Ciudades literarias

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UN FIN DE SEMANA Sentada frente a mi escritorio, el teléfono empieza a sonar. El número de una amiga aparece, me decido a descolgarlo. Desde que los cursos se han terminado hace varios meses, nuestras reuniones son menos frecuentes, yo vuelvo a París y ella a la comarca de Montpellier. Lo primero que me llama la atención es el regreso de su acento sureño, cantando, silbando y quebradizo. Al contrario, mi voz, y en particular su ritmo parece pálido, le falta este tipo de energía. Nuestra conversación desemboca en una acción simple, impulsiva y loca: me tengo que ir a comprar un billete de tren y bajar este fin de semana a Montpellier. Escapo del calor sofocante del verano parisino para el mediterráneo. Más tarde, reservado el billete, me vuelvo al día siguiente a la estación de Lyon en París, que conecta con todo el sureste de Francia, no solo con las ciudades de Lyon o Ginebra, también con Marsella y por supuesto, Montpellier. Tres horas y quince minutos después, mi tren entra en la estación de Montpellier. Tengo que salir de la estación para ir a encontrarme con mi amiga. Lo primero que me sorprende son los colores naranja y ocre de las casas de los alrededores de esta estación sin alma. Encantada de ver una cara familiar, salto en la pequeña AX y la beso cuatro veces como hacen los habitantes del Sur. Primera etapa: la famosa Plaza de la Comedia. Sin embargo, pasamos por las casas en ruinas, cansada de arrojar algo de mi alegría. Al llegar, entiendo mejor el orgullo de los habitantes de esta ciudad, no solo como centro administrativo romano sino como una región vitícola. Una segunda desilusión: una cosa que echo de menos enormemente, el mar mediterráneo, se ubica a más de diez kilómetros de la ciudad. En resumen, de nuevo vamos a coger el coche para llegar al objeto de mi deseo veraneante: el mar. Siento que el objetivo secreto de este viaje era buscar el mar, sin duda un mar casi cerrado pero con un milenio de historia. Más de una docena de kilómetros para llegar a Palavas les Flots, la playa de Montpellier. Aunque el viaje me parece durar una eternidad, la presencia de mi amiga me tranquiliza, atenúo la ansiedad. Aquí estamos, ahora veo la línea azul en el horizonte. El mar, el mar, el mar. Como una niña, quiero nadar y envolverme en su agua caliente. De repente, mi primera experiencia con el mar mediterráneo me recuerda el océano atlántico, su fuerza, su frialdad y su espíritu rebelde. ¿Qué está pasando? No es posible que mi primer encuentro con este mar precioso y cosmopolita me revele su falta de energía y fuerza. Sea lo que sea, como cada persona de nuestro planeta, todos los elementos geográficos tienen características que se aproximan al ser humano. Únicamente, hay que encontrar lo más adecuado a nuestra forma de ser. AGNÈS GIROD

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