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Nº 661, UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA Medellín, febrero de 2017
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Confesión de un viejo faccioso arrepentido Refutación a Florentino González*
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o ha llegado hasta nosotros un óleo o un grabado, ni siquiera una prosopografía, que perpetúe las facciones de Marcelo Tenorio. Sabemos muy poco de su biografía, envuelta en un velo de misterio, como si el Destino se hubiera empeñado en hacer desaparecer del mapa no solamente el rostro del desdichado prócer sino hasta las mínimas evidencias de su paso por el mundo, salvo los escasos escritos que dio a la imprenta. Con todo, tomando datos de diferentes fuentes, es posible reconstruir algo de su itinerario vital: nació en Honda hacia 1793 y estudió en el Colegio de Nuestra Señora del Rosario, en Santafé, luego de presentar el examen de admisión en 1808. Se desempeñó en cargos públicos como juez del Tribunal de Vigilancia de la provincia de Mariquita (1812), primer regidor del cabildo de Honda (1814), gobernador y comandante general de la provincia de Mariquita (1819), administrador principal de correos en Honda (1855). Su filiación política con los republicanos desde muy joven le valió la persecución de los reconquistadores y, luego, su oposición a la dictadura de Bolívar y su alianza con los partidarios de José María Córdova le resultaron igualmente onerosas, hasta el punto de llevarlo al encarcelamiento durante varios meses en 1830. En medio de estas actividades, también fue comerciante y gran polemista, como
lo revelan los dos escritos compilados en este libro, que contienen la historia menuda vista por un contemporáneo de los hechos, y que asimismo muestran el carácter probo de un cronista que fue a la vez protagonista y testigo. El presente volumen hace parte de la Colección Narrativa/Patrimonio de la Editorial Universidad de Antioquia, y reúne por primera vez y en su versión integral los dos escritos más representativos de Marcelo Tenorio, el primero de los cuales, como prueba para los lectores de su talante de hombre público, comienza así:
Envuelto en las desgracias que por una fatalidad han afligido a mi patria casi desde el momento en que despertó del sueño profundo de tres siglos de servidumbre en que yacía, cumplo un deber satisfactorio para mí como granadino y padre de familia manifestando a mis conciudadanos la línea de conducta que me ha dirigido en las diferentes épocas de oscilaciones políticas que han conmovido el país, para que la opinión pública pueda juzgarme con la severidad o la indulgencia a que me haya hecho acreedor mi proceder, porque este es el único patrimonio que puedo legar a mis hijos en el último tercio de mi vida. La prensa no es libre en la Nueva Granada sino solamente para el desahogo de las grandes notabilidades que por su fortuna, talentos o servicios obtengan un alto rango en la sociedad; ella es el órgano por el cual puede hasta el último de los granadinos emitir sus sentimientos y justificar su conducta política ante el tribunal de la opinión, que es en los pueblos libres el más respetable de todos; y cuando la imprenta granadina ha crujido y cruje frecuentemente ocupada de polémicas puramente personales, las más de ellas desnudas hasta del respeto debido al público,
no se extrañará que un granadino desgraciado, víctima de los acontecimientos que más de una vez han afligido al país, rinda parte a sus conciudadanos de la parte que le ha tocado en ellos, con relación a la cosa pública. No se espere en este escrito el lenguaje de la elocuencia, los adornos de estilo brillante ni el prestigio del hábil escritor. Por defecto, empero, de estas cualidades, que casi siempre hacen todo el mérito de nuestras producciones tipográficas, hallarase verdad, franqueza y patriotismo, si se quiere, y quizá podrán sorprender tal cual vez algunas verdades desnudas y acaso desconocidas aun de los más instruidos en la historia del país. Pueda esta consideración salvarme de la justa censura que merece quien ocupándose solo de sí mismo se dirige al público con ridícula presunción. No pretenderé justificar los errores en que haya podido incurrir respecto de mis opiniones; permítaseme, no obstante, asegurar que en los que haya cometido no ha tenido parte mi voluntad sino mi entendimiento. Fragmento de Confesión de un viejo faccioso arrepentido - Refutación a Florentino González, de Marcelo Tenorio. Prólogo, compilación y notas de Humberto Barrera Orrego, Editorial Universidad de Antioquia, 2016.
Todo enfermo es un hombre
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Por JUDITH NIETO Profesora de la Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia.
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l arte médico, tan antiguo como el hecho de enfermar, y el afán de hallar sentido al porqué de la proclividad a la dolencia, han sido preocupaciones de los hombres de todos los tiempos y geografías, quienes han persistido en el afán de curar y de saber cómo intervenir la enfermedad y, en lo posible, alejarla de quien la padece. Esto explica por qué la enfermedad o el estado antinatural del hombre han colmado la preocupación de
pensadores y artistas de las más diversas tendencias y épocas. Basta volver a la literatura griega clásica, a palabras de estricto alcance poético, para encontrar en ellas la preocupación por la enfermedad y en especial, la inquietud constante por restablecer el estado natural del hombre: la salud. En tal sentido, en el prólogo a la obra La curación por la palabra en la Antigüedad clásica, su autor, Pedro Laín Entralgo, plantea que en el canto XII de La Eneida, por ejemplo, se lee: “Prefirió conocer las virtudes de las hierbas, y los usos de curar, y ejercitar sin gloria las artes mudas” (citada por Laín, 2005). Estos versos permiten leer la forma como Lapix trata de socorrer el cuerpo gravemente herido
de Eneas, sin el recurso de las palabras; solo con sus manos y con hierbas procura inútilmente sanar a su progenitor. Al final, es Venus quien asiste de modo decisivo a quien antes parecía morir. La presencia invisible y mágica de la divinidad alcanza aquello que no pudieron ni las manos ni los ungüentos del apurado hijo. Es importante notar que el verso “ejercer sin gloria las artes mudas” alude a la medicina como un arte que puede practicarse sin la necesidad de palabras. La medicina es, según Laín Entralgo, “arte muda”. La expresión puede tener una intención adversativa, en tanto hace apreciar la diferencia entre las habilidades silenciosas preferidas por Lapix y las destrezas sonoras en