Martin Abad, La vida como arte

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“Tanto en su vida como en su obra, Martín nos deja el testimonio de una época saturada de novedades, de fértiles remembranzas; una época poseída por el miedo a empinar la autenticidad en medio del gran dios de la sociedad de consumo. En sus conversaciones reflejaba la visión del mundo de un artista en rebeldía contra el paisaje rutinario de la vida moderna: la oposición brillo y óxido, el frágil equilibrio de la naturaleza. La obra de Martín es él mismo en su manera de observar el gentío en medio de la escasez y de la abundancia de objetos en situaciones reales y artificiales. Martín no tiene detrás de su ligera figura a una generación de artistas que haya encontrado en los objetos el laberinto de la memoria de Funes. Tiene, sí, en el mismo camino a Beatriz González, Bernardo Salcedo, Lorenzo Jaramillo, Feliza Bursztyn, Jim Amaral, John Castles y Hugo Zapata. En ellos encontró el modelo de un arte crítico en sintonía con la tendencia del arte en los años 70 y 80 del siglo pasado, es decir, el arte debía estar libre de imposiciones académicas y experimentar con nuevos medios de expresión (el ensamblaje, collage, el video, las instalaciones, el performance). Desde aquí el artista consigue recrear el mundo de una sociedad minada en sus valores por iconos vacíos de contenido y por la cultura de la violencia”. “Martín, labrador, libre, lindo” Hugo López Martínez Escritor


MartĂ­n Abad La vida como obra

Pereira, 2016




© La Cuadra, Talleres Abiertos www.facebook.com/LaCuadraTalleresAbiertos Primera edición: septiembre de 2016 Pereira, Colombia Gobernación de Risaralda Sigifredo Salazar Osorio Gobernador Ana Lucía Córdoba Velásquez Secretaria Deporte, Recreación y Cultura

ISBN 978-958-59639-0-0 Martín Abad - La vida como obra Coordinación editorial Rigoberto Gil Jesús Calle Javier García Jaramillo Pablo Calle Villegas María García Isaza Portada Autorretrato, técnica mixta - 1980 Fotografías Javier García Jaramillo Álvaro Hoyos Baena Bonny Forero Mejía José Fernando Marín Hernández Hernando Hoyos Baena Fernando Henao Díez Viviana Ángel Chujfi John Wilson Ospina - Koala Luz María Salazar Jaramillo Pablo Calle María García Isaza Montaje y producción JM Calle La Cuadra, Talleres Abiertos Impresión y acabados Fondo Editorial Gobernación de Risaralda Impreso y hecho en Colombia / Printed and Made in Colombia

Se permite la generación de obras derivadas siempre que no se haga un uso comercial. Tampoco se puede utilizar la obra original con finalidades comerciales.



Contenido Martín Abad, la vida como forma de arte

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Una revolución hippie: Martín Abad, rock, empanadas y chatarras

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El habitante del asteroide B-612

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Pintuario de Martín Abad

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Martín Abad, el demoledor de viejas construcciones

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El poeta de la abadía

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Martín Alonso Abad 1984: Con sangre de cebolla se amamantaba

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Palabras iniciales

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ara La Cuadra, Talleres Abiertos, es un privilegio participar en la edición de este “libro-homenaje” con el cual el Departamento de Risaralda rinde tributo a la vida y obra del artista Martín Abad. Este proyecto nació en el corazón de un grupo de sus amigos más cercanos, quienes consideran oportuno el reconocimiento a su labor silenciosa e incansable en los escenarios del arte. Sabemos de la contribución de Martín a la formación de nuestra cultura, de sus lecciones de respeto por la vida y la naturaleza; pero, sobre todo, reconocemos el valor de esa manera suya particular de ver, sentir, interpretar y recrear nuestro entorno. Martín, como pocos de su generación, aprendió el legado que nos dejó el aviador francés Antoine de Saint-Exupéry; él como nadie pudo recrear El principito y a su manera lo construyó y lo deconstruyó con sus elementos más primarios. De ahí que hoy habite El principito nº 3, como un refugio que lo aproxima a la realidad íntima y poética de las cosas y los objetos. Pero esto no es todo: como creador, amante y defensor de la libertad, a manera de resistencia y contracorriente frente a la sociedad actual, Martín hace del bosque su habitat y su taller. Allí, en soledad crea y escribe su obra y ofrece un modo profundo de hacerse humano en medio de los árboles y las piedras. En él se desliza una lección de vida y naturaleza como la que enseña Henry David Thoreau en Walden, la vida en los bosques; lección que se representa en todo su trabajo como fruto de un sentimiento propio y descontaminado, que le permite hacer visible lo que es esencial al corazón. Agradecemos al señor Gobernador Sigifredo Salazar Osorio por el homenaje de reconocimiento a Martín. Hacemos extensivo el agradecimiento a nuestros amigos invitados, los que con sus textos y fotografías hacen posible este libro que hoy entregamos como testimonio de memoria y de vida de un artista ejemplar. Jesús Calle La Cuadra, Talleres Abiertos ⏐ 11


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Martín Abad, la vida como forma de arte

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s posible que no haya un pereirano más representativo del arte y la cultura de la ciudad como Martín Abad. Pero como ocurre casi siempre en una ciudad cosmopolita y abierta, este artista iconoclasta e irreverente no nació aquí, aunque hoy sea el más pereirano de los pereiranos. Por estas calles y por los caminos veredales de La Florida, plenos de biodiversidad y de aire puro, han transcurrido 68 de los 77 años que carga a cuestas, sin ninguna dificultad, este hombre de pequeña estatura, de carnes magras, de larga barba y de cabello rebelde, ya cubierto por un manto de canas. Siempre enfundado en su viejo overol y con una mochila a cuestas, Martín Abad ha ido por el mundo divulgando un arte trasgresor, pletórico de nuevas propuestas y salidas de todo precepto, en donde el uso de elementos no convencionales le ha conferido un estilo único e irrepetible. A la par con esa creatividad inagotable y sorprendente, Martín Abad ha hecho parte de toda una zaga de pereiranos raizales que, de manera altruista y desprendida, se han dedicado a la promoción del arte y la cultura en una ciudad eminentemente comercial y caracterizada por el vértigo de una gran dinámica económica, en donde confluyen gentes de todas las procedencias y todas las condiciones. Aquí a nadie se le endilga el título de forastero y al contrario, como en este caso, se convierte en pereirano por derecho propio. Al lado de Santiago Londoño, de María Isabel Mejía, de Carlos Drews y de otros muchos, Martín le ha entregado toda su fuerza y entusiasmo a la Sociedad de Amigos del Arte, que vela de manera encomiable porque el arte y la cultura florezcan en cada esquina. Es posible que su creación y su obra ya ocupen el sitial de preferencia en la memoria artística de Pereira. Pero más allá de ello, admiramos también su amor por la naturaleza, su vivencia con ⏐ 13


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el entorno y su apostolado ecológico que trasciende las fronteras del corregimiento de La Florida, del cual ha hecho su casa. Así es Martín Abad, un hombre sencillo que ha hecho de lo simple y lo inesperado, una forma de expresión artística y que ha hecho de su vida un ejemplo para aquellos que subsisten apegados a lo material y a lo efímero. Una persona de extraordinaria sencillez, pero admirada y admirable. Sigifredo Salazar Osorio Gobernador de Risaralda

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Una revolución hippie:

Martín Abad, rock, empanadas y chatarras On ne voit bien qu’avec le coeur. L’essentiel est invisible pour les yeux. Le petit prince

