Masters dissertation: The construction of the Australian identity in the Spanish imagination

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Trabajo de Fin de Máster

La construcción identitaria de Australia en el imaginario español Nikolas Orr Departamento de Historia y Teoría del Arte Facultad de Filosofía y Letras Universidad Autónoma de Madrid

Tutora Estrella de Diego Extensión 19.650 palabras Fecha de entrega 20 de septiembre de 2013

Máster Universitario en Historia del Arte Contemporáneo y Cultura Visual Universidad Autónoma de Madrid • Universidad Complutense de Madrid • Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía


Resumen El estudio histórico de los documentos culturales producidos por autores españoles demuestra la continuidad de ciertas estructuras conceptuales en la percepción y representación de Australia. Los españoles de hoy en día conciben Australia como las Antípodas: una tierra lejana y desconocida donde todo es diferente. Como tal, la mirada española continúa una tradición milenaria de localizar al Otro en términos tanto culturales como geográficos. De todas las naciones europeas del siglo xvi, España fue la nación que más alto apostó por el descubrimiento de Australia. El hecho de que esta ambición no llegase a culminar hace de Australia un símbolo de lo inalcanzable, un recordatorio constante de la gloria perdida durante la caída del Imperio español. La incomodidad de estos hechos ha derivado en que los episodios correspondientes de la historia española sean en gran parte desconocidos para su propia población. De ahí, que la imagen de Australia genere una fuerte atracción inconsciente. Actualmente los intereses comerciales australianos explotan este fenómeno, anticipando beneficios económicos a través de la manipulación del imaginario español. En los casos en los que la marca australiana pueda sufrir un deterioro de su imagen, esta es modificada oportunamente por medio de intervenciones culturales como programas de televisión, películas, eventos deportivos, exposiciones universales y ferias de arte.

Abstract A historical survey of the cultural documents produced by Spanish authors demonstrates the continuity of certain conceptual structures in the perception and representation of Australia. Today’s Spaniards largely conceive of Australia as the Antipodes: a distant and unknown land where everything is different. As such, the Spanish gaze continues a millennium-old tradition of locating the Other in both cultural and geographical terms. Of all the European nations of the sixteenth century, Spain had arguably the highest stakes set on discovering Australia. The fact that this ambition was never culminated has transformed Australia into a symbol of the unreachable, and a constant reminder of the glory lost during the demise of the Spanish Empire. These uncomfortable facts have meant that the relevant episodes in Spanish history are largely unknown to the nation's population. Representing what it does, Australia holds a strong unconscious attraction for the Spanish public. From the end of the twentieth century onwards, Australian trade interests have exploited this phenomenon, seeing economic potential in the manipulation of the Spanish imaginary. Where the Australian brand suffers from a negative image experts undertake to modify it suitably via cultural interventions, the favoured media for such ends being television programmes, films, sporting events, universal expositions and art fairs.


Índice Introducción

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Primera parte: La definición de términos

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1.1. «Los españoles»

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Por qué seguir hablando de la nación

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La inestabilidad de la identidad española

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Las funciones de la comunicación de masas en la constitución de la identidad nacional 1.2. La auto-representación de Australia

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Nation branding 13 Una etimología de «Australia»

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La formación de la identidad australiana

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Los símbolos nacionales

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Australia como logotipo

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Segunda parte: La relación histórica entre ambos países

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2.1. La imagen soñada de Australia

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500 a. C.-748 d. C. – Las Antípodas

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1493-1494 – El Tratado de Tordesillas

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1606-1607 – Los exploradores Quirós y Torres

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2.2. Los desembarcos españoles

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1793 – La Expedición Malaspina

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1835 – Misioneros benedictinos

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1877 – El culto a lo anglosajón en Concepción Arenal

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1958-1964 – La emigración española

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Tercera parte: La actualidad

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1982-1987 – Presencia australiana en tve 41 1982-1987 – Grandes éxitos australianos en el cine

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1992 – El Quinto Centenario

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2000 – Los Juegos Olímpicos, Sídney

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2002 – Arco '02: «Australia y el resto del mundo»

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Photographica Australis 54 Ramingining 55 2002 – Los lunes al sol 57 2008 – Australia, la película Conclusión: Las metáforas principales

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Australia es lo lejano

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Australia es lo desconocido

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Australia son las Antípodas

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Bibliografía

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Introducción

[…] la visión es (como así decimos) una «construcción cultural», que es aprendida y cultivada, no simplemente dada por la naturaleza; que, por consiguiente tendría una historia relacionada […] con la historia de las artes, las tecnologías, los media, y las prácticas sociales de representación y recepción […] (Mitchell, 2003: 19)

El presente trabajo pretende identificar cómo el continente de Australia y, en menor medida, sus habitantes son concebidos por la población estpañola. Inspirado en la impresión personal, el argumento que aquí se presenta es que Australia ocupa un lugar privilegiado en el imaginario colectivo de España. La relación de Australia con las distancias –y más específicamente el concepto de las Antípodas– es una asociación de ideas que se hace constante en la sociedad española actual. El uso de un término del siglo v a. C. para referirse a un país moderno identifica Australia como heredera de un bagaje cultural milenario. «Antípodas» siempre connotaba más que un mero punto geográfico, siendo además un leitmotif para la diferencia identitaria; trayendo

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introducción

consigo un conjunto de metáforas con las que «pensar» el Otro1 y, como resultado, construir la identidad propia. Dividido en tres partes, el trabajo comienza en la primera con la definición de términos clave para el desarrollo del argumento. El protagonismo en la argumentación de identidades nacionales pide unas definiciones que no asimilen la diferencia. Al hablar de «los españoles» se debe evitar dar una impresión falsa de homogeneidad. Asimismo, el uso reiterado del signo «Australia» exige su interrogación, no sea que enmascare la disonancia interna inherente en cualquier nación. Además, en esta primera parte se explicita que la construcción identitaria tiene dos vertientes interrelacionados: la representación del Otro y la auto-representación. En este sentido, se correría el riesgo de producir un trabajo sesgado si, al analizar la mirada de los españoles hacia Australia, no se tuviera en cuenta también la construcción de la identidad nacional de los propios australianos y su posterior difusión en España. Pese a estos esfuerzos, es quizás inevitable caer en el estereotipo a la hora de crear definiciones de indentidades culturales. En las partes segunda y tercera se presenta una cronología episódica de los encuentros históricos y las negociaciones culturales entre los dos países. Identificar cómo ciertas figuras –como la ya citada «antípoda»– han podido continuar intactas durante siglos requiere entretejer los hitos que unen el pensamiento del siglo v a. C. con la actualidad. Se apreciará en los saltos de un período a otro que, además de extensa, la línea trazada es discontinua; en realidad, se forma de una serie de puntos que adquieren la cualidad de línea mediante el efecto de la narración. Ya se ha observado en «The value of narrativity in the representation of reality» (White, 1980: 15) que la historia como disciplina debe aceptar esto como una limitación inherente: […] la narrativa se esfuerza en producir la ilusión de haber llenado todos los huecos para poner en lugar de las fantasías de vacío, necesidad, y deseo frustrado, la imagen de continuidad, coherencia y significado […]2

Pues, el motor de esta narrativización de la historia es una necesidad vital de encontrar un significado en las relaciones entre Australia y España. Se basa en la convicción de que Australia y España mantienen una relación histórica mucho más rica de lo que se acostumbra pensar. Es la intención expresa del autor cuestionar la supuesta divergencia de España y Australia en su relación histórica, argumentando en su lugar la existencia de un patrimonio compartido y sorpren1. Para el origen del concepto del Otro, véase Ricouer, P. (1992). Oneself as another. Chicago: University of Chicago Press. 2. ‘[…] narrative strains to produce the effect of having filled in all the gaps, to put an image of continuity, coherency, and meaning in place of the fantasies of emptiness, need, and frustrated desire […]’ (White, 1980: 15)

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La construcción identitaria de Australia en el imaginario español

dentemente rico. Aunque no abunden los encuentros históricos, los que aquí se exponen tienen un poder simbólico suficiente para reconsiderar la poca importancia atribuida a Australia en la historia española. La Terra australis incognita ha sido compañero de viaje continuo –e invisible– durante el devenir histórico de España. En su posicionamiento, el presente trabajo pretende corregir la falta de producción histórica española acerca de Australia. Pese a estar de acuerdo en que la historia sea «un reflejo útil para valorar la intensidad de esa proximidad entre dos sociedades, o sus paralelas distancias» (Jiménez Redondo, 2001: 231), se busca un matiz; la producción histórica de un país acerca de otro no siempre ha de reflejar de «forma proporcional el grado de interés que éste suscita» (Idem). El observador de la España actual reconocerá un interés mayor en Australia de lo que se supondría al ver la relativa escasez de acontecimientos que unen a ambos países, o de documentos que recogen dichos eventos. Estos hitos se repasan en la segunda parte del trabajo a modo de contextualización. Los momentos históricos citados son imprescindibles para la buena comprensión de la relación actual de los dos países. Por ejemplo, comprender por qué Australia resulta idónea para ambientar numerosas series infantiles de los años ochenta del siglo pasado es posible sólo dentro de la tradición fantástica de los cartógrafos clásicos. De igual modo, entender por qué España en 1992 –año de celebración del descubrimiento español de las Américas– fagocita Australia al discurso hispanista requiere visitar los siglos xv a xvii, época de las exploraciones europeas. Es también a la luz de estas experiencias históricas que se comprenderá la primera ola de inmigración española, en el siglo xx, único caso de un acuerdo bilateral sobre el movimiento de personas entre los dos países. La tercera parte del ensayo se inaugura en el año 1982 que, para la presente investigación, constituye el corte entre pasado y actualidad. Es en este momento, coincidente con la investidura de José María Calviño como director general de Televisión Española, que se ve un gran esfuerzo difundidor y creativo por acercar Australia a los españoles, especialmente a los más jóvenes. Los que veían en su infancia los dibujos animados de Mofli, el último koala hoy están en su treintena y marcados por la experiencia. Esta parte se ocupa de las producciones culturales de mayor repercusión, cuyos argumentos se analizarán con el fin de demostrar la continuidad de ciertas imágenes en la construcción de Australia. Al seleccionar los objetos de análisis se ha centrado en los productos culturales de gran audiencia: los artículos de prensa, las exposiciones de gran presupuesto o subvención estatal, y los programas de televisión de share mayoritario. En ningún momento se contemplan estos productos en términos de mérito artístico; al contrario, se niega hacer una valorización de la cultura en categorías de «alta» y «baja». Estos prejuicios han caracterizado la historia del arte, que ha sido instrumento para la creación de un canon en el cual entran unos pocos nombres, países,

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introducción

materiales y prácticas. La disciplina, según se ha practicado, articula una supuesta diferencia entre el «arte» y otros productos culturales, estos últimos siendo calificados inferiores en calidad estética, argumental y moral. En contraposición, los estudios visuales reivindican todo cuanto se ha excluido del canon. Invocar en lugar de la historia del arte el nombre de la cultura visual es testimonio de una posición igualitaria ante la cultura.3 En esta toma de decisión editorial se ha suprimido las voces de menor repercusión y muchas veces, con ello, las opiniones contrariadas. Es decir, se ha privilegiado el discurso hegemónico. Aunque de entrada parezca que al hacerlo no se consigue otra cosa que reforzar las formas de pensar dominantes, la intención de esta investigación dista mucho: no es otra que identificar cuáles son estas formas de pensar, cuán antiguas son, y desde qué plataformas se perpetúan. A luz de la investigación histórica realizada, se concluye con una aproximación a las estructuras cognitivas que rigen la percepción y representación de Australia. Partiendo de la teoría de la «metáfora conceptual» (Lakoff y Johnson, 1980) –en concreto las «metáforas orientacionales y espaciales»–, se muestra que las imágenes principales que constituyen Australia están ligadas en el imaginario español a ideas de lejanía, desconocimiento y otredad.

3. Tal actitud coincide con la de pensadores como Eduardo Galeano, tan propenso a disertar sobre las raíces del neocolonialismo en América Latina como de la estética del fútbol. Compare los títulos de dicho autor Las venas abiertas de América Latina (1975) y El fútbol a sol y sombra (1995), ambos publicados en España por Siglo xxi. Asimismo, la posición opuesta se podría ejemplificar en alguien como Mario Vargas Llosa, cuya denuncia de la cultura de las masas como entretenimiento ilustra una preferencia por la separación de disciplinas y el mantenimiento del canon. Véase «La civilización del espectáculo» (2009), en Letra libres [en línea]. <http://www.letraslibres.com/revista/convivio/la-civilizacion-del-espectaculo?page=full>. [Consulta: 24/08/2013].

