Bogotá fílmica

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CINE Y PATRIMONIO_

pales, como lo hemos visto en películas. Este catalán le haría más tarde, con la ayuda de Álvaro Cepeda, Gabo y Nereo López, todo un homenaje a la langosta, realizando en Colombia una película ya legendaria, La langosta azul (1954), que llevaría el título, no del insecto, pero sí del crustáceo que lleva el mismo nombre, cuya carne es muy apreciada, así como él apreciaba el cine, carne muy necesaria en nuestra era para una buena alimentación del espíritu. El catalán de marras se llamaba Luis Vicens, uno de los extranjeros ilustres que más ha amado a Colombia. Vicens, discípulo de Langlois, había escrito en París artículos críticos sobre cine que enviaba a revistas españolas. Observó de cerca el proceso de preservación fílmica que se adelantaba en la Cinemateca y estaba al tanto de todo lo que sucedía en los cineclubes de la Ciudad Luz, en la era de una cinefilia militante. Llegó a Colombia como librero, su oficio principal, y rápidamente se relacionó con lo más granado del mundillo artístico. Bullía en su cabeza esa cinefilia, la atmósfera de redescubrimiento del cine de la que había sido testigo entre los franceses, críticos y cineclubistas. ¿Por qué entonces no fundar un cine club en una ciudad atrasada, provinciana, pero en la que uno podía toparse con intelectuales de muy recomendable prosapia, sucesores de otros cuantos que habían dedicado su vida a las letras y los libros, dejando productos que a él le parecían más importantes que a la mayoría de los colombianos? Desde su llegada al país y hasta su despedida, Vicens va a ser amigo o conocido de muy prestantes escritores y artistas colombianos: los poetas Álvaro Mutis, Eduardo Cote Lamus y el pamplonés Jorge Gaitán Durán, el fundador de Mito, a quien tanto debe, sin saberlo, la nación entera; los ensayistas y críticos Hernando Valencia Goelkel y Hernando Salcedo

Silva; el hombre de radio Álvaro Castaño Castillo, los escritores Jorge Zalamea Borda y su hermano Alberto, compañero de Marta Traba, con quien también se va a entender muy bien, pues amaba la pintura; Álvaro Cepeda Samudio, fundador del Cineclub de Barranquilla, y Gabriel García Márquez, por entonces un crítico de cine y periodista de El Espectador que hacía sus pinitos en la literatura escribiendo cuentos, estimulado, ente otros, por el mismo Gaitán y por Alberto Aguirre, fundador del Cineclub de Medellín; el cineasta Francisco Norden; el fotógrafo Hernán Díaz, de quien va a ser mentor y gran amigo, y a quien conoció en una proyección, en el antiguo Teatro Capitol, situado en la carrera Sexta entre calles 10 y 11, de Bienvenido, Mr. Marshall (1953), de Luis García Berlanga, un clásico del cine español y en esa época un filme casi revolucionario; los hermanos Moure, Rafael y el futuro director teatral Germán, entre otros. El seis de septiembre de 1949, en el finado Teatro San Diego de Bogotá, nacía el Cineclub de Colombia con una proyección de Los niños del paraíso (Les Enfants du Paradis, 1945), de Marcel Carné, director de quien sospecho, sin tener pruebas documentadas, que Vicens pudo haber conocido personalmente. Carné había hecho crítica de cine y había apoyado la idea de la Cinemateca Francesa con entusiasmo, siendo cómplice y conocido de Langlois. A finales de los años noventa, esa gran obra maestra con la que se inició el cineclubismo colombiano fue elegida, por una votación en la cual participaron más de seiscientos críticos, la mejor película francesa de la Historia. Luego, Vicens no estaba mal de preferencias. A Hernando Salcedo Silva, quien sucedería a Vicens en las lides conductoras del Cineclub de Colombia, le agradaba relatar una anécdota relativa a esa señera noche de cine para los bogotanos. Al empezar el foro (el que des-


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