Los cuadernos del 1943
María Valtorta
1
22 de abril de 1943 Me parece que sea casi inútil escribir aún habiéndolo dicho todo 1. Pero usted 2 me insta a que escriba las cosas que más me impresionan y yo obedezco. Es la tarde del Jueves Santo. Hablando de Jesús no me distraigo de Él, sino al contrario me concentro en Él. Le diré pues cómo he pasado estas últimas veinticuatro horas. Ayer por la tarde usted me ha visto agotada. Estaba realmente agotada. Pero cuando toco el fondo de la resistencia humana, y a quien me ve doy la impresión de ser un pobre ser incapaz hasta de pensar, es precisamente entonces cuando tengo -diré así- iluminaciones. Ayer por la tarde había leído el periódico; después, cansada también de eso, había cerrado los ojos y estaba así... inerte. De repente he visto, mentalmente, un terreno muy pedregoso y yermo. Parecía la cima de un montículo, como tantos que se ven sobre nuestras colinas. Desnudo de vegetación, tan sólo rico de piedras y rocas toscas y blanquecinas, tenía alrededor un vasto horizonte. Precisamente sobre la cima había nacido una planta de violetas. Lo único que viviese en tanta desolación. Veía claramente la mata de hojas bien espesa y apretada como para presentar resistencia a los vientos que batían la cima. Algún capullo de violeta, más o menos abierto, asomaba la cabecita entre la mata verde. Pero sólo una estaba completamente abierta. Hermosa, de un sólo color, abierta y estirada hacia lo alto. Fue su estar tan derecha, casi como si estuviera atraída por una fuerza especial, lo que llamó mi atención y me hizo buscar con la mirada. Y vi un asta, una gran asta clavada en el suelo. Parecía un tronco apenas cepillado, burdo y áspero. A un medio metro del suelo, o quizás menos, había dos pies traspasados... Ayer por la tarde no he visto más que éstos. Dos pies torturados. Y que estuvieran torturados cruelmente lo decía la contracción de los mismos con los dedos casi replegados hacia la planta como por espasmo tetánico. La sangre, resbalando hasta los talones, descendía sobre el asta escabrosa y la estriaba hasta el suelo. Otras gotas caían de los dedos contraídos y llovían sobre la mata de violetas. ¡A esto tendía la violeta toda tersa hacia lo alto! A esa sangre que la nutría como, entre tanta desolación de suelo, nutría aquella única mata, que había sabido nacer junto a aquel madero. Muchas cosas me ha dicho aquella visión... Y cuando usted ha venido, yo estaba tras de ver aquel signo que era mi sermón del Miércoles Santo. No se ha disipado la figuración. No se disipan fácilmente. Permanecen nítidas en el cerebro aún cuando las cosas habituales las sobrepasen, o intenten sobrepasarlas. Esta mañana también, antes de que usted viniera, he entrevisto el resto del cuerpo. Digo: entrevisto, porque me aparecía y desaparecía como entre el fluctuar de velos de niebla. Otras veces ha sido mucho más nítido... Pero entonces me parecía muerto. Ahora me parece vivo. Y pienso que sea una gran piedad de Jesús no mostrarme hoy 1
2
Maria Valtorta había ya escrito la Autobiografía por obediencia a P. Migliorini, su director espiritual. (Ver la nota siguiente).
Se trata del P. Romualdo M. Migliorini, a quien la escritora se dirige más adelante y muy a menudo en sus escritos. Nacido en Volegno (Lucca) en el 1884, entró en la Orden de los Siervos de María en el 1900 y fue ordenado sacerdote en el 1908. Hasta el 1911 ejerció el sagrado ministerio en Italia, después fue párroco en Canadá, y a continuación pasó a las misiones de África del Sur donde llegó a ser superior regular y prefecto apostólico. De regreso a Italia en el 1939, fue prior del Convento de San Andrés en Viareggio, donde se dedicó a un apostolado infatigable sobre todo durante y tras el paso de la guerra. Hacia el 1942 fue a visitar a la enferma Maria Valtorta y se convirtió en su director espiritual y testigo de sus escritos, que celosamente transcribía a máquina aventurando la primera difusión. Pero en el 1946 tuvo que retirarse a Roma, donde confió al hermano de comunidad P. Corrado M. Berti la existencia de Maria Valtorta. Con sufrimientos cada vez mayores, falleció en Carsoli (L'Aquila) en el 1952.