PENUMBRIA - 30

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John miró el fregadero y oyó claramente la respiración de Laura a través de las tuberías. Con los ojos hinchados y los pelos de punta, se le ocurrió mirar en el agujero del triturador. De la oscuridad más absoluta apareció algo reconocible de forma fugaz. Un ojo lo miró fijamente, e incluso parpadeó a través del agujero. ―Jooooohn, no puedes hacerme esto e irte de rositas… ―la voz sonó endiablada. John saltó en mitad de un grito de horror y resbaló con la sangre del suelo hasta golpearse fuertemente en la nuca. Sus ojos se nublaron y quedó inconsciente unos segundos, mirando una esquina del apartamento. En el suelo, vio el anillo de boda de Laura en un rincón y se arrastró para cogerlo. ―Jooooohn, debiste enterrarme, cariño. Él se giró temblando al oír unos crujidos extraños tras de sí, como un montón de palomitas crepitando en el microondas. Lo que John vio en aquel instante no tenía ninguna explicación posible: una masa sanguinolenta y de forma cilíndrica salía del fregadero en mitad de montones y montones de flujos marrones. Entre toda aquella masa de carne que se asemejaba a un embutido y que se hinchaba como un soufflé, adivinó un ojo. Era un precioso ojo azul, como los de Laura. ―John, cariño, quiero que sepas… ―dijo la abominación con voz lánguida. ―¿Qué? ―balbuceó él entre lágrimas de horror. ―…que me has hecho mucho daño, y lo vas a compensar ―prosiguió el engendro―. Esto, cielo, es cosa de dos, y no es justo que pague yo el pato, ¿no crees? Aquello que decía ser Laura se abalanzó sobre John y utilizó por primera vez el triturador. Lo hizo sin miedo y en menos tiempo que John. Los ojos de él, mientras veía desaparecer su brazo izquierdo hasta la altura del hombro, se llenaron de salpicaduras de sangre hasta cegarlo por completo.

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