Tast viaje alrededor bay (int) momentos

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Momentos, sensaciones, recuerdos… 17. Espejito, espejito

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18. ¿Cuál es su vocación?

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19. Una conversación telefónica

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20. Gente mayor

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21. Normalización

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22. Un hombre libre

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23. Historia mínima

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24. La mala reputación

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25. S.

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26. Cristal

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27. Plenitud

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28. La perfección

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29. Ilusiones

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30. Lamento

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31. Amabilidad

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32. Poder

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33. Lisboa

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34. Arco Iris

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35. L’horror

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36. Secretos

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37. Atardecer

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38. Planta

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39. Verano del 74

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40. El tren

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41. Cartas

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42. Cocinar

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43. Opinión

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44. La lluvia

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45. Carencia

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46. Caminar

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Momentos, sensaciones recuerdos…

18. ¿Cuál es su vocación? A veces la vida te brinda gratamente algún regalo que hay que aprovechar y disfrutar. Desde hace pocos meses en un simple recinto público de vapor de agua, tengo encuentros muy amenos con una persona mayor, pero de mente grande y fecunda que si coincidimos, tenemos charlas placenteras y desenfadadas sobre la vida y sus variaciones. Normalmente a esas horas solemos estar solos pero una vez se sumaron dos madrileños. Él, indiferente a que había entrado gente, continuó hablando como si nada y dijo delante de todos que le conmocionaba contemplar los almendros en flor, añadiendo que como se acuesta antes de las diez de la noche, le gusta recitar poesía a las cinco de la mañana y que con frecuencia, al atardecer, se recrea observando los matices que ofrece el crepúsculo de su pueblo. En fin. La risa prendió entre los recién llegados. Uno de ellos, que suele sentenciar cuando habla, pues lamentablemente la duda no le entra en su cerebro, le ridiculizó con un gesto infame que mi amigo por su colocación en el recinto no pudo verlo, agregando en tono burlesco que la edad no perdona, que el pobre hombre perdía aceite por todas partes porque derrapa cuando habla y que tenía que ir urgentemente a hacer una visita a la ITV, para ajustar ese motor que ya flaquea y no funciona correctamente. Y todo satisfecho de su comparación, para rematar su faena, se puso condescendiente, invitándole a que bajase de las nubes pues no podía ir por la vida así, haciendo un ridículo espantoso. El jolgorio entre ellos era grande y el regocijo se apoderó en sus rostros. Mi amigo con su sonrisa y con esa lenta voz queda que tiene, le dijo tranquilamente:


—Oiga señor, mi vocación es amar y no puedo evitar enamorarme de cosas bellas, cosa que no me avergüenzo en absoluto. Y usted caballero, ¿cuál es su vocación? ¿De qué se enamora usted? Al gallo del corral le cogió a contrapié las preguntas. Masculló algo e improvisó una respuesta que no fue satisfactoria, pues empezó a perder los papeles naufragando en un mar de contradicciones, que terminó la conversación marchándose enfadado del recinto. Mientras salía, despotricó contra ese viejo diciendo que un pelagatos no le daba ninguna lección y que no perdía más el tiempo con un chiflado que dice tonterías. Ni después de ducharse, su rostro se suavizó porque continuaba estando desencajado y malhumorado saliendo deprisa de los vestuarios. Como comentó una vez mi amigo en el baño turco, para vivir intensamente es necesario no albergar ni una pizca de odio ni de rencor hacia nadie. No merecen gozar de esa atención desmesurada. Y desprenderte de lo superfluo, es decir, despojarse de esos miedos que nos paralizan. Se empieza lanzando la reputación personal de uno por la ventana. Que digan o piensen lo que les plazca, no perdiendo el tiempo en justificaciones, e incluso en muchos temas, ser benevolente: si uno es del Barça, yo también; si otro insiste que es del Real Madrid, pues igualmente, no hay problema, de todos los equipos, de todos los colores, de todos los bandos. No hay ninguna contradicción en ser de todos, siempre ganas y siempre pierdes. Y si te es indiferente ganar que perder, descubres felizmente que tanto el éxito como el fracaso son dos impostores como muy bien dijo Kipling. Y es entonces, lejos de las murmuraciones y gobernando tu propia vida, cuando empiezas realmente a sentir plenamente, porque hay tanta belleza a nuestro alrededor que cuesta estar enfadado por nadie ni por nada. Como hace mi amigo, un hombre liberado, amable y muchas veces cachondo, ya que no se coge la vida a la tremenda y se ríe de sí


