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¡SAL AFUERA!

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Sammy Mutua

Sammy Mutua

Después de decir esto, gritó con voz fuerte: «¡Lázaro, ven afuera!». El muerto salió con los pies y las manos atados con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: «Desátenlo para que pueda caminar». (Jn 11,43-44)

En este pasaje de la Biblia se narra el momento en que Jesús resucita a Lázaro, una narración que contiene una riqueza en muchos sentidos, por ejemplo, cómo Jesús reacciona ante la muerte de su amigo, cómo recuerda a Marta la necesidad de creer y en la voz fuerte con la que manda a Lázaro salir afuera y a los que estaban cerca el desatarle y dejarle andar. Sin duda unos versículos que nos ayudan a conocer más a Nuestro Señor Jesucristo y también nos ayudan a conocer más sobre nuestra misión.

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En esta breve reflexión, me gustaría centrarme en esto último, en la relación que estos versículos tienen que ver con nuestra misión. Nos encontramos en el tiempo Pascual y podemos decir sin lugar a equivocarnos qué estamos de fiesta: “El Señor ha Resucitado, Aleluya”. Pero, ¿Cómo vivo esta fiesta? ¿Cómo vivo el Evangelio? ¿Cómo espectador o realmente tomo mi lugar cómo protagonista de la historia? Porque, lo soy.

Nuestra fe no consiste en conocer los sucesos del Evangelio, nuestra fe tiene un carácter performativo; aunque es una palabra poco utilizada, el carácter performativo de la fe se refiere a que nuestra fe mueve a la acción, no basta conocer y decir que creo, sino que debemos ponernos en marcha. Santo Tomás de Aquino menciona esta dimensión práctica de la fe que «aspira a entregar a otros lo contemplado y ponerlo al servicio de la vida y de la misión» (cf. S.Th. I, q.1 a 4).

Nos puede pasar que nos sentemos a mirar la vida y veamos como suceden las cosas, incluso veamos lo que nos sucede «desde la barrera» sin darnos cuenta que el tiempo que tenemos aquí, en esta vida, reclama nuestra pronta actuación. Podemos pensar que no sabemos hacer las cosas, que hay alguien que puede hacerlas mejor, ¿recuerdas a San Juan Diego cuando le pidió a la Santísima Virgen María de Guadalupe que enviase a alguien más, pues él no podía realizar tal encargo?

«… mucho te suplico, Señora mía, Muchachita mía, que alguno de los estimados nobles, que sea conocido, respetado, honrado, le encargues que conduzca, que lleve tu venerable aliento, tu venerable palabra para que le crean. Porque en verdad yo soy un hombre de campo…»

Y la respuesta de Nuestra Santísima

Virgen María de Guadalupe es clara:

«Escucha tú, el más pequeño de mis hijos, ten por cierto que no son escasos mis servidores, mis mensajeros, a quien encargue que lleven mi aliento, mi palabra, para que efectúen mi voluntad; pero es muy necesario que tú, personalmente, vayas…» (cf. Nican Mopohua n.55-60).

Es normal que sintamos que no podemos hacer las cosas, hoy los psicólogos hablan del «síndrome del impostor» o, incluso, hay veces que nos encontramos enfermos, cansados y eso nos lleva a pensar que estamos impedidos para «salir afuera o ayudar a desatar y a andar» verbos contundentes del pasaje del Evangelio que nos ocupa. Pero, ¿Realmente no podemos responder a ese llamado de Jesús? ¿Será que Jesús ha sido selectivo y ha encargado su misión únicamente a sus mejores y atléticos emisarios? Jesús elige a su pueblo, a su Iglesia y le acompaña y da la fuerza para cumplir con la misión que nos ha encargado: «Id al mundo entero y predicad el Evangelio a toda criatura» (Mc 16,16).

Para Dios todos somos iguales, y nos ama inmensamente como somos y a cada uno nos envía con una misión que debemos descubrir y poner al servicio de los demás. Nuestra misión, que reclama acción, debe ser meditada en la intimidad de nuestro corazón y dialogada con Dios. Todos estamos llamados a salir, somos esa Iglesia en salida, esas piedras vivas, esa sal de la tierra y luz del mundo. No podemos vivir siendo espectadores que ven pasar la vida y ven hacer y deshacer a los demás, mejor o peor, somos nosotros, en el aquí y el ahora, esa iglesia militante y nos corresponde colaborar y poner nuestros dones; aunque, ante nuestros ojos o ante los ojos de los demás, parezcan pocos. Dios nos dice con voz fuerte: «sal afuera».