No pises la hierba, fúmatela Grafiti años 60

Con el pucho de la vida apretao entre los labios, la mirada turbia y fría, un poco lento el andar, dobló la esquina del barrio…

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Las cuarenta tango

n illo tempore, Gonzalo Arango, el Profeta Nadaísta, ofrece recitales con sus poemas escritos sobre papel higiénico, acompañado de Eduardito Escobar, su carnal, durante los Ciclos de Arte Joven, en el Club Quiramá o el Teatro Karká, cuando visita a Pereira y le dedica

Un collar de perlas para Pereira:

[…] Esta noche, abatido por la soledad y la miseria del pensamiento, me llega su imagen como un recuerdo liberador, el rostro de los amigos, la tierna belleza de sus mujeres, las noches cálidas, su cielo tan joven de cien años. Pero su recuerdo no me viene de ninguna parte, ni siquiera de la ciudad: me llega del fondo de mí mismo.- No necesito recordarla, pues ella es inolvidable.- Pereira sucede una vez en la memoria y para siempre. Pereira es la ciudad más pereirana del mundo.- No es un símbolo.- Cuando la ciudad duerme nada la separa de la vida. Es una ciudad con vida interior, como si de noche los pereiranos se durmieran con el sólo objeto de soñarla […] (Fragmento).

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El profeta llega invitado por el poeta Alfonsito Marín, hijo de María Hernández, la locutora del día de la madre, en La Voz Amiga, cuya mayor audiencia son los campesinos y las clases populares. Los Nadaístas ejercen una influencia y un efecto embriagante entre los jóvenes poetas pereiranos, en especial en “el flaco”, Alfonso Marín Hernández, delgado y afilado como un alambre, quien repite el estilo de vida de estos muchachos iconoclastas y anárquicos, calza sandalias, luce pelo largo, viste blue jeans, una mochila guajira con sus poemas escritos en un libraco forrado en cuero. La casa de Alfonso y la Monita Yolanda, su esposa, ubicada en el barrio Centenario, es frecuentada por un pequeño grupo de intelectuales, algunos profesionales, otros estudiantes, escritores, músicos y poetas que se sienten portadores de la verdad, por el solo hecho de ser diferentes a los demás, y se dan cita aquellos seres nimbados por el arte, la literatura, la izquierda, la poesía, el teatro y se disfruta de cultas conversaciones y se tejen sueños, con la esperanza íntima de volverlos realidad. A la hora vespertina, después de su jornada escolar, la muchachada de los colegios La Salle, Liceo Pereira, Liceo de los Andes, Deogracias Cardona, Gimnasio Pereira, Enseñanza, Sagrados Corazones y Franciscanas, irrumpen al bar de Martín Alonso Abad Abad, ubicado en la carrera cuarta, entre calles 17 y 18, en una bodega, en los bajos de su casa, con el pretexto, de las niñas colegialas, de comer crocantes empanadas de atrio de iglesia, famosas por su receta tan especial y única, con un encurtido de cebolla, cilantro, ají y uno que otro ingrediente, de sabor riquísimo y estimulante al paladar, que hace que sean consumidas por todos los pereiranos, quienes miran curiosos este espacio tan excéntrico, donde se escucha una música diferente: El Rock. Algunos llegan a MARTÍN, así se llama esta cervecería, ungidos en su cabeza, con el humo de los “puchos”, de olor a jazmín, de la cannabis sativa. Allí adentro, alrededor de una cerveza Club 60, o de una Coca Cola con Ron viejo de Caldas, y “sirope” de miel de panela, limón, canela y clavos, en un ambiente “psicodélico”, es sin lugar a dudas el sitio más adecuado para las conversaciones sobre el sentido de la vida, la injusticia social, la sociedad de consumo y la influencia norteamericana de la nueva contracultura “hippie”: rock, liberación sexual, pacifismo, antirracismo, marihuana y L.S.D. ¿Se imaginan entonces, a un grupo de jovencitas con minifaldas diminutas, muy ajustadas a sus caderas, o con los pantaloncitos calientes, sin permiso de sus padres, visitando este ambiente de locura y extravío, y de muchachos de pelos largos, o de African Look, con pantalones acampanados de colores estridentes, correas con hebillas grandes, que viven bajo el régimen de una sociedad patriarcal, heteronormativa, rezandera y patriotera, encontrándose, de pronto, frente a una 18 ⏐


nueva manera de ver la vida, con los ojos propios de una juventud innovadora, con un desmedido entusiasmo, que hacen planes para llevarlos a la realidad, y no con la mirada retardataria de los mayores, que no comprenden este suceso que por primera vez se origina, para y desde los jóvenes, deseosos de afirmarse y fortalecerse, frente a un mundo adulto? Es la Era de Aquario, según el Sublime Maestre Serge Raynaud de la Ferrière, cantada en Broadway y Londres, en la ópera beat Hair: This is the dawning of the Age of Aquarius Harmony and understanding Sympathy and trust abounding No more falsehoods or derisions Golden living dreams of visions Mystic crystal revelation And the mind’s true liberation Aquarius! Aquarius! (Este es el amanecer de la Era del Acuario Armonía y entendimiento Solidaridad y confianza No más falacias o sarcasmo Sueños vivos de visiones doradas Revelación mística y cristalina Y verdadera liberación mental ¡Acuario! ¡Acuario!). Porque The times they are a-changin (Los tiempos están cambiando), como canta el músico poeta Bob Dylan (Robert Allen Zimmerman): Come mothers and fathers throughout the land And don’t criticize what you can’t understand Your sons and your daughters are beyond your command Your old road is rapidly agin’ Please get out of the new one if you can’t lend your hand For the times they are a-changin’! ⏐ 19


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(Vengan padres y madres de alrededor de la tierra Y no critiquen lo que no pueden entender, Sus hijos e hijas están fuera de su control, Su viejo camino envejece rápidamente, Por favor, dejen paso al nuevo si no pueden echar una mano ¡Porque los tiempos están cambiando!) El bar de MARTÍN, está decorado con sus originales esculturas de chatarras de hierro esculpidas con los desechos de los talleres de mecánica, al lado de los afiches de Ángela Davis, Jimi Hendrix, Janis Joplin y Carlos Santana, iluminados por la luz negra que es la sensación en esta época del Go Go y del Yea Yea, y carteles del Pop Art, ese movimiento gringo influenciado por la banalidad de los bienes de consumo, las imágenes de los cómics, del cine y la publicidad, que reivindican la cultura popular. Andy Warhol es el trasgresor, con sus originales obras de la sopa de tomate Campbell y el icono Marylin Monroe, quien el domingo 5 de agosto de 1962, a las 3:30 de la madrugada, es declarada oficialmente muerta a causa de una sobredosis de barbitúricos, en su residencia de Brentwood (California). Muere sola, atormentada por sus depresiones y deja esa eterna imagen de glamour y sensualidad, a la que siempre acompañó con un imperturbable halo de misticismo: Una mujer inteligente besa, pero no ama; escucha, pero no cree, y se va antes de que la dejen [...], declara Marilyn Monroe. El informe de la policía lo califica de probable suicidio, pero se baraja la hipótesis de que la actriz fuera asesinada por la CIA, escriben las revistas del periodismo rosa, Vanidades y Cosmopolitan. En Martín escuchamos The Beatles, “In A Gadda Da Vida” de Iron Burterfly, Ossibiza, Santana, Abraxas, The Doors, The Mamas and Papas, Joe Cocker, Animals, Who, The Turtles con “Happy Together” y nos enamoramos con las baladas italianas del festival de San Remo. La música Rock, con sus bandas, cantantes estrafalarios, guitarras eléctricas, bajos y baterías, centrada en la crudeza, la energía y el volumen se constituye en un arma, con sus letras sediciosas, para atacar los convencionalismos o para escandalizar la sociedad, porque enloquece nuestras mentes esquizofrénicas, de adolescentes, que no sabemos de qué adolecemos. Los colores chillones invaden nuestras ropas y la imaginación supera cualquier estupefaciente y nos despreocupamos del concepto lugareño y parroquial de identidad, con esos nuevos sonidos estridentes de esta música anárquica, subversiva. 20 ⏐


