones del lenguaje, aceptando, que aunque erectus, continuaban semisalvajes. Rústico, incivil, patán, inculto, bárbaro, montaraz, expresiones que envilecen a los hombres campiranos y por contraste lacerante, encumbran a los urbanos, por la sola diferencia de habitar en la ciudad. Infamantes vocablos no lesionan tu hidalguía, muy distantes de llegar a lo insondable de tu ego, pareciera que avivaran tu altivez y tu hombría, permitiendo señoree tus conductas, aunque lego. Amansa tenaz al clima, con riendas y con espuelas. No cejes hasta domarlo y alejarás sus secuelas. Que sus rayos no aticen las brasas sedientas de fuego, demuéstrale que eres tú quien pone las reglas del juego. Y al lenguaje sobre todo, recordarle sus errores, que recoja los conceptos ofensivos que ha lanzado y que en un acto de justicia haga suyos tus clamores y redima para siempre al montaraz vilipendiado. Si es pobre la cosecha o sale mal algún trabajo, no pierdas los estribos y conserva el buen talante, y profiriendo un muy fuerte y sonoro... ¡qué carajo! yergue la cabeza y altivo sigue hacia adelante ¡pero nunca para atrás ni tampoco para abajo! Olmedo Ycaza V. (guayaquileño), 1999

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El matapalo El matapalo es árbol montubio. Recio, formidable, se hunde profundamente en el agro con sus raíces semejantes a garras. Sus troncos múltiples, gruesos y fornidos como torsos de toro padre, se curvan en fantásticas posturas, mientras sus ramas recortan dibujos absurdos contra el aire asoleado o bañado de luz de luna, y sus ramas tintinean al viento del sudeste... En las noches cerradas, el matapalo vive con una vida extraña espectral y misteriosa. Acaso dance alguna danza siniestra. Acaso dirija el baile brujo de los árboles desvelados. De cualquier modo, el matapalo es el símbolo preciso del pueblo montubio. Tal que él, el pueblo montubio está sembrando en el agro, prendiéndose con raíces como garras. El pueblo montubio es así como el matapalo, que es una reunión de árboles del consorcio de árboles, tanto como troncos. La gente Sangurima de esta historia es una familia montubia en el pueblo montubio: un árbol de tronco añoso de fuertes ramas y hojas campeantes a las cuales, cierta vez, sacudió la tempestad. Una unidad vegetal, en el gran matapalo montubio. Un asociado en esa organización del campesino litoral, cuya mejor designación sería: Matapalo C. A. José de la Cuadra (guayaquileño)

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El montubio Es vivo y alegre en el trato, pintoresco en sus costumbres, bravo en el peligro y adicto con firmeza al blanco, a quien respeta y sirve con cariño y voluntad, mientras no se le imponga con rigores de tirano. El montubio costeño es el hombre de la naturaleza. El tupido bosque, la soleada pampa, el torrentoso río constituyen su escenario, donde él ejercita su vigor y su osadía en el indómito potro, en la insegura canoa, en el descuajo de la añosa selva. Allí está su único libro que estudia y comprende con facilidad. El viento que silba entre las cañas, el rumor que recorre la pradera, el grito que se eleva en la espesura, todo tiene para él un lenguaje claro, que no le engaña nunca y le da perfecta idea de un mundo misterioso que no ven los ojos de la gente de la ciudad. Su mirada se dirige al suelo, y allí, donde nada raro aparece a la vista, él descubre el paso de la cautelosa fiera, el surco ondulante de la culebra venenosa y la ruta de la salvajina que persigue. El montubio puede no ir a la escuela ni conocer el alfabeto; pero conoce su libro, ese gran libro abierto de la naturaleza. Con oraciones del Justo Juez o de la Piedra Imán, que guarda escritas y enterradas en estuches de cuero, se considera invulnerable y hace prodigios de valor en el combate o en cualquier peligro; pero si tiene cualquier malestar físico, piensa que es debido a un daño causado por maligna influencia, pierde enseguida la moral y se siente herido de muerte. Hay quien cree tener una astilla atravesada entre el pecho y la espalda; un camarón metido en el vientre, o un colmillo de lagarto clavado en el hígado, todo por obra del maleficio. Solo el brujo o la bruja le pueden sacar el daño y hace toda clase de disparates bajo los más rudos tratamientos. Mientras la brujería cumple su oficio con manteca de gavilán, aceite de lagarto, agua de cucaracha y uña de la gran bestia, el montubio pone velas a las ánimas y mandas a San Jacinto.

Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

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El montubio tiene sus fiestas favoritas, para las cuales se prepara con el mayor entusiasmo. Una de ellas es la de San Pedro y San Pablo, que lo vuelve loco de alegría; otras, las de San Juan, San Jacinto, las Cruces y los santos patrones lugareños. Tiene también la de los Finados, en la que cena con sus parientes muertos, reservándose las sobras de los difuntos, mientras que ellos aprovechan las sustancias. Entre sus diversiones, la más noble es la carrera de caballos, en la que se ven verdaderos centauros; y siguen la lidia de gallos, la carrera de ensacados, la vaca loca, el toro embolado y el chancho ensebado. Este valiente campesino no le tiene miedo a nada. Cruza la montaña llena de peligros, caza al tigre en su cubil, pesca al lagarto en su propio elemento, coge las serpientes con los dedos y atraviesa a nado caudalosos ríos; pero hay, sin embargo, una cosa que le aterra: el servicio militar. Aquello de sentirse cogido de la pretina, de ser llevado al cuartel y verse allí con la gorra en la cabeza y el fusil al hombro, es cosa que le espanta. No se acomoda a la disciplina militar, ni al encierro del cuartel, ni a la vida ordenada, con esa naturaleza agreste y bravía. Cuando el montuvio tiene un hijo, busca a un blanco de sus simpatías para que lo lleve a la pila y sea su padrino. Desde ese momento se establece la más estrecha solidaridad entre el padre y el padrino. Este viene a ser la más alta autoridad que reconoce y respeta el primero; su nombre lo llena de orgullo y su adhesión es tan firme que, si llega el caso, se deja matar por el compadre. Nota curiosa: el montubio bautiza siempre al hijo con el nombre del santo que trae el calendario el día del nacimiento. Jamás los cambia por otro, aun cuando no corresponda al sexo del recién nacido, y así se ve con el tiempo a recios hombronazos que se llaman Carmen, Isabel o Dolores. Ese hombre es una cifra positiva en la población nacional; una abeja que labra la miel y la cera de la fortuna pública; un brazo que se mueve en la enorme faena de la producción. ¿Y qué pide? Una humilde cabaña para abrigar a los seres queridos; un plato para su mesa frugal y siete pies de tierra para cubrir su cadáver cuando rinda la postrera jornada de la vida. José Antonio Campos- Jack the Ripper- (guayaquileño)

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Oración del montuvio que se fue... para no volver Siento la nostalgia de volver a mi tierra querida, saturada de grandes recuerdos y de grandes cariños. Quiero volver a ver los cacaotales y los limoneros, que embalsaman el aire con el perfume de sus frutos; quiero ver nuevamente las grandes sabanas cubiertas de verdor, y con el ganado que allí pastorea; oír el mugido del toro que llama a la vaca, y el ternero que le responde a su mamá, ¡noooo...! Quiero sentir el olor a tierra mojada, y el ruido del aguacero en la lejanía, que me arrulla en mis noches de insomnio, trayéndome recuerdos de una raza, ya preterida, pero raza de leyenda: la montuvia. Quiero beber otra vez el agua de sus cristalinos ríos, que bajan de las impolutas laderas de la montaña, para luego ir a confundirse en un largo beso con las saladas aguas del mar Pacífico! Quiero oír el grito del “perico ligero”, en las noches de luna que me semeja al de un hombre perdido en la soledad de una noche sin fin. ¡Quiero volver a ver mi querida tierra montuvia! Quiero volver a los cañaverales y escuchar el arrullo de las tórtolas, que entonan su canción de amor a la naturaleza, y oír el canto del ollero, anunciando el mediodía. Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

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Quiero oír otra vez el ruido estridente de las cigarras; el crac, crac de las ranas en el agua, y ver en la oscuridad de la huerta la vivísima luz de los cocuyos, “que alumbrando van las mismas sombras que buscando van”. Quiero volver a la manga, ver el árbol de pechiche, a cuya sombra la negra Matea me hizo sus primeras confidencias de amor; hablar con Baldomera, que tan alegres noches me brindó, bailando cuadrillas y valses, al son de un viejo acordeón, y abrazar a Olegario, el viejo leñador, que con sus rudos golpes de hacha derribó tantos añosos robles, cuyo quejido perdura aún en la selva! Quiero ver a mi chúcaro rosillo, hincar con mis espuelas sus ijares, y partir en él, como en alas del viento hacia la tembladera, a visitar al “Comandante”, así llamábamos a un hermoso lagarto, que a salidas de agua se lanzaba al río, llevándose nuestras gallinas y perros. Y por último, quiero visitar el cementerio de mi pueblo, descubrir entre las zarzas y los espinos la tumba de mi madrecita adorada, que la separan de mí el tiempo y la distancia, hincarme ante ella y pedirle perdones por haber renegado tantas veces de que me hubiera dado el ser. Y nos vamos quedando solos... ¡En mis ojos quemados ya, por el llanto y el dolor de una tragedia muy humana, se desdibujan los arreboles de una tarde montubia, de aquella tarde en que la negra Matea, Baldomera y Olegario pagaron su tributo a la madre tierra. ¡Antes de morir quiero volver a ver mi querida tierra montuvia! Arcadio Ayala González (riosense)

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Estampa del ambiente campesino Ha terminado la cosecha de arroz. Allá, en el desmonte, no queda sino la perspectiva de una zoca. Hasta tanto, los negros y otras aves están de fiesta: desde el amanecer hasta el ocaso se hartan de los granos que los recogedores dejaron sobre el suelo. “Es la época -dicen- en que todos los pájaros están gordos”. Acá, en las casas de algunos montubios, los jurones se hallan repletos. Quienes no han comprometido su cosecha tendrán alimento para todo el año, sin perjuicio de sacar al pueblo de cuando en cuando algunos quintales para venderlos a buen precio. Lo sacarán en cáscara y, si tienen tiempo y humor, pelado. Antes de hacerlo, lo secarán un poco en el tendal, sobre el cual desplegarán una lona con el fin de evitar que los granos se queden entre las cañas picadas que les sirven de piso. Cuando la cascarita está como tostada, advierte al campesino que ha llegado la hora de pilarlo. Para efectuarlo, tienen, en los bajos de la casita canillona, el sillón y su correspondiente mano. El primero está hecho, generalmente, de matapalo y el segundo, de guayabo: de madera blanda y ligera el uno, de madera dura y pesada el otro, para que la operación quede bien. Adminículos o accesorios son el abanico de pluma de pavo y la lapa: luciente esta, empolvada aquel. Ambos, artísticas y útiles expresiones de la tierra costeña, nuestra tierra incomparable. Hay veces en que la pilada se hace entre dos, en labor combinada sincrónicamente, de modo que, cuando baja la una, sube la otra. Dicho se está que, de tal manera, el trabajo se ejecuta más rápidamente: quizá en la mitad del tiempo en que se haría si se trabajara de manera individual. Atraídos por el canto de esta faena campesina, cuyas notas -lentas, graveslleva el viento hasta bien lejos, llega la volatería de las casas: los pavos fachendosos, las gallinas bullangueras, los patos tambaleantes. Y allí, junto al pilador, es la fiesta: muchas veces no advierten el peligro por lo atraídos que se hallan por los granos que saltan hasta el suelo. Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

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¿Cómo así?, dirá el dichoso ciudadano guayaquileño y esotro desdichado que nació allá en Boca de Caña o en Estero de Lagarto y que hace como que no sabe nada de esto... Y vamos a explicarlo para el uno y casi diremos que también para el otro. No ciertamente por querer servirlos, sino por querer describir una de las actividades más bellas y más puras de nuestro ambiente. Después de que el pilador o los piladores descargan unos cuantos golpes sobre la masa de granos que se halla en el interior del rústico mortero, echan con la izquierda, de una lapada de arroz y, soltándola desde lo alto poco a poco, con la mano derecha y al golpe del aire se agita el abanico, van volando las cascaritas, en tanto que caen por su propio peso los granos mondados del pilón. Esta operación dura algunos minutos: tanto tiempo cuanto sea necesario para dejar limpio el precioso vegetal, que, así calientito, es llevado muchas veces a la cocina para prepararlo. ¡Qué bien sabe entonces! Y siempre, pues es voz común que el arroz descascarado en pilón es más sabroso que el descascarado en máquina. No lejos del teatro de las operaciones de que venimos hablando algún puerco retoza, ocultando debajo de sus enormes orejas gordas, su alegría. Pues también para él es una dicha esta operación: mojado en agua le darán cuando acabe la faena, un poco de polvillo para su regalo. Y el perro, uno más de la familia campesina, vigila por ahí, tendido a la sombra de un limonero feliz de que todos, en su casa, tengan qué comer. Si hay gato, tampoco él estará lejos. Cuando los montubios -y yo uno de ellos- no comen arroz dos veces al día, les parece que no han comido. Lo toman -los hemos tomado, lo tomaremos- acompañado de una menestra y un pedazo de carne asada. Plato como este no hay por allá dentro, sobre todo cuando, abundante la manteca, ese arroz tiene cocolón. Cuando algún acontecimiento triste o alegre rompe la monotonía de la familia montubia: digamos cuando hay algún velorio o algún santo, comparece el consabido “arroz aguao”, sobre el cual han llovido todos los apodos: apatillado, medio aguado, etcétera. Los serranos, que tanto se han burlado de él antes de comerlo, han tenido que rendirse ante la evidencia de su exquisitez y eso que no todos le agregan, como quien no dice nada, unas aceitunas sin hueso y unas hojitas de laurel. Los moros son plato muy de acá: podéis prepararlos con cualquier grano, pero los de lenteja, si le añadís un poco de queso, son de chuparse los dedos. El fréjol de palo reemplaza admirablemente a las leguminosas conocidas: cuando tierno, mejor que mejor. 130

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Si, sobre un plato de moros de arvejas o de garbanzos de esos en que el cocolón nos provoca con el oro graso de su tostadez, derramáis un poco de queso parmesano (no palmasano, como dicen los más), estad seguros de que os luciréis como anfitriones. El arroz con carne, preferible carne de chancho con unos retacitos suculentos de longaniza, es plato que obliga a la repetición al más templado de los comensales, claro, si quien lo prepara tiene aquel secreto que convierte en potaje cualquier cosilla que adereza la necesidad. Allá en la Sierra, en donde el arroz va abriéndose paso día tras días, por obra de los costeños que somos sus embajadores, preparan un arroz relleno, ante cuya bondad hay que inclinarse. Guisado con manteca de achiote, próximo a servirse se le agrega un preparado de queso desmenuzado y rebanadas de huevo en refrito de cebolla blanca: por muy serranófobos que seáis, os guardaréis más de una ración. En el campo, en donde no siempre sacrifican reses, cuando no tienen a la mano un pernil de guanta o de guatusa, de venado o de saíno, echan mano de una lata de sardinas extranjera, la trasvasan en la olla -que debe ser de barro, para que el potaje resulte más apetecible- y lo sirven luego, olorosamente delicioso o deliciosamente oloroso. Y ya que de estos arroces hablamos, digamos algo de los que llevan, a manera de condumio, ostiones o cangrejos, ostras -que por aquí decimos conchaprietas- o camarones. Cocidos, los penúltimos con el mismo líquido que vierten, ¡qué arroz con calamares ni qué niño muerto!... Hay veces en que la despensa campesina está pobre: el rigor del invierno ha impedido llegar hasta la población cercana para proveerse de víveres. No hay granos para la menestra. En este caso, bien que sale preparada con verde cocido y majada en leche, a lo cual se pone un poquito de queso. Si el plátano está maduro, ello no es un óbice: haced lo mismo que con el verde y tratad de acostumbrad a estos montubios a servirse platos dulces en compañía de platos salados. Y basta de arroces. Otro día, bien pronto, os hablaremos, lector, de otras comidas que se preparan con arroz, así de dulce como de sal.

