Fábula inefable de la flauta y el fusil

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para sus adentros y la rabia le da fuerzas.) ¡Animo, Marcial! ¡Una batalla no hace una guerra, Marcial! OFICIALUNO — (Se ha acercado sonriendo al teniente. Una palmada en la espalda.) Bueno, Marcial; parece que la muchacha no está por ti, ¿eh? EL TENIENTE — (Serio.) ¿Quién ha dicho eso? No sólo está por mí, sino que además está ¡loca! por mí. OFICIALUNO — (Burlón.) No me digas. EL TENIENTE — Lo que ocurre es que conoce muy bien las reglas de este juego: una hembra que se precie, la futura esposa de un oficial, tiene que resistirse al acoso de su hombre aunque esté deseando echarse en sus brazos, como lo está ella. La partida de ajedrez no ha hecho más que comenzar, y todos sabéis que en el ajedrez y en el amor soy un maestro. (A un camarero que pasa.) ¡Soldado! EL SOLDADO CAMARERO — ¿Mi teniente? EL TENIENTE — (Coge otra copa de la bandeja.) ¡Limpia esa bandeja, inútil; has vertido toda la bebida! EL SOLDADO CAMARERO — A sus órdenes, mi teniente. (Se va.) OFICIALUNO — Marcial, debes tomártelo con más calma; hay muchas oficialitas que estarían dispuestas... EL TENIENTE — (Interrumpe.) ¡Y a mí qué me importan las demás! ¡Quiero a ésa! ¡A ésa! ¡Y la querré más mientras más se me resista! No pienso rendir mis armas hasta que me diga que sí. (Vuelve a beber toda la copa de un trago.) OFICIALUNO — ¿Y si nunca acepta casarse contigo? EL TENIENTE — Si se casa será conmigo, y si se empeña en decirme que no, no pienso consentir que ningún soldadito roñoso se me adelante. (Natural, enojado.) A esa rosa me la troncho yo; ¡lo juro por mi honor de oficial! (Cacarea un gallo a lo lejos.)

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