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Discernimiento en Amoris laetitia. Juan Pablo Aranda.
I El cristianismo emergió, desde sus orígenes, como una religión que encuentra la unidad en la diversidad. Lejos de temer la diversidad, la naciente iglesia se entendió siempre como un caleidoscopio de funciones, talentos, ministerios y carismas distribuidos gratuitamente (Jn 3:8). Siguiendo a Pablo, entendemos a la iglesia como cuerpo antes que como monolito, es decir, como el producto de la riqueza de encuentros individuales1 con la persona de Jesucristo, de forma que la unidad conseguida en Cristo no supone una disolución de la individualidad: “el ojo no puede decirle a la mano: ‘No te necesito’; ni tampoco la cabeza a los pies: ‘No los necesito’” (1 Cor 12:21). La idea de unidad a través de la diversidad encuentra su origen en el misterio fundacional del catolicismo, esto es, en “la autocomunicación de Dios—en su más genuina realidad y magnificencia— a la criatura”2 como Trinidad. La noción de persona (del griego prósōpon) debe entenderse en términos de relación, que implica “una tercera categoría específica y fundamental entre la sustancia y el accidente, las dos grandes formas categóricas de pensamiento en la antigüedad”.3 Así, podemos intuir las estructuras de ser-para, ser-desde y ser-con como estructuras relacionales fundamentales que se derivan de la revelación de Dios como Padre, Hijo y Espíritu Santo.4 Por ello es que Francisco afirma que “[e]l Dios Trinidad es comunión de amor, y la familia es su reflejo viviente” (§11).5 El Dios cristiano, en tanto Dios de amor, en nada se parece al motor inmóvil aristotélico;6 Dios ama al ser humano, lo atrae hacia sí, comunicándose a través de Jesucristo, gobernando la historia por medio de su providencia hasta la Parusía, donde Cristo vendrá “con las nubes, y todo ojo Lo verá, aun los que Lo traspasaron; y todas las tribus (linajes y razas) de la tierra harán lamentación por Él” (Ap 1:7). La diversidad ha habitado desde siempre en el corazón de la Iglesia. Lo mismo sucede en el plano teológico, donde un colorido abanico de perspectivas y aproximaciones imposibilitan cualquier intento de reducir la experiencia de lo cristiano a una sola perspectiva. Y, sin embargo, en fechas recientes parece que el catolicismo está asumiendo la radicalización ideológica que domina el mundo, partiéndose entre ultraconservadurismo y progresismo radical. En forma simétrica al rechazo que experimentó Benedicto XVI de parte de los reformistas y progresistas, hoy Francisco sufre los ataques que el conservadurismo de línea intolerante lanza en su contra. El presente trabajo reflexiona sobre las dubia que los cardenales Walter Brandmüller, Raymond L. Burke, Carlo Caffarra y Joachim Meisner dirigieron a Francisco en septiembre de 2016, a unos
“El cristianismo vive desde el individuo [einzelne] y para el individuo, porque solo a través de la acción individual puede la historia ser transformada, solo así puede acaecer la destrucción de la dictadura del entorno” (Joseph Ratzinger [2004]. Introduction to Christianity. San Francisco: Ignatius Press, 249-250). Por supuesto, Ratzinger asume que la persona necesita, para alcanzar la felicidad, salir de sí misma e ir al encuentro del otro. La comunidad de creyentes es el correlato necesario de toda individualidad que no se encierra en sí misma. 2 Karl Rahner (2013). Sobre la Infalibilidad de Dios. Barcelona: Herder, 23. 3 Joseph Ratzinger (2013). Joseph Ratzinger in Communio, Vol. II. Michigan: Eerdmans Publishing Group, 108. 4 Ibid., 159-160. 5 Todas las referencias a la encíclica Amoris Laetitia en este documento se citan dentro del texto, por parágrafo. 6 Benedicto XVI (2005). Deus Caritas Est. Ciudad del Vaticano: Libreria Editrice Vaticana, §9. 1