Justino Cornejo Vizcaíno (riosense). Tomado de diario El Telégrafo, del 31 de agosto de 1949

Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

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Estampa rural Olorosa a rocío, a mañanita fresca con la dulce sonrisa de niña campesina, despierta la aurora sobre los tejados grises del regazo materno de mi pueblo bravío. Por los viejos caminos que van a las huertas excitantes a nísperos, pomarrosa y cacao, se escucha el rumor de las cabalgaduras de recios y alegres montuvios. Mi pueblo está de fiesta. En todas sus esquinas realza la blancura de blancas cotonas y cantan su canto las espuelas de plata, y en los floridos ventanales abiertos desgranan sus sonrisas y hablan sus pupilas las niñas pueblerinas de angelicales almas y corazón de fuego que derrochan belleza 132

en el sol tropical y en la euritmia cabal de sus carnes morenas. Mi pueblo está de fiesta. De su gris monotonía se desnuda una estrella de sonrisa montuna, y la flauta de Pan se desgrana en el viento. Y al compás armonioso de un agreste amorfino el más guapo montuvio, arrastrando su poncho, junto a su chola y a una botella de puro, de su sangre le brota este grito sencillo: “Por la gloria del Mejor Ciudadano levanto esta copa”. Julio César Sánchez Vinces (1957). Para J. Orión Llaguno, Mejor Ciudadano de Los Ríos en 1952

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Hermano montubio No es justo que tú sigas sufriendo resignado el yugo de los grandes, que todo te han quitado; la redención empieza cuando hay alguien que grita con voz tan retumbante como una dinamita! Yo sé tus infortunios i sé tus amarguras; he visto muchas veces tus plantas inseguras dejar huellas de sangre sobre la tierra ardiente, mezcladas con el agua salobre de tu frente! i he visto que al esfuerzo supremo de tu brazo, como un vientre fecundo, el terreno regazo, pródigo de cuidados, ha ofrendado a la vida el fruto provechoso que en tus entrañas se anida! Yo sé que tú trabajas desde que el sol alumbra hasta que muere el día envuelto en la penumbra; i sé, montubio hermano, que mientras tú laboras, aprovechando el lento desfile de las horas, otros sin hacer nada tiran a manos llenas el oro que tú amasas con miel de las colmenas; porque sin duda ignoran lo que a tu brazo cuesta el que ellos en la vida estén siempre de fiesta. I al mirar tu abandono i tu desgracia, hermano, he sentido en el alma las furias del océano; mientras como un torrente de lava del Vesubio, ha incendiado mis venas mi sangre de montubio; en tanto que mis manos crispadas por la ira, con un coraje homérico han pulsado la lira para arrancarle himnos llenos de rebeldía i así romper el yugo de tanta tiranía...

Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

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¡Por ti!, que eres el yunque de la agraria riqueza i la piedra de tope de la humana pobreza; ¡por ti!, que en la ignorancia, sin saber de ti mismo, eres víctima triste del social egoísmo, lanzo a los cuatro vientos mi redentora idea, para que en tus tinieblas alumbre como tea i puedas ver, hermano, el error en que vives, porque ni una limosna de educación recibes. Tiempo es ya de que cesen todos tus sinsabores, i de que ya comprendan tu dolor los señores, para que arrepentidos se golpeen el pecho i te pidan perdones por los males que te han hecho. Ve por todos los campos, llama a tus compañeros, vence todas las cimas, salta desfiladeros, i cuando hayas logrado reunirlos en el valle, háblales del derecho, pero con voz que estalle! Haz el recuento amargo de tus humillaciones i echa a volar las águilas de tus exaltaciones, para que con sus garras destrocen los tiranos i grandes i pequeños se puedan dar las manos! Que yo estaré contigo en esa hora suprema, ofrendándote el fuego de mi mejor poema, para que en todo instante su lumbre te recuerde, que toda tiranía por absurda se pierde! Contempla los inmensos i rojos horizontes, que al morir de las tardes se besan con los montes; contempla la verdura de los vastos sembríos; i al murmullo sonoro del agua de los ríos, extásiate soñando, que tu vida agitada, por la injusticia humana, debe ser mejorada; pero que para eso es preciso que luches i que todo momento la voz del bien escuches. Piensa en lo que te digo, pero... trabaja siempre; que el ocio y la pereza por tu puerta no entren, i aunque trabajes mucho i no coseches nada, i en herirte se empeñe la suerte despiadada, no atentes irritado contra el derecho ajeno, sed para tu infortunio apacible i sereno, que los usurpadores son seres desalmados de cuyo trato insano se apartan los honrados. Comprende que en la vida todos somos iguales i que sí hay diferencia de ensueños i de ideales, de razas i colores, posición i fortuna; 134

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somos todos hermanos: la humanidad es una, i aunque los hombres quieran afirmar lo contrario, negar no pueden nunca la verdad del Calvario. Hermano en el trabajo i en el dolor hermano! ven, siéntate a mi mesa y estrechemos la mano. Debemos marchar juntos; la unión hace la fuerza, para que nuestro rumbo fraternal no se tuerza; ser unidos i fuertes, como el roble gemelo, que sereno soporta la tempestad del cielo. Sí, siempre estaré a tu lado para fortalecerte en las horas de angustia que te brinde la suerte; mas no olvides, hermano!... debes abrir los ojos, para que no te hieran la zarza i los abrojos. Quiero...! porque es la hora de que cesen tus penas, romper con mis estrofas tus pesadas cadenas i gozar de la gloria de verte redimido, marchar hacia tus campos por siempre convencido, de haber con tus esfuerzos la libertad cobrado i con ella el derecho de ser considerado. Hermano, ven!, marchemos hacia tu gran destino, la redención te aguarda al final del camino. Armando Baird Medranda (manabita) 1929

Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

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Salud, hermano campirano Todoy me he configurado hacerte un panegírico con apologético elogio y ditirámbico encomio que parece ser lo mismo. Eres, compadre montubio, un ente muy ponderado, por tu innata suspicacia. Eres también un polígrafo, solo que a tu péñola la reemplazas con machetes; y tu papiro es el campo, mientras la tinta te brota con figuras de sudor, y es la legítima esencia de tu incansable fervor. Tus cosechas son ofrendas que remunera la tierra como premio forestal de madre naturaleza. Son tus gestas espartanas los resultados sinónimos de tus clásicos esfuerzos en unísona fusión con los agrícolas retos. Las verdes granjas y huertos que son tus computadoras completan las herramientas que en la aurora y el véspero siempre, hermano campesino, sudando a cuestas las llevas. Experto eres sembrador y eres intelectual que te sabes de memoria lo del viento y las marcas, porque eres en otros términos auténtico meteorólogo, jachudo en las peleas, botánico refranero y picaflor de chamacas hermosas o feas. Me impresionas, compadrito, cuando caminas jadeando con tus alforjas al hombro, o cuando en tu bella jaca tú galopas pastoreando las manadas que dispersas por sartenejal sabana, van en pos del vegetal que les inflará las ubres con el líquido perlado de la cónyuge del toro. Me deleita tu fachada de cow-boy ecuatoriano, jamás fuiste usurero o antipático chulquero, y nunca un chancho rengo, sino un gran agricultor, porque la yuca y el choclo, el poroto y el arroz, y el ají con cangrejo, son los platos favoritos familiarmente servidos en el hall de la cocina. Salud, bravo campesino, hijo de la diosa Ceres y del monarca Mercurio. Salud, bravo campirano, hermano de mis hermanos y paradigma de Urano. Guillermo A. Rodríguez Alvarado, guayaquileño, 2002

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El cacao Pepita de oro salvaje, china de selva fragante. Se hace agua la boca solo al nombrarte: chocolate. Como todo lo montubio: moreno, casi azabache. Como todo lo aborigen: sensual, cálido, enervante. De tu loción de lujuria está empapado el paisaje. Cerca de ti se adormecen embriagados los caimanes, y -en hamacas de palmeraslas brisas tibias errantes. Abel Romeo Castillo (guayaquileño)

Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

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Amorfino... no seas tonto Vibran las cuerdas templadas de las vihuelas sonoras, como si fueran las fibras de los nervios de las mozas que junto a los payadores esperan cosechas buenas para llenar los canastos de sus vanidosas ansias. Rueda el mate aguardentero, por la escalera de bocas, hasta que en dos escalones agota su alma de fuego. Corta el aire, igual que el filo del ‘cinco clavos’, la copla y el avispero de chismes moscardonea en la ramada. Contesta pronto el herido y en celoso contrapunto pone el pie sobre el alero del sentimiento contrario! -“¡Amorfino: no seas tonto y aprende a tener vergüenza; la que te quiso, querela, la que no... no le hagas fuerza!”. ¿A quién ha herido el reproche? ¿quién la causa de tal mofa? ¿quien el querer ha burlado del mejor chalán de moda? Allá, arrinconada, escucha torciendo el rojo pañuelo la causante de una riña 138

que ya zumba en el enredo. La última parte ha cortado la arteria que sangra burla: -“¡La que te quiso, querela, la que no... no le hagas fuerza!”. Se suceden los reproches, los comentarios se enlazan, y los cantores resudan por avivar la moteta, el más prudente aconseja, la más arisca aguijona, y la bronca se avecina sobre las grupas del odio. Las cuerdas rotas se enredan como serpientes heridas, y ya no hay quien no comente lo del ‘querer’ y la ‘fuerza’. Hay dos machetes que tiemblan entre rendijas de caña, y hay dos manos que los tiran en un cruzar de relámpago. Las ‘chinas’ al gallinero vuelan buscando refugio y los varones más guapos intentan parar la gresca. Los machetes en el aire rubrican el estribillo para que todos lo sepan: - “¡Aprende a tener vergüenza!”. Y con sangre y con vergüenza cubren sus caras cortadas, Antología de la literatura montubia


Algarabía montubia, caricatura/acuarela, Luis Peñaherrera Bermeo

que la vergüenza con sangre se ha de mezclar en la bronca. Coraje, valor, destreza, machete y poncho enrollado, ¿la vida?... corre traviesa por los potreros de sangre persiguiendo a la vergüenza de haber sufrido el desprecio de un “amor-fino” que niega consolar al que se muere. “Amorfino”: no seas tonto y busca los ojos de ella que te miran deslumbrados por el fulgor de tus rabias; Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

aprende a tener vergüenza que en amor no pierdes nada cuando la hoja del machete rubrica tu hazaña homérica. Quiérela, si ella te quiere, y si no, no le hagas fuerza, que es mejor sufrir la pena que gozar con la vergüenza...!

Rodrigo de Triana (Rodrigo Chávez González) Machala, El Oro, 1932 139


Montuvio Proclama de la Madrina Criolla del Litoral 1932, con motivo de la Fiesta del Montuvio.

Montuvio de temple aborigen, de noble connubio: tu sangre señala el origen de la raza heroica, pujante y altiva, de la nueva raza que ya no es quimérica; y el mundo verá, mientras viva, surgir de la fuerte savia primitiva, la hombredad robusta de una nueva América! Montuvio, eres hombre con algo de fiera por lo de salvaje; te llaman los vientos por eso tu nombre ruge, canta y llora por entre el boscaje; por sobre los ríos en las altas voces de los voceríos; tu nombre resuena por los infinitos, bajo el ardoroso y áspero diluvio, como una bandada de potentes gritos; Montuvio... Montuvio... Montuvio. Montuvio, jinete de soberbia estampa, señor del machete dueño de la pampa: levanta el penacho de tus rebeldías y mira la fiesta de los horizontes; que la magna aurora de los buenos días ya baña el espeso verdor de tus montes, descorriendo el velo de las lejanías... Montuvio de ánimo robusto, con musculatura de los recios bronces; para ti la vida no tiene lo justo, y es preciso entonces, que te armes de arrojos para la conquista noble del derecho. Prende los ardores ígneos de tus ojos y con ambas manos 140

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rasga tus entrañas y rásgate el pecho, si antes no consigues destinos humanos. Montuvio con talle de héroe de leyenda, tu misión no tiene miedo de amenaza; y con gesto rudo, desátate el nudo de la negra venda, que eres el designio lustral de la raza! Montuvio, tu fuerza reclama otros bríos, tu ambición es mucha, y sientes el ansia de los albedríos con hambre insaciable de lucha. Pero nada puedes, cordial campesino, porque una cadena de sombras de amarra, para que soñando con el amorfino, te aduermas al bravo son de la guitarra. Montuvio, hombre rudo pero con el alma noble y altanera, recibe el amparo, recibe el saludo de las manos de una buena mensajera. Y escucha esta ardiente proclama desde los reductos que la selva embrolla, la ciudad te aclama. Te amadrina en fuego la Madrina Criolla. La Madrina Criolla te admira y te exalta porque eres el hombre de potente brazo, que por la conquista más noble y más alta triunfadoramente va abriéndose paso!

Jorge Ismael Gandú secretario de la Madrina Criolla del Litoral 1932, Bertha Camposano Ramos Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

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Décimas montuvias A la fiesta campirana se aprestan los montalvinos a desarrollar sus planes e integrar la caravana con la gente rusticana de los campestres recintos, principiando por Los Tintos, por El Mate y Limonal, por Petrillo y Pedregal con sus Bajañas y Quintos. Vendrán de Santa Lucía, de Colimes y Palenque, gente pálida y enclenque para lucirse ese día; vendrán de Jesús María, de Vinces y El Esterón; vendrán de Samborondón, Taura, Boliche y Yaguachi, y hasta del mismo Mocache vendrán en corporación. Vendrán de Baba y Pascuales del Salitre y Dos Esteros, montalvanos macheteros, corridos por los rurales; vendrán muchos gamonales con gallo, poncho y espuela, con violín, bombo y vihuela; machete, brazo y pescuezo, luciendo un buen aderezo de gualdrapa y lentejuela. Vendrá el famoso dauleño con er código en la mao; él nació para escribano y ha sido dende pequeño 142

leyista... Con todo empeño se ha dedicado ar Derecho, y se toma siempre a pecho er pleito de su vecino, defendiéndole con tino, pero siempre en su provecho! Del pueblo samborondeño vendrá un ídolo de barro trayendo tinajo y jarro que obsequiará con empeño al pueblo guayaquileño; y además una cazuela hecha por mama Manuela; traerá una olla, un macetero, un fogoncito o brasero para quemar a su abuela! Cantarán un ‘amorfino’ en honor de la Madrina, la que, aunque no es campesina, ha de tener muy buen tino en no hacer un desatino con la campirana gente que concurre, porque siente correr su sangre montuvia, como corre en una rubia la sangre noble y candente. Veremos la caravana de jóvenes disfrazados de montuvios bien hablados en cara fresca y galana, haciendo un chabacana imitación del montuvio, con pelo muy suave y rubio, manos finas y delgadas, Antología de la literatura montubia


narices bien perfiladas como gringos del Danubio. Pero veremos, también, a ese rústico labriego, muy tostado por el fuego, que nos mira con desdén; ese que lleva la sien cubierta por el cabello, con un pañuelo en el cuello, verde, azul o colorado, en buen alazán montado de mucho brío y resuello. Y veremos las chiquillas, bellas, risueñas y hermosas, Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

cantar, también, orgullosas con esas gentes sencillas; ellas son las maravillas de esta fiesta campirana, en que la bella lojana, Señorita Interandina, se abraza con la Madrina y Maruja, la sultana.

Mirlo Negro (Francisco Falquez Velarde) en la Fiesta Regional del Montubio del 12 de octubre de 1932 143


El montuvio El montuvio es entre nosotros lo que el guajiro en Cuba, lo que el llanero en Venezuela: un ser cuyo carácter y costumbres tienen algo de árabe, de andaluz y de bárbaro. El montuvio es amante de su libertad, dadivoso, pendenciero, bastante inclinado a las bebidas alcohólicas y muy supersticioso, pues cree en diablos, duendes y brujas. Sus casas son por lo general levantadas sobre pilares de madera incorruptible, pisos de caña guadúa picada y así reducida a tabla, y el techo cubierto con hojas de bijao, cadi o toquilla. Es el montuvio extremadamente ágil y robusto, buen nadador; jinete magnífico, monta el potro más cetril y lo doma con presteza; enlaza a la carrera al toro más bravío, lo ata y lo sostiene a la cola de su caballo; no teme a las fieras, duerme en la selva donde abundan los tigres y cuando se ofrece, se arroja al agua en medio de los caimanes; en su frágil canoa atraviesa los ríos más caudalosos; trepa con la agilidad de una ardilla los más encumbrados árboles. Conoce las virtudes medicinales de muchas yerbas y él mismo se cura de las mordeduras de las víboras que abundan en los bosques. Es además un buen cazador y la caza y la pesca son su diversión favorita. El plátano, la yuca y el arroz son su principal alimento. El vestido del montuvio está compuesto de una camisa siempre de color, además un buen pantalón de casimir, y cubre su cabeza con un sombrero de Jipijapa. El poncho no le falta ni tampoco el afilado machete pendiente del cinto. Lo que es los zapatos no los usa sino para salir a las ciudades. En estas, su carácter vivo y decidor pierde toda su naturalidad: se le ve ir por las calles medio encogido y pisando como sobre huevos, pues los malditos zapatos le hacen ver estrellas al mediodía; mira con desconfianza a los militares, y los cuarteles y la policía le inspiran terror; pero, a pesar de esto, él lo ve todo y lo examina con atención, y una vez que sale de la ciudad, respira con toda libertad como quien deja una prisión, echa a mala parte sus zapatos que tanto le han hecho sufrir y recobrando el natural desparpajo charla como una cotorra. Llegado a su casa, habla de cuanto ha visto u oído: todo lo explica a su modo, todo lo exagera y lleno de orgullo cuenta cosas inverosímiles, que escuchan con admiración sus compañeros. Amante de la poesía, el montuvio improvisa con suma facilidad, inspirado por la belleza de sus ríos, sus pampas y sus bosques poblados de palmas, aves y flores. Canta a todo pecho sus amores, sus pesares o sus alegrías cuando va solo, o al son de una guitarra, si está en unión de sus amigos. Sus bailes son muy animados, y en medio de sus frecuentes borracheras despilfarra cuanto tiene y concluye sus diversiones casi siempre con una riña, de la que resultan no pocos heridos y algún muerto. 144

