Cocinarte

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Sobre un mesón pulcro, Verónica López pone una tabla de madera, elige minuciosamente su cuchillo para verduras y comienza a cortar, limpiar de venas y despepitar los rocotos con los que deleitará a su familia para el almuerzo. El acto lo repite con tal cuidado y precisión, que transforma una acción completamente rutinaria en un momento de meditación, balance y armonía. Y así, en silencio, la observo durante varios minutos sin ganas de arruinar un cuadro perfecto con preguntas. “Cuando empecé a cocinar no sabía nada, era pésima y todo me resultaba

mal”, me cuenta mientras remoja los rocotos en un tazón con agua caliente y sal para bajar el picante del ají. Me cuesta creerlo, sobre todo al ver lo bien equipada que está su cocina, con todo tipo de especies, implementos y libros de recetas increíblemente organizados. Verónica abre el refrigerador y saca la carne, la cebolla previamente picada, el ajo y el ají panca molidos con los que luego preparará el relleno. ¿Qué cocinaré? Nicolini le aconseja… - Ahí arriba, en la puerta derecha, libro amarillo. - Y este recetario tan antiguo, ¿qué es? Le pregunto mientras hojeo las páginas ya desgastadas y amarillentas por el paso del tiempo. Me percato de que cada hoja tiene anotaciones y estrellas que van del uno al cinco. Verónica, que ahora dora la carne molida junto a los otros ingredientes agregando sal,

pimienta, comino y una pizca de azúcar, me cuenta que es tradición en Perú regalar ese formulario básico. No hay casa que no tenga las recetas Nicolini que, está demás decir, son infalibles. “Con este libro me inicié en el arte de cocinar. Descubrí que solo al atreverme lograría el éxito, y así fue como una por una, preparé cada receta, siguiendo cuidadosamente las instrucciones. Descubrí que la comida podía ser algo más que ingredientes preparados, y hoy para mi es una adicción, un placer irrenunciable”, agrega. El relleno suelta un aroma exquisito, un perfume que combina el comino, el picante del ají y el dulzor del azúcar. A la jugosa mezcla que gorgotea en el sartén, agrega huevos duros picados, maní tostado y, sin vacilar, experimenta con zapallito italiano. “Vamos a probar qué tal va esto. Me gusta modificar las recetas, hacer de la cocina algo propio”,

comenta mientras saca dos muestras, una para ella y una para mí. Veredicto: El cielo. La consistencia tradicional combinada con la suavidad del zapallito, hacen del relleno un plato por sí solo, un guiso digno de repetir en todas las cocinas. - ¿Te das cuenta? Esto es cocina peruana: una combinación de raíces, cultura y experiencias que radican en sabores únicos y atrevidos. Concuerdo sin dudar, pero ¿cuál es el secreto? - Es simple. O te gusta, o no te gusta cocinar, al igual como te gusta o no te gusta coser. Yo no sé ni tejer ni nada por el estilo, pero la cocina me fascina. Es eso. Te tiene que nacer de adentro. Para mí, en particular, la cocina es el mejor jale que puede haber para la familia, así es que mi clave es el sazón, el gusto y la paciencia de saber que estás haciendo algo que luego podrás disfrutar.

Con el relleno listo, Verónica prepara los rocotos sobre una fuente previamente engrasada. En otro recipiente, desmenuza el queso paria y lo ablanda con un poco de leche y dos huevos ligeramente batidos. Estamos a tan solo 40 minutos de horneo para ver el resultado final, que sin duda debe ser increíble. El rocoto comienza a dorarse, envolviendo la cocina en un aroma que dilata las papilas gustativas de toda la casa. Pronto aparecen los comensales atraídos por la magia del plato que están por disfrutar. Verónica prepara, con la misma calma y precisión, una entrada de palta reina con camarones al pil pil. Pero esa es otra receta, una nueva experiencia, otra historia para atesorar.

Crónicas Culinarias

La cocina de Verónica: un pequeño templo gastronómico. Un ventanal ilumina la albahaca colgada sobre la cocina, que envuelve un rincón que bien podría ser una biblioteca culinaria, un santuario, un jardín botánico bajo techo o cualquier cosa, menos una simple cocina.


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