Martín Alonso, un artista escultor, nacido en Jericó, Antioquia, en el año de 1939, llega a Pereira en el año de 1948; seminarista en Manizales, bachiller del Liceo Pereira y después estudiante de arquitectura, en la Bolivariana de Medellín y La Gran Colombia de Bogotá, hombre de cabellos rubios ensortijados y mirada diáfana, de movimientos libres en su cuerpo, de porte distinguido, perfil semita y un carácter siempre jovial. Nadie más agradable y divertido que él, con la inminencia de una salida ocurrente y burlona, o una reflexión insolente, cargada de humor, pródigo en anécdotas, aunque no exento de alguna vanidad, por su natural narcisismo, puesto que toda su manera de ser y su trabajo están destinados a llamar la atención sobre su persona, por su controvertida figura, que arrastra muchas facetas en su personalidad, contestataria e irreverente. Martín produce una revolución en el arte local, como Marcel Duchamp, con su técnica personal y original, por el uso de elementos no convencionales, para ejecutar su arte, porque parte de presupuestos totalmente vanguardistas y audaces, que van más allá de la postmodernidad, con propuestas estéticas a partir de lo inservible, chatarras, basuras y desechos: un arte urbano. Crea nuevos códigos visuales, elabora su propio estilo lleno de personalidad y fuerza creativa, que muchos de sus detractores lo consideran como sinónimo de burla y mofa, pero que abrió y despejó caminos, como maestro, por su mirada diferente del arte, a las nuevas generaciones de artistas plásticos de Pereira y su área de influencia: el eje cafetero. Sus primeras esculturas expuestas, al mejor estilo del suizo Jean Tinguely y la bogotana Feliza Bursztyn, fueron elaboradas con hierros oxidados, piezas inservibles de máquinas y carros, obtenidas en los talleres de mecánica industrial y automotriz, zunchos, alambres, tuercas, tornillos y clavos, fijados con soldadura autógena, valiéndose de un soplete que emitía una llama azul. Hagamos el amor no la guerra, dice la original tarjeta de invitación para la inauguración en los salones sociales del exclusivo Club Rialto, en el Agosto Cultural de 1968, de la Sociedad de Amigos del Arte; en el coctel de apertura de la muestra, Antonietta Mercuri, directora de Teatro, recién llegada de Italia, hace una semblanza del arte contemporáneo, un arte de rupturas, a través de la obra de Martín. Martín Alonso tiene a su cargo la secretaría ejecutiva de la Sociedad de Amigos del Arte, trabaja sin descanso para divulgar la cultura en nuestro terruño. La junta directiva la integran conspicuos personajes pereiranos, pertenecientes a la periferia de la alta sociedad, con apellidos tradicionales

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y emblemáticos: Ángel, Marulanda, Mejía, De la Cuesta, Botero, Drews, Eastman, Restrepo, Jaramillo y el médico comunista Santiago Londoño. Esta sociedad es fundada a finales de los años cuarenta, con un criterio de apertura, para todas aquellas personas amantes del arte y la cultura, que quieran vincularse como socios, sin distingo de clase social ni filiación política o religiosa. José Fernando Marín Hernández Jornada “Vigésima”, Exlibris: carné de caminante, memorias de una ciudad Pereira 1950-1969 Novela inédita

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El habitante del asteroide B-612 I

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l tercer de lluvia, temprano en la mañana, lo vi en la calle, con overol desteñido, un morral terciado a sus espaldas, unas chancletas de pescador judío y una barba cana, espesa y larga, de monje franciscano. Su barba cruzó primero la esquina de la veintiuna con séptima y luego cruzó su cuerpo flaco, juvenil, de hombre habituado a comer berenjenas y coles hervidas y a beber soya en horas impares, bajo un árbol de guayabas. Parece un viejo con unas alas enormes, de latas de zinc, pensé. Un vagabundo sabio lo vio a su paso y midió con lástima mi perplejidad: — Es un ángel –me dijo—. Seguro que venía por los recicladores de los puentes de la novena, pero el pobre está tan viejo que lo ha tumbado la lluvia. Otro día lo vi en el salón central del Museo de Arte de Pereira. Exhibían algunas de sus obras y dos de ellas me impactaron: un autorretrato hecho a base de puntillas y alambres clavados sobre una tabla y una tira inmensa, de plástico transparente, que él se enredaba en su cuello como si fuera un collar de perlas coralinas. Se trataba en realidad de una tira de bolis, donde el agua mezclada con el azúcar y la anilina de colores, detonaban en la tira una composición calidoscópica. Lo escuché hablar, experto y devoto, de las empanadas como el producto comestible más importante del país para edificar iglesias, barrios, parques y comunidades cristianas. Mientras hablaba y dibujaba tuercas y tornillos con sus manos de carpintero-herrero, un destello de neón descubrió las arrugas de su frente y en ellas vi cómo se dibujaba su leyenda de artista iconoclasta. Alguna vez detallé en su mirada luminosa, en su rostro curtido por el sol, mientras recogía del piso una lata de cerveza para guardarla en su morral. Una puta vieja se le acercó y le regaló un arete. Un reciclador sin dientes le puso en sus manos una olla a presión. Nuestro hombre en Pereira cruzaba el parque La Libertad, muy cerca del mural de Lucy Tejada y vi en sus ojos la forma del asteroide B-612.

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II Nació en Jericó, Antioquia, en 1939 y como él mismo escribiera en su novela autobiográfica Coclí coclí el que lo vi lo vi, abrió los ojos a las nueve de la noche, gracias a que su mamá, doña Matilde, lo expulsó de su barriga con afanosa ansiedad, para recibirlo en un nido de sábanas blancas, muy limpias. Lo primero que el niño vio, al abrir los ojos, fue una bacinilla al lado de la cama. Detalló su forma, el brillo del esmalte, el misterio de su redondez, el borde de la agarradera y juzgó, sin saber aún quién era Duchamp, que si volteaba la bacinilla, la dejaba a la intemperie por unos años y le inventaba un soporte de madera de eucalipto, allí surgiría una obra de arte vanguardista, cacá. Lo bautizaron en la iglesia parroquial de su pueblo natal “un domingo lleno de gente y de sol”, escribe. Desde entonces amó el agua bautismal, los coros celestiales, las celosías, el hierro forjado de las ventanas altas de la parroquia. Martín Alonso Abad Abad, así lo nombraron y así le afirmaron sus raíces árabes. Desde pequeño se supo sabio, avispado, sobre todo en eso de conocer, por vía de la experimentación empírica, las bondades de los condimentos, la mazamorra, las frutas y los cítricos. Lamento no haber leído su novela en 1987, cuando mis problemas capilares eran evidentes. Lamento no haber leído esta certeza tan simple escrita en la página 20: “Para evitar la caída del cabello se lava la cabeza con el zumo de un limón”. Se radicó en Pereira desde 1948, aunque solía pasar algunas temporadas en Medellín, con su familia, si atendemos a lo que Héctor Abad describe en El olvido que seremos, al recordar que los Abad, un tanto gregarios, vivían en la misma cuadra de barrio y que allí solían llegar de visita, a su casa o a la de los abuelos paternos, varios de sus parientes, entre ellos Martín Alonso: “que venía de Pereira y era un artista hippie y marihuanero que después escribió dos novelas amenas”. No se cuentan más detalles del hippie visitante, pero estos datos son suficientes para uno hacerse la idea de un hombre inofensivo, de virtudes cannábicas, que luego le declaró el amor alado a un aviador escritor: Antoine de Saint-Exupéry y en especial a uno de sus personajes: El principito. Y en particular a un miniplaneta donde crecen hierbas de la familia de la menta y la yerbabuena: el asteroide B-612.

