nefelibata

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–Es usted una vieja arpía –saqué la chequera y le firmé los tres mil euros, pero no me dolió. –Vamos Adela, recoge tus cosas, te vienes conmigo –Vamos Adelita, te vas con este señor tan amable, ja, ja, ja –su risa canto de cuervos. –Esto es todo lo que necesito –me señaló el libro despedazado de su hermano. –No Adela, te daré uno nuevo. Ese déjaselo a tu madre, será su penitencia. –No. Quiero este. Salimos de la chabola. Ni siquiera salió a echarle un último vistazo a su hija, tampoco Adela se convirtió en estatua de sal. –No te preocupes, te aseguro que tu vida cambiará. Jamás volverás a verla, jamás te volverán a pegar, jamás volverás aquí, a vivir en la miseria. –mi voz sonaba rabiosa. Se paró de golpe. –Señor Balart, yo sólo quiero aprender a leer para saber que escribió mi hermano –señalándome los trozos de libro. –Te prometo que aprenderás a leer. Ahora, vamos, salgamos de aquí para siempre. Le abrí la puerta del coche pero antes de entrar echó un último vistazo a la chabola de su madre. No pudimos verla pero los dos intuimos que nos miraba desde detrás de la cortina que hacia las veces de puerta. –Antes de nada quiero que firmes un papel. –Saqué del bolsillo interno de la chaqueta los derechos de la obra del poeta Pablo Sánchez.

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