Prensa Estrella Roja n°13

Page 7

ESTRELLA ROJA|JULIO DE 2013|7

Situación Internacional

¿ensayo general? Una nueva ola de manifestaciones de carácter masivo y difuso emerge a nivel mundial. Por primera vez, un rebote del fenómeno "indignados" tiene lugar en América Latina, impactando de manera certera en el gobierno "ejemplo" de la región: el "responsable y pujante" gobierno del PT brasileño, encabezado por Dilma Roussef. Propios y extraños han coincidido en manifestar "sorpresa y asombro" a raíz de las manifestaciones en un país que se jacta de haber logrado en los últimos 10 años reducir la brecha entre ricos y pobres, sostener un crecimiento económico e industrial de manera estable, firme y con el beneplácito de los grandes capitalistas. Un gobierno con amplios consensos, "por arriba y por abajo", enfrenta de repente 15 días de protestas masivas, confrontación callejera entre manifestantes y policías y persistencia en no abandonar las calles...y presuntamente todo ha tenido su origen en un reclamo por el aumento del transporte público y en la denuncia del derroche del gasto público con ocasión de los preparativos para el Mundial de fútbol. Como mínimo, es descabellado y pobre en términos explicativos un ordenamiento causal de semejante linealidad que se proponga explicar el fenómeno. El marasmo humanitario de una estructura social heredera del esclavismo, con segregación racial, de clase y un narcotráfico omnipotente, coronados por la presencia de la Policía Militar -profusamente tratada como "el huevo de la serpiente" en tantos y tan buenos filmes brasileños- no pueden ser eludidos en el análisis, por más que las manifestaciones estén lideradas por una "nueva clase media". Claro está que una explosión popular de estas magnitudes puede llevarse puesto todos los indicadores del PBI.

Lo paradójico es que las movilizaciones en Brasil se parecen más a las movilizaciones que han inundado Madrid, en su momento, Nueva York o, más recientemente, Suecia, que a las suscitadas en Bolivia en el último mes y medio. Cierto es también que de los "indignados" de Libia, Egipto, Túnez y/o Siria, según el caso, surgieron útiles mascarones de proa usufructuados por el imperialismo para apuntalar su posición mediante la guerra y la imposición de nuevos viejos socios al mando. Un nuevo patrón de conducta del imperialismo ha comenzado a sintetizarse en base a las movilizaciones "primaverales" en Medio Oriente: el "modus operandi" del humanitario Obama consiste en montarse sobre sentidas y legítimas demandas democráticas, arrojar más nafta al fuego ante la represión de los gobiernos tiránicos de los Khaddafi, Al-Assad, Mubarak, suscitar el cataclismo, la incertidumbre y -de ser necesario- la guerra civil para recomponer su dominio, apuntalarlo allí donde flaqueara, o avanzar allí donde se hallara en una posición de retroceso (Siria). La democracia y los derechos humanos son, otra vez, una excusa. Las manifestaciones que se han reanudado en Egipto a un año de haberse consagrado el nuevo gobierno -una coalición encabezada por el islamismo "moderado" y (circunstancialmente) proyanqui- dan cuenta de lo expresado: las movilizaciones populares, en este caso y en la mayoría de los aludidos en estas líneas, no terminan de cuajar en una opción de poder que pase de condicionar y en todo caso ejercer un veto "democrático" a la constante vejación de sus aspiraciones. Ningún pueblo movilizado de manera independiente y exigiendo al Estado las cosas que debe exigirle, e incluso planteándose

objetivos que, aunque difusos o poco claros, planteen una virtual superación del capitalismo (siquiera sea moral, "ética", como plantean los indignados en su espontaneísmo ciberactivista) constituye para nosotros un "favor a la derecha", un "lavado de cara" al imperialismo. En absoluto. Sucede que, dada la ingenuidad reinante, el imperialismo opera efectivamente sobre estas fuerzas democráticas que abren sin más la caja de Pandora y, ora las apuntala para que jueguen en favor de sus intereses (Medio Oriente), ora las infiltra y desvía de su cauce a partir de la represión, caso España u Occupy Wall Street, haciendo pie sobre la escasa y deficiente experiencia de organización popular independiente que está a la base de los movimientos más típicamente occidentales. Pretendemos señalar una diferencia entre los casos de Bolivia, por mencionar un ejemplo, y los países más decididamente occidentales, con una indignación más "civilizada", simpática, cool, encabezada por la máscara de "V", Anonymous y sucedáneos: en lugares con una tradición de lucha y organización más arraigada y desarrollada, se observan movimientos que, si bien son más acotados, son mucho más precisos y claros en sus objetivos, que tienden a ser programáticos. Otro cantar, como se ha dicho, son los híbridos que se suscitan en el polvorín ardiente que es Medio Oriente. Nótese que Egipto es, con mucho, el caso más "occidental" de todos los de la Primavera Árabe (Turquía comienza a recorrer un camino similar, aunque de inciertas derivaciones). Si alguien encuentra un referente "izquierdista" o siquiera democráticoprogresista entronizado por las masas en Libia, Túnez o Siria, puede que se trate de un hallazgo científico o paleontológico sin precedentes.

