dificultaban las marchas de protesta y el boleo de piedra. Y si pensaban así era porque en ese momento la cosa con los universitarios era muy fuerte. Ellos constituían una fuerza muy cohesionada. Y el asunto de la piedra era de marca mayor. Era una cosa tan brava que una de esas pedreas le costó el puesto a Ignacio como consta en su hoja de vida y en la historia de la Universidad, pero ese es tema de otro capítulo. De todas formas esta segunda propuesta hubiera elitizado la Universidad porque hoy en día lo primero en lo que tendría que pensar la familia de un estudiante de Medellín y del Valle de Aburrá antes de la matrícula, sería en los costos del sostenimiento y en la necesidad de disponer de transporte particular, al estilo de muchas universidades privadas aquí en Colombia y en muchas partes del mundo que funcionan por fuera de los centros urbanos. A ello se agrega que la Medellín del presente sería una ciudad amputada por carecer en su entorno del más importante centro educativo de esta región del país. Por supuesto que con la Universidad en la región de oriente, Rionegro sería una zona muy distinta de la que es hoy.
construidas por la Alcaldía. Esta decisión nos dejó a mí y a Ignacio muy satisfechos. ¿Qué tal que hoy estuviéramos arriba en Rionegro? Es más, si hoy se fuera a tomar la misma decisión sería un error pensar en Rionegro. La Universidad Eafit compró allá y detrás de ella salieron muchas otras universidades a hacer lo mismo, pero ese boom de hace algunos años ya se acabó. —¿Cómo se concreta el proyecto una vez se tienen los terrenos? —Procedimos a hacer un esquema tentativo que me tocó hacerlo a mí como director de la Oficina de Planeación de la Universidad. Y digo que me tocó hacerlo a mí, no por vanidad, sino porque en ese entonces una oficina no tenía la burocracia que tiene hoy. Del esquema tentativo se pasó al plan director y a los diseños arquitectónicos de la Ciudad Universitaria. Como nunca quisimos crecer la burocracia vinculando por lo menos diez arquitectos a la Oficina de Planeación, Ignacio y yo estuvimos de acuerdo en que era mejor contratar los planos de detalle, siguiendo las pautas del plano general que ya estaba listo. En esta tarea acompañaron a la Universidad los arquitectos Raúl Bernal Arango, a quien designé como mi ayudante, Juan José Posada G., Ariel Escobar Llano., Raúl Fajardo Moreno, Augusto González y Édgar J. Isaza. Debo resaltar algo muy importante que incluso lo consignamos en un cuadernillo que publicamos en la década de los años sesenta y es que los estudios de la obra dieron paso al Plan General de Desarrollo y luego al programa de necesidades y al presupuesto tentativo. Fuimos conscientes de que había que salir a conseguir la financiación como primera medida, que ascendía a 131 millones de pesos, de los cuáles sólo había los 25 millones de la Asamblea de Antioquia. Entendíamos que si hay algo que encarezca las obras es empezarlas a construir sin tener toda la plata. Así fue como se acudió al Banco Interamericano de Desarrollo donde lo primero que nos pidieron fue un plan en el que se dieran a conocer los costos y la forma como iba a funcionar la Universidad en la Ciudad Universitaria. Ahí fue donde surgió el primer plan integral de desarrollo de la Universidad. Es importante resaltar el carácter de integral porque antes existieron planes parciales. Fue concebido a cuatro años. Con base en ese plan integral le mostramos al BID que la Universidad estaba dispersa en la ciudad y que para darle cumplimiento al proceso de transformación académica, administrativa y física, que tanto añoraba Ignacio, se necesitaban recursos de crédito internacional. Una vez definidas las áreas y el presupuesto se solicitó el empréstito que se consiguió fácil porque Ignacio tenía mucha influencia. Además Diego Calle Restrepo, ex ministro de Estado y luego gobernador de Antioquia y gerente de las Empresas Públicas de Medellín, que en ese momento estaba trabajando en el BID, nos ayudó muchísimo. Pero el préstamo nos lo otorgaron porque los gringos vieron que teníamos una buena organización y porque a partir del plan les quedó claro que estábamos bien enrutados no sólo en el aspecto físico de la Universidad sino en materia de reforma académica y administrativa. Eso fue clave porque en ese momento las universidades del país y de Latinoamérica eran muy desorganizadas.
—¿Y la tercera propuesta? —Era la de construir un campus urbano, ésa la impulsábamos quienes siempre hemos creído que la universidad no debe desprenderse de la comunidad y que a ella no hay por qué temerle, así los estudiantes se enojen y causen estragos. En las discusiones sostuvimos que la Universidad debe estar con la comunidad y al lado de ella. O, en palabras más exactas, debe ser el alma de la comunidad. El ejemplo más a la mano que esgrimíamos era el de la Sorbona que está en el corazón de París. Ignacio Vélez, que dicen que es de derecha, respaldaba plenamente esta propuesta. Él me decía con insistencia: la Ciudad Universitaria tiene que quedar en Medellín, tiene que ser un campus urbano. —¿Y el proceso para conseguir el terreno cómo fue? —La tarea que debimos emprender fue con el comité, que consideraba que en Medellín no había dónde. Así fue como reforzamos la búsqueda, aunque yo estaba seguro de que íbamos a encontrar un sitio apropiado pues al fin y al cabo me servía la experiencia de años atrás cuando concebí el Plan Director. Y en ese plan estaba decretada una amplia zona en la faja oriental del río Medellín para la construcción del Parque Norte. Estudiando y estudiando la cosa le echamos el ojo a ese terreno que se veía ideal por muchas causas: era tierra oficial, tenía facilidad de servicios y para muchas personas estaba en las afueras del centro y a la vez muy próximo a él. Cuando terminamos los estudios de suelos recibimos muchas críticas pues se argumentaba que el nivel freático era muy alto. Eso a la larga no ha sido un problema mayor aunque sí incidió por muchos años en los sótanos de la Biblioteca y del Teatro. Al tomarse la determinación de partir en dos aquel terreno, para la Universidad y el Parque Norte, se iniciaron entonces las gestiones de negociación con el Municipio que culminaron con la venta de 449.157 varas cuadradas. La negociación fue sustentada por medio del Acuerdo 78 del 9 de diciembre de 1964. La escritura la firmaron el 10 de junio de 1965. En ese acto quedó dicho que el terreno, situado aproximadamente a un kilómetro del centro de la ciudad, tiene innumerables ventajas tanto para la Universidad como para el desarrollo urbanístico de la ciudad. Y el tiempo nos ha dado la razón. Y más nos la ha dado con las obras para la cultura y la ciencia
—Hoy, cuarenta años después, nadie niega que la construcción de la Ciudad Universitaria se ejecutó mediante un proceso ejemplar. —Hay algo especial para mencionar: con la plata que
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