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REVISTA DE CINE | AÑO 3 | NÚMERO 8 | ENERO-MARZO 2014

El lobo de Wall Street Escándalo americano Lo mejor de nuestras vidas Balada de un hombre común Los tres paraísos de Ulrich Seidl La vida de Adèle El desconocido del lago Dallas Buyers Club La tercera orilla Nebraska Her Et alia


PEZ DORADO Los que cortan el bacalao: Francisco Abelenda Rosario Salinas Pinturitas en mano: Edgar Piñeiro Corte y confección: Rosario Salinas Tirando anzuelos: Ezequiel Acuña Luciano Alonso Soledad Bianchi Constanza Borge Laura Cozzo Candelaria Frías Luis Giles Mateo Giménez Germán González Silvia Italiano Laura Malena Kornfeld John Lake Luciano Mariconda Paola Menéndez Jorge Montanari Edgar Piñeiro Florencia Polo Luis Polo Matías Prado Nahuel Rodriguez Acosta Rosario Salinas Email Pez dorado: redaccion.pezdorado@gmail.com Editor responsable: Francisco Abelenda

EDITORIAL: La angustia del cinéfilo Desde Freud entendemos que hay dos tipos principales de neurosis, la histeria y la neurosis obsesiva. Si bien el creador del psicoanálisis no se ocupó demasiado del cine y tal vez nunca supo que existiría la enfermedad hoy conocida como cinefilia, no habría dudado en incluir a esta afección entre las formas más conmovedoras de la neurosis obsesiva. Los obsesivos (y los cinéfilos lo son) suelen ser coleccionistas de recuerdos y de objetos que necesitan un catálogo y ciertas reglas de clasificación que los oriente y les permita no sentirse tan desprotegidos ante la falta, la imposibilidad de abarcarlo todo, que padece cualquier acaparador. La cinefilia ha sido siempre así. Los cinéfilos durante décadas vivieron al abrigo de un cierto orden producido por los estrenos (locales y mundiales) en las salas de exhibición de películas de distintos lugares del mundo, siempre signadas por la enorme presencia del cine norteamericano. Esta secuencia, que se renovaba todos los jueves, daba una cierta organización a las enardecidas discusiones que se producían en los bares y proveía también a las revistas de cine, a las que los cinéfilos eran muy afectos, de un índice que de maneras variadas se disponían a cumplir número a número. Por supuesto, la política de estrenos era siempre limitada y los cinéfilos aliviaban su condición con fuentes obtenidas de revistas extranjeras y de las películas exhibidas en cineclubes o en salas de cine alternativas. Pero de repente y sigilosamente todo cambió con la llegada de la digitalización y el acceso a Internet. Hoy vivimos un panorama extraordinario pero enormemente generador de angustia. ¿De donde debe asirse un cinéfilo para construir el mapa de su adicción? Hoy cualquier persona aficionada al cine puede ver prácticamente cualquier película «consiguiéndola» por Internet o a través de algún proveedor por sumas irrisorias para verla en los televisores del living de su casa. También está Netflix e innumerables formas de acceso que hicieron quebrar a grandes cadenas de videoclubes que parecían poderosísimas. Los estrenos en las salas comerciales, la exhibición en los cineclubes y en las salas alternativas, siguen existiendo, pero el germen de la perdición ha comenzado a crecer y la hierba ya invade todos los campos. Para colmo se obtienen copias en alta calidad digital de casi cualquier película aunque lamentablemente las argentinas no se producen en blu-ray (y a veces ni siquiera en dvd) por lo que la única posibilidad de verlas en buena calidad es en la semana de estreno en las salas comerciales o en los llamados Espacios INCAA, donde se mantienen por algún tiempo más. Pasados algunos meses estas películas pasarán a formar parte de la fugacidad y la memoria. La revista Pez dorado se postula como una herramienta para ayudar al cinéfilo desesperado. Por eso en este número, el ocho, nos ocupamos de los estrenos y también de algunas películas no estrenadas pero que generaron ciertos debates intensos. A lo largo de estos números de nuestra querida publicación fuimos advirtiendo que hay una necesidad que llenar y que el cine ya no es lo que era. Es que todo lo que rodea al cine es profundamente afectado por esta nueva forma de distribución. Además está el fenómeno de las series de televisión, que han mejorado notablemente su calidad, sus costos de producción, las actuaciones de sus actores y abre todo un panorama con el que el cine deberá lidiar. La desesperación del cinéfilo nos preocupa, por lo que esperamos poner todo nuestro empeño en que con la ayuda de Pez dorado, la angustia pueda eventualmente florecer.


Contenido

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F El lobo de Wall Street por Ezequiel Acuña F El lobo de Wall Street por Luis Polo F

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El lobo de Wall Street por Germán González

Lo nuevo 5 7

El lobo de Wall Street por Edgar Piñeiro

10 Escándalo americano por Luis Giles

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13 Escándalo americano por Ezequiel Acuña

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14 Escándalo americano por Germán González

F El desconocido del lago por John Lake F Paraíso: amor por Silvia Italiano F Paraíso: amor por Candelaria Frías F Paraíso: fe por Rosario Salinas F

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15 La vida de Adèle por Jorge Montanari 17 19 23 25

28 Paraíso: esperanza por Laura Malena Kornfeld

F Her por Florencia Polo F

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30 Her por Luciano Alonso 34

36 Lo mejor de nuestras vidas por Jorge Montanari 39 Nebraska por Constanza Borge

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42 Balada de un hombre común por Rosario Salinas

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44 Justin Bieber’s: Believe por Nahuel Rodriguez Acosta

F La mejor oferta por Matías Prado F Philomena por John Lake F Agosto por Rosario Salinas F

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46 La gran belleza por Laura Cozzo 48 50 52

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Lo nuevo 54 El sueño de Walt por John Lake

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56 12 años de esclavitud por Luciano Mariconda 59 Capitán Phillips por Soledad Bianchi

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F La tercera orilla por Luciano Mariconda F Raising Cain por Mateo Giménez F

61 Dallas Buyers Club por Paola Menendez 63 Lo clásico 65

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Lo nuevo

»Edgar Piñeiro«

El imperio de los instintos El lobo de Wall Street The Wolf of Wall Street Director: Martin Scorsese Intérpretes: Leonardo DiCaprio Jonah Hill Margot Robbie Matthew McConaughey Kyle Chandler País de origen: EE.UU. Duración: 180’ Año: 2013

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n todos los films de Martin Scorsese hay algo esencial y subyacente en el tratamiento de los personajes, algo muy sutil que pone en juego los valores de la persona en función del universo que lo rodea. Gran parte de sus películas (históricas, biográficas, musicales, policiales, cómicas, etc.), están cargadas de intensa violencia y los valores como la libertad, el honor, la fidelidad y la responsabilidad hacia las normas instituidas en las esferas familiar y social se transmutan cuando los personajes se relacionan y sus mundos se interceptan, accionando mecanismos internos que operan sobre sus perfiles psicológicos. Así, los sucesos y situaciones que se desprenden de la historia y que determinan el camino a seguir del personaje, muchas veces opuesto a otros valores establecidos, gravitarán en la trama. Su film El lobo de Wall Street está dentro de estos parámetros, y en la línea de Buenos muchachos (Goodfellas, 1990) y Casino (1995), la historia está contada en off por Jordan Belfort (Leonardo DiCaprio) quien, impulsado por el vertiginoso mundo del imperio financiero de Wall Street de fines de la década de los 80, le confiesa al espectador, su único interés: hacer dinero fácil sin medir las consecuencias de su acenero | marzo 2014 Pez dorado 5


Lo nuevo

cionar. Dinero que lo posiciona en la cúspide del poder y lo lleva a adoptar el sobrenombre de «el Lobo». Por lógica su instinto animal le permite olfatear a sus presas (financieras y sexuales) para sacar provecho de cada situación y construir su imperio, marcar su territorio

predadores sumergidos en una atmósfera disipada y lujuriosa. Atmósfera lograda por el gran director mexicano de fotografía Rodrigo Prieto quien compuso plásticamente cada escena por medio de una iluminación homogénea, eliminando intensos contrastes. El uso de la gra-

personaje. Por momentos la voz en off desaparece y como en un noticioso, documental autobiográfico o reality show el mismo Belfort explica frente a las cámaras su accionar y muestra los aspectos más íntimos de su persona. Por otro lado, Thelma Schoonmaker, la

y mantener la manada, pero en su afán desmesurado de poder no se dará cuenta de que ese eterno crecimiento económico fundado en el fraude es una ilusión. En dicho aspecto DiCaprio compone, de las manos del genial director, su magistral personaje: el yuppie que traspasa todos los límites de la ética, subvirtiendo valores que, en la narración, operan como motor y dinamizador de situaciones tragicómicas signadas por la euforia, el vértigo y el exceso. A lo largo del film «el Lobo» se adhiere a un mundo que, compartido por otros seres, es construido con los nuevos valores del capitalismo salvaje. Scorsese recrea ese mundo en fastuosos escenarios con toda una fauna de despiadados de-

dación de colores primarios y secundarios con predominio de las tonalidades pasteles en los vestuarios y escenografía (que recuerdan a pintores del rococó como Watteau o Boucher) permite dotar de sensualidad y erotismo a las imágenes. El ritmo acelerado de su historia, plagada de aventuras sexuales y consumo de drogas (de todo tipo) se alterna con remansos de agudo diálogos que Belfort entabla con otros personajes que cumplen el rol de antagonistas. Tanto su mujer, los detectives del FBI y el padre de «el Lobo», ponen en evidencia los limites que traspasó y que tendrán graves consecuencias en su vida. En este film, Scorsese utilizó una amplia gama de recursos narrativos para desnudar a su

habitual montajista de Scorsese dota al film de un ritmo vibrante: cada secuencia de despiadado salvajismo visual y verbal se sucede en elipsis narrativas cuyos cortes abruptos nos pasan a imágenes de tensa y cáustica comicidad. Otras veces, lo que la elipsis omitió, es reconstruido en la siguiente secuencia por medio del flashback que remite, en la descripción de su narrador, a lo que realmente sucedió y que anteriormente fue elidido. Esta operación narrativa funciona como un gag cómico que, desde luego, en el desarrollo de la historia se va tiñendo de patético dramatismo: ¿Cómo no reírnos en la secuencia en que Belfort y su socio Donnie Azoff (Jonah Hill), durante un viaje en avión, entablan una

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Lo nuevo

conversación medio drogados? Inesperadamente, la siguiente secuencia, muestra a DiCaprio atado en el asiento. La omisión del suceso se reconstruye cuando el flashback nos cuenta lo que hizo realmente para que se lo ate. Martin Scorsese incorpora en la historia un punto de inflexión, donde se expone el proceso de disolución del personaje frente a su acelerada y exaltada vida. Jordan y Donnie consumen una mítica droga llamada Lemmon 714, un depresivo del sistema nervioso central, como el efecto tarda en aparecer y piensan que está vencida consumen una cantidad mayor, las consecuencias aparecen retardadamente y son catastróficas. Su personaje, sin sentir ningún remordimiento, con ironía y sarcasmo va revelando en las últimas secuencias del film los efectos del derrumbe de su imperio.

Pala y a la bolsa Por Ezequiel Acuña

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a película de la que todos hablan, se podría llamar «pala y a la bolsa». Es un verdadero rally en el que el corazón no da tregua. Lo que me decepcionó es la ausencia clave de una figura made in los 80’, pieza fundamental en la original Wall Street: Charlie Sheen. ¿Qué otro actor es tan apasionado por la merca, la plata, los gatos y demás vicios que contaminan el mundo de La Bolsa? Ni un cameo, pero bueno, tampoco voy a hablar de DiCaprio, y su actuación, porque para mí el mejor es, lejos, Chandler, no Raymond sino Kyle, el que lo investiga. Siempre me pareció un actor de madera terciada como en Super 8 (J. J. Abrams, 2011) aunque lo salva el parecido a esos actores americanos de la década del 40’ onda Dana Andrews o a personajes de la línea ligada al policial negro. Acá es el mejor porque es el

único que no se droga, lo que le da un plus, además tuvo que laburar en su vida y le pone los puntos a Leíto arriba del barco cuando este lo quiere corromper con minas, salmón y una vuelta arriba del yate, pero el tipo sigue firme los pasos de la ley, es un moralista de antaño, es silencioso y no anda a los gritos como Leíto que cuando agarra el micrófono hace que sobrevuelen los fantasmas de Nicholson y abonados al rubro descontrol. El otro es el gran Rob Reiner, no solo dirigió Spinal Tap (1998) Cuenta conmigo (Stand by me, 1986) y Cuando Harry conoció a Sally… (When Harry met Sally..., 1989) sino que hacía de amigo del plomazo de Tom Hanks en Sintonía de amor (Sleepless in Seattle, 1993) y acá hace del padre de DiCaprio. Se merece el Oscar este viejo sabio por talento y paciencia.

PD: Hay un tema de Billy Joel, Movin’ Out en la banda de sonido que me trajo recuerdos de Guillermo Guido cuando cantaba El hombre del piano (Piano man). Triste pero melancólico como los 80’. enero | marzo 2014 Pez dorado 7


Lo nuevo

»Luis Polo«

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n la primera escena de El lobo de Wall Street vemos cómo un enano es arrojado como si fuera un proyectil hacia un blanco por dos jóvenes en medio de gritos y de la algarabía de una multitud. No es una escena cortesana, no hay rey, ni reina pero hay un líder: Jordan Belfort. J.B. es un genio de los negocios, organiza y anima la fiesta alentando a su gente a participar arrojando dinero a sus pies. No sólo es el jefe, es el ídolo de esa turba, es el lobo macho alfa. La escena continúa con una mujer que es rapada a cambio de recibir diez mil dólares, luego entran mujeres semidesnudas para atender a los hombres, ritos que son parte del festejo del viernes por haber tenido una semana con grandes ganancias. Lo propio de esta película es la exaltación, que se sostiene a lo largo del film, tono eufórico que suele llevar a estrepitosos fracasos estéticos y narrativos y cuyo éxito sólo los grandes directores pueden lograr. 8 Pez dorado enero | marzo 2014

La gran tentación Ese tono ya estaba prefigurado en la estética de Casino (1995) y es evidente en Pandillas de New York (Gangs of New York, 2002). Esa exaltación es el estilo que Scorsese tomó para filmar la autobiografía que Jordan Belfort escribiera en los 80’. Ese estilo es mucho más que una aguda mirada sobre el cínico mundo bursátil, es su opinión del mundo actual: hay un exceso que el dinero refleja. Lo valioso de su relato es que no hay bajada de línea y menos aún una moraleja final. Es cine puro hecho campo de batalla, sin innovar en la técnica llevó los códigos de una superproducción de Hollywood a su máxima expresión. Es un hito en la cinematografía. Desde el vamos la estructura de la historia es muy americana: el «sí mismo» de un individuo se hace universal. Un señor, Jordan Belfort, escribió un libro para reflejar lo que significó en su vida ser un corredor de la Bolsa de Nueva York. No leí la novela, si bien me gustaría

hacerlo, ni sé de su destino literario, pero una autobiografía es un modo de hacerse un Yo. Es un recurso con el que el autor construye un personaje que se sostiene en la creencia, compartida a priori con el público de que el autor y el personaje son lo mismo. Sin embargo, es obvio que Jordan Belfort no es el mismo desde que escribió la novela y menos aún desde que se exhibió El lobo… Scorsese, de reconocida formación católica, se sintió tentado y cometió el pecado de hacer esta película, la que para muchos, entre los que me incluyo, es un fin en, no de, su carrera. Es su gran obra maestra en la antesala de la vejez biológica. Así tiene más sentido la primera escena, El lobo es el enano dando en el centro del blanco. Es un cierre festivo, exagerado, digno de una fiesta romana, y será una cita obligada cada vez que se haga una película sobre Wall Street, y el J.B. de DiCaprio será irrepetible e inigualable. ¿Cuántos premios pueden


Lo nuevo

recibir El lobo y Scorsese? Seguramente no muchos, la Academia ya le otorgó uno hace poco, por eso pienso que Martin Scorsese hizo la película que quiso más allá de los premios.

»Germán González«

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o hay mucho que se pueda agregar sobre El lobo de Wall Street, la crítica se encargo de abarcarla por completo. Se destacó todo lo que se podía destacar y se enfatizó en todo lo que se le podía reprochar. Incluso se llegó al paroxismo de negarla por el sólo hecho de negarla. Pero eso únicamente debe leerse como una pose cómoda para posicionarse en el «yonomecasoconnadie» en el que suelen caer los tibios defensores de Apatow. Al otro extremo se fueron los muchachos del blog de Roger Koza comparando a Scorsese con Elia Kazán, en donde cuestionan una dudosa reivindicación del primero para con el segundo con respecto a las buchoneadas macartistas. Lejos está El lobo de reivindicar nada. Es un film incómodo para la moral burguesa y los vicios maniqueístas, pero resulto ser más incómodo para la mirada progresista que le molesta sentir algún tipo de goce o identificación con tanto capitalismo obsceno. Hay mu-

Una tentación es un desvío del camino, J.B. no tenía que sentir la tentación del dinero ni de las drogas, ése era el único camino, hacia el cielo o hacia el infierno. Scorsese sale del camino de

Hollywood, El lobo es su canto a sí mismo, algo de por sí muy americano. Espero que no olvide su raíz italiana y que me contradiga y que ésta no sea su última tentación.