mismo. A sus 73 años está hecho un chaval, lleno de energía y vitalidad. Ya me gustaría llegar a esa edad con su lucidez, vigor y con su graciosa y desenfadada ridiculez. Ahora, a mediados de abril, en algunas partes de Benicarló empieza a florecer el azahar, dejando un perfume que en algunas personas ese aroma les trastorna el comportamiento de tal manera, que a medianoche van en busca de estrellas fugaces o intentan descifrar la cara oculta de la Luna. 26. Cristal He de admitir que no soy fan del cantante Raphael. Normalmente no suelo escuchar sus canciones, pero después de que saliese afortunadamente a salvo de un delicado trasplante de hígado, he observado que esta persona no tiene nada que ver con lo que era antes, convirtiéndose ahora en otro hombre completamente distinto. Se ve que también le arreglaron alguna fibra sensible suelta que tenía. Todavía recuerdo hace algunos años su actitud arrogante ante algunas personas, su pose de divo fuera del escenario que llegaba a cansar, acompañado de algunas declaraciones poco afortunadas contra algún partido político. Fue salir vivo de la operación y como un ave fénix, cambiar rotundamente su apreciación sobre el género humano. Ahora muestra una simpatía a prueba de bomba: es amable y generoso con todo el mundo sin excepción; solidario con los más débiles y dando gracias por esta segunda oportunidad que le ha ofrecido la vida para poder sacarle todavía algunas sonrisas. Cree que es un regalo del cielo que aún continúe vivo entre nosotros y ha aprendido que no vale la pena ahora que le quedan unos cuantos años, perderlos malhumorado. En ocasiones tengo charlas amenas con un amigo, el cual sostiene que el perfil interior de una persona jamás cam-


bia. Afirma que el carácter de una persona generalmente se mantiene inalterable durante toda su vida, que por diversas circunstancias puede haber ciertas variaciones, pero en el fondo, su forma de ser no varía. He aquí una prueba de que alguien sí que puede cambiar. Eso sí, para darnos cuenta de las cosas, como somos muy tercos, ha de ocurrir algo gordo para que cambiemos de actitud y nos cuestionemos si la relación con los demás es la más adecuada. De vez en cuando ¿no hay motivos para sonreír un poco? En ocasiones ¿la vida no se nos presenta de forma dulce y amable? ¿Es trasnochado, cursi y de una candidez supina soltar algo así? ¿O tenemos que estar todo el santo día clamando de lo mal que está todo: del precio de los carburantes o de nuestros gobernantes? Según el cristal en que se desee mirar, la vida puede ser en algunos momentos maravillosa o, el cielo puede seguir estando encapotado todos los días si uno se empeña en continuar con su pertinaz hosquedad, a pesar de que después de la tormenta, en ocasiones, ese mismo cielo se muestra generoso y nos ofrece el arco iris. Sé perfectamente que con sólo ver las noticias se cae fácilmente en la desolación, robándonos esa alegría y las ganas de realizar alguna cosa. Pero creo que si uno es curioso, también puede descubrir la otra cara de la realidad, observándola desde otro ángulo para percibir la otredad, cuando la mirada se cruza con alguna grata sorpresa inesperada, o incluso, uno puede asombrarse de llegar a una dulce paradoja. No estamos hablando de obviar la evidente crisis que penetra en todos los ámbitos, pero a pesar de los pesares, hay que dejar un espacio y un tiempo propio, para que esa brutal realidad no nos invada completamente paralizándonos como persona. Uno tiene todo el derecho del mundo a mostrar su faz más amarga que tiene, y en algunos casos, no hay que buscar la causa en la crisis porque esa aspereza la tienen desde hace ya demasiados años. También hay personas que siem-


pre encuentran un motivo para continuar con su perenne mal humor, a pesar de que materialmente no les falte de nada y no están impedidas. Pero si uno se esfuerza en observar detenidamente el entorno, también comprueba, y eso no se suele mencionar y pasa desapercibido, que hay gente con valor que no se arredran ante una dificultad. Personas generosas, anónimas y calladas que aprovechando favorablemente los dones que la vida nos ofrece, entregan lo mejor que llevan dentro y te brindan una razón para confiar todavía en el género humano. Y te lo demuestran con unos simples y sencillos detalles que las engrandecen: una te ofrece una mano; otra te sugiere un camino; otra te promete un destino; otra te descubre una flor; otra te regala una sonrisa; otra te aporta su sencillez; otra te dibuja la luna; otra te anima a reír; otra te enseña humildad; otra te invita a bailar; otra te obsequia un verso perdurable; otra te da su palabra; otra te canta una canción, y otra te entrega su hermoso corazón. Y a usted, ¿le parecen insuficientes estas ofrendas? 27. Plenitud Hay instantes únicos, sobrecogedores, mágicos que hace que uno se reconcilie con el entorno. Cada objeto adquiere por una extraña razón, un enorme valor. Si fuésemos panteístas creeríamos que cada cosa es sagrada y tendríamos que venerar a la Madre Naturaleza, pues cada parte posee un espíritu que está esperando de nosotros que lo descubramos: la rosa se abre y anuncia alegre su llegada a la vida para que la miremos o la tomemos, ya que al marchitarse, desgraciadamente, no florece de nuevo. Hay que estar atentos para captar ese instante y atrapar el aroma porque luego puede ser demasiado tarde. En una simple playa de la Serra d’Irta, la del Russo, que está al lado de la del Pebret, llegas en bici después del traba-