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Pero cuando es más interesante el montuvio es cuando está enamorado. Entonces escoge su mejor caballo y lo adereza con lujo. Él, por su parte, se viste de punta en blanco, se coloca corbata al cuello, a modo de corbata, un pañuelo de seda rosado, porque sabe que este color significa amor; se calza sus espuelas de plata, si no las tiene, las pide prestadas a un amigo, cíñese a la cintura el machete, enciende un cigarro y montando en su fogoso corcel se encamina este nuevo Quijote a la morada de su Dulcinea, esbelta morena de hermosos ojos andaluces, vestida con suma sencillez y limpieza, sin desmedro de sus encantos naturales y sin esas pinturas y polvos en la cara, porquerías que tanto desfiguran a nuestros adorados tormentos que viven en las ciudades depilándose las cejas y lustrándose la nuca. Llega, saluda a los viejos (así llama a los papás de la chica), da un apretón de mano a esta; se sienta en una hamaca como le da la gana, porque él no ha leído nunca a ese tirano llamado Carreño; y mientras habla de vacas y caballos, de desmontes y cosechas, golpea el suelo con el bejuco que nunca deja de la mano ni cuando va por casualidad a oír misa el día de la fiesta del santo patrono de su pueblo. Por fin se despide, no sin entregar al disimulo una cartita a la niña, carta que ha hecho escribir con el sacristán de la parroquia o con el mayordomo de la hacienda vecina. Monta en su caballo; lo hace caracolear para que lo vea ella, que se oculta pudibunda tras las paredes de caña, pero que lo está atisbando por las rendijas, dispara su caballo con dirección al cercano monte, desde donde comienza a entonar sus cantares amorosos: sus cuitas, sus celos, sus esperanzas y los desdenes de su adorada: “Con esta carta van cinco, niña que yo te escribí: échala, si quieres ar río, mas no te orvides de mí. Así, dice, mientras de en medio de la selva le contesta un amigo para hacerle rabiar: “De la guayaba madura nunca comas la pepita: el hombre que fuere pobre no busque mujer bonita”. Tal es nuestro montuvio mientras no se hace peón de alguna hacienda, pues ya en este estado es un miserable esclavo que solo trabaja para no morirse de hambre, porque no le alcanza para más el escaso salario que le da su patrón; muere triste y lleno de deudas, a no ser que recobre su libertad por medio de la fuga. Jerónimo Orión Llaguno Márquez, riosense, 1926

Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

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Canto al montuvio La selva te ha escogido por amo y por lacayo, el sol en tí ha dejado su llama y sus orgías, y el río balbuciendo su voz de guacamayo ha puesto en tus candiles el ruego de los días. El poncho te cobija ciñendo tu bravura, no llevas en los ojos miradas de recelo, pareces gondolero del viento en la espesura, pareces la arrogancia del cóndor en su vuelo. En tu alma el cielo ha puesto visiones de espejismo, tus manos son gaviotas que cruzan por los ríos blanqueando la tristeza del mar y del abismo, no tienes cobardías, no sabes de rencores, porque eres alma buena sin locos desvaríos, porque eres el mimado del sol y sus colores. Luis Cisneros Noriega (1960), chimboracense.

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El reposo, óleo, Luis Peñaherrera Bermeo.

Montuvio Oh, montuvio, montuvio de mi tierra, quiero ser el cantor de tu bravura, muchas cosas haré con la vehemencia de mi sangre que es fuerza y es locura.

Así y frente al destino de una raza quiero ser del montuvio su bravura, ser hermano de su alma tan valiente, ser su voz, su dolor y su ternura.

Fundiré con mis manos los caminos que forjaron las glorias del pasado, diluiré la penumbra de los bosques con las furias del río desbordado.

Para ser la oración de tu sabana teñiré mis arterias con tu sangre, viviré con tu pena y con tu angustia, no veré que tu pecho se desangre.

Para ver tu mestiza prepotencia abriré de los soles sus entrañas, bajaré a los abismos de los mares, cubriré con mi grito sus cabañas.

Así y con mis sueños de conquista, con mi pluma sedienta de confianza, cantaré la hermosura voluptuosa de esta raza de sol y de esperanza.

Sentité en mi vida desolada el potente bramido que se aleja, rociaré con mi sangre tan serrana el montuvio gemido de una queja.

En el filo cortante del machete se adormecen los bosques más bravíos, las serpientes se asustan al mirarlo porque temen sus locos desvaríos.

Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

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Sus pupilas repletas de horizontes son dos soles que van por la sabana; su mirada candente y fugitiva con la vida tranquila no se hermana. El caballo es amigo de su infancia, el relincho resuena en sus oídos como el grito salvaje de las olas en la noche matriz de los sonidos. En la hamaca descansan sus pesares, es salvaje al sentir su carne herida, nunca llora y es sonata de la selva su guitarra que canta dolorida. Amorfinos desfilan por sus labios en cortejo amoroso y plañidero, su machete reclama una venganza y hay un grito de sangre en el estero. Oh, montuvio del trópico fecundo para ti mi oración que es campesina, porque sabes vivir entre la selva que te da su caricia femenina. En tus manos las olas se adormecen como gajos de vientos y de bruma, para ti las montañas son plegarias de los mares con sol y con espuma. Para ti las mujeres son retazos de tu pecho sediento de grandeza, en sus ojos tan negros y profundos se recrean tu amor y tu tristeza.

no te ofusca la selva con tus gritos porque tu alma es canción de primavera. Para ti son mis versos altaneros no conozco tu tierra ni tu vida, sé que vas por la selva caminando sin dejar una huella dolorida. Sé que vas fatigado y sin descanso, que no sabes del risco iluminado, sé que vas incendiando la montaña con la luz de tu amor apasionado. Es por eso que canto tu bravura, el coraje de tu alma tan valiente, y te canto sintiendo en mis arterias el calor de tu sangre que es candente. Te canta la blancura despejada del sublime y adusto Chimborazo y te canta el preludio de mi hombría con la fuerza incolora del abrazo. Y al tenderte mi mano compañera te saludo, oh, montuvio de mi tierra, porque vives fecundo de esperanzas en el poema candente de mi tierra. Luis Cisneros Noriega (1960), chimboracense.

Si te vistes colores vespertinos es porque amas a Dios y a tu bandera, 148

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El romance del montuvio Paisaje de cielo y tierra con venas de savia fresca. Pecho que rasga horizontes como rasgar una tela. Alma de fuerza de río con ímpetu de marea. Corcel de estrellas y frutos olor a sauce y a selva. Y manos de pergaminos rugosas, fuertes y secas, de ajustarse a los arados porque sonría la tierra. De perderse con el pico. De hermanarse con la rienda. Confundirse con el remo y bailar sobre las cuerdas de guitarra que vive, en el velorio y la fiesta. Paisaje de campo y cielo. Montuvio de nuestra tierra. Alma de fuerza de aguaje sabor a cedro y a selva. Copiados van en tu retina los límites de la tierra. Al norte, alambre de río. Al este, la hacienda vieja, donde el patrón de tu hermano la vida del tuyo acecha. A oriente canta la fruta. Al sur la vista se quiebra; arriba, de miel la brisa copia la flor de la higuera. En los puntos cardinales aprendiste a deletrear echando lazo al ganado. Abriendo paso en la selva. Corcel de estrellas y frutos olor a sauce y a selva. Tatuada viaja en tus ojos tu casa de caña vieja. Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

El regreso, óleo, Luis Peñaherrera Bermeo.

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Nido de sol y de canto. Vida de angustia y tristeza. Tristeza de selva adentro. Tristeza de río afuera. Los ríos de nuestra Costa saltando van en tus venas. El monte, el valle y el río, el sol, la luna y la estrella copiados van en tu pecho y volcados en tus líneas. Conoces la vida toda, del río, el sol y la selva. El idioma de los frutos. El olor de la cosecha. Paisaje sin horizontes. Montuvio de nuestra tierra. Bien sabe leer a su paso el rastro de la culebra. La huella de los jaguares. La peste de la palmera. Sin que nadie te enseñara, conoces de las mareas. De las vaciantes que duran. De los aguajes que quiebran. La enferma del cacao. El gavilán que se acerca, entre sus garras de presa, por llevarse un cacareo entre sus garras de presa. Reloj de sol y de luna. Calendarios de cosecha. Así se riega tu vida desde el velorio a la fiesta. 150

Conoces tú los secretos más altos de la palmera. La angustia del río que baja y sube con las mareas. El cansancio en los tendales con sabor a yerbabuena. El dolor de los desmontes, donde llora algo de selva. El gesto del fruto muerto abandonado en la tierra. La angustia del tallo gris al ver sus flores enfermas. El paso de potro bravo y el de la vaca regera. La humildad de la canoa que va regando su estela. La fe de la mano fuerte sobre el machete y la rienda. Vengo a cantarte, montuvio, paisaje de nuestra tierra. -Romance de luna y río tu corazón hecho selva.El arte de un enlazado. La línea de tu tristeza. Dame la nota montuvia de tu guitarra jilguera. Las hélices de mi rima han de quedarse en la selva. Jorge Pincay Coronel (Premio Montura de Oro en el Concurso Literario de la Asociación Regional del Montuvio (1937)

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Canto al montubio ¡Despertar del día! ¡Despertar del día! Ya vuelca sus himnos de luz la mañana, y al son orquestal de frondas y trinos se apresta a la faena el hombre del campo, el hombre montubio del trópico nuestro. Henchido su pecho de toda esperanza, se va como un río desbordado, por mangas, canteros y dehesas, por huertas, desmontes y vegas. Su paso fecunda la fértil entraña del agro. Y luego resuena en la selva un sordo concierto de voces agrarias; el canto vibrante del hacha que tala y el caer de los robles enhiestos y recios; el eco jadeante del hombre que brega retumba en sabanas, barrancos y esteros; eleva el desmonte su ofrenda de espigas al cielo, ofrecen las huertas mazorcas doradas y los cafetales rubicundos granos. Un canto de vida germinan las grávidas siembras. Yo canto, yo canto al hombre esforzado que labra los campos y arranca prodigios de fruto a la tierra; al dueño y señor de los bosques, que sabe el lenguaje que vibra en la jungla, que canta amorfinos y potros domeña; que sabe los signos secretos de todas las sendas y el trillo en la huerta. Yo canto, yo canto la ruda pujanza del montubio nuestro.

Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

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Su vida azarosa peligros sortea, pero él al destino jamás se doblega; su brazo es la fuerza que da la riqueza, que anima los pueblos, que anima los puertos, aunque es de otros hombres la ubérrima tierra. Yo canto, yo canto al hombre que deja su vida en el agro, y tiene tan solo por toda querencia su poncho y machete, su pobre bohío, su potro cerrero, su canoa y su perro. Que todo en su loa pregona su esfuerzo; con cantos de aromas las frondas floridas, con cantos de frutos copiosas cosechas; y canta el estero su canto de aguajes, y cantan los ríos, y cantan las garzas su lánguida albura de vuelos; y se une al concierto de frondas y trinos, desmontes y huertas, que entonan su loa al montubio nuestro, mi canto fraterno. Guillermo Valarezo Junco (riosense) 1957

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Canto al montuvio Rompió de pronto aquel silencio oscuro el vibrante clarín del Universo, y como encarnación de lo más puro surgió aquel hombre, en mágico conjuro, nuestro ‘montuvio’, ¡inspiración del verso! Se agitó alrededor de su presencia lo más fértil y audaz que dio natura, el verde valle derramó su esencia, la ‘revesa’ le dio su resistencia y forjó con lo inmenso su estructura. Se baña con la aurora, va al camino como astro nuevo en su fugaz destello, comulga con el ave oyendo el trino y es un predestinado del destino, que comparte con él todo lo bello! Conoce de la lluvia y de la hora al ver su esbelta sombra proyectada en la pampa serena y dilatada que el ‘astro rey’ con sus reflejos dora, envolviendo en reflejos la enramada. Bajo las matas de cacao, la huerta, con su alfombrado suelo, es un tesoro, donde rutila su mirada experta en la ‘mazorca que después de abierta, engomada saldrá la ‘pepa de oro’. Él sabe que la brisa tempranera trae el secreto de la gran sabana, que, como nota breve, en la mañana, da un arpegio sutil de primavera que dulcemente al corazón se hermana. Por el ‘remanso’ en su canoa dormida va aspirando el aroma de las flores, el ‘barranco’ le evoca sus amores... ¡tan hondos! en la ruta de su vida que grabarán en su alma ¡los dolores! Cuántas noches, en lides de tormento, por el celoso amor de su ‘querida’, Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

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hizo relampaguear el firmamento ‘chispeando’ los machetes, ¡qué atrevida lección de amor, en rojo sentimiento! La ‘beta’ que lanzada por su brazo, como rayo, atraviesa la llanura, a la bestia detiene con el lazo, trayéndola sumisa paso a paso, aferrado a su fiel cabalgadura. Cuando va con su ‘giro a la gallera, enardecido grita y enronquece, y aquel sangriento redondel parece convertirse de pronto en una hoguera, con la quemante turba que enloquece! Pegado al fiero potro cuando ‘amansa’, el ‘palenque’ convierte en griterío, y dominado ya con garbo avanza el paso del corcel fugaz bravío, ganando a su ‘Madrina’ ¡una alabanza! En la ruda faena del ‘cantero’, su filante machete da con ‘maña’ el corte seco y a la vez certero, que hace caer la almibarada caña a los floridos bordes del sendero! Bailando en el ‘Golfín’ luce arrogante, su pintoresca y límpida ‘cotona’, y musitan sus labios la quemante y dulce ‘seguidilla’, que la dona a su pareja: ¡inquieta y delirante! En sus noches románticas divisa desde el ‘tendal’ la casa de su ‘moza’, y un cántico de amor, entre la brisa 154

Antología de la literatura montubia


le envía su corazón, con la sonrisa tan suave como el néctar de la rosa! Con este canto su pasión se enciende y la ternura el pecho le desgarra, ella, que escucha la canción entiende, que dentro el corazón fuego se prende oyendo el ‘bordoneo’ de la guitarra! ¿Quién pudiera expresar, como él expresa, la ingenua inspiración que su memoria pone en el ‘amorfino’ esa belleza saturada de magia que embelesa escalando las gradas de la gloria? Él, solo él, por raza y don divino, que vierte el Litoral su raro efluvio, en todos los recodos del camino, y que avanza marcando su destino con ocho letras que se leen ‘montuvio’.

Luis E. Silva P. (Candelario Plazarte) 1957

Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

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El campesino Machete filudo al cinto y sus polainas bien puestas, costal al hombro y sombrero de paja en su alta cabeza, camina así el campesino a encontrarse con la huerta. El sol al nacer le pinta su erguida sombra en la tierra y con sus labios de fuego su curtido rostro besa. Su paso firme no sabe de espinos ni enredaderas. Avanza como un guerrero que a la victoria se apresta. Dale que dale. El machete hace sentir su presencia; el calor moja su espalda y su garganta reseca. Las horas caen en silencio con los manojos de hierba que corta. Ya el campesino solo atiende su tarea. Es un señor que no sabe al trabajo darle tregua. Él con su mano de hierro su propia riqueza crea.

ama las cosas pequeñas: su pecho es nido de amores que con amor se alimenta. Al fin la tarde se asoma y frente a frente se encuentran, el campesino la dicha siente fluir en sus venas. Frutos maduros del campo al retirarse cosecha. Con carga y machete al hombro el campesino regresa. En su casa con las sombras los suyos siempre lo esperan, a este señor de los montes que al reposo al fin se entrega. Machete filudo al cinto y sus polainas bien puestas, mañana irá el campesino con la aurora hacia la huerta. José Enrique Zúñiga, (riosense) 1995

Ama las cosas más simples, 156

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Romance del labrador Viene el labrador despacio trayendo al hombro la carga: un amorfino lejano le brota de la garganta. Como contando los pasos se acerca lento a su casa. Sus brazos fuertes sostienen de un lado la dura carga y del otro, a más del hacha, un costalillo de frutas cogidas de la montaña. Por ese camino estrecho que ha caminado mil veces, el sol que se va muriendo le pinta la ruda estampa. Tranquilo y siempre cantando llega por fin a su estancia. Con la fatiga en el pecho y mirando la distancia, arroja la leña al suelo y clava en un tronco el hacha. Una voz de adentro sale saludando su llegada: es su mujer que del seno un tierno niño amamanta.

un plato de arroz muy blanco y un recipiente con agua. Besa al niño en las rodillas y a la mujer en la cara: todos sonríen contentos mientras él busca la hamaca. Del costalillo de fruta saca jugosas naranjas, así moja el labrador las fibras de su garganta. Se sirve el arroz caliente entre sorbo y sorbo de agua. Después... todo es silencio, se queda la casa en calma. Nadie interrumpe su sueño, pues hay que empezar mañana. ¡Y mañana al labrador solo le espera otra carga! José Enrique Zúñiga, (riosense) 1995

Abre la puerta y sonríe al ver al pie de la lámpara Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

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Cantalicio Muy güenas, mis paisanos: los saluda atentamente un montubio que es muy gente, y que aunque torpe en su hablar sabe siempre expresar lo que ha fundado su mente. Soy montubio, y orgulloso de serlo siempre me siento, es pa’mí el agro un portento que de Dios su gusto trata, y es del hombre faena grata el cultivarse el sustento. Da gusto espequear la tierra y ver crecer lo sembrado, y comer lo cosechado cuando la fruta madura; se olvida hasta la amargura de ser uno explotado. Es que la vida montubia es una vida explotada que se vive marginada por el amo o comerciante, porque el montubio innorante casi nunca tiene nada. Pero aun así es tranquila la vida del campesino: se va por todo el camino y en todo campo ocupa; ningún haber le preocupa, resinnao a su destino. Se levanta a sus labores y honradamente trabaja, su ignorancia es la ventaja que a la paz a su alma induce, sin importale si aducen que vida ‘sube o baja’. Él solo sabe de tiempos 158

p’ejecutar sus labores, y de la flor de las flores conoce el íntimo aroma cuando a sus ojos asoma el color de sus colores. Él estudia en los montes la ciencia pía de las aves y los peligros más graves de los reptiles y fieras, y de todas las maneras la vida campestre sabe. Por eso es que haciendo honor de haber nacido en el campo sin más ciencia que un lampo de experiencia inolvidable, pido que sean amables con su atención donde acampo. Acotéjense en sus puestos pa’ que escuchen bien mi canto, que de mi vida a este tanto tengo mucho que contar y este cuento es un cantar que tiene notas de llanto. Y no es que no sienta amargura por relatarles mi vida, sino que el alma sentida no se la debe tocar, porque se puede arriesgar a desangrarle la herida. No que gusta la amargura y casi nunca me incomodo. Vivo en flores o en lodo y onde mi Dios me coloque; bailo al son que me toquen, y ondequiera me acomodo. Soy alegre y bebedor, y el cantar es mi destino, del ‘cacique’ llevo el trino, Antología de la literatura montubia


y el pecho de la cigarra, soy güeno pa la guitarra y picante pal’ amorfino. Me privo por chalanear y a cualquier potro me monto, y cuando más bravo, más pronto a dar paso le enseño; yo soy un chalán costeño que a cualquier chúcaro afronto. Soy güeno pal’ garabato y pa’ tirar “cacha e’toro”, como guía o tras del guía; y por destajo o por “día” yo sé cumplir con decoro. En esta tierra hey nacido para bien o para mal, tierra linda sin igual, de campiñas generosas, de mujeres primorosas y hombres firmes de ideal. Versista soy y los versos me salen del corazón con montubia inspiración y chabacana armonía, cual brotan en melodía las notas de una canción.