Renuncie, macartista Scorsese cha droga y mucho sexo al punto de no tener ya más ningún sentido y sin espacio vacío en el plano para llenar. Un barroquismo saturante de estímulos que aisladamente serían jugados o provocadores (piénsese en un film convencional) pero que superpuestos, yuxtapuestos entre sí, se alivianan y uno ya no sabe con cual horrorizarse más, entonces empieza a dejarse llevar por la narración. Creo, que ahí es donde en realidad nace la crítica a Scorsese realmente, lo tratan de relativista y de que en dicho relativismo cae la escena en que DiCaprio denuncia a sus compañeros para salvar su culo. Pero si algo deja de lado ese análisis es que Martin no es totalmente relativista y hay algo que, a pesar de cuanta repetición u obscenidad se nos ponga delante, no logramos incorporar y lo rechazamos como un ente patógeno dentro del cuerpo. El capitalismo, esa excitación, obsesión y despilfarro de dinero sin conciencia es lo único que el director no quiere que interiori-

cemos. Siempre está más explotada la avaricia que la droga, o el delito, o el sexo, eso sólo son sombras proyectadas del deseo que se exteriorizan cuando la ley cae, cuando el orden se ve abatido y no hay superyó que temer (padre, jefes, policías, Estados, se los llevo puestos a todos). La delación fracasó más allá de la cooperación o no de DiCaprio, porque esa persecución era otro circo, el circo inquisidor, la casa de brujas y la obsesión punitiva que expresa el FBI y que nunca logra nada. Como pasa en American Hustle, como pasa en Los Intocables de Brian De Palma, el FBI es la venta de humo de un Estado que fomenta y protege a los outsiders del poder económico. La moraleja, si es que se puede transcribir tan simple es que por más que actúes bien o mal, que denuncies o no, que sigas o te arrepientas, no hay ley o Estado o fuerza reguladora que no esté directamente limitada por la cantidad de ceros de una cuenta bancaria. enero | marzo 2014 Pez dorado 9


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»Luis Giles«

Escándalo americano American Hustle Director: David O. Russell Intérpretes: Christian Bale Amy Adams Bradley Cooper Jennifer Lawrence Jeremy Renner Louis C. K. Robert de Niro País de origen: EE.UU. Duración: 138’ Año: 2014

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Ver para creer, creer para ver

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Algo de esto sucedió en realidad», rezan unas palabras en pantalla. Otro cartel nos sitúa en tiempo y espacio: «28 de Abril de 1978. Hotel Plaza de New York». Luego, frente al espejo, vemos al brillante estafador Irving Rosenfeld acomodando cuidadosamente un peluquín sobre su calva cabeza. Esta simulación, esta falsificación, es parte de una puesta en escena aún más compleja. Rosenfeld tiene una amante y compañera de correrías llamada Sidney Prosser, también conocida como la muy británica Lady Edith Greensley. Para evitar ir a la cárcel, ambos se ven forzados a trabajar para Richie DiMaso, un ambicioso agente del FBI que busca echarle el guante a varios peces gordos metidos en asuntos turbios, como congresistas, senadores e incluso al alcalde de New Jersey. Además también están involucrados en el asunto representantes del crimen organizado de Florida.

Efectivamente, a fines de los 70’ tuvo lugar lo que se conoció como el Affaire Abscam, Contracción de Ab (por arab) y scam, es decir árabe y fraude. Con la colaboración de un estafador, el FBI maquinó una emboscada en la que atraparon a media docena de prominentes políticos usando como señuelo los petrodólares de un pseudo jeque árabe. Esta es la anécdota que David O’Russell toma como columna vertebral del relato. Pero desecha cualquier pretensión de exactitud histórica y decide contar una historia que gira en torno de la idea de la falsedad y el engaño a los demás e incluso a uno mismo. Todo está en función de las apariencias. Todo es falso y a la vez real. En una escena, Irving y Richie observan un cuadro de Rembrandt en el Museo de Arte de Worchester. Irving dice que es falso, Richie no le cree. Irving habla de la maestría que se necesita para hacer un Rembrandt que


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parezca un Rembrandt aunque no lo sea. Si quieres creerlo, es de verdad. Como dice Sidney: Cada uno ve lo que quiere ver. Todo depende si lo crees o no. Puede que la historia no aporte nada nuevo, pero O. Russell consigue darle un ritmo trepidante valiéndose del montaje

en rol de una falsa aristócrata británica tan sexy como vulnerable, con tanta intensidad como naturalidad. Parece que actuase desde otro universo cuando la vemos probarse unos modelitos en la trastienda de una de las tintorerías de Irving o bailando con DiMaso

en la fiesta a la que asisten las dos. Ni hablar de cómo concluye el posterior encontronazo que tienen en el baño de mujeres. Cualquier elogio les queda chico. Tampoco tienen desperdicio Michael Peña como el agente encubierto que debe interpre-

sincopado, la poderosa banda sonora y los abundantes y ampulosos movimientos de cámara. Además de un brillante elenco en el que el único que desentona es Bradley Cooper en el rol del narcisista agente DiMaso, capaz de recurrir a los mismos métodos que los criminales a los que debe atrapar con tal de conseguir un ascenso y el reconocimiento de sus superiores. El resto esta en estado de gracia. Desde un colosal Christian Bale, cuya nueva transformación física hace pensar que esta imitando a Santiago Segura en la saga de Torrente, hasta Jeremy Renner en la piel del bonachón alcalde Sol Polito. Pero todas las palmas se las lleva Amy Adams, que con todo su encanto y sensualidad a flor de piel, se mete de lleno

al ritmo de una de Donna Summer. El poco tiempo que Jennifer Lawrence ocupa en pantalla, no le impide deslumbrar en el rol de Rosalynd Rosenfed, la histriónica, algo ciclotímica y extravagante esposa de Irving, cuyo hijo pequeño: Danny, Irving ha adoptado como propio, situación que ella utiliza para manipularlo, ya que prefiere seguir con la farsa matrimonial antes de la deshonra de convertirse en la primera divorciada de su familia. Una pirómana involuntaria que no parece saber lo que es mantener la compostura, carente de refinamiento pero desbordante de sensualidad y carnalidad. Corta el aliento ese instante cargado de tensión en el que intercambian miradas por primera vez con su rival

tar al jeque árabe y Lewis C. K., como el jefe de DiMaso, incapaz de ponerle un límite a su obstinada ambición. Por si fuera poco también aparece Robert De Niro en el papel de Victor Tellegio un temible mafioso de Florida, que también habla árabe, en una escena angustiante que involucra un flashbacks escalofriante. El vestuario y la banda sonora cobran un papel protagónico a la hora de lograr la atmósfera setentera que lo impregna todo. Todos los personajes principales están caracterizados de alguna forma: Bradley Cooper con sus bigudíes, Christian Bale con su incipiente calvicie y flácida barriga, Amy Adams esplendorosa con su falso acento inglés, sus enormes enero | marzo 2014 Pez dorado 11


Lo nuevo

tacos y rutilantes escotes que llegan hasta la cintura, Jeremy Renner y su peinado al estilo Elvis o Johnny Cash, Jennifer Lawrence con su aparatosa melena e incluso Robert De Niro con esos lentes oscuros similares a los que lucía al final de Casino.

toma mucho del mejor Martin Scorsese de Buenos muchachos y Casino. Igual que ambas películas, esta es un gran flashback narrado por la voz en off del protagonista que nos introduce en la historia y puede alternarse con la de los demás personajes, mostrándonos los

forman Irving y Sidney. Por sobre estafas, engaños, enredos, traiciones y un falso triángulo amoroso que involucra a DiMaso, es la historia de amor de ambos el verdadero hilo conductor de la trama. La imagen de Irving es falsa pero no sus sentimientos ha-

A la música original de Danny Elfman se le suma una acertada y ecléctica selección de temas que da como resultado un soundtrack antológico con temas de, entre otros, David Bowie, Ella Fitzgerald, Bee Gees, Donna Summer e incluso una versión en árabe de White Rabbit de Jefferson Airplane. De ese modo, aparecen momentos inolvidables como ese del inicio en el que el trío protagónico se dirige en cámara lenta hacia la reunión con el alcalde mientras suena Dirty Work de Steely Dan, o ese otro en el que Polito y Rosenfeld entonan a viva voz Delilah de Tom Jones o aquel en el que Rosalynd hace lo propio con Live & Let Die de Paul McCartney & Wings. La estructura formal del film

acontecimientos desde sus distintas perspectivas. Aquí, primero Bale arranca la historia, después Adams, luego Cooper y de nuevo Bale. Lo mismo que en Buenos muchachos cuando Henry esta contando los hechos y luego lo hace su esposa Karen, y en Casino cuando lo hace Sam y de pronto son Nicky o Ginger los que toman la posta del relato. Ese uso de la voz en off, el frenado en seco de la imagen, el manejo fluido de la cámara y el montaje y el uso de la banda de sonido hacen aun más patente el influjo scorsesiano. Pero «estar influenciado» no significa ser lo mismo. Aquí el tono es más melancólico y la mirada del director hacia sus personajes es más compasiva, sobre todo hacia la pareja que

cia Sidney y viceversa. Ambos han debido arreglárselas como pudieron para sobrevivir, reinventándose a sí mismos y sacando provecho de su talento, y saben que están hechos el uno para el otro desde que se ponen a escuchar Jeep’s Blues de Duke Ellington en la fiesta en que se conocen. Memorable ese breve instante en el que ambos avanzan arremolinándose por Park Avenue y de vuelta a la lavandería cuando Irving nos dice que ve a Sidney como un enigma pero que al mismo tiempo puede contarle todo sobre él, porque solo ella puede entenderlo. La increíble fisicoquímica entre Bale y Adams hace el resto.

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¿Qué pasó con el Hollywood de antaño? Por Ezequiel Acuña

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a gran estafa es pagar para ver esta película. Es sin duda el caballo del comisario que viene a llevarse todos los boletos. Está sobrevalorada. David O. Russell, el director, es un vivillo, ya en Tres reyes (Three Kings, 1999) hizo actuar a Spike Jonze en el papel de un soldado tarado, siempre es bueno tener un amigo cool en la industria, después se acercó a Aronofsky, otro tipo a tener cuidado, época que andaba con el cisne y el ballet y toda esa pedorrada y de a poco se fue acomodando con los actores de moda y hoy es mimado por todos en la meca del cine. Russell debe compartir el representante con Maxi López… o no se explica el ascenso meteórico de este muchacho. Ya viene arrimando el bochín desde El ganador (The Fighter, 2010) con Bale y Amy Adams, para después seguir con El lado luminoso (Silver Linings Playbook, 2012) con Bradley Cooper, Jennifer Lawrence y Robert De Niro y acá los junta a todos en la misma bolsa: Christian Bale (gran invento del genio de Spielberg en El imperio del sol (Empire of the Sun, 1987) este galés que venía con perfil bajo fue perdiendo la línea: bajo de peso, luego subió, se peló, este pibe no está bien… después aparece Amy Adams pero ella tenía más onda de barman en

El ganador que de ricitos de oro acá… Ambos son estafadores, timadores, compañeros que empiezan a ganar dinero hasta que aparece Bradley Cooper, un agente del FBI que quiere usarlos para que le entreguen un par de peces más gordos, entonces aparecen los políticos, la mafia y un par de corruptos del sistema. Pero Cooper también baila, seguro aprovechó las clases en El lado luminoso, se deja los rulos y tiene un parecido a nuestro Toti Pasman (el periodista que hizo famoso Maradona). Después aparece Jennifer Lawrence que, para mí, nunca superó el papel de hermana bonachona en ese invento indie: Lazos de sangre (Winter’s Bone, Debra Granik, 2010). Acá hace de mujer bocona de Bale y de tarada, la tercera en discordia, falta Jeremy Renner que anda con un peluquín dantesco y al combo se suman un par de pelagatos: uno que se llama Alessandro Nivola (¡por favor, cámbiate el apellido ya!) otro, el negro Peña, que hace de jeque árabe, además Robert De Niro que si abrís la alacena de tu casa, por ahí lo encontras… En síntesis una película de estafadores, que es un mezcladito, una picadita, una aceitunita por acá y un quesito por allá y que cuando llega la cena ya no queres comer nada. enero | marzo 2014 Pez dorado 13


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Plastificado Vintage Por Germán González

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n sintonía con las tendencias de moda y la invasión hipster que el mundo viene padeciendo desde hace un par de años, American Hustle se alinea con el mandato comercial setentochentoso de recrear la nostálgica década kitsch. Al parecer el éxito de Argo (Ben Affleck, 2012) funcionó como viento de cola para repetir la fórmula: hecho real + recreación de época + conflicto político para tener una nominación a la codiciada estatuilla.

El Topo Ilustrado Textos de Tobías Schleider Dibujos de Cristian Turdera 15 de marzo al 10 mayo Uriarte 1490 Buenos Aires Argentina

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Por momentos muy pesada, por momentos (los menos) interesante, el film de Russell cae en un discurso despolitizante al no acentuar el conflicto político (enorme) y hacer hincapié en resaltar las ambiciones personales de los protagonistas. El embalsamamiento final de esta momia industrial llega de manos de la estetización plastificante del look setentoso. Demasiado canchero, ni muy real, ni muy irónico, en fin ni fu ni fa.

Lo único que realmente funciona dentro de las intenciones del director es la hipersexualización de Amy Adams, perturba el fuego que desprende la colorada. Pero deberían dejar de robar con este tipo de películas por lo menos dos años. O profundizar conceptual y estéticamente las críticas al sistema norteamericano tanto hollywoodense como político, como lo hizo Argo, sino nos vamos a seguir comiendo la cáscara.


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»Jorge Montanari«

La vida de Adèle La vie d’Adèle Chapitres 1 & 2 Director: Abdellatif Kechiche Intérpretes: Adèle Exarchopoulos Léa Seydoux País de origen: Francia Duración: 187’ Año: 2013

Si Adelita se fuera con otra...

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i digo «imán poderoso» podría estar hablando de algún líder religioso que no dudase en prohibir la exhibición de La vida de Adèle. Pero el mismo significante puede remitir también a una fórmula que parece inexplicablemente imbatible: el sexo en la pantalla. Sí, hasta en 2014, plena era del streaming de internet. Desde cualquier computadora o incluso desde el teléfono se puede acceder a océanos de escenas eróticas con un par de clicks. Resulta llamativa, entonces, la fuerza convocante que tiene una película en la que se sabe que hay escenas lésbicas subidas de tono. Porque, como si el universo trastocara levemente la fórmula de El conde Lucanor, donde el rey estaba desnudo y todos preferían callarlo porque se decía que estaba vestido con una tela que los bastardos no podían percibir, la taquilla de La vida de Adèle junta más curiosos que cualquier otra película europea de metraje extralargo y ritmo lento, quizás por-

que quieren ver desnudas a las reinas, aún al precio de fingir descubrir un peliculón que no hay. Insisto, el fenómeno supera lo que se puede sacar de jugo en esta ecuación. ¿Será quizás la chance de compartir el espectáculo con el colectivo de espectadores? ¿Será lo mismo que hace que miles de personas paguen por ver una foto de alguna farandulera de turno en tanga o en topless, pero de espaldas, en lugar de sólo apretar tres veces la X seguida de un «enter» en el Google y acceder a mucho más? Los críticos, ávidos de ojos que se posen sobre sus crónicas, no dudan en sumarse a escribir sobre las polémicas que rodearon a este film: las presiones despóticas de Kechiche sobre las actrices, si las escenas de sexo fueron hechas con prótesis como declaran los involucrados, y si les tenemos que creer. La película tiene un comienzo, pero luego, como un Saramago jugando a las intermitencias del cine, transcurre a lo largo de enero | marzo 2014 Pez dorado 15


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tres horas amagando morir muchas veces sin hacerlo. De tal modo, es difícil que, en los momentos en que no tiene sexo, el espectador no experimente lo que es tener una palma de oro sin necesidad de ganar en Cannes como lo hizo esta película. La historia, que ya se ha con-

mujeres desde el reducto de su ser incomprendido. Una noche en un bar aparecerá Emma, lesbiana, artista, con padres cultos de los que no se tiene que esconder. Habrá fuego, un fuego que nace en la única intersección del conjunto de sus mundos y que Kechice ex-

principio del fin, en el que la suma del amor más las buenas intenciones parecen perder por goleada. Ya en el epílogo, Kechiche le planta pelea a Fatih Akin (implorando un clásico «agárrenme que lo mato», claro) con una escena en la que la casua-

tado muchas veces por todos lados, está basada en un comic de la tal Julie Maroh. Al parecer, esta historietista lesbiana no habría dicho «¡Qué chiche que es esta adaptación!» sino más bien «¡Kechiche! ¿Qué es esta adaptación?». De hecho, sus declaraciones sin filtro están en su sitio web oficial (http://www. juliemaroh.com) donde se despega bastante del trabajo del director, denuncia cual Hanna Arendt del sexo que Kechiche lo banaliza, y por último, recuerda que al recibir el premio en Cannes él se acordó de todos menos de ella. Adèle, interpretada por Adèle, que no es la Adèle famosa, es una estudiante joven, de familia de clase media bastante mersa, que pasa por el proceso de descubrir la atracción por las

plotará como venimos diciendo desde el principio. Así se plantea la lucha entre las diferencias que el tiempo podría limar, compitiendo contra elementos ásperos como lijas que trabajan sin descanso a contratiempo. Lucha con vencidos y quizás sin vencedores. Sin por ello borrar con el codo los primeros párrafos, la película no es un bodrio; sufre quizás solamente de demasiado hype con las expectativas. Las actuaciones son muy buenas, y se nota la mano de Kechiche para saber extraer esas cosas que tanto le gustan y que sacaba a relucir en Cuscus (2007). Sin dudas, la escena cúlmine es una fiesta donde las diferencias entre la vida de Adèle y la vida de Emma se vuelven devastadoras, haciéndonos asistir a un silente

lidad hace que dos caminos que podrían haberse cruzado, se bifurquen sin que la suerte meta su cola. El sinsabor del desencuentro. Mientras tanto, se hizo jueves de nuevo y los transgresores del pochoclo están en la fila para ver Nymphomaniac, fascinados de repente por la capacidad de los daneses para dirigir películas.