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Primera parte: La definición de términos

Dada la centralidad del concepto de la identidad cultural para el presente trabajo, será necesario un examen inicial de sus características, mecanismos y alcance. Las identidades se tratarán desde el marco nacional, cosa no poco problemática dada la creciente tendencia de las humanidades de formular las identidades en términos post-nacionales o trans-nacionales. ¿Sigue vigente la nación? ¿Sigue el sujeto contemporáneo sintiéndose identificado con su condición de nacionalidad? Estas preguntas y más tendrán que ser contestadas antes de proceder a las averiguaciones de cómo concibe un español a un australiano y al país del que proviene. 1.1. «Los españoles» Para el investigador será necesario referirse a gran cantidad de personas, procedentes de épocas históricas muy dispares bajo el único apelativo de «español» o «australiano». Hablar de España y sus habitantes en términos monolíticos conlleva el peligro de la generalización, que no es sino

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primera parte: la definición de términos

la supresión de diferencia dentro del marco nacional. Es quizás inevitable cometer esta injusticia como reconocen algunos investigadores de corte antropológico. Plenamente consciente del problema, Douglass avisa de la necesidad de tratar las formaciones culturales «como si fueran algo estático que pudiera registrarse y describirse […] para poder tratar del tema», aunque reconozcan que «esta base no es sino una ilusión» (1996: 433). En este apartado se pretende dar una definición –si no del todo aceptable al menos funcional– a la formación cultural «los españoles». Tal reto se emprende a sabiendas de que el resultado será necesariamente un estereotipo; otro más que sumar a los ya existentes. Por qué seguir hablando de la nación Probablemente estamos en la antesala de nuevas formas identitarias […] Pero el historiador sabe que antes de esta recentísima frontera de nuestro tiempo, la vida interna e internacional de los pueblos se comprende sobre todo en el marco del fenómeno nacional. (Torre Gómez, 2001: 13)

A pesar de la existencia de nuevas formas identitarias, la nación sigue siendo la unidad geopolítica por antonomasia, hecho todavía irrefutable en el mundo contemporáneo. La «naciondad»4 –o la condición de nación– es inseparable de la consciencia política actual (Anderson, 2006: 135). Aún así, la «naciondad» y sus derivados –los nacionales, la nacionalidad, el nacionalismo– precisa indagar más a fondo. Desde su comienzo en el siglo xix, este ente geopolítico ha llegado a dominar –y sigue dominando– todo concepto de pertenencia cultural, muy por encima de las afiliaciones locales o transfronterizas. Como observa Hall, no queda remedio sino seguir pensando en términos de la nación, ya que la crítica anti-esencialista suprime la etnia, raza y nacionalidad sin ofrecer alternativa alguna (1996: 1). Por tanto se procederá, desde la nacionalidad a la definición de identidad. En la práctica las citas célebres «L’état, c’est moi» y «La patria soy yo», atribuidas a Luis xiv de Francia y Hugo Chávez, son las letanías con las que el sujeto moderno construye su identidad cultural. La inestabilidad de la identidad española

El tejido social de España, como el de cualquier nación, no se compone de una sola comunidad sino de varias. Estas inevitablemente se solapan; y casi nunca son mutuamente exclusivas como hace creer el mapa político. Aunque la suscripción a una narrativa nacional puede invalidar la de 4. Traducido del neologismo nation-ness.

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otro nacionalismo, lo más habitual es que una persona pertenezca a varias comunidades de manera simultánea –y problemática–. A fin de cuentas, la auto-identificación con la nación resulta moldeable, como se ve en este testimonio de un inmigrante vasco en Australia: He vuelto al País Vasco siete veces y cada vez que voy allí lloro. Después de tantos años en este país [Australia], parece increíble que uno pueda llegar a sentir de esa manera, pero a mí me pasa eso. […] Y sin embargo ahora soy australiano. A veces me parece que soy un traidor a ambos lugares. (Douglass, 1996: 426)

Por tanto, las identidades nacionales no se tratan de algo fijo ni algo que existe a priori, sino que «son condicionadas por situaciones históricas específicas y pueden cambiar si así lo requieren las circunstancias externas» (Alameda Hernández, 2006: 90). Es decir, son construcciones. Benedict Anderson en su libro Imagined Communities cita el ejemplo de las dinastías de Europa que tuvieron que atravesar un proceso de naturalización durante el cual se crearon los nacionalismos oficiales europeos. A los Borbones no se les asignaba nacionalidad alguna en su época de reinar en Francia y España anterior al siglo xix (Anderson, 2006: 86). Así, pues, la nación es una entidad cuyo carácter cambia con el tiempo y según desde dónde se mire. El carácter inestable de la identidad nacional se puede explicar en parte a que uno, para saber qué se es, necesita saber lo que no se es. Es decir, a través de la construcción de Australia, los españoles dan forma a su propia identidad en un proceso conocido como diferenciación. En este respecto, Lütfiye Oktar identifica dos pasos en el proceso de la formación de la identidad social: primero, la diferenciación de dos grupos –nosotros y ellos–, y segundo, la atribución de ciertos valores a cada grupo (citada en Alameda Hernández, Op.cit.).5 Según Oktar, nosotros se formula en términos positivos en un proceso de «auto-presentación positiva», mientras ellos se asocia con rasgos desfavorables, resultado de la «presentación negativa del otro». Sin embargo, existen casos contrarios en los cuales lo positivo se adscribe a lo ajeno y lo negativo a lo propio, caso que se verá en la mirada de España hacia Australia. Este fenómeno de la «auto-presentación negativa» y «presentación positiva del otro» hace eco de las posiciones relativas de ambas naciones en la jerarquía geopolítica actual.

5. Véase Oktar, L. (2001). «The ideological organization of representational processes in the presentation of us and them», en Discourse and Society, vol. 12 (3): 313-346.

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Las funciones de la comunicación de masas en la constitución de la identidad nacional

Los medios masivos de comunicación –los rotativos, programas televisivos y medios digitales– constituyen el enfoque del presente trabajo, siendo estos ilustrativos del discurso dominante de una sociedad (Terdiman, 1985). Dicho esto, no deben entenderse como radiografías fieles de la sociedad, ya que no ilustran esta en toda su diversidad, sino privilegian mensajes institucionales, como ha observado Rubiano en el caso del periódico: «[…] la mayoría de los temas desarrollados y agendados provienen de fuentes del circuito institucional, con lo que la posibilidad de entender la cultura en tanto pluralidad, conflicto y procesos entra en riesgo» (citado en Rosero Contreras, 2012: 98). 6 Además de ilustrar el discurso dominante, los medios contribuyen a su formación. Así pues, los artefactos seleccionados para esta investigación prueban dos hechos: primero, la forma de pensar imperante, y segundo, la voluntad de influir en la concepción que se tiene de las cosas. Es decir, son a la vez construidos y construyentes. Por esto, cada hito cultural –y más cuando este se difunde a una escala masiva– influye en la opinión y el imaginario colectivos. En su rol construyente, los medios han sido instrumentales en la formación de la nación. Si la identificación de gran cantidad de personas con unas narrativas es requisito para el surgimiento del espíritu nacional (Seton-Watson, 1977: 5), tal fenómeno no será posible hasta el invento de la imprenta y, más aún, el periódico (Anderson, 2006). El acto de leer el periódico, como observó Hegel, adquiere cualidades de rito masivo en el que miles de personas participan simultáneamente. Cada lector practica en solitario, pero es consciente de que forma parte de una «comunidad de lectores» (Idem); no los ve ni tiene la más remota idea de su identidad, pero confía plenamente en su existencia. Este vínculo imaginario entre personas que jamás se conocerán es la esencia del sentimiento nacional, cuyo arraigo en la población encuentra un potente aliado en el periódico y demás medios de comunicación. Hoy los avances en las tecnologías de la comunicación, sobre todo radio y televisión (Ibidem: 135), han multiplicado las plataformas desde las cuales se fomenta la sensación de pertenencia. A luz de lo expuesto, el presente trabajo al referirse a «los españoles» apela a una comunidad de consumidores de productos culturales provenientes del marco geográfico y político español. En este sentido, es español cualquiera que consuma –viva bajo la influencia de– los productos culturales de los medios españoles, y no necesariamente el que tenga nacionalidad española, haya nacido en 6. Véase Rubiano, E. (2006). «Escenario, butaca y ticket: el mercado de la cultura en el periodismo cultural» [en línea], en Tabula Rasa, no. 5, jul.-dic., 2006: 129-148. <http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=39600507>. [Consulta: 28/08/2013.]

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territorio español, o que se identifique como tal. El proceso de «españolización» reside en la interiorización de los mensajes emitidos por los agentes culturales colectivos. Como ya se ha aludido, esta definición, al reducir la heterogeneidad de un grupo de personas reales, crea en efecto un colectivo ficticio y estereotipado. De otra forma sería inviable el estudio de un colectivo nacional, imaginario por naturaleza.7 1.2. La auto-representación de Australia Al analizar cómo los españoles ven y representan Australia, será importante tener también en cuenta cómo el país ha sido promocionado en España. La actividad de mirar del sujeto –en este caso, los españoles– debe dar cuenta de la voluntad de auto-representación que tiene el propio objeto –Australia–, ya que este, al fin y al cabo, también constituye un sujeto. Los australianos no son receptores pasivos de la mirada española sino agentes activos en la constitución de su propia identidad. Nation branding

La creación de una imagen nacional y su difusión se conoce desde los años ochenta como nation branding, término que refleja el hecho de que las técnicas empleadas en empresas y estados se están convergiendo (Olins, 2002: 246). Sus proponentes lo afirman hasta tal punto que consideran sinónimos de «marca» la identidad e imagen nacionales. Según ellos, crear una marca es lo mismo que crear una identidad (Ibidem: s.n.). El branding, que antes daba identidad sólo a productos –y a sus consumidores–, ahora lo hace para ciudades, regiones y países enteros. En realidad, el diseño y uso meditado de símbolos por parte de instituciones estatales data de mucho antes del comienzo de la creación de las marcas nacionales. La novedad de nation branding reside en la tecnocratización de la práctica, un claro ejemplo de lo que Jorge Luis Marzo llama «operaciones de mercadotecnia militante en el marco de las industrias culturales», las cuales son llevadas a cabo con una frecuencia creciente por gobiernos e instituciones de todo el mundo (2010: 109). Hoy expertos se reúnen en congresos y publican revistas especializadas donde aplican la jerga de la publicidad al ámbito cultural. Estos nuevos gurús se ofrecen a los gobiernos, diciendo que mediante el llamado soft power, o «poder blando», podrán hacerse con una ventaja competitiva en el mercado global.

7. La actividad de definir y crear nuevos estereotipos se trata en profundidad en Babha, H. (1994). «The Other question», en The location of culture. Londres: Routledge. 18-36.

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El nation branding se ha extendido rápidamente desde sus orígenes a principios de los ochenta y en la práctica experimentó un empujón a partir de 2002 con la dedicación de un número entero de la revista Journal of Brand Management sobre el tema, recibiendo así, por primera vez, reconocimiento por parte de una revista académica hegemónica. A los dos años ya se decía que el branding de lugares había llegado a ser común y corriente en círculos de gobiernos del mundo entero (Papadopoulos, 2004: 36). En este mismo año, se inaugura una revista titulada Place Branding. El estatuto de nation branding dice que el estado contemporáneo debe gestionar su imagen de igual forma que una corporación: a través de una marca que le destaque de entre otras naciones y que conquiste las mentes y los corazones (Morgan et. al., 2002) de posibles turistas, inversores o compradores. Uno de los estragos al que se enfrenta el publicista a cargo de una marca nacional es la falta de identidad del producto. La falta de diferenciación de una marca hará que esta desaparezca de la consciencia del consumidor. Se habla en círculos publicitarios de mind share, según el cual la potencia de una marca se mide por la proporción de terreno anexado del paisaje mental. Que Australia muchas veces se defina como zona cultural a mitad de camino entre Gran Bretaña y Estados Unidos es síntoma de una marca débil, que no ha sabido diferenciarse de sus vecinos más cercanos culturalmente. Helen Frank en su análisis de las traducciones de literatura australiana al francés demuestra que la falta de familiaridad con Australia hace que se interprete en términos de la cultura popular estadounidense (2006: 490-491). Sirva de ejemplo para el contexto español un pasaje de Luis Goytisolo, en el que el autor lucha contra su falta de recursos para definir Australia en unos términos singulares: […] a cierta distancia [Sídney] puede parecer más norteamericana que europea, aunque situados en sus calles la impresión se invierte […] Aunque lo más aconsejable es aceptar la realidad: no estamos en Estados Unidos ni en Europa; estamos en Australia. (1997: 95)

Además de evidenciar una marca mal lograda, la actitud ilustrada puede denominarse centrista cultural. Australia, en sus orígenes coloniales –periférica–, se define como derivada de los centros culturales y económicos; no tiene naturaleza propia y es secundaria a estos. Ante esta situación –por un lado, el desconocimiento del país, y por otro, el prejuicio del chauvinismo cultural–, los ministerios de cultura y asuntos exteriores australianos iniciaron un programa de branding nacional. Ahora Australia es reconocida como uno de los países que más invierte en la creación de marca.8 8. Se difunde la versión oficial en <http://australia.gov.au/about-australia/australian-stories>. [Consulta: 31/08/2013.]

