ver televisión, a tener sexo y a romper estas cartas que me escribo para recordarme que existe una conspiración.
honrar a la especie y al recuerdo de su antiguo
APNEA Nelly Geraldine García-Rosas
Dicen que la belleza de los abismos es tal que aterra y maravilla. Encontrarse frente a la incomprensible vastedad es una experiencia que enfrenta al ser humano con su propia extinción. Nada es más hermoso que internarse en la oscuridad del vacío y sentirse infinito. Por eso decidiste comenzar con
las
inmersiones, ¿verdad, Ofelia? Querías penetrar el abismo, mirarlo a los ojos. Las piscinas, con sus aguas claras y tibias, pronto dejaron de ser un reto para tus pulmones. Parecías hastiada bajo las aguas. Los 10 minutos más aburridos de tu vida: inmóvil, rodeada de buzos, pero nunca de oscuridad. Habías leído que cuando la humanidad aún habitaba la Tierra, los buzos practicaban la inmersión sin límites enfrentándose al mar y sus peligros con tal de llegar lo más profundo que sus cuerpos pudiesen soportar. Sin límites, Ofelia. Pero la Tierra es un lugar lejano. Parece no existir fuera de los telescopios. Nadie que haya estado ahí sobrevive para hablarte de las aguas azules, de los tranquilos seres que nadan en ellas. Porque dicen que aún hay peces en el tercer planeta. De
algún
modo
convenciste
a
tu
entrenador para “recuperar una maravillosa tradición”. ¿Fue lo que dijiste, que deseabas
hogar cubierto de tibias aguas y no del gélido metano líquido que vemos todos los días? ¿Fui el único en mirar tu sonrisa refractándose siniestra durante los 10 minutos más excitantes de
tu
vida:
inmóvil,
rodeada
de
preparándote para la helada inmersión
buzos, en el
lago Huygens? Hermosa
y
aterradora,
sublime.
Así
lucías con tu traje de supervivencia. Los ojos desorbitados y la extraña sonrisa detrás de la visera del casco. Tomaste el último aliento. Largo. Profundo. Desconectaste el oxígeno de tu traje y comenzaste a bajar enfrentando la presión que crecía sobre tus pulmones. Descendías.
Abrías
los
ojos
para
llenarlos de oscuridad. Sentías que tus oídos estallaban por dentro, que tus piernas se adormecían, que tu cuerpo estaba a punto de prenderse en llamas. Descendías. Los 200 metros
más
dolorosos
de
tu
vida
en
las
tinieblas. Cuando superficie
tu
emergiste
de
regreso
mirada
era
una
en
la
mezcla
desencajada de horror y asombro. Después te desmayaste sin perder la sonrisa. Pero los lagos de Titán pronto dejaron de ser aterradores, ¿verdad, Ofelia? Comenzaste a mirar al cielo como si tus ojos, acoplados al abismo, pudiesen atravesar las nubes siempre arreboladas y encontrar las estrellas que vemos ahora.
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