jo y puedes estar tranquilamente un par de horas. Ahora, a finales de Mayo, en un día entre semana, está habitada por un grupo variopinto de personas: en un rincón un grupo de franceses; en otra punta está una pareja de alemanes; luego aparece una persona solitaria que se coloca por el centro. Cada uno ocupa un trozo de playa y está con sus cosas: uno lee, otro toma el sol, otra se baña, otro busca caracolas, otra pasea y también tú participas de ese ambiente sugestivo y agradable. En los cuadros campestres de Renoir hay composiciones perfectas donde se percibe que cada personaje ocupa su sitio. También en algunos directores japoneses (Mizoguchi, Kurosawa…) se observa el respeto y devoción que tienen a las composiciones de la naturaleza, con el hombre como un elemento más. ¿Existen momentos de plenitud, de comunión con la Naturaleza, instantes únicos, mágicos que uno está exultante y gozoso de fundirse con todo lo que te rodea? No lo sé, pero algo aproximado se puede encontrar aquí, siempre y cuando se tenga el espíritu a punto para recibir una descarga de emociones y sensaciones placenteras. Pero creo que para saborearlo plenamente, uno ha de desintoxicarte previamente, purificando el alma de resentimiento, teniendo la mente limpia de parásitos como prejuicios e inhibiciones que bloquean el cerebro, y abriendo de par en par todos nuestros sentidos para percibir el sugestivo entorno: el sonido de las chicharras; el rumor de las olas que mueren en la arena de la playa; el aroma a romero y a tomillo que ofrece la montaña; agradecer la brisa que acaricia la cara; dar la bienvenida a la estrella del día que cada día nos visita para ofrecernos sus rayos de vida; observar una bandada de gaviotas que surcan el cielo azulado; sentir el contacto de los pies con la arena suave y limpia, y disfrutar viendo los matices del agua del mar, ahora verde esmeralda, ahora azul pálido, con la línea del horizonte delante de ti. ¿Qué sueño es superior a ésta sinfonía de sensaciones? ¿Qué más se puede


desear? ¿Qué es la vida si no un frenesí de emociones? ¿Por qué no morir mientras se contempla este paisaje? ¿Por qué cuando se nada y se adentra, no abandonarse a merced de las corrientes dejándose llevar? ¿Qué sentido tiene regresar al mundo ordinario? ¿Para qué? Cuando Dios expulsó del paraíso terrenal a Adán y Eva yo creo que los echó de nuestra querida Serra d’Irta. El pintor Gauguin estando en la Polinesia pintando sus coloridas y sugerentes mujeres nativas y estando ya enfermo, comentó a un amigo que el edén que estaba buscando, quizá se encontrase en esos pueblos costeros, tranquilos y encantadores del Levante español. O sea, estamos en el paraíso y nosotros seguimos sin enterarnos. A un tiro de casa, en nuestra Serra d’Irta, existen lugares que si uno tiene espíritu aventurero, encontrará sendas con misterio y encanto; parajes como cerca de Vistahermosa, que en los atardeceres de otoño cuando se percibe el cambio de tiempo y la entrada del Mistral, se contempla una puesta de sol simplemente arrebatadora; castillos que esperan que sean conquistados; barrancos que cuando llueve suavemente cobran vida ya que desprenden un olor cautivador; cumbres como Campanilles o la Bota que desde la cima eres el Señor de la Serra; ermitas sagradas que ya cumples penitencia subiendo en bici; tesoros escondidos en antiguas torres vigías; lugares mágicos que habitaron antiguos pobladores; sonidos y silencios sobrecogedores; aromas que se te clavan en la mente... Lugares y sensaciones, que no son menos fascinantes que otros rincones aparentemente exóticos. No hace falta desplazarse a zonas llamadas paradisiacas para gozar de bellos paisajes. Sí hombre sí, al lado de su casa. Sólo hay que abrir los ojos y dejarse llevar por los sentidos.


