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Un puesto a nuestras vidas en las fritureras
aún podemos saborear de las manos de nuestras madres. Las actuales tendencias fusionistas no tenían cabida en nuestra realidad. Tampoco había información que nos diera una explicación sobre cómo los sabores de nuestras artesanas culinarias nos provocaban ese inusitado bombardeo de oxitocina.
Pocos pueblos pueden contarse sin nombrar las idas a esas maravillosas mesas donde el color y el olor de las carnes fritas con fritos de plátano verde y las dulces y seductoras bataticas seducían nuestros sentidos.
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En el caso de algunos pueblos no solo mujeres freían, sino que también algunos hombres hacían sus chicharrones, longanizas, morcillas, cada uno a una determinada hora. Algunos por la mañana para poner a desayunar a los obreros y otros en las tardes como merienda obligada para esperar la hora de la cena.
Para la tribu infantil, lo de la fritura se resolvía con unos centavos. Nos tocaba una arepita de yuca, de maíz, un bacalaíto y unos bollitos de yuca, una chochueca y un long play, como le decíamos al yaniqueque.
Frituras en Monte Plata
Empezamos hablando de Micaela porque era la friturera por excelencia, la de mayor y más permanente arraigo popular. La razón era sencilla, ella freía desde el atardecer hasta llegada la madrugada.
El pequeño detalle sin importancia o con toda la importancia del mundo es que su fritura está ubicada justo al frente del Tropicana Bar, el espacio de recreación más emblemático de nuestro entonces pequeño pueblo.
Era la época de «no pasa nada». Podíamos salir tarde de bailar con los hermanos y pasar a comprar una friturita antes de llegar a casa. Por supuesto, la garantía de que fué- ramos recibidos en paz, era llevar una porción a la casa (a mamá Morena le encantaba que la despertáramos con la oferta envidiable de una friturita de Mica. del contenido del área de las ciencias sociales, y les sirva a los maestros para apoyar el proceso enseñanza-aprendizaje que desarrollan sobre la historia dominicana.
Micaela en esa época freía con carbón –como era la usanza– y tenía encendido o menos encendido varios anafes altos que le llegaban a la cintura, pues ella mantenía el caldero y el aceite caliente a la espera de que sus clientes se cansaran de bailar.
Solo cuando alguien le señalaba la carne que quería, cerdo, pollo o res, la sometía al fuego. Recuerdo que Mica tenía los pollos a medio hacer, con color y blandito. Freírlo era tostarle el cuerito o convertir en costra la primera capa de la misma y así, sin harina conseguía el crocante que luego se harían famosos con el pica pollo. Aunque, su fuerte era el tocino, carne sometida a un aplastamiento total y con sazón fuerte y algunas veces incluía bofe secado al sol.
Mientras el fuego del carbón crepitaba y el aceite caliente le quitaba el mal humor a la carne, los plátanos verdes o las batatas, los que la veíamos afanando con su cucharón o el aplastador de tostones, nos comíamos unos bollitos de yuca hervida para entretener el hambre. Hacíamos chistes entre nosotros y con su esposo Yersito (QEPD). Un personaje pintoresco del pueblo que comulgaba con la botella y que siempre estaba vestido de bombero.

En fin que Micaela me acordó a otras mujeres valiosas de mi pueblo, que ya no están y que cambiaron su mundo a través del trabajo: de no dejarse joder de nadie, de mantener su familia. De ayudar a sus padres, de comprar su casa, de darle rienda suelta a la imaginación para cocinar y vender algo que garantizara la vuelta de los comensales.
Micaela me acordó a otras mujeres valiosas de mi pueblo, que ya no están y que cambiaron su mundo a través del trabajo: de no dejarse joder de nadie, de mantener su familia.
Esta narración va en honor no solo a Micaela sino también a Heriberta, Angela, Pascuala, Tatá y Bobito, Julio el de Morena, Neco, Juan Susana, Micaela la de Jorge, entre muchas otras personas que encantaron nuestras papilas con sus sabores. A ellos les damos las gracias por las empanadillas, el chicharrón, la morcilla, las arepitas de yuca y de maíz, el tocino, el pipián, las chochuecas, los bacalaítos y toda la magia que tiene nuestra comida callejera, aunque la «alta cocina» quiera borrarla a base del extendido síntoma de Guacanagarix y una supuesta «sofisticación».
De igual manera, estamos tocando las puertas del Ministerio de Educación para que los contenidos del libro y el documental Presidentes dominicanos en la historia, pueda ser incorporado en el curriculum de la enseñanza de la historia en las escuelas públicas del país y pueda contribuir a crear conciencia entre los estudiantes sobre la realidad y las vicisitudes que genera el ejercicio del poder.

Dimensión de las realidades e ironías del poder
Cuando ustedes compren y lean el libro, encontrarán unas conclusiones donde se precisa la dimensión de las realidades e ironías del poder.