Separatas del Diario del resguardo · Poetas viajeros

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AMONG US · InnerSlot / Marcus Bromander / Amy Liu / Forest Willard


El último agutí

es una separata que pertenece al fanzine “Diario del resguardo” del colectivo poetas viajeros. Corresponde al lápiz, objeto esencial de su autor @Tomás Blanco Laboratorio de escritura creativa Coordinado por PezLinterna y Biblioteca Luis Ángel Arango Colombia, 2020

EL ÚLTIMO

AGUTÍ de Tomás Blanco


El mal estado del cazador se reflejaba en el pálido color de su piel y el temblor de sus piernas. El hombre apuntaba el cañón de su escopeta Savage directo a la cabeza del agutí. Las pupilas del vulnerable animal se dilataron ante el peligro. La criatura no sabía lo que iba a suceder.

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Una hora antes, en la frontera de una finca y un boscoso terreno deshabitado, el agutí cruzó de su entorno natural a tierras extrañas por debajo de una cuerda oxidada y puntiaguda sin ningún tipo de escrúpulo. Rozaba su hocico con la superficie de la tierra como si fuese un sabueso olfateando rápidamente. En algunos puntos de la gigantesca huerta escarbaba con sus cortas patas acarameladas para sacar con éxito el tubérculo. A pocos metros de la inmensa siembra, en el mismo terreno, se encontraba la casa del marido, la mujer y los cuatro vástagos. En la amarilla vivienda, no parecía que hubiese mucha vigilancia hacia los amplios cultivos de yuca. La familia estaba acuartelada para descansar. El marido llevaba el sustento a su hogar, cazando en el bosque cualquier criatura que tuviera el infortunio de coincidir con sus horas de trabajo. Era hombre rudo y tenía una carrasposa mirada que generaba llagas en los ojos de cualquiera que se atreviera a mirarlo. Usaba la misma deshebrada camisa de leñador para casi todos sus labores.

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La mujer permanecía la mayor parte del día en esa antigua casa. Tenía una pasiva personalidad que hacía que casi siempre le diera la razón a su marido. Su trabajo era cuidar de sus hijos, lo que hacía cada vez con menos energía. En especial del recién nacido, al cual todavía no le daban nombre. Otra de sus rutinas era sembrar toda la imponente huerta. Cultivaba semilla por semilla, surco por surco, parcela por parcela, dependiendo del tipo de fruto. Ella no trabajaba mucho tiempo sin que las sordas punzadas, en su escurrido abdomen, detuvieran sin falta cualquier actividad que hiciera. El canto de los pájaros se ahogaba en el ardor en su estómago, la Tierra se detenía y las aguas paraban de fluir. Respirar pausadamente era lo único en que se concentraba. La mujer estaba muy enferma. El marido sospechaba de la gravedad de lo que sufría su mujer. Por eso apartó el único cochinito de cerámica con cachetes color rojo, para ahorrar con la esperanza de que algún día pudieran pagar un médico en la gran ciudad.

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Él sentía lástima e impotencia por la situación de su esposa, porque sabía que no se trataba de una enfermedad sencilla. Cada vez que insertaba una moneda en la alcancía, le decía a su mujer: —Ya casi. ¡Ah! ¿Puede creer que en tan poco tiempo ya casi tenemos para ir a la metrópoli? La mujer se congració con su marido haciéndole una mueca que intentaba esbozar una sonrisa, pero, en el fondo, sabía que él solo quería consolarla. El agutí, ajeno a la problemática humana, se sentaba sobre sus patas traseras para descansar y comer. Su jorobada y brillante columna se unía a su cráneo, que no cambiaba de posición. Llevaba el alimento a su hocico agarrándolo entre sus dedos y dirigiéndolo hacia su boca sin inclinar el cuerpo. Comió sin sentirse cohibido, las oleadas de viento que movían las hojas a su alrededor era lo único que percibía en la naturaleza. De cuando en vez, hacía pausas de vigilancia en su merienda retirando su mirada del alimento para observar a su alrededor; el sol que iluminaba sus oscuras pupilas reflejó la ventana lateral de la morada familiar. 4


La familia estaba reunida en la mesa, bebían tan rápido la avena como si un caudaloso río fluyera por sus gargantas. Esperaban la visita de su patrón, por lo que casi se atragantaban el desayuno. El marido, sentado en la cabecera del comedor, por un pequeño instante, miró sorprendido la leche que escurría del busto de su mujer mientras ésta lactaba al bebé. Cuando volvió en sí, notó que sus demás hijos no comían. Frunció el ceño y apretó la mandíbula antes de gritarles: ¡Tráguese esa vaina rápido! ¡No ve que va a llegar el patrón y los va a cachar comiendo! —

El hijo menor que estaba en la silla más pequeña, vio, a través de la turbia ventana, una criatura extraña que parecía un conejo y exclamó con intriga: — ¡Oigan! Miren. —¡Esa plaga se nos está comiendo los cultivos! —dijo el marido, bufando de la ira.

