Crítica 'Petit indi' – Contrapicado

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contrapicado.net - Revista de cine 'online' - Crítica: Petit Indi (, 2009) de Marc Recha

Petit Indi (Marc Recha, 2009) Cayendo y ¿riendo? Un texto de Paula Arantzazu Ruiz

Marc Recha vuelve a revelarse con Petit Indi como un gran explorador de la influencia de los espacios en el acontecer de las personas. Menos abstracto que en sus anteriores largometrajes, este quinto trabajo suyo, el primero bajo el paraguas de su nueva productora, Parallamps, conforma una cruel historia en torno a la pérdida de la inocencia, rodada à la Bresson y con un peso alegórico que la equipara a una fábula propia del clásico Esopo. Animales incluidos. Tal que en Dies dágost (2006) o les mans buïdes (2003), Recha toma como escenario un territorio

fronterizo. Muy por delante de fronterizo, no obstante, estamos frente a un lugar que ha dejado de ser. El director fue, de hecho, testigo de los últimos latidos de ese páramo del barrio de Vallbona, entre Santa Coloma y Barcelona, mientras rodaba la cinta, antes de que las obras del AVE lo transformara y que la remodelación de ambas vertientes del Besós que se está llevando a cabo mediante la Ley de barrios de la Generalidad de Cataluña acabe de reorganizar estos terrenos, abocados durante años al desorden pero también a la libertad. Hay nostalgia de esa libertad, nostalgia que palpita y se mueve por cada uno de los planos de la película. La existencia de un

paraje como el registrado, sin calles ni normas, un paisaje de western (crepuscular), donde cabe toda posibilidad errática, llama en cierto modo a la melancolía. La recreación del extinto canódromo de la Avenida Meridiana y sus carreras de galgos (en Barcelona, las carreras de estos perros llevan prohibidas desde febrero de 2006), no hace más que confirmar esta posible visión romántica hacia las ruinas de una Barcelona pretérita. Pero en esa misma mirada retrospectiva sobre esta geografía también hay desarraigo, transformación, una realidad que ataca con excavadoras y administradores

de fincas que reclaman mensualidades atrasadas, hay presión del presente sobre el pasado, fricción entre los vestigios y lo que debe ocupar su espacio en el próximo futuro de ese tablaux. Hay reflejo de algo mutante. Una bella analogía de cómo está reorientando el mismo Recha su propia carrera, ahora que ha declarado sus intenciones de realizar un cine más próximo y comercial. Mohicano ensimismado

Así pues, esta doble vertiente emocional de la geografía en Petit Indi supone una espléndida pirueta de la puesta en escena para ubicar la expulsión del paraíso del protagonista, Arnau, que se narra en la cinta. El petit indi (pequeño indio), el salvaje que clama el título, en otro pequeño guiño al género del western. Dice Recha acerca de Marc Soto, el intérprete de Arnau: "Soto era un actor inocente en todos los sentidos y durante todo el rodaje cuidamos mucho que su inocencia a la hora de mirar todo

lo que le estaba pasando de nuevo se mantuviera para que se trasladara pura a su personaje”. Arnau, así las cosas, es un joven en los márgenes de la civilización, un mohicano ensimismado que va a la deriva, cabizbajo y taciturno, por ese paisaje de libertad y transformación, como también de caos. Su madre está en la cárcel de Vad-Ras a la espera de juicio y en su casa de su hermana (Eulàlia Ramón), donde vive junto al compañero de ésta (Pere Subirana) y su hermano Sergi (Eduardo Noriega), el dinero escasea.

En su tránsito, está acompañado de varios pájaros cantores: pinzones, verderones, pardillos y un jilguero, en el que tiene depositadas todas sus esperanzas, ya que lo ha adiestrado para que cante como ningún otro. En su amor hacia los animales, se hará cargo asimismo de un coyote herido, cuya compañía precipitará el desastre y la consecuente pérdida de la inocencia del joven, su expulsión del paraíso, en un giro final tan previsible como cruento con el Recha evidencia las complejas y

contradictorias relaciones del humano con la naturaleza. Nada mejor que la fábula, atribuida precisamente a Esopo, del escorpión y la rana para resumir el fatal destino que le espera al protagonista con respecto a su nuevo compañero. Todo un cuento moral que en la cinta de Recha recoge, además, la leyenda bíblica del paraíso perdido y el crimen de Caín contra Abel –o la doblez malévola del ser humano-.

Pero la relación de Arnau con el jilguero es la que Recha explota más y bajo una intención narrativa muy específica. El pajarillo, su más preciado tesoro, funcionará, en la cabeza del chaval, como el salvoconducto que ha de liberarle de los problemas económicos y ayudar a contratar, aparte, a un abogado que resuelva el problema penitenciario de su madre. El valor del animal Recha la subraya

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contrapicado.net - Revista de cine 'online' - Crítica: Petit Indi (, 2009) de Marc Recha en una magnífica e insólita secuencia en la que vemos un campeonato de canto de jilgueros. El realizador la filma fragmentada, de modo bressoniano: la tensión de Arnau queda expuesta en un plano de sus manos agarradas a una valla, luego otro de los pies inquietos, mientras se suman otros

del animal luchando por ser quien más alto cante. Un planteamiento sencillo y austero que, por otra parte, contrasta con una serie de imágenes sobre capgrossos, cuya interrupción del relato vendría a ventilar la escena, en un giro cómico inesperado. Ya en el desenlace, cuando todo se le ha invertido al protagonista, Recha retomará esta planificación narrativa sólo para resaltar la gravedad de la situación en la que se encontrará Arnau: los primeros

planos de las jaulas vacías y otros más a la búsqueda del culpable de la tragedia no pueden sino que acrecentar esa sensación de desasosiego que llena el final de la cinta, en contraste con la belleza del jílguero durante el concurso de cantos. Reir y llorar De alguna manera, y pese a la dura moraleja reservada para el final de Petit Indi, la película fluctúa

asimismo entre dos vertientes: la comedia (esos títulos de crédito, un simpatico prólogo que engaña al espectador; o también la partitura de corte swing que empapa la narración de un tono del que por completo acaba difiriendo) y el pulso neorrealista en su tratamiento de la puesta en escena. Recha, eso sí, despoja el relato de cualquier elemento innecesario: los planos contemplativos de las jaulas donde Arnau encierra a los pájaros funcionan como obvia metáfora de las prisiones en las que los personajes se sienten, atrapados por ese presente que busca deshacerse de ellos; los (en mi opinión

demasiado evidentes) giros de la cámara en el canódromo apuntan al inminente drama en que se encontrará el chico, y los guiños humorísticos (el personaje de Sergi López, algo histriónico, pero clavado en su papel de quinqui cubatero; los cameos de los productores Paco Poch, Luís Miñarro y del director de cine mallorquín Agustí Villaronga) no son más que unas licencias que alteran un tempo dramático, por otra parte, muy bien calculado.

En todo caso, no hay rastro de maquillaje en Petit Indi. En su intento de ser más accesible, Recha ha abierto, por consiguiente, la brecha de un cine quizá más puro, sencillo y directo que sus ejercicios previos. Y es que en su dibujo de esta geografía entre dos mundos y dos tiempos, el catalán consigue hacer emerger un nuevo imaginario al que no nos quedará otra que agarrarnos bien fuerte cuando finalmente ese decorado quede sepultado por el futuro, que será para entonces una estampa, quien sabe si mejor o peor, de nuestro presente.

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