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Es porque la nación y la empresa tienen similitudes que el branding encuentra tan fácil aplicación a la construcción de las identidades nacionales. Ambas deben fidelizar tanto a sus constituyentes como inversores –los de dentro y fuera– y para ello utilizan medidas similares: «mitos, lenguajes específicos, ambientes en los que se refuerzan lealtades, colores, símbolos y mitos pseudo-históricos»9 (Olins, 2002: 247). Que la nación sea una construcción no hace que sea un invento enteramente arbitrario; se edifica a partir de elementos que tengan cierta resonancia en la población; mitos creados a partir de relatos que no tengan una aceptación amplia no servirán. Deben ser «coherentes» y «auto-sostenibles»10 (Ibidem: 245). Aunque bien acogida, la práctica no disfruta de una aceptación total en círculos estatales, precisamente por presuponer de la identidad nacional un carácter construido, cosa que resulta frívola a los tradicionalistas. Uno de los rechazos reside en que las marcas se conciben popularmente como efímeras, superficiales y vulgares. La nación en cambio es, se supone, permanente, profundamente significativa y cargada de enormes connotaciones emocionales y hasta espirituales (Ibidem: 247). Igual que una empresa, la nación busca una identidad coherente y constante, para así diferenciarse en el mercado. La homogeneidad de imagen y mensaje en todos sus comunicados crea una identidad caracterizada por la regularidad y cohesión. En resumen, el branding identitario consigue enmascarar la disonancia interna del sujeto a la vez que lo diferencia de los demás sujetos. Como tal, es un aliado natural en la construcción de naciones. Una etimología de «Australia»

Salvo contadas excepciones, el elemento primario de una marca es el nombre. «Australia» es el término más reciente para el espacio geográfico que, antes de su federación en 1901, carecía de nombre único y oficial. En 1819 Lachlan Macquarie, gobernador de Nueva Gales del Sur, volvió sobre una propuesta anterior sugiriendo al gobierno británico que el continente se llamara Australia (Clark, 1986: 46). Las colonias, hasta entonces autónomas, se verían obligadas a unirse por temer agresiones de otros países con sus propios proyectos imperialistas: los alemanes habían llegado hasta Nueva Guinea, los franceses a las Hébridas, y los rusos y estadounidenses fondeaban por lo ancho del Pacífico (Ibidem: 163). Antes de ser circunnavegado el continente se denominaba de varias formas, reflejando siempre el origen del nombrador, en algún caso español. Así la Terra incognita pasó a llamarse por 9. ‘They create myths, special languages, environments which reinforce loyalties, colours, symbols, and quasi-historical myths.’ (Olins, 2001: 247) 10. ‘As nations emerge they create self-sustaining myths to build coherent identities.’ (Ibidem: 245)

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Pedro Fernández de Quirós «Austrialia del Espíritu Santo», o «la quinta [o cuarta] parte del mundo». Los holandeses llamarían la parte occidental Nueva Holanda, y Tasmania la tierra de Van Diemen. Los ingleses dividían la costa oriental en tres colonias: Queensland, Nueva Gales del Sur y Victoria. Puede parecer que «Australia», de Terra australis, por su supuesta neutralidad científica, emana de la propia tierra, como si fuera un hecho primordial. Es, efectivamente, el gran continente del sur. Sin embargo, Australia hasta ese momento había sido una aglomeración de pueblos indígenas formados de grupos lingüísticos muy distintos. Al nombrar el continente bajo un solo nombre, adquiere por primera vez el estatus de estado-continente. Que el nombre fuera aparentemente objetivo, o inocente, en su cientificidad, esconde el hecho de que señalaba la asimilación de diferencia bajo la rúbrica de «Australia». La formación de la identidad australiana

En 1819, momento de nombramiento del país, hacía ya tiempo que una identidad distinta había empezado a surgir entre los colonos británicos. Cuanto más se acercaba el siglo xix, más necesidad sentía Australia por afirmar su «naciondad» y alejarse de las faldas de Mother England. Los nacidos en Australia, que eran cada vez más, solían evitar alusiones a su ascendencia británica (Clark, 1986: 146).11 Era natural que quisieran olvidar su relación con Gran Bretaña, esta siendo basada en la inferioridad de la provincia frente el metrópoli. Clark comenta que a finales de siglo xix el surgimiento del sentimiento nacionalista australiano se acompañó por una literatura autóctona, que «daba forma a una nueva identidad y servía de consuelo para los que se sentían despreciados como ‘coloniales’» (Idem). Cabe resaltar que el sujeto tipo obedecía a una imagen restringida, que no admitía demasiadas variantes. Ni que decir tiene que de estas identidades nacionales se excluía la indígena. Durante tiempo, en los libros de historia y de texto escolares, los aborígenes estaban «ausentes o relegados a los márgenes»12 (NGV, 2013), como se evidencia en Landing of Captain Cook at Botany Bay 1770, [Fig. 1] obra reproducida ad náuseum en los textos nacionalizantes. Tal actitud se fundamentaba en la creencia de Australia como terra nullius, efectivamente esquivando el tema de soberanía de los aborígenes y, al declararles no existentes, solventar el problema de su inclusión en la identidad nacional. Que la imagen del indígena ahora se asocie íntimamente con Australia es resultado de un proyecto publicitario a gran escala. Los intereses comerciales descubren que la cultura indígena posee 11. ‘[…] the native-born tended to be silent on their heritage from the British Isles […].’ (Clark, 1986: 146) 12. ‘In images […] Aboriginal people are often absent or relegated to the background.’ (NGV, 2013)

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La construcción identitaria de Australia en el imaginario español

un gran poder para la captación de dinero a través del turismo y de la venta de arte. La incorporación de la imagen del aborigen a la marca nacional, sin embargo, no repercute necesariamente en la auto-identificación de esta comunidad como australiana. Ese proyecto sigue pendiente; el estado no ha sabido convocar a los indígenas a participar de la «australiandad». Por tanto, el país todavía no constituye una de esas comunidades imaginadas de nueva tipología –descritas por Anderson– donde los nativos tienen la posibilidad de verse como nacionales (2006: 140).

Fig. 1 Emanuel Phillips Fox (1902). Landing of Captain Cook at Botany Bay 1770. 192,2 × 265,4 cm. Óleo sobre lienzo. National Gallery of Victoria, Melbourne.

Los símbolos nacionales

El imaginario nacional se constituye de una acumulación de símbolos contingentes: no nacen de un amanecer mitológico sino que poseen una historia finita. Estos –la bandera, el himno, la flor o animal nacional–, que uno experimenta desde la infancia como hechos primordiales , resultan ser obras humanas escogidas de otras muchas presentadas, ganadores algunas veces de concursos convocados por el estado.

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primera parte: la definición de términos

En la década de los 80 –coincidente con el bicentenario de la colonización europea–, los intentos del estado de dar forma a la nación son sin precedente. Las celebraciones multitudinarias de 1988 incluyen una procesión marítima en el puerto de Sídney, recreando la llegada de los primeros barcos de colonos y convictos. En paralelo, algunos grupos recalifican la ocasión de «invasión», desestabilizando la marca australiana, al menos hacia dentro. En esta época Australia ratifica varios símbolos nacionales y pronto lleva los relatos a los sembraderos de la identidad nacional: los colegios. En 1988, una tirada masiva de medallas conmemorativas [Figs. 2 y 3] se distribuye, llegando a los niños en las aulas. Estas generaciones, nacidas a tiempo para interiorizar la mimosa (Acacia pycnantha) [Fig. 4] como flor nacional y Advance Australia Fair como himno, jamás concebirán de una Australia sin dichos símbolos. Como cualquier país, Australia es sinónimo de su bandera. El diseño actual, aprobada en 1903, tiene dos versiones: una de fondo azul para uso en tierra y otra roja para uso en mar. La confusión que surgió acerca de su debido uso no se aclaró durante medio siglo, período en el cual no era infrecuente ver la bandera roja flameando en los balcones de los más devotos.

Figs. 2 y 3 Michael Meszaros y M. Tracey (1988). Medalla conmemorativa. Diámetro 40 mm. Aleación de obre y niquel. Museum Victoria, Melbourne. Acuñada en el Royal Australian Mint en ocasión del bicentenario de colonización 1988. Fue distribuida a todos los niños escolarizados del país.

El acto del parlamento de 1953, rigiendo el uso de la bandera, es un ejemplo de una detalladísima normativa sobre el tratamiento de los símbolos oficiales australianos, información que se difunde actualmente a través de la página web It’s an Honour (Australian Government, 2013). Tiene como fin propagar el uso regulado de los símbolos nacionales. En el caso de la bandera la materia es especialmente elaborada: se debe recoger durante la noche; si no se recogiera de noche, se debe iluminar; no debe alzarse a media asta de noche «aunque esté iluminada». Sin embargo,

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La construcción identitaria de Australia en el imaginario español

puede cubrir el ataúd de cualquier ciudadano australiano, en cuyo caso la parte superior izquierda, donde se sitúa el Union Jack británico, debe ponerse sobre la parte superior izquierda del ataúd «para representar el corazón»; debe quitarse del ataúd antes de bajarlo en la tierra o antes del momento de incineración. Asimismo, no debe ser precedido por otra bandera en cuanto a escala o posición.

Fig. 4 Acacia pycnantha, declarada emblema floral de Australia en 1988. Fotografía: Melburnian.

La bandera, pues, se convierte en lugar de metáfora donde Australia cada noche vence la oscuridad y muerte, y, con cada fallecido, reafirma su alma y la de sus sujetos como nacionales. La identidad nacional precede cualquier otra afiliación y subsume cualquier diferencia. La «australiandad» es la categoría principal bajo la cual se sitúan las otras sub-categorías de identidad. Es decir, la bandera no admite identidades trans-nacionales. Como consecuencia la bandera aborigen no puede colocarse por encima ni siquiera el Día del Perdón, el 13 de febrero. It’s an Honour es un servicio pensado para la época tecnológica y en absoluto es exento de comercialización. En efecto, fomenta la difusión masiva de estos símbolos, y pone en manos del ciudadano la posibilida de de hacerlo. Además de los diseños de la bandera [Figs. 5 y 6], la página posibilita la descarga de toda manera de símbolos homologados. El material gráfico, como el escudo de armas, se ofrece en formato .eps, .gif, .jpeg, .pdf, según si es para un soporte digital o impreso. Se estipulan los colores precisos por medios impresos en el sistema pantone, marca registrada. Audio del himno nacional, cuyos derechos de autor se gestionan desde la página, se

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primera parte: la definición de términos

provee en formato mp3 y la partitura está disponible para varios arreglos. Y para las peticiones o dudas que el ciudadano pueda tener, el gabinete del primer ministro goza de un servicio de correo electrónico dedicado exclusivamente al tema: <nationalsymbols@pmc.gov.au>. Length of Flag E

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Fig. 5 Australian Government. Flag template instructions. Archivo informático pdf. Plantilla para la reproducción de la bandera australiana, que especifica tanto sus medidas como los colores.

Fig. 6 Australian Government. Flag template colour. Archivo informático eps. La bandera nacional australiana para uso en tierra. Debido al proceso cmyk empleado para la presente publicación, este ejemplar ha sufrido alteraciones de color. Su debida reproducción requiere, según petición estatal, el uso de colores Blue pantone® 280 y Red pantone® 185.