Eduardo Jurado (Fragmento del extenso poema épico folclórico Cantalicio)

Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

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Romance campesino Por los ásperos caminos que dizque los hizo Dios van los montubios al paso mientras muerden su dolor. Llevan en hombros su alforja y a destajo el corazón, y en su tonga miserable, una ración para dos. En sus pómulos salientes, donde se retrata el sol, dos cascabeles de cera entonan un mudo son. Sus ojos son su garganta y sus miradas su voz: (rota palabra de vidrio para que la entienda yo). Barreras de anemia y hambre se oponen a su labor: el beso de la serpiente, la indiferencia del sol, las garras de la montaña, la mirada del patrón. Por los ásperos caminos que dizque los hizo Dios los campesinos del Guayas van mordiendo su dolor. ¿Dónde van que van tan tristes? ¡A la cogida del arroz! Alejandro Velasco Mejía (guayaquileño) 1975

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El montuvio Soy Candelario Rugel, no el de aquel libro mentao: soy er montuvio bragao que hoy vendo dejde é Laurel. Y ánque no soy dejta orilla, quiero a toda la rejión pojque tengo er corazón como la flor maravilla. Pojque juí también cantor y dej cuando en cuando canto; puej soy como er palo santo que da perfume y calor. Y si er sembrao ejta en mí co ejtá er jugo en la caña; no crean quej pura maña, puej soy de guachapelí que no se pudre ene-lagua.

Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

Y si el ejtero e Bijagua contara lo que yo juí, me diciera: Candelario, vengo a cantarte en caliente para que sepa la gente que eres surco y campanario. Que tienes de guayacán el pecho fuerte y oscuro y abres la tierra seguro cuando te buscas el pan. Tú arrimas el hombro al beso, porque no eres de papel; ni Miranda, ni Carriel: que tú eres Crispín Cerezo; o también, el lagartero, el que contuvo su aliento y por ganarse el sustento se durmió sobre el estero. 161


Tu sol, tu aire, tu luz defiendes a tu manera; tu tonga y tu compañera moviendo el machete en cruz. El mismo templado acero de la rebelde jornada, el que escribió en la Alfarada, una estrofa con Montero. Y aquel montuvio bravío que bebe el pasto mojado y tiene el decir cortado como el barranco del río.

La flor de ceibo, el potrero que embalsamaron tu vida, tiñeron color de herida la cinta de tu sombrero. Como el aromo, en su afán, tu sombra perfuma el suelo y en formación el piñuelo, de tu parcela es guardián. Y allí, donde haya un arado, la selva sale a tu encuentro y el campo te echa, hacia adentro, como el cencerro al ganado.

Que no discute un salario y la espiral de su lazo tiene al ganado en su brazo: no es otro que Candelario. El que a vera del camino, cuando la noche está en calma torna en guitarra su alma cuando canta un amorfino.

Por eso, al vibrar tu sien, estás donde está la planta y en donde el trabajo canta allí estuviste también. Y cuando el sol del poniente al campo lo ha encendido, se ve al cansancio prendido como un rocío en tu frente. Entonces en la guirnalda de luces bajo el espacio, el río es un gran topacio y la tierra una esmeralda.

Y al ir su lira templando con el color de su pelo, su amor sencillo y su suelo, con su emoción va rimando. El mismo que cruza un vado y amarra el potro en su brío y se planta en desafío donde haya el tigre pisado. Y siendo por un querer, su machete se hace espada; su poncho capa bordada al frente de una mujer. Candelario, fue tu voz, tu esfuerzo que al campo arrojas: con tu esperanza las hojas, con tu sonrisa el arroz. 162

Y en esa agreste divisa, a la miseria la esquivas y el árbol viejo derribas para encontrar tu camisa. Por eso en verde al cantar, nunca tu rostro se pierde; si el pájaro que habla es verde y compañero en tu hogar. Y al ir regando su vino la noche por la penumbra, de luciérnagas se alumbra el tibio hogar campesino. Antología de la literatura montubia


Y allí, en el descanso igual que a la campiña te liga. te arrulla bien la fatiga y te despierta el corral. Es por eso, Candelario, que al cantarte voy sintiendo que mi alma va recorriendo todo ese rudo escenario, donde tu amor fue constancia y en donde tu aliento fue aroma para el café y en el cacao, fragancia. Porque en el río y el monte, en lucha con tu quimera has pintado una bandera con sangre en el horizonte. Por donde sin tregua avanza tu sombra regando paz: como algarrobo, tenaz, el tiempo nunca te alcanza. Y si algo en la Historia suena haciendo a tu honor conciencia; también, por la Independencia, pusiste un grano de arena: cuando el realista al soñar que el pueblo es montura y cincha; Yaguachi fuiste en Pichincha y en Cone fuiste jaguar. Y en esta tierra que ansía eres leyenda y folclor semilla, surco y calor de tu patria que es la mía. Y aquí se calla er letrao pa entonces yuir cantando, mientras er sor va calando Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

como un encaje arbijao. Porque yo juí en la montaña como er cacique cantor que canta junto a la flor y en la vivienda de caña. Truje aquí pluma y cuartilla, ánque de barro er tintero: soy también como er ollero que teje un nido en larcilla. Porque en mi sabana hey sido como ese gaucho en la pampa, que trujo su suerte ar anca y en su vigüela un florido ramillete diamancay; lo que en mi lar sería un trino con versos de un amorfino y florej de laj que hay en mi potrero asoliao, donde mi chola mejpera, donde mi brazo ej tranquera pa contener ar ganao. Igual quer Martín der cuento que de su potro hizo un rayo: jué centella mi caballo y lo corrí contra er viento. Ya lo mentó Juan Lodana una noche en la cantina: Martín Jierro en la Argentina; Candelario en la Bocana. Alejandro Velasco Mejía, (guayaquileño) 1957

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El hijo de la montaña (Elogio del montuvio)

Hijo de la montaña, retoño de tormenta, para el Trópico se nutre la reconquista. El huracán y el sol te han curtido la carne y la fauna te dio rudeza y brío. En lucha con jaguares afelpados y elásticos aprendiste las formas escultóricas, los movimientos armoniosos; se te ensanchó el tórax y se te curvaron los músculos. Cómo vives tu vida, hijo de la montaña, dominador de potros, conquistador de ríos. La tierra, el viento, el agua, te dicen sus secretos. Eres en el regazo de la Naturaleza un pequeño centauro. *** Aquí, en este rincón del Tahuantinsuyo, que es también un jirón de la futura América, yo veo en ti al cruzado de la raza. Tu hermano melancólico, el hijo de los páramos, la víctima, yace proscrito, aletargado, como puma dormido entre sus nieves. (Hijo de la montaña -no lo olvidesde ese indio te viene tu grandeza). Deja que el sol y el huracán te curtan (de bronce eres mejor). Entrégate a los vientos, avizora los mares, lucha con los jaguares y los toros, derriba grandes árboles, trepa altas cimas. Cultiva tu heredad con sentido profundo, de modo que florezcan igualmente los campos y tu espíritu y tu sangre. *** Hijo de la montaña, retoño de tormenta, el Trópico te nutre para la reconquista. 164

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Tu pecho es un escudo y en tu carne joven y recia, como sudor de sangre, florecerán mañana rojas rosas bravías. Un día sudarás sangre. Con ella regarás los campos de tu siembra y mirarás la tierra como la madre. Querrás mirar más lejos y que te ciña en fraternal abrazo el anillo de los confines. Te sentirás centauro, hijo de la montaña, y echarás a correr, blandiendo tu simbólico machete. Y treparás a la más alta cima para mirar la América. Enrique Segovia (guayaquileño), 1928

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El montuvio Montuvio, sol de la constelación de la montaña, alma libertaria del trópico salvaje, siembras el éxtasis cuando la antena de tu mano arroja la onda sonora del lazo que vibra en los paréntesis del cornúpeto y la sirena del rugido desgreña la melena del silencio. Con la media luna de tu machete ceñida a la elíptica de tu espalda, en la avalancha de tu potro atraviesas el campo como un cometa por la pampa del cielo atropellando leguas a estrellarte contra la estacada de la hacienda. Con tu poncho estandarte de todos los vientos que sabe del arañazo de los montes, eres emoción trepidante del camino donde el puro es el lubricante de tu alma. Un círculo bermellón ciñe la simétrica toquilla que te cubre y en los talones tienes enredadas constelaciones de Osa Mayor! En noches de amor y jarana que epiloga la Muerte de la red telefónica de tu guitarra desentrañas el amorfino que se estroba al corazón de la chola. Llevas en tus labios el faro de un cigarro que remienda al aire con puntadas de chispas y la herradura de tu coraje clamada en el frontís de tus nervios! L. A. Lavayen Flores 166

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Los montuvios en Yaguachi -amorfino-

1 (Sátira) De la tierra donde abunda mucha tagua y la toquilla a la fiesta de Yaguachi te viniste a negociar. Y has venido porque es fácil, en la feria de esta villa, con sombreros jipijapas a los bobos explotar. 2 (Respuesta) A explotarte no he venido como tú con tus bananos, pues yo traigo mis sombreros con la ayuda de mi Dios. Y es que quiero se los pongan esos aguacates vanos que andan como tú en cabeza cuando cogen el arroz. 1 (bis) Si no igualas al conejo baja pronto del caballo, pa’ que sepas, Chocolate, cómo raja mi rabón. Pues jamás a tus taguales, so pedazo de zapallo, volverás a asar maduros ni a atracarte de bolón. 2 (Respuesta) Porque me honro en ser montuvio de guitarra y de peinilla, yo te haré como a la caña todo el jugo derramar. Y en el nombre de mi chola, de mi verde y la toquilla, como al burro de tu abuelo voy a hacerte revolcar... Lauro Dávila Echeverría (Para el Concurso de Canciones Ecuatorianas, organizado por la Emisora El Prado de Riobamba, en 1937)

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Estampas montuvias AMANECER Mugir de las vacadas en la aurora; relinchos de corcel en los potreros; es la hora del ordeño, es la hora en que empieza el cotidiano empeño de la apacible vida de estos campos que el sol de nuestro trópico decora, y a la invasión de sus dorados rayos abandonan sus nidos las palomas. Ya están en pie las mozas campesinas, se levantaron con la madrugada a preparar la tonga en las cocinas que llevarán los hombres de la casa. A lo lejos ya suena la campana de la hacienda que llama a la faena, y desfila camino de la manga con corvas y machetes la peonada. EN LA FAENA El sol reverberante en la sabana derrama sus gavillas ardorosas, y el montuvio curvado en su destajo la broncínea frente sudorosa no siente la fatiga del trabajo. El desmonte, la vega, la montaña, y el montuvio curvado en su destajo. El golpe de su brazo es himno rudo que retumba en el alma de la selva, y el riego de su frente es el fecundo riego del fruto que dará la siembra. Y cuando ya concluida su tarea del día bajo el sol que arde y calcina por el trillo que en la huerta serpentea a su choza el montuvio se encamina. NOCTURNO Remanso de las horas nocturnales; solemne soledad del caserío; y de los cercanos cacaotales de grillos y cigarras el bullicio. En la paz hogareña del bohío el montuvio es cantor, y sus cantares Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

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tienen quejas de amor y hondos suspiros para la negra de sus amoríos. El montuvio es poeta: cuando canta bajo la noche que la luna dora, fluye el canto sentido a la garganta, y el montuvio cantando es cuando llora llora la pena de un amor ingrato que no supo ser fiel a sus quereres; muchos nidos de caciques él le trajo para que alegren sus amaneceres. DOMINGO Anoche, bien temprano se hizo el pago, y hoy la gente va de compras hasta el pueblo o a la hacienda vecina, muy tranquilo va el montuvio en su canoa por el estero, y las mozas hoy día visten las galas de sus limpios vestidos domingueros, van a hacer su visita a las comadres, y a frutear y traer mates del potrero. Por el camino que bordea el alambre de la cerca que marca los linderos, en su yegua castaña, hacia el recinto cercano se dirige el montañero; el domingo pasado, en las peleas de gallos ya perdió mucho dinero, y hoy sí que no la pierde, ‘pa que vean’ trae un gallo que no trae ningún gallero. PSICORRETRATO El montuvio es ‘bien hombre’, en su machete todo su orgullo de montuvio finca; guay del que osado su valor afrente; guay del que quiera provocarle riña, nadie como él para domar un potro y echar certero el lazo con la beta; el montuvio es hermano de los sotos y también es hermano de la selva. Esta mañana, allá, por el camino que va a los cafetales se encontraron el ‘ñato’ y el ‘cortao’, y sus destinos a machetazos limpios se jugaron; tenían cuentas pendientes que saldarse, y ellos saldan sus cuentas bien reñidas, hasta que, a tiempo, vino el mayordomo, poniendo feliz término a la lidia.

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LEYENDA Es fama en la comarca allá en la loma dicen que arde en las noches un ‘entierro’, y que al pie del zapote siempre asoma un fantasma enlutado que da miedo. En su hamaca sentados los compadres, fumando sus cigarros narran hechos que antaño sucedieron, y repiten ya cien veces las cosas de sus tiempos. La valdivia cantó en un árbol seco y hace noches asustan a los perros; con razón esta tarde se ha muerto aquel viejo de la casa de allá adentro. No cante la valdivia en árbol verde porque entonces pudiera mi morena a la tumba llevarse mis quereres y dejarme sumido en honda pena. EXALTACIÓN Para cantar, montuvio, la belleza de tu esforzada vida campesina, tengan ecos vibrantes de tus selvas los ritmos tropicales de mi lira; mi espíritu racial grita y exalta la pujanza viril del montañero que lucha por la vida en las montañas y no teme el rigor de los inviernos. Yo te canto montuvio de mi tierra, con las agrarias voces de las vegas, de los dorados campos de arrozales, de canteros, de esteros y de huertas; y por toda la rústica poesía de tu sencilla vida campesina, yo derrocho mi lírica armonía, esforzado montuvio de mi tierra. Guillermo Valarezo Junco (riosense) 1933

Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

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Coplas campesinas En er campo soy e rey y naiden me suspirita; para mi ‘Criolla Bonita’ soy tan manso como er buey; yo no le temo a la ley, porque soy libre en er campo; en cuarquier terreno acampo con mi machete y mi poncho, pues yo soy güeno hasta er concho dice mi compadre Ocampo. Tengo mi media mujer pa todos los menesteres, aunque yo por las mujeres loco me quiero vorver; y aunque muy bien no sé leer, comprimiendo bien las vocales con sus sílabas cabales, con punto y coma y dos puntos, argo sé de estos asuntos, no somos muy animales. Para mi ‘Criolla Bonita’ tengo en mi humirde campiña, naranja, zapote y piña y un rincón en mi chocita; 172

mi joven que es jovencita, la regalará con flores haciéndole los honores a la reina campesina, que arborota y que fascina en nuestros arrededores. Para el tengo una vaca y er caballo ‘pisa flores’, aves de bellos colores y una finísima hamaca; una gallina ‘polaca’, un bonito pavo de oro, un periquito y un loro, un ‘diostedé’ y una ardilla y toda la maravilla der campo que es un tesoro. Cuando estoy en mi posada, rodeado de mis pipones, y veo alder los fogones asando una platanada, porque con el verde nada le farta al agricurtor, pues e verde es un primor para la ‘guaija’ y er ‘raspao’, Antología de la literatura montubia


para er bollo y er ‘majao’ que son los platos mejor.

en aquer libro de juda der viejo maestro Garrido.