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Se paró súbitamente de la silla de madera que chirrió con el piso. Tomó su camisa roja con negro del gancho, como si hubiese querido derrumbar el closet. Descolgó bruscamente su escopeta calibre diez, se puso sus botas de caucho y salió para sorprender a la bestia. El agutí seguía comiendo de las hojas de los árboles. Las pausas de vigilancia disminuían cada vez más. El marido recorrió toda la siembra sin apartarse del margen del terreno. A medida que se iba acercando al objetivo, caminaba más cautelosamente cuidando de no crujir las secas hojas. Llegó hasta el árbol más cercano y se recostó sobre él, mientras que miraba el fresco y azulado cielo. Recargó la munición con manos de algodón, tratando de no opacar el coro de los ruiseñores. Puso la mira en la presa mientras que exhalaba por sus secos y escamosos labios. El dedo índice estaba listo para ejecutar pero, sin proponérselo, notó a través de la agrietada mira los hinchados pezones del animal.

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Se estremeció al recordar el estado de lactancia de su débil mujer. Nunca antes había sentido esa sensación de escalofríos frente a una presa. El animal percibió un ligero crujido. Fue entonces cuando notó que estaba siendo observado. El pálido y sudoroso cazador se espantó de sí mismo debido a su incapacidad de tirar del gatillo y de su bloqueo mental que no le permitía más que respirar. El agutí giró su cabeza noventa grados ágilmente y miró al débil hombre, que lo estaba examinando temblorosamente a través de la mira de su Savage. La criatura sintió un desaliento estremecedor en su pecho. Aquello era como una explosión. Después de unos pocos segundos de haber mantenido ese contacto visual, el mustio cazador, al cual le escurría espumosa baba de su boca, dejó caer su pesada arma al suelo y el agutí supo que era el momento de echar a correr.

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El mediano animal se alejaba cada vez más del paralizado hombre y sus cultivos. Salió por la misma oxidada cerca por la que entró. Se escabulló de a saltos entre la larga hierba y sintió el rocío en su trompa, pues había llovido la noche anterior. Llegó al guayabo, que por cierto veía todos los días, con sus frutos de cáscara lisa caídos en el suelo. La atemorizada criatura nunca había corrido con tanta energía. Inclinó la dirección de su cuerpo hacia el mandarino, que quedaba a unos pocos brincos de su madriguera. El taciturno bosque lo había recibido con el canto jubiloso de sus pájaros, las reservadas ardillas decorando las ramas de los árboles, la suave y cálida brisa se paseaba por la selva. El agutí sintió su libertad, porque muy lejos estaba ya del peligro. Los rayos del sol matinal, cortados por las ramas de los árboles, iluminaban la entrada a su madriguera. Divisó a sus ciegas e inermes crías, que aún no eran capaces de subsistir por sus propias habilidades, asomadas a la entrada del hogar. Se lanzó hacia ellos con el impulso de su último salto para llegar a su meta. 8


Olisqueó a la camada en señal de saludo mientras que intentaban mamar desesperadamente de su madre. En el instante mismo en el que estaba entrando a la madriguera, sintió un ligero calor incrustado en su espinazo que congeló su cuerpo. El agutí se derrumbó. Sintió un cálido fluido escurriendo de su lomo. El animal intentó correr, pero su cuerpo no respondió. Unas tinieblas abarcadoras iban abrazando sus sentidos. El chillido de sus cachorros se desvanecía en sus oídos. El último agutí del bosque estaba muerto. Otro cazador que esperó su regreso, había dado la sentencia final.

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“Decisiones, cada día alguien pierde alguien gana, ¡Ave María!” DECISIONES · Rubén Blades


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es una separata que pertenece al fanzine “Diario del resguardo” del colectivo poetas viajeros. Corresponde al muñeco, objeto esencial de su autor @Freddy Gonçalves Laboratorio de escritura creativa Coordinado por PezLinterna y Biblioteca Luis Ángel Arango Colombia, 2020

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“Sólo la casualidad puede aparecer ante nosotros como un mensaje. Lo que ocurre necesariamente, lo esperado, lo que se repite todos los días, es mudo. Sólo la casualidad nos habla.” La insoportable levedad del ser Milan Kundera

“-Sólo la poesía es clarividente dijo Neruda.” Me alquilo para soñar Gabriel García Márquez

“Sólo la casualidad puede aparecer ante nosotros como un mensaje. Lo que ocurre necesariamente, lo esperado, lo que se repite todos los días, es mudo. Sólo la casualidad nos habla.” La insoportable levedad del ser Milan Kundera

“Las realidades del mundo terrestre me afectaron como visiones, sólo como visiones, mientras las extrañas ideas del mundo de los sueños, por el contrario, se tornaron no en materia de mi existencia cotidiana, sino realmente en mi cínica y total existencia.” Berenice Edgar Allan Poe

“Las realidades del mundo terrestre me afectaron como visiones, sólo como visiones, mientras las extrañas ideas del mundo de los sueños, por el contrario, se tornaron no en materia de mi existencia cotidiana, sino realmente en mi cínica y total existencia.” Berenice Edgar Allan Poe

