Claudia
Claudia tenía 35 años. Nació en un pueblito cercano a la serranía, en un pequeño valle del municipio de San Ignacio, Sinaloa, a poco más de cincuenta kilómetros del puerto de Mazatlán. Emigró muy joven a la ciudad para estudiar la preparatoria y luego Ciencias de la Comunicación. Su último puesto en las tareas periodísticas lo tuvo en un noticiero de radio, de emisión matutina, a mediados de los 90. “Ella me decía, insistentemente, ‘si me entero que te quie ren matar, te aviso. Si me entero, me llega la noticia, te llamo. Pero te tienes que ir en ese momento, a la central de autobuses, al aero puerto. Fuera de la ciudad, del estado, del país... si me entero que te quieren a matar’ y vea lo que pasó”, contó un reportero, amigo de la víctima. La identidad de este periodista se mantiene en el anonimato, por temor a represalias. Claudia estaba preocupada por este amigo suyo, quien había publicado reportajes sobre el narcotráfico en Culiacán: esa maraña que se extiende a servidores públicos que operan como cómplices del crimen organizado, los policías que hacen el tra bajo sucio, como ajustes de cuentas, y los sicarios “sueltos” que, jóvenes y ufanos, matan por capricho o por nimiedades, en cual quier calle o plaza comercial, frente a la familia, junto a niños y mujeres embarazadas, dueños de vidas, concesionarios únicos de la muerte. “Alguna vez”, agregó el periodista, “ella comentó que todo estaba muy podrido, y se lamentó por los altos riesgos que corre un
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