El extraño resplandor verde. L’étrange lueur verte, Jean Ray (1887-1964) I. El superintendente de Scotland Yard, Goodfield, viejo conocido de nuestros lectores, y sus inspectores Moriss y Briggs estaban de muy mal humor. Habían terminado una investigación en Epping, al nordeste de Londres; ya era de noche y su automóvil se había averiado. Examinaron inútilmente las vísceras metálicas de la máquina, pero ésta permanecía inerte. Sus manos estaban cubiertas por la grasa de los engranajes y heladas por la rápida evaporación de la gasolina que salía del depósito. Sus esfuerzos no servían de nada. La puesta en marcha hacía ruido durante algunos instantes, pero el coche no se movía más que la estatua de Nelson, por emplear la desabrida expresión de Goodfield. El contorno era siniestro: un gran descampado, algunas casas en ruinas cuyas rotas cercas estaban invadidas por hierbajos y, hacia el sur, la masa sombría del bosque de Epping. –Estamos buenos –gruñó el superintendente–. Por lo menos nos esperan tres millas de marcha a través del campo antes de llegar a las primeras casas, y eso tampoco nos servirá de mucho, puesto que a estas horas ya no encontraremos ningún tren que nos