5 pasos en nuestro camino de cuaresma

5 pasos en nuestro camino de…..

Cuaresma que nos llevan al gozo.

La Cuaresma es un medio privilegiado que nos propone nuestra Madre, la Iglesia para vivir de una mejor manera la Semana Santa y la Pascua, es el sendero, el camino, pero no el objetivo, es sólo mediación, es sólo puente. No nos quedemos en el puente, que es sólo paso para llegar a la otra orilla.

Porque en ocasiones todo los buenos propósitos se terminan el día de la Resurrección. Acabada la Cuaresma, se acabó todo. Se acabó todo esfuerzo y todo proyecto de futuro de la renovación, de la conversión de nuestra vida.

Además que existe la trampa de quedarnos sólo en la parte del yo pecador sin ver la misericordia de Dios, es el momento de abrir nuestro corazón a la certeza de que, aunque seamos pecadores, somos

amados por Dios. Es también el tiempo para arrepentirnos de nuestros pecados y de cambiar algo de nosotros para ser mejores y poder vivir más cerca de Cristo.

La Cuaresma dura 40 días; comienza el Miércoles de Ceniza y termina antes de la Misa de la Cena del Señor del Jueves Santo. A lo largo de este tiempo, sobre todo en la liturgia del domingo, hacemos un esfuerzo por recuperar el ritmo y estilo de verdaderos creyentes que debemos vivir como hijos de Dios.

En la Cuaresma, Cristo nos invita a cambiar de vida. La Iglesia nos invita a vivir la Cuaresma como un camino hacia Jesucristo, escuchando la Palabra de Dios, orando, compartiendo con el prójimo y haciendo obras buenas. Nos invita a vivir una serie de actitudes cristianas que nos ayudan a parecernos más a Jesucristo, ya que por acción de nuestro pecado, nos alejamos más de Dios. Por ello, la Cuaresma es el tiempo del perdón y de la reconciliación fraterna. Cada día, durante toda la vida, hemos de arrojar de nuestros corazones el odio, el rencor, la envidia, los celos que se oponen a nuestro amor a Dios y a los hermanos. En Cuaresma, aprendemos a conocer y apreciar la Cruz de Jesús. Con esto aprendemos también a tomar nuestra cruz con alegría para alcanzar la gloria de la resurrección.

40 días La duración de la Cuaresma está basada en el símbolo del número cuarenta en la Biblia. En ésta, se habla de los cuarenta días del diluvio, de los cuarenta años de la marcha del pueblo judío por el desierto, de los cuarenta días de Moisés y de Elías en la montaña, de los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto antes de comenzar su vida pública, de los 400 años que duró la estancia de los judíos en Egipto.

CONVERSIÓN Entonces como Dios es misericordioso, nos regala este tiempo para convertirnos, pero, ¿qué es conversión? La Conversión significa que el alma se vuelve del pecado a Dios. El apartarse del pecado es el paso del arrepentimiento, y el volverse a Dios es el acto de fe mediante el cual la salvación se hace posible.

Muchos de los exegetas coinciden que cuando el Hijo prodigo decide regresar a la Casa del Padre, no esta 100% arrepentido, se podría decir que comienza el viaje de regreso por “conveniencia”, pero al ver al Padre, que sale a su encuentro, que lo abraza y que nunca a dejado de amarlo, es cuando verdaderamente se convierte, es decir, el amor de Dios es causa de nuestro arrepentimiento, cuando siento su amor es cuando me convierto y no viceversa.

La llamada a la conversión resuena en los momentos cruciales del Nuevo Testamento: al inicio de la predicación de Jesús: “Conviértanse y crean en el evangelio”; al inicio de la predicación apostólica, el día de Pentecostés la gente pregunta: “¿Qué hemos de hacer?” Pedro les contestó: “Conviértanse y que cada uno de ustedes se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de sus pecados; y recibirán el don del Espíritu Santo”. Pero no son estos los contextos que nos afectan más directamente a nosotros católicos. Nosotros hemos creído en el evangelio, hemos sido bautizados y hemos recibido el Espíritu Santo. Hay otro “¡conviértanse!” que nos afecta de cerca, el que resuena de manera especial dentro del Apocalipsis, este libro de la Biblia es un verdadero tesoro en este tiempo cuaresmal, porque no está dirigido a los no creyentes o a los cristianos recién convertidos, sino a personas que viven desde hace tiempo en la comunidad cristiana.

1ª paso en nuestra conversión “Sé fiel hasta el fin” Comencemos por la primera carta, la dirigida a la iglesia de Éfeso.

Observemos ante todo una cosa.