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III Ahora que Spencer Tunick va por el mundo con su cámara fotográfica empelotando a la gente ansiosa por empelotarse, pienso en la temprana desnudez de Martín Abad. ¿Ha habido algún artista en la región que, antes de él, tuviera la valentía de desnudarse, dejar al aire sus partes pudendas, mostrar cómo fueron diseñadas sus venas frugales a la altura del esternón y de la pelvis? Una fotografía suya, tomada por Javier García y publicada en la revista Número, descubre el cuerpo entero del escultor Abad, en posición laboriosa, en una suerte de Vulcano, el dios industrial, el artesano de los demás dioses. Su cuerpo nos remite a la edad de las cavernas, cuando los hombres utilizaban armas para conciliar su presencia con la naturaleza. Su cuerpo habla de fibra, de delgadez y perfección, propia de esos seres solitarios que, a falta de hijos y nudos parentales, se obligan a ser ligeros, menos estorbosos en un mundo lleno de escombros y comida chatarra. Porque la chatarra para él nunca fue comestible, sino más bien una prolongación artificial de sus dendritas, una huella jurásica de su imaginación: “Un día, en 1968, vi una chatarra tirada en un taller que me llamó la atención; la llevé para mi casa y jugué con ella hasta decantar una serie de esculturas soldadas, que fueron expuestas en el club Rialto”, le cuenta Martín a su amigo Álvaro Hoyos. “Desde siempre sentí fascinación por los objetos botados, despreciados y abandonados; las latas tiradas en el suelo, machacadas por las llantas de los carros, patinadas al sol y al agua, me inspiraron la segunda exposición. La llamé <<El Principito>> y la exhibí en el museo de Zea de Medellín”. De los museos Martín saltó a las calles, a los andenes, a los centros comerciales, a las laberínticas galerías del mercado “El Mechero” y se hizo hiperfuturista, matérico, neochatarrista. De esa experiencia mística objetual brotaron los argonautas, los virreyes y los arbolarmas. Como un mercenario de Mad Max, Abad empezó a ensamblar, a soldar, a tejer con alambres y latas, a unir piezas metálicas, a fabricar un mundo a imagen y semejanza de sus materiales mixtos, a eso que dos estudiosas del arte, Margarita Calle y Beatriz Amelia Mejía, llaman una “estética expandida” y que en Abad se torna experiencia de una vida asombrada por el “encuentro con la casualidad” y con la “existencia misma de elementos traspuestos”. Aunque, lo sabemos, la casualidad en el artista es búsqueda y lo traspuesto complejidad. Para descansar de sus labores de artesano, Martín Abad deja atrás la ciudad y sube en chiva hasta su casa del corregimiento La Florida. Apenas empieza a oscurecer, el escultor solitario abre la puerta de su casa de madera, prende una vela, saluda a las arañas, sospecha la presencia de un ⏐ 27


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ejército de termitas en una viga y se enchuspa en su cama, desnudo, como si habitara en una orugaaleph de tela, que le abre la visión hacia la bóveda celeste. Por las montañas del Otún se eleva un penetrante olor a cebolla y cilantro. No hay estrellas, no hay murciélagos en el árbol de nísperos, tampoco hay zorritos merodeando el cerco de guadua, pero él sabe que hay vida afuera de su guarida porque una lechuza ulula en la distancia, muy cerca del río. Mientras ingiere una bebida a base de jengibre y caléndula, Martín contempla el cielo que entra por la ventana de chamizos y tiembla de solo pensar en el desastre que los árboles baobabs pueden ocasionar al asteroide B-612, si les da por seguir creciendo. Rigoberto Gil

Referentes Martín Alonso Abad (1987). Coclí cocli el que lo vi lo vi. Pereira: Libro del argonauta.

Conversación con Álvaro Hoyos Baena (1998). “Abad Abad Martín Alonso. Recorrido por la vida y obra del escultor de Jericó, Antioquia”. Revista Número 17, Bogotá, marzo-mayo.

Héctor Abad Faciolince (2006). El olvido que seremos. Bogotá: Planeta.

Margarita Calle y Beatriz Amelia Mejía (2006). Perspectivas históricas del desarrollo de las artes plásticas en Pereira. Universidad Tecnológica de Pereira.

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El escultor en el taller de metalisterĂ­a en busca de su argonauta. Pereira, 1979

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Astersidos. Sociedad de Amigos del Arte - Pereira, 1980 30 â??


Pintuario de Martín Abad

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on la mochila repleta de pinceles, tubos, cartulinas, puntillismo, hojas con las cuatro estaciones, postales iluminantes de neón embriagador coleccionados en el modernista sector de Saint-Germain-des-Prex, ha llegado de Europa el pintor antioqueño, “nacionalizado” en Pereira, Martín Alonso Abad Abad y ha colgado sus vivencias en la Sociedad de Amigos del Arte. Fija sus series 5 y 2 con una veintena de marcos que dan vuelta a la sala para antojar al visitante contemplativo. Martín incursiona en el metal, lo lanza al espacio para que regrese en llamas que al tocar su escuela artística estalla en ruinas disciplinadas de chatarra sideral. Son sus “astersidos” 176328-17397, con tendencia mitológica. Es una forma desforjada que necesita un espacio arquitectónico para las escuadras modernistas de Rogelio Salmona. Martín entra por la parte izquierda con un pintuario de seda, crea catálogos eróticos, rupestres y las tintas ingresan negras en el arte caprichoso. En su línea de “pájaros” hay finuras de Ave-Paraíso que ennoblecen el lápiz. Adquirir las obras del Conde de la Montaña, del mimado por la discreta burguesía cultural, es una buena inversión, porque su visa no ha caducado. Utiliza un lenguaje abstracto y obtuso como la gramática económica y es necesario concebir teoremas para solucionarlo. Tuve que acudir al Diccionario de Doña María Isabel Estrada de Molina. El corredor de pinturas llevaba un buen mensaje a los gustosos compradores que con ojo avizor escudriñan la maestría. Las apetencias fueron favorables, también variaron de franqueza y no recibieron aplausos mentales. Cada cual tiene su geometría. Martín tiene en su brevet, bitácora de navegante de humos azules, una marca de 620 metros cuadrados de exposición a través de su historial y 196 horas de permanencia en salas (según la línea del Museo de Arte de Nueva York).

