IFFR 2010 – Contrapicado

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Festival Internacional de Cine de Rotterdam 2010 Un texto de Paula Arantzazu Ruiz

Reinventando Rotterdam Si algo caracteriza al Festival Internacional de Cine de Rotterdam es su voluntad vanguardista, de cambio, de avance hacia algo que aún no se sabe qué puede llegar a ser. Desde mediados de los noventa, tras la muerte del alma máter del certamen Hubert Bals, el festival pasó a ser competitivo y por su sección oficial, donde se proyectan primeras y segundas obras, han pasado trabajos de directores tan reconocidos como Hong Hang-Soo, Kelly Reichardt, Harmony Korine, Lee Changdong, Christopher Nolan, Park Chan-wook, Apichatpong Weeresathakul, y un larguísimo etcétera

que incluye cineastas patrios como Mercedes Álvarez y Rafa Cortés. Con el horizonte del 40 aniversario en mente, la organización, capitaneada desde 2009 por Rutger Wolfson, sigue buscando reinventarse. Hay una razón obvia que explica este ánimo. Por una parte, el auge del circuito de festivales de los últimos años ha provocado una competición voraz entre aquellos que, además, poseen mercado de compraventa de películas. La proximidad en el calendario de la Berlinale, cuyo mercado ha ido creciendo de manera monstruosa durante la pasada

década, está provocando que se creen nuevas iniciativas de cara a promocionar el festival holandés Por una parte, financiando proyectos, ya sea desde su génesis en el guión a ayudas en la postproducción mediante el fondo Hurbert Bals Fund o el programa Rotterdam Lab. Por otra, innovando en la oferta fílmica. En este último punto, Wolfson tiene muy claro hacia donde hay que ir. Ya en 2009 se recondujo toda

la estructura del certamen en las secciones Bright Future (que incluye el programa competitivo de los diez candidatos a los tres premios Tiger), Signals (zona de riesgo con varios subprogramas) y Spectrum (una especie de compendio de lo mejor que se ha podido ver a lo largo del año anterior en el resto de festivales del mundo). Este 2010, el cambio ha venido propiciado por un nuevo programa cuyos resultados se verán con los fastos del 40 aniversario. Se trata del programa Reloaded, una suerte de experimento cimentado en la filosofía de las redes 2.0 y en el que se invita a cinéfilos o

wannabe de productores a invertir por un mínimo de cinco euros en alguno de los filmes que actualmente están preparando el brasileño Alexis Do Santos, el malayo Ho Yuhang y la suiza Pipilotti Rist. Otra de las novedades venía con la primera retrospectiva de gran envergadura sobre cine africano contemporáneo. Where is Africa? era el nombre de la muestra que se articulaba mediante una triple

mirada: una retrospectiva sobre el pasado y el presente del cine africano a cargo de Alice Smith y Lee Ellickson, directores del Amakula Film Festival de Uganda; trabajos de cineastas asiáticos como Edwin, Sherman Ong o Khavn De La Cruz, y trabajos de cineastas autóctonos como el angoleño Kevin Jerome Everson. Toda una zona de riesgo que incluía más de cien obras.

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Flujo intercultural

Así pues, Rotterdam es también sinónimo de flujo intercultural. De su seno emergió el nuevo cine filipino, como una onda expansiva provocada por el mimo con el que se acercan a las cinematografías asiáticas. Este 2010 ha sido el año de la consolidación gracias a Independencia (2009), de Raya Martin, un producto 100% Rotterdam gracias al mecenazgo del fondo Hubert Bals. La película del joven realizador se propone la pirueta de cubrir tres espacios vacíos en la historia del país a causa de la colonización: el espacio vacío a causa de la huida de los protagonistas con la

invasión estadounidense de la isla, el hueco que existe en la herencia de la cinematografía nacional (no se conservan restos de los primeros filmes filipinos), y el del cine, en definitiva, en un abismo extraño con la irrupción de los nuevos formatos digitales. No cabe decir que su propuesta es excelente: todo un ejercicio de factura documental y animo a la Méliès. De Asia, en concreto de Tailandia, procedía uno de los tres Tiger ganadores en esta edición.

