En un lugar llamado El Cartucho

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los muebles del baño; lo único que quedaba era un techo casi siempre perforado y las cuatro paredes descascaradas y sucias.” (Entrevista personal Eduardo Betancourt, 10 de junio de 2009). “A mí me impactó mucho el Cartucho aunque ya me había metido ahí, esporádicamente en los ochentas; hacía unos diez meses entré a vender “merca”, droga, porque yo vendía también en la novena con once, en el propio corazón del Cartucho, más o menos una cuadra más abajo. Le vendía a Bayona, que era muy conocido, le vendía a todos estos hombres, al descuartizador, a un tipo llamado Andrés. Así conocí también La reja que es donde mandaba el descuartizador número uno, porque había dos descuartizadores… Cuando entré para quedarme, me impactó del Cartucho no tanto el descuartizador, ni Bayona … porque Bayona es un asesino que podía matar en una noche, un Viernes o un Sábado mataba 8 ..10 ó..7 personas simplemente para ensayar el revólver o la pistola. A mí eso no me impacta porque yo vengo de la guerra, yo vengo de la muerte”. Cuenta Eduardo Betancourt quien trabajó como narcotraficante con Pablo Escobar en los ochentas y llegó al Cartucho huyendo para refugiarse cuando empezaron a desmantelar estas mafias. Pero quizá al hablar de un lugar que ya no existe, lo único que queda para corroborar lo sucedido es ver la coincidencia de los diferentes relatos, de historias aparentemente fantásticas. Benjamín comenta “A mí no me caía bien uno de esos Caciques, “el Cacique Bayona” era como “el duro”, tenía muchos soldados que le guardaban la espalda… Ese tipo cogía con su pistola y estando en la cantina ya cuando estaba borracho, se asomaba a la puerta empezaba a ver los “ñeros” “momia” y empezaba a contar: 1, 2, 3, 4 y pum disparaba, 1, 2, 2, 3, 4 y pum disparaba y así, simple y llanamente se ponían a beber whisky a fumar porquerías y ponía sus soldados a que le cuidaran la espalda. Nadie se defendía porque era el cacique y además, todos ahí andamos ‘ahuevados’; uno consumido no es nadie”. Según este relato, después que Bayona mataba a 5 ó 6, sacaba del bolsillo 20 y 30 “bichas” y las tiraba al aire; “era impresionante como todos los que estuvieran alrededor se abalanzaban a alcanzar alguna “bicha”… el que cogía las “bicha” tenía que llevar los cadáveres al container o mandarlos descuartizar.” Describe y relata Benjamín… “Él Pasaba con la moto encima de lo que fuera, personas y lo que sea…” . De esta manera Sandro complementa sus recuerdos, hablando con miedo y tristeza. Al otro cacique o jíbaro, “Al llanero, le decían ‘el demoledor’. Él no era ningún santo… Una vez un amigo estaba transportando una bomba (una bolsa de 100 “bichas”) y el llanero se dio cuenta que alguien los había “sapeado” con la policía. La policía para a mi amigo, descubre la bomba y el Llanero les da 100 mil pesos para que se queden callados. Después él se voltea, le dispara a la niña de trece años que había “sapeado” y la manda a sacar para el container”. (Andrés, nombre de protección entrevista personal) Para muchos, esos tales caciques eran personas que sólo podían estar felices viendo sangre. Mientras tanto la gente que no pertenecía al mundo del consumo o del tráfico de estupefacientes soportaba este entorno por conseguir una pieza barata en las grandes casonas que servían de

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