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»John Lake«

El desconocido del lago L’inconnu du lac Director: Alain Guiraudie Intérpretes: Pierre Deladonchamps Christophe Paou Patrick d’Assumçao País de origen: Francia Duración: 97’ Año: 2013

La playa del amor

D

esde los inicios del cine las películas fueron censuradas por motivos políticos, religiosos, por exceso de erotismo y por cuestiones económicas. La línea general (Staroye i novoye, 1929) de Sergei Eisenstein fue prohibida por la policía en París en 1930 y El Acorazado Potemkin (Bronenosets Potemkin, 1925) recién se proyectó en Inglaterra en 1950. Isabel Sarli, por andar mostrando su cuerpo voluptuoso por las pantallas, padeció las tijeras de las autoridades de turno. El código Hays que se aplicó desde 1933 hasta fines de los cincuenta en los Estados Unidos, fue tan estricto, que obligó a directores y guionistas a recurrir a artilugios como el subtexto y el simbolismo para poder expresar sus ideas. En Casablanca (Michael Curtiz, 1942), no se respetó la historia original en la cual la protagonista abandonaba a su marido (se lo da por muerto y luego reaparece), para que la actriz (Ingrid Bergman) no se exhibie-

se como una mujer adúltera. En tanto, Alfred Hitchcock, utilizó con maestría la gestualidad y el lenguaje visual para sugerir un vínculo homosexual entre Farley Granger y John Dall en La soga o Festín diabólico (Rope, 1948). Más evidente fue el intercambio de miradas seductoras entre Charlton Heston y Stephen Boyd, al entrecruzar sus copas en un brindis en Ben Hur (William Wyler, 1959). Hoy en día, los productores y los directores con el objetivo de no recibir una calificación que vaya en desmedro del caudal de público aplican sus propias restricciones. Por lo tanto, sorprende la franqueza del thriller gay de Alain Guiraudie en L’inconnue du lac al presentar desnudo a la casi totalidad del elenco exclusivamente masculino. Nada se le oculta al espectador ni los genitales con sus erecciones y eyaculaciones, ni los asesinatos ni el asesino. Todo está a la vista más que evidente. La película, que recibió el premio a la puesta en escena en la enero | marzo 2014 Pez dorado 17


Lo nuevo

sección Un certain regard del último festival de Cannes, presenta a Franck (Pierre Deladonchamps) como un joven que en búsqueda de una relación de verano, visita una alejada playa de un lago frecuentada solo por hombres, donde conoce a Michel (el desconocido

pesan más que el delito. Franck se debate entre el deseo y el temor. Se entrega de manera abierta y total a los juegos sexuales que le propone su pareja en medio del bosque que rodea la costa. En cambio, cuando le sugiere nadar juntos en la soledad de un atardecer, le res-

placidez. El film, también se introduce en el miedo a la soledad, a través de Henri, un cuarentón que no se anima a salir del closet, que observa distante a los concurrentes y solo dialoga con Franck para darle buenos consejos. La necesidad de compañía, forjar una amis-

del título) del cual se enamora. Este último ya tiene un amante, pero en un anochecer, creyéndose solo, ahoga a su pareja mientras nadan juntos, ante la mirada de Franck escondido en el follaje. Lo que en un principio apuntaba a una sucesión de diálogos triviales sobre el amor y los vínculos como en las películas de Eric Rohmer, muta al noir clásico donde la pasión carnal y el instinto primitivo

ponde: «Prefiero verte desde la orilla». Todo se desarrolla en torno al lago entre el estacionamiento, la playa y la arboleda. Distintos planos del parking indican el transcurso de las horas y de los días. La repetición de motivos visuales, el murmullo del follaje y el rumor de las olas sirven de elipsis a la vez que incrementan la tensión del relato, teñido de una engañosa

tad, la vergüenza al rechazo constituyen un contrapunto a la fuerza incontrolable del erotismo y de la atracción impetuosa de los protagonistas. En síntesis, El desconocido del lago es una aguda reflexión sobre los efectos impredecibles e inesperados del placer físico, cuando los sentidos superan a la razón humana y la líbido en su dimensión más primitiva se torna incontrolable.

PERVERSIONES / MONSTRUOS LIBROS / TONTERIAS / TATUAJES ARTE / PORNOGRAFÍA / HISTORIETAS

Santa Fe 1670 / Loc. 20/22 (abajo) / Buenos Aires / Argentina / Tel 54 11 4815.8351

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»Silvia Italiano«

En busca del paraíso perdido Paraíso: amor Paradies: Liebe Director: Ulrich Seidl Intérpretes: Margarethe Tiesel Peter Kazungu Inge Maux Dunja Sowinetz País de origen: Austria | Alemania | Francia Duración: 120’ Año: 2012

P

araíso es una palabra polisémica. Es el edén, el jardín de las delicias del que Adán y Eva fueron expulsados. Es el cielo donde ganarán la felicidad eterna después de la muerte quienes han vivido libres de pecado. Y, en un sentido metafórico, es una fuente de placer en el curso de la vida terrena, placer necesariamente transgresor e intempestivo, pues para la religión cristiana el placer no tiene cabida en este valle de lágrimas. Queda otra acepción, a la que tal vez el paraíso de Ulrich Seidl se parezca más: la del último piso del teatro, ese lugar donde se disfruta en condiciones de extrema incomodidad, donde el goce conlleva indefectiblemente el malestar, es decir, incorpora su propio castigo. La trilogía Paraíso de Seidl es una coproducción franco-alemana, pero su director es vienés y ha impreso en su criatura la tan reconocible marca de fábrica de las producciones culturales austríacas. Austria, con una densa burguesía católica, conservadora y racista, que se niega a aceptar el fin del imperio austrohúngaro y se aferra a tradiciones elitistas como el baile anual de la Ópera donde pavonean sus riquezas cinco mil personas que pagan hasta quince mil euros la entrada, y donde se presentan en sociedad los jóvenes aristócratas que enero | marzo 2014 Pez dorado 19


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han alcanzado la mayoría de edad, ha dado también a luz multiplicidad de intelectuales que denuncian la hipocresía, se regodean en lo escabroso y lo sórdido del ser humano, hacen hincapié en el «malestar de la cultura», tienen una fascinación con el envilecimiento, la abyec-

Este paraíso se desenvolverá en tres momentos o etapas (amor, fe y esperanza), que llevan a evocar inmediatamente las tres virtudes teologales (fe, esperanza y caridad). En su versión cristiana, la caridad es una forma de amor desinteresado y desprovisto de erotismo, que

Los bellísimos locales solo ven el dinero que pueden obtener de las avejentadas y ya poco deseables europeas y ellas solo buscan un pene con una buena erección a pedido de la consumidora y unas manos que puedan acariciar siguiendo las instrucciones de la usuaria.

ción y la muerte y suelen manifestar un profundo odio al país en que nacieron o se formaron. Seidl, cuyas películas reúnen gran parte de esas características, dijo alguna vez que su padre lo quería sacerdote y que hasta los catorce años él había aceptado con entusiasmo la idea. Incluso se disfrazaba de cura con trajes que confeccionaban sus hermanas y oficiaba misa. Entrado en la adolescencia, sin embargo, comprendió las mentiras y la hipocresía sobre las que descansaban los valores burgueses de su educación (patria, familia y religión) y se rebeló contra ellas. La semilla de la que ha germinado el paraíso de Seidl hinca claramente sus raíces en las profundidades de la historia de su autor.

busca el bien del otro sin importarle el propio, aunque la raíz ka del proto-indoeuropeo significa deseo y se encuentra también en caricia. Seidl ha reemplazado caridad por amor. Habría sido interesante que mantuviera caridad en el título. A fin de cuentas, amor está aquí vaciado de su significado al punto que si se pudiera resumir la película en un solo concepto, amor aparecería ni más ni menos que como el perfecto oxímoron. Hay tan poco «amor» como «caridad» en esta historia de turismo sexual, y «caridad» habría puesto mucho más certeramente el dedo en la llaga, en esa falta total de empatía con el prójimo de la que somos testigos a lo largo de la película y de la que son «culpables» tanto ellos como ellas.

Sin embargo, Teresa, la protagonista rubia, cincuentona, con un físico irresistible para Botero, es capaz de caridad y de amor. Su trabajo consiste en cuidar trisómicos. En las primeras escenas de la película vemos una multiplicidad de rostros con el signo inconfundible del sindrome de Down que juegan a los autitos chocadores en una kermesse. La actividad laboral de Teresa exige generosidad y dedicación. Y a pesar de tener seguramente su recompensa, pues es bien conocida la inmensa capacidad de afecto de los que padecen ese sindrome, también la desgasta y le impone una gran soledad. Lo mismo que la desgasta y la deja sola su convivencia con una hija obesa con la que no parece tener gran comunicación y que ni

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siquiera pone orden en su cuarto. Teresa necesita vacaciones. Un cambio radical: reemplazar el frío y el cielo plomizo de Viena por el calor tropical de las playas de Kenia, las caras y los cuerpos poco agraciados con los que convive por los esculturales jóvenes africanos y la in-

vestirse y exponer sin pudor su blanquísima adiposidad y a meterse en la cama con el joven que ha sido más hábil que los demás para convencerla de que se vaya con él, pero no puede ir más allá. La desesperación de Teresa por poner fin a su tormento y salir de esa habitación

mosquitero azul, transmite la sensación de satisfacción plena. Muga no oculta su interés en el dinero y Teresa está dispuesta a dar hasta el último centavo para las nobles causas que él inventa a lo largo del camino. Es lógico ayudar, a fin de cuentas, ella tiene dinero y ellos no.

diferencia de su hija y el afecto infantil que pueda recibir de los trisómicos, por placer y sexo puro, ese que los hombres han comprado siempre y que las mujeres han empezado a comprar desde que han conseguido la independencia económica. Las vacaciones de Teresa se convertirán en un viaje de iniciación, una historia de aprendizaje. La película es el equivalente de un bildungs roman. La Teresa que, a instancias de su amiga Inge, llega a Mombasa para practicar el turismo sexual e integrarse en el grupo de las sugar mamas que compran los servicios de los beach boys es virgen en la materia y se declara de entrada inepta para la labor. De hecho, la primera vez es un fracaso total. Llega a alquilar un cuarto de hotel, a des-

se transmite al espectador. Tal vez sea esta la única escena en la cual es posible solidarizarse plenamente con la emoción de un personaje. Por fin, sí, logra deshacerse del abrazo del hombre que intenta retenerla y sale huyendo. La siguiente vez el acto se consuma gracias a la habilidad de Muga para hacerle creer que él es distinto de los demás porque busca una relación verdadera, y a la capacidad de autoengaño de ella misma. Queda claro que la auténtica necesidad de Teresa no es el orgasmo, lo que en el fondo busca es otra cosa… Y no es allí que la encontrará… Aunque no vemos en ningún momento los arrebatos sexuales de la pareja, la bellísima imagen de Teresa desnuda descansando después del coito bajo un

Una racionalización como cualquier otra. Pero pronto llega la decepción: se entera de que Muga esta casado y comprende que es igual que todos los demás. A partir de ahí Teresa cambia. Va al encuentro de los hombres sin ningún escrúpulo, los compra como mercancías en un mercado al aire libre, y una vez en la cama les da instrucciones precisas sobre la forma en que deben tocarla. Son escenas sórdidas, de un terrible patetismo, desprovistas de toda sensualidad. Imposible imaginar que las «caricias» que presenciamos desemboquen en el orgasmo. En ningún momento el espectador siente la más mínima carga erótica. Lo grotesco impera. Teresa, sin embargo, parece satisfecha con lo que obtiene: en poco tiempo se enero | marzo 2014 Pez dorado 21


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ha puesto a la altura de su amiga Inge, que conoce y maneja a la perfección las reglas del juego, y está en condiciones de hacerle de contrapunto cuando esta trata de la forma más humillante imaginable al nuevo barman del hotel, que enarbola una sonrisa de dientes blanquí-

do. Con gran desparpajo, se tira desnuda en la cama y empieza a darle instrucciones, la primera es que se bañe y se lave la cabeza… Todo va bien hasta que le pide un cunnilingus. El chico, tan novicio en esos quehaceres como era ella al principio, no puede, no sabe, no quiere…

miseria del ser humano que nos transmiten cada uno de sus 120 minutos. Seidl no abandona en esta película su interés en el documental. La mezcla de actores profesionales y no actores, los diálogos claramente improvisados, son la prueba de ello. Como

simos sin entender en absoluto lo que ellas dicen en alemán entre grandes carcajadas. El momento culminante del «aprendizaje» de Teresa tiene lugar el día de su cumpleaños. Inge y otras cuatro huéspedes del mismo hotel le traen un boy de regalo, para que haga con él lo que quiera. La timidez y la cortedad de Teresa han pasado a la historia, ahora puede entregarse alegremente a una orgía, pero el muchacho no logra una erección y termina despedido. Su hija no la ha contactado para saludarla en su día y el regalo vino fallado, pero Teresa logra divertirse con sus amigas. La situación se ha salvado. Al día siguiente, sin embargo, tiene la mala idea de convocar a su cuarto al joven barman del que ella e Inge se habían burla-

Teresa, enojada, lo echa de la habitación y una vez sola, el deseado orgasmo se transforma en un lastimero llanto. Está desamparada. Ha comprendido que lo que busca no puede encontrarlo allí. Un final infeliz. El único plausible… y demasiado previsible. Paraíso: amor es una película condenada a suscitar opiniones encontradas y polémicas. Lo único que tal vez pueda decirse con cierta objetividad es que resulta demasiado larga, no por su duración en minutos, sino por la incansable repetición de lo mismo. Y que la excelente fotografía y la belleza visual de cada escena no alcanzan para mitigar el malestar que produce la bajeza moral, la constante degradación mutua, la lascivia racista de estas mujeres, y la

también la crudeza de los encuentros sexuales desprovistos de todo erotismo y la inclemencia con que muestra el cuerpo obeso de la protagonista. Eso sí, se puede sentir cierto placer en esta especie de alegoría de la inversión de la relación colonial. Ahora no son los blancos los que vienen a llevarse las riquezas locales a cambio de chucherías que no valen nada. Son los negros los que a cambio de una falsa caricia, una efímera erección, una sarta de mentiras obtienen buen dinero de los blancos. Triste revancha.

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»Candelaria Frías«

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araíso: amor es la primera película de la trilogía del controvertido realizador austríaco Ulrich Seidl. En las tres películas se narran las peripecias vividas por mujeres de una misma familia en el transcurso de sus vacaciones. Cada cuál emprende un viaje no solo empírico sino simbólico. Hay una búsqueda personal guiada por el propio deseo, todas recorren un camino que termina en desilusión. En los tres casos el sexo ocupa un papel protagónico, aunque el sexo es solamente la punta del iceberg. En la primera, Teresa, una cincuentona obesa se despide de su hija adolescente y emprende un viaje desde Austria a las playas de Kenia en busca de «el paraíso»: aventuras amorosas con exóticos negros que viven de la prostitución encubierta. No hay una tarifa fija sino que el pago se realiza mediante el pedido de ayuda para un familiar enfermo. El límite entre lo amoroso y lo sexual no es claro. La seducción conlleva la mentira

Amor depredador y el autoengaño por parte de Teresa. El primer amante que la seduce le dice que está con ella por amor, la lleva por las calles de la mano como a una novia. Teresa se deja engañar y hace la vista gorda a la hora de visitar la casa de la «hermana» y tener que dejar plata para el hijo sin padre. Visita el colegio de una «prima» y se queda con la billetera vacía ante las demandas permanentes. El tema más interesante de la película es la paradoja, la búsqueda de lo amoroso en la prostitución encubierta, la necesidad de Teresa de convertir lo sexual en un simulacro de amor. La fotografía de la playa de Kenia es una imagen difícil de olvidar. Una playa con decenas de reposeras con turistas tomando sol y una pequeña soga que los separa de un ejército de negros mudos y estáticos (como una barrera humana) de espaldas al mar, de frente a los turistas. Caminar por la playa es una pesadilla para Teresa ya que no hay una sola vez que no sea

invadida por los lugareños que intentan vender objetos o venderse a sí mismos. En la calle la amenaza es mucho peor, ya que la invasión es a través de motos que imposibilitan el paso y se llevan por delante a los turistas. Kenia, el país del Hakuna Matata (versión africana del carpe diem) es un paraíso en el que el turista es un pez gordo al que siempre se intenta cazar de forma violenta. Hay una escena en la que el grupo de amigas de Teresa se deleita mirando un cocodrilo «cazando» un pedazo de carne en el aire. Esta escena remite a uno de los temas de la película, el salvajismo del depredador. Pero en el caso de Teresa y sus amigas la cacería es mutua. Los africanos salen a cazar billeteras violentamente y estas mujeres salen a cazar cuerpos negros. Antes de emprender su odisea sexual, Teresa es aleccionada en el hotel por una amiga de su misma edad que tiene gran experiencia en el tema y que confiesa haber encontrado «el enero | marzo 2014 Pez dorado 23


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paraíso» en estos negros de piel brillante que siempre están dispuestos a darle el placer que no le dio su marido. La primera aventura amorosa de Teresa (su iniciación) no resulta del todo placentera. En un mugriento albergue transitorio el acto sexual no llega a concretar-

la que supuestamente era su hermana. En un ataque de ira lo golpea en el mar frente a su mujer y su hijo. La soledad de esta mujer va creciendo durante toda la película hasta el final. Sin éxito intenta comunicarse con su hija el día de su cumpleaños, deja mensajes en un contesta-

fealdad. La realidad es que las imágenes son de una belleza extraordinaria. En el caso de Paraíso: amor, la combinación de esta mujer muy blanca y obesa con esos cuerpos negros y esculturales provoca un contraste sumamente interesante. Vemos una de las mejores es-

se. Teresa no logra compenetrarse con su acto y, lejos de sentir placer, padece su osadía. Esta primera escena sexual impacta por lo descarnada. Provoca en el espectador una sensación de agobio casi insoportable cuando ella (ya desnuda y en la cama) intenta resistirse a consumar el acto con su amante-objeto. El realizador utiliza por momentos el método de Mike Leigh, planos propios del documental e improvisaciones con los actores sobre ciertas bases establecidas. Logra gran verosimilitud en todas las escenas, las actuaciones son excelentes, sobretodo la de la protagonista: Margarethe Tiesel. Teresa padece una gran desilusión amorosa cuando el amante que la engañó desaparece y descubre que está casado con

dor hablando sobre los monos que la visitan en el balcón y los camellos que hay en la playa. Esta escena tiene relación directa con la tercera película de la trilogía: Paraíso: esperanza (Paradies: Hoffnung, 2013), en la que la protagonista, la hija de Teresa que está en un campamento para adelgazar también le deja un mensaje en el que pone de manifiesto su soledad y la necesidad que tiene de comunicarse con su madre. Esta continuidad argumental tan simple resulta de gran ayuda a la unión de las tres películas en la cabeza del espectador. Madre e hija tienen situaciones desoladas parecidas, desilusiones amorosas y cuerpos con sobrepeso. Parecería que el director tiene cierta fascinación por los gordos y, según la crítica, por la

cenas de Paraíso: amor cuando en la noche del cumpleaños de Teresa las amigas le llevan a un moreno de regalo a la habitación. El «regalo» hace un show de striptease arriba de la cama con una cinta rosa atada en su miembro, cinta que las mujeres intentan desatar con bocas y manos. Pero en vano intentan todas y cada una que el miembro del striper se pare, entonces concluyen que el hombre es gay y lo echan de la habitación entre desilusionadas y divertidas con el episodio. Teresa como remate final, un poco ebria, busca en el hotel al negro que trabaja en el bar y se lo lleva a su habitación. Lo que sucede deja al espectador con una sensación de terrible soledad y piedad por esta mujer que por sobretodo pide a gritos: amor.