Mundane History (2009), de Anocha Suwichakornpong, venía apadrinada por el mismo equipo de

producción de Wonderful Town (2007), de Aditya Assarat (Tiger en 2007). El trabajo de la tailandesa, curtida en el campo de la videocreación, es una obra de mucho instinto poético y que supone un buen compendio de lo que es el cine contemporáneo: narración interrumpida, flujo entre pasado y presente, alegoría política y sensibilidad preciosista ante las imágenes. Lo cierto es que el trabajo es de un poderío extremo. No podía ser de otra manera si se tiene en cuenta su sinopsis: la relación

entre un chico postrado en la cama a causa de un accidente, su enfermero y su padre, con quien mantiene una distancia bastante incómoda. En un momento dado, Suwichakornpong comienza a fulminar el relato y lo que vemos son imágenes del cosmos fundiéndose, como si de un eterno retorno plástico se tratara. Los otros dos Tiger recayeron en dos cintas provenientes de Latinoamérica. Por una parte, Agua fría

de mar (2009), de la costarricense Paz Fábrega, y, por otra, Alamar (2009), del mexicano Pedro

González-Rubio. Pulsión documental El certamen holandés programó una sección especial dedicada al Máster de Documental Creativo de la Universidad Pompeu Fabra. Se trataba de una selección muy general de lo que ha dado y está

dando de sí el curso universitario, a todas luces, uno de los puntales en el campo del documental en toda Europa. Del programa, se proyectaron desde la celebrada En construcción (2001), de José Luis Guerín, a obras más recientes como Ich bin Enric Marco (2009), de Santiago Fillol y Lucas Vermal, obras de las que ya se ha hablado en esta publicación. También estaban Nadar (2008), de Carla Subirana, B-Side (2008), una mirada a la escena musical barcelonesa dirigida por Eva Vila, y Una cierta verdad (2009), de Abel García Roure, ambicioso trabajo que busca acompañar al espectador

por el día a día de los pacientes esquizofrénicos del Hospital Parc Taulí de Sabadell (Barcelona). El logro de García Roure, en todo caso, es bordear toda la tradición en torno a la representación de la locura tratando de no caer en el calco. Su retrato del rostro del protagonista, que poco a poco se va descomponiendo a medida que avanza el relato es ciertamente sobrecogedor. Entre las novedades que presentaba el programa se encontraba El ex boxeador (2009), de Víctor García, un trabajo que muestra la invisibilidad de un quiosquero en el metro de Barcelona a partir de múltiples puntos de

vista destinados a provocar un molesto hastío en el ojo espectador, solventado por un final tan redentor como una literal y expansiva sesión de autoayuda. Quedó fuera del programa la obra de Isaki Lacuesta, que, por el contrario, estaba representado en el festival por su último trabajo, Los condenados (2009), en la sección Spectrum. Una selección, en todo caso, decidida a mostrar el panorama general del Máster y no apta para connesieurs como cierto público español. Se echó de menos, eso sí, la inclusión de Mercedes Álvarez. Algo muy

comentado entre la prensa holandesa especializada y que probablemente se debió a que El cielo gira (2004) ganó uno de los Tiger en 2006.

Narraciones dispares

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Pablo Stoll regresaba al certamen que le propulsó gracias a su debut con 25 Watts (2001), al alimón

con el fallecido Juan Pablo Rebella, con Hiroshima (2009). El trabajo ya había sido preestrenado en España por el portal Filmin, pero en Rotterdam tuvo su puesta de largo internacional. Se trata de una visión de la juventud a través del relato de un día de un chico de unos veintitantos: desde que sale de trabajar en una fábrica de pan hasta el concierto que da esa misma noche. En su viaje, se cruzará con sus amigos en el campo, tendrá un encuentro sexual con una novia-amante y otras derivas sin destino concreto. Todo ello a partir de una juguetona puesta en escena muda y que se sustenta en títulos que mutilan cada una de las imágenes en las que se dialoga.

Con menos sentido del humor se presentaba Life during wartime (2009), el nuevo trabajo de Todd Solonz que recupera a los personajes del filme que le hizo célebre, Happiness (1998). Solonz se vuelve, si cabe, más feísta todavía en esta secuela, para acabar en una especie de callejón sin salida creativo. Sus teorías sobre la pedofilia se antojan aquí ya una obsesión que ha perdido todo atisbo de crítica, y ni la dirección de actores puede salvar del descalabro a la película.

Finalmente, apuntar que Rotterdam también es reducto de los experimentos cool de estrellas del rock underground como Omar Rodríguez López, antiguo cantante de At The Drive-In y guitarrista de los psicotrópicos The Mars Volta. Aterrizó en la ciudad holandesa con su debut The sentimental engine slayer (2009), un trabajo lleno de incoherencias que narra el viaje a los infiernos de un

adolescente. Drogas, travestis, incesto e iBooks se entremezclan en pantalla sin más fin que la mezcolanza que se da en el escenario latino de Los Ángeles. Cuota moderna en el festival más amplio de miras de la actualidad.

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