Si hay maduro, la ‘chucula’ con harto queso en la olla. Estoy seguro la ‘criolla’ -si acaso ella no se aculala comería con gula, pues chucula y malarrabia anaide en er monte agravia y es tan rica y delicada que aquí, en mi humirde posada la elogia la gente sabia.

Yo estao en Samborondón, en Daule y Santa Lucía, Barzar y ‘Flor e María’, en Guare, Baba y Chongón; Puebloviejo, ‘El Higuerón’, Vinces, Mocache y Quevedo, jamás ey tenido miedo a naide, hoy recido en Payo, a naide es para caballo como yo y mi agüelo Alfredo.

Endespués jay er sudao, jay er sango y la cazuela; yome acueldo de mi agüela nacida allá en Balao.

Viva la fiesta montuvia, viva Rodrigo de Triana y viva la campirana pelinegra y pelirrubia; antes que venga la lluvia quisiera que la Madrina (si naide otra cosa opina) venga a mi triste posada a comerse una cuajada y un aguado de gallina.

Es veldá que er campesino son sere muy desgraciao; yo nací en ‘Cerro Quemao’, y habrá sido mi destino; mas no soy ningún pollino, soy leído y escribido, pues, en veldá ey leído hasta la letra menuda Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

Mirlo Negro (Luis Falquez Velarde, 1933) 173


El montubio Un pañuelo rojo, doblado en triángulo, ceñido sobre la espalda y sostenido por dos puntas en lazo anudado sobre la garganta; un sombrero criollo de anchas alas, espuelas, fuete y polainas; “cotona” de guinga, blanca, machete al cinto y poncho costeño. Erecto, de andar infalible, mirada escrutadora, certera; es atento y generoso; risueño y parlero. Con frecuencia, coplero o por lo menos recitador. Alegra una reunión con sus chistes, cachos, recuerdos y ocurrencias. Sabe de cantos, de música, de juegos y de bailes. Si trata de duendes, siembra el espanto refiriendo encuentros misteriosos y espeluznantes. El montubio sabe de medicina natural y amorfinos. Sería increíble que no sepa puntear la guitarra ni cantar. Es el gavilán de los hogares. En noches de luna, en altas horas hace resonar su voz y entona canciones que trastornan a jovencitas e inquietan a comprometidas. Es pájaro nocturno, las sombras son sus amigas. No tolera insultos y agotada su paciencia saca a relucir el machete. En duelo con su contrincante acomete, gira, se yergue; y su machete se hace víbora, rayo, puñal; ahora es un molinete que amaga por lo alto, ahora un amplio círculo que va a herir el cuerpo del ofensor; reviste mil formas y mil movimientos; así de filo, si de punta, hasta de planazo con que golpea y raja. Es indudable que hay razas para ciertas especialidades: el torero de Sevilla; el gaucho de Argentina; el llanero de Venezuela y el montubio machetero de nuestra Costa. Dios cría el montubio y el machete, y ellos se juntan. La “cotona” es la prenda muy usual de nuestro montubio, semejante a un saco cerrado de cuello tipo militar, con faldones ornamentales en pecho y espalda. Se confeccionan de guinga, antigua tela de algodón. La “cotona” luce airosa en el cuerpo del montubio y en los varones en ciudades del Litoral. Apuntes sobre el tema del tradicionista guayaquileño Carlos Saona Acebo, escritos a fines del siglo XIX y publicados en su libro Rielando en un mar de recuerdos, en dos tomos, en 1950 y 1952

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Montubios y montubiadas

La fiesta del montubio - Ni sabe, comadrita, que estuve en pindinga er domingo pasao, por eso de la Fiesta der Montubio. - ¡Guá! ¿qué mesmo le pasó, ah? - Pues que mi dichoso marido se le metió la ventolera de matar er puerco gordo ese que teníamo y que toditita la comida pa los invitados debía de ser de puerco. - Mi compadre tiene unas cosas... Habiendo tantisísimas comidas montubias, antojársele hace solo comida e chancho. - Así jue, comadrita. Usté sabe que cuando a Gervasio se le mete una cosa es como er burro, que no hay naiden que lo mueva. - I ¿cómo salió der embeleco? - Usté sabe que pa la Fiesta der Montubio viene toda mi gente. Pues, a cada cuar le di su tarea. Era de ver y oír er ajetreo. Dende las cinco e la mañana que cantó er ollero todo er mundo estuvo en pie: - Tiburcio, ya está hirviendo er tarro de agua pa que peles er chancho. ¡Un momento que me están peinando! Ahorita acabo de amarrasle las patas y er hocico ar condenado puerco este, que parece que la olía que lo vamo a comer y se puso arisquísimo. Ya está sobre la plancha e zin y la batea lista Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

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pa recoger la sangre. Ya lo pasé de lao a lao, aunque er cuchillo estaba medio bronco. Ve, vos, Nicomedes, arregla la beta pa guindaslo para que le saquen las lonjas y lo despusunguen. - Gervasio, dende endenates estamo esperando las lonjas pa los fritos, ya están hechos los tucos de vesde y las tajadas de maduro pa freír junto con la manteca y la casne pa las fritadas. - ¿Qué jue der tripaje pa lavaslo y hacer er cardo e manguera? Sáquenle pronto er corazón, los bofes, er hígado, er bazo y en pusungo. Pelen los vesde pa echasle ar cardo y que hayga suficiente ají y limones pa cuando se sirvan. - Hasta la vez me pasan los pesnilers pa ahornaslos. Bien saben que hay que aliñaslos bien pa que tenga gusto. Er horno ya está bien caliente. - Yo ya tengo todo listecito pa los tamales: las hojas e plátano, er maíz pa er pipián, la harina e trigo pa la masa branca, las aceitunas, los huevos duros, las pasas; solo me fartan las orejas y er rabo pa hacer lo que me toca. - Sinforosa, lava bien esas tripas pa que hagas una longanizas; pica bien la casne y pásala por er molino, sin que te orvides ponesles aliño y su pica de pimienta; ponlas sobre er fogón pa que les dé er humo y tomen sabor, luego, dale un pedazo a Rosita, que está haciendo los tamales. - Oye, simplona, esas fritadas están sin sal. Ponles bastante, como hacen las serranas y ponle unas cuantas ramas de cebolla blanca pa que les den gusto. - Micaela, raspa bien las patas der puerco pa que hagas patas lampreadas, que le gustan bastante a tu padrino, y ve si te haces una menestra e frejoles pero con bastante cuero e chancho. Argunos de los tragones esos que vienen a la fiesta les encanta zamparse su platazo de arroz con frejoles con cuero e chancho. - Ya son las doce. Todo está listo. En esa mesa de tablas de caña que han hecho en er solar de la casa ponte una hojas de plátano, que son er más mejor manter montubio. I llama a la gente a servir la comida. - Se ve que vos hiciste todo lo que te pidió Gervasio: fritadas, cardo e manguera, ahornao, tamales, patas lampreadas y los consabidos patacones, maduro frito en la paila de las fritadas, arroz con longaniza, menestra de frejoles con cuero e puerco. - ¡Hay, hija! Jue un trajín de los mil diablos. Pero, en fin, nosotro estamo acostumbraos a la comida así. Los que las han pasao negras jueron esos a los que los patió er puerco, por atracones. El Compadre Timoleón (Prof. Ángel Véliz Mendoza). Octubre de 1980

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Montubios y montubiadas

La fiesta hace 50 años - ¿Qué tar está andando nuestra fiesta, Gervasio? Yo era todavía medio pollanclón cuando Er Universo dende hace más de cincuenta años arrempujó juerte para que haiga la Fiesta del Montubio, dijo Sinforiano. - Bueno, la cosa anda que anda pero no anda como mesmamente debería andar. En esos tiempos había un muchachoncito flacuchento llamao Rodrigo de Triana que la movía como mujer grande y jue er que crió y se sacó er aire pa que la Fiesta der Montubio se haga a lo grande todos loj año. Anduvo pa rriba y pa abajo de hacienda en hacienda entusiasmando a la gente pa que vaya ar Guayas a hacer ver lo que es er montubio. Su nombre verdadero jue Rodrigo Chávez González, y tuvo un compa que lo yudó bastantisísimo y si no es por él la cosa se pone color de hormiga: Sergio León Aspiazu, un montubiote de Guare, en er cantón Baba, provincia de Los Ríos. Jue er alma de la fiesta. - Ahora farta jente de ese temple. Y los que se meten a hacer la fiesta hasta cambian las palabras: llaman “rodeo” la fiesta mes. Rodeo jue y es pa nosotro lo montubio reunir er ganao pa contaslo y nada más. Ahora llaman amorfino cuando argún cristiano dice versos y nada más. Er amorfino es una competición entre dos montubios que se tiran sus puntazos en versos, y con er que termina er uno comienza er otro, resurtando que a la final hay que echasles mano pa no se trencen ar machete. Hasta en la tele hey visto ese disparate de un solo hombre decir versos y llamar a eso amorfino. - Así hey notao. Incluso, pa que vos sepas, la Fiesta der Montubio que inició Er Universo eso sí que jue fiesta nuestra. En er Americam Park la gente vio doce competiciones cada cuar más mejor que otras, terminando con er robo de muchachas que estaban en la fiesta. - Ahora solo enlazan caballos y vacas, montan uno que otro potro, medio torean novillo manos y ¡pare de contar! - Bueno, la Fiesta del Montubio de hace cincuenta años era así: 1.- Caracoleo a caballo, onde se lucían los jinetes con caballos finos bien entrenaos; 2.- Paso elegante, o sea caballos de paso que se comían la manga real, y er jinete ni sentía que iba a caballo de lo suavecito que era er paso, eran caballos solo pa los patrones y las niñas de la hacienda, porque Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

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los jamelgos y rutangos trotones serán para arguenear solamente; 3.- Asarto a machete: dos de los más bravos de dos haciendas se engorvían er poncho en er brazo izquierdo y con er derecho manejaban er machete o er guardamano y se fajaban a la pelea haciendo salir chispas de las armas; er que tiraba más machetazos peligrosos, ese ganaba; 4.- Enlazamiento de ganao sea vacuno o calluno. Bueno, ese hacen a cada rato los vaqueros. Lo buenazo era er enlazao con er pie. Es tan rápido que ni la cámara lenta der cine puede coger er momento en que se enlaza ar animar. En eso mi compadre Teófilo Caicedo era campeón en Rancho Grande; 5.- Doma de potros; ahora se montan en caballos de sacar arroz, y así tumban a los jinetes ar primer corcoveo; 6.- Sartao de obstáculos: había que hacer brincar ar animar sobre troncos y cercas pa pasaslas. Ahora es deporte de ricos. 7.- Recogida der sombrero que estaba en er suelo pasando a todo galope. En eso mi compadre Ubardo Guerrero, montubio guareño, jue campeonísimo; 8.- Cortajle er pescuezo de un solo machetazo a un gallo enterrao en er suelo y con solo la cabeza ajuera, pasando a todo galope; 9.- Torneo de cintas: cada cuar quería llevarse la cinta de la enamorada de uno. Había que sacársela pasando a todo “full”; 10.- Concurso de amorfinos y contrapunto. Bueno, eso era lo más mejor de todo porque era de oír a los amorfineros de Palenque y de Vinces, de Daule y Salitre; 11.Canciones criollas, que son lindísimas aunque ahora nadie las oye. Juera bueno que las vuervan a grabar, porque no las hay Allá onde usté sabe; y 12.- Descorgada de ramos, por la noche. - Y ¿vops viste eso? 178

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- Clarín, dijo Cuchirín er que jue der Calavera Sporting Club. Y lo que levantó a la gente de las graderías der American Park jue er robo de muchachas, - ¿Cómo jue eso? - Pues sin que naiden lo sepa, cuando bastantes muchachas quinceañeras estaban en er ruedo por iban a bailar una “Arza que te han visto”, aparecieron cinco jinetes a todo galope, llegaron onde estaban las muchachas y en un abrir y cerrar de ojos cada cuar trepó la suya en er anca de su caballo y se las movió pa ajuera a todo full como en carrera de caballos. Las muchachas gritaban desesperadas y les volaban las fardas de los trajes de zaraza. Er público se quedó mudo y naiden atinó qué hacer. Pero los jinetes pararon ar finar de la cancha y apearon a las chicas todavía zapallentas del susto. - ¿Quiénes jueron esos graciosos? - Pues, Sergio León que con cuatro peones de Guare demostró cómo era que uno se robaba a una muchachja en er campo. Er número que nunca se hizo fue er gateo. Ahora hay Fiesta der Montubio en todos los pueblos y recintos hasta en las haciendas. Es que es nuestra fiesta.

El Compadre Timoleón (Prof. Ángel Véliz Mendoza). El Universo, octubre de 1982 Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

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Canto al montubio Montubio, señor de los manglares y las palmas, dominador soberbio de la enorme sabana, amas la libertad de la llanura en cuyo extenso plano galoparas. Centauro, tus espuelas roncadoras dejan por los caminos hondas rayas. Eres el rey altivo y solitario de mi fecunda patria, has de ser libre mientras sople el viento en la vela mayor de tu balandra, y alumbren tu sendero las estrellas y te dé su fulgor la luna blanca... ¡Libre como los ríos espumantes, libre como la indómita yeguada! Montubio, eres el hombre vigoroso, basta para tu albergue el techo de bijao de tu choza de caña, tienes del gavilán en la espesura la avizora mirada, y no hay tigrillo que en la selva ruja que no destruya tu certera bala, ni lisa que en tu red, en el estero, no quede sujetada. Persigues en el bosque la terrible sayama y en el remanso acechas a las tímidas garzas, siembras con tus disparos el espanto en la gentil bandada y retornas cubierto por el manto de nieve de sus alas.

Montubio, acuarela, Alba Calderón de Gil.

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A nadie necesitas; te da el viento sus canciones aladas, brincas por las revesas torrentosas en tu canoa rápida, no temes las tinieblas Antología de la literatura montubia


ni el peligro te espanta, y al eco de los montes repercute tu agreste carcajada. Héroes en el que se encarnan pretéritas hazañas, por tu china haces cosas sublimes y esforzadas; ya levantas el potro chúcaro en las patas; el bruto corcovea, furibundo se encorva, se agazapa; tú saltas siempre unido al lomo, en una convulsión fantástica, y en esos remolinos se condensa la inquietud de tu raza. Pero si la que quieres te ha desdeñado, ingrata; si tu rival se acerca arrancas el machete de la vaina y en el aire haces círculos de impetuosa arrogancia. Hierve tu sangre en mil imprecaciones y temblando de rabia a tu contrario acosas; y en la ruda batalla corre la sangre generosa y fresca de la arteria cortada; y la tierra sedienta sus terrones empapa, hasta que cae el vencido, hacia el cielo la cara y los brazos abiertos cual si el campo abrazara. Montubio, tú eres el que trabaja por la patria; vigoroso y resuelto tu pan conquistas en tarea ingrata; laboras las haciendas, cosechas las naranjas cuya dulzura habrá de ser para otros; Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

encierras las yeguadas, siembras los arrozales y desmontas las chacras, cortas los maizales, las mazorcas doradas y extraes la tibia leche de las pesadas ubres de las vacas. ¡Esa es tu vida: oscura, pacífica y honrada! Valeroso y resuelto no te detiene nada; soberano irrestricto del río y la montaña, como ellos se defienden el uno con grandes palizadas y la otra, con sus rocas enhiestas y las ramas de sus espinos, así tú, montubio, tenaz ocultas tu alma bajo la mansedumbre silenciosa, cenizas con que cubres una brasa; que los hombres sencillos de la Costa no olvidan ni el amor ni la venganza. Montubio, eres como la palma que tiende el abanico de sus hojas a los besos del viento que las alza; así tú, de tu yegua sobre el lomo te dejas balancear como en la hamaca, y la frente ceñida por el recio sombrero Jipijapa corres por las llanuras infinitas tras el puma o la guanta. A tu paso se quiebran las redes de las lianas, el semblante te azotan flexibles y curvadas, y el bosque todo entero se estremece al ver su abrupta soledad hollada. Si estás enamorado, nadie en pasión te gana; 181


en tus labios palpita el amorfino, y entonces tu guitarra haces vibrar doliente y quejumbrosa como si el propio corazón tocaras, y fueron tus cordajes las fibras más ocultas de tu alma. Tus ojos relucientes se incendian como ascuas ante la chola de floridas trenzas y serenas miradas; la requiebras osado, o con una ternura insospechada robas a los jilgueros las plantas nidadas, para que alegren las pequeña choza de la mujer que amas. Pero si llega la hora de innúmeras hazañas, eres el insurgente guerrillero a quien la misma muerte no acobarda. Como un héroe de Homero te ríes de las balas y en tu sombrero prendes divisas coloradas, para que te distingan desde lejos aquellos que te aguardan; cae el primero la frente destrozada, anónimo y sencillo, como caen las frutas de las ramas.

independiente, osada, que supo de supremas libertades y que nunca fue esclava. ¡Yo te he evocado en sueños!... Subías en tu potro a la montaña; los ríos, las llanuras se abrían como sendas a tus plantas; el poncho iba ciñéndose a tu cuerpo como se enrolla una bandera a su asta; tu machete a las luces del crepúsculo lanzaba proyecciones aceradas; sobre el disco agonizante se erguía tu silueta agigantada; tu frente parecía el firmamento tocar, y retemblaba la tierra al paso del corcel salvaje, pedestal de su casta. Hasta el amplio horizonte para dejarte paso se rasgaba; y era tuya tan solo la Costa ecuatoriana. María Piedad Castillo de Leví, guayaquileña

Montubio, ¡tus grandezas me pasman! Son míseros y tristes los hombres que en ciudades se criaron, viciosos y egoístas el hastío los mata, y de las glorias de la Costa inmensa ya no recuerdan nada. En ti resurge ahora la altivez de la raza, de esta mi tierra indómita y soberbia, 182

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Bramadero Este poema vertical a don Ismael Pérez Pazmiño, escritor, va dedicado.