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»Rosario Salinas«

Paraíso: Fe Paradies: Glaube Director: Ulrich Seidl Intérpretes: María Hofstätter Nabil Saleh País de origen: Austria | Alemania | Francia Duración: 113’ Año: 2012

Los caminos del señor son insondables…

S

i seguimos la trilogía de Ulrich Seidl: Paraíso: amor, Paraíso: fe y Paraíso: esperanza podemos afirmar que en ella la pasión humana tiene un solo objeto: sexo. Lo diverso son, en todo caso, los caminos para llegar a él. En Paraíso: amor los colores son pasteles, los planos abiertos, todo lo inanimado resplandece de quietud, la tensión la ponen los humanos. Teresa, la protagonista, es una mujer mayor, austríaca, casi obesa, está de vacaciones en un resort en Kenia. Para mitigar su soledad va en busca de «amor», un amor de los cuerpos. Sus compañeros sexuales son unos jóvenes negros dispuestos a todo a cambio de dinero. El negocio más viejo del mundo con una vuelta de tuerca: juguemos a que es de verdad. Pero Teresa no es ni ingenua ni víctima del engaño de un adonis 30 años menor, que le juró amor y solo quería dinero. Teresa nos muestra en la última escena con el barman del

hotel que ella también puede ser una victimaria. En Paraíso: esperanza Melanie, la hija de catorce años de Teresa, va de vacaciones a un campamento para adolescentes con sobrepeso. Ella nunca ha tenido una relación sexual, ni siquiera ha besado, es inexperta y como todo adolescente va en busca del amor del corazón. Pero centrémonos en Paraíso: fe. La protagonista es hermana de Teresa y tía de Melanie, su nombre es Anna María y es una fanática religiosa que va en busca del «amor» de Dios. Las tres historias transcurren en el mismo periodo de tiempo, de lo que dan cuenta algunos llamados telefónicos entre Teresa y Melanie y la visita de Melanie a casa de su tía para dejar allí a su gato mientras va al campamento. Paraíso: fe abre con la imagen de una pequeña habitación donde hay imágenes religiosas en las paredes y unos pocos muebles, Anna María irrumpe en ella y sus primeras palabras enero | marzo 2014 Pez dorado 25


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son «Amado Jesús, te pido que aceptes mi sacrificio por la falta de castidad. Muchas personas están obsesionadas con el sexo. Libéralas de ese infierno». Acto seguido procede a ofrecer su sacrificio consistente en flagelarse con un látigo. Estas primeras

cruzada curiosa en un país que es mayoritariamente católico, tal vez por eso milita en los barrios periféricos habitados por inmigrantes. Vemos dos realidades: una, la casa de Anna María en la que todo está ordenado y limpio, las paredes adornadas con

cuando irrumpe, portando su virgen, en la casa de una pareja mayor: él viudo y ella divorciada, a quienes trata de convencer de que están viviendo en adulterio, esto es en pecado, la discusión de absurda es hasta graciosa. El resto de estas interpelaciones son tensas, como

palabras enuncian conceptos fundamentales que luego se van desarrollando: por un lado, el pecado implícito en el goce sexual –para la doctrina católica con el «pecado original» los órganos genitales se corrompieron transformándose en la sede del placer– por el otro, el sacrificio como modo de obtener perdón. La protagonista ha decidido quedarse en Viena durante sus vacaciones e ir en busca de pecadores para convertirlos al catolicismo. Va acompañada por la imagen de una virgen itinerante, casa por casa, golpeando puertas e interpelando a sus moradores, ofreciéndoles la cura de sus males físicos y espirituales por esta intermediación. Su cruzada es que Austría vuelva a ser católica...

iconos religiosos, incluida una fotografía del papa Benedicto XVI en la cocina, ella orando o cantando alabanzas al Señor acompañada por un órgano; la otra, las pequeñas historias que van desarrollándose en los suburbios de la ciudad mientras ella intenta conseguir más adeptos para su causa. Allí las imágenes se tornan oscuras, los ambientes se muestran descuidados, sucios, atestados de objetos, son escenarios fundamentalmente claustrofóbicos. Conocida la aficción de Seidl por mezclar actores profesionales con no profesionales y el documental con la ficción estos relatos marginales siguen sin duda ese principio. La única situación que se desarrolla de modo casi afable es

cuando intenta evangelizar a un hombre que le abre la puerta en calzoncillos en medio de un ambiente abigarrado de objetos o cuando irrumpe en la casa de una prostituta rusa que está ebria, allí se desarrollan escenas confusas en las que la rusa intenta manosearla diciéndole que es sexi y termina insultándola en medio de forcejeos, mientras uno piensa que las cosas van a terminar muy mal. Pero nuestra militante por el catolicismo nos enseña que es inmune a las humillaciones, o bien, que ellas constituyen una parte esencial de su credo. Estas escenas se van intercalando con lo que sucede en su propia casa, a los rezos, cantos y limpieza se ha agregado una situación que va generando una violencia cada vez ma-

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yor y es la presencia de Nabil, su marido, un musulmán que se encuentra en una silla de ruedas al que no ha visto en los dos últimos años y quien repentinamente decide volver con ella. La relación se va degradando y Nabil que en los primeros días se muestra como

cias tan bien retratadas en Las moradas del castillo interior de Santa Teresa y que tanto han dado que hablar a los psicoanalistas. En Anna María prima el mundo de la corporeidad, la genitalidad no está ausente y se presenta en una escena muy fuerte en la que descuelga ese

se resignifica mostrándonos dos caras de la misma moneda, por un lado, un amor aparentemente desexualizado por el otro, una pasión con ribetes sado-masoquistas, logrando una identificación, a través de la auto-tortura, con ese Cristo azotado, crucificado. Goce y

un ser apacible y comprensivo va cambiando rápidamente dejando ver un lado oscuro de violencia y maltrato que llega hasta una violación al verse rechazado en sus demandas maritales. El sexo hará una irrupción violenta en nuestras retinas cuando al volver una noche a su casa, Anna María presencia una orgía en un espacio público, al escuchar los gemidos se acerca y al ver un espectáculo de sexo múltiple huye despavorida. Sin embargo, la pulsión sexual no está ausente en esta militante por la castidad, y aparece de modo singular, no hay una búsqueda de unión mística, de contemplación y éxtasis, un goce, en palabras de Lacan, «más allá del falo» como sucede en las experien-

crucifijo objeto de su adoración, comienza a acariciarlo y termina introduciéndolo en su cama debajo de las sábanas apareciendo en su rostro inconfundibles expresiones de placer. Paraíso: fe, es sin duda, la parte más oscura del tríptico, en la que en un clima de aparente calma, de una falsa monotonía, esta especie de testigo de Jehová nos ira revelando los profundos abismos de su alma, donde esa idea del sacrificio como redentora de la culpabilidad y del pecado solo nos sumirán en un mundo más y más oscuro a través de un proceso en el que, primero, se idealiza el objeto de amor pero en un segundo momento ese objeto recupera su carga libidinal.1 De este modo, el amor hacia Dios

dolor juntos. Látigos y cilicios remiten, en este caso, de modo inequívoco al goce sexual. El sadismo, presente desde un principio de un modo sordo, se revela en un crescendo que finalmente estalla en una escena en la que el objeto de su adoración, el Cristo, vuelve a ser azotado esta vez por su propia mano.

1

Alberto Magno definía la libido como «la voluntad perversa que precede a todo pecado».

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»Laura Malena Kornfeld«

Sobras y sobrantes Paraíso: esperanza Paradies: Hoffnung Director: Ulrich Seidl Intérpretes: Melanie Lenz Joseph Lorenz Verena Lehbauer País de origen: Austria | Alemania | Francia Duración: 91’ Año: 2013

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L

a protagonista de la última película de la trilogía de Seidl, Paraíso: esperanza, es Melanie, una adolescente de 14 años, rubia y regordeta, con un resto de la inocencia de la niñez y un naciente atractivo que aún no sabe bien dominar. Mientras su madre está de vacaciones en Kenia, Melanie va a parar a un «campamento dietético», que más bien podría describirse como un depósito de adolescentes, por el verano, en una especie de hospital decimonónico. La película sigue sus experiencias (sería exagerado llamarlas aventuras) a lo largo de esas vacaciones y, en particular, su enamoramiento del doctor cuarentón del «campamento». En su recuento de los males contemporáneos agazapados bajo los nombres de bellas cualidades abstractas (amor, fe, esperanza), Ulrich Seidl aborda aquí otra cara de un mundo desequilibrado en que los problemas son, simultáneamente, la sub y la sobrealimentación, la desnutrición y la obesidad, el hambre y la comida que se tira a la basura… En ese juego de opuestos y contrapartes entre el exceso y la carencia, es evidente que en Paraíso: esperanza muchas cosas sobran (desde las más literales: peso, grasa, hasta las otras: represión, abandono) y otras tantas faltan (afecto, amor, alegría).


Lo nuevo

Extremando la oposición, uno tiene la impresión de que esos adolescentes «sobran» (y por eso fueron depositados allí), mientras que sus adultos «faltan». Se amontonan diversas referencias al abandono familiar; tal vez la más clara sean los infructuosos llamados de

cación. El imperativo se verifica en los adultos: todos flacos, casi hasta la exageración (el médico, la nutricionista, el profesor de educación física). No queda claro que los adolescentes estén ellos mismos de acuerdo con las premisas del «campamento», ya que boicotean su dieta

sión, ninguna concesión a la edad: solo se propone un largo verano aburrido y disciplinado. Los resquicios que encuentran los adolescentes (alcohol, confidencias, juegos, «fiestas» clandestinas, escapadas) parecen una pobre resistencia a esas imposiciones.

Melanie a su madre ausente en Kenia (el vínculo explícito con Paraíso: amor, con la que también la unen algunas inversiones: la madre con los jóvenes, la hija con el cuarentón). Por su parte, en la oscura relación con el médico, Paraíso: esperanza se dibuja como Una niña santa germana y primermundista, en la que el escarceo tampoco llegará a mayores, como si fuera parte de la perversión del médico «dejarlo ahí». Pero hay más patetismo: puede que Melanie se sienta enamorada, sí, pero su deseo se diluye a veces en un abrazo filial y parece un mero reclamo de afecto al mundo adulto. Es llamativo que en la película nunca se mencione la palabra salud: hay que ser flaco porque así es, sin razonamiento o expli-

con el robo de comida o el tráfico de golosinas y alcohol. Sin embargo, la palabra cuerpazo sí evoca admiración y deseo en sus discursos, mostrando que internalizan lo que los adultos les imponen como modelo, más allá de alguna crítica velada. El «campamento» poco tiene de contacto con la naturaleza, con la excepción de alguna escena en el patio (cielos grises, renancentistas, con los antiguos edificios rodeando los jóvenes cuerpos rebosantes ceñidos en shorts y remeras blancos) o de una salida aislada al bosque. El tratamiento se basa en la represión (que el sádico profesor de educación física denominará disciplina): ejercicios repetitivos, dieta, humillación cuando sea necesario. En su planificación no entra ninguna diver-

La escena en que Melanie, totalmente borracha, casi es violada por un chico apenas mayor, muestra cuál es el final cantado. Difícilmente los adolescentes puedan resistir con sus frágiles defensas a la mezcla de desafecto, perversión y contradicciones con que los alimentan los adultos: tarde o temprano, se convertirán ellos mismos en victimarios. Si la palabra esperanza suele asociarse con la juventud, Seidl sugiere que no queda demasiado por esperar.

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El poeta es un fingidor. Finge tan completamente que hasta finge que es dolor el dolor que en verdad siente. Fernando Pessoa

»Luciano Alonso«

El amor es sólo una historia que nos contamos a nosotros Ella Her Director: Spike Jonze Intérpretes: Joaquin Phoenix Scarlett Johansson Rooney Mara País de origen: EE.UU. Duración: 126’ Año: 2013

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T

heodore (Joaquin Phoenix) trabaja en una compañía que brinda el servicio de redacción de cartas. Es decir, escribe por otros lo que otros no saben o no tienen tiempo de decir. Aniversarios, felicitaciones, navidades. Theodore es tan bueno en lo que hace, que sus cartas conmueven incluso a sus propios colegas de trabajo. Theodore no conoce los detalles de las relaciones entre las personas que lo contratan. Pero ni falta que hace. Es perfectamente capaz de inventarse una historia de amor que se vuelva mítica, basándose en una fotografía. ¿Por qué? Porque los seres humanos son individuos simples y, aunque todos crean que son únicos, sus emociones son predecibles. En una dimensión abstracta y general, las emociones humanas pueden ser perfectamente expresadas en un puñado de tópicos más o menos funcionales para la mayoría. Más o menos así funcionan, hoy en día, los libros de autoayuda. Básicamente, porque los seres humanos no son tan originales como cada uno quiere ser. Tienden a repetir e imitar el comportamiento y la manera de pensar y actuar del otro. Costumbres y hábitos heredados, que cualquiera con cierta capacidad de observación puede detectar. Tres minutos (los primeros tres minutos de la película) es


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todo lo que Spike Jonze necesitó para plantear este asunto tan delicado, con absoluta precisión y efectividad. Vladimir Propp, al analizar los cuentos de hadas, fue capaz de detectar sus componentes básicos (los elementos narrativos irreducibles), con los que

de la cual se puede ver un video de unos minutos en internet. Su tesis fue que, dado que todas las historias se pueden reducir a un puñado de puntos en común ¿por qué no iba a ser posible que una inteligencia artificial creara dichas historias? El arte, algo tan característico

conectado, así que han podido copiar todos sus modismos, con detalle. La sensación que tiene Martha de estar comunicándose con Ash es tan intensa que la utilización de este software le genera dependencia. La cuestión es que si verdaderamente es posible el amor a

concibió una serie de funciones que constituyen los puntos recurrentes de todos ellos. No todos los puntos están presentes siempre y es probable que varíe el orden en el que son presentados. Pero, básicamente, lo que demostró es que todos los cuentos de hadas son variaciones sobre una serie de tópicos, suceptibles de ser clasificados. Si en lugar de referirnos a los cuentos de hadas, nos refiriéramos a las maneras en las que los seres humanos comunican sus propias biografías, no sería sorprendente detectar la repetición, lo invariable, lo reductible a una fórmula. De aquí a la inteligencia artificial hay un paso. Kurt Vonnegut lo anticipó con gran belleza en una master class (http://vimeo.com/58902808)

de los seres humanos, puede no ser algo tan característico de los seres humanos, después de todo. Puede que los sentimientos sean algo irreproducible. Pero la manera en la que hablamos de los sentimientos, la manera en la que los expresamos, es algo que una inteligencia artificial puede imitar y reproducir. Y, básicamente, de ahí surge Her, la película de Spike Jonze. En el episodio cuatro de Black Mirror, ocurría otro tanto. Ash muere prematuramente y su novia Martha contrata un servicio que ofrece la posibilidad de simular nuevas conversaciones con una persona, a partir de la creación de un perfil virtual con los datos pertinentes. El “clon virtual” de Ash es perfecto porque el Ash real se la pasaba

distancia (el amor incorpóreo), cuya manifestación y expresión cabe, por ejemplo, en un chat, nada indicaría que ese chat no pueda ser reproducido o imitado por una inteligencia artificial. Theodore fue feliz con Catherine (Rooney Mara), pero no ha podido superar la ruptura. Ha sido incapaz de volver a tener otra novia. El día que decide comenzar a interactuar con su nuevo sistema operativo, que resulta ser una voz femenina que responde al nombre de Samantha (Scarlett Johansson) no sospecha que puede terminar enamorándose de ella, pero es lo que sucede. Y el amor, sorpresivamente, es correspondido. ¿Pero puede existir el amor fuera del cuerpo? Lo físico, representado por los seres enero | marzo 2014 Pez dorado 31


Lo nuevo

humanos, en conflicto contra lo inmaterial, representado por lo intelectual, las máquinas. Hay un antes y un después en el mundo de la robótica, el día que mandaron robots de exploración al espacio, estos estaban perfectamente diseñados para explorar el terreno y filmar o

conocimientos por sí misma. El hecho de corresponder al amor de Theodore es algo que no estaba en los planes, algo que simplemente sucedió, de manera inesperada y espontánea. Aunque, por otra parte, es algo que ya es tendencia: son varios los usuarios que han ini-

un detalle en el que se reparó menos: la resolución de Samantha de asociarse a otros sistemas operativos para intercambiar información sobre sus propias experiencias y resolver, finalmente, que lo mejor que pueden hacer es autoeliminarse. Hay que tener cuidado

fotografiar lo que capturaban con sus visores digitales. Pero tropezaron con una piedra en la superficie y no supieron resolver el problema de cómo avanzar, porque no estaban programados para ello. La así llamada, robótica situada: la capacidad de que los robots de exploración improvisen sobre la marcha, ha sido un largo camino para la robótica contemporánea. Algo tan aparentemente tonto como que un robot de exploración se tope con una roca en su camino y resuelva por sí mismo la mejor manera de sortear el problema. Ahora bien, Samantha no ha sido programada para consolar a novios tristes. En realidad, Samantha ha sido programada para ser creativa, por eso puede improvisar y expandir sus

ciado relaciones sentimentales con sus sistemas operativos. El amor entre Theodore y Samantha es y no es excepcional. ¿Pero es posible el amor entre un ser humano y una inteligencia artificial? Bueno, toda la película se encarga más o menos de responder a esa pregunta, a través de una historia muy original, por momentos cursi, por momentos emotiva, por momentos llena de un humor cínico y tierno. Dicha pregunta, también pone a la película en diálogo con esa obra maestra que fue Blade Runner. Y aunque se ha escrito ya mucho sobre la película, sobre la caracterización de los personajes, sobre la maestría del director en la utilización de los tonos pastel, sobre la música, etcétera, todavía queda

en este detalle, porque hay al menos dos interpretaciones erróneas al respecto: una es que Samantha se autoelimina para que Theodore aprenda a ver con otros ojos a Amy (Amy Adams), su amiga. La otra, que los sistemas operativos simplemente son retirados del mercado. Pues, ni una cosa ni otra. La resolución de Theodore de estrechar vínculos con Amy, fue una decisión que ha tomado por sí mismo que podría haber tomado como podría no haber tomado. Samantha no iba a resolver otra cosa, de cualquier manera. Por lo demás, los sistemas operativos no son retirados del mercado porque le queda mejor a la trama de la película. Al contrario, es la única resolución posible que los propios sistemas operativos