36. Secretos Ayer tuve que ir a un entierro. Observas que es una tradición depositar coronas de flores alrededor del féretro como muestra de respeto y estima que se tiene por el fallecido, pero personalmente creo que sería más bonito y considerado que a uno le llevasen flores cuando pueda apreciarlas porque el finado, desgraciadamente, ya no puede disfrutarlas. Curiosamente a un hombre en nuestra sociedad, queda ridículo regalárselas en vida pero una vez muerto, se acepta como un detalle amable y generoso ofrecérselas. Recuerdo haber leído que una persona no quería flores en su sepelio porque llegaban demasiado tarde. (O quizá lo soñé. Realmente no sé si lo he leído o lo he imaginado. A estas alturas ya me confundo continuamente) Durante la misa, me preguntaba si esa persona fallecida vivió intensamente, si amó la vida que le tocó vivir, si tuvo suerte, si albergó alguna pasión, si fue valiente y vivió como deseaba, si evolucionó y cambió de ideas, si valió la pena el esfuerzo que realizó. No sé, esas cosas que a veces te pasan por la cabeza. Pero también me preguntaba si tuvo algún secreto, un lado íntimo desconocido que a lo mejor sus más allegados ignoraban, si realmente su vida privada fue un misterio. Quizá desconozcamos una vida interior que él quiso mantenerla oculta. La biografía siempre la escriben los otros, y ellos sólo saben de fechas, de ciertos acontecimientos destacados y nada más. Desgraciada o afortunadamente hay secretos que uno se lleva a su tumba. El escritor intimista Pessoa anotó: “Si después de yo morir quisieran escribir mi biografía, no hay nada más sencillo. Tiene sólo dos fechas, la de mi nacimiento y la de mi muerte. Entre una y otra todos los días son míos” Posiblemente cualquier interpretación de algún hecho ocurrido en la vida de una persona introvertida sea pura especulación y plena confusión. Qué sabemos nosotros de sus dudas, de sus miedos, de


sus deseos, de sus sueños, de sus silencios, de todo aquello que sintió o sufrió. Hay personas que confiesan con orgullo que no tienen ningún secreto y afirman sin ambages que son transparentes. Pienso sinceramente que bastantes de ellas son francas, honestas y van de frente. En política o en cargos públicos evidentemente uno debe ser transparente y tener las cuentas claras y en regla. Pero en el ámbito privado es diferente. Personalmente me atraen las personas reservadas que no manifiestan todas sus vivencias u opiniones, que guardan algo íntimo en su interior y no lo comparten absolutamente con nadie. Hay silencios misteriosos, seductivos, maravillosos… Existe todo un mundo subterráneo que no aflora en la superficie. Tal vez posean grietas o incluso fosos desconocidos en su vida privada. Esa vida oculta, salvo que no hagan daño a nadie, le pertenece únicamente a esa persona. También hay algunos seres que son normalmente previsibles intuyendo generalmente sus opiniones o el comportamiento que puedan tener. En ocasiones encuentras alguna persona con una actitud positiva que denota una vida plena, intensa, que no se ha rendido ante los obstáculos o sinsabores que se le han presentado y encara con valor esas adversidades. Asimismo observas miradas desgastadas de tanto bregar; rostros apagados que sugieren falta de ganas, o cansados de llevar demasiado tiempo una vida gris. Igualmente hallas gestos alegres o ingenuos, y caras expectantes cargadas de ilusiones y entusiasmos a la espera de que sus deseos sean satisfechos. Y en medio de estos semblantes, también encuentras alguna persona reservada, discreta y callada que esconde sus sentimientos y debajo de esa apariencia silenciosa, alberga, en algunos casos, todo un mundo fascinante en sensaciones que desconcertaría a sus amistades, pero que por pudor más que por temor, se avergüenza de manifestarlas. Hay secretos que no se comparten, y no es conveniente explicitarlos, pues posiblemente sería vergonzoso y humi-