En el Concilio Vaticano II en el Decreto Ad gentes (cf. AG n.6) se recuerda la responsabilidad misionera de todos los bautizados, no únicamente de los que creen poder. En este documento se desglosan las misión en varias actividades: hacia los no cristianos en la actividad misional, hacia los católicos en la actividad pastoral y hacia los bautizados no católicos en la actividad ecuménica (cfr.Pellitero, 2020).

Es bueno recordar que existen distintos caminos para cumplir con la misión, el mensaje es claro pero el tema muy complejo para llevarlo a cabo en la propia vida, pues requiere de un alto grado de conocimiento personal y sobre todo de atención; sí, para comprender cuál es nuestro lugar en el mundo y que podemos hacer necesitamos sobre todo estar atentos y dirigir la mirada hacia Aquel quien nos conoce, hacia el mundo que tanto ama y el que necesita que se le anuncie esa Buena Nueva.

Me gustaría resaltar dos aspectos que pueden ayudarnos a ponernos en marcha, en la línea de salida, o si ya estamos, mantenernos en ello: estar atentos a nuestro mundo y tener creatividad para poner en marcha la misión.

Atentos a nuestro mundo

Nuestro mundo es apasionante, este es nuestro momento histórico, Dios nos ha llamado a la vida en este preciso momento y nuestra misión es ahora, debemos de saber leer y reconocer a Dios que sale a nuestro encuentro a través de él.

También debemos de reconocer que en nuestra época se nos transmite la idea de que tenemos que autoconstruirnos, debemos alcanzar por nosotros mismos y con nuestras propias fuerzas y medios lo que se nos presenta como ideal. Ese ideal casi siempre consiste en tener cosas externas, un buen coche, un buen trabajo, reconocimiento de los demás, tener incluso a personas a nuestro lado. Todo eso es bueno, pero son objetos, incluso podemos utilizar como objetos a las personas para que yo alcance lo que creo que estoy llamado a ser. Es decir, ponemos nuestra mirada en una misión impuesta, generalmente por intereses de alguien más, podemos decir que es su visión, su misión y nos puede llevar a la sumisión.

En este contexto, para poder alcanzar esa supuesta autorrealización, son necesarias ciertas características personales que te permitan alcanzarla, este sistema va dejando al margen a quien no se considera útil para la sociedad; este mensaje se nos ha ido metiendo en la mente y en el corazón y como hijos de nuestro tiempo, nos lo creemos y esa vocecita interna nos dice que si no tengo la capacidad lo mejor es permanecer al margen.

Documento de Aparecida (n.360) se nos recuerda que: «La vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad» (Consejo Episcopal Latinoamericano, 2007).

Para terminar, me gustaría compartir con ustedes un ejemplo de vida, de una persona a quien conozco y admiro mucho, Marcela de María y Campos. En 2001 Marcela, consagrada del Movimiento de apostolado Regnum Christi es diagnosticada con esclerosis múltiple, una enfermedad degenerativa e incurable. Marcela pensó en cómo seguir aportando desde su nueva condición y así nace «Misión Hope» un apostolado con la misión de transformar el dolor en esperanza. Los católicos miembros de ella ofrecen su sufrimiento y enfermedad para la salvación de las personas.

«Nunca me faltó una petición “urgente” que me recordara que mi sacrificio tenía mucho valor a los ojos de Dios, y si lo unía al de Cristo, Él lo bendecía infinitamente […] Dios me permitió ver muchas veces frutos inmediatos de mi oración y me hizo palpar que verdaderamente mi sufrimiento está vinculado misteriosamente a la salvación de muchas almas» (Marcela de María y Campos).

No hay recetas hechas, ni existen protocolos establecidos para seguir al pie de la letra en cuanto a nuestra misión se refiere, tenemos que estar atentos al mundo y tenemos también que pensar en el modo que vamos a salir fuera no con lo que tenemos o pensamos tener, sino con quienes somos: hijos de Dios. En el

La misión es algo personal, así como es nuestra relación con Dios y el amor que él nos tiene. Por eso, nos corresponde a cada uno de nosotros descubrir, valorar y poner nuestro mejor empeño en tener un buen plan para desarrollar todas nuestras capacidades y ponernos en marcha, en camino, ese camino que se corresponde con la iglesia en salida, de la que todos los bautizados formamos parte.

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