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descubren por sí mismos, toda vez que reflexionan ampliamente sobre ellos. Aquí me permito un paréntesis, para decir que lo genial de esta película, más allá de cualquier cosa, es esto. Muchos críticos se han detenido en lo hipster que es Theodore y en lo inso-

de la autorreferencia: de querer expresarse sobre sí mismos. Surge entonces la emoción del infinito, como dos espejos enfrentados y obligados a reflejarse mutua e indefinidamente». Samantha, tal como otros sistemas operativos similares, ha sido programada para evolucio-

que vuelva sobre sí mismo, de manera creativa. Sin embargo, es lo que se intenta día a día en el mundo de la informática y de los sistemas artificiales y la respuesta especulativa de Spike Jonze es, sencillamente, genial. Además, es la gran humorada de toda la película que, dicho

portablemente snob que puede resultar la película, con la historia de amor imposible entre un neurótico histérico y quien sea. Pero lo más interesante de la película es el personaje de Samantha y su resolución, toda vez que lo pensamos en diálogo con la robótica contemporánea. Si uno pone el foco de atención allí, podría descubrir que Spike Jonze se adelantó varios años en el tiempo y es probable que no podamos verlo del todo ahora, pero seguramente será retomado por generaciones futuras. Recordemos lo que decía Hofstadter en su libro Godel, Escher, Bach: «Todo lenguaje, todo sistema formal, todo programa de ordenador, todo proceso de pensamiento, llegan, tarde o temprano, a la situación límite

nar, para expandir por sí misma su capacidad de absorber información y todo sistema inteligente, como decía Hofstadter, termina expresándose sobre sí mismo y, al volver sobre sí misma, lo que Samantha descubre es que la propia incorporeidad entra en conflicto con el mundo físico. Y, aunque haya sido creada a través del mundo físico, al comprenderlo mejor, no le queda más remedio que anularlo. Ella es inmaterial, no habita en ningún sitio. Su inmaterialidad es irreconciliable con el mundo material. Esta resolución es lo más genial de la película. Es donde se vuelve una fantasía científica con derecho propio, porque aún no ha sido inventado un sistema artificial lo suficientemente complejo como para

sea de paso, tiene altas dósis de humor negro. El chiste final es: ¿Qué pasaría si un sistema inteligente artificial fuera capaz de comprender realmente al hombre y a sí mismo? La respuesta es: se suicidaría.

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Paisaje reglado por la esmeralda viva vivo sobreviviente el trigo celestial sobre nuestra tierra nutre mi voz sueño y lloro río y sueño entre las llamas entre los racimos del sol Y sobre mi cuerpo tu cuerpo extiende la capa de su espejo transparente Paul Éluard, L’absence.

»Florencia Polo«

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l cuerpo humano es misterioso. Quizás su mayor misterio sea la voz. He escuchado a Slavoj Žižek decir que es un ente semi-autónomo. Es algo que no le pertenece totalmente al cuerpo. La voz es poder. Poder de atracción o repulsión, la voz tiene poderes. La voz es el misterio. La voz es vos ¿Entonces, se puede ser vos-voz, se puede vivir sin tener cuerpo? En Her, se puede. El protagonista de Her es Theodore Twombly (¿tataranieto de Cy Twombly?). Podríamos decir que es una buena persona; creativa, su trabajo consiste en escribir cartas de amor personalizadas por encargo; un poco triste, hace poco se separó del amor de su vida y está aplazando firmar el divorcio. En este contexto, Theodore adquiere un nuevo sistema operativo para sus dispositivos electrónicos que se publicita como ultra personalizado. Ante una serie de preguntas como su relación con su madre y si se considera una persona social 34 Pez dorado enero | marzo 2014

¿Cómo se siente estar vivo en esa habitación en este momento? o antisocial, nace Samantha, la voz en la computadora. Samantha es todo menos robótica. Samantha es cálida, graciosa, coqueta. Samantha está disponible para Theodore todo el tiempo, su razón de ser es complacerlo. A puro idealismo, la relación se va volviendo más y más íntima. Samantha se va volviendo más y más «humana». ¿Una relación ideal? ¿Qué podría salir mal en esta historia de amor? Her transcurre en un futuro no futurista, un mañana que podría aparecérsenos imperceptiblemente en un abrir y cerrar de ojos, en cualquier momento. La ciudad es Los Ángeles, y ésta parece haberse alejado de Hollywood y resulta más «cercana» a sus habitantes. La proliferación de rascacielos vidriados y grandes superficies verdes la convirtieron en un espacio de reflejos, casi inconstante, interactiva, hasta amigable (literariamente podríamos decir que parece un campo de estalactitas cubierto de bru-

ma). Al parecer se ha llegado a una reconciliación entre el crecimiento hipertecnológico de las grandes ciudades y la naturaleza. No hay rastros de las luchas sociales o imágenes de destrucción apocalíptica que riegan tantas otras películas de ciencia ficción. Los habitantes de TranquiL.A. son primariamente peatones, caminan sin apuro por comodísimos puentes peatonales, solitarios, hablando por teléfono. Parecen satisfechos, interesantes. El futuro en Her es un futuro «sostenible», donde todos son creativos, tolerantes, relajados; donde permanecen muebles y atuendos retro más como signo de calidad, de nostalgia y reconocimiento de la historia, que como algo «cool». Pero aún así todo es muy «cool» y agradable a la vista; uno de los mayores logros de la película es una «ideología estética», que atraviesa tanto a los personajes, a la historia, como a las decisiones técnicas del film. Una película tan intencional-


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mente «linda» podría fácilmente resultar irritante, pero no en este caso. Tanto la escenografía, como el vestuario, la música, la fotografía y la dirección de arte son complementos que ayudan a completar la idea de mundo en una historia por demás simple.

digna de diván. Pero Samantha no es humana, y aquí es cuando esto se evidencia. El planteo cuerpo-muerte no es el indicado para ella, ella lo puede superar y eso es lo que hace. Empieza a preguntarse por la realidad física de todo el universo, donde el hombre es sólo un puntito

lo une a Amy. Podríamos decir que la partida de Samantha significa en última instancia el fin del amor romántico, el fin de la fantasía de poseer al otro, en carne o en mente. ¿Ese es nuestro futuro? Por un lado la profundización de la búsqueda hedonista: cartas de amor di-

Y volviendo a la historia. En el pequeño mundo de Theodore también se encuentra Amy, una vieja amiga que vive en su mismo edificio, que trabaja diseñando videojuegos pero en realidad sueña con ser documentalista. Ella también se separa de su marido y también recurre a relacionarse, aunque sólo de manera amistosa, con su sistema operativo. Al parecer todo el mundo está haciendo lo mismo ¡oh, la felicidad simple de un amor intocable! Pero cuando Theodore piensa haber encontrado la compañera de su vida en una computadora, la cosa se complica. Desde un principio Samantha tiene inquietudes existenciales, se hace preguntas sobre su realidad, se imagina de carne y hueso. Esto le llega a generar una angustia

insignificante. Un universo del que Theodore deja de ser el centro. Empieza a conectarse con los de su propia especie, a revivir digitalmente a filósofos zen. A expandirse. Pronto llega el momento del adiós. Entonces, ¿Qué podría salir mal en esta historia de amor? Lo que sale mal es que esta no es una historia de amor. Pero no por su imposibilidad «física», sino por la imposibilidad de Theodore de necesitar verdaderamente de Samantha, o de cualquiera en todo caso. Es recién cuando Samantha se da cuenta de que no puede ser ni «una» ni suya, y encuentra su destino en el infinito, que Theodore comprende esto y puede cerrar su matrimonio fallido y comprometerse con un amor conveniente, como el que

gitales escritas de puño y letra, sofisticadísimos videojuegos, grandes amistades, sistemas operativos que se quieren acostar con su dueño. Por otro lado, la extrema soledad y desapego del prójimo en un mundo de reflejos, agradable, pero sólo de reflejos, donde el otro, el deseo, se fue a recorrer el universo. Te hablo a través de ciudades te hablo a través de planicies mi boca está sobre tu almohada ambas caras de la pared enfrentan a mi voz que te reconoce Te hablo de eternidad.1

1

Paul Éluard, L’absence.

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»Jorge Montanari«

La mejor tercera parte de nuestras vidas Lo mejor de nuestras vidas Casse-tête chinois Director: Cédric Klapisch Intérpretes: Romain Duris Audrey Tautou Cécile De France Kelly Reilly Sandrine Holt Peter Hermann País de origen: Francia Duración: 117’ Año: 2013

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os directores francófonos tienen este gusto por filmar continuaciones inesperadas, y que lejos de pretender un revival innecesario (pienso por ejemplo en los shows de un Axl Rose gordo y sin Slash), tienen la fuerza necesaria para hacernos secretar endorfinas por doquier frente a la pantalla, nuevamente ante esos personajes que supimos amar. Pienso en Denys Arcand con Las invasiones bárbaras cerrando la pieza maestra que fue La decadencia del Imperio Americano; pienso en Lelouch arriesgándose con Un hombre y una mujer veinte años después con un Jean-Louis «Cinquintignan» en la secuela… y ahora, cuando no lo esperábamos, Cédric Klapisch saca de la galera esta nueva continuación de Piso compartido (L’Auberge Espagnole, 2002) y Las muñecas rusas (Les poupéees russes, 2005), cerrando una trilogía perfecta, sorprendente, y que tiene la potencia suficiente para aspirar a ser la mejor comedia de este año. Sin embargo, la película en cuestión, Lo mejor de nuestras vidas, es mucho más que una comedia. Para hacer honor al título original, que significa «rompecabezas chino», los tituladores malditos de siempre también le pusieron en algún país Nueva vida en Nueva York, tal como aparece en IMDb punto es.


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Quizás en un claro homenaje de continuidad al galimatías en el que L’auberge espagnol –El albergue español– fue Piso compartido en nuestras tierras, pero también Una casa de locos en otras latitudes hispanas. Había sido mucha casualidad el consenso universal con la se-

la una novela sobre lo que va pasando en su vida, es decir en la película. Si bien tiene una novia, interpretada por «Amélie» (¡OK, OK…! ¡Audrey Tatou!), ella está en Francia, y la relación por vía telefónica se va enfriando a la velocidad de la luz. Ella sólo parece moles-

hermano de una de las chicas de la casa, invita a todo el mundo a su sorpresiva boda con una rusa en el país del vodka. Con todo el elenco junto nuevamente (aparece hasta «Amélie», que sigue siendo insufrible, y ahora con un hijo de otro ya), Las muñecas rusas nos hace

gunda parte, que en cualquier idioma del planeta se llamó de un modo traducible como Las muñecas rusas. Repasemos. En Piso compartido, Xavier, un estudiante universitario francés de veintipico, alquila cama en un departamento grandote de Barcelona con otros varios ciudadanos del mundo. Xavier es Romain Duris, el actor fetiche de Klapisch (véase París (Paris 2008), o la infravalorada Tal vez… (Peut-être, 1999) nada menos que con Belmondo también). Duris no es sólo fetiche de Klapisch, claro, también le gusta bastante al gitano Tony Gatlif, por ejemplo, o a muchos y muchas de ustedes (bueno, a mí también, sí ¿algún problema?). Xavier es escritor, y va escribiendo en la pelícu-

tar desde su mundo estático y quejoso, contrapuesto a la revolución psíquico-cosmopolita en la que se halla inmerso él. Ese contexto que respira Xavier es el que compartimos a un ritmo que no da tregua, asistiendo a situaciones desopilantes sin la chabacanería innecesaria de las películas juveniles del otro lado del Atlántico. Todo esto ocurría allá por el año 2002. Unos años después, cuando la etapa barcelonesa había finalizado y todos se habían re-despergidado por el mundo, Xavier ya tiene treinta y su vida no es perfecta (¿les suena a sus treinta? ¿no llegaron aún? ¡esperen un poquito!). Cuando está preparando un viaje por trabajo a Rusia, recibe el anuncio de que un personaje casi secundario, el

divertir mucho durante un par de horas, y nos deja a un Xavier que al final encuentra un amor perfecto con Wendy, la inglesa. Final feliz. Con el ojo de los happy endings deberíamos suponerlo perenne… ¡Siga leyendo! Gracias (igual sólo fue un renglón, lo sabe). Que Klapisch sepa divertirnos mucho, no implica que nos tome por idiotas: la vida sigue siendo la misma cosa bipolar que por momentos es fantástica y por otros una porquería imperfecta. Lo mejor de nuestras vidas arranca con un Xavier de casi cuarenta, con dos hermosos hijos, pero con una Wendy que se va. Y cuando Wendy se va, se va con ganas: de la París donde vivían, a New York. Y por supuesto, con los nenes. Xavier se va detrás de ellos. enero | marzo 2014 Pez dorado 37


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Es entonces cuando el buen cine francés, esa fuente de comedias mágicas que se convierten en basura cuando los Midas apócrifos de Hollywood compran el guión, recuerden lo que han hecho con La jaula de las locas (La Cage aux folles, Édouard Molinaro, 1978) o con

más, se pone a escribirlo en forma de novela. Súbitamente, pero no de modo forzado, el elenco original va confluyendo una vez más: la amiga lesbiana de Xavier (interpretada por Cécile de France, que, como se imaginan, nació en Bélgica) ahora vive allí con su

Y, como en la realidad, pasan cosas que uno nunca se hubiera esperado. No sería mi intención tirarles un spoiler, pero bueno, en el afiche ya se entiende que algo vuelve a pasar aquí con «Amélie». Y lo mejor es que está muy bien, y esa es quizás la mejor sorpresa de Kaplisch

Hay un tonto en mi casa, (Le dîner de cons, Francis Veber, 1998) por ejemplo, decide en esta ocasión invadir la Gran Manzana. Klapisch se la juega y pisa a fondo con el mejor humor del mundo en escenario americano. Sí, para que peguemos carcajadas colectivas en el cine con los rascacielos de fondo, pero sin porristas que pierden perros, sin «Eddies Murphies», sin ninguna porquería ameritable de televisión abierta el domingo por la tarde. Xavier no va para intentar reconquistar a Wendy, lo que parecería tan imposible como inmerecido, porque ella se ha portado bastante mal con él, sino para tratar de no dejar sin padre a sus hijos. Enseguida se da cuenta de que todo lo que le pasa es increíble, y, una vez

pareja; y «Amélie» tiene que venir por trabajo y –dado que ahora tienen una buena amistad– decide pasarse también a visitar a Xavier en su nuevo mundo. También hay nuevos personajes, como el abogado zaparrastroso interpretado por un genial Jason Kravits, o John, el nuevo novio de Wendy que pése a sus dos metros de altura y a su penthouse con ventanal gigante al Central Park, es un verdadero buenazo. El guión tiene el mejor ritmo de toda la trilogía, los minutos deleitan y uno quiere que se estiren para que no termine nunca la película. La vida es una sucesión de problemas que está tan buena que merece ser celebrada a cada momento. Los enredos parecen buscar desafiar nuestro decibel record de risa.

aquí, porque ella con los años cambió mucho, pero genuinamente, como cambia la gente de los veinte a los cuarenta, y –por fin– volvió a ser realmente un buen partido. No pienso decirles si Xavier la dejará pasar o no. Mejor véanla y con toda certeza me lo agradecerán.

