Olor de Cadaqués. Percepcions olfactives de la col·lecció olorVISUAL

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Olor de Cadaqués. Percepciones olfativas de la colección olorVISUAL

Olor de Cadaqués Joan Figueras i Pomés Alcalde de Cadaqués A diferencia de los últimos años, en el Museu de Cadaqués, hemos apostado por la diversidad y cualidad cultural de varios artistas plásticos contemporáneos que tienen alguna relación con Cadaqués, bajo un nombre y un olor común, Olor de Cadaqués. Es difícil pensar que en uno de los rincones más maravillosos y universales del mundo, por su belleza visual, en cada rincón hay una imagen que te hace sentir, pero también un olor especial que determina y cualifica este lugar, paraje, experiencia y sensación. Los olores perduran en nuestra mente despertando y recordando aquel instante, emoción y vivencia disfrutados en Cadaqués. Es de esta manera como vamos dando más valor a todo aquello que se lo merece por sí mismo. Habiendo dado un olor especial y característica a una pieza de arte, la hacemos más diferente pero sobretodo con más identidad. Cadaqués ahora también tiene olor. Deseamos que esta exposición, hecha y estudiada con el corazón y la cabeza por su cualidad artística, nos ayude a conocer, sentir i hacer perdurar nuestro olor, el Olor de Cadaqués. Mon nez mis à nu Impresiones olfativo-visuales, con notas marinas (algas) y agrestes (romero y tomillo) Ernesto Ventós • Como un acto de servicio al pasado para precavernos de las inseguridades del futuro, sin falsa modestia, me encuentro con notas marinas (algas) y agrestes (romero, tomillo). Tienen algo básico, para mí, en uno de los momentos más especiales de mi vida. Algo tan básico y natural como andar sobre la tierra mojada. • La escala que diariamente ejercita uno oliendo es: oliendo arte, oliendo barrio, oliendo color, oliendo características... • El olfato es algo impalpable. Ciertos cuerpos muy volátiles se asemejan y, sin embargo, no huelen de la misma manera o no huelen en absoluto. Por el contrario, dos cuerpos muy dispares pueden exhalar el mismo olor. • Una obra que todos puedan ver con sus propios ojos, con el olfato, sin otro tipo de esfuerzo, sin los demás sentidos.

• Contrasta esta delicadeza con la humanidad de la cara, que evoca la del hombre de la nariz, aunque con otra nariz, del retrato de Ghirlandaio que está en el Louvre. • Cuando entra en el barrio todos le siguen, le huelen, le conocen por sus notas características que no huelen a nada fijo, a nada profundo; en realidad huelen a no se sabe exactamente qué y esta situación provoca sus risas nerviosas, su desconcierto. • A mí me da la impresión que unos años atrás Cadaqués era poca cosa: había diferentes ambientes, oliendo como cualquier otra ciudad provinciana. Este pueblo tenía, por contra, mucho carácter, ahora parece inacabado y gracioso. Lo ha invadido la ciudad geométrica y monstruosa —bloques de idéntico color—. • Pasé horas y horas vagando por el pueblo. Me quedé allí oliendo, mirando y admirando las cosas naturales, los colores, las luces… Puro arte. Los cuerpos odoríferos emitían ondas semejantes a las del sonido o la luz. • Quise ser teóricamente muchas cosas a la vez, quise empezar varios oficios, me gustaban simultáneamente tantas cosas que me pasaba los días paseando por las calles del centro, contemplando el ir y venir de la gente, oliendo los olores de sus colonias. • ”Aprender a oler para comprender – comprender para oler mejor”. (Josep Pla) Olor de Cadaqués Ricard Mas Comisario de la exposición Cuando escucho la palabra “Cadaqués” no penséis que me viene inmediatamente a la cabeza aquella imagen de postal idílica con un sonido de fondo de gaviotas. Yo lo que veo es un hombre y su perro... en scooter. Y os preguntaréis que qué hacen un hombre, un perro y un scooter en un texto sobre una exposición de arte en el Museu de Cadaqués, que va de una selección de una colección de un personaje, ajeno por completo al mundanarum sonus, que tiene una de las narices más finas de Europa -literal-, que ejerce de perfumista y que se explica mediante la orquestación sinestésica que da nombre a su afán: “olor visual”. Habrá que ir por partes. Primero, la sinestesia. Este recurso literario sirve para componer frases tan ingeniosas como: “él lloraba amargamente”. Todo el que sienta un mínimo de curiosidad habrá probado las lágrimas y sabrá que son saladas, pero igualmente todo el mundo aceptará que mezclar un fenómeno visual y uno gustativo,