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Su apariencia es de un obregoncriollismo y a veces da la impresión en sus cuadros de sobreviviente de las piezas de Altamira primitiva. 15 referencias de credibilidad en otras salas de admiración tiene el Kardex de Martín. Puede tener futuro, si se ajuicia. Botero pasó del lienzo a la escultura. Pocos artistas tienen esa habilidad. Bien por Martín y su escenario SAA de la sexta con privilegio. Alonso Gaviria Paredes La Tarde, junio 19 de 1980

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Martín Abad, el demoledor de viejas construcciones

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onocí a Martín Abad en 1985, cuando se afinaban los preparativos para la apertura de la Galería El Taller por parte del grupo que hoy integra el colectivo de La Cuadra y su círculo de aliados, como el fotógrafo Norberto Forero y la gestora Carmenza Marulanda. Martín ya era un artista reconocido en el medio local. Desde los años setenta venía realizando exposiciones en los escasos escenarios que existían en la ciudad. Sus aportes fueron esenciales para la consolidación de las propuestas que le darían impulso a la institucionalidad artística promovida por la Sociedad de Amigos del Arte. En aquella época me acercaba a contemplar, tímidamente, las esculturas y ensamblajes en chatarra exhibidos por Martín. La mía era una mirada desprovista de referentes que me permitieran dimensionar el significado de su trabajo. Me interesaba, no obstante, identificar los objetos oxidados que ingeniosamente ensamblaba, aunque no comprendiera del todo sus jerarquías compositivas y estéticas, en un momento en el que la mayoría de artistas del medio, centraban sus preocupaciones en la escultura formal y creían en los valores absolutos del arte. Para Martín, cualquier objeto que hubiera cumplido su ciclo era susceptible de ser apropiado y transformado artísticamente. Allí radicaba su ingenio, allí se asomaba la complejidad de su relación como creador con el entorno cotidiano. A medida que crecía la actividad del colectivo El Taller, los encuentros con Martín Abad fueron más rutinarios. Él nos visitaba con frecuencia para participar de la programación de la sala; muchas veces expuso en este espacio y muchas veces tuve la oportunidad de acompañar al grupo de El Taller a los encuentros que tenían lugar en “El principito”, su casa en La Florida. Conocer este espacio íntimo fue revelador para entender el trabajo de Martín: allí estaban las claves para conectar y valorar los vínculos que había tejido entre el arte y la vida. Un arte disuelto en la vida, o, ⏐ 35


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mejor, una vida hecha arte, en la que cada acción estaba ligada a un interés creativo y a un impulso transgresor que lo alejaba de las tendencias y movimientos de vanguardia como moda. La casa estaba levantada en materiales livianos y cálidos, muchos de ellos recuperados de alguna demolición urbana o de viejas construcciones. Su estructura frágil se mimetizaba armónicamente con el entorno, simulando una suerte de instalación habitable, anclada en un espacio húmedo, que nos imponía un régimen singular para el estar-ahí, contenidos en la amalgama de objetos y afectos que animaban los relatos y los encuentros. Cada objeto dispuesto en aquel espacio reservado tenía una historia que Martín relataba con detalles, de modo que dibujaba su travesía desde el lugar de origen, hasta el espacio donde germinaba como parte de su cosecha creativa. Entre gestos y anécdotas, íbamos transitando por aquellas regiones de la imaginación que solo él conocía y controlaba. Como cualquier proyecto estético, la casa se recreaba con nuevos elementos cada vez que Martín bajaba al río para darse un chapuzón, o cuando hacía la travesía hasta Pereira para comprar el mercado o visitar a sus amigos más entrañables. Raíces talladas por la fuerza del agua y el golpeteo de las piedras; avisos publicitarios derruidos; una señal de pare o siga; la flecha que indica un sendero de yarumos blancos; el maniquí femenino, misterioso en su fibra de vidrio; una muñeca de pelo rubio, con gesto sombrío; las postales de múltiples exposiciones, como las pruebas de esfuerzos individuales y colectivos por inventar un signo. En fin: allí sucedía un universo de curiosidades sacadas de su contexto de origen, pero que al ser dispuestas por el artista bajo un sentido estético, desplegaban todo su potencial simbólico y afectivo. Así, “El principito” devenía casa, instalación, gabinete de curiosidades, proyecto relacional, flujo de imaginación, concepción ecologista de un modo de vida en el que se visibiliza una correspondencia inédita con el entorno y se esboza su manifiesto personal de respeto a la naturaleza y a sus ritmos, tal como lo hiciera en su momento el artista austriaco Hundertwasser: “Cada uno de nosotros debe diseñar su propio ambiente […] Solo nosotros hacemos paraísos con nuestra propia creatividad, en armonía con la creatividad libre de la naturaleza”. En 1987 Martín obtuvo el Premio Anual de Novela “Aniversario Ciudad de Pereira” con la obra Coclí coclí el que lo vi lo vi, en la que recoge memorias ligadas a su infancia y al mundo cotidiano de Jericó, Antioquia, su pueblo natal. Un tejido de historias espontáneas e irónicas, narradas con originalidad y desparpajo, en las que se anticipa esa manera franca y directa con la que supo establecer tramas con los objetos de la vida. Llamar las cosas por su nombre, fascinarse con la plasticidad de sus propios detritus, vibrar con el sonido del río, transfigurar su identidad y descubrir 36 ⏐


la belleza que esconden los enseres y trebejos en estado natural, son las conquistas de Martín, que alimentan su invaluable saber personal. Con esta concepción de la vida y ese modo particular de experimentar el arte, resulta comprensible, entonces, por qué Martín Abad se convirtió rápidamente en un icono del arte conceptual en Pereira, una ciudad que solo hasta finalizar el siglo XX empieza a mostrar un interés claro por las nuevas prácticas del arte. Esto también explica por qué muchas de sus obras fueron concebidas para espacios públicos o escenarios alternos a la institucionalidad artística. Durante más de una década la Plaza de Bolívar fue el escenario privilegiado por el artista para poner en juego sus intervenciones, sin sujeción a ningún parámetro expositivo formal. Homenaje a la arepa, Hombres caídos, Vela-velita-velón, entre muchos otros proyectos, fueron el pretexto para implicar directamente a los transeúntes y usuarios habituales de la plaza, con su comprensión desbordada de la estética, el arte y la cultura. Sintonizados con esa intención provocadora, los peatones se involucraban en sus propuestas, de suerte que al tiempo que degustaban arepas, natilla, crispetas rosadas, empanadas, cucas con mantequilla, preparadas por las manos de Martín, los comensales intentaban comprender las instalaciones transitorias que el artista disponía en el ambiente público. En el horizonte de la estética relacional, el sentido de estas acciones radica en reinventar relaciones entre sujetos, proponiendo estrategias para practicar la alteridad y construir a su vez formas posibles de habitar un mundo en común: “[…] un haz de relaciones con el mundo que a su vez generaría otras relaciones, y así hasta el infinito”, escribe Nicolas Bourriaud. El vínculo de Martín Abad con los artistas de Pereira ha sido estrecho. Su presencia en múltiples espacios y eventos culturales que incluyen lo relacional y lo contextual, le ha aportado una connotación significativa al mapa cultural de la ciudad. Gracias a esa afinidad creativa ha desarrollado varios proyectos expositivos con el artista Álvaro Hoyos, entre los que se destaca la instalación realizada en el Museo de Arte de Pereira, en homenaje al plátano, elemento constitutivo de nuestro paisaje cultural y de nuestra cocina tradicional. Recuérdese también La Tienda de los Milagros, presentada en 2010 en el Museo de Arte de Caldas, en la que ambos artistas propusieron una resignificación del uso popular de las plantas medicinales en el diario vivir, desde un horizonte eminentemente estético. Sabemos que a muchas personas les cuesta relacionarse de manera espontánea con los objetos. No logran desentrañar el potencial que éstos tienen o no consiguen percibir los valores que entrañan para transformarlos desde la afectividad. Esto, según Martin Seel, obedece a la falta de ⏐ 37