llante. No todo hay que decirlo porque también llegaríamos a ser insoportablemente aburridos. Esta sociedad nos enseña, si no quieres hacer un ridículo espantoso, que hay que contener ciertas emociones y no manifestar algunos sentimientos. El genial Proust escribió una frase reveladora: “A partir de cierta edad hacemos como que no nos importan las cosas que más deseamos” Uno ya ha aprendido a fingir. Por lo tanto hay que guardar las apariencias. Ya he revelado demasiadas cosas, demasiados secretos. Será mejor que calle. 43. Opinión La periodista Maruja Torres ha comentado que la han sacado de la sección de opinión del periódico “El País” y molesta por la decisión, se ha ido de la empresa en la que había trabajado durante los últimos 30 años. Considera que había sido capaz de crear opinión en una parte de sus lectores. Eso me ha hecho pensar. Evidentemente yo no tengo ni la categoría, ni el talento de esa escritora, ni claro está, este semanario es el altavoz que ella gozaba. Creo que nunca he tenido opiniones sólidas: son equívocas y tienen fecha de caducidad. Al no tener un criterio estable, podríamos decir que soy un inmaduro. Mi psiquiatra siempre me lo recordaba. Hace más de dos años me desahució porque consideró que no tenía arreglo posible, y al carecer de un interlocutor, entones me dio por escribir. Ahora vierto mis manías y obsesiones en un trozo de papel que carece de rostro, pero no me hace preguntas indiscretas. Bien mirado salgo ganando: me sale gratis y de momento, nadie me riñe, pero bueno, todo llegará. Crear opinión debe ser un engorro, pues le obliga a uno a ser coherente con sus argumentos, hilar fino en las ideas y no desbarrarse. Como estoy plagado de incertezas mi cabeza nunca está despejada, es como una leonera en la que


está todo revuelto y no consigo ordenarla debidamente. Si opino de una cosa tendría que sopesar los pros y los contra, y después debería hacer una valoración justa y objetiva y decidirme por una opción, justificando lo expuesto, y sinceramente, no tengo el espíritu suficientemente equilibrado para asumir tal compromiso. Además, las pocas ideas que tengo son confusas y resbaladizas, y seguramente acabaría metido en un berenjenal. Y luego mi mujer me diría: “Ves, eso te pasa por opinar. Pero, ¿en dónde te metes? Con lo guapo que estás cuando no opinas. Si no tienes ni idea.” Y tiene toda la razón. Ya en un curso de terapia de pareja que asistí hace años, la terapeuta me aconsejó que en las situaciones conflictivas, era conveniente dar la razón a la mujer porque afirmaba que la mujer es más intuitiva y posee más visión que el hombre. Y si lo dice una experta que además es mujer, pues lo más sensato es obedecer y no llevarle la contraria ¿verdad? Ya se sabe: cuando la mujer pone los brazos en jarras, frunce el ceño y luego te amenaza con el dedo índice, no es prudente contradecirla. Pensándolo bien hay tantas opiniones como personas. Cada uno tiene las suyas y considero que no está bien que venga alguien de afuera a perturbar el dulce hogar de las creencias que uno tiene bien asentadas en su cabeza. Ya está el mundo suficientemente revuelto, para que aparezca un iluminado que tras tener una revelación, se cree que está en posesión de la verdad y se empeñe obstinadamente en alterar los pensamientos ajenos poniéndolo todo patas arriba. Pero hombre, después de las desgracias que sufrimos, usted todavía quiere socavar la buena convivencia y turbar la paz de espíritu. Además, estaría preocupado si pensase que hubiese alguna persona que creyese que mis opiniones son respetables. Después de más dos años escribiendo creo que es evidente: no tengo credibilidad pues soy tremendamente contradictorio y variable. Por lo tanto no me considero un ejemplo


a seguir, ni pretendo ser un referente para alguien. Lo más sensato es dar la razón a aquellas personas que no están de acuerdo con lo que escribo, porque la mía desgraciadamente hace años la extravié, y desde entonces no la he encontrado. Y si esas personas tan sensatas andan sobradas de raciocinio, por favor, que me den un trocito, que la compartan, que demuestren un poco de humanidad y no sean tan acaparadoras y egoístas. Pero si encontrase a mi razón, ¡oh si la encontrase!, estaría más contento que unas castañuelas y más feliz que Manolo Escobar cuando encontró por fin su carro. Se imaginan: la cordura y la sensatez reinaría en mi pobre cabecita. Pero luego la reprendería: “¿Te parece bien lo que me has hecho? Eso, a una persona no se le hace, dejándola desamparada y mutilada. ¡Qué sea la última vez que desapareces sin avisar! ¿O es que no tienes corazón?” Pero ahora sin mi querido juicio, las bellas frases se evaporan de mi mente y no me encuentro capacitado para opinar decentemente, y claro, luego sale lo que sale: escritos infumables, desustanciados o anárquicos como éste. Y todo por no hallar mi maldita razón. Le juro que la he buscado en toda mi linda cabecita y mi cerebro me ha dicho que hace muchos años que no la ha visto, y que el pobre se encuentra huérfano de ideas. ¿Usted la ha visto por casualidad? Si la ve, por favor, dígale que la echo mucho de menos. En fin. Aquí estoy ante la inconmensurable realidad: incompleto y desquiciado.



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