Revista Julepe [#00]

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HOW I MET YOUR MOTHER por Julio Cortázar

P

ocas veces la mediocridad de una serie pudo aludir con más decoro a la naturaleza humana. Una vez sobrepasada la exasperación de exasperaciones, esa toma de conciencia del propio disfrute ante el pecado, es posible afirmar (y sostener, con la mirada firme y los hombros rectos) la grandeza que despliega. Escribo lejos del conocimiento preciso que requiere un análisis serio y minucioso (la verdad muchas veces oculta en la mirada ingenua, apenas infantil), no habiendo llegado siquiera a la mitad, detenido provisoriamente a comienzos de la quinta temporada, observo como todos los personajes han sido víctimas de la ineludible degradación que este siglo borderline impuso a tantos productos y productores. Sin embargo, y si bien todavía no he resuelto si se trata de esas series perdurables en los cafés vespertinos o de esas que se esfuman pocos instantes después que cualquier cigarrillo, es esa incertidumbre, esa duda respecto al verdadero gusto y la aparente fragilidad de las nociones estéticas que, como antítesis demasiado similar a lo que significa Arlt para la literatura nacional, me enfrentan conmigo mismo en ese enfrentamiento esencial que permite la comprensión más pura. Sin dejar nunca de recaer en la conciencia nostálgica de lo que fue alguna vez el libro,

observo en la pantalla y reconozco en los personajes, con más claridad en el de Stinson, esa faceta más primitiva, tanto mía como suya, que mezcla humana, demasiado humanamente, odio y fascinación. Aunque apenas más difícil de atisbar, existe a su vez un aldrinismo sutil que se asoma a la superficie en contadas pero claras ocasiones, comentarios como space porn, que podrían salir de labios cualquiera, salen de los de Aldrín y remiten, nunca dudarlo, a un Buzz que siempre está allí (dicen, sin entrar en detalles porque allí reside el encanto del rumor, provocando la justa medida entre curiosidad y descreimiento, que Buzz acabó en la NASA una vez probada su incapacidad para disciplinar prescolares). Como ya expuse alguna vez, y a pesar de que la idiotez, también expuse, me parece un tema muy desagradable, vuelvo a reconocerme como un idiota fácilmente conmovido, porque, para quienes no sepan de que hablo, la idiotez no es más que eso de entusiasmarse todo el tiempo por cualquier cosa que a uno le guste. Debo reiterar también, si de reiteraciones se trata, que escribo lejos de toda referencia, desde la observación acrítica de aquel que todavía no completa la obra, y desde este lugar pretendo seguir conmoviéndome, a partir de la sinuosa misión de desentrañar la humanidad en un mal chiste, y así siempre. 21


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