por extraño que sea, describe mucho mejor una situación que una mera descripción visual. Segundo: Ernesto Ventós, perfumista por tradición familiar pero también por vocación. Se aproximó al arte desde su medio perceptivo más desarrollado generando una inédita operación sinestésica: el olor visual. Marcel Duchamp, uno de los padres del arte contemporáneo y asiduo veraneante de Cadaqués, afirmaba que una obra de arte no estaba nunca completa sin la percepción del espectador. Podríamos entender con las mismas palabras el afán coleccionista de Ventós. Él, como público de las obras que adquiere, las completa, abriéndose al nuevo reto de formar parte de un colectivo que, a su vez, deberá ser completado por el público cada vez que sea mostrado y en cada de las configuraciones en que se presente, como es el caso actual. Cadaqués es, desde hace más de un siglo, tierra de atractivo artístico. Primero, como espacio aislado, de belleza agreste, donde Eliseu Meifrèn y Ramon Pichot podían refugiarse de la mundanidad metropolitana. Luego, con el turismo, como nodo de creatividad, entorno a Dalí, Duchamp, Richard Hamilton, los jóvenes pop y conceptuales, o la galería Cadaqués, entre otros. Olor de Cadaqués es, pues, un intento, desde la colección olorVISUAL, para contribuir al devenir de este fenómeno vivo que es el Cadaqués artístico, inalcanzable con tan sólo palabras o fechas. El olor del título alude a las múltiples posibilidades de Cadaqués como vehículo expresivo. La exposición se centra en parte de una colección, pero intenta profundizar en las consecuencias que han tenido para esta pequeña república espiritual las últimas evoluciones artísticas, las ocurridas entre los años iniciales de la transición y hoy día mismo. A modo de presentación, la exposición arranca con la primera obra de la colección olorVISUAL: se trata de un acrílico sobre tela de Albert Ràfols Casamada, pintado en 1979, con un título oloroso y evocatorio: Lavanda. Cerca suyo, una de las últimas adquisiciones, una inquietante escultura de Eugenio Merino que muestra Ventós de rodillas, como un orante artístico, invocando la fe imprescindible para abordar la célebre “mierda de artista” manzoniana: The smell of art, 2010. En la planta baja del museo encontraremos los artistas de la colección olorVISUAL que han tenido relación directa con Cadaqués, ya sea porque

