La Palabra y el Hombre No.19

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la lengua, alejando las posibilidades del cuerpo. Rodríguez promueve el saber desde este otro territorio, el corporal. Dialoga con el logos, pero lo trasciende, pues éste muchas veces nos impide sentir, si no lo entendemos como una de las tantas rutas cognitivas. En este sentido, el trabajo de Roberto Rodríguez intenta añadir otro plano de realidad, cercano al orgánico pero a la vez distante por su artificio material y metafórico. Sus atmósferas son montañas pero también son ballenas, y entre una y otra cargan un valor de sentido distinto, se abren a posibilidades de significado ilimitado, pues nos enfrentan con nuestra propia experiencia, con nuestro sistema de referencias. Son frutos pero también son collares, son frutos que parecen collares que a la vez son círculos que significan posibilidades. Son flores y plantas, semillas desparramadas, son posibilidades de sentirnos dentro de un espacio melancólico, un espacio afectivo, cálido por orgánico. Es crear otra región del sentir y del pensar, sentirse afectado por sus formas encontrando maneras distintas de sabernos y entendernos en el mundo.

La memoria de Roberto Rodríguez no es la que habitualmente estamos acostumbrados a recordar, aquella construida por la imagen visual y el lenguaje verbal. Es la memoria que pasa por el cuerpo a través de aquellos sentidos que hemos considerado menores por estar lejos, aparentemente, del conocimiento comprobable, aquel dominado por el método científico. Esta memoria, creada por el tacto, el olfato y el gusto, regresa convertida en el oficio concreto de tallar la madera, pulir, pintar y volver a pulir. Si Roberto niño gusta de tocar los frutos, las plantas y la tierra, Roberto adulto gusta de desgastar la madera en bruto para acercarla a ese primer ideal, esa sensación que nunca regresará. La primera experiencia se vuelve un ideal, que de tan lejano siempre se encontrará ahí, constante y certero. Por ello sus paisajes son trazos, únicamente marcas que permitan desgarrar lo conocido y asimilado, fracturas de nuestras percepciones cotidianas para transgredir nuestro espacio de confort, llevarnos a otro terreno donde todo es más cercano a una potencialidad.

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