Martín Abad - La vida como obra

imaginación, a la incapacidad para percibir las cosas como presencias sensibles, sin estar supeditados a la conciencia visual o a una relación empírica con ellos. En tal sentido, la novedad de la obra de Martín Abad radica en la forma como ha logrado hacer que brote el acontecimiento en cada presencia material que apropia del mundo cotidiano, transformándola en experiencia de los sentidos, del espacio y del tiempo. La estética o experiencia del aparecer (Seel), se manifiesta en un artista que se reconoce incapaz de concebir o planear con mucha antelación sus proyectos, porque su imaginación creadora va tras el encuentro casual con las cosas, para hacer que luego aparezcan ante nosotros, singularizando así nuestra mirada y nuestra relación con la vida y su sentido. En 2016 Pereira será sede del 44 Salón Nacional de Artistas y Martín Abad estará presente con el colectivo Grupo Otún, que integra con los artistas Álvaro Hoyos y Mauricio Rivera. La propuesta que presentarán “enfatiza en el rol de artista contemporáneo que Martín encarna desde la década del sesenta; su interés ha sido señalar acontecimientos y devenires culturales de la ciudad de Pereira, al configurar un universo en el que, de manera explícita, el territorio topográfico de la Perla del Otún ha nutrido el hilo de su obra, en un juego dialéctico de envolver y develar el aura de los objetos que han traducido sus postulados artísticos”, señalan Álvaro y Mauricio. La presencia de Martín Abad en el Salón Nacional de Artistas advierte un momento clave de nuestro devenir estético y del rol del artista contemporáneo, para inscribirlo en el contexto de un evento que, a pesar de las tensiones que genera, nos ayuda a renovar nuestros repertorios visuales y nuestros referentes culturales, así su idea del oficio se distancie cada vez más de la idea tradicional de obra y artista. Margarita Calle

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El poeta de la abadía

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rimero quiero expresar mi gratitud al Creador por darnos la oportunidad de rendir justiciero homenaje a un ser humano que –nacido en las jericuanas breñas antioqueñas– por sus poros solo destila pereiranidad; segundo, al señor Gobernador de nuestro verde Risaralda, Sigifredo Salazar Osorio, por atender sin reserva alguna el clamor de una comunidad que –orgullosa– considera a Martín Abad como uno de sus iconos más representativos y, tercero, a los integrantes del colectivo La Cuadra, por el trato cálido, la dirección impecable y la gentileza que han tenido en dispensar toda su atención en esta obra, gentileza con la que todos somos deudores. La polarización política ha sido una constante de nuestra dolida patria a través de toda su historia y sus efectos construyen las sociedades de una manera imperceptible pero implacable. Ningún ejemplo más evidente que el de esta Pereira del Otún y Consota, cuya composición étnica, social y cultural es el resultado de múltiples migraciones asentadas en sus tierras, como consecuencia de diversos conflictos nacionales e internacionales. A mediados del siglo anterior y en medio del recrudecimiento del fanatismo y la intolerancia ocasionados por el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, una pareja de primos –costumbre endogámica antioqueña– decidió trasladarse desde su Jericó natal hacia tierras más amables, para ofrecerles a sus diez hijos unos horizontes más promisorios. Fueron ellos Juan Clímaco y Matilde, quienes en 1948 se radicaron con su prole a una cuadra del Parque El Lago. De allí surge una de las familias más queridas y admiradas de cuantas hayan arribado a nuestras tierras en todos los tiempos, que nos ha entregado, para orgullo de nuestras gentes, sacerdotes, empresarios, comadres y hasta artistas como Martín. En ese momento Martín Alonso fue matriculado en el Instituto Murillo Toro, que dirigía Joaquín Mosquera. Allí obtuvo, gracias a su carácter contestatario, rebelde e inmoldeable, su primera expulsión. Después siguieron la del seminario de Manizales, la de Medellín y, por último, la de la ⏐ 41


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Facultad de Arquitectura en la Universidad La Gran Colombia de Bogotá, según él, “gracias a la vida, pues aunque me encanta la arquitectura, soy feliz sin oficinas ni obligaciones”. Ya reverberaba en su interior esa inspiración artística que lo llevaría a ser uno de los protagonistas más importantes de la plástica pereirana y uno de los representantes del movimiento sociológico, cultural y político que cambiaría para siempre el universo artístico del país y el mundo: el hippismo. Una obra plástica debe su valor a diversos aspectos inherentes a su proceso creativo. En primer término, ella se debe a su tiempo y lugar y, desde estos dos aspectos, las obras de arte de Martín cobran estima desde su pertinencia. La palabra, por ejemplo, multiplica su importancia por el momento crucial en que se dice. Del mismo modo, la escultura, como expresión del espíritu humano, participa de este principio cualitativo de la pertinencia. A ello se le añade el virtuosismo del artista, no solo en el dominio de la técnica, sino en la singularidad de su sensibilidad, en su capacidad de encontrar el camino propicio para la expresión de sus ideas; y por último, el virtuosismo de la idea misma. Todo esto contenido dentro del anacoreta de La Florida, quien buscó en esos hermosos parajes el refugio para un sentimiento entrañable, antibelicista y amoroso, que se vio amenazado desde la muerte prematura de sus padres y el sacrificio innecesario de Amparo, pero que siempre ha plasmado en todas y cada una de sus creaciones. En su discurso escultórico-poético una obra lleva a la otra y todas deben entenderse en el conjunto, teniendo en cuenta la reticencia, que como en el lenguaje musical, cuenta tanto el silencio como el sonido. Se requiere reparar no solo en lo que se ha dicho sino en lo que se ha dejado de decir. Podríamos hablar de cada obra en particular de Martín, pero creo que cada quien debe entablar con “sus chatarras” su propia conversación. Ellas están en capacidad de explicarse a sí mismas. Tan solo es necesario que, en silencio, sigamos los consejos de Amado Nervo, el ilustre poeta mexicano, quien propiciando una manera más profunda de abordar la vida y de conocer a la creación y hasta al Creador, decía en “Revelación”, uno de sus poemas:

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Deja que los seres y las cosas hablen; si sabes mirarlos y escucharlos bien, tornaránse lentamente cristalinos, hasta deslumbrarte con su limpidez. Deja que los seres y las cosas hablen; si sabes mirarlos y escucharlos bien, te dirán los cínifes por qué te desangran, te dirá la abeja por qué acendra miel, te dirá la rosa por qué te perfuma, te dirán las olas por qué su vaivén te dirá el cometa cuál de sus remotas peregrinaciones el misterio es. Deja que los seres y las cosas hablen; deja que se muestren en su desnudez. Más o menos tarde, si los miras mucho, leerás en los ojos de toda mujer; hasta el más astuto de tus enemigos dejará que asome su alma a flor de piel; y la propia Esfinge, si arrostras impávido, si contemplas firme su glacial mudez, venderá su enigma… Ni los dioses vencen la perseverancia de un tenaz ¡por qué! Martín, no puedo terminar estas palabras de orgulloso amigo, de quien ha podido disfrutar cada muestra de tu creación, de quien ha visto llenar nuestros espacios con tus mensajes conmovedores, de quien ha sido testigo impresionado de tu nobleza y bonhomía, sino recordando que mi mejor homenaje lo rendí hace muchos años cuando –con tu venia– mi hijo heredó tu nombre. ¡Salud! Álvaro Zuluaga ⏐ 43


