No hay santidad divina otorgada al veinticinco de diciembre; y no agrada a Dios que todo lo que concierne a la salvación de los hombres por el sacrificio infinito hecho por ellos, sea tan tristemente pervertido de su designio original. Cristo debe ser el objeto supremo… Jesús, la Majestad del cielo, el regio Rey del cielo, puso a un lado su realeza, dejó su trono de gloria, su alto mando, y vino a nuestro mundo para traer al hombre caído, debilitado en su poder moral y corrompido por el pecado, ayuda divina. Revistió su divinidad con humanidad, para poder llegar a las profundidades mismas de la aflicción y la miseria humanas, para elevar al hombre caído. Al tomar sobre sí la naturaleza del hombre, elevó a la humanidad en la escala del valor moral ante Dios. Esos grandes temas son casi demasiado elevados, demasiado profundos, demasiado infinitos, para la comprensión de las mentes finitas.
—Ellen G. White, «Christmas is Coming»,
Review and Herald, 9 de diciembre de 1884