El amor en los tiempos del cólera

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EL AMOR EN LOS TIEMPOS DEL CÓLERA

Gabriel García Márquez Colombia 1985 Una noche, después de dos años de no haberla vuelto a ver, Florentino Ariza descubre que Fermina Daza es mortal. Florentino ha ido a ver Cabiria, película de Giovanni Padrone, acompañado de Leona Cassiani, aquella mulata indomable con la cual jamás pudo consumar su amor y a quien encontró en una de sus expediciones por los tranvías de bueyes de Cartagena. Florentino, hasta ese momento, ha querido ignorar el paso del tiempo: ha estado esperándola por más de 30 años y ella, al igual que él, pueden morir antes que el doctor Juvenal Urbino, su esposo. Cuando la película comienza se oye un grito en medio de la muchedumbre: “¡Dios mío, esto es más largo que un dolor!”. Florentino Ariza sale aquella noche convencido de una sola cosa: “(…) la puta muerte iba a ganarle sin remedio su encarnizada guerra de amor”. Pero no se la gana, y eso lo sabemos 110 páginas más adelante, o 50 años, nueve meses y cuatro días después de que el telegrafista escuálido, vestido de levita negra como un ave de mal agüero, llevó un telegrama a la casa de Lorenzo Daza, el padre de Fermina, y descubrió en uno de los salones a la mujer más bella que hubiera visto nunca y se iniciara aquel “cataclismo de amor que medio siglo después aún no había terminado”. La muerte y el amor, esos son los temas del Amor en los tiempos del cólera. No hay amor sin muerte y eso lo comprendió Gabriel García Márquez cuando, en un viaje parecido al que nunca terminó Florentino Ariza con rumbo a Santa Fe para olvidarse de Fermina Daza, recaló en Zipaquirá y leyó a don Francisco de Quevedo. Los versos de Amor constante más allá de la muerte de Quevedo fueron definitivos: “Cerrar podrá mis ojos la postrera / Sombra que me llevare el blanco día, / Y podrá desatar esta alma mía / Hora a su afán ansioso lisonjera”. Y eso, en efecto, es lo que siente Florentino Ariza el día en que conoce a Fermina Daza: morir, si fuera preciso, por el amor de esa escolar en la que empeña toda la vida y a la que ve pasar tantas mañanas sentado en el parquecito con su “andar de venada”, aquella “doncella imposible con el uniforme de rayas azules, las medias con ligas hasta las rodillas, los botines masculinos de cordones cruzados, y una sola trenza gruesa con lazo en el extremo que le colgaba en la espalda hasta la cintura”. Esa misma cabellera que, dos años después, Fermina Daza se cortará para jurar fidelidad a un Florentino Ariza inconsolable que la ve partir hacia los pueblos de la sierra y del valle, pues el padre de su venada, don Lorenzo Daza, ha decidido separarlos para siempre. Pero es una novela de muerte, además, porque comienza con un cadáver: el de Jeremiah SaintAmor, que se suicida con una dosis de cianuro de oro. Cincuenta páginas más adelante, Juvenal Urbino, su amigo de mesa de ajedrez, muere tratando de bajar su loro de un palo de mango. Ese es el día que Florentino Ariza ha estado esperando durante más de medio siglo y todo el motivo de la novela. Será porque en este mundo “nada es más difícil que el amor” que Florentino Ariza decide esperarla el tiempo que sea necesario. La espera, primero, durante un buen tiempo sentado en el parque. La aguarda cuando ella acepta su petición de matrimonio. Luego se sienta a escribirle


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