Jesús no comienza su discurso diciendo lo que no va bien en la comunidad. Esta carta, como casi todas las demás, comienza poniendo de relieve lo positivo, el bien que se hace en la iglesia: “Conozco tu conducta: tus fatigas y paciencia…

Tienes paciencia: y has sufrido por mi nombre sin desfallecer” (Ap 2, 2). Es decir, Jesús nos conoce perfectamente, sabe en lo que fallamos, conoce perfectamente nuestros pecados, pero también conoce los esfuerzos realizados por cada uno de nosotros, así como el Padre del hijo pródigo conocía todas las dificultades pasadas por su hijo.

Posteriormente aparece el llamamiento a la conversión: “Pero tengo contra ti que has perdido tu amor de antes. Date cuenta, pues, de dónde has caído, arrepiéntete y vuelve a tu conducta primera”. El llamamiento a la conversión, nos lleva en primer lugar a ser conscientes de nuestras faltas, no podemos arrepentimos de aquello que no conocemos; y después toma el aspecto de una vuelta al amor por Cristo. ¿Quién de nosotros, católicos, no recuerda con conmoción el momento en que nos dimos cuenta de ser amados y llamados por Dios, el momento la primera comunión, de la profesión para los religiosos, cuando nació nuestro hijo, aquella oración especial, cuando nos sanó, ayudó? Recordar el paso del Señor en nuestras vidas, recordar todo lo que nos ha dado.

“Por esto te recomiendo que reavives el don de Dios” (2 Tim 1,6) El término griego de “reavivar” sugiere la idea de soplar un fuego para que vuelva a arder, volver a encender la llama. Podemos decir que la Cuaresma es aquello que nos sopla, para reavivar nuestra relación con Dios.

De la carta a la iglesia de Éfeso tomamos por tanto la apremiante invitación a volver a encontrar el amor y el fervor de un tiempo. A ejemplo del hijo prodigo, recordamos y sentimos la necesidad de volver a encontrar el amor de Padre, la alegría sentida al vivir en su casa.

Otro componente de la conversión lo encontramos en la carta a la iglesia de Esmirna (también en el Apocalipsis). Aquí, Jesús pone ante todo a la luz lo positivo: “Conozco tu tribulación y tu pobreza…”, nos conoce y no se escandaliza, pero sigue en seguida la llamada: “Mantente fiel hasta la muerte y te daré la corona de la vida”.

La palabra fidelidad tiene dos significados fundamentales. El primero es el de la constancia y la perseverancia; el segundo, es el de la lealtad, el respeto a las normas, lo opuesto a la infidelidad, el engaño y la traición.

A esta fidelidad se opone a la traición de la confianza de Cristo y de la Iglesia, la doble vida, el descuido de los deberes. El hijo prodigo hizo un largo camino hasta llegar al Padre y para terminar el viaje tuvo que ser fiel y perseverante.

Recordemos que "Es el mismo Verbo quien te grita para que vuelvas".

2ª paso en nuestra conversión “Se ferviente y arrepiéntete” La carta a la iglesia de Laodicea, comienza con un tono severo: “Conozco tu conducta: no eres ni frío ni caliente… puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca… Sé, pues, ferviente y arrepiéntete” (Ap 3, 15 s).

Yo creo que la tibieza es una de las cosas que más debilita a la persona, ya que el tibio no está ferviente por el Señor. Su corazón no está encendido de amor por Él, además de que la tibieza nos impide arrepentirnos ya que, la imagen que tiene de sí mismo es enteramente diferente a la que el Señor tiene de él. Entonces, mientras que el Señor lo ve “desventurado, necesitado, pobre, ciego y desnudo”, él se ve a sí mismo como rico, que no tiene necesidad de nada. El enfoque de su interés no es el Señor y Su opinión, sino sí mismo. “Yo soy rico, y me hecho de dinero” dice, no necesito ir a misa siempre, voy cuando me nace. Para el tibio, Jesucristo era probablemente su Señor, y lo confesó

como tal, alguna vez en el pasado.

Sin embargo, Hoy Él no es su Señor, su Dios. Su dios hoy es más bien sí mismo.

No obstante, como Mateo 16:24-25 dice: no estamos mal, para cambiar, no estamos bien, para continuar así, y en algunas ocasiones es más fácil correr a refugiarse en la tibieza que tomar una opción.

Porque la tibieza nos lleva al desinterés, a no comprometernos a no cambiar. Por eso la Iglesia nos propone un tiempo, para un saludable examen de conciencia, y reconocer que nos hace falta el calor de Dios, nos da el tiempo de arrepentirnos y ser fervientes.

3ª paso en nuestra conversión: “He aquí que estoy a la puerta y llamo” Pero también la severa Carta a la iglesia de Laodicea, como todas las demás, es una carta de amor.

Termina con una de las imágenes absolutamente más conmovedoras de la Biblia y de mis favoritas: “Yo a los que amo, los reprendo y corrijo… Mira que estoy a la puerta y llamo”.