Bramadero, tronco de algún pechiche que el viento no curvó, ni hachó con su hacha flamígera el rayo, tienes las cicatrices de las vetas templadas en tu carne prieta -huellas de cien rodeoscomo están entalladas cien luchas con mujeres en el bramadero de mi corazón. Bramadero, más duro que un cacho de chumbote, eres la concreción del polvo pisoteado que ansioso de vengarse del casco y la pezuña que levantó en antena. No te han hecho podrir los aguaceros, en ti se han astillado los cachos de los toros y las vacas bravas, eres el alma de algún peón, te atreverías a gritarles a los patrones: ¡ponte! Bramadero: ejemplo de palo. Joaquín Gallegos Lara, 1930

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Los relojes del montubio Con aletear fugaz, sonoro canto el gallo anuncia el despertar del día, su tibio lecho el montubio deja y se apresta a la lucha por la vida. Un rabón afilado zigzaguea vientre estéril del palo de balsa; su hembra, presurosa le prepara café pasado con bolón de verde, el fiambre hace de arroz con huevo frito, tortillas, bollos con pescado fresco. El montubio feliz teje amorfinos; con garabato al hombro y machete en mano observa si el bototo está en el cinto y emprende su camino al campo verde (camino por senderos aromados con mameyes frescos y maduras frutas). A su terreno llega presuroso en media luna quiebra su dorsal espina, corta que corta toda mala yerba; sus ‘compas’ buscan úteros fecundos para sembrar del pan buena semilla, en espera de ver áurea cosecha. El canto del ollero los convoca a saborear delicias repetidas, en línea vertical pone su greda, de frente mira al sol, un ojo cierra, los fija luego en la madre tierra y no hay en ella sombra proyectada. Exclama, ¡’compas’, son las 12! ¡Vamos a comer que ya es mediodía! unos de pie, otros sentados saborean el escuálido fiambre que su hembra con singular cariño les pusiera. Terminado el almuerzo, su cabeza reclinan sobre el brazo fuerte y débil, dedican tres minutos al cigarro, y una vez que agonizan sus volutas vuelven a terminar lo empezado. 184

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El zig zag del machete rasga el viento, la tarde se desgrana lentamente, brisa tibia y blanda hace piruetas jugando al escondido entre las hojas; licuada la fatiga yace inmóvil sobre curtido lomo del montubio, reverente el ollero abre su pico con canto no aprendido; ¡hasta mañana!, les dice, y va a su nido en raudo vuelo. Un montubio sonríe, en soliloquio exclama: ¡Mardita yerba me jodió la mano!, endereza su cuerpo lentamente, reflejada su sombra ve en el suelo, con bejuco o vara de madera mide su sombra en ella proyectada, avanza tres o cuatro pasos, grita: ¡Es hora de volver a nuestras casas! Allí, su mujercita y críos lo esperan, con montes y cabuyas, cual escobas, el placer de limpiar, pues la Virgen pasa justo a la 6 y debe estar aseada la tierra por donde se entra a la casa. Más tarde, la mano femenina el candil enciende, tres o cuatro compadres convidados se juntan a jugar ‘caída y limpia’, la espalda del pechiche boca-abajo en mesa convertida, fiel soporta pesos de naipe y maíz en grano. El juego divertido es la ‘burra’ por la compra y venta de su dueño, alegres risas rompen el silencio de la noche que duerme su esperanza. ¡De pronto! los bostezos aparecen, es hora de dormir, dicen en coro, alegres a sus casas se retiran, ligero a esperar el nuevo día. Josefina Egas Montalvo, guayaquileña Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

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Atardecer en el campo Se muere el sol, sus últimos reflejos inundan de oro y grana la campiña y el sugestivo canto del ollero deja escuchar su nota cristalina. Se muere el sol, las nubes sonrosadas en fantasmas de piedra se han trocado. Al lado del corral mugen las vacas y más lejos aúlla un perro flaco. Se muere el sol... La choza se ilumina con un raro color anaranjado. Buscan el gallinero las gallinas, a las que escolta un orgulloso gallo. Una voz dolorida y quejumbrosa entona una canción mojada en llanto. Y avanzan fugitivas las palomas buscando de sus nidos el regazo. Un ganso de blancura inmaculada es cual copo de espuma sobre el agua. Y el sol, como un espejo de oro y nácar, en rosa torna el verde de la pampa. Oscurece, el campo se ha dormido como un niño vencido por el sueño. ¡De indómito corcel se oye el relincho y un pájaro nocturno inicia el vuelo! Se oculta el sol, las sombras se avecinan, todo es paz y quietud, ¡reina el silencio!... ¡Se fueron con la luz las golondrinas, con las sombras llegaron los luceros! José Ayala González, 1969

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Paisaje, óleo, Leonardo Tejada.

El montubio

(Nacimiento, infancia, juventud y muerte)

Oiga, don Pedro, deje en er guayabo amarrada la yegua vejancona, porque esta noche nacerá er muchacho y precisa de ver la comadrona.

Los años pasan rápido y el zambo crece como las plantas ribereñas, tiene doce años y ya está punteando con oído y con gusto en la vihuela.

Los años pasan rápido y el zambo crece como las plantas ribereñas; tiene cuatro años y ya monta el bayo, el viejo bayo en que montó su agüela.

Su juventud

Entre las vacas corre y en el río se baña acompañado de los patos, así aprendió a nadar, no siente frío y desnudo recorre los barrancos. Se embarca en la canoa más pequeña y se deja llevar aguas abajo, ya pesca con la fieja alguna vieja o pesca en el anzuelo algún robalo. Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

Con la veta en la mano, se ve a un mozo Montado en un caballo que relincha, que escarba, se encabrita y cuyos ojos brillan como si fueran grandes chispas. Con la veta en la mano, como un loco, corre tras una res semisalvaje, y lanza con su brazo poderoso su lazo, que estrangula donde cae. Por la tarde, en su choza está cantando tristes pasillos, dulces amorfinos, 187


luego se agacha pa pulsear er gallo que si Dios quiere jugará el domingo.

hacia la casa donde está sonriendo la mujer que le roba el dulce sueño.

Es día lunes y van hacia el trabajo, después de haber pasado a todos lista, unos van en silencio, otros silbando hasta llegar donde queda la pica.

El zambo está celoso porque un día sorprendió a Nicanora con Jacinto y desde entonces ¡ay! sufre y se irrita de ver a ese hombre que antes fue su amigo.

Agachados, los dorsos sudorosos y blandiendo con fuerza sus machetes, cortan los montes y separan troncos y cortan los espinos que los hieren.

Es el día de San Juan y celebrando están al zambo, amigos y parientes, se oyen risas, guitarras y los cantos de Nicanora a quien Jacinto atiende.

Son las cuatro y el sol está bajando son las cuatro y se escucha la campana. Regresan a la hacienda. El garabato al hombro y las corvas a la espalda.

Ya el licor ofuscó todas las mentes, sangre puso en los ojos extraviados, salieron de las vainas los machetes y reemplazó la bestia al ser humano.

Son las cinco y ya todos en sus casas saborean el plátano y la yuca, solo se oye el rumor de las cucharas y el canto del ollero en la prenumbra.

Frente a frente se encuentran los rivales, llenos de odio, de furia y de venganza. Los aceros relumbran y salvajes gritos salen de todas las gargantas.

Su muerte

El zambo está tendido boca arriba y sus ojos vidriosos no ven nada, tiene en el pecho una mortal herida y ensangrentada su cotona blanca. El zambo ya está muerto y en la caja que su compadre Bonifacio le hizo reza la Nicanora una plegaria pensando con amor en su Jacinto...

El zambo ama a la china Nicanora con la pasión más grande y exaltada. Y ella, la infiel, lo engaña y como en broma acepta los regalos que él le manda. El zambo en su alazán hace cabriolas delante de la casa de su amada. El potro enfurecido se desboca y parte como el viento por la pampa.

José Ayala González (1969)

El zambo con sus músculos de acero domina al bruto y torna satisfecho 188

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Casa entre bananeras, 贸leo, Luis Miranda.


Jinetes en la noche Brillaban las hebillas de los frenos, brillaban los estribos, brillaban las espuelas y las armas. Arriba había una luna que brillaba. Se fueron por la senda, que era blanca, blanca de luna y polvo, blanca por las estrellas de los potros sobre las frentes amplias. Parecía que llevaban los recuerdos montados en las ancas. Iban rompiendo tiempos y distancias, iban hacia su campo... para cuidar las siembras, y sudar, y volver alguna tarde, sobre los briosos potros que encorvan, en busca de velorios y de bailes. Horacio Hidrovo Velázquez (Santa Ana, Manabí) 1948

Pepa de oro Despiden olor grato los tendales bañándose en el sol las pepas de oro y, extasiado, contemplo ese tesoro cual si brillaran gemas y metales, bajo huertas, después, y almacigales sus flores blancas, complacido exploro y abundancia de dádivas imploro de los más generosos vegetales. Recorro al paso vivo de mi yegua los sitios do trabajan los peones, palancas y machetes activando y a mi cabalgadura otorgo tregua para ver, como lluvia de doblones, las mazorcas caer al suelo blando. Dr. Víctor Manuel Rendón Pérez, guayaquileño 190

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Cantar montubio La Costa hay que conocerla, toda la Costa es radiante, si Guayaquil es la Perla, la Costa toda es diamante. Montubio es su personaje, el amorfino es su canción, va al galope en su paisaje, que engrana su corazón. En toda la Costa hay brisa, en toda la Costa hay sol, es la montubia sonrisa y es el montubio un crisol. Se pasa el hombre de listo, la mujer bella y lozana, en el Alza que te han visto, el cacaotal se engalana. Luz y fresco en la mañana, trago y amor, lucha y farra, si es que se escucha La iguana, es que vibra la guitarra. Valor, arrojo, promete lo montubio hacerlo macho, con carabina y machete, un ¡Vica Alfaro! caracho. La Costa todo lo cubre, es manto de gran valor, gracias al 9 de Octubre, quedó libre el Ecuador. Cantar montubio, canciones que surgen de la cabaña, que animan los corazones, si el alma vino de España. Rodrigo Chávez González -Rodrigo de Triana (guayaquileño)

Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

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Yo me llamo el montuvio Yo me llamo el montuvio, el cuerpo bronceado por el trópico adusto y el trabajo pesado; mi riqueza es la choza, el machete, el caballo; a mi cuerpo confío de cada agravio el fallo, pronto al odio, al perdón, solo esclavo de amor. Si la hamaca me arrulla, a la guitarra pido en la pasión suspiros, en las penas olvido. Amo los libres campos. Desafío a la suerte con arrogante enfado; y tengo hasta la muerte arrebatos de macho y ensueños de mujer. Represento a la raza, rebelde a todo yugo, de toda esclavitud y de todo verdugo; siempre pronto a la lucha y pronto a la llamada de la patria en peligro y fija la mirada en el empuje raudo de su prosperidad. Soy el nervio y la fuerza que prepara el camino del tricolor bendito a más alto destino; soy la masa avizora, soy el pueblo que espera que despierte, fecunda, la nueva primavera que en el deber hermane el premio a mi sudor. De la vida al proscenio, cual soy yo me presento consciente de mi rol maduro el pensamiento. Abrid calle al montuvio. Si cual ave extranjera por la ciudad ambulo; yo soy una palmera en el campo solemne: en el campo soy Dios. Bettino Berrini Octubre 12 de 1926

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Alma montubia (Amorfino)

Letra: Lauro Dávila Música: Nicasio Safadi Soy el montubio de la loma que baja en busca de un querer y si es bonita la paloma como hombre la hago mi mujer. Alma montubia a naiden teme, si quieres gato sal a pelear! Las hembras son mis ilusiones como también mi cacaotal! y son mis gratas distracciones los cantos junto a mi tendal. ¡Que salga ajuera con machete cualquier bragao de corazón! Debajo del palo está mi bayo en el que nos podemos ir, pues ve mujer que mi caballo está listo por ti. ¡No me ganan a comer pollas ni el zorro ni el gavilán! Soy de mi patria campirano que vive junto al platanal y siento orgullo ecuatoriano montubio ser del Litoral. ¡Soy el montubio que defiende su tierra, su hembra y su honor!

Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

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Lamentos de un montuvio ¿Por qué sufre don Pascual? -Ay, mi amigo indiferente, yo suspiro por la sal, el tabaco y aguardiente. Mi sobrino Wenceslao el domingo se murió por la falta de un quemao que el doctor le recetó... La cantina con candao y lo jebrios por la caye y pol maj que he caminao imposible que la jaye... El tabaco que se vende (si e que al fin con una caja de fósforo se lo enciende) e insípido como paja... Nunca solo viene el mal un refrán, amigo reza, y he aquí que hajta la sal no tenemoj pa la mesa. Fue la hija de don Cuesta por la sal no ha bautizao y quedó la mesa puesta y el capillo preparao... Ya no habrá carne en palito, butifarra ni tamal; ¡adiój torta y adiój frito y adiój pila bautismal!... ¿Y el Gobierno, don Pascual?... -Caye, caye se lo ruego, eso sí que tiene sal, ya que si alguien abre el pico va rectito a la pejquisa ichist, chist, aquí fue Troya!... al gritón lo inutiliza y averígüelo Juan Moya!... Elio El Universo, septiembre 11 de 1926 194

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Sombras de poncho (Canción)

Letra: Elías Cedeño Jerves Música: Nicasio Safadi Intérprete: Guido Garay Fiestas de campo, barras alegres para sentarse junto a la duar de los compadres de las comarcas bajo la lumbre crepuscular. Cielo de estíos lleno de estrellas, música triste del acordeón, rumor de copas y de botellas entre un cigarro y una canción. Rudo montubio que nunca engañas porque es muy franco tu proceder, como los ceibos de tus montañas, firme en el odio y en el querer. Potros cerrilos, ebrios jinetes a la cintura largo puñal, ponchos que ondulan sobre la espalda montubio, hermano del Litoral. Mira cual cruzan vertiginosas de nuestro cielo bajo el turquí, esos jinetes de la bravura son los montubios de Manabí.

Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

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Mancha, negra, mi poncho (Tonada campesina)

Letra: Anónimo Intérprete: Guido Garay Mancha, negra, mi poncho, mánchalo sin cuidado, ¡ay! que tengo la conciencia y el pecho destrozado. Ingrata, has destrozado mi corazón, pero no importa, ¡hay que ser hombre, tener vergüenza! Ves que tengo en mis ojos dos lágrimas de pena, ves que mi alma se ha muerto y está fría y serena. Cuando tú no querías yo me fui de tu lado y en el pueblo un compadre la cara me ha cortado. Es cierto que por ahora he perdido tu amor pero con sangre y con vergüenza volveré por ti! Mancha, negra, mi poncho, mánchalo con mi nombre, porque ha luchado siempre por tu cariñoso nombre.

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Montubio A Justino Cornejo, montubio de alma universal.

Embriagado de selvas y de ríos brilla el machete de ascua liberal. Canta en voz resonante su amorfino: flecha y fuego que cruza el lodazal.

Alfaro y los Montero Maridueña, los Chapulos, centauros del guerrear, dieron un pedestal de sangre nueva a la rugiente franja Litoral.

Caracoles de esteros y de lianas encabritan su sangre cenital. Mira de frente al sol cada mañana porque su vida diaria es el pelear.

Y así nació la estirpe de los héroes... Y Hércules libertó a la Libertad...

La historia se hizo luz en su mirada cuando pulverizó la esclavitud en los campos de Cone y Tanizagua en la alta llamarada de Cuaspud.

Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

Ignacio Carvallo Castillo, guayaquileño, 1961

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Al montubio de mi tierra Montubio de mi tierra, digno señor de tus campos costeños, eres símbolo y prez de la patria. Tu pedazo de tierra y tu caballo, ser por siempre libre y ver crecer tus hijos es todo lo que quieres. Como si vinieras del sol, tu corazón es una hoguera que se reparte cantando. Está en el fruto que siembras y cuidas para todos, en el enamorado amorfino con que encantas, en las luchas que, sin temor, enfrentas cada día y en la lealtad que tienes para amar y entregarte. No te ha vendido nadie. Ni el tiempo y los tiranos, ni el injusto sistema que te oprime, ni la vida con todos su pesares. Montubio de mi tierra, generoso y altivo, eres el hombretierra que desposa la lluvia, el hombresol que ilumina los campos y el sencillo alquimista que hace nacer todas las primaveras. Inés Asinc de Ching, guayaquileña, 2007

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Oración del niño campesino Señor, dame un perenne amor por las cosas de esta tierra hermosa en que he nacido y estoy creciendo. Que ame yo siempre sus surcos benditos, sus ríos, sus árboles, sus flores y su viento. Y que no ansíe amigos más fieles que mi caballo, mis perros y mis pájaros. Señor, yo quiero crecer sencillo y bueno, como las yerbecillas que acarician mis plantas. Fuerte y valiente con alma de puro guayacán. Veraz y libre como tu voz, y sensitivo, Señor, sensitivo, para pulsar la vida con todos sus acordes. Inés Asinc de Ching, guayaquileña, 2007

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Montubio Hermano montubio, si me fuera posible penetrar muy dentro, en tu pecho bronceado por el sol tropical, y hurgar como los buscadores de misterios en el cofre azul de tus recuerdos, encontraría que el dolor se ha petrificado en tu alma, junto con mil angustias. No hallaría más que eso, porque han desaparecido, o han huído de ti, la alegría, el gozo, la sonrisa, y fueron reemplazadas por el recuerdo triste de tu ayer. 200

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Allí, el frío atardecer de cada día y tu mirar incierto, porque piensas en las cosas que no podrás comprar por causa de las malas cosechas. Allí, el lamento contenido del dolor; las injusticias, el cautiverio del olvido que padeces, cual reo del destino. ¡Dónde la justicia? ¡Tu derecho a vivir como los otros y a pedir lo que es tuyo? La tierra donde siembras (esa que es propiedad del señor que calza polainas y espuelas de plata). ¡Dónde? Tu palabra ha muerto. Ha huído como el viento en un volar confuso, o la silenció la injusticia ha muchos siglos. Pero tu cerebro vivo, cuajado de nobles ideas, reflejando la pureza de tu alma. Y a cambio de lo que no tienes hay amor para el prójimo en el cofre azul de tus recuerdos, bondad que a muchos falta o no quieren practicarla cuando ya son ‘algo’ y están ‘arriba’. Canciones que al cantarlas, sus ecos se pierden en los montes, esos verdes compañeros tuyos en la soledad y el silencio. Ellos guardan tus secretos en la espesura del follaje. Cantas el “amor fino”, grito disimulado de tu dolor, la voz con que expresas el llanto contenido de cien generaciones, la fe en lo que te ofrecieron los políticos, cuando fueron a pedirte tu voto, llamándote “hermano”, Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

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insinuándote cooperes con la “causa” ¡Tu causa! -como te lo dijeronpero que nunca cumplieron su promesa, una vez que ascendieron con tu ayuda de humilde labrador de los campos. ¡Oh, hermano montubio! ¡Qué no más hallaría en ese pecho tostado por el sol de los atardeceres? Un ámbito cuajado de recuerdos, quizás, lleno de lágrimas hechas sangre; un haz de miserias que ha doblegado tu cuerpo, sin vencer a tu espíritu rebelde, reacio como tu voluntad de vivir. Cuántas... cuántas cosas hallaría, si me fuera posible hurgar en los misterios de tu yo. ¡Oh, hermano mío! Tú que eres el héroe ignoto de la lucha contra el frío, la soledad, el hambre. Tú que disciplinas a la tierra y la haces producir. Tú que bregas por la grandeza de la patria, tú que vences a la selva, tú, el amo en la campiña, tú que siembras la semilla y tu sudor humedece los caminos, ¡qué tienes como premio? ¡Eres feliz? ¡Dónde la oferta del político y la riqueza que arrancaste a la tierra? ¡Nada tienes, hermano! Todo te lo han negado los dueños de tu suerte. José Carvajal Idrovo Junio 19 de 1960

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Coplas montubias Cuando a rozar me levanto por los campos de Venecia, ya con la lluvia que arrecia, con el sol abrasador, tiembla toitica la tierra con los gorpes que repaito, cada corte a un lagarto voy matando con primor. En trabajar echo gallo con cualquierita de la hacienda y no por eso se ofienda porque es la pura verdá. Y si es que argún susejtible quisiera arrastrame er’poncho, eche aquí un brinco y le troncho la ñuca sin caridá. Pero mi gloria y mi orgullo no es tan solo en er machete, que también se arzar copete cuando voy a palanquear. Y asuspendo la palanca con tantica ligereza que me parece que juera la pruma de escribiñar. Y tengo tanta pujanza que con solo un abrazo arrumo a ese anirmar que hecha jumo corriendo en fierro carril. No te andes de hojalatero sin conocer la hojaelata, para quedar a la lata pa toa la eternidá. Machete estate en tu vaina, no te muevas de Venecia que aquí la vida se aprecia más menos que en la ciudá. Composición recogida por Rodrigo Chávez González (Rodrigo de Triana) en los alrededores de Milagro, en las cercanías de la famosa hacienda Venecia. El Universo, lunes 7 de junio de 1926 Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

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CUENTO MONTUBIO

La espina de pescao Por Julián García La época era como la de ahora, en que el río Daule se encuentra llenesisisisito de bocachicos y solo hay que echar la red o el anzuelo para llevar al mercado o a la casa buenos pejes. Con el mero verde y yuca, ay compadritos, el caldo de bocachicos es para lamerse los dedos. El plato es el más sabroso y montubio de nuestra zona. En el fogón de la finca de Anacleto, las ollas estaban sentadas sobre palos de leña encendidos quemándose por el plan y los costados. Dentro de los recipientes hervían gordos bocachicos. Sentado en la hamaca, más despuesito, Anacleto se servía una cucharada de buen caldo y otra de arroz, alternadamente. Los dos platos que se servía descansaban sobre un cajón y éste sobre el piso de caña picada de dos capas cruzadas, para darle mayor resistencia. Sobre el marco de la puerta, como guardándola de lo malo, guindaba un cuadro del Señor de los Milagros, que por muy milagroso que fuera no pudo impedir que Anacleto se atorara con una espina de pescado. El montubio la sintió en el gañote y rápidamente se llenó la boca de bastante verde que majó con los dientes. Con la lengua hizo una bola gruesita y de una sola vez se la tragó, arrastrando la espina. Sin ninguna mortificación cogió el machete, un guardamano para la defensa, la alfombra con algún fiambre y el saquillo sudadero del pollino que lo estaba esperando abajo. Las hachas para tumbar la montaña las llevaría el patrón blanco. A la semana, estuvo de regreso. Anacleto venía incómodo, sentado de ladito en el lomo del pollino. Se bajó y caminó despacito. Subió y se sentó de ladito en la hamaca. La chola lo cufeó. - Barajo, cristiano der Señor, ¿qué te ha pasao? - No sé, Pancracia. - ¿Te has caído y gorpeado en er rabo? - No, nadititita me ha pasao. - ¿Entonces, qué mesmo tienes, bendito hombre der Señor? - ¿Qué cosa mesmamente será? - Anacleto andaba trabajosamente y se llevaba la mano a la cintura. Pancracia lo observaba y viéndolo como desrrabado, hasta penso que como había pasado la semana entera solo entre peones, a lo mejor... No -se decía entre ella misma- y se santiguaba repetidamente para alejar los malos pensamientos. Su montubio se puso peor y no tuvo más remedio que llevarlo a la ciudad, 204

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al hospital grande. Pobre Anacleto, como no aguantaba, tuvo que ir boca abajo en la camilla. Le tomaron una radiografía y los médicos lo intervinieron de urgencia. Fuera de la sala de operaciones, Pancracia esperaba con impaciencia. Salió el cirujano. - ¿Dotor, dotorcito, se sarvó Anacleto? - Cálmate, que todo salió bien. - Gracias a Dios y a usté. - Dentro de una semana podrá caminar perfectamente y trabajar. - Gracias dotorcito, y ¿qué mesmamente tenía Anacleto? El médico llamó a una enfermera. - Tráeme lo que le acabo de sacar al paciente. - Pancracia vio entrar y salir a la asistente del galeno. - Aquí está. La montubia miró lo que tenía entre los dedos la enfermera. ¡Era la espina del pescado! El Universo, miércoles 26 de septiembre de 1973

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CUENTO MONTUBIO

La Salpica Por Julián García De la Boca de Pérez para adentro, en una loma antes de llegar al recinto Faisán, vivía el brujo Beltrán, más conocido por la todititita montubiada como Ño Bertrán. La Lora, Estebita Franquín, Arquímides Barquillo y Otilio Quintiliano constituían el equipo de ayudantes encargados de difundir a los cuatro vientos las milagrosas curaciones del brujo. Ellos mismos, otrora flacos y zapallentos y ahora llenos de vida y gordos, eran prueba fehaciente de los que proclamaban con buena labia. La Salpica era una rara ceremonia de rompe y raja. El chino Chon Gon era un rico comerciante de Candilejo, desgraciadamente desahuciado por los mejores médicos del Guayas. Doña Zenobia, chola vinceña, era su compañera. Segundo Plazarte era un canoero salitreño ‘segundero’ del chino y quien en este cuento enviado por Sandokán desde Candilejo lleva la mejor parte. Polín Jiménez, Paquín Contreras, Sambón Virgilio, Torcuato Ochoa y más cristianos de buen trago eran los invitados. Ño Bertrán en esos tiempos era famosisísimo para sacar sapos, tortugas, cucarachas, ratones, culebras, lagartijas y murciélagos del estómago de los enfermos. En casos especiales llevaba a los pacientes a su casa de campo, para atenderlos personalmente las 24 horas del día. Conociendo la precaria situación del chinito, fue a verlo. - Aló, compale Beltlán, ¿a qué se lebe esta visita? - Pos, no vení a pagarles lo quey se le debe, sino quey vengo a sarvarlo. - ¿Salvalme tú? - Pos, asimesmamente es, usté merece seguir viviendo porquey es un güen cristiano. - ¿Pol qué yop sel buen clistiano? - Pos, poquey fía... además no es güeno estirar las patas y dejá una viuda muchachona y con plata. - Y, ¿cómo vas a hacel? - Pos, no pregunte tanto y deme lay mano. - Qué, ¿compalito se va? - Pos, no es pa despedirme sino pa cufear quey mar le han hecho. El chinito le extendió lentamente el brazo. - Pos, don Chon, lo han aliñao y dey yapa ley han dao agua de cuarquier cosa. -¿De cuál cosa, compale? -Pos, la cosa es que venga a mi casa pa sanarlo. 206

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Ño Bertrán salió de la gran tienda del chino y mirando y requetemirando a la buena, guapa y joven Zenobia pensó lo que la ambición pone en la cabeza de ciertos cristianos. Llegado el día de La Tusa o La Salpica, mandó a traer de la tienda del enfermo mucha comida, chanchos, gallinas y el popular aguardiente con ‘nepe’, zumo de un monte que mandaba a la lona hasta a los màs fuertes. Cuatro mechones de querosene alumbraban la casa y los invitados rodearon el petate del enfermo. Se repartieron largos cigarros con la orden de echarle toditito el humo al chinito, para desinfectarlo. Chon comenzó a toser. Se sirvió chicha fuerte, un vaso endulzado para tomarlo y uno sin dulce para bañar al enfermo. El chino temblaba del remojón, que le produjo frío. Mientras tanto, en la cocina, Zenobita preparaba las viandas para la comilona y Ño Bertrán, oficiándo las de ayudante, no dejaba de decirle cosas románticas al oído. A las doce de la noche se apagaron los mecheros. Era el momento culminante de la curación. El silencio reinante solo era interrumpido por los ayes del chinito cuando el brujo le estrujaba la barriga. En la cocina, los ayudantes trataban de convencer a Zenobita que aceptara las pretensiones de Ño Bertrán. El brujo ordenó prender las mechas y apareció con un sapo y un paño destilando el agua de cualquier cosa. Tomó una flauta de caña y entonó un himno raro. Los músicos rasgaron las vigüelas y comenzó la jarana. Se repartió el ‘nepe’ y los ayudantes daban de a bastante para que se mareara la concurrencia, especialmente Zenobita. Ño Bertrán bailaba como un trompo bronco con la chola vinceña. Pero la montubiada se pasó de ‘nepe’ y al otro día de mañana llegó Segundo Plazarte, quien se había retrasado en el viaje desde Salitre. Segundo vio que el chino ya estaba finadito. Sonrió de satisfacción y despertando solo a Zenobita se la llevó en el anca del potro en que andaba. Por aquello se dijo que Segundo Plazarte se llevó la mejor parte. El Universo, miércoles 2 de agosto de 1972

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En el platanar Es ya tiempo de ‘corte’. Y el platanar sombrío ensaya sus vaivenes en la hamaca del viento. Mientras un hombre rudo, que se baña en el río, al platanar envía su espíritu sediento... Es un montubio joven. Con su machete al cinto, después del fresco baño dado a su cuerpo ardiente, coge el camino angosto que se hunde en el recinto del platanar sombrío, sensitivo y doliente... Agresivo y airado ya descarga el machete, y una por una un tajo da en el cuello de las matas, que se inclinan vencidas ante el montubio fuerte. Y al desangrar las madres, con ímpetu de lluvia, sobre sus tiernos hijos abandonados, gratas fecundizan la tierra con su sangre montubia! Alejandro Campoverde Andrade (El Universo, agosto de 1959)

Paisaje, óleo, Luis Miranda

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Estampa campestre Con su voz de soprano un gallo viejo lee el decreto que destierra el sueño. Las vacas se preparan al ordeño y los grillos preparan su festejo. Del vado de aquel río en el espejo ya las garzas se aliñan con su empeño. Hay convención de cuervos sobre un leño. Hacia un naranjo cruza un azulejo y un ceibo con tortícolis lo invita a ver un par de nidos evacuados. Una gallina sin descanso grita que de cumplir ya le llegó su turno; y los pericos hablan descarados del complejo del mulo taciturno. Francisco Pérez Febres-Cordero (guayaquileño)

El gallo, óleo, Olmedo Quimbita Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

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A la mujer criolla

(Brazo derecho y alma del montuvio)

Guapa montuvia de tez morena, de ojos tan negros cual la melena, de fuerte seno y desnudo pie, de grueso muslo, ancha cadera, cimbreante y ágil como palmera que no te avienes con el corsé. No en tus facciones la crema brilla ni usas perfumes a la vainilla silvestre hueles; a ovo, a limón. Tus labios brindan sabor de piñas, de esas que medran en tus campiñas con la sandía, con el melón. A tus cabellos que bien guarnecen aquellas flores que solas crecen sin que cultivo tengan jamás... Por tus pupilas cruzan paisajes de platanares y de boscajes 210

y de tus ríos la onda fugaz. Tú, cual la niña de las ciudades, no vives presa de enfermedades que menoscaban la juventud. Tedio, nostalgia, melancolía no te visitan en tu alquería para privarte de la quietud. Pues como nunca fuiste a la escuela no has ingerido de la novela aquese tóxico sentimental. En cambio, saber de apicultuta, al pollo enfermo cómo se cura, cómo a la clueca se hace un nidal. En tus historias de amor no hay líos. Son tan sencillos tus amoríos como es sencilla tu condición. Antología de la literatura montubia


¿Te quieren? ¿quieres? -te basta y sobra¡al matrimonio! ¡mano a la obra! y te echa el cura la bendición. Y a tu marido no sacrificas... En sus angustias le fortificas si la cosecha va a peligrar. ¿Que faltan brazos, que el monte crece? -tan poca cosa no te entristece¡venga el machete y a trabajar! Y así en invierno y así en verano, activa siempre se ve tu mano, sea cual sea tu posición. Y si eres pobre y harapos vistes, cuán resignada, sin que te atristes, de los sembríos vas al fogón.

Guapa montuvia de tez morena, de ojos tan negros cual la melena, de fuerte seno, desnudo pie; ¡hace ya tiempo decir ansiaba cómo tu vida se deslizaba... y soy dichoso pues te canté.

A. Elías Cedeño Jerves (manabita) Guayaquil, octubre de 1937

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El montubio (pasillo)

Letra: Célimo Bastidas Música: Nicasio Safadi Reves Yo soy el hombre que siempre vive entre las selvas del Litoral, yo soy el hijo de las campiñas, soy el montubio del guayabal. Son las jaranas mi único anhelo y los velorios mi diversión, yo soy el hijo de las campiñas, soy el montubio del Ecuador. Con el caballo, mi amigo fiel, paso las noches en el corral; yo soy adusto, soy de coraje, soy el montubio del guayabal. Vivo en la selva con ilusiones desconocidas en la ciudad. Yo soy el hombre de hacha y machete, soy campirano del Litoral.

