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Voces y sonidos de la ciudad
Jorge Grueso Arboleda
Ustedes, los lectores de estas palabras, probablemente viven en una ciudad, puede ser Bogotá o cualquier otra en el mundo. De seguro la conocen bastante bien porque han estado en ella desde que nacieron, o tal vez llegaron siendo niños o en su juventud en busca de un mejor destino. Pero, desde que la empezaron a transitar, aprendieron a reconocer la ubicación de cada sitio de su interés, creando vínculos y relaciones para hacer referencia a ellos cuando hablan con otros. Cada sitio de su ciudad tiene una arquitectura con formas propias a las épocas en que se ha ido construyendo. Ustedes se desplazan por su ciudad según los medios de transporte que posean. En las calles la gente se mueve de un lugar a otro, cruzándose con más gente, con vehículos, con edificaciones y almacenes, con diversos sonidos y ruidos que
tensionan y desesperan al más tranquilo.
Quizá no sea su caso, pero las palabras y los gritos de la gente, los sonidos y los ruidos de Bogotá –la ciudad en la que habito–, el ritmo de cada una de sus zonas y de sus muchas calles me dicen dónde estoy, ellos constituyen mis referentes, son la forma como he conocido y como reconozco la ciudad. Bogotá es para mí sonido, canciones, ruidos. Sin ese mundo sonoro Bogotá no existiría para mí, pues soy ciego. La capital del país no siempre fue así: hubo un tiempo durante el cual me habría perdido en sus pocas calles ya que el silencio lo envolvía todo y sus gentes apenas cruzaban palabras en la calle. A lo mejor las campanas de las iglesias me