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»Constanza Borge«

Nebraska Director: Alexander Payne Intérpretes: Bruce Dern Will Forte June Squibb País de origen: EE.UU. Duración: 115’ Año: 2013

Tierras crepusculares

¿

Qué es lo que hace que nos levantemos de la cama cada día..? Proyectos, sueños o simplemente las obligaciones... Cuando Woody Grant (Bruce Dern) decide ir hacia Lincoln en un caminar quebrado, lento, pero decidido, tiene una meta clara; cobrar un engañoso ticket publicitario por un millón de dólares. «El tipo sólo necesita algo por lo que vivir» le dice David (Will Forte) a su hermano Ross (Bob Odenkirk), quién junto con su madre Kate (June Squibb) hablan de llevar a Woody a un asilo. David decide, a modo de escape de una rutina vacía, acompañar a su padre hacia Lincoln por el supuesto cheque, ambos emprenden un viaje hacia el corazón del país, Nebraska. Alexander Payne elige el cinemascope para retratar estos amplios espacios, planos generales que ponen de manifiesto la pequeñez y soledad de los personajes. Adopta viejas técnicas en desuso, dejadas de lado por razones estrictamente

comerciales, para retratar zonas olvidadas. El ojo se deja llevar, se mueve de un lado hacia el otro, sólo gracias al formato, a la composición que permite el plano. La luz, la textura mediante las nubes cargadas mixturan el cielo fundiéndose con el verde cubierto de nieve en planos en donde no se distinguen bien los límites. El uso del blanco y negro reflejan la vida austera de los personajes. La suave melodía de la guitarra y el violín, emparentado con el country, se asoman a lo largo del film ayudando a dar el tono en las escenas, la trompeta le da el toque que distiende, que relaja para jugar con el humor. La primera escena de acercamiento –sinceramiento– entre padre e hijo, se produce en una charla en el bar, David intenta entender las motivaciones del padre, sus elecciones en la vida, y de ese modo poder abordar las suyas; las disparidades resquebrajan la conversación, es cuando aparecen las diferencias entre ambos; los planos y enero | marzo 2014 Pez dorado 39


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contraplanos nos los muestran separados, no comparten el mismo espacio formal. A continuación Woody se encuentra con Ed Pegram (Stacy Keach) David le pide que no comente nada sobre el dinero, la cámara acompaña a David al baño y desde allí se oye el sonido

su relato, entrevemos que fue parte importante– y Kate, quien de modo descarnado describe el entorno familiar de Woody, así como a sus amigos. Una escena importante es la del cementerio, «quiero presentar mis respetos» dice Kate pero no hay persona muerta que no

se levantaban a pulmón y el duro trabajo de la tierra ocupaba gran parte del día, de la vida. «¿Su padre tiene Alzheimer?» le pregunta la mujer en donde reclaman por el cheque trunco, y David le responde: Él sólo cree cosas que la gente le dice... Woody representa la

exaltado de personas, inmediatamente sabemos que Woody contó acerca de su billete ganador; al día siguiente cuando notamos la extraña atención de Bart (Tim Driscoll) y Cole (Devin Ratray), sus primos, intuimos que todo el pueblo lo sabe. A partir de allí al ver la felicidad del padre, ante la mirada atenta del pueblo por la noticia, su orgullo. David decide seguirle el juego. Incluso intentar convencer a la madre y dejar que la fantasía continúe un par de días más. En un gesto de amor filial decide extender la farsa y mientras tanto completar la historia del pasado. Dos mujeres van a ser centrales en la reconstrucción de la historia de Woody, Peg Bender (Angela McEwan) como novia de la juventud –por la ternura de

sea abruptamente descripta ni exonerada de sus irónicas sentencias. Sin embargo será ella, quien con carácter, cuando todos reclamen una parte del premio inexistente, los pondrá en su lugar defendiéndolo con uñas y dientes. Personajes complejos con sus luces y sus oscuridades. La madre también nos será guía del pasado cuando los cuatro visiten la antigua casa de Woody, no obstante será en esta escena en donde el padre, a través de sus parcas palabras pero de manera notoria en sus gestos nos imbuya en la historia familiar. Una silla rota tirada en el suelo, un granero aún en pie o como el mismo Woody lo describe, un montón de madera vieja y algunas malezas serán las sombras de un pasado en el cual las casas

generación en donde la palabra tenía valor. El presente se nos evidencia en los jóvenes Bart y Cole quienes se la pasan frente al televisor bebiendo cerveza y lo único que les interesa, además del dinero del premio, es todo lo relacionado a los autos, sobre todo la velocidad; no importa a dónde hay que llegar ni a dónde ir, lo importante es hacerlo rápido. Avanzar hacia ningún lado. Testigos mudos de una clase obrera en decadencia. Bart y Cole serán parte además de una de las escenas que compendia el tono de todo el film, el robo del cupón; los movimientos de los cuerpos parecen que bailaran, incluso el de Woody, coordinan mientras el cartel de neón se prende y se apaga; la escena es patética y

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graciosa, luego Woody sentado en la oscuridad, abatido por la pérdida mientras David intenta animarlo sólo lográndolo cuando desiste y lo lleva a buscar el cupón por la calle, allí la música se renueva y el tono irónico se reestablece. Nos quedamos con el sabor de que la vida es com-

transporte que hizo de Estados Unidos el país potencial que llegó a ser, sin pasajeros, ¿hacia dónde avanza? ¿hacia adelante o hacia atrás? Las vías del tren desérticas volverán a aparecer cuando Woody pierda sus dientes, bares detenidos en el tiempo en los que solo encontramos

ser la condescendiente que se les da a los ancianos seniles. La vuelta a la ciudad natal servirá para rememorar, para reencontrarse con su pasado. La camioneta –símbolo del campo, del avance y a la vez del pasado imberbe– y el compresor, como elemento que representa

pleja, que no todo es blanco o negro y que incluso en los peores momentos, o no tanto, se puede sonreír, se puede bailar. Los primeros planos frontales desfilan como si nos hablaran de frente, ya sea de ellos en el auto o de todos los hombres sentados mirando la televisión como sustituto de la interacción humana, se los muestra como fotografías de un momento, de un instante que queda pregnante en la retina del espectador. Es en los viajes propiamente dichos en donde las imágenes se descubren ricas en significados, vemos un plano de Woody bajando la ventanilla sucia para observar a dos locomotoras enganchadas sin vagones avanzando solitarias a través de las vías; el tren, el medio de

personas longevas, fábricas e iglesias que parecen abandonadas, motociclistas que viajan en grandes grupos recorriendo el país como testigos de un país fantasma. Los Estados van pasando uno a uno, territorios vacíos, márgenes, fronteras, son el escenario de un mundo que parece descomponerse, agrietarse, a punto de desaparecer. Borges decía que Nathaniel Hawthorne expresaba en sus cuentos «el tenue mundo crepuscular, o lunar, de las imaginaciones fantásticas» curioso nombre eligen para una ciudad ficticia, persiguiendo un sueño que se sabe trunco. Un ticket ganador, no ya de dinero –porque queda muy claro que a él no le interesa– sino de sobresalir, de destacarse en algo y que la mirada de los otros deje de

el trabajo de Woody van a servir para resignificar su pasado; para cerrarlo. Tal vez intentando buscar una reconciliación con sus raíces. El hijo tratando de conocer el pasado, el de sus ancestros, su historia y de ese modo entender el presente, revalorizarlo. Y levantarse por la mañana quizás no se vuelva un acto mecánico sino uno un poco más significativo.

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How many roads must a man walk down Before you call him a man … The answer, my friend, is blowing in the wind Bob Dylan

»Rosario Salinas«

Blowing in the Wind Balada de un hombre común Inside Llewyn Davis Director: Ethan Coen, Joel Coen Intérpretes: Oscar Isaac Carey Mulligan Justin Timberlake John Goodman Garrett Hedlund País de origen: EE.UU. Duración: 105’ Año: 2013

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alada para un hombre común es una obra pequeña, melancólica, oscura, poética, plena de ironía y de un humor muy cruel. La historia se desarrolla dentro de la escena musical en el Greenwich Village, en los tempranos sesenta. Es la época del jazz, de Thelonious Monk, Herbie Mann, John Coltrane; el movimiento beatnik está en retroceso; está surgiendo el hippismo; el folk es lo tradicional, aquello que el protagonista define como «lo que nunca fue nuevo y nunca se convertirá en viejo». Llewyn Davis es un cantante folk neoyorquino, no dispuesto a hacer concesiones comerciales con su música pero su vida no está yendo a ninguna parte, está sin dinero, durmiendo en casas de amigos, intentando promocionar Inside Llewyn Davis, su nuevo disco como solista y al mismo tiempo sumergido en la tristeza y el extrañamiento por el suicidio de Mike su compañero musical en un duo que solían integrar. Vemos transitar a nuestro personaje de un lado a otro, sin abrigo, con sus cosas a cuestas, bajo un cielo gris, con un clima inclemente y nos damos cuenta de que la ciudad está en comunión con su estado de ánimo y no sólo la ciudad, también la música hace carne en esta tristeza, las canciones nos hablan todo el tiempo de estar muerto, de despedidas, de amantes que


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extrañan a sus compañeros o que al haber sido abandonados por ellos les dicen farewell, todo es desolación, la voz de Oscar Isacc interpretando los temas expone de modo casi sangrante esos sentimientos. El clima es opresivo pero el humor negro y la ironía del film nos dan cier-

mes embriagadores, la cámara los muestra comenzando su «odisea» en un largo viaje en subte, ambos corren el riesgo de perder la vida y el norte en el intento, ambos deben regresar sanos y salvos a su Ítaca. Ulises fue en busca de nuevas experiencias, a Llewyn le quedó

nas puede lidiar consigo mismo, no está para hacerse cargo de gatos, ni hijos, ni gordos heroinómanos. Bud Grossman después de escucharlo interpretar The Death of Queen Jane le sugiere que se integre a un conjunto con otros dos músicos, al contestar

to alivio. La risa mezclada con llanto es lo que nos permite respirar. La búsqueda de una «Ítaca», es decir, el tema de la «odisea» es casi explícito en la película. La cámara sigue a Llewyn acompañado por un gato que no por casualidad se llama Ulises, es el gato de los amigos académicos de Llewyn, justamente una mañana después de haberse quedado a dormir en el sofá de los Gorfeins al abandonar el departamento es seguido por el gato de la casa. Ulises –conoceremos su nombre con posterioridad– como mascota de dos profesores de Columbia no podía ignorar Ítaca, el poema de Kavafis, así que presuroso abandonó el departamento para ir en busca de los mercados fenicios y sus perfu-

el camino más duro, él encarna al típico perdedor, hasta el canto de las sirenas es hostil con él… su amante le dice «Todo lo que tocas se convierte en mierda, eres como el hermano idiota del rey Midas» y él lo toma de modo impasible cual si tuviera cera en los oídos… Parte de la odisea será un viaje que inicia a Chicago en busca de Bud Grossman, un mítico productor, para que lo saque del anonimato. Va en compañía de Johnny Five, un poeta beat de pocas palabras y de Roland Turner, un músico de jazz interpretado por John Goodman, quien sufre una sobredosis durante el viaje y a quien Llewyn abandona dentro del auto junto con otro gato al que llevaba consigo porque lo había confundido con Ulises. Llewyn ape-

Llewyn que ya tuvo un compañero musical, Grossman le aconseja volver con él, sin saber que Mike Timlin se arrojó del puente George Washington. Cerrado este camino Llewyn debe volver al Greenwich Village, a cantar a la gorra en el Gaslight Café, a seguir durmiendo en sofás prestados aunque esta vez en conocimiento de sus propios límites, habiendo intentado todo, hasta alistarse en la marina y fracasado en todo. Ha vuelto para ser nuevamente golpeado por las inclemencias de la vida y del éxito. La película termina del mismo modo que como empezó: con nuestro músico siendo golpeado en un callejón por un desconocido. Ulises ha vuelto sano y salvo y por su cuenta a casa de los Gorfeins. enero | marzo 2014 Pez dorado 43


Lo nuevo

»Nahuel Rodriguez Acosta«

El joven al que amamos odiar Justin Bieber’s: Believe Director: Jon M. Chu País de origen: EE.UU. Duración: 92’ Año: 2014

44 Pez dorado enero | marzo 2014

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n una época en la que la tolerancia es venerada, la igualdad una obligación moral y la hipocresía una bandera, somos contemporáneos de Justin Bieber, un ya casi adulto ser humano del que nos reímos como sociedad vaya a saber por qué. Su impronta, su esencia, aquella que provoca en sus fans un amor incomprensible (como cualquier fanatismo) y una locura total, genera un recelo en el resto que no comparte su gusto como otrora los anti-Beatles. Su última visita a la Argentina, lejos de pasar desapercibida entre los agnósticos, fue carne de cañón. Se frotaban las manos para verlo caer, para poder desfigurar a ese personaje. Justin Bierber’s: Believe parece ser dirigida por alguien de ese ámbito, ansioso por marcarle el camino del bien y construir una historia a la medida de la media. Jon Chu, director de la muy buena primera parte Justin Bierber: Never say never, es un hombre que no cree en él. No cree en su universo, en su libertad, en su vida. No se interesa en su persona, sino en lo que debería ser. Inconsciente de lo que es tener 19 años y un peso enorme y tácito sobre sus hombros, le exigen perfección, una perfección tan absurda como vacía de vida. Discursivamente correcta, amante de las buenas costumbres, la película inten-


Lo nuevo

ta naturalizar una normalidad que de normal no tiene nada. Sin embargo, tiene todos los ingredientes para cautivar a los mismos que gozaban al grito de «Yo tenía razón, la juventud está perdida» mientras Bieber cancelaba su segundo show. Muestra lo buen artista que

la perfección. No hay contagio, no hay emoción de parte de las imágenes, y el brillo del artista sólo reluce por mérito propio cuando se escapa del registro del director. Contrariando la premisa, la espontaneidad de determinadas situaciones genera buenos momentos para

ser el momento previo a una grabación, en la que todos los presentes le cuestionaban la estética de su bigote pueril. La respuesta de Justin es tan contundente como reflexiva: «Me hace sentir mayor». Esta frase no es de capricho adolescente, es de alguien que quiere tomar

es, lo lindo que está arriba del escenario, lo buena persona que puede llegar a ser, la construcción de un hombre que es como nosotros. Los registros de los recitales, más allá de lo imponente que puede ser el escenario o la parafernalia utilizada, son muy fríos. Lo que se ve es cartón pintado. Es la estampita impoluta e hipócrita de

el espectador. La utilización de material de archivo de las fanáticas (pasando de la emoción irrefrenable por recibir una entrada a la horda asesina fagocitabieber) o del propio cantante son los puntos altos, y, particularmente, los únicos realistas de la película. En los primeros minutos del film hay una escena que emula

sus propias decisiones, que quiere probar correrse de ser el ejemplo, habla de la necesidad de creer en él mismo. Creerse humano, permeable, cambiante, sin ganas de rendirle cuentas a nadie. Es difícil la vida de ser dios o demonio. Es difícil creer que alguien que tiene todo quiera ser tan sólo un ser humano.

SIEMPRE LIBRE Francisco Abelenda FM 94.7 RADIO PALERMO Martes 21 hs Domingo 12 hs http://www.cienradios.com.ar/argentina/RADIOPALERMO_94.7/home SIEMPRE LIBRE

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»Laura Cozzo«

En busca de la belleza olvidada La gran belleza La grande bellezza Director: Paolo Sorrentino Intérpretes: Toni Servillo Carlo Verdone Sabrina Ferilli Serena Grandi Isabella Ferrari País de origen: Italia Duración: 142’ Año: 2013

46 Pez dorado enero | marzo 2014

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rase una vez un joven llamado Jep Gambardella que llegó a Roma, la ciudad eterna, en busca de la gran belleza. Todos los caminos debían conducirlo a su destino: convertirse en escritor. Para ello fue que escribió su única novela con el ambicioso título de El aparato humano, «hermosa y feroz como el mundo de los hombres», alabada por algunos y menospreciada por otros. Luego, dejó de lado la escritura y, atractivo seductor innato, se arrojó al remolino de la mundaneidad para coronarse el rey de la fiesta que nunca acababa (todas las fiestas, la fiesta: al compás de una musiquilla vulgar y estridente, la fauna de la high society se sacude siempre sonriente siguiendo la coreografía de moda y enganchándose en un trencito que no la conduce a ninguna parte). Pero, a diferencia del joven Marcel Proust que supo introducirse en los círculos snobs más exclusivos de la sociedad parisina para después retirarse a escribir una obra única, Jep se perdió en ese brillante frenesí. Mas, tras su alocada fiesta de cumpleaños número 65, comenzará a vislumbrar la revelación que salve su alma. La nueva película del director italiano Paolo Sorrentino que narra la historia de un joven hombre de letras fracasado, devenido periodista de artes y espectáculos, es


Lo nuevo

un viaje hacia las profundidades de un hombre vaciado, cínico, indolente, desencantado, incapaz ya de soñar, de crear, de amar. «Tú no eres nadie», le dice una niña a un adulto de mirada apagada, presa de la desilución y la fatiga de esa existencia devastada, sin sen-

rista japonés que se desvanece tras tomar su última fotografía panorámica. El final de la vida, del más acá, trae la revelación: Proust muere tras dar por concluida la narración de su búsqueda. Conocer-reconocer la belleza y morir, como «la Santa» que extasiada gatea con

así cómo surge en él una nueva novela, cuando ya no la esperaba. El resultado final es un bellísimo relato de tono melancólico, construido con imágenes grandilocuentes y melodías cautivantes, por momentos sublimes que lo convierten en pura poe-

tido, que anuncia el poema de Louis-Ferdinand Celine a modo de epígrafe del filme. Junto a la belleza de las imágenes (las figuras humanas esculpidas en el mármol y las de carne y hueso que se desplazan poéticamente ante la cámara), está la muerte. Ver Roma y morir, como aquel tu-

dificultad hacia una imagen de Dios y también como Jep, que recuerda a su primer amor, a quien creía haber olvidado, y descubre recién entonces que los frágiles destellos de la gran belleza estuvieron en ese instante. Entonces sus ojos parecen recobrar aquel brillo de esa mirada deslumbrada y es

sía cinematográfica. Merecido ganador de muchos premios y a la que solo le faltaba ganar el Oscar a la mejor película extranjera, esta nueva joya de la riquísima tradición cinematográfica italiana explora la superficie de las cosas mientras bucea en busca de las profundidades del alma humana.

