Quo Vadis, Aida – Bram escolar

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FITXA TÈCNICA:

Quo Vadis, Aida? (Bòsnia Herzegovina, 2020).

Durada: 104 minuts.

Direcció: Jasmila Zbanic. Guionista: Jasmila Zbanic

Productor: Jasmila Zbanic i Damir Ibrahimovich Música: Antoni Lazarkiewicz

Fotografia: Christine A. Maier Muntatge: Jaroslaw Kaminski

Sinopsi:

L’Aida treballa a les Nacions Unides com a traductora, a la petita ciutat de Srebrenica. Quan l’exèrcit serbi ocupa aquest municipi, la seva família es troba de sobte entre els milers de persones que busquen refugi. A través del seu ofici, l’Aida participarà en les negociacions i això farà que tingui accés a informació important.

Distingida com la Millor Pel·lícula en els Premis del Cinema Europeu (2021)

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vadis, Aida?

Quo vadis, Aida? Bram

RECULL D’ARTICLES:

'Quo vadis, Aida?': un 'thriller' nerviós sobre la massacre xenòfoba de la Guerra de Bòsnia, Paula Arantzazu Ruiz, Diari Ara

Film nominat a l'Oscar sobre els dies en què l'ONU va permetre que 8.700 musulmans fossin exterminats pels serbis a Srebrenica

No és casualitat que Quo vadis, Aida? arrenqui amb la infame frase “No dispareu al pianista” que va pronunciar Thomas Karremans, comandant de la Dutchbat –el batalló neerlandès de l'ONU desplegat a Srebrenica per vetllar pels civils durant la Guerra de Bòsnia– quan l’alcalde d’aquest enclavament va demanar-li ajuda. Els serbis estaven a punt de prendre per la força la ciutat, tot i l’acord internacional de no fer ús de les armes a l'àrea, i Karremans es rentava les mans de qualsevol responsabilitat. La inoperància de les organitzacions internacionals va permetre la neteja ètnica de més de 8.700 bosnians musulmans a mans dels serbis, un genocidi encara no prou conegut del qual ens parla el film de Jasmila Zbanic.

Més enllà de si l’espectador coneix aquests tràgics fets, l’agitada interpretació de la protagonista, l’Aida del títol –una mestra que treballa com a traductora a les instal·lacions de l’ONU a la zona–, ens avança el destí dolorós del qual no pot fugir. És significatiu que Zbanic utilitzi com a vehicle narratiu una traductora, sobretot perquè l’obra aborda un moment de la història en què les paraules van ser i són encara insuficients per entendre una violència que va esquitxar Europa de dalt a baix. En tot cas, la metàfora perd força a mesura que Zbanic, amb l’objectiu d’impactar, cedeix terreny al thriller de supervivència i a la recreació fidedigna.

Crítica de ‘Quo Vadis, Aida?’: un ultimàtum sense sentit, Quim Casas, El Periódico

El film aborda la passivitat dels cascos blaus a Srebrenica a través dels ulls de la la dona bosniana traductora per a l’ONU

En la seva pel·lícula anterior, el documental ‘One day in Sarajevo’, la realitzadora bosniana Jasmila Zbanic va intentar donar explicacions plausibles a una de les primeres tragèdies balcàniques, la que va desencadenar la Primera Guerra Mundial: l’assassinat de l’hereu al tron de l’imperi austrohongarès.

A ‘Quo Vadis, Aida?’ apel·la a la ficció, a partir de fets reals dramatitzats, per parlar d’una altra tragèdia encara punyent: en el context de la cruenta guerra dels Balcans, els habitants de la localitat de Srebrenica pateixen la violència de les tropes sèrbies davant la passivitat dels representants de l’ONU, aquests cascos blaus que estan en tots els conflictes bèl·lics però mai poden fer res per aturar la barbàrie. Aquest és un dels temes que recorre la pel·lícula. El comandant de les tropes de l’ONU desplegades a la zona pregunta de què serveix un ultimàtum si no es compleix. L’alt cap ha ordenat el general serbi Ratko Mladic que no entri a Srebrenica, però les seves tropes arriben, entren i afusellen. El comandant continua fent-se la pregunta.

