POR UN "NUNCA MÁS" DEFINITIVO

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La llegada al poder de Mauricio Macri y su séquito retrógrado de crueles alucinados ha demostrado que Rodolfo Walsh fue profético cuando encabezó el capítulo quinto de su "Carta a la junta militar", pocas horas antes de morir asesinado por terroristas de estado en una esquina del sur de la Capital Federal.

Decía Walsh allí que los tormentos desatados en la represión por los civiles y militares que llegaron al poder el 24 de marzo de 1976 no eran "los que mayores sufrimientos han traído al pueblo argentino ni las peores violaciones de los derechos humanos", sino que lo era "la política económica de ese gobierno”, en la que debía buscarse “no sólo la explicación de sus crímenes sino una atrocidad mayor que castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada". No podría resumirse mejor la política económica que hoy sigue Mauricio Macri y su banda: buscan la miseria planificada de millones de seres humanos en un país pleno de riquezas, pero falto de reflejos defensivos y soberanos. No hay casualidad alguna en la identidad de programa: independientemente de los métodos con los que llegaron al poder Videla y Macri, las fuerzas motrices de ambos regímenes son idénticas. El macrismo es el videlato electo, mientras que el videlato era su antecedente armado, era el "macrismo en armas". Macri, al igual que Videla, puso toda la economía a funcionar en beneficio de agroexportadores, financistas, cambistas, timberos de la bolsa, privatizadas, multinacionales, y esos buitres aventureros que nunca dejan de aparecer cuando algún cipayo (y pocos merecen semejante descripción como Mauricio Macri) pone en venta un país.


Macri agotó en pocas horas el núcleo central de todo su programa de "gobierno": la disparatada repartija regresiva del ingreso nacional hacia la plutocracia oligárquica e imperialista con que inauguró su fatídico pasaje por la presidencia de la Nación. Tras ese gesto, alucinaba, todo sería "gestión", porque se habría "reconquistado la confianza" de los eternos saqueadores del país, éstos derramarían su "lluvia de inversiones", y florecería por fin una Argentina bañada en la prosperidad que trae el capital extranjero, “genuino”. A un año y medio de ese despilfarro, todo lo que estamos viviendo es consecuencia de ese momento determinante. Es que los plutócratas no ponen un solo dólar sino a cambio de poder remitir al menos otros dos (en realidad, como lo demuestran las cuentas del Banco Central macrista, cinco) al extranjero. Bajo estas condiciones, el Estado se desfinancia progresiva e inexorablemente y la “gestión” se limita a, como decía Walsh, la planificación de la miseria. Y, por supuesto, en culpar al kirchnerismo “populista” por la tragedia. El

“populismo”

es el modo en que la plutocracia denomina la resistencia de las masas populares ante esta perspectiva de aniquilación. Y el Pro viene dispuesto a combatir hasta el último rincón de

la patria contra el populismo. Ésa es su única religión, dogmática, insensible y preñada de codicia y odio social. Al Pro solo podremos frenarlo combinando las calles, las huelgas, los paros, y los votos, en una compleja jugada que recién está empezando a tomar forma con las movilizaciones de marzo y principios de abril de 2017. La plutocracia creada bajo el videlato -la verdadera "cría" con que soñaba el desaparecedor en jefe y sus civiles asesores e instigadores- encontró en Macri su nuevo líder. Ahora toca al pueblo argentino impedir que perpetre sus nefastos objetivos. A Macri empezó a llegarle el momento de la verdad: las consecuencias de su programa empiezan a aparecer por todas las costuras, desbordan toda capacidad de encubrimiento y se potencian, además, por la evidencia de que en lo que a él como sujeto se refiere, tiene una ética individual mucho más perniciosa que la supuesta o real corruptela que le endilga a sus predecesores. Es por eso que todo lo ocurrido después de los primeros días del régimen macrista conduce, inexorablemente, a un despliegue de violencia estatal que también está preanunciado en lo ya actuado. Y para poder desplegarla, el macrismo necesita hacer borrón y cuenta nueva con la memoria del 24 de marzo, como intentó hacerlo (si pasa, pasa, es la tesis básica del “errorismo de Estado”) con su decreto de feriados.


Macri abomina el 24 de marzo porque se reserva el derecho a desatar sobre el pueblo argentino, si puede y lo permitimos, un nuevo huracán de muerte y persecución para que se pueda cumplir, finalmente, su programa elitista y antinacional. De eso se trata esta multitudinaria convocatoria a la Plaza de Mayo del 24 de marzo de 2017: de impedir un nuevo 1976, de tomar el rumbo de un “nunca más” definitivo. El macrismo y el régimen de 1976 tienen idéntica genética. Defienden los mismos intereses y atacan a los mismos enemigos. Para que esta movilización de marzo tenga sentido real, es necesario que en octubre aplastemos al macrismo

en las urnas. Para ello, a su vez, es fundamental que en 2017 el campo nacional reagrupe sus fuerzas para iniciar el retorno al poder. Y eso, finalmente, implica la unidad electoral de todas las fuerzas a las que agrede con su sola presencia. Ése es el primer paso. El camino, sin embargo, pasa por terminar, esta vez en forma definitiva, con las fuerzas sociales que nutren a todas las restauraciones oligárquicas. Desde 1955 hasta hoy, hemos vivido cuatro, y todas por errores y debilidades del campo nacional. Es hora de plantearse otro "Nunca más".


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