La Plana. Relata. Cali. JCL. Nov. 2011

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satisfacer sus odios y caprichos. Era necesario buscar a alguien más serio, sofisticado y confiable. Ninguno, por supuesto, se acercaba a ese calificativo de Dios, las dos deidades planteadas superaban con creces a las demás: eran la realidad, la vida, la escuela donde se accede a otras fantasías, con las cuales se comprende que con ellos dos es suficiente y sobra. Sólo que la arrogancia y soberbia sin límites han llevado al hombre a olvidar que ella, la Tierra, es un ser vivo como lo es él, como su madre biológica, como la Eva ancestral y que solamente se requiere compartir con ella con la condición de no llegar a extremos destructivos; no tanto por ella, por supuesto, como por sus congéneres, que a lo largo de la corta historia del ser humano han sido torturados, destruidos, esclavizados y vilipendiados por el poderoso de turno, investido por el falso poder que ha ganado a costa de las riquezas que la Tierra le entrega en calidad de préstamo para su buen uso y el bienestar de todos, o por aquel prurito de algunos estultos envanecidos al creerse superiores por aquello de la raza o por los títulos nobiliarios adquiridos en el mejor de los casos por vía de la herencia, pero casi siempre por unas pocas monedas y muchos crímenes; sin comprender que luego del estudio de su genoma, toda la especie humana proviene del mismo grupo humano, de la misma Eva mitocondrial que miles de años atrás retozó con nuestro padre común y portador de nuestro común cromosoma Y, en las praderas de África. El Dios observado desde las diferentes visuales místicas, aparece años después en la escuela con las clases de historia y religión. Para la católica, Dios resultó ser una entidad única y eterna, conformada mediante un acto de fe, por una trilogía fantástica: Padre, Hijo y Espíritu Santo, teoría temeraria y acomodaticia que confunde, pero


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