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La construcción identitaria de Australia en el imaginario español

Además de estos símbolos, Anderson observa una tendencia de ideologías nacionalistas de entender incluso los idiomas como «emblemas de naciondad, como la bandera, los vestidos y bailes tradicionales, y demás»13 (2006: 133). El inglés australiano, que hasta 1981 no tiene un diccionario propio, se convierte en otra seña de identidad. Con motivo de la publicación en 2009 de la quinta edición del Macquarie Dictionary Quentin Bryce, gobernadora general, declara: Estamos orgullosos de nuestra jerga: sus orígenes terrenales y florecimientos secos, su captura lacónica del pasado y futuro. Nos enorgullecemos de confundir al extranjero con los apodos, acoplamientos y las abreviaturas […] El Macquarie habla de forma única del pasaje australiano y de la evolución de nuestra vida en este lugar. En un sentido más amplio habla de cómo el lenguaje nos sitúa. Las palabras señalan que pertenecemos.14 (Macquarie Dictionary, 2013)

Australia como logotipo

El mapa, al igual que la bandera, es una de las imágenes identitarias más potentes de una nación. En el caso de Australia, esto está particularmente remarcado. Se podría decir que es una nación privilegiada iconográficamente; ya que, al ser isla, su contorno está bien delineado, lo cual facilita su conversión en logotipo.15 En consecuencia, el caso de Australia parecería cuando menos problemático a la hora de defender su «naciondad», puesto que sus bordes están circunscritos por hitos geográficos y no por las ambiciones territoriales del hombre. Únicamente grandes acontecimientos geológicos o climáticos podrían alterar este estado. Así como en caso del nombre «Australia», la supuesta atemporalidad de su forma le confiere al país el estatus de algo natural, algo que ha existido desde siempre, como si no se tratara de una construcción. Pero igual que se ha ido modificando el nombre, la costa también ha sufrido revisiones hasta alcanzar la forma que conocemos hoy. Inicialmente estos cambios poco tenían que ver con la realidad geográfica; en Europa se soñaba con Australia, bajo otros nombres, mucho antes de su descubrimiento. En sus inicios la cartografía era muchas veces más afín a la fantasía que a la 13. ‘It is always a mistake to treat languages in the way that certain nationalist ideologies treat them – as emblems of nation-ness, like flags, costumes, folk-dances, and the rest.’ (Anderson, 2006: 133) 14. ‘We’re proud of our lingo: its earthy origins and dry flowerings, its laconic capture of past and prospect. We proudly mystify outsiders with our affectionate misnamings, our trimmings and parings...The Macquarie speaks uniquely of Australian passage, and the evolution of our life in this place. It speaks more broadly of the way language places us. Our words mark us out as belonging.’ (Macquarie Dictionary, 2013) 15. El concepto de «mapa-como-logotipo» se presta de Anderson (2006).

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primera parte: la definición de términos

ciencia. Por muy científicos que se presentaran los mapas del mundo de Mercator [Fig. 7] y de Ortelius, [Fig. 8] en ambas cartas figura «ese fantástico mundo […] bajo la denominación de Terra australis incognita» (Sanz, 1975: 17-18). Australia no se conocía, pero se intuía, se anhelaba como el lugar mítico Ofir, de tiempos salomónicos (Estensen, 2007). La embriaguez de siglos de fantasía hacía que las costas del continente bailasen, avanzando y retrocediendo en los vientos; aquella fluctuación de líneas era como una radiografía de los deseos de los países exploradores. La imagen resultante sería algo similar al movimiento acelerado de las nubes de un pronóstico meteorológico [Figs. 9 y 10] o la de la «niebla de exploración» típica de los videojuegos [Fig. 11], que se aparta a medida que avanza el jugador. A pesar de la desaparición de sus zonas desconocidas, el mapa no ha perdido nada de su poder imaginario.

Fig. 7 Gerardus Mercator (1569). Nova et aucta orbis terrae descriptio ad usum navigantium emendate accommodata. 202 × 124 cm. El cartógrafo daba por cierta la existencia del continente austral.

Con el tiempo la precisión de la cartografía ha aumentando y con ello su aura de «cientificidad». Hoy en día la mención de «Australia» conjura el contorno del país con una nitidez sin precedentes y, quizás, sin parangón. Es tentador pensar que, al reconocer su forma, podemos conocer su contenido. Herramientas contemporáneas como Google Maps aumentan la ilusión de un conocimiento total y crean una falsa seguridad de saber qué es la nación y dónde se trazan sus

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La construcción identitaria de Australia en el imaginario español

límites en términos no sólo geográficos sino identitarios. El «mapa-como-logotipo» destila esta acumulación de información en un solo signo taquigráfico.

Fig. 8 Abraham Ortelius (1570). Typus orbis terrarum. Dimensiones y procedencia desconocidas. Mapa universal cuyo extremo inferior se ocupa por la denominada Terra australis nondum cognita. Su enorme dimensión «presupone la imagen que tenía Quirós de su descubrimiento de Australia» (Sanz, 1967: 31).

Figs. 9 y 10 Mapas meterológicos de Australia del 26 a 27 de agosto 2013. Imágenes: www.bellmereweather.com.

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primera parte: la definiciĂłn de tĂŠrminos

Fig. 11 Captura de pantalla del videojuego Anno 1404 (2008), desarrollado por Related Designs et. al.

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Segunda parte: La relación histórica entre ambos países

Los capítulos de la historia compartida por España y Australia son suficientes en número e intensidad para merecer su estudio. Aunque Australia bajo tal nombre no existe formalmente hasta 1819, el continente, cuyo título irá cambiándose, empieza a tener presencia en el imaginario colectivo español desde mucho antes; antes incluso de su descubrimiento. Por esta razón, la historia conjunta austral-hispana debe empezar necesariamente desde antes de la constitución de las dos naciones como hoy se conocen, antes incluso del encuentro formal de las dos sociedades. Es un encuentro que estuvo a punto de producirse en el año 1606 bajo el timón de Pedro Fernández de Quirós y otra vez en 1607 con Luis Báez de Torres, pero que no acabó sucediendo hasta casi dos siglos más tarde. En este sentido España no tiene experiencia directa y sustancial de Australia hasta el año 1793, cuando la Expedición Malaspina arriba en Sídney y acampa durante dos breves semanas. No es, pues, hasta mediados del siglo siguiente cuando los españoles se instalan en Australia, siendo los primeros en hacerlo unos monjes benedictinos. Exclaustrados bajo las reformas de

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segunda parte: la relación histórica entre ambos países

1835, estos buscan sembrar su trozo de Edén lejos de las perturbaciones políticas de una España entregada al proyecto ilustrado. 2.1 La imagen soñada de Australia Para el presente propósito, el término «Australia» se utilizará en su sentido más amplio, y menos estable, para denotar una entidad geográfica y cultural que durante muchos siglos no existía sino como fantasía. Esto es acorde con la asociación casi inmediata que se tiene de Australia y la noción de las Antípodas, lugar de proyección de deseos y miedos desde tiempos clásicos. 500 a. C.-748 d. C. – Las Antípodas

Existe una continuidad entre la idea de las Antípodas en la Antigua Grecia y la que se tiene de Australia en la España moderna. Igual que en otros países europeos como Francia (Frank, 2006), Australia es el principal heredero de esta imagen que se tenía de las Antípodas, encima incluso de Nueva Zelanda, que es geográficamente hablando el punto más alejado del globo [Fig. 12]. Los geógrafos clásicos situaban en el sur lugares míticos como Ofir, donde creían que se encontraban las famosas minas de Salomón. Siglos más tarde los mismos mitos empujarían los países del hemisferio norte a explorar. A medida que avanzaban, estos sitios afamados retrocedían más y más al sur.

Fig. 12 Relación antipodal de las tierras emergidas. Se aprecia que Nueva Zelanda corresponde a España y Portugal. Australia en cambio no coincide con ninguna tierra emergida. Imagen: Wikipedia.

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La construcción identitaria de Australia en el imaginario español

El propio concepto de las Antípodas requiere de una concepción esferoide del mundo, que, debida a la aceptación generalizada de las teorías griegas, fue muy extendida durante la Edad Media gracias a la amplia difusión de Etymologiae (c. 630) de Isidoro de Sevilla. Resulta curioso que en el año 748 el papa Zacarías tachase de herejía la idea de un mundo esferoide, imposibilitando así la existencia de las Antípodas. El simple hecho de pensar en él se convirtió en pecado. Australia, que aún no existía, heredaría la condición de territorio mental prohibido, convirtiéndose así en un lugar idóneo donde depositar toda suerte de fantasías. La prohibición se debe a que los teólogos medievales temieron que tal mundo llegase a contradecir las escrituras sagradas. La existencia de otros continentes y, por extensión, de otras gentes, arrojaba dudas sobre la misión evangelizadora de la Iglesia. El hemisferio norte se concebía rodeado de una banda infranqueable, las llamadas «zonas tórridas» [Fig. 13] –regiones ecuatoriales abrasadas por el sol–, más allá de las cuales era imposible viajar (Estensen, 2007: 8). Resultaba inadmisible la idea de que quienes vivieran más allá de dichas zonas estarían irremediablemente privados de la instrucción religiosa que los salvaría de la condenación eterna. Esto, junto con otras implicaciones –que Adán y Eva no podrían haber colonizado ambos lados de las zonas tórridas, e incluso que habría hecho falta un segundo mesías para llevar la Palabra a las Antípodas– hizo del globo terráqueo una idea muy peligrosa.

Fig. 13 Interpretación del globo terráqueo de Crates de Malos, basada en la obra de Stevenson (1921: 7). Imagen: Wikipedia.

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segunda parte: la relación histórica entre ambos países

1493-1494 – El Tratado de Tordesillas

Alejandro vi, en una serie de bulas papales de 1493-1494 conocidas como el Tratado de Tordesillas, divide, mediante una línea de longitud, el mundo en posesión española o portuguesa [Fig. 14]. Las islas del Pacífico –a partir de este momento conocido como el «lago español»– y la parte oriental de Australia correspondía a España (Douglass, 1996: 55). Llegado el siglo xvi, la promesa de Ofir ya se imaginaba situada en pleno territorio español (Estensen, 2007: 9-10).

Fig. 14 Anónimo (1502). «El planisferio Cantino». Biblioteca Estense Universitaria, Modena, Italia. Se aprecia una línea vertical que corta el continente sudamericano. Al oeste del corte se lee «Las antillas del rey de Castilla», al este «Tierra del rey de Portugal».

Juan Luis Arias de Loyola, en su consejo al rey Felipe iii de España, ayuda a propagar la idea de la Terra australis incognita como fuente de grandes riquezas. Es quien recomienda la búsqueda del continente, alegándolo como «tan fértil y habitable como el hemisferio norte» y «bien provisto de metales y rico en piedras, perlas, frutas y animales» (Estensen, 2007: 11). Dicho esto, será el explorador Pedro Fernández de Quirós el principal responsable del mito del paraíso australiano (Eisler, 1995: 46), gracias a su relación epistolar con el rey. Por medio de esta fantasía milenaria, el monarca encuentra razones por las que encargar la exploración del Pacífico a Quirós y Torres. 1606-1607 – Los exploradores Quirós y Torres

En este punto el relato compartido entre Australia y España adquiere la intensidad a la que se refería Jiménez Redondo (2001: 231). A principios del siglo xvii, España vive una especie de

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La construcción identitaria de Australia en el imaginario español

romance que, sin embargo, nunca se culmina. Los exploradores españoles fueron pretendientes a lo que se entendía como la última tierra por conquistar, que, por ajena, misteriosa o esquiva, fue la que más tiempo se mantuvo indiferente a los cortejos europeos. De la apasionada búsqueda de la «quinta parte del mundo», protagonizada por Quirós y Torres, acabaría siendo ganador otro país. Es probable que Torres fuera el primer europeo en posar la vista en Australia, algo que, sin embargo, quedó sepultado por la primacía de Gran Bretaña en los siglos posteriores. En 1606 el primero de los dos navegantes, Quirós, creyó haber encontrado el continente y lo nombró Austrialia del Espíritu Santo. Sin embargo, su toma de posesión en nombre de Felipe iii de esta latitud hasta el polo sur (Douglass, 1996: 56) prosperó poco tiempo. Todo se acabó en una quimera: al poco tiempo, su antes subalterno Torres desmintió la falacia del hallazgo; era una isla modesta de las Nuevas Hébridas y no comunicaba por tierra con el continente meridional. En una carta del 12 de julio de 1607 dirigida al rey, Torres revela la verdad. Quirós no había consumado el gran deseo, que ahora quedaba al alcance del otro. La historia dictamina que Torres llegó a menos de diez millas de la costa australiana, lo que significa, según el historiador y navegante Hilder, que Torres indudablemente avistara Australia [Fig. 15] (1992: 181-182, 197). No es por nada que el estrecho que separa Australia de Nueva Guinea lleva su nombre. No obstante, la tierra que se adivinaría en el horizonte, a babor de su embarcación, que era finalmente Australia, no fue reconocida por Torres, que mandó zarpar. La situación que encuentra su análogo poético en Paraíso perdido de Rafael Alberti (1929): […] ya en el fin de la tierra, sobre el último filo, resbalando los ojos, […] ¡Paraíso perdido! Perdido por buscarte yo, sin luz para siempre.