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Martín Alonso Abad 1984:

Con sangre de cebolla se amamantaba

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ra el año 1984. La vereda La Florida no sería lo que es hoy si Martín Abad no hubiese tomado la decisión de fundar allí una vida, sobre esa tierra donde pareciera que el poeta Miguel Hernández, asesinado en la Guerra Civil española, escribió “Nanas de la cebolla”. En ese bosque tropical húmedo, a pocos kilómetros de la ciudad de Pereira, Martín empezó a vivir entre las montañas, sin teléfono fijo, sin luz eléctrica, sin automóvil, motivado no solamente por un duelo personal sino también por la decisión vital de llevar una vida artística entre la naturaleza. Conocer a Martín Abad en 1984, visitar varias veces aquella casa encantada hecha con sus propias manos, con la guadua, la tierra, los alambres, los objetos que desechaban sus amigos y que él mismo escogía, reunía y ordenaba. Escuchar sus relatos, disfrutar del sabor de sus fríjoles y de su hierba, fue para mí una experiencia iniciática, en el sentido que puede tener de iniciación para un joven de 18 años que idealiza el arte. Hay fotos que tienen una luz propia. Una de esas fotografías se encuentra en casa de Martín. Allí estoy apoyado sobre las maderas de su casa. Un adolescente que descubre el mundo del arte, de primera mano, a través de los relatos de un hombre artista. Una luz cae sobre mi cabeza, de la misma manera en que la luz solar penetra la intimidad de su casa. Era una luz inolvidable, cálida, de cuando éramos adolescentes y todo lo que descubríamos estaba magnetizado de esperanza. De aquellos domingos en casa de Martín quedan solamente fragmentos, el tono dulce, apaisado de su voz, la capacidad de un arquitecto –no se graduó finalmente– de levantar un pequeño universo y de hacer de aquella casa, la propia imagen de su vida, de sus deseos, de sus gestos. La tierra original, ancestral de los quimbayas fue el suelo sobre el cual levantó su historia. El “petit prince” de Saint-Exupéry, a la entrada de la casa, anunciaba la bienvenida a un umbral, como un dulce guardián que vigilaba ese asteroide donde el solitario niño se divertía en compañía de su flor. ⏐ 45


Martín Abad - La vida como obra

En el interior de la casa un Dalí, el maestro surrealista español de la desfachatez, de la irreverencia. Las ventanas adornadas con vitrales que él tomó, según su relato, de la casa de Marcel Proust. No sabré decir si eso fue verdad o leyenda, pero cuando la luz del sol se ponía roja o azul por esas ventanas, tuve la sensación de estar cerca de la calle del autor de Por el camino de Swann y de haber mordido el dulce de las magdalenas. Años después, confieso, busqué en París, en el número 102 del Boulevard Haussmann, alguna huella de Martín en la casa de Proust y traté de examinar en las ventanas, si faltaban trozos de aquellos vidrios. En 1984 Pereira era una ciudad por la que se podía caminar, sin mucho tráfico, pero con esa alegría que sigue confundiéndose con el barullo y los colores amarillos y rojos de la bandera de la ciudad y del Deportivo Pereira. Las crispetas rosadas, los algodones rosados, las solteritas naranjas, los helados ofrecidos en carritos de madera, las galletas costeñas y los pandeyucas, hacían parte de la dieta colorida de un mundo donde los lugares de encuentro no estaban diferenciados por las capacidades monetarias de los consumidores. Los tres principales parques de la ciudad eran los puntos donde convergía una multitud de niños que asaltaban el mundo urbano pereirita. De todos esos acontecimientos se alimentaron por décadas los ojos de Martín Abad. Hicieron parte de una memoria colectiva con la cual creció. Procesiones de Semana Santa, tiendas de abarrotes, alguna que otra fiesta de quince años en el Club Rialto. Colores de comida callejera y voces de vecinos saludando, recorriendo el centro de un pueblo que aspiraba a convertirse en ciudad, que no quería separarse todavía de sus tiendas, de las charcuterías, de las barberías de pueblo, de las mujeres asomadas por ventanas deseosas de un chisme, de los muchachos haciendo visita a las enamoradas en la puerta de la casa. En fin: toda aquella memoria que fue quedando sepultada con el asfalto, entre el ruido de los autos y la digitalidad. En 1984 conocí el arte pereirano que se exhibía en la Sociedad de Amigos del Arte, ubicada en una casa de bahareque, de la carrera 6ª con calle 20, un lugar donde la modernidad plástica local empezó a crecer como una planta pequeña, sincera y robusta. Algunos jóvenes artistas ensayaban sus primeros trabajos en el patio de aquella casa alta. De golpe aparecía Martín Abad, vestido de overoles, tenis, mochila y boina, contagiando el mundo de los más jóvenes con su desparpajo, con su capacidad de ironizar la cultura a través de los materiales de desecho con los cuales ha trabajado su orbe imaginario. Sin ser maestro de academia, Martín supo enseñar a las nuevas generaciones que el arte contemporáneo no es solamente forma y virtuosismo y ha sabido trasmitir la idea de que la vida y el 46 ⏐


arte se encuentran perfectamente unidos, pues ser artista es vivir como artista y eso obliga a poseer una humanidad que nos acerca a la sencillez del más humilde, del reciclador que escarba en los restos que los otros dejan. De allí se pasa a la utilidad artística que hará convertir lo desechado en una nueva experiencia cultural revivida y redimida, gracias a la imaginación de quien manipula los restos de la sociedad del derroche. Es el año 2016. Desde el oriente, por donde sale el sol, Martín Alonso Abad ha emergido por años como un hombre rural más. Ha abordado desde entonces la “chiva” de Transportes Florida, ha saludado con su nombre propio a todos los habitantes de la vereda, ha descendido hasta llegar a Pereira por el parque La Libertad, junto a los campesinos y entre los bultos de tomate, de cebolla y papa provenientes del páramo. Ha caminado hasta la Plaza de Bolívar y el Lago Uribe. ¡Cuántos años haciendo lo mismo, levantando manos, abrazos, pronunciando “holas” a las damas de la sociedad! Nombres femeninos que con el tiempo se han ido perdiendo, evaporando con el tránsito de la vida, nombres que no se recuerdan, pero también nombres nuevos, que brotan de las generaciones recientes, que continúan reconociendo en él la promesa salida de las aguas del Otún: el luchador del arte con la brocha tomada entre las manos, como una especie de Prometeo que ha robado el arte de Europa y lo ha traído hasta su pueblo. A su lado pasan los vendedores de bisutería y se impone el color verde de los mangos, los chontaduros, mientras este flâneur rubio, este paseante inter-veredal, reconoce la ciudad con la mirada del artista campesino, del niño trasplantado de los años cincuenta a una ciudad distinta, posiblemente más dura, más anónima, de dispositivos tecnológicos, de rostros cada vez más nuevos y desconocidos, aunque por su cabeza sigan regresando los nombres de sus seres amados y recordados: papá Clímaco, mamá Matilde, Lilián, Alba, es decir, la vida que fluye y que también se va de oriente a occidente por el casco antiguo de Pereira, donde todavía es posible que se escuchen campanas los domingos, porque el tráfico lo permite, y donde los fantasmas de Luis Carlos González, de Lisímaco Salazar, de Silvio Girón, de “Guspelao”, de mi madre Melva Ospina, siguen viviendo, aunque ya no estén en su materialidad, gracias a ese maravilloso y antiguo mecanismo de la memoria y las palabras. 1984 fue un año más en la cronografía de una ciudad. Para mí fue el momento en que dejé de ser un adolescente. La ciudad también dejó de ser adolescente y giró su identidad hacia grandes obras urbanas: ampliación de calles, construcción de puentes, demolición de viejos caserones. Todo eso pasó a nuestro lado y por encima de nosotros; logramos crecer y hacer una vida. Martín Alonso Abad continuó en la vereda, fiel a ella, recorriendo sus caminos, contemplando las cascadas, ha⏐ 47


