

Coocky y la lección de Paola


Durante los días de encierro debido a la pandemia, Paola, una niña de ocho años con el cabello rizado y una sonrisa que iluminaba cualquier habitación, se sentía cada vez más triste. Extrañaba jugar en el parque, ver a sus amigos y disfrutar del aire libre. Un día, mientras miraba por la ventana, pensó en algo que podría alegrar sus días: un perrito.
Se lo pidió a sus padres con ojos suplicantes, y tras pensarlo un poco, ellos accedieron.
Unos días después, llegaron a casa con un pequeño cocker spaniel. Sus orejas largas y sedosas, sus ojos negros llenos de vida, y el pecho de color blanco lo hacían parecer un peluche. Paola lo llamó Coocky. Al principio, estaba emocionadísima, jugando con él sin parar, enseñándole a buscar la pelota y acariciándolo mientras veía sus programas de televisión favoritos.



Sin embargo, con el tiempo, la emoción inicial se desvaneció. Paola comenzó a distraerse con otras cosas y dejó de prestarle tanta atención a Coocky. En su lugar, era el papá de Paola quien cuidaba al perrito. Le daba de comer, lo sacaba a pasear por el jardín y se aseguraba de que estuviera cómodo. Coocky, siendo tan cariñoso como era, comenzó a seguir al papá de Paola a todas partes. Se encariñó tanto con él que dormía al lado de su cama, se acurrucaba a sus pies mientras trabajaba en la computadora, y cada vez que salía de casa, Coocky lo extrañaba profundamente.

Cuando el papá de Paola volvía, Coocky lo recibía lleno de alegría. Sus patas pequeñas se movían a toda velocidad, su cola no paraba de moverse, y siempre corría a buscar su pelotita para dársela en señal de felicidad.
Era un ritual que repetía todos los días, como si le estuviera diciendo: "¡Gracias por estar aquí, te he echado mucho de menos!".

Coocky, el perrito que tanto había deseado Paola, ahora prefería estar con su papá porque él le había demostrado su cariño y le había dado el tiempo que ella había dejado de darle. Sintió una punzada de culpa en su corazón, y decidió que no era tarde para enmendarlo. Una noche, mientras su papá trabajaba, Paola se acercó a Coocky con su pelotita favorita. Lo miró con una sonrisa suave y le dijo: "Lo siento, Coocky. ¿Jugamos?". El perrito, como si entendiera cada palabra, movió su cola y le llevó la pelotita con entusiasmo.



Desde entonces, Paola volvió a pasar tiempo con Coocky, jugando con él, llevándolo a pasear por el jardín y abrazándolo cada noche antes de dormir.
Aunque el lazo especial entre Coocky y su papá seguía siendo fuerte, Paola aprendió una valiosa lección: el amor y el cuidado son lo que realmente crean una amistad duradera.
Y así, en medio de los días grises de la pandemia, Paola y Coocky se convirtieron en los mejores amigos, recordando siempre que el cariño se construye día a día, con pequeñas acciones que hacen que cada momento valga la pena.