ahí han vivido o pasado temporadas enteras, ya sea porque han creado algunas de sus obras más significativas. Estos artistas son tanto catalanes como extranjeros, y abarcan tendencias tan diferentes como las de los ya históricos Joan-Josep Tharrats —fundador de la revista Dau al Set, pintor, grafista y escritor extraordinario—, Richard Hamilton —el alumno más aventajado de Duchamp, padre del Pop británico, de finísima ironía referencial—, Dalí —a través de un pequeño dibujo y una magnífica foto de Eric Schaal— y Joan Brossa —padre de la poesía visual y objetual catalana, hombre puente entre Dau al Set y las jóvenes generaciones conceptuales—. Cerca de ellos, un pintor cuya familia puso Cadaqués en el mapa de las artes: Antonio Pitxot, surrealista arcimboldesco y amigo de Salvador Dalí. La siguiente generación de artistas frecuentadores de Cadaqués supera el lenguaje del conceptual para adentrarnos en poéticas de la facecia, donde el simulacro supera en contenido cualquier referente: el fotógrafo Joan Fontcuberta y el escultor Carlos Pazos. Dos nómadas, el chileno Alfredo Jaar y el belga Antoine Laval, dotados cada uno de poderosos lenguajes basados​​ en las potencialidades expresivas y evolutivas del laconismo formal, descubrieron Cadaqués de la mano del poeta y crítico Vicenç Altaió. Aquí sobran las palabras... Como sobran también en casos tan reconocidos como el de la fotógrafa Anna Malagrida, con apartamento en Cadaqués, o el escultor —con materiales industriales recuperados— Xavier Mascaró, el maestro de la ligereza espiritual Xavi Déu o la particular interpretación de los caminos culturales de la tradición que, partiendo del lenguaje de la contrarreforma, estableció el siempre lúcido Jesús Galdón. Tres artistas fundamentales en la segunda etapa de la galería Cadaqués, cuando Lanfranco Bombelli, mítico fundador del espacio más internacional de esta villa, cedió el testigo a un joven y brillante emprendedor —Huc Malla— y este decidió apostar por sávia nueva de la mejor calidad. La segunda planta es más conceptual, aunque responde a la idea principal de la exposición: mostrar una serie de obras que contienen el olor visual del Cadaqués entendido por los artistas. Los artistas mismos quizás han visitado Cadaqués en alguna ocasión, pero su obra mantiene criterios y estados de espíritu, o colores, o notas, que convierten determinadas obras en candidatas a residir ahí con total naturalidad.

Por un lado, hay esculturas casi monocromas, como la contundentemente mironiana Catalán Stirrup, de Anthony Caro, un estribo catalán destinado a labrar los surcos de nuestra memoria visual. Un ordenador agrocultural que dialoga con una brocheta vegetal monocroma de Miquel Barceló, lo suficientemente tintinabula como para confundirse con la naturaleza muerta que se esconde entre cualquier secador de verdura. Dos grupos no figurativos se distribuyen la mayoría del espacio de la primera planta. Por un lado, el grupo que emplea la “cortina” matérica de la superficie de la obra como resultado de una operación previa, remarcando el carácter performativo, procesal del arte. Estamos ante magníficas fotografías como El vientre de la tierra. Fragmento I, 1990-1991 de Eulàlia Valldosera, la sinfonía de blancos Fuente de Llorà, 1990, de Perejaume, un clásico Signos sobre naranja, 1977, donde Antoni Tàpies practica sinestesias cercanas a la transustanciación, o dos experimentaciones británicas: Lovely Slang I, 1998, una colorida tela con cristal de los clásicos Art & Language y una nariz casi abstracta de Evan Penny titulada Polymorph Cluster, 1998. El segundo grupo apuesta por la mancha de color. Arranca con una olla de Xavier Escribà cargada de pinceles recubiertos con acrílico, titulada Olvido, 2011. Pero la batería de coloristas con pistola es impresionante: Chema Alvargonzález con una deprimente visión urbana —Compartimientos estancos, 2009—, Damien Hirst con un tondo de pintura centrífuga donde dominan los rojos —Spin, 2001—, Jordi Alcaraz con una refescant paleta pictórica sobre metacrilato donde no sabemos si mojar el pincel o lamer un helado, o las estrellas convertidas en erizos sobre las telas de Dennis Hollingsworth —grandísimo pintor estadounidense nacido por casualidad en Madrid— donde el Cadaqués más espiritual y, al mismo tiempo, el más comestible, se encuentran en un mismo plano. Hemos visto dos Cadaqués en la segunda planta, uno racional y otro más instintivo vía color, pero ambos tienen un punto de locura, un olor que nos empuja al puerto del segundo piso, donde acabaremos la fiesta y nos ilustraremos con los talleres organizados en el museo. De los dos pequeños espacios que hay tras la tercera escalera de la casa de las musas cadaquesenses, uno será destinado a taller. Porque no basta con ver arte, hay que ir a ver arte


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