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ciendo exposiciones, bañándose en el río, saludando gentes de toda condición, muchas de las cuales jamás han llegado a imaginar el tesón y el valor que se ha necesitado para llevar con dignidad una vida artística como la suya. Mientras tanto, la vereda de La Florida se hizo más próxima a Pereira y una nueva generación de pereiranos ha encontrado en sus tierras respuestas a las búsquedas ambientalistas y estéticas que abrió Martín. Las calles de su breve casco exhiben restaurantes y pequeños cafés de inspiración bohemia y turística. Los fines de semana hordas de peregrinos suben hasta allí, para asombrarse con el paisaje que cubre las aguas del Otún. Pocos saben, sin embargo, que Martín Alonso, ese hombre de barba blanca y mirada dulce, que surge de los campos de cebolla como un gnomo, fue el responsable de la fama que hoy tiene este hermoso lugar de la tierra que lleva nombre de flores, mariposas y versos colgados de los yarumos: En la cuna del hambre mi niño estaba. Con sangre de cebolla se amamantaba. Pero tu sangre, escarchada de azúcar, cebolla y hambre. Alberto Antonio Verón Ospina

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Entrada al laberinto del Conde de la MontaĂąa - El principito 3

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Para Martín la Plaza de Bolívar y la calle son las mejores salas para exhibir sus obras. En la memoria de los pereiranos queda el recuerdo de sus exposiciones anuales en el mes de agosto ⏐ 51


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Casa - Taller En todos los rincones de los principitos habitados por MartĂ­n, los objetos y las cosas cobran un misterioso sentido â?? 53


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Medusa Chatarra - ensamble 1968 54 â??


Martín Abad Proceso de creación de la obra “El argonauta” 1979 ⏐ 55


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Mujer Chatarra - ensamble 1980 56 â??


Sin título Chatarra - ensamble 1980 ⏐ 57


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Sin título Mixta sobre papel 1980 58 ⏐


Sin título Tintas sobre cartulina metálica 1980 ⏐ 59


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El Rey Chatarra - soldaura 1980 60 â??


Máscara Piedra 1984 ⏐ 61


Máscara Piedra 1984

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Cabeza Piedra 1984 â?? 63


Martín Abad - La vida como obra

El Virrey Lámina - chatarra, barrio Los Álamos, Pereira 1985 64 ⏐


El Obispo Chatarra, 1986 â?? 65


Martín Abad - La vida como obra

Árbol Chatarra - soldaura 1986 66 ⏐


Torero Chatarra - soldadura 1986 â?? 67


MartĂ­n Abad - La vida como obra

Multitud Proyecto de escultura para el Centro Comercial La Gran Esquina, Pereira Alambre de cobre 1989 68 â??


PĂĄjaro Hierro - chatarra - soldadura 1990 â?? 69


MartĂ­n Abad - La vida como obra

Obelisco Chatarra - soldadura 1990 70 â??


Hula hula Hierro - chatarra - soldadura 1990 â?? 71


Martín Abad - La vida como obra

Árbol - Arma Chatarra - soldadura 1995 72 ⏐


Árbol - Arma, conjunto escultórico de 6 árboles, elaborado con armas blancas: cuchillos, navajas, machetes y armas cortopunsantes decomisadas por la policía. Parque de Turín, carrera 7a con calle 44, ahora Estación de Megabús La Ruana, Pereira

Árbol - Arma Hierro - chatarra - soldadura 1995 ⏐ 73


Martín Abad - La vida como obra

Chatarrodonte. Escultura en hierro, chatarra y soldadura, Acueducto Municipal, Jericó, Antioquia - 1997

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Chatarrodonte Hierro - chatarra - soldadura 1997 â?? 75


Martín Abad - La vida como obra

Máscara Chatarra - soldadura 2000 76 ⏐


Asteroide Hierro - chatarra - soldadura 2001 â?? 77


Martín Abad - La vida como obra

Sin título Ensamble en madera 2006 78 ⏐


Portal Ensamble en madera 2006 â?? 79


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ExposiciĂłn en Calle Bohemia, Armenia - 2007

Portal Chatarra industrial - La Cuadra, Talleres Abiertos 2006 â?? 81


MartĂ­n Abad - La vida como obra

Naturaleza muerta Cortes en madera 2007 82 â??


Pesebre Chatarra - madera - ensamble 2007 â?? 83


MartĂ­n Abad - La vida como obra

Serpiente emplumada Chatarra - madera - ensamble 2007 84 â??


Virgen Chatarra industrial - soldadura 2007 â?? 85


MartĂ­n Abad - La vida como obra

La Tienda de los Milagros Museo de Arte de Caldas 2010 86 â??


La Tienda de los Milagros Museo de Arte de Caldas 2010 â?? 87


MartĂ­n Abad - La vida como obra

El toro Hierro - soldadura 2013 88 â??


Ă rbol Hierro - chatarra - soldadura 2013 â?? 89


MartĂ­n Abad - La vida como obra

Cisne Ensamble y chatarra 2010 90 â??


Guitarrista Hierro - chatarra - soldadura 2013 â?? 91


Martín Abad - La vida como obra

Casa-taller El principito 3 Instalación 2015 92 ⏐


Casa-taller El principito 3 InstalaciĂłn 2015 â?? 93


Martín Abad - La vida como obra

Naturaleza viva - El principito 3 Instalación 2016 94 ⏐


Superman Instalación 2016 ⏐ 95


Martín Abad - La vida como obra

Homenaje, en la versión XVIII de La Cruzada de artistas del eje cafetero. Pereira, julio de 2014

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Dentro de los muchos reconocimientos a su trabajo, Martín Abad recibió el homenaje de La Cruzada de artistas del eje cafetero en la versión XVIII. Pereira, 17 de julio de 2014

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La Cuadra, Talleres Abiertos. Exposición y presentación del libro Martín Abad - La vida como obra Homenaje de la Gobernación de Risaralda Condecoración Gran Cruz de Risaralda en categoría de Gran Oficial Pereira, sepiembre 1º de 2016



“Ahora que Spencer Tunick va por el mundo con su cámara fotográfica empelotando a la gente ansiosa por empelotarse, pienso en la temprana desnudez de Martín Abad. ¿Ha habido algún artista en la región que, antes de él, tuviera la valentía de desnudarse, dejar al aire sus partes pudendas, mostrar cómo fueron diseñadas sus venas frugales a la altura del esternón y de la pelvis? Una fotografía suya, tomada por Javier García y publicada en la revista Número, descubre el cuerpo entero del escultor Abad, en posición laboriosa, en una suerte de Vulcano, el dios industrial, el artesano de los demás dioses. Su cuerpo nos remite a la edad de las cavernas, cuando los hombres utilizaban armas para conciliar su presencia con la naturaleza. Su cuerpo habla de fibra, de delgadez y perfección, propia de esos seres solitarios que, a falta de hijos y nudos parentales, se obligan a ser ligeros, menos estorbosos en un mundo lleno de escombros y comida chatarra.” Rigoberto Gil


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