Dados los esfuerzos que hizo el reino español por descubrir Australia, las desventuras de Quirós y Torres adquieren un aspecto tragicómico. Quirós creyó, pero creyó mal. Torres, miope, no creyó y lo perdió para siempre. Él, que estuvo tan cerca pero sin darse cuenta, presenta una figura más quijotesca, si cabe, que la de Quirós. Si la tesis de Hilder resulta acertada, confiere a España el honor de ser el primer país europeo en hallar la Gran Tierra Australis. Incluso sin corroborar este hecho, Australia permaneció en ma-

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segunda parte: la relación histórica entre ambos países

Fig. 15 Las islas y tierras en negro son las que Torres avistaría desde la posición de su barco. Fuente: Hilder, 1992. El cabo de York, que forma la península en la parte noreste de Australia, estaba a unas 10 millas de distancia y, por lo tanto, a plena vista (Hilder, 1992).

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La construcción identitaria de Australia en el imaginario español

nos de España hasta 1790 – al menos en teoría–, cuando firmó con Gran Bretaña el abandono de exclusividad de sus derechos de navegación en el Pacífico (Douglass, 1996: 56).16 No es, por tanto, sorprendente que el estado español apoyara la recuperación de la exploración del Pacífico en ocasión del Quinto Centenario de 1992, publicando la tesis en edición limitada lujosa con un prólogo a cargo de Francisco Utray, entonces embajador de España en Australia y reconocido defensor de la historia colonial española. El episodio de Torres fue poco conocido en su día debido al secretismo que envolvía las rutas marítimas españolas. Las cartas de Quirós y Torres a Felipe iii quedaron soterradas en los archivos del estado para evitar que la información cayese en manos de corsarios protestantes, que «apresaban los galeones españoles» de vuelta del Pacífico y rebosantes de riquezas (Hilder, 1992: 21). En ocasión ha habido intentos por recuperar la posesión histórica de Australia en los medios españoles, pero han sido pocos y sin apenas efecto. Sin ofrecer detalles o prueba alguna, se da a conocer en un artículo del ABC con fecha del 12 de octubre de 1966 –Día de la Hispanidad– que «ese gran país australiano» fue «descubierto y bautizado por los españoles» (ABC, 1966: 56). Por otro lado, un estudio en 2001 de los libros de texto de la educación secundaria española muestra que, entre todos los analizados, sólo uno hace mención del Tratado de Tordesillas (Bullón de Mendoza, 2001: 196-197).17 Mucho menos hacen mención de la travesía de Torres. 2.2 Los desembarcos españoles Cuando España por fin tiene contacto directo y sustancial con Australia el contexto histórico habrá cambiado radicalmente con respecto al reinado de Felipe iii. Queda atrás la época de su dominio marítimo y el declive del imperio avanza inversamente al auge del poderío británico. Una reordenación drástica de la jerarquía geopolítica global ha relegado a España un papel secundario; Gran Bretaña ya protagoniza el escenario. Y para esta, no son los españoles sino los franceses, alemanes y holandeses los que amenazan sus aspiraciones imperiales. Esta reestructuración de las relaciones entre los países europeos tiñe inevitablemente la manera en la que los españoles perciben Australia. En algunos casos la ascendencia británica propicia que la mirada española se dirija hacia Australia, como en el caso de Concepción Arenal. En otras instancias, condiciones sociales o económicas desfavorables harán que algunos españoles busquen Australia ya no como colonos sino como misioneros o emigrantes. 16. Citando a Grassby (1983: 15-24), Douglass relata como antes de esta fecha «el viaje de Cook a dicha área suscitó las vivas protestas del embajador español en Londres». 17. El libro escolar citado es Marcos Martínez, A. et. al. (2000). Ciencias Sociales. Historia. Secundaria. 1er ciclo. Madrid: Oxford University Press España. 137.

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segunda parte: la relación histórica entre ambos países

1793 – La expedición Malaspina

La expedición capitaneada por Alessandro Malaspina bajo órdenes de la corona española tuvo un doble propósito: recopilar datos científicos de las colonias españolas y llevar a cabo misiones diplomáticas en territorios no españoles. En 1791, antes de hacer parada en tierra australiana, la expedición participa de una disputa entre los imperios británico y español sobre la posesión de la isla que es ahora Vancouver. Las Convenciones de Nootka, que se firman entre 1790 y 1794, efectivamente evitan una guerra entre ambos países y abren la zona contigua a la colonización británica. Los dos se ponen de acuerdo en abandonar la bahía de Nootka y defenderla frente la agresión de otras naciones (Fryer, 1986: 131-140).

Fig. 16 Brenda L. Croft (2000). Bennelong/Bannalon (Wangal/Warrang). 52 × 75 cm. Impresión archive cristal Fuji sobre lexan. Stills Gallery, Sídney. En esta obra se recoge la introducción mortal de la viruela en la población indígena de Sídney. En la parte inferior se lee «small pox». Ha sido expuesta en España en al menos una ocasión, en Photographica Australis, 2002.

Además del contexto político, el propio estado de colonialización en el que se encontraban los habitantes de Australia debía de afectar las impresiones que se llevaron los españoles del encuentro. La colonia sólo llevaba cinco anos de existencia, pero tan corto período ya había dado tiempo a que la buena voluntad entre colono e indígena pasara al antagonismo. El año 1793 clausura las esperanzas de que la colonización de Australia fuese a ser más amigable que la de otras colonias británicas ya establecidas (SBS, 2008). Pese a ello, los expedicionistas tuvieron una buena impresión al llegar, no sólo de la flamante y próspera nación (Sotos Serrano, 1982b), sino también de la aparente armonía entre colonos y nativos. En realidad, la población indígena había sido diezmada por viruela en 1789 [Fig. 16], viéndose especialmente afectados los ancianos, tradicionalmente figuras de autoridad y protectores de los conocimientos y ritos en los que se basa la cultura aborigen (SBS, 2008).

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La construcción identitaria de Australia en el imaginario español

Es probable que los aborígenes, al perder la estructura de su sociedad debido a la epidemia cuatro años antes, estuviesen más dispuestos a incorporarse a la sociedad invasora. De la visita de Malaspina se conservan algunos dibujos que constituyen las primeras representaciones de Australia de producción española. En palabras de Sotos Serrano, el dibujo del artista Juan Ravenet [Fig. 17] «supone en algunos casos el primer documento gráfico que se tiene en la Península y en Europa de los habitantes de las lejanas tierras visitadas» (1982b: 98). La escena, todavía en estado borrador, representa el buen recibimiento de la expedición por una colonia de militares y convictos. Un escrito del artista recoge lo acontecido: […] teniendo presente que se trataba de la primera visita que un grupo de españoles realizaba a estos parajes, corresponde al momento en que ingleses y españoles conversan amistosamente en el centro de la colonia. (Ibid)

Fig. 17 Juan Ravenet (1793). Recibimiento de los oficiales en la bahía Botánica. 27,5 × 40,5 cm. Tinta a pluma y aguadas sepia y ligera. Museo de América, Madrid.

En otra imagen [Fig. 18], Fernando Brambila coloca en la esquina izquierda inferior a un grupo de indígenas, y a la derecha una familia anglosajona. La autora antes citada describe la escena como «testimonio de las relaciones pacíficas en que vivían sus habitantes» (Ibidem: 106), una

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segunda parte: la relación histórica entre ambos países

clara falta de visión crítica dado el carácter amargo que habían adquirido las relaciones entre las dos comunidades y el estado de sumisión en el que se encontraban los indígenas.18

Fig. 18 Fernando Brambila (1793). Vista de la colonia inglesa de Sídney en la Nueva Gales del Sur meridional. 32 × 62 cm. Tinta a pluma, aguadas sepia y ligera. Museo Naval, Madrid.

1835 – Misioneros benedictinos

La siguiente fecha coincide con el anticlericalismo, implícito en la revolución liberal en España, que empujó a las órdenes monásticas a buscar otro lugar para su ejercicio religioso. Como objetivo la revolución tuvo «la supresión de las órdenes religiosas y la desamortización de sus bienes» (Moliner Prada, 1998: 82-83). El período es marcado por la matanza de unos ochenta monjes en Madrid en 1834, en represalia por su apoyo a la causa carlista. En 1836, el gobierno de Mendizábal suprime las órdenes religiosas y procede a su disolución y exclaustración. Aparte de incorporarse a la vida laica, la emigración era la única opción disponible a los religiosos. En un grupo de frailes benedictinos surge la llamada a la vida misionera en Australia. Dos de ellos, José Benito Serra y Rosendo Salvado, se habían visto obligados a abandonar su monasterio de Valladolid, la congregación de San Martín de Compostela (Pérez, 1990: 21). Llegados a 18. La obra citada de Sotos Serrano carece de perspectiva crítica en general, que no es de extrañar ya que se publica dentro de una colección editada por la Real Academia de Historia española, titulada «Conmemoración del V Centenario del Descubrimiento de América».

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La construcción identitaria de Australia en el imaginario español

Australia, establecen la misión Nueva Nursia en la parte occidental del país. Según lo contado, los monjes experimentan un alivio inmenso al escaparse de España, a la vez que una sensación desconcertante por la lejanía de su lugar de origen: «Por fin, aquí, en un olvidado rincón de la Creación de Dios, podían gozar los monjes de la libertad que les negaron en su propia nación católica.» (Ibidem: 42)19 Una vez instalados, la misión centra sus esfuerzos en la población indígena. Durante la gira de reclutamiento de monjes que hace Serra en 1848, unos párrocos de Barcelona dedican tres días de «rogativas por la conversión de los nativos de Australia» (Ibidem: 55). En su prosa característicamente florida, Pérez cuenta que en el primer encuentro tras la alarma inicial los aborígenes «empezaron pronto a saborear la dulzura del azúcar y la suavidad del pan», dejando atrás sus armas «para mejor gustar» (Ibidem: 30). Las actuaciones de los frailes son consonantes con las directrices papales de Gregorio xvi, que, al despedirse de ellos en Roma, les recuerda su objetivo evangelizador: Estáis por adentraros en el sendero hollado por los ilustres apóstoles, nuestros hermanos. Convirtieron a gran parte de los pueblos de Europa a la fe cristiana y les procuraron la bendición de la civilización; y también, gracias a su predicación y esfuerzo, pueblos salvajes se convirtieron en naciones cultivadas. (Ibidem: 25).

La evangelización de Australia se convierte periódicamente en tema de interés de las más altas esferas de España, como se evidencia en las acciones de las reinas Isabel ii y María Cristina. Ambas apoyan la misión benedictina, llegando incluso a ofrecer el uso de los monasterios españoles más emblemáticos El Escorial y Montserrat para cubrir la necesidad de un centro de formación. Además, en 1848 Serra obtiene de Isabel ii pasaje gratuito para todos los que le quieran acompañar por medio del barco naval Ferrolana. Por su parte, María Cristina, ejerciendo de reina consorte, escribe el 21 de marzo de 1885 a Salvado: Muy reverendo y querido señor, fray Rosendo Salvado, obispo de Puerto Victoria y abad nullius de Nueva Nursia. Gracias mil veces por sus dos cartas; ¡producen tanta alegría y consuelo! […] deseo estar unida a vos; mi ardiente deseo de poder laborar –hasta donde me alcance la fuerza– la mayor gloria de Dios y de su bendita madre y que mis benedictinos esparzan por los cuatro puntos cardinales, la ley del Evangelio […]. (Ibidem: 208-209) 19. Es muy probable que estas citas, al ser de un autor favorable a la misión, sean exageradamente positivas. Eugenio Pérez, en La misión de los benedictinos españoles en Australia occidental 1846-1900, recurre a menudo a la hipérbole y la comparación de los fundadores con figuras bíblicas.

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segunda parte: la relación histórica entre ambos países

Es desde el púlpito que muchos españoles reciben sus primeras noticias de Australia. Los fundadores de Nueva Nursia tienen un gran impacto profundo por lo pintoresco de los mensajes de evangelización que predican, así como su indumentaria [Fig. 19]. Salvado, invitado a Barcelona, causa una impresión al ser el primer monje visto en hábitos benedictinos en catorce años (Pérez, 1990: 67). Martí por su parte recuerda «tan profunda» la sensación que producía en España las oraciones de Serra que cada feligrés «salía meditando planes, excogitando medios, fraguando ingeniosos estratagemas para lograr contribuir al solaz, alivio y civilización del rebaño [australiano]» (Martí, 1850: 52). Más allá de las impresiones de Australia que difundían durante sus visitas, los monjes han dejado otra marca indeleble en el entorno español: el eucalipto. La existencia en España de este árbol se atribuye a Salvado. Ahora extendido por buena parte de la península es un recuerdo subliminal constante de la conexión con Australia. Por mucho daño ecológico que haya podido causar, Pérez celebra que los «espléndidos bosques de eucaliptos crecen rápidamente de las semillas introducidas por Dom Salvado» (1990: 250), viendo en la propagación del Eucalyptus marginata una metáfora de la perpetuidad del fundador de Nueva Nursia.