Durante mucho tiempo había visto como una llamada de Jesús desde afuera, pero en nosotros católicos, Cristo no llama para entrar, sino para salir. Cuando se trata de la primera conversión, de la incredulidad a la fe, o del pecado a la gracia, Cristo está fuera y llama a las paredes del corazón para entrar; cuando se trata de sucesivas conversiones, de un estado de gracia a otro más alto, de la tibieza al fervor, sucede lo contrario: ¡Cristo está dentro y llama a las paredes del corazón para salir, para amar, para que seamos su instrumento!

Es decir, en el bautismo hemos recibido el Espíritu de Cristo; somos templos del Espíritu Santo, mientras que no sea expulsado por el pecado mortal. Pero puede suceder que este Espíritu acabe por ser prisionero en el corazón de piedra que se le forma alrededor. No tiene la posibilidad de expandirse, por las facultades, las acciones y los sentimientos de la persona. Cuando leemos la frase de Cristo: “Mira que estoy a la puerta y llamo” (Ap 3, 20), deberíamos entender que él no llama desde el exterior, sino del interior; no quiere entrar, sino salir, salir para amar.

San Pablo dice que Cristo debe ser “formado” en nosotros (Ga 4, 19), es decir, desarrollarse y recibir su plena forma; este desarrollo es el que en ocasiones podemos impedir por la tibieza y por el corazón de piedra.

Ciertamente en la mayoría de nosotros, Cristo no está aprisionado dentro de una coraza, sino, es libre de moverse, pero dentro de límites bien precisos. Esto sucede cuando se le da a entender lo que puede pedirnos y lo que no puede pedirnos. Oración sí, pero que no comprometa el sueño, el descanso, la sana información, mis horas en Internet; obediencia sí, pero que no se abuse de nuestra disponibilidad, de mi tiempo libre, de mis deseos; castidad sí, pero no hasta el punto de privarnos de algún espectáculo o película; pobreza si, pero sólo dar limosna, nada que no meduela; perdón si, pero no al punto de olvidar… En resumen, el uso de medias tintas.

El la historia de la santidad el ejemplo más famoso de la primera conversión, la del pecado a la gracia, es san Pablo, Jesús lo llamó desde afuera y se convirtió de perseguidor a apasionado apóstol; el ejemplo más instructivo de la segunda conversión, la de la tibieza al fervor, donde Jesús toco desde afuera es santa Teresa de Ávila, era una religiosa que no vivía una buena relación con Dios, el resultado de este estado era una profunda infelicidad: “Caía y me levantaba, y me levantaba tan mal que volvía a caer. Estaba tan abajo en términos de perfección que casi no llevaba cuenta de los pecados veniales, y no temía los mortales como hubiese debido, porque no huía de los peligros. Puedo decir que mi vida era de las más penosas que se puedan imaginar, porque no gozaba de Dios ni me sentía contenta del mundo. Cuando estaba en los pasatiempos mundanos, el pensamiento de los que debía a Dios me los hacía transcurrir con Dios; y cuando estaba con Dios, me turbaban los afectos del mundo”.

Fue la contemplación del Cristo de la pasión lo que dio a Teresa el empuje decisivo para el cambio que hizo de ella la santa y la mística que conocemos. Es el sentido de la Cuaresma, conocer el gran amor de Jesús que lo ha llevado hasta la Cruz y nos a salvado y perdonado, contemplemos la Cruz, porque es contemplar el gran Amor que Dios no ha tenido.

4ª paso en nuestra conversón: “Cuando el Maestro me toca, puedo sanar” En este paso les recomiendo ver el Video “El toque de la mano del Maestro”, donde podemos ver como Dios, nuestro creador, es quien conoce verdaderamente nuestro valor, quien nos recata y nos sana, porque nuestros pecados son heridas y es él quien nos cura y nos convierte, pero lo hace de una manera muy suave, la mano de Dios no transgrede.

http://www.youtube.com/watch?v=DCBPUsdsZA4

5ª paso en nuestra conversón: “¡Quiero esperar el gozo!”

La Cuaresma sin la Pascua no tiene sentido, por eso es necesario que vivamos este tiempo también con esperanza, de sabernos salvados por Cristo. Para este paso miremos la respuesta de Dios al profeta Jeremías. Dios hace a su profeta convertido promesas que adquieren un significado particular si son leídas como dirigidas a nosotros: “si sacas lo precioso de lo vil”, es decir, si sabes distinguir lo que es esencial de lo que es secundario en tu vida, si prefieres mi aprobación a la de los hombres; “serás como mi boca”. “Que ellos se vuelvan a ti, y no tú a ellos”: será el mundo el que busque tu favor, no tú el del mundo; pelearán contigo, pero no te podrán ganar, pues contigo estoy yo” (Jr 15, 19-20).

