Los Ídolos del Hogar
var las puntas de los hilos de que están hechas las leyendas de esa comunidad. “La historia es la novela de los hechos; la novela es la historia de los sentimientos” (Claude Adrien Helvetius). En una temporada de auge de los medios de comunicación social, a la hora de los noticieros, posiblemente asistimos al nacimiento de alguna leyenda como cuando lo afirmado o explicado en uno de esos espacios difiere de los otros, a veces por un sencillo lapsus linguae o por inconfesables intereses. Luego, se puede comprobar la dimensión del error o la mentira pero, tal vez, si sobrevive a la premura del tiempo, se ha echado a andar una nueva leyenda. El cine, por antonomasia, angeliza o sataniza; estas son dos formas extremas de construir leyenda. Se angeliza a los protagonistas cuando se revisten con características sobrehumanas como, en lugar de decir que alguien era de estatura alta, se expresa la hipérbole de que era un gigante y así se queda. Se embellece por medio de la poesía; se persiguen fines escapistas o liberadores; se pretende homenajear a alguien o condenar a sus contendores. Para alcanzarlo, se manipula a espectadores o lectores. En muchos casos, políticos, artistas y directores de cine tratan de construir admiración alrededor de personajes deleznables y, en buen número de discursos, obras de arte y películas, se pretende exaltar o mitigar sentimientos buscando darle mejor estatus al personaje que ha provocado esas hipérboles. Hay artistas y directores de cine que trabajan sobre recuerdos inventados. Tratando de convertir ciertos personajes en émulos de un emperador, se contratan asesores de imagen y consejeros cuyo oficio es mitigar errores, maquillar defectos, aprovechar oportunidades y tergiversar la historia con circunloquios que exaltan sus vanidosos propósitos.
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