Pantallas
PANTALLAS Miércoles, 18 junio 2014 Cultura|s La Vanguardia 24
‘Sólo los amantes sobreviven’ El director Jim Jarmusch relata, a partir de la historia de amor de dos vampiros incólumes ante el paso de los años, los restos de un mundo que se erosiona y se desvanece
Héroes de la obsolescencia PAULA ARANTZAZU RUIZ
En un Detroit de casas abandonadas, de postindustria y óxido, Adán y Eva, los vampiros protagonistas de Sólo los amantes sobreviven, el nuevo trabajo de Jim Jarmusch, deciden dar una vuelta por la excapital mundial del automóvil circulando en coche. Ella, interpretada por una albina Tilda Swinton, acaba de aterrizar directamente de Tánger y se queda sorprendida ante el vacío que domina la urbe, apenas habitada por algunos pocos humanos y por su amante, Adán (Tom Hiddleston), quien le replica para su asombro que, en efecto, “todo el mundo se ha marchado” de Detroit. Ya no queda nada ni nadie, sólo los vestigios y las ausencias. Cuando llegan en el Michigan Theatre –otrora majestuosa sala de cine nacida en los alegres años 20 y con capacidad para 4.000 personas–, Adán le explica a su amada la historia de ese lugar y en sus palabras se proyecta la melancólica decadencia que ha sufrido lo que en su día fue un “castillo de sueños y un océano
de butacas”, hoy transformado en un malogrado aparcamiento. Irónicamente, ese teatro se construyó en el garaje donde Henry Ford fabricó su primer automóvil, el cuadriciclo, precursor del gran engranaje económico de Detroit. Así pues, dos industrias a la deriva, la del cine y la del motor, confluyen en un mismo espacio y a través de la mirada de esta pareja también testigo del declive de la materia. Jarmusch y su camarógrafo, Yorik Le Saux, filman esa conmovedora escena mediante una toma circular en contrapicado, que se recrea en la decrepitud de las bóvedas artesonadas de la sala para concluir en lenta caída en la figura de esa pareja de vampiros, suerte de pilar impertérrito ante la barbarie de la destrucción: mientras su entorno continúa en erosión inevitable, Adán y Eva se mantienen incólumes ante el paso de los años, pues para ellos no hay tiempo, aunque sí son sensibles a la agonía de la historia y a la poesía que encierra lo obsoleto, reflejo de la inmortalidad de la que gozan.
No es casual que Jarmusch se detenga en Sólo los amantes sobreviven en los paisajes de la posturbe detroitiana, esa Detropía emblema de la ruina contemporánea y metáfora del fin del progreso del siglo XX. Para Jarmusch es también el mejor escenario desde el que poner en conjunción dos industrias moribundas (Hollywood y la Mo-
Son héroes de la existencia, para quienes ha dejado de existir el parámetro lineal del tiempo tor City) cuyas estructuras están en cuestión en los últimos años y de las que el espectador sensible ya sólo puede observar su lento desvanecimiento. Y por eso Adán y Eva, vampiros, seres del ultramundo, parecen ser los únicos que pretenden salvar los restos de tal naufragio. Porque no hay ruina sin ojo que la celebre, como Pausanias, Napoléon o Lord Byron, la
pareja vagabundea por esa ciudad fantasma ajena a la velocidad del mundo contemporáneo, como si en su deambular registraran el último aliento de esos lugares y de los objetos que los pueblan: guitarras e instrumentos electroacústicos, vinilos, libros y viejos aparatos de televisión, un microcosmos de mercancías obsoletas para dos seres marginados del régimen de Silicon Valley. Del mismo modo, cuando Eva hace las maletas para visitar a su enamorado, las llena de libros, incunables y vetustas ediciones en múltiples idiomas, y no duda en emocionarse al contemplar, en uno de los ejemplares que escoge, la reproducción del relieve dedicado a Adán y Eva que Lorenzo Ghiberti talló para la Puerta del Paraíso, en el Baptisterio de Florencia. A Jarmusch poco le importan los Adán y Eva bíblicos (dice haberse inspirado en el relato humorístico de Mark Twain Los diarios de Adán y Eva), pero resulta inevitable regresar a ellos al pensar en los protagonistas de Sólo los amantes... también condenados a vivir en una