Fig. 19 Cuatro colaboradores de Rosendo Salvado en Nueva Nursia. Fuente: Pérez, 1990.

1877 – El culto a lo anglosajón en Concepción Arenal

A finales del siglo xix una comisión es encargada de arbitrar un concurso para dar respuesta a la cuestión del tratamiento de presos en España. Concepción Arenal, desde tiempo preocupada por el bienestar de los menos privilegiados, recopila el dictamen de la comisión en una publicación titulada ¿Convendría establecer en las islas del Golfo de Guinea, o en las Marianas, unas colonias penitenciaras, como las inglesas de Botany-Bay? (2005). La época se caracteriza por la supremacía mundial de Gran Bretaña. Es el imperio más potente del mundo y como tal España mira la posibilidad de emular sus políticas.

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La construcción identitaria de Australia en el imaginario español

Australia es visto como un éxito por su rápida conversión de proyecto penitenciario en colonia comerciante. El texto arrebate el estereotipo del patrimonio criminal, dando a conocer el aumento de emigración libre, tan pronunciado que «a los veinticinco años de fundación, las colonias inglesas de Australia dejaron de ser establecimientos penales» (Ibidem: 55). Del mismo modo, a los cincuenta años el país ya «tenía todo lo que constituye esencialmente un pueblo civilizado» (Ibidem: 53). Se aprecia en el texto de Arenal cierta anglofilia que infunde Australia con un gran valor. El éxito colonial se atribuye, en gran parte, a una naturaleza de «inagotables recursos» propia de los ingleses, que se caracterizan por su «actividad inteligente» y «perseverancia» (Ibidem: 51). No escatima en sus halagos de estos y, por extensión, de los nuevos australianos: La raza industriosa, comerciante, colonizadora por excelencia, cosmopolita como ninguna; el pueblo que más progresos ha hecho en la agricultura […] llevó su espíritu, sus hábitos, su actividad, su ciencia, y gran número de sus hijos a la región apartada […] (Ibidem: 52).

Al no compartir con Australia esta relación de colonizador-colonizado, los españoles no sufrirían los mismos prejuicios que tenían los ingleses hacia los colonos australianos. Si la actitud de Arenal sirve de ejemplo, los veían como británicos, pese a que el proceso que se llevaba en Australia en este momento fue uno de diferenciación identitaria. Mientras que en Inglaterra era común oír que los productos de las colonias eran inferiores –el vino colonial era ácido, la cerveza aguada, el queso rancio, las conservas arenosas (Clark, 1986: 166)–, el texto de Arenal recoge su calidad, admitiendo incluso que la lana australiana empieza a «competir ventajosamente» con la española (2005: 51). 1958-1964 – La emigración española

La emigración española a Australia, notable en los años 50 y 60, abre nuevos canales de comunicación entre los dos países y posibilita para miles de españoles la experiencia directa de Australia [Fig. 20]. Estos emigrantes –tanto los que se quedan como los que acaban volviendo– transmitirán a la sociedad española impresiones que, aún siendo negativas, no hacen mucho para contrarrestar la visión mitificada que se tiene del país. En marzo de 1958, dos oficiales de inmigración australianos viajan al norte de España para reclutar 150 hombres para el corte de caña. Las ofertas tentadoras de trabajo y residencia fueron recibidas con más optimismo que realismo, debido en parte a la influencia de la prensa española, que a menudo perpetuaba las fantasías «ofirienses» de épocas pasadas. Cuando los

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segunda parte: la relación histórica entre ambos países

mensajes de desengaño empiezan a llegar a los periódicos españoles, ya no son las condiciones favorables lo que se exagera sino el sufrimiento de los emigrantes. En una carta publicada en el periódico Alerta de Santander, uno de los regresados avisa «No recomiendo a nadie que emigre a Australia» (García, 1999: 29-30), como consecuencia de la decepción de muchos emigrantes que no encuentran en Australia lo que esperan. La llegada en marzo de 1963 de un nuevo cónsul, Ramón de la Riva Gamba, proporciona algo más de objetividad al debate con la frase «Australia no es Jauja ni infierno» (Ibidem: 28). Pero el mensaje llega tarde para los que ya se han lanzado a la emigración. Su decepción llega a su culmen en 1964, apreciable en la repatriación de 103 españoles (Ibidem: 29). Ese mismo año el gobierno español pone fin a las ayudas a la emigración a Australia, de la cual habían participado 4.000 personas. Aún así, el año siguiente emprenden el viaje otros 316 ciudadanos españoles por medios propios (Douglass, 1996: 225) y, a pesar de las penurias sufridas, de los emigrantes entrevistados por Douglass que habían regresado a España, el 79 por ciento se manifestaron «bastante satisfechos» con su experiencia australiana (Ibidem: 417). Además de los mensajes llegados a manos de españoles, esta época da visos de un creciente interés por parte del estado australiano de promocionarse en el exterior. Para tal labor será importante la creación de una imagen atractiva, que, de momento, llega a través de medios modestos: panfletos, artículos de prensa o programas de radio. En un sencillo folleto distribuido por las zonas rurales de Italia el Ministerio de Inmigración australiano, en un lenguaje directo y poco sugerente, anima a que el campesinado abandone su país natal «para emigrar a una nueva tierra de promisión [sic.] y oportunidades» (Ibidem: 449). Todavía no han llegado las sofisticadas campañas publicitarias que hacen del cine taquillero y de la planificación de eventos su medio preferido.

Fig. 20 Portada del periódico ABC, con fecha del 27 de mayo de 1961. Se lee: «Parientes y amigos despiden, en el puerto de Barcelona, a los doscientos emigrantes españoles que han marchado a Australia a bordo del transatlántico italiano Roma.»

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Tercera parte: La actualidad

Esta tercera parte inaugura una nueva era de relaciones entre España y Australia. Donde antes los españoles habían ido al encuentro con Australia, ahora, a partir de los años ochenta, empiezan a recibirla en casa. Aunque ha habido precedentes en forma de los eucaliptos traídos de Australia de manos del misionero Salvado o en los surfistas llegados en los setenta a pueblos como Mundaka en la bahía de Vizcaya, es ahora cuando Australia realmente irrumpe en el espacio cultural español a una escala significativa. Los organismos estatales y mercantiles australianos manifiestan por primera vez un interés en forjar vínculos y promocionarse a la población española. Como se explicó en la primera parte, Australia no ha sido objeto pasivo de la mirada española. Esta afirmación cobra más sentido aún en la actualidad, época en la que la cantidad de actividades de promoción de la marca australiana ha experimentado un aumento. Desde la práctica de nation branding el gobierno australiano ha buscado continuamente oportunidades para influir en el imaginario colectivo español, así como en otros mercados.

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tercera parte: la actualidad

El trasfondo histórico de esta transición lo conforma la década de los ochenta, testigo a cambios vitales en ambos países: la democracia flamante del uno y el bicentenario de la colonialización europea (1788-1988) del otro. Estos dos factores harán que, a partir de este momento, haya dentro de España una intensificación de producción cultural relacionada con Australia. Los productores serán variados –españoles, australianos o mixtos–, desplegando, según su procedencia, una estrategia para la construcción de identidad u otra: la representación del Otro o la auto-representación. Estos agentes se podrían dividir, además, en categorías de oficial y no oficial, aunque aquí se ocupa de lo primero exclusivamente, dado que lo que se busca son modos de ver y pensar extrapolables a un amplio segmento de la población. El entramado político favorecerá el intercambio económico y cultural. La gran variedad de acuerdos en todo tipo de materia –desde la educación hasta la defensa– ilustra hasta qué punto los intereses de Australia y España empiezan a convergir. Las instituciones españolas apoyan las australianas en su proyecto de marketing nacional, del cual Arco ’02 es un ejemplo perfecto, viendo en él no sólo una recompensa económica, sino –y esto es mucho más importante– la reivindicación de la nación como legítimo modelo para la estructuración geopolítica del mundo contemporáneo. Dice Rosina Gómez-Baeza, directora de la Feria, que la fuerza especial de las galerías australianas proviene de «gente joven y arriesgada, que quiere estar en el mundo» (Alonso, 2001), como si este estar en el mundo sólo pudiera pensarse desde la nacionalidad, todo aquello cayendo fuera de tan fácil encasillamiento siendo inconcebible. De tan sutil manera, las identidades nacionales de España y Australia se ven reforzadas mutuamente. La participación de Australia en Arco ’02 es síntoma cultural de una compenetración económica y política, cuyos orígenes se encuentran en los despachos y reuniones de políticos e industrialistas de ambos países. Desde finales de los ochenta las visitas diplomáticas y mercantiles oficiales de un país a otro empiezan a aumentar. En 1988, año bicentenario, viaja el ministro de Industria y Energía español, Josep Piqué, a Canberra con el objetivo de promover las inversiones españolas en Australia y «fortalecer los intercambios comerciales» entre las dos naciones (Casa Asia, 2004). Ese mismo año visitan Australia los reyes españoles, seguido por el príncipe en 1990 (Ibid). Con «motivo de potenciar las relaciones bilaterales de ambos países» visita España en 1991 el ministro de Exteriores y Comercio australiano, Gareth Evans. Se entrevista en Madrid con su homólogo Francisco Fernández Ordóñez, donde subrayan la intención de «institucionalizar y regularizar» los contactos bilaterales, de forma que el volumen de intercambios comerciales y culturales «supere el nivel actual» (Ibid). Entre otros acuerdos cabe destacar los firmados sobre la cooperación cultural, científica y educativa. A principios de 2001, el ministro de Asuntos Exteriores australiano, Alexander Downer, hace parada en Madrid donde, en compañía de su homólogo español, Josep Piqué, reitera la intención de incrementar relaciones entre dos países

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que «conectan bien» (Ibid). Fruto de dicha reunión será la invitación a Australia a participar como país predilecto en la feria de arte contemporáneo, Arco ’02. El mismo Downer, volverá a Madrid ese año para inaugurar la exposición satélite Ramingining: arte aborigen australiano de la tierra de Arnhem. Los casos que a continuación se exponen constituyen algunos de los hitos culturales más importantes de las últimas tres décadas para la producción identitaria de Australia en España. Estos casos constituyen el verdadero objeto de esta investigación en la cultura visual. La variedad de media que se emplea –programas de televisión, películas de gran estreno, eventos masivos culturales o deportivos, y exposiciones de arte medianas a grandes– demuestra la escala de intervención y el alcance de estas producciones en el ámbito español. Se ve conveniente una atención especial a los medios audiovisuales, que al ofrecer «imágenes e historias familiares y reconocibles» nos proporcionan una clave para «la comprensión del imaginario colectivo de la audiencia»20 (Santaolalla, 2002: 63). 1982-1987 – Presencia australiana en TVE

Fig. 21 Logotipo de Televisión Española, 1960-1991.

El año 1982 se toma como punto de partida, momento desde el cual el medio televisivo tendrá gran repercusión en cómo se percibe Australia. La televisión estatal española puede jactarse de haber anticipado en varios años el desarrollo de las relaciones políticas comentado anteriormente. La vanguardia en este caso es Televisión Española (TVE), dirigido desde 1982 por José María Calviño. Su figura no carece de polémica, recordada por una gestión financiera controvertida, aunque también por unas innovaciones en contenido y tecnología.21 En cuanto a contenido, los 20. ‘Given that television sitcoms are clearly intent on providing the spectator with familiar, recognizable images and stories, their content would appear to be key to the understanding of the audience’s collective imaginary.’ (Santaolalla, 2002: 63) 21. Según fuentes aliadas a él, Calviño es responsable del salvamento de la empresa pública de la deuda y de la primera instalación de una red de audímetros en España (Vázquez, 1986).

