Siempre es domingo cuando llueve

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Todavía faltan seis cuadras. Una lluvia furiosa estalla contra el vidrio. Puta tormenta. Está sentado en el último asiento individual del 103, la cabeza apoyada contra

una ventanilla que se

enciende un momento cuando cruzan la Avenida Pellegrini. Se metió un par de rayas antes de salir y media botella de Hiram Walker. Por eso, quizá, las luces le parecen demasiado fuertes. Después el colectivo sigue por Paraguay y otra vez desfila, ante sus ojos, una serie de fachadas oscurecidas que aparecen y desaparecen a través de la cortina de


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