Es de gran importancia que el que sea elegido para cuidar de los intereses espirituales de los pacientes y ayudantes sea un hombre de buen juicio y principios inquebrantables, un hombre que tenga influencia moral, que sepa cómo tratar con las mentes. Debe ser una persona sabia y culta, de afecto e inteligencia. Puede que al principio no sea completamente eficiente en todos los aspectos; pero debe, por medio de una seria reflexión y el ejercicio de sus habilidades, capacitarse para esa importante obra. Se necesita la mayor sabiduría y gentileza para servir en ese puesto de manera aceptable, pero con integridad inquebrantable, porque el prejuicio, la intolerancia y el error de toda forma y descripción deben ser enfrentados.
— Ellen White, «The Chaplain and His Work», Counsels on Health, p. 289