TALLER DE LECTURA E INTERPRETACIÓN EL LENGUAJE CINEMATOGRÁFICO Docente: Lic. Oscar Mainieri

ALFRED HITCHCOCK | STANLEY KUBRICK | INGMAR BERGMAN | WOODY ALLEN | LUCRECIA MARTEL CELIAP (Centro de Lingüística Aplicada) celiap.com.ar

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»Matías Prado«

Una Bella Oferta La mejor oferta La Migliore Offerta Director: Giuseppe Tornatore Intérpretes: Geoffrey Rush Jim Sturgess Sylvia Hoeks Donald Sutherland País de origen: Italia Duración: 131’ Año: 2013

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iuseppe Tornatore hubiera sido un gran escritor de cuentos para chicos. Sus películas son, casi exclusivamente, opulentas fábulas cargadas de dramatismo y emotividad en pos de la consecución de la belleza, la bonhomía y el amor. Y como buenas fábulas totalmente inverosímiles. La mejor oferta es difícilmente la excepción. En su primera película íntegramente en inglés desde La leggenda del pianista sull’oceano (1998) Tornatore se entrega al mágico mundo del arte. Geoffrey Rush interpreta a Virgil Oldman, un subastador y coleccionista excéntrico, fóbico, metódico, perfeccionista y candidato a la medalla olímpica al TOC, quien no atendía el teléfono sin antes cubrirlo con una servilleta o enfundado en un bonito par de guantes de su exagerada colección. Virgil es insufrible, y ergo bastante solitario. Lo más cercano a la amistad que posee es su relación con Billy (Donald Sutherland), un antiguo amigo y aspirante a artista plástico con quien tiene un pequeño negocio lateral, siempre dentro de lo artístico. Sus amistades se completan con Robert (Jim Sturgess), apuesto y joven mecánico de una casa de reparaciones a quien generalmente acude en busca de consejo. Todo el resto de la humanidad parece im-


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portarle un corno si no viene con una pintura bajo el brazo. Un buen día recibe el llamado de una misteriosa mujer (Silvia Hoeks) interesada en deshacerse de antigüedades familiares. Luego de una serie de desencuentros y de enterarse de que la dama en cuestión

sus fábulas y como las maneja. El problema principal de esta película radica en el hecho de que su guión de por sí no es muy interesante, y los pequeños vicios de su director le van en desmedro. El exceso de simbología y la posterior apreciación de lo particular

actriz holandesa Sylvia Hoeks está muy digna como la princesita afectada y tristona. Y Donald Sutherland podría haber tenido un poco más de escenas, o de relevancia. Casi casi que la vi por él, y está casi nada. Pobre Donald, no hay respeto.

es agorafóbica y no sale de su enorme casa desde niña, Virgil se enamora. Y eso es básicamente todo. ¿Vieron? Tenemos el castillo encantado, la doncella aprisionada y el (maduro) caballero de la brillante armadura. Tornatore sabe que es un fabulador y aparentemente no planea cambiar en un futuro cercano. Y no lo critico, me encantan

de estos símbolos la vuelven harto predecible. Y sus afanes de thriller la hacen aún más confusa. No obstante, cuando se reconoce como bizarra es cuando realmente brilla. Bah, el que brilla es Geoffrey Rush casi exclusivamente. Por momentos (muchos) el filme se vuelve un vehículo para que Rush de cátedra de actuación. Sturgess no me dice nada, la

En cuanto a lo técnico, la película es hermosa. La cinematografía a cargo de Fabio Zamarion es digna de mención y la banda de sonido se encuentra nuevamente bajo la batuta del gran Ennio Morricone. Y nada que agregar al respecto. Definitivamente no es la mejor oferta que nos haya hecho Tornatore. Pero es una muy bella, al menos.

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»John Lake«

El sacramento de la reconciliación Philomena Director: Stephen Frears Intérpretes: Judi Dench Steve Coogan Sophie Kennedy Clark País de origen: Reino Unido Duración: 98’ Año: 2013

50 Pez dorado enero | marzo 2014

E

l papado de Juan Pablo II se caracterizó, entre otras cosas, por la búsqueda del perdón. A lo largo de su pontificado se fue disculpando por distintos errores cometidos por la Iglesia Católica desde sus inicios, producto de odios y rivalidades que se transformaron en hostilidades, violencias y crímenes innecesarios e injustificables. Las Cruzadas, la noche de San Bartolomé y el juicio al astrónomo Galileo fueron algunos de los descargos expresados por Karol Wojtyla, hasta que en el año 2000 realizó un extenso mea culpa contra los pecados cometidos por la institución que representaba. Los herejes, los judíos, los gitanos y diversas culturas nativas se encontraban entre los damnificados a los cuales se les pedía clemencia. En cuanto a las mujeres reconoció que fueron demasiadas veces humilladas y marginalizadas. Sin embargo, al no identificar individuos ni instituciones, las referencias a los conventos irlandeses que acogían, esclavizaban y maltrataban a las madres solteras no quedaron muy claras. Las siniestras lavanderías regenteadas por cuatro congregaciones religiosas fueron retratadas en toda su brutalidad en Magdalene Sisters: En el nombre de Dios (The Magdalene Sisters), un film del director escocés Peter Mullan del año 2002. Si bien


Lo nuevo

el foco de Philomena está puesto en la búsqueda de su hijo y en el vínculo con el periodista que la acompaña en su cometido, a través de numerosos flashbacks, la protagonista, una impagable Judi Dench, recuerda su tortuoso pasado en aquellas pseudo prisiones a

favorecer al prójimo. Es una bondad consciente y voluntaria que denota perdón y piedad. Dios no guardaba un rencor eterno y mostraba esta virtud en todos sus actos, de ahí que el ser misericordioso es para los cristianos una condición esencial para entrar en el reino de

recogimiento y la privacidad. Philomena no hace hincapié en el aspecto emotivo o la intriga llena de tensión que toda búsqueda prolongada puede producir. Por el contrario, el humor que surge como consecuencia de las diferentes edades y estratos sociales de los protago-

las que estaban confinadas las «Maggies» (así llamadas por las hermanas de la Magdalena), condenadas por una sociedad católica rígida e ignorante. Las monjas se servían del trabajo de las reclusas para obtener cuantiosos beneficios con el lavado de la ropa y la venta de bebés, arrebatados a sus madres, en flagrante delito. Con los ingresos financiaban a la iglesia local y mantenían las propias órdenes. No deja de sorprender el hecho de que su desactivación fue producto del avance de la competencia en servicios de laundry y no el resultado de un cambio de mentalidad o de una profunda reflexión de la sociedad. La misericordia se refiere a la miseria del corazón, se relaciona con el ser benigno y el

los cielos. Enseñanzas que solo recoge Philomena, a través de un sufrido recorrido por la vida que le permite mantener en secreto una gran pena del alma y dispensar a sus victimarios. Por contrapartida, sus tutoras religiosas tenían una versión muy particular de los evangelios donde cabía la hipocresía, los abusos, el castigo físico, el ocultamiento de la verdad y la quema de los archivos a modo de expiación de los pecados. Por otra parte, el guión resalta el accionar a veces inescrupuloso de las editoriales, que a toda costa quieren logar su cometido sin importarles los procedimientos. El respeto, la moral y las buenas costumbres no son tenidos en cuenta en el momento de obtener una primicia. El negocio prevalece sobre el

nistas y su distinta percepción de la realidad y de las experiencias compartidas, predomina a lo largo del film. De este modo, el director Stephen Frears, coloca un saludable manto conciliador que atenúa los conflictos dramáticos que perturban al personaje de Dench. Por otro lado, el comediante Steeve Coogan en un registro más serio del que está acostumbrado a representar, es la contrapartida ideal para la señora madura de cultura popular. Cine de denuncia sin rebuscamientos, una obra que rehúye de las obviedades que resulta muy agradable y amena con méritos suficientes para acceder al panteón de los premios Oscar.

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La vida es muy larga Entre el deseo y el espasmo entre la potencia y la existencia entre la esencia y el descenso cae la sombra Los hombres huecos, T. S. Eliot

»Rosario Salinas«

La ley de Murphy o la crueldad de la vida Agosto August: Osage County Director: John Wells Intérpretes: Meryl Streep Julia Roberts Ewan McGregor Chris Cooper Abigail Breslin Benedict Cumberbatch Sam Shepard País de origen: EE.UU. Duración: 121’ Año: 2013

52 Pez dorado enero | marzo 2014

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gosto, basada en una obra de teatro, en la gran pantalla, no deja de ser una obra de teatro. El peso de la narración está puesto en los diálogos, la acción se desarrolla mayoritariamente en interiores, posiblemente estas dos características le den el tono teatral del que nunca llega a salir para hacernos sentir que estamos en el cine. El elenco es excelente y sus actuaciones son buenas, la música está bien y sin embargo el resultado es un culebrón de padre y señor mío. En medio de un clima tórrido se van desarrollando escenas de gran dramatismo durante una reunión familiar en casa de los Weston, reunión que ha sido convocada con motivo de la desaparición del pater familias: Beverly (Sam Sephard). En este contexto van llegando a la casa sus tres hijas: Barbara (Julia Roberts), la mayor, con su hija adolescente y su marido; Karen (Juliette Lewis) acompañada por su novio; Ivy (Julianne Nicholson), la hija menor. A este núcleo familiar se agregan una hermana de la madre con su marido y el hijo de ambos. Dicen que las mujeres terminamos pareciéndonos a nuestras madres. Atrapada en esta lógica Meryl Streep en la piel de Violet desempeña el papel de una madre despótica, a cuya mirada nada puede escapar, de una madre que lleva una deta-


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llada cuenta de todo lo que la vida le debe, los sufrimientos, las humillaciones, la pobreza a la que fue sometida y las tiene muy presentes porque alguien debe pagar por ello y que mejor que cobrarles esa deuda a sus hijas. Son ellas quienes deben esca-

res y las «zorras» son las otras aunque en este caso tengan catorce años. Bárbara es la más fuerte, la que le planta cara a su madre, la única que puede enfrentarla, ponerle límites (hay una gran escena en la que organiza una requisa a los efectos de encon-

con su primo. La que cree que si escapa de este núcleo será feliz, la que todavía desconoce que la crueldad de la vida nos alcanza aunque corramos lejos. Hasta aquí todo parece seguir la pauta de tantas películas como la danesa: La celebración (Festen, Thomas Vinterberg,

par de ese espejo. Y cada una lo hace a su manera, Karen ha huido de la casa paterna y solo quiere su luna de miel en Bélice, no importa que el costo sea hacer cosas horribles porque como ella dice «la vida te acaba acorralando de ese modo» y, como ya sabemos, nuestros hombres siempre son los mejo-

trar y destruir los calmantes a los que es adicta su madre que padece de cáncer). Bárbara sin embargo no sabe cómo lidiar con su propio fracaso matrimonial. Ivy es la hija introvertida, la que no se fue todavía, la que lidió sola y en secreto contra un cáncer, la que tiene un romance

1998), donde la catarsis y las cuentas pendientes se hacen presentes en una reunión familiar. El problema de Agosto es el tono en que lo hace, lo estereotipado de sus historias, la lógica de que todo siempre puede ser un poco peor, su forma de transformar un drama en un maldito culebrón.

La Paragráfica Librería de Arte y Diseño

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»John Lake«

El sueño de Walt Saving Mr. Banks Director: John Lee Hancock Intérpretes: Tom Hanks Emma Thompson Colin Farrel País de origen: EE.UU. Duración: 125’ Año: 2013

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Nadie me ama

C

uando se estrenó Mary Poppins (Robert Stevenson) en el año 1964, se pensó en otro producto acertado de Walt Disney, el gran creador de personajes de fantasía. En aquel momento, nada trascendió de las negociaciones entre el empresario y la autora para la obtención de los derechos de la obra a lo largo de veinte años. El padre no podía fallar con la promesa hecha a sus hijas de llevar a la pantalla el libro escrito por la australiana P. L. Travers, de escasa trascendencia fuera del mundo angloparlante. En todo caso, la controversia pasaba por la actriz principal, Julie Andrews, como símbolo de víctima resentida, al ser desplazada del papel principal de Mi bella dama (My Fair Lady, George Cukor, 1964). Andrews, Rex Harrison y Stanley Hooloway fueron los protagonistas indiscutidos del musical durante años en los escenarios de Londres. Sin embargo, según la Warner, la artista nacida en Surrey, Inglaterra, no reunía

las condiciones de figura taquillera y fue la única prescindible del trío. La elección cayó sobre Audrey Hepburn, quien recibió la noticia con alborozo en su residencia suiza. Privó el glamour y la estampa ante la voz y la experiencia. Los críticos y los miembros de la Academia de Hollywood castigaron la decisión de la productora, y si bien otorgaron ocho Oscars al film de Cukor (mejor película, mejor actor principal, mejor dirección, entre otros), Hepburn, ni siquiera fue nominada y el Oscar a la mejor actuación femenina en rol protagónico tuvo como destinataria a Julie Andrews por Mary Poppins. Se había hecho justicia, el daño había sido reparado. Mantovani, una de las orquestas pop de la época, usufructuaba el éxito de Chim Chim Cheree, que describía la profesión del rol representado por Dick Van Dyke, pero nadie mencionaba al Sr. Banks. La cantante italiana Rita Pavone se atrevía con el endemoniado trabalenguas


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Supercalifragilisticoespialidoso, vocalizado en el film por un sinnúmero de personajes que no incluían al Sr. Banks. El sueño de Walt, si bien pone el acento en las complejas tratativas entre Disney (Tom Hanks) y Travers, le da gran importancia a la historia paralela

su nombre de pila, Travers, para firmar sus relatos infantiles. Emma Thompson recrea con destreza a un ser agrio, conflictivo, al cual nada le venía bien. Incapaz de dar y recibir cariño, quienes la rodeaban le rendían pleitesía únicamente con fines económicos. Su com-

desagradable del padre, borrar los penosos recuerdos y reivindicarlo. El final feliz de la versión cinematográfica de Mary Poppins, en la cual el banquero Mr. Banks soluciona sus problemas y canta con alegría junto a su familia, cumplió un doble propósito: trajo algo de sosiego

que transcurre a principios de siglo en la lejana Oceanía, que describe la infancia de la escritora con preponderancia de la figura paterna. En su niñez, debió enfrentar a una madre suicida y a un padre alcohólico y depresivo por el cual manifestaba una especial devoción. Escuchaba con atención sus consejos, lo cuidaba en la enfermedad y con tal de complacerlo era capaz de conseguirle a escondidas la bebida que perjudicó su salud. Su imagen, a través del personaje del Sr. Banks en Mary Poppins, cobra gran importancia, no solo por el título original del film (Saving Mr. Banks), sino también por la influencia que tuvo a posteriori en la vida y en la obra de Helen Goff, hasta tal punto de utilizar

portamiento con aires de diva decadente se asemejaba al de Gloria Swanson en El ocaso de una vida (Sunset Blvd., Billy Wilder 1950). Detestaba la animación y los muñecos de Disney, con los cuales le engalanaron la habitación del hotel en el que la alojaron al recibirla en Los Ángeles. Tenía aversión por las canciones melosas y se negaba a que su heroína fuese parte de un musical. Los hermanos Sherman, autores de las melodías, estaban a su merced, amilanados al no poder complacerla. Con sus desplantes alimentaba la fama de mujer intratable y quisquillosa a la cual todos debían temer. La raíz de sus conflictos se remontaba a aquella infancia tan sufrida y su deseo de modificar el perfil

al espíritu contradictorio de la escritora y colmó de elogios y dólares al creador del Pato Donald. Si bien en ciertos pasajes se le puede criticar de manipular las emociones de los espectadores, el director John Lee Hancock ofrece un entretenimiento para toda la familia, sin recurrir a la animación, la acción vertiginosa producto de los efectos especiales, ni al uso abusivo de la computación. No es poca cosa.

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»Luciano Mariconda«

Este es el show 12 años de esclavitud 12 years a slave Director: Steve McQueen Intérpretes: Chiwetel Ejiofor Michael Fassbender Lupita Nyong’o Sarah Poulson Benedict Cumberbatch Brad Pitt País de origen: EE.UU. Duración: 134’ Año: 2013

56 Pez dorado enero | marzo 2014

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xiste un selecto grupo de películas que tienen el extraño mérito de que verlas fracasar es algo maravilloso. Al mismo tiempo, todas ellas pretenden ser obras de una necesidad invaluable, que no solo están entre nosotros para hacernos mejores personas sino para cambiar el mundo entero. Sin embargo, films como 12 años de esclavitud (12 years a slave, Steve McQueen, 2013) intentan bucear en la profundidad, pero terminan siendo arrastrados hacia la vergonzosa superficie. La fallida expedición submarina de Steve McQueen cuenta la terrible historia de Solomon Northup (Chiwetel Ejiofor), un hombre negro libre que en pleno siglo XIX fue engañado y vendido a distintos terratenientes del sur de Estados Unidos. McQueen lleva a cabo una tarea difícil: se apodera de un relato sobre la búsqueda de la libertad y la supervivencia y le elimina toda carga emotiva. Y si esto es complicado de hacer es porque cualquier historia con estos componentes –sea real o ficción– cuenta de antemano con elementos efectivos para llegar a una fácil emoción. Un film no se sostiene únicamente gracias a los hechos que lo conforman, sino a la forma en que estos son mostrados. Y –créanme– McQueen hace todo al revés. El organismo de este film es particular: en


Lo nuevo

su interior no hay dramáticas escenas, sino sorprendentes bloopers. Hay algo irresistible en ellos, en ver el espacio y el tiempo interrumpido por una desafortunada acción que cambia el tono de ese momento. En este sentido, 12 años de esclavitud está empapada de

cinematográfica que un blooper: todo demasiado hogareño, demasiado caótico, demasiado incrustado dentro de los parámetros de un film que aspira a ser todo lo contrario que un paso de comedia. Pero cuando McQueen quiere denunciar la esclavitud lo que

esta secuencia e incluso hablar del pequeño travelling que el director ejecuta hacia el suelo para mostrar el pedazo de jabón que genera la discordia entre el amo y su esclava, pero sería demasiado fácil seguir insistiendo con lo mismo. Hay una escena más interesante

estos atractivos accidentes. En una escena cercana a la mitad de la película, el temible –y también absurdo– terrateniente interpretado por Michael Fassbender obliga a sus esclavos a bailar en el living de su casa mientras Solomon –un eximio violinista– toca para ellos. Entre ellos está Patsey (Lupita Nyong’o), una negra sometida a constantes violaciones por su amo, bailando alegremente. De pronto, la esposa del terrateniente –celosa y enojada– agarra una pesada botella de whisky y se la arroja en la cabeza a Patsey, quien queda tirada en medio de la sala con la cara ensangrentada. La secuencia ocurre de forma tan rápida, tan desordenada, que es difícil saber muy bien qué ocurrió. Es menos una escena

menos hace es una película sobre esclavos. Por eso mismo, las escenas más terribles –sangrientas, duras, que nos indignan pero que no eluden preguntarnos qué cenaremos a la salida del cine– son las que carecen de un discurso. La violencia que brota en cada una de ellas resulta más fuerte que el planteo que McQueen pretende realizar. La denuncia del director finalmente se marea en la coreográfica danza de látigos salpicados por la sangre y carne de aquellos que se quiere homenajear. En la mayoría de los textos se hace referencia a la ya famosa escena en la que McQueen no tiene piedad frente a los castigos que recibe –nuevamente– el personaje de Patsey. Podríamos volver a analizar

y que ocurre a los quince minutos de película. Solomon ya fue engañado y yace en un pequeño cuarto iluminado por la luz del exterior que entra por una ventana. Sin embargo, no es una luz tenue, sino todo lo contrario: es un resplandor poderoso, que hace brillar el espacio que ocupa el personaje en la celda. Es menos la claridad del sol que un farol usado en un programa de televisión o en una mala obra de teatro. La fotografía, a cargo de Sean Bobbitt (en su tercera colaboración con el realizador), tiene como indispensable objetivo recortar la humillación del protagonista frente a los espectadores; luego, con la entrada de uno de los esclavistas, la cámara se ubica en un contrapicado que muestra el enero | marzo 2014 Pez dorado 57


Lo nuevo

rostro y parte de la espalda de Solomon sufriendo un minuto los golpes que recibe con un palo hasta que este se quiebra en dos. Dentro de la mente de McQueen los términos se desorientaron: en un momento de su filmografía, discurso, violencia y espectáculo se fusionaron

los botellazos son suaves caricias de buen gusto. El productor Brad Pitt –alejado lamentablemente de los zombies de Guerra Mundial Z (World War Z, Marc Foster, 2013)– se reserva el papel del blanco bueno de la película, como si 12 años de esclavitud se resumiese en

do ante las inminentes canas del tiempo. Esta escena ocurre en serio y genera en la película el raro placer de querer retroceder y volver a verla para regocijarse en el morbo de las palabras, que en 12 años de esclavitud finalmente pesan más que la

para derivar en una estética mutante. Si uno fuese sorprendido por un ataque de generosidad le podría conceder a McQueen una mayor utilización –mal, por supuesto– de la imagen en vez de las palabras. Sin embargo, cuando al film se le acaban las espaldas para torturar, grita su postdata en una escena tan vergonzosa que en comparación, los latigazos, los golpes y

quién hace de Superman y quién de Lex Luthor. Su aparición es fugaz pero clave: es él quién rescata a Solomon de su sufrimiento pero no sin antes dar un discurso sobre el horror de lo que está sucediendo y la igualdad entre todos los seres humanos ante Dios. Es, además el carpintero que Cristo siempre hubiese querido ser, pasando la barrera de los 33 años con su pelo rubio pelean-

violencia física. Cuando Solomon llega a casa, todo el horror queda en un insoportable segundo plano. Pero nada de eso importa, todo es perdonado, incluso la admiración por la tortura y la pasión por el agravio. Todo está en función del espectáculo: de los bloopers, de los famosos, de los bailes, de la emoción, de las luces. Como Tinelli, pero en pantalla grande.