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Vidal Ronquillo, el montubio Vidal Ronquillo, el montubio, se lanza caballo al viento cuando algún grito lo llama, si el pueblo no está contento. Vidal Ronquillo no duerme, casi la pasa despierto, quiere al árbol, la montaña, de alma tiene una guitarra, canciones de río y garza. Si desde lejos se escucha un casquear fuerte, rotundo, es Vidal, nunca se cansa de querer cambiar al mundo. Muchas veces le han seguido parea cortarle el resuello, ero el brillo del machete lo alumbra como astro al cielo. Vidal nació una mañana, no importa el color y ni fecha, solo le importa que suene cualquier corazón, sin pena. Vidal, su campo es el todo, suelto en el cerro o la pampa para su gente es acero brillando al sol conque avanza. Vidal Ronquillo es semilla, arroz, plátano, naranjo, bocachico, rumbo largo, brioso fruto de la tierra, algún día, que no sea pronto, morirá sembrado a ella. Martín Torres Rodríguez

Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

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Montubio Como a retazos de hombre, montubio caminante sombrío hasta el final del día y de la noche. Vegetal ambulante que galopa, que ama o que navega, montubio de amarillo pellejo retostado, doliente hijo de Dios, castigado por ignoradas faltas sucedidas. Sin alma propiamente y un pedazo de cal en medio pecho para marcar interminables hitos de su angustia. Ni la bondad ni el mal. Simplemente raíz, guitarra adolorida, sudor, faenas inconclusas y a veces animal desesperado que devora su entraña sin saberlo, en medio de otros muertos circundantes. El sombrero es de sol cosido en espirales y el machete -en la manoes de luna aún no pisoteada. Rotunda. Alborazada. Como el alma del niño al que mató el rocío. Bajos huesos de cristal opaco una inmensa soledad multiplicada carcomiéndole el alma. Voz sin palabra y sin sonido casi y un puñado de llanto sin protesta que se quiebra en simple gesto aprisionado. El viento del desmonte vuela sobre la humeante hojarasca llevándose el alma de sencillas voluntades insepultas 214

hacia otras dimensiones. La semilla escasa pullando sobre el agua en reposo para dejarse deyerbar pacientemente y surgir luego poderosa, preñada de espigas del color del oro. Soledad no compartida, íntima y dura, soledad impar la del montubio, intolerante, alzado, rebelde caminante en la mitad de la sabana calcinada o de la pampa inmensa o de una guitarra trunca con voz de muerto de cien años y un candil con opacos astros moribundos y una esperanza corta como un palmo que no llega ni al largo de un suspiro. De guayacán el alma y laurel de castilla el insepulto corazón agonizado en medio de la estrella y el caballo. Al fondo del restrojo y la tarea la soledad sin fin y la esperanza macheteada en mil espigas, picoteada, pisada, inútil. Dolor de adolorida luz, de insepulto parto interrumpido y de tierno palmito cercenado. Esa mano desde antes de nacer ya encallecida al diámetro adecuado del machete, o la mazorca a rayas, o al bejuco sensual que aprisiona morboso el muslo de la balsa bajo el agua, o la carga pajiza de la panca que disuelve los soles en mil soles chicoteado. Antología de la literatura montubia


O la rienda, o en fin, a la medida del zapán que divide la curtida humanidad en dos mitades por panza y espinazo en hemisferios. Cáscara-piel de salitre y barbasco remolidos en revesa de estrellas, de dicas y de bíos de neón húmedo y frío. Un salario de fuego e imágenes mentidas en farsantes espejos, niegan la resignada sinrazón de la existencia absurda y cotidiana y el viento de la pampa pintando de humedad la madrugada cambia la falsa paz, de pesadilla injusta, por la verdad salobre y calcinante de mil rayos estampidos en salvaje tropel en línea recta, trotando, avasallando, como alazán sin jáquima ni cinchas. Jorge E. Swett Palomeque (guayaquileño)

Nota final: Se ha respetado la ortografía original de los autores, casos de montuvio por el moderno montubio, beta por veta, vigüela por vihuela, etcétera. Junto al nombre y origen del autor, consta el año de creación de la obra literaria. Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

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Historiadores vuelven sus ojos a lo regional

Lo montubio, tema de estudio En las décadas del sesenta, setenta y ochenta del siglo XX, lo que jugaban eran las ideologías. Ahora, principios del siglo XXI, cuentan las identidades. La afirmación es de la historiadora manabita Tatiana Hidrovo, quien señala que la situación es un producto de la globalización, ya que esta busca homogenizar la cultura mundial, pero también, parajódicamente, atisba las identidades regionales, lo cual parece un contrasentido, pero es real, dice. “Hay un resucitar de identidades para poder constituirse como un otro diferente, pues no queremos ser todos iguales”, anota la historiadora. Con esa frase explica por qué quizá ahora hay un interés de un sector intelectual costeño por estudiar lo regional y, en especial, lo montubio. “Se ve que existe una necesidad desde la Costa ecuatoriana de preguntarnos quiénes somos realmente, qué nos hace particulares y distintos como región”, argumenta. Con ella coincide el historiador guayaquileño Willington Paredes, quien, citando al Premio Nobel de Literatura mexicano, el poeta y ensayista Octavio Paz, sostiene que la globalización interpela las particularidades y te invita a que te veas hacia adentro. Pero, además, en el caso del Ecuador, cita otros factores, como el agotamiento del centralismo y el colapso del Estado nacional. “El colapso del Estado te hace ver la región”, dice Paredes. Historia social del montubio se titula la investigación que realiza actualmente el Archivo Histórico del Guayas, institución que comanda el historiador José Antonio Gómez Iturralde. Los estudios están bajo la dirección de Paredes, quien, como un adelanto del trabajo publicó, el pasado enero, el folleto Los montubios y nosotros. El pasado mes de enero, la misma entidad efectuó una casa abierta sobre la cultura montubia. Además, ha realizado paneles sobre el tema. Se suma a ello la iniciativa, hace un par de años, de otro grupo de intelectuales de crear el Instituto Regional de Cultura Montubia, que luego devino en Fundación de Cultura Montubia, entre otros intentos, como un libro de la historiadora Jenny Estrada, en la década del noventa. Hidrovo dice que en la Costa ha existido un proceso tardío de estudios intelectuales sobre lo regional (con excepción de la arqueología, anota) o se ha entendido lo montubio desde una categoría distinta: desde lo campesino. “En cambio, lo montubio es un concepto que me habla de una etnia”, indica. También Paredes califica a los montubios como una etnia social en el folleto que editó. Los define así, argumenta, porque detrás de ellos hay un modo de vida particular, una construcción social histórica, referentes simbólicos e incluso una sintaxis propia. Comenta que si se maneja el concepto tradicional, no serían una etnia; pero que los estudios actuales tienen un concepto de etnia más amplio, que alude a conjuntos que poseen rasgos específicos y procesos históricos de larga duración. Y lo montubio encaja en esos parámetros. El vocablo montubio proviene del siglo XIX, anota Hidrovo. El antropólogo guayaquileño Jorge Marcos está de acuerdo con lo de etnia; sobre todo, dice, si los propios montubios se asumen como tal, y anota que este grupo social ha sido más visibilizado desde la literatura (el Grupo de Guayaquil en la década del treinta lo retrató en sus 216

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narraciones) y el folclore, que desde los estudios e investigaciones académicas. Uno de los pocos referentes es el ensayo El montuvio ecuatoriano, de José de la Cuadra, que se publicó en 1937. ¿Dónde están? La población montubia está ubicada en los sectores rurales de Guayas, Los Ríos, Manabí, El Oro y el sur de Esmeraldas. Según el folleto publicado por el Archivo Histórico del Guayas, los montubios en términos numéricos representan 1’620.071 habitantes. ¿Y cómo es un montubio? ¿Es lo mismo montubio que campesino? Hidrovo explica que campesino es un sujeto de cualquier lugar del mundo que habita en una zona rural. Montubio, en cambio, es un tipo de campesino con características culturales específicas que obedecen a un proceso que se ha desarrollado en la Costa ecuatoriana. “Montubios como categoría étnica habría solo en la Costa ecuatoriana. Los de otros países son campesinos y quizá tengan un nombre propio”, comenta. El montubio es un mestizo que tiene una cuota de negro, de cholo y de blanco, que posee una fuerte relación con la tierra y sus formas de producción; procesos propios de simbolización de la realidad y una tradición oral muy importante (los amorfinos, por ejemplo), a través de la cual transmite un conjunto de valores; y un habla singular, que lo lleva a crear incluso palabras para dar cuenta de su realidad. Hidrovo cita, por ejemplo, ‘viravuelta’. Esta, sostiene, se usa en el campo y fue creada por los montubios “porque en la Costa hay zonas montañosas y los caminos son culebreros y entonces no se puede decir a la vuelta, sino a la viravuelta, para representar, con el lenguaje, una ese. Las palabras se las inventan porque es necesario nombrar una realidad distinta”. La historiadora comenta que muchas palabras del idioma castellano que han desaparecido del Diccionario de la Real Academia Española, o que se usaban en los siglos XVI, XVII y XVIII y que ahora son arcaísmos, se quedaron atrapadas en el mundo montubio. “Ese idioma cortado del campo, de falta de ese, tiene que ver con una clara influencia española andaluza”, refiere. El folclorista Wilman Ordóñez Iturralde dice que lo que más le llama la atención de los montubios es su pensamiento mítico mágico, que se expresa en los relatos, en los amorfinos, en las tradiciones y saberes que perviven, en especial, entre los más viejos. Hidrovo recalca que pese a que los montubios poseen rasgos en común, no son una masa, tienen particularidades de acuerdo con su ubicación geográfica. VOCABULARIO Abusión: Superstición. Aguaitar: Mirar, ver. Agallones: Glándulas del cuerpo humano. Alunar: Estar en celo. Se usa para designar ese estado en los animales. Atarugarse: Llenarse, hartarse. Aventao: Se dice de la persona que tiene gases acumulados y una ligera hinchazón del vientre. Azocar: Apretar. Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

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Brincacharco: Corto. Cuajar: Ser fértil. Cufiar: Tantear, mirar. Cuja: Cama. Chicotear: Sacar, mediante golpes contra la tierra, el grano de la panca del arroz. Chirapo: Erizado, despeinado. Chucula: Dulce preparado con maduro, al que se le agrega leche. Enchivado: Malgeniado. Enllavar: Poner candado. Enrudao: Infusión que toman las mujeres montubias luego de dar a luz. Se prepara con ruda, que es una hierba medicinal; licor, canela y pimienta de olor. Encorquetar: Acción mediante la cual las madres, especialmente, se ubican a sus hijos en la cadera, con lo cual simula una horqueta. Esparmentoso: Adefesioso. Espinazo: Columna vertebral. Finado: Muerto. Futre: Elegante. Gloriao: Infusión de hierbas medicinales, al que se le puede agregar alcohol. Gallinero: Lugar en el que habitan las gallinas, los gallos, los patos y demás aves de corral. Gracia: Nombre. Guaija: Peces pequeños. Guácharo: Huérfano. Guargüero: Garganta. Jáyara: Hosca. Jachudo: Necio. Jecho: Relativo al desarrollo de una fruta. Madurar. Jinchoniar: Azuzar. Juete: Látigo. Jule: Se usa para azuzar a los perros. Juntar: Recoger cacao. Mamerto: Tonto. Ojeado: Dícese de una enfermedad que, supuestamente, se produce por la mirada de una persona. Oración: El atardecer. Patera: Poza o lugar donde se bañan los patos. Padrejón: Estómago. Planazo: Machetazo. Pasmado: Detenerse en su crecimiento. Parcero: Amigo. Recular: Retroceder. 218

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Sinapismo: Desorden. Tendal: Sitio en el que se expone al sol el cacao, para su secado. Todoy: Desde la mañana. Tonga: Alimento envuelto en hoja de bijao o plátano. Los agricultores los llevan a los sembríos donde trabajan. Viravuelta: Se utiliza para indicar cómo llegar al lugar, que tiene una forma serpenteada, de ese. Verdural: Cultivo de verduras. Enredado. Nota: Algunas de estas palabras no constan en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española. Otras sí. Pero muchas han caído en desuso. Se las utiliza aún en las zonas montubias. O entre gente de la ciudad con origen montubio. Por Clara Medina, Editora de Cultura de Diario El Universo

Paisaje, óleo, Roura Oxandaberro

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El corral, tinta, Galo Galecio.


Índice

Deuda cultural La Asociación Regional del Montuvio (hostoria, tradición y poesía)

No se van (María Piedad Castillo de Leví) La señalada (José Joaquín GAllegos Lara) Canto al montuvio (Guillermo Valarezo Junco) El montuvio (Enrique Avellón Ferrés) El montuvio (María Luisa Lecaro) Domingo (Humberto Mata) Soledad del campo (Flavio Villegas Torres) Montuvio (Rodrigo Chávez González) El montuvio (Jorge Pérez Concha) El montuvio (Alfonso Ruiz de Guijalba) El montuvio (Gonzalo Llona) El montuvio (Miguel Ángel Fernández Córdova) En el monte, en la huerta y en el río (Joaquín Gallegos Lara) A la Madrina Criolla (Enrique Gil Gilbert) Yo quiero (Enrique Gil Gilbert) Perspectivas del trópico (Telmo Vaca) Permita, compadre (Rodrigo Chávez González) Nos vamos agringando (Abel Romeo Castillo) Montuvio (Nela Mertínez) Porque soy montuvio (Rodrigo Chávez González) La plegaria del viejo guayacán (Virgilio Rendón Villamar) Tarde de trópico (Leopoldo benítes Vinueza) Canto al montuvio (Victor Hugo Escala) Los montuvios (Joaquín Gallegos Lara) Cacao (Enrique Gil Gilbert) Canción del montuvio (Nela Martínez) Montuvio (A. Campoverde Andrade) El entenao (Alfredo Pareja Diezcanseco) Romances de la rural (Joaquín Gallegos Lara) Canto al montuvio (Francisco N. Coronel) Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

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Canto a mi provincia (Enrique Gil Gilbert) Pancho Jácome (Franklin Pérez Castro) Er machete (Rodrigo Chávez González) Montubio (Miguel Donoso Pareja) Cuadro montubio (Ruperto Arteta Montes) Memorias de agreste agrario (Sergio León Aspiazu) Acuarelas costeñas (Pablo Hanníbal Vela Egüez Montubio (Romeo Cedeño Mieles) El montubio (P. Hugo Vázquez y Almazán) El montubio (Galo S. Espinoza Oruqera) El montubio (Luis Espinoza Martínez) Exaltación del montubio manabita (Luis Espinoza Martínez) Vernacular (Luis Espinoza Martínez) Hermano montubio (Manuel Andrade Ureta) ¡Salve! (Rafael Blacio Flor) Canto al campesino manabita (Wadía Lauando Vélez) Fiesta (José Enrique Zúñiga) Canto al montubio (Miguel Augusto Egas) Loa al montubio (Miguel Augusto Egas) Tropical (Juan León Mera) El montuvio (Alfredo Jaramillo Andrade) Poema al campesino (Nixon Gracía Sabando) Matapalo (Francisco Huerta Rendón) Canto al montuvio (Luis Cisneros Noriega) El hombre y el campo (Olmedo Ycaza V.) El matapalo (José de la Cuadra) El montubio (José Antonio Campos) Oración del montuvio que se fue... para no volver (Arcadio Ayala González) Estampa del ambiente campesino (Justino Cornejo Vizcaíno) Estampa rural (Julio César Sanchez Vinces) Hermano montubio (Armando Baird Medranda) Salud, hermano campirano (Guillermo A. Rodrígeuz Alvarado) El cacao (Abel Romeo Castillo) Amorfino... no seas tonto (Rodrigo Chávez González) Montuvio (Jorge Ismael Gandú) Décimas montuvias (Mirlo Negro) El montuvio (Jerónimo Orión Llaguno Márquez) Canto al montuvio (Luis Cisneros Noriega) Montuvio (Luis Cisneros Noriega) El romance del montuvio (Jorge Pincay Coronel) Canto al montubio (Guillermo Valarezo Junco) Canto al montuvio (Luis E. Silva P.) El campesino (José Enrique Zúñiga) Romance del labrador (José Enrique Zúñiga) Cantalicio (Eduardo Jurado) Romance campesino (Alejandro Velasco Mejía) El montuvio (Alejandro Velasco Mejía) El hijo de la montaña (Enrique Segovia) 222

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Antología de la literatura montubia


El montuvio (L. A. Lavayen Flores) Los montuvios en Yaguachi (Lauro Dávila Echeverría) Estampas montuvias (Guillermo Valarezo Junco) Coplas campesinas (Mirlo Negro) El montubio (Apuntes de Carlos Saona Acebo) La fiesta del montubio (Ángel Véliz Mendoza) La fiesta hace 50 años (Ángel Véliz Mendoza) Canto al montubio (María Piedad Castillo de Leví) Bramadero (Joaquín Gallegos Lara) Los relojes del montubio (Josefina Egas Montalvo) Atardecer en el campo (José Ayala González) El montubio (José Ayala González) Jinetes en la noche (Horacio Hidrovo Velázquez) Pepa de oro (Dr. Víctor Manuel Rendón Pérez) Cantar montubio (Rodrigo Chávez González) Yo me llamo el montuvio (Bettino Berrini) Lamentos de un montuvio (Elio) Alma montubia (Lauro Dávila) Sombras de poncho (Elías Cedeño Jerves) Mancha, negra, mi poncho (Anónimo) Montubio (Ignacio Carvallo Castillo) Al montubio de mi tierra (Inés Asinc de Ching) Oración del niño campesino (Inés Asinc de Ching) Montubio (José Carvajal Idrovo) Coplas montubias (Rodrigo Chávez González) La espina de pescao (Julián García) La salpica (Julián García) En el platanar (Alejandro Campoverde Andrade) Estampa campestre (Francisco Pérez febres-Cordero) A la mujer criolla (A. Elías Cedeño Jerves) El montubio (Célimo Bastidas) Vidal Ronquillo, el montubio (Martín Torres Rodríguez) Montubio (Jorge E. Swett Palomeque)

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Lo montubio, tema de estudio (Clara Medina)

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Cedeño, Guerra, Ordóñez y Arteta

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