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tercera parte: la actualidad

cuatro años del mandato de Calviño se conocen por un alto índice de programas de procedencia anglosajona, sobre todo de EEUU, pero también de Australia, especialmente en la categoría infantil. Se hace eco de esta innovación en 1986, momento de su despido: […] la televisión hispana ha terminado por ser, por lo menos, dinámica, barroca y entretenida, […] un poco disparatada, mucho más ágil, colorista y depravada que en el pasado, y eso es de agradecer. El pecador ha hecho su función y nos ha librado de algunas acrimonias pesadas. Introduciendo factores de perturbación cultural, ha rejuvenecido un poco el invento y ha exhortado a la gente a la vileza de ser independiente, autónoma, libre (y esto se ha hecho, sagazmente, más en programas que en informativos como debe ser). (Vázquez, 1986)

Es cuando menos curioso el repentino interés de TVE por Australia, algo que tendrá un eco político-cultural años más tarde con la figura de Carmen Caffarel, hija del actor José María. Esta asume el papel de directora general de la emisora estatal de 2004 a 2007, pero no es hasta su período en el Instituto Cervantes (2007-2012) [Fig. 22] –también como máximo dirigente– que se aprecia la influencia que pudo tener en ella la relación entre su familia y Australia. Bajo este rol inaugura una sede del Instituto en Australia, forjando así un enlace cultural y lingüístico sin precedentes. Los reyes de España asisten a la celebración, años después de participar en el bicentenario de la colonización europea de Australia en 1988. En esta ocasión la directora alude a sus recuerdos de joven cuando su padre pasó seis meses en los alrededores de Sídney para el rodaje de una serie infantil (Amilibia, 1987). Es gracias a ello que posee «información privilegiada»22 sobre el país (Lane, 2009).

Fig. 22 Carmen Caffarel y los reyes de España visitan Australia en 2009 para la inauguración del Instituto Cervantes con sede en Sídney. Fotografía: Getty Images.

Los programas más relevantes de esta época son tres: Valle secreto, Profesor Poopsnagle e Mofli. Son colaboraciones entre Australia y varios países europeos con excepción de Mofli, que es creación exclusiva de TVE. Poopsnagle recicla los personajes de la producción franco-australiana Valle secreto e incorpora al actor antes mencionado, José María Caffarel.

22. ‘[Carmen Caffarel] has some inside knowledge, thanks to Professor Poopsnagle […]’ (Lane, 2009)

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La primera, El valle secreto (1982) [Fig. 23], marca el tono para las otras dos en su expansión cultural más allá de los confines nacionales. Aún siendo una producción enteramente australiana se estrena antes en España, Holanda y Francia, país del co-financiador Telecip. En un posible intento por acercar el programa a su audiencia principal, se decide potenciar las alusiones a Europa, que –a pesar de la co-financiación francesa– en su mayoría hacen referencia a España. Comenta un bloguero que la serie contiene «sucesivas visitas y citas constantes a España y los españoles» –porque, prosigue, irónico–, «por lo visto, en Australia hay muchos» (Kikenarcea, 2010). La serie cosecha tal éxito entre el público que se decide repetir el formulario en Poopsnagle, una co-producción entre Australia, España, Francia y Holanda.

Fig. 23 El valle secreto (1982). Unos componentes de la pandilla.

Bajo el título El profesor Poopsnagle y el secreto de las salamandras de oro (1987) [Fig. 24], se mantiene de Valle secreto tanto la pandilla de niños y como las referencias a España. La serie potencia la conexión cultural entre ambos países a través del personaje Doctor García, interpretado por José María Caffarel.23 En la versión original en inglés, el doctor utiliza expresiones en español al asombro de sus niños ayudantes. En una ocasión remite incluso al explorador Torres, así recuperando un capítulo de la historia poco conocido a los públicos de la serie, sean españoles, australianos u otros. En 1986, alentados por la buena acogida de Valle secreto –y, en menor medida, otra sin mencionar, Isla de fugitivos (1985) [Fig. 25]– TVE emprende una producción propia en la línea de series infantiles ambientadas en Australia. Esta, Mofli, el último koala (1986-1987) [Fig. 26], será 23. No es la primera vez que participa un actor español en una co-producción de este tipo. En La isla de fugitivos (1985) Sancho Gracia y otros interpretan a huéspedes españoles en el Sídney colonial.

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una creación española al cien por cien, financiada exclusivamente por el canal público y hecha a partir de dibujos animados, así posibilitando –de alguna manera– un control representativo y una libertad artística mayores sobre cómo se quisiera que pareciesen Australia y sus habitantes. Mofli llegará a las pantallas con retraso, a finales de 1987, tras recibir severas críticas de su calidad estética y descontrol presupuestario (Pérez Ornia, 1987; El País, 1987). Todo esto se produce en medio del despido de Calviño y su relevo por parte de Pilar Miró, cuyo equipo directivo corregirá las finanzas reduciendo el número de capítulos presupuestados en un principio. A pesar de tener tan sólo trece episodios, Mofli acaparó la imaginación de muchos españoles, quienes ahora se encuentran en su treintena.

Fig. 24 El profesor Poopsnagle y el secreto de las salamandras de oro (1987). Escena de la introducción en la que se aprecia la máquina de vapor y al fondo la Ópera de Sídney.

Fig. 25 Isla de los fugitivos (1985). Portada de revista con el actor Sancho Gracia que interpreta a un español en el Sídney de finales del siglo xviii. Su papel anticipa por dos años el de José María Caffarel en Poopsnagle.

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Fig. 26 Mofli, el último koala (1986-1987). Carátula de la versión VHS.

De las tres series citadas Mofli está particularmente cargada de estereotipos culturales. El argumento gira entorno al último koala en existencia, que atrae la avaricia de unos villanos europeos: Mister Money, Rebeca e Iván –los malvados franceses–, y Trombonetti y Paolo –los caprichosos italianos–. Estos viajan al pueblo ficticio Rivermint a la caza del espécimen, mientras la niña Corina intenta mantener en secreto el paradero de su amigo marsupial. Al margen de los buenos y los malos actúa el inquietante Bailosolo, ladrón, cuyo tratamiento estético choca con el resto de los personajes. A diferencia de Valle secreto y Poopsnagle, Mofli no incluye ningún personaje aborigen; Bailosolo es figurado como subalterno blanco. La mirada que ejercen los creadores sobre su figura es un calco de la del británico decimonónico, que veían a los coloniales «altos, flacos y rubios […] capaces de hazañas de mucha fuerza pero se movían con torpeza. De temperamento eran irascibles, aunque no mostraban rencor hacia los que les provocaban.»24 (Clark, 1986: 46) Además de su producción infantil, a mediados de 1986 TVE televisa para su público adulto «Australia, patria querida», último capítulo del culebrón Tristeza de amor [Fig. 27]. A luz del inminente despido de Calviño resulta algo esclarecedor. En ello, el protagonista Ceferino Reyes, interpretado por Alfredo Landa, se ha hartado de la injusticia sufrida en su ocupación de periodista y decide vengarse de la persona responsable de la difamación de su nombre. En una posible alusión a la programación centrífuga de Calviño, el personaje monta un plan consistente en destruir la reputación de otro hombre y darse la fuga a Australia – país al que, aún siendo desconocido, se añora. 24. ‘[The native-born] were tall in person, slender of limb, and fair in complexion. They were capable of great feats of strength but were somewhat ungainly in their movements. By temperament they were quick to anger, though not vindictive towards those who provoked them.’ (Clark, 1986: 46)

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Fig. 27 Tristeza de amor (1986). Carátula de la versión DVD.

Soy un tío que está harto. Llevo casi cincuenta años soportando arbitrariedades, censuras, puñaladas, traperas y estupideces de soplagaitas […] me voy, pero me voy lo más lejos posible de este condenado país. Vamos, me voy a las Antípodas […] (Herrero, 1986: minuto 15:40)

La serie termina con la escena del embarque de Reyes en un avión 747. Una vez superado el despegue y en pleno vuelo, pide a una azafata una copa de vino espumoso y ofrece a sí mismo un brindis. Con este gesto se acaban cuatro años muy productivos para la formulación de Australia en las mentes de una generación de españoles.25 1982-1987 – Grandes éxitos australianos en el cine La época comprendida entre 1982 y 1987, tan fecunda en la articulación identitaria de Australia para el público infantil español, no lo fue menos para las audiencias de cine adultas. Comienza en el año citado con el estreno de Mad Max 2, el guerrero de la carretera, llegando tres años más tarde la tercera entrega, Mad Max, más allá de la cúpula del trueno [Fig. 28]. A modo de clímax, en 1987, irrumpe en cartelera Cocodrilo Dundee [Fig. 29].

25. Aunque en las décadas posteriores llegan Los rompecorazones (1994), los documentales de La 2, y últimamente los programas Españoles por el mundo, Callejeros por el mundo, etcétera, no es comparable el grado de influencia que estos han tenido sobre el imaginario español.

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Hasta esta época el cine australiano había tenido poca repercusión en el público español, confinado a los festivales y las salas menos frecuentadas, donde tampoco disfrutaba de la buena opinión de los críticos españoles. En ocasión del xxv Festival de Cine de San Sebastián, Fernández Santos (1977) describe la contribución australiana como «vacío cinematográficamente», citando la película Amanecer como falta de realismo, creación de un director que no se había interesado «por el papel del hombre en la sociedad actual más allá de problemas particulares». El mismo continúa: «se diría que la Australia actual pertenecía a una galaxia particular, […] un lejano continente en el que no existiera ningún tipo de problemas.» A finales de los setenta, la industria australiana sigue recibiendo negativas por parte de la crítica española.26 Se le encuentra demasiado poco independiente de la moda estadounidense, y se juzga universalista en los relatos que cuenta. Lo que gustaría, se entiende, son historias que fuesen claramente reconocibles como «australianas» al público español. Martínez Torres escribe en 1979: […] hay un error básico que consiste en un excesivo mimetismo del cine norteamericano, un contar unas historias tan universales que pierden su color local, su razón de ser, y que hace que la mayor parte de su producción no tenga el menor interés.

Gustasen o no a la comunidad de críticos, las películas taquilleras de los ochenta exponen un número masivo de espectadores –quizás por primera vez– a una imagen de Australia bastante cohesionada. Las trilogías Mad Max (1980, 1982, 1985) y Cocodrilo Dundee (1987, 1988, 2001)27 presentan Australia de acuerdo con la imagen acumulada de generaciones de exploradores, misioneros e inmigrantes. Este relato, según resume Marti (1987), construye el «continente del hemisferio sur como nueva frontera, como espacio en el que aún existen cosas que descubrir y es posible el sueño de pureza de los pioneros.» Años más tarde Mel Gibson, en referencia a sus comienzos interpretativos en Mad Max, se estila aventurado entre sus colegas: «Yo abrí el camino a golpe de machete» (Ayuso, 2008).

26. Tanto el criterio crítico parece haber cambiado en los últimos años. A juzgar por la reseña que hace Torreiro (2005) de Buscando a Alibrandi, ya no se pide necesariamente el compromiso social o el cliché cultural como requisito del buen cine: «[tiene la directora la] conciencia […] de estar contando no la gran historia del cine australiano, sino una trama cotidiana y sensatamente narrada.» 27. Las fechas citadas son del estreno español. Fuente: <http://www.imdb.com>. [Consulta: 31/08/2013.]

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Fig. 28 Mad Max 3 (1985). Cartel publicitario.

Fig. 29 Cocodrilo Dundee (1987). Cartel publicitario.

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1992 – El quinto centenario Para un español de hoy [1992] no puede por menos ser apasionante acercarse hasta el área de Oceanía y sumergirse en las aguas del Pacífico, bien calificada de «Spanish Lake» […] (Hilder, 1992: 13) – Francisco Utray, embajador español a Australia, 1983-1987

Cuando llega el año 1992, quinto centenario del descubrimiento español de América, Australia será incorporada dentro de las celebraciones del pasado imperialista español. La narrativa oficial de la era de las exploraciones europeas, a través de proyectos editoriales financiados con dinero del estado, recupera a Australia como otro capítulo del descubrimiento del Nuevo Mundo: un glorioso ejemplo más de la historia nacional [Fig. 30]. Sotos Serrano (1982), Pérez (1990), Utray (Hilder, 1992), y su predecesor Sanz (1967; 1975) –historiador del arte, monje benedictino, embajador y historiador cartográfico respectivamente– encarnan en sus escritos este sentimiento hispanista que experimenta un resurgimiento en los años anteriores a 1992. En su nota preliminar a la obra de Pérez (1990: 18), Utray cita como tres las obras que «más han influido en la historia y destino de la Humanidad», siendo estas la Biblia, las cartas de Colón anunciando América, y el octavo memorial de Quirós28 en el que dice haber descubierto Terra australis. Pérez, por su parte, relaciona la misión benedictina de la Australia occidental con las conquistas jesuitas en América, comparación de la que sale beneficiada su propia orden religiosa: «La Compañía de Jesús que conquistó las Américas, fue vencida en el norte de Australia» (1990: 214). El fracaso de los jesuitas en Australia había dejado en manos de Salvado y Serra la responsabilidad de evangelizar los rebaños nativos. De la conexión entre su misión religiosa y el orgullo nacionalista no puede haber ninguna duda, como deja bien claro el reclamo que hace el fraile Martí por sus hermanos: […] su dicha será colmada si logran imprimir a las misiones católicas de la Australia un carácter enteramente español, si oyen un día el nombre de su idolatrada España retumbar en aquellas playas remotas como el eco armonioso de la civilización, cuyos goces la caballerosa generosidad de sus hijos proporcionará a las tribus errantes de la Oceanía […] (1850: 48)

El hecho de que la Exposición Internacional de Sevilla coincida con el Quinto Centenario es un gesto que, en palabras de Knight (1992: 21), nacionaliza la historia de los descubrimientos y da 28. Un facsímile del original ha sido producido por Carlos Sanz; véase Fernández de Quirós, P. (1964) [1609]. Descubrimiento de Australia. Memorial no. 8. Madrid: s.n.