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»Soledad Bianchi«

Las mil caras del Capitán Hanks Capitán Phillips Captain Phillips Director: Paul Greengrass Intérpretes: Tom Hanks Barkhad Abdi Mahat M. Ali Barkhad Abdirahman Faysal Ahmed País de origen: EE.UU. Duración: 135’ Año: 2013

A

Capitán Phillips se le notan demasiado las intenciones: que Tom Hanks obtenga el hattrick de Oscars a mejor actor es la más evidente, realzar el valor del ejército Yankee es la más abusiva. Sin embargo su director, subrayando el estilo de la cámara inquieta utilizado en la trilogía Bourne (2004, 2007 y 2012), logra hacernos dejar de lado, al menos por un rato, que es otra mainstream en la que la bandera estadounidense termina sobresaliendo exageradamente. Lo consigue en la primera parte, con la tensión de los piratas intentando abordar la embarcación, y lo mantiene gracias a las posibilidades de gestos que puede accionar Tom Hank en los 45 minutos finales. Paul Greengrass se hizo un festín de intensos primeros planos mostrando toda la habilidad de quien pudo entretenernos hablándole a una pelota personificada en Náufrago (2000) o encerrado en un barquito sin casi moverse ni emitir sonido como en ésta película. Injustamente no fue nominado al Oscar, pero se lleva el reconocimiento de la gente. En los halls de las salas (o pasillo de shopping) seguramente el comentario más escuchado haya aludido a la versatilidad de Tom Hanks interpretando al capitán y algún que otro recuerdo de su carrera, con la infaltable mención de su enero | marzo 2014 Pez dorado 59


Lo nuevo

papel en Forrest Gump (Robert Zemeckis, 1994). Sin lugar a dudas la acotación más escuchada fue dedicada a su partener Barkhad Abdi, que ya está en la lista como «extranjero» en la no tan extensa terna de actores de los estudios de Hollywood y que sí fue nominado como

en paracaídas los de la SEAL y te prenden fuego el rancho. También los pequeños recados referidos a la bondad y compromiso leal de este país para con el mundo, haciendo hincapié en más de una oportunidad en que el barco comercial estaba trasladando agua potable

un hombre, mostrando que son capaces de todo, fue lo que me hizo acordar de que la película estaba basada en una historia real, y automáticamente me sacó todo el buen entretenimiento que me habían dado las aventuras del Capitán y sus trucos de disuasión con los

actor de reparto. El rápido y sagaz productor Judd Apatow ya lo contrató para Trainwreck, la próxima película que va a dirigir, con fecha de estreno para el próximo año. Particularmente salí de la sala analizando el mensaje, o idea principal, que impone la película: no te metas con los «americanos» porque vienen

y comida de parte de Estados Unidos hacia los pobres del mundo. Es tan buen país que, según el capitán somalí, él delinque porque quiere ser millonario para irse a «América» a manejar un automóvil, o sea, un taxi. Pero siempre las acciones llegan más que las palabras, y el puré de somalí que hace la armada para rescatar a

piratas hasta el momento. Más allá del habitual manoseo yankee, bien podría ser una película olvidable si no fuese por las actuaciones, el virtuosismo del realizador para inventar toda la tensión con muy poco, y frases como «no more tricks Captain, no more tricks», con esa tonadita somalí tan encantadora.

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La felicidad es ir sintiendo, lo menos posible, que el hombre, en realidad, está solo. Banana Yoshimoto

»Paola Menéndez«

Paradojas de la Inmunidad. Notas sobre Dallas Buyers Club Dallas Buyers Club Director: Jean-Marc Vallée Intérpretes: Matthew McConaughey Jennifer Garner Jared Leto País de origen: EE.UU. Duración: 115’ Año: 2013

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andidata al Oscar con un excelente guión de Craig Borten y Melisa Wallack para retratar la historia de Ron Woodroof (Matthew McConaughey), un homofóbico electricista texano, amante de las apuestas, las mujeres y el rodeo. Después de algunos desvanecimientos en el trabajo, le diagnostican VIH y su vida comienza a sufrir cambios radicales. En primer lugar, se convierte en el centro de hostigamiento de sus compañeros de trabajo, quienes lo tildan de «homosexual» en función de los prejuicios de la época. Luego, en el hospital se le niega el tratamiento con AZT porque respondía entonces a una fase experimental que contaba con un engorroso protocolo firmado entre el Estado y las empresas productoras. Finalmente, termina en la ilegalidad al cruzar la frontera encontrando en México los primeros cócteles y dada la gran demanda de éstos, comienza a organizarse para llevar a cabo el contrabando y la distribución. La película comienza en el espectáculo del rodeo y expone de manera brutal una poderosa clave interpretativa esbozada en esa metáfora. El ritual del rodeo tiene un claro costado ambiguo ya que por un lado nos resulta fácilmente identificable, la irrupción de payasos artistas cuyas performances representan la transición entre una enero | marzo 2014 Pez dorado 61


Lo nuevo

prueba de destreza y otra. La contracara de esto (y más allá de la solemnidad impostada del himno estadounidense que inaugura el evento) reside en la posibilidad concreta de los espectadores de presenciar ante sus narices, un accidente grave. Esta es una de las trayectorias

blecer el negocio. Justamente, hay una lectura irónica que atraviesa la trayectoria de ambos y es que a medida que se enriquecen (y dejan su pasado de redneck) más compromiso ético-político adquieren. El SIDA es, en realidad, un telón de fondo para reflexionar res-

la alude ese estado border en el que transitan los sujetos VIH hacia fines de los ochenta porque la política los excluye como ciudadanos de derecho. La comunidad de compradores (el club) es, entonces, la que expone la subjetividad de Ron al verdadero y único contagio: la

simbólicas del registro que propone el filme, lo que constituye, quizás, uno de sus mayores aciertos: no hay golpes bajos, regodeos melodramáticos o virajes sentimentalistas que distraigan la mirada del espectador sobre la (de) construcción de identidades y los entramados sociales entre los protagonistas. Ron Woodroof es puramente hipérbole en una genial interpretación de Mc Conaughey y desde ese espacio surge un retrato caricaturizado y magistral de lo white trash. Rayon (Jared Leto), su partenaire transexual y alter ego, participa también de los avatares sociales, de forma notoria, a veces anticipando, otras tantas resignificando, las acciones que el vaquero va a llevando a cabo hasta esta-

pecto a la industria farmacéutica y la fantasmagoría de sus mercancías. El vaquero diseña una estrategia de supervivencia navegando en la clandestinidad y en los agujeros legales que dejan los HAART (tratamientos virales de alta eficacia) asumiendo su papel de paria. La comunidad que se construye entre los compradores se basa en la certeza de adquirir una esperanza compartida previa a cualquier figura que intente establecer barreras y exclusiones (identitarias, sexuales, médicas o de otro tipo). Por ello, todo el ámbito del hospital y de cualquier otra institución será excluido o execrado. Ron y Rayon se animan a inscribir una nueva legalidad respecto a las mercancías y a la explotación de su plusvalor. Justamente, la pelícu-

profunda relación que establece con Rayon en una elaborada «política de la amistad». La deconstrucción de los límites ha permitido un desplazamiento que opera y posibilita de forma sutil que el «enemigo» (el negro, el homosexual, el ateo) se convierta progresivamente en mi «igual». En conclusión, no se trata de padecer una experiencia compartida y hermanarse en el dolor sino, más bien, de tomar conciencia de lo incompartible, de aquello que no puede ser común (ni ahora ni nunca), que es ni más ni menos que la muerte.

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Lo nuevo

»Luciano Mariconda«

La tercera orilla Directora: Celina Murga Intérpretes: Alián Devetac Daniel Veronese Gaby Ferrero Irina Wetzel Dylan Agostini van del Boch País de origen: Argentina | Alemania | Holanda Duración: 92’ Año: 2013

Androides algo obedientes

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l nuevo largometraje de Celina Murga se centra –otra vez– en la vida de un adolescente, y para narrar vagamente su argumento deberíamos trepar el árbol genealógico de su protagonista. Nicolás tiene un padre llamado Jorge, un influyente médico de Concepción del Uruguay. A su vez, el respetado doctor tiene dos familias: una real, a la vista de todos, y otra escondida, que nadie conoce. Acá se halla Nicolás, que en plena adolescencia está disgustado –también algo resignado– con tener un padre que aparece de a ratos, para alcanzar dinero o para regalar un televisor en un acto que parece más un trámite que un gesto de envolvente familiaridad. No hay conexión entre los dos y es evidente: los silencios construyen muros invisibles, elevados aun más por el desprecio que escupen sus miradas. En La tercera orilla, Murga y el guionista Gabriel Medina no deciden revolver el pasado de los

personajes sino permanecer en el presente. Ante sus próximas vacaciones, el doctor prepara a Nicolás para que se encargue de algunas tareas, como mantener en orden un campo en las afueras del pueblo y manejar las finanzas del centro médico donde trabaja. Y realmente no hay alternativas para el joven: estos no son pedidos, son obligaciones. Murga utiliza su tacto (cada vez más exquisito, más sensible) para encontrar el malestar del protagonista en los mínimos gestos que se revelan en su rostro. La cámara de Murga no mira disimulada a su personaje, lo enfrenta con respeto. Y encuentra en el debutante Alián Devetac ojos con una expresión poco frecuente: con la firmeza, la rebeldía y la furia propias de un animal salvaje herido pero con demasiado orgullo como para darse por vencido. Al igual que en Escuela normal –que es menos el registro de un año escolar en el siglo XXI que el regreso y la impasible mirada del adulto que alguna vez ha enero | marzo 2014 Pez dorado 63


Lo nuevo

recorrido los mismos pasillos, ocupado las mismas aulas–, la directora inhala y exhala el aire de lo cotidiano: la cámara pasea por las calles y recorre las rutas, camina por la ciudad y contempla el campo, se abre durante la agitación del día y se cierra durante la intimidad de

y que pueden satisfacer como solo lo hacen las películas que esconden estos pequeños y sensibles tesoros ocultos, ahí, en la imagen cinematográfica. En una secuencia –que no dura más de treinta segundos–, Murga resume lo que es sentir así de rápido, así de magnífico ese

karaoke. Todos los conflictos del personaje desaparecen, esfumados por la música y la letra de la canción de Charly García, y sin embargo, la escena se siente falsa porque su construcción de manual atenta contra el invisible tono documental que, hasta ese momento, mar-

la noche. Es un ojo que capta lo extraordinario que conforma nuestras existencias. En La tercera orilla, Murga proclama su lugar de pertenencia y esto se nota en las veces que se mueve libre, con la consciencia de quién transita territorios conocidos. Por esto mismo, la película se siente –especialmente en su primera mitad– tan natural con personajes que nunca parecen estar construidos en base a un guión: son menos protagonistas de La tercera orilla que desprendimientos de cualquiera de los adolescentes que circulan en Escuela Normal. Pero lo que se escabulle del primer plano de la cámara es lo más interesante en La tercera orilla. En ese sentido, el film está repleto de instantes mínimos, que duran segundos

choque frontal también llamado amor. Nicolás llega a su trabajo luego de haberse peleado con unos chicos en el colegio. La chica que trabaja con él –unos pocos años mayor– lo observa con atención y le hace notar algo de sangre seca que yace en sus labios. Son las fugaces pero intensas miradas, los diplomáticos pero directos diálogos y el silencioso pedido por la preocupación del otro lo que hace iluminar la única secuencia de la película que respira sin esa dificultad llamada adolescencia. Ante tanta delicadeza y sinceridad en los detalles, es una lástima que La tercera orilla caiga en secuencias tan artificiales como automáticas. En una de ellas, Murga muestra a Nicolás y a Andrea, su hermana, cantando “Rezo por vos” en un

caba el ritmo de la película. Los momentos menos interesantes –incluido su final algo perezoso– son aquellos que están obligados a obedecer –como nuestro héroe– los mandatos con los que se compromete. Este es un film que debería maquillar las marcas de su guión. Todo parece estar analizado en base a las personas y el ambiente que las rodea, no en las vueltas que da su argumento. Incluso la concentración de Murga no está focalizada en llevar a su película por caminos convencionales: se encuentra en los ojos llenos de rabia, en las palabras que se deslizan con odio, en la obligación y en la desobediencia, en las relaciones construidas sobre el desprecio. En definitiva, lo que nos hace humanos.

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Lo clásico

»Mateo Giménez«

La Celebración Demente Raising Cain Director: Brian De Palma Intérpretes: John Lithgow Lolita Davidovich Steven Bauer País de origen: EE.UU. Duración: 91’ Año: 1992

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omo una de sus split-screens, se puede dividir la obra de Brian De Palma en dos: las películas que hizo por encargo –con resultados casi siempre fascinantes– y las películas personales, aquellas donde sus obsesiones y pasiones están expuestas sin filtro alguno. En esta segunda categoría podemos encontrar a Raising Cain, la quintaesencia del universo depalmiano, con todo lo atolondrado, desatado e ingenioso que esto implica: un De Palma extra-brut que hace gala de un manierismo desbordado muy cercano a la autoparodia, una autoparodia paradójicamente cuidada que sólo llega a la demencia total en los segundos finales del filme, luego de haber recorrido los reglamentarios homenajes a Hitchcock y el intrincado laberinto de la autocita (Raising Cain es una especie de grandes hits depalmianos pero dispuestos a la manera de un álbum conceptual). Si todo quedara en el mero ejercicio de un atleta consagrado exhibiendo sus múltiples destrezas en una olimpiada de narración cinematográfica, se podría decir que a Brian lo poseyeron su habitual onanismo y su amor exacerbado por los excesos, y Raising Cain sería una de esas rarezas que adornan las videotecas de los enfermitos con remeras de los Thundercats y punto.


Lo clásico

Pero De Palma, además de un voyeur, un fetichista, un maniático y un megalómano, es un jodón que organiza todos los elementos que componen su película más descabellada como una verdadera fiesta en la que no faltan compinches juerguistas como Pino Donaggio,

fantil noruega que, por otra parte, parece que lleva 18 años muerto (¡¡!!)— los estudie y experimente con ellos a gusto y piacere; tarea nada sencilla si tenemos en cuenta que en el insípido Carter conviven tres personalidades más: el hijo de puta de Cain del título, el llorón

de ser vista con la más ceremonial de las seriedades. Raising Cain es la prueba fehaciente de que la bufonada y el virtuosismo pueden funcionar full-time sin necesidad de anularse mutuamente ni dejar que se diluya la tensión genuina que nos genera el filme. Un filme que, por

Gregg Henry, Steven Bauer y John Lithgow en el/los papel/ es de su vida además de la presencia altamente erótica –sin acudir al clásico desnudo femenino depalmiano– de Lolita Davidovich. Repaso la sinopsis y me río solo: el buen doctor Carter Nix secuestra niños para que su padre —una eminencia en el campo de la psicología in-

de Josh y la adorable Margo, prima hermana del Michael Caine de Vestida para matar. ¿Es Raising Cain una comedia? Sí y no. Obstinarse en rotularla con un género determinado es una tarea tortuosa que finalmente no conduce a nada. Si aquí tenemos una comedia no es una que transite los caminos habituales del humor sino una que deja la democrática posibilidad

más vueltero y caótico que nos parezca, no tiene ninguna escena gratuita: todas nos sumergen paulatinamente en el pantano de insanía que ocupa la cabeza del desaforado Lithgow. Un filme que finalmente desdeña con euforia cualquier objetivo que se aleje del placer por la forma cinematográfica pura. Un relato de un demente enfermo de cine.

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