“«También puede ser que te aprecien», dijo Alberto, «que conserven un buen recuerdo del tiempo en que los dirigías, que realmente estén preocupados por tu salud. No siempre la gente es tan miserable como te parece de un tiempo a esta parte.»” Los pocillos Mario Benedetti

“«También puede ser que te aprecien», dijo Alberto, «que conserven un buen recuerdo del tiempo en que los dirigías, que realmente estén preocupados por tu salud. No siempre la gente es tan miserable como te parece de un tiempo a esta parte.»” Los pocillos Mario Benedetti


“El tiempo transcurre con rapidez cuando uno se escucha a sí mismo” El caballero de la armadura oxidada Robert Fisher

“El tiempo transcurre con rapidez cuando uno se escucha a sí mismo” El caballero de la armadura oxidada Robert Fisher

“Una noche se levantó de golpe, había soñado con caballos heridos por los perdigones, atravesados por lanzas rojas. Se acercó al suyo, ahí estaba, cabizbajo, aguantando frío. Le tocó el pecho, lo abrazó, sintió de golpe su olor dulzón y sucio, su calor. —Tú estás vivo —dijo el muchacho.”

“-Para los ojos, lo esencial es invisible” El Principito Antoine de Saint-Exupéry

“-El dolor no te cambia, Hazel. Te revela.” Bajo la misma estrella John Green

Los irlandeses Jairo Buitrago

“Una noche se levantó de golpe, había soñado con caballos heridos por los perdigones, atravesados por lanzas rojas. Se acercó al suyo, ahí estaba, cabizbajo, aguantando frío. Le tocó el pecho, lo abrazó, sintió de golpe su olor dulzón y sucio, su calor. —Tú estás vivo —dijo el muchacho.” Los irlandeses Jairo Buitrago

“-Para los ojos, lo esencial es invisible” El Principito Antoine de Saint-Exupéry

“-El dolor no te cambia, Hazel. Te revela.” Bajo la misma estrella John Green


“Sólo la casualidad puede aparecer ante nosotros como un mensaje. Lo que ocurre necesariamente, lo esperado, lo que se repite todos los días, es mudo. Sólo la casualidad nos habla.” La insoportable levedad del ser Milan Kundera

"Oh, pero no podéis comprar hasta la literatura. La literatura está abierta a todos. No te permitiré, por más bedel que seas, que me apartes de la hierba. Cierra con llave tus bibliotecas, si quieres, pero no hay barrera, cerradura, ni cerrojo que puedas imponer a la libertad de mi mente." Una habitación propia Virginia Woolf

“Lejos y cerca son cosas relativas y dependen de muy distintas circunstancias.” Orgullo y prejuicio Jane Austen

“Las realidades del mundo terrestre me afectaron como visiones, sólo como visiones, mientras las extrañas ideas del mundo de los sueños, por el contrario, se tornaron no en materia de mi existencia cotidiana, sino realmente en mi cínica y total existencia.” Berenice Edgar Allan Poe

“Y en la antena de la radio flotaba locamente la bandera con la cruz roja, y se corría a ochenta kilómetros por hora hacia las luces que crecían poco a poco, sin que ya se supiera bien por qué tanto apuro, por qué esa carrera en la noche entre autos desconocidos donde nadie sabía nada de los otros, donde todo el mundo miraba fijamente hacia adelante, exclusivamente hacia adelante.” La autopista del sur Julio Cortázar

“«También puede ser que te aprecien», dijo Alberto, «que conserven un buen recuerdo del tiempo en que los dirigías, que realmente estén preocupados por tu salud. No siempre la gente es tan miserable como te parece de un tiempo a esta parte.»” Los pocillos Mario Benedetti

“Supongo que detesto la idea de verte crecer. ¿Seguiremos siendo amigos cuando te hagas mayor?” Un recuerdo navideño Truman Capote


separata ¡ acuarelas


NAHUI OLLÍN, AUTORRETRATO EN LOS JARDÍNES DE VERSALLES Carmén Mondragón, 1945

SEMAINE Leonora Carrington, 1956


HUYENDO DE LA CRÍTICA Pere Borrell del Caso, 1874

FOTOGRAMA DE EUPHORIA Foto: Zendaya Sam Levinson, HBO, 2019


MONA LISA Fernando Botero, 1978

MUJER CON PĂ JARO Fernando Botero, 1973


FOTO DE SALVADOR DALÍ Philippe Halsaman, 1954

LUPITA Lola Vélez, 1956


EL HOMBRE DE LA PAZ Sofía Bassi, 1974

LAS MENINAS Diego Velázquez, 1656


AUTORRETRATO Hannah Hรถch, 1919

ARTE GRAFFITI Keith Haring, 1980


AUTORRETRATO CON COLLAR DE ESPINAS Y COLIBRÍ Frida Kahlo, 1943

FOTO DE SUSAN SONTAG Bob Peterson


Tomás Blanco

Sofía Velandia


Karen García

Karen García


Tomรกs Blanco

Daniela Sierra


separata ¡ espejo



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