Pero Jeremías esta desconsolado: “Yo soy el hombre que ha visto la miseria bajo el látigo. Y mi alma ha sido privada de la paz, he olvidado la felicidad. Digo, pues: Ha perecido mi vigor, y mi esperanza que venía del Señor” (Lm 3, 1-18). Pero en este punto es como si el profeta tuviese una reflexión; se dice a sí mismo: “Esto resolveré en mi corazón, por ello esperaré: Que el amor del Señor no se ha acabado, ni se ha agotado su ternura; cada mañana se renuevan: ¡grande es tu lealtad! ¡Mi porción es el Señor, dice mi alma, por eso en él espero!”.

Y desde el momento en que toma la decisión “¡quiero esperar!”, el tono cambia y de triste lamentación se convierte en confiada espera de restauración: “Bueno es

el Señor para el que en él espera, para el alma que le busca. Bueno es esperar en silencio la salvación del Señor.

Este esperar gozoso que vivimos cuaresma, se fundamenta en convicción de saberse amados, que Dios nos da una esta etapa cuaresmal, estos cuarenta días para “sanarnos”, “curarnos”, porque, qué son los pecado, sino heridas que necesitan ser curadas, como la oveja perdida y el hijo prodigo. Tenemos un tesoro de vida y de amor. Es una respuesta que cae en lo más hondo del ser humano y que puede sostenerlo y elevarlo. Es la verdad que no pasa de moda, que no es lo mismo cada año, porque es capaz de penetrar allí donde nada más puede llegar. Nuestra tristeza infinita sólo se cura con un infinito amor.

Pero es necesario conocer esta esperanza en el gozo por experiencia propia, de que no es lo mismo haber conocido a Jesús que no conocerlo, no es lo mismo caminar con Él que caminar a tientas, no es lo mismo poder escucharlo que ignorar su Palabra, no es lo mismo poder contemplarlo, adorarlo, descansar en Él, que no poder hacerlo. La Cuaresma será una vuelta a Cristo, una renovación de nuestra amistad con él, esperar en Dios, en su amor y recordar la invitación de Cristo: “Vengan a mi, todos que están cansados y agobiados y yo los aliviaré”, estaba dirigido, en primer lugar, a quienes tenía alrededor suyo y hoy a nosotros.

“Vengan a mi y encontrarán descanso”.

Cambiemos por tanto la protesta inicial de Jeremías en acción de gracias: “Gracias, Señor, porque un día me sedujiste, gracias porque nos dejamos seducir, gracias porque nos das la posibilidad de volver a ti y nos reprendes tras cada tentativa de fuga; por darnos el puente la Cuaresma, para llegar al gozo de la Pascua, gracias por tocar a nuestras puertas ya sea por fuera o por dentro. ¡Gracias por amarnos!

Alegría de Dios Les recomiendo que en esta época lean el capitulo 15 del Evangelio de san Lucas, donde se relatan las 3 parábolas de la misericordia, “La oveja perdida”, “La moneda perdida” y el “Hijo Prodigo”, estas nos ayuda a entender de mejor manera lo que es la Cuaresma, el pasaje comienza diciendo: «Solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: "Ése acoge a los pecadores y come con ellos". Entonces Jesús les dijo esta parábola...» (Lc 15, 1-2). Es sabida la acogida que Jesús reserva a los pecadores en el Evangelio y la oposición por parte de los defensores de la ley. Y es más Jesús dice: «No he venido a llamar a los justos,

sino a los pecadores» (Mc 2, 17). Sintiéndose por Él acogidos y no juzgados, los pecadores le escuchaban gustosamente. Es decir a pesar de nuestros pecados, es necesario acercarnos a Dios.

Jesús no niega que exista el pecado y que existan los pecadores. El hecho de llamarles «enfermos» lo demuestra. A los pecadores que se acercan a Él, les dice: «Vete y no peques más»; no dice: «Vete y sigue como antes».

Hay un elemento común que une entre sí las tres parábolas de la oveja perdida, de la moneda perdida y del hijo pródigo, ¿Qué dice el pastor que ha encontrado la oveja perdida y la mujer que ha encontrado su dracma? «¡Alegraos conmigo!». ¿Y qué dice Jesús como conclusión de cada una de las tres parábolas? «Habrá más alegría en el cielo por un pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión».

En lo que coinciden las tres parábolas es la alegría de Dios. En el Evangelio, la alegría se desborda y se convierte en fiesta. Aquel padre no cabe en sí y no sabe qué inventar: ordena sacar el vestido de lujo, el anillo con el sello de familia, matar el ternero cebado, y dice a todos: «Comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido hallado».Tal vez alguno, al vivir esta Cuaresma, decida dar por fin a Dios un poco de esta alegría, brindarle una sonrisa y ocasionar una gran fiesta en el Cielo.