momento. Es el día de hoy que todavía, cuando recuerdo ese instante, se me llenan los ojos de lágrimas. Espigado, siempre derecho como una vela, la cara arrugada y marcada por surcos como la de los hombres que han pasado años bajo los rayos del sol, así lo recuerdo. Me gustaban sus ojos claros y brillantes, y la mueca tan particular que hacía con la boca cuando se sonreía. Tenía manos grandes, firmes, y brazos muy fuertes donde uno podía sentirse a salvo de cualquier agresión.
Mi Tío Faustino 89