El “viejo” problema de la dirección política Evidentemente existe un profundo desgarramiento en las democracias quaoccidentales, que abre un sinfín de posibilidades, pone en jaque y condiciona no sólo gobiernos locales, sino que redefine alineamientos y balances de poder a nivel mundial. Los componentes de esta grieta de legitimidad que se ha abierto en los capitalismos decadentes de centro y periferia, exceden sin embargo el patrón de la determinación económica: lo estrictamente político comienza a ser -de manera errática- puesto en cuestión mediante simbolismos varios. Es más que evidente que la crisis mundial está pariendo un cambio de época, que a este capitalismo donde los fósiles se muestran todavía ágiles y saludables le está llegando la hora de su propia crítica material, devastadora. En este sentido, un análisis que se pretenda marxista no puede eludir la potencialidad que de manera disímil encarna en movimientos de esta índole, pero, a su vez, debe ser lo suficientemente responsable y evitar el encantamiento de los cantos de sirena: la fase actual de movilizaciones ha de ser derrotada, el margen es aún amplio para reprimir y a s i m i l a r. N o p u e d e t r i u n fa r s i n o parcialmente, y aún así serían fácilmente absorbibles por los regímenes de la democracia burguesa en sus distintas variantes. Es este un momento histórico de ruptura, no quedan dudas, pero las generaciones actuales que salen a luchar, al

menos en Occidente, parecen vivir un sueño amnésico: no han sacado todavía las debidas conclusiones a partir de un análisis certero de las tradiciones de lucha sobre las cuales se erige su plataforma actual. Esta situación da cuenta de la profundidad del triunfo del capitalismo en su variante neoliberal -carpe diem constante cuya contracara "izquierdista" es el autonomismo, claramente hegemónico en la etapa actual- y la derrota profunda en que hemos caído todas las expresiones de izquierda revolucionaria a partir de los años '70, momento en que se cierra el ciclo ascendente de las luchas de liberación y las "nuevas izquierdas" tercermundistas. A partir de aquí se impone el neoliberalismo a escala planetaria y comienza a tomar forma la implosión de los socialismos realmente existentes. La mencionada derrota tiene vastas implicancias culturales: el "no te metas" no es sólo un espécimen autóctono. Es la síntesis a la que arriba el triunfo del capitalismo neoliberal. Hay en la expresión tanta propagación de ideología dominante, con su invitación al consumo individual, como amenaza latente de terror físico. En ninguna de las masivas movilizaciones, de Brasil a Turquía, pasando por Wall Street, Suecia o Madrid -ya establecimos que Medio Oriente constituye un fenómeno distinto, con más especificidades propias que similitudes con Occidente- está planteado un cambio radical de modo de producción, una

transformación revolucionaria de la estructura social que oprime a la humanidad a diario. Y es lógico que así sea. La actitud que los revolucionarios debemos tomar frente a estos fenómenos de masas debe s e r, n e c e s a r i a m e n t e , c r í t i c a : fetichizaríamos si no cualquier movilización por su carácter masivo, y veríamos inminentes insurrecciones triunfantes, masas socialistas decididas y profundas revoluciones en marcha allí donde no existe más que la pequeña chispa de un ensayo general que comienza a despuntar después de largas décadas en la oscuridad. En este punto, creemos que la crítica material sólo puede ser realizada mediante la organización a nivel mundial de estos movimientos -la posibilidad de coordinación existe y ha sido probada- y el trabajo paciente en los distintos ámbitos a fin de derrotar los argumentos fetichistas por izquierda y por derecha: esto es, tanto los que ven al proletariado revolucionario con i-phone y vestido de "V" planteando que hay que autogestionarse el futuro (?!) como aquellos que insisten en la no-necesidad de la organización política duradera en el tiempo y reclaman "participación". Por los dos caminos se llegará a derrotas estrepitosas. No maduran aún las condiciones subjetivas, debido al enorme retroceso ideológico que acompañó a aquella derrota. De manera tal que, si es que aún existe una izquierda revolucionaria, debería formarse para acompañar estos

procesos sin concesión alguna a las tendencias que hoy por hoy se mantienen como hegemónicas hacia adentro de los movimientos, y cuyas limitaciones reconoce cualquiera que se haya dedicado a estudiar los casos del neozapatismo o incluso nuestro 2001. En ese sentido, creemos que el antiguo Tercer Mundo tiene bastante que enseñarle a la vieja Europa, y no al revés. L a s c o n c l u s i o n e s q u e e s ta m o s empezando a sacar a la luz de lo sucedido en nuestro continente en la última década nos permiten aventurar que, en los países más avanzados, será difícil que los acontecimientos se desplieguen en una dirección revolucionaria, al menos en lo inmediato. Sin embargo, es imperiosamente necesario luchar por la redefinición de esos movimientos y orientarlos en la etapa subsiguiente, cuando llegue el turno a las conclusiones de la derrota, algo que no está siendo debidamente llevado a cabo en nuestra realidad autóctona. Sea cual sea el resultado inmediato, estos movimientos son todavía asimilables por los regímenes burgueses existentes, dado que en ninguno de ellos asoma siquiera el esbozo de la necesidad de construir una herramienta política que vehiculice la toma del poder y de efectivo cauce a una verdadera revolución, cuyo carácter no puede ser sino socialista. El problema continúa sien do de dirección política.

7 w


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.