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el siguiente mensaje: «Mientras Colón descubrió el Nuevo Mundo para Europa (el Viejo Mundo o la Humanidad entera), lo hizo desde España.»29 Esta afirmación, igual que la producción bibliográfica de la época, va dirigida no tanto a los otros países como al público nacional. El mismo Knight identifica esta función de las ferias mundiales, que –desde la primera en el Crystal Palace de Londres en 1851– han tenido como «canal principal de comunicación» la vía nacional. Dice este: «más de la mitad de la población española asisten a la feria, y muchos más la siguen en la televisión o prensa.»30 (1992: 23)

Fig. 30 Laureano Atlas (1761). Aspecto simbólico del mundo hispánico. Museo Británico, Londres. Esta visión, publicada por Carlos Sanz (1967), coincide con la que tienen los organizadores de Expo Sevilla ’92.

29. ‘While Columbus discovered the New World for Europe (the Old World or Mankind as a whole), he did it from Spain.’ (Knight, 1992: 21) 30. ‘From the earliest world fair at the Crystal Palace in 1851, the principal channel of communication in international expositions has been the domestic one […] over half of all Spaniards would attend the fair, and many more would watch TV coverage of it and read about it in the press.’ (Ibidem: 23)

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2000 – Los Juegos Olímpicos, Sídney Las Olimpiadas del 2000 merecen una mención por la enorme importancia a nivel económico que tuvieron para Australia. El evento se aprovechó para el refuerzo y afinamiento de la marca nacional, cosa ya apreciable a una escala menor en Expo Sevilla ’92. Parecerá que la clase política había hecho caso a las recomendaciones de los brandistas que venían recitando que «la inversión en eventos hará más para un país que lo que puede hacer una campaña publicitaria jamás»31 (Morgan, 2002: 349). Pasados varios años muchos políticos citaron el evento como punto de inflexión en la modernización de la economía australiana (Ibidem: 341). Asimismo, expertos en el análisis del mercado estiman que la publicidad recibida adelantó a Australia en materia de marketing por diez años y que más del noventa por ciento de los turistas volverían al país en el futuro (Idem). 2002 – Arco: «Australia y el resto del mundo» Tal y como se venía haciendo en Expo Sevilla ’92 y los Juegos del 2000, los ministerios responsables de promover la imagen nacional en el exterior se lanzan a la nueva oportunidad que representa ser el país invitado de Arco ’02 [Fig. 31]. A los eventos empleados al servicio de la identidad nacional –la exposición universal y los eventos deportivos– se añade una nueva tipología: la feria de arte. La exposición de arte contemporáneo ya se aprovechó para fines identitarias en Redescubrimiento: artistas australianos en Europa, con ocasión de Expo Sevilla ’92.32 Desde el lema «Australia y el resto del mundo» queda patente la búsqueda de la diferencia, que se ha identificado como central a los mecanismos identitarios (Alameda Hernández, 2006: 89).33 El organismo público Asialink entiende las prácticas artísticas y expositivas como especialmente propicias para la construcción de la identidad nacional; el arte visual más eficaz que otros medios para la comunicación transcultural. No depende de palabras, a diferencia con el teatro, la ópera y literatura, haciendo que sean más asequibles donde existen barreras lingüísticas. Las exposiciones pueden alcanzar un público más grande ya que suelen durar más tiempo y son muchas veces gratuitas. Además, muchas artistas trabajan de forma independiente, haciendo de ellos una vanguardia cultural de fácil despliegue. Todo esto hace que el arte contemporáneo sea un vehículo 31. ‘[…] events capitalisation will do more for a country than an advertising campaign ever can […]’ (Morgan, 2002: 349) 32. Para más información, véase Redescubrimiento (1992). Redescubrimiento: Artistas australianos en Europa, 1982-1992 [catálogo de exposición]. Hobart: University of Tasmania. 33. Cita a Woodward, K. (1997). Identity and difference. Londres: Sage. 29.

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idóneo para la promoción de un programa cultural en el extranjero (CVACI, 2002: 267). Con la eficacia de este medio –ejemplo del llamado «poder blando»– ampliamente aceptada en círculos estatales, organismos públicos acceden a financiar la participación australiana en Arco, notablemente el Australia Council for the Arts. Un «considerable despliegue de medios» (Planella, 2002) posibilita la presencia de catorce galerías, seis revistas culturales, y una delegación de directores de museos y de bienales y responsables de organismos públicos. En la prensa australiana se reconoce que la feria es «interesante tanto para la comunidad comisarial e institucional como para los marchantes, coleccionistas y críticos»34 (Gurr, 2002). A estos colectivos habría que añadir los de naturaleza empresarial y política; como ya se ha anotado la invitación de Australia a Arco ’02 interesaba a un nivel estratégico nacional. Es, por tanto, esperable que se ejerza un control sobre el contenido de las obras, este debiendo dar una imagen reconocible y coherente de la identidad nacional (Olins, 2002). El encargado de que sea así parece ser el galerista Paul Greenaway, que en su capacidad de comisario no sólo incide en la selección de obra para Arco, sino también en al menos dos de las cuatro exposiciones satélite que simultanean con Arco. Se expone obra de creadores australianos en el Centro Cultural Conde Duque, la Sala de Exposiciones de Canal Isabell II, el Museo Nacional Reina Sofía, y el Palacio Velázquez. Junto a Arco, estas exposiciones –Heterosis, Photographica Australis, Screen Life y Ramingining–, se espera, ayudarán a crear una marca (igual que en todo empeño de marketing nacional) que atraiga inversión de capital, visitas turísticas e inmigración de trabajadores especializados (Papadopoulos, 2004). Más allá de la plataforma expositiva, los medios españoles participan de esta difusión, evidenciando a veces una función tan publicitaria como informativa: […] el comisario ha puesto todo su empeño en traer a España un poco de todo, una labor más difícil de lo que parece, dada la variedad de un país con herencia occidental, vecino de Asia y con una importante población indígena. (Achiaga, 2002)

Evidentemente concentrar las decisiones editoriales en una sola persona omite una variedad de visiones y, potencialmente, hace más vulnerable el proceso de selección al tráfico de influencias comerciales y políticas. El artista Juan Dávila retiró su participación en señal de protesta al uso mercantil que daba el Australia Council al arte.35 Dávila mandó un comunicado a periódicos, marchantes e instituciones de ambos países denunciando la selección de obra como «una ver34. ‘[…] an art fair that attracts the curatorial and institutional community, as much as the commercial dealers, collectors and commentators […]’ (Gurr, 2002) 35. Dávila fue representado por Paul Greenaway hasta poco antes de Arco ’02. Estuvo presente en Arco 2000 con cuatro lienzos de gran formato. Decidió no participar en la edición de 2002.

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sión de la cultura australiana editada según criterios comerciales […] que omitía los problemas sociales»36 (Backhouse, 2002). En la misma carta criticaba la destinación de fondos públicos a las expensas de viaje de marchantes y coleccionistas pudientes, y no a los artistas que exponían (Idem).37 Para sus detractores el problema con Arco ’02 es la versión sesgada que daba de la cultura australiana. Dávila resumió su posición con respecto a la feria diciendo que «lo que se expone no es tanto una idea sobre lo que es la cultura australiana sino más bien una misión comercial»38 (Idem). Presuntamente la selección se había hecho con esto en mente. Por otro lado, en defensa de Greenaway y los organismos estatales responsables un marchante australiano declaró que no había habido ningún tipo de censura (Idem). Asimismo, la entonces directora del Australia Council, Karilyn Brown, replicó que la obra era una representación fiel a la naturaleza política, social y ecológicamente diversa de Australia (Idem). La misma se escudó en que la feria es un evento multifaceta y no se centra sólo en lo comercial. Finalizada la semana que dura la feria, se resume como un gran éxito debido al debate intelectual generado y –cómo no– al alto número de ventas registradas;39 cifras sin duda risibles cuando se comparan con los acuerdos bilaterales que dieron lugar a Arco ’02.

Fig. 31 Logotipos de Arco ‘02.

36. ‘[…] a commercially edited view of Australian culture […] that ignored social issues […]’ (Backhouse, 2000) 37. ‘[…] public funds paid for art dealers and wealthy collectors, rather than exhibiting artists, to travel to Madrid.’ (Idem) 38. ‘[…] what is on show is not an idea of what Australian culture is but a trade mission […]’ (Idem) 39. Las compras por coleccionistas españoles incluyeron tres obras adquiridas por la misma Fundación Arco: dos obras fotográficas de Bill Henson y una de gran formato de Rosemary Laing. Para más detalle al respecto, véase <http://www.ifema.es/ferias/arco/historico/2011/fundacion/adquisiciones_m_i.html>. [Consulta: 31/08/2013.]

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tercera parte: la actualidad

Photographica Australis

De todas las exposiciones asociadas a Arco ’02 fue Photographica Australis [Fig. 32] la que más claramente se proponía representar la identidad australiana. La tendencia de entender la «australiandad» en términos de naturaleza (Frank, 2006: 485), como resultado del paisaje y factores naturales, está presente en toda la línea de argumento comisarial. Alasdair Foster en su introducción a la exposición alude a la «fascinación» que sentían los exploradores europeos por la «amplia y extraña variedad de su fauna y flora» (Photographica, 2002: 7), sentimiento que él mismo busca recrear en el público español por la cultura antípoda. Foster utiliza la biodiversidad como analogía de la diversidad cultural al describir la multiculturalidad como riqueza de «materia genética». De modo similar, la cultura contemporánea de Australia es descrita por Greenaway como «extremadamente rica», una reflexión de «una de las naciones con mayor diversidad cultural del mundo» (Achiaga, 2002).

Fig. 32 Portada del catálogo de Photographica Australis (2002).

Tan fuerte es el discurso nacionalizante de la exposición que apenas se aprecia la voz discrepante de Gael Newton, cuyo texto se encuentra casi al colofón del catálogo. En él, invita al espectador a «pasar por alto todo aquello que estas obras puedan o no decir de manera colectiva acerca de [Australia]» (Photographica, 2002: 69). Newton da las gracias por que Arco no sea los Juegos Olímpicos y no requiera «desfiles con banderas y uniformes nacionales a juego», ya que «el arte presentado bajo banderas nacionalistas puede ser engañoso» (Ibidem: 67-69). No obstante, el

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mensaje pierde fuelle al no reconocer el uso en Arco de medios nacionalistas más sutiles que la bandera o uniforme. Ramingining: el arte aborigen australiano de la tierra de Arnhem

Se podría deducir que la inclusión del colectivo aborigen en Arco ’02 fue realizada tras una larga y detenida meditación, ya que el mismo forma parte de la imagen de diversidad en «materia genética» y cultural que quiere presentar Australia. Sin embargo, Ramingining tiene lugar en una sede satélite, en el Palacio de Velázquez del Parque del Buen Retiro, alejado de las instalaciones principales de la feria, dando así una sensación de falta de integración con el resto de la marca Australia. Algunos medios se encargan de disipar las dudas acerca del involucramiento del aborigen en la vida del país. Según un artículo de Letras libres –revista especializada–, el arte australiano constituye «uno de los pocos casos en que se ha producido una fusión viable de la cultura aborigen y el arte contemporáneo» (Parreño, 2002: 91). Este autor, como otros (Mesa Reig, 2002; Planella, 2002), evoca la Australia visitada por los expedicionistas de Malaspina, quienes se maravillaron de una armonía racial imaginada. En realidad, la fusión discursiva de Ramingining con Arco fue casi nula: la cultura denominada «aborigen» se exponía en medio del frondoso Retiro, apartada del Campo de las Naciones donde colgaba aquella obra llamada «contemporánea». (Hay que remarcar que las piezas que componían Ramingining podrían considerarse arte contemporáneo tanto por la fecha de su creación como las condiciones de su producción.)40