Convé no fer enfadar els serbis, li contesten. Tot el relat és contemplat des del punt de vida de l’Aida, la dona bosniana que serveix de traductora per a l’ONU. L’escepticisme que envaeix a poc a poc la història –és així, per molt que sapiguem que aquests fets van passar realment– és el seu, la desconfiança en l’espècie humana. El film resulta una cosa tòpica en la forma de presentar uns i d’altres, però també té elegants solucions de posada en escena que fan més aterridora, si és possible, l’expressió de la violència.

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Una negociación sin aval, Álvaro Gonda Romano

Aida es una traductora que trabaja para la ONU en una base militar de refugiados de la región bosnia de Srebrenica. La llegada de las tropas serbias será uno de los detonantes para una angustiante peripecia en el intento de salvar a su familia.

El drama, basado en hechos reales, va generando un in-crescendo hacia un estado de tensión caracterizado por la desesperación de la protagonista en su intento de proteger a quienes quedan expuestos por no pertenecer al organismo internacional.

Una espléndida labor de Jasna Duricic en el papel de Aida. El despliegue de un liderazgo restringido, a partir del cual se las ingenia en la generación de permanentes alternativas, para un juego cerrado que evita todo tipo de filtración a las reglas, cuando de un pueblo desarmado se trata. La dualidad de criterio es expresión de tensiones que la actriz sabe canalizar muy bien en un rostro expresivo, lo adusto denota la presencia de una sensibilidad responsable, pero por sobre todas las cosas, comprometida con el cuidado de los suyos.

Los primeros planos se cargan de sentido desde el silencio, en espera lenta y preocupante la cámara transita un paneo suave sobre los personajes para cortar y posicionarse en un plano pecho que avanza en un acercamiento extremadamente lento hacia el rostro pensativo de Aida. Ya tenemos mucha información acerca de lo que vendrá, pero lo sabremos a medida que avanza el guion. De aquí se salta a la negociación en un clima que insinúa cierta inseguridad, desde una posición clara, aunque dudosa a la vez. El Coronel Kaliman es “el pianista”, solo toca la pieza compuesta por otros, un títere sin potestades, la neutralidad para la protección del débil irá transformándose en colaboración con la guerrilla solo por la lógica de los hechos. La fuerza no es vencida por la inacción, siempre existe una toma de partido, aunque no se pretenda, la colaboración con uno de los bandos ya está dada. Momentos de decisiones urgentes, con escasez de recursos, impulsan la ruptura y conducen a la catástrofe.

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La película nos contacta con la fragilidad de estructuras militares cimentadas en la defensa de una paz que, sin el uso de la fuerza, se transforma en ideal. Una caricatura de la ONU, embretada por una cadena de mandos que se esfuerza por conservar la imagen, insostenible por ausencia de rigor lógico en sus acciones. Una contradicción, generada por contradicciones propias, expone a los civiles al genocidio.

“Srebrenica se transforma en un gran altar” hacia el que los tanques se dirigen en busca de un gran sacrificio que procurará tranquilizar a las tropas serbias. Es un plano inicial donde el sol brilla entre ramas endebles que no logran ocultarlo, su presencia cede ante el cañón de un tanque, que avanza sustentado sobre firmes orugas expuestas en un plano detalle a través de un casi imperceptible travelling. Transitan por un descampado apisonando todo material que se encuentra a su paso, presagio de lo que se viene. Mladic tiene el poder, nada lo contiene, los tanques se mueven, no hay barreras, el avance parece no detenerse, el sol es aliado del ejército serbio; no existe un nuevo día para los habitantes de Srebrenica.

Las fuerzas se expanden sin obstáculos, mientras los cascos azules se sumergen en inestables discursos carentes de credibilidad. La contraposición de escenas nos pone sobre aviso desde el comienzo, los dados están echados, se viene lo peor. La imagen nos sugiere dos posturas, una mediada por la realidad de la acción en territorio, con planos en exteriores y la otra, con planos y contraplanos en interiores, denotativa de un intercambio estéril desde la inacción de lo mental, ya no especulativo, sino rayano en la creencia sustentada por deseos. Es el otro sentido del “altar”, la fe en la veracidad de una información “oficial” que nunca se concreta en los hechos. Por otra parte, las milicias serbias están con sus tanques firmemente afianzados sobre la tierra y avanzan sin detenerse. Dos mundos opuestos en juego: la realidad de la acción bélica concreta versus la fantasía de posibles ataques aéreos de dudosa credibilidad. Así comienza Quo Vadis, Aida? Zbanic esboza la problemática de entrada y sin escatimar en la utilización de símbolos arraigados en la naturaleza y la religión. Le bastan solo algunos minutos para desplegar la cuestión sin ambages, aunque de manera exquisita y sutil.

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Una visión cruda y desidealizada que prioriza la realidad concreta, con un manejo del tiempo en términos de desplazamiento que brinda márgenes acotados a la toma de decisiones, la duda no tiene cabida, la posposición se vuelve imposible. Las acciones mandan, todo el tiempo suceden cosas, hay que resolver, la vida está en juego.

La bondad y la maldad se entremezclan en apariencias carentes de sentido real, la manipulación es promovida por circunstancias que no propician opciones, no obstante, las formas deben cuidarse, so pena de multiplicar los conflictos, un “como si” que atraviesa la realidad para que los resultados cierren en un aparente “buen obrar”. Demostración cabal de que muchas veces los hechos limitan la razón, tanto concebida en términos “éticos” como de pura y simple instrumentalidad práctica. El margen de error se expande para transformarse tanto en algo evidente como inevitablemente lógico. Un callejón sin salida que absuelve a sus protagonistas y los sitúa bajo el marco de contradicciones insalvables, donde lo divino es equiparable a la negligencia humana, por intermedio de una flota aérea que oficia de salvación. Aunque, solo como posibilidad, la persistencia de la comunicación recuerda a la insistente oración del moribundo sometido a los poderes del destino y sin incidencia concreta.

No es cuestión de cristianos contra musulmanes, es lógica de posibilidades de situación sacralizadas en metáfora divina, demostración de significados que impregnan la vida misma, más allá de acciones explícitas diferenciadas como pertenecientes a un campo sacro, solo accesible a los fieles por derecho. Aida se transforma en bisagra resolutiva, motor de acción que, en el afán de mantener a flote a los suyos, en cualquier momento puede naufragar. Imprime movimiento a la vorágine de sucesos que las autoridades militares simulan controlar. El naufragio sobrevendrá y las decisiones deberán ser tomadas en medio de un cuidado de las formas que no resiste a la evidencia. La ONU se transforma en un organismo negligente, y sus autoridades más próximas al terreno deben embarrarse y a la vez mantener la compostura frente a una autoridad menguada por los sucesos.

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Para interesados en la historia y los horrores de la(s) guerra(s).

Mirito Torreiro, Fotogramas

En el introito de su abrumadora, fundamental novela La hija del Este, la mejor escrita en España sobre las guerras balcánicas, Clara Usón utiliza una frase del general serbio-bosnio Ratko Mladic, que este carnicero sin entrañas llevó a la práctica con crueldad indesmayable: ‘Las fronteras se han trazado siempre con sangre’. Personaje imprescindible del drama que recrea la película de Zbanic, Mladic construyó su fama sobre la masacre de Srebrenica, operación de limpieza étnica llevada a cabo bajo la paralizada mirada de las tropas holandesas de la ONU. Aida (impresionante Djuricic) es una maestra y traductora al servicio de esas tropas, pero el principal acierto del film es no hacer de ella un personaje épico: es solo (y tanto) esposa y madre, de ahí que sus esfuerzos se encaminen, en medio de los abusos serbios, a salvar a su prole: madre coraje, sí, pero también (comprensible) egoísta que pelea por los suyos. Este dato no es menor en una película que está mostrando la masacre de una comunidad, pero ni con esas logramos despegar la mirada, y desplegar el juicio moral, del hipnótico deambular de Aida de militar en militar, siempre en pos de una acreditación que salve vidas. Entre tanto, los momentos del siniestro avanzar serbio colocan al espectador en el odioso papel del voyeur que asiste, angustiado, a una carnicería que sabe inevitable.

Poderosamente humana, la película ilustra con especial precisión los terrores, abyecciones y sufrimientos de una comunidad inerme ante un ejército cruel y muy superior. Un gran abatimiento sobrevuela toda la película, y tiene que ver con la candidez de muchos bosnios ante sus verdugos, la inhumanidad de estos, la impasible frialdad de algunos mandos militares europeos, el propio egoísmo de la protagonista. Con su tono seco, su fotografía sucia y la denuncia de cómo quedaron las cosas después del horror, Quo vadis, Aida? se inscribe en la mejor tradición del cine de denuncia sobre la eterna herida abierta que siguen siendo los Balcanes.

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The submission by Bosnia-Herzogovina for this year’s international feature Oscar is a slow-burn drama with a palpable sense of growing dread, set during the Srebrenica massacre of 1995. More than 8,000 Bosnian Muslims were murdered by units under the command of General Ratko Mladić, now facing a life sentence having been convicted of crimes against humanity. Yet if that makes Quo Vadis, Aida? sound like an unbearably tough prospect, be reassured that in the hands of writer-director Jasmila Žbanić, who won a Berlin Golden Bear for her 2006 debut feature, Grbavica, this horrifying tale is lent a profoundly human heart, ensuring that we keep on watching, a notable achievement for a movie that is centrally concerned with the spectre of looking away.

Jasna Đuričić, feted for her role in 2010’s White, White World, is utterly convincing as Aida, a translator working at a UN base near Srebrenica, who sees first hand the failure of peacemakers to prevent an unfolding catastrophe. “Will anyone in the world witness this tragedy, this unprecedented crime?” pleads a voice on a radio. Yet it’s clear that, despite being an alleged “safe zone”, nobody is ready or willing to protect this area. Instead, thousands are forced to flee to the UN encampment, where the Dutch authorities promptly close the gates on thousands more.

Having struggled to get her husband and sons in under the wire – an early indication of future conflicts of interest – Aida is forced to maintain an outward appearance of calm as Mladić (played with an air of reptilian contempt by Boris Isaković) engages in a grotesque pantomime of “negotiations”, commanding a camera crew to record his actions as he promises “the safety of all innocent people”. Meanwhile, his forces enter the camp, handing out bread and chocolate in a chilling scene to which Žbanić lends quietly apocalyptic undertones.

From the biblical allusions of the title to a scene in which Aida climbs up to survey the lost tide of humanity before her, our anguished heroine is cast in a role that evokes both the wilderness of exile and the burden of tortured responsibility. Time and again, cinematographer Christine A Maier’s cameras capture her rushing through the labyrinth of the camp, frantically attempting to save her own family (the tension is amplified by Jarosław Kamiński’s taut editing) while simultaneously dealing with the wider disaster that she cannot prevent. Meanwhile, flashbacks to a party in happier times sit alongside present encounters with former neighbours turned tormentors, lending pointed emotional weight to unfathomable horrors.

There’s a hint of Terry George’s Hotel Rwanda in the understated evocation of an approaching atrocity, the sense of something terrible playing out in full view of a world that does nothing. Both films manage to balance the enormity of dreadful historical events with the emotional specificity of individual stories, allowing the audience to engage even as they are appalled and outraged. Inspired by the book Under the UN Flag: The International Community and the Srebrenica Genocide by Hasan Nuhanović, Žbanić crucially describes her film as portraying the “courage, love and resilience” of “a woman caught in a male game of war”, and dedicates it to “the women of Srebrenica and their 8,372 killed sons, fathers, husbands, brothers, cousins, neighbours…”

“Now you will see the real film,” says a soldier just before one discreetly devastating sequence from which the camera slowly withdraws. Yet like the unblinking closeup that concludes the deeply moving (and ultimately redemptive?) epilogue to Quo Vadis, Aida?, Žbanić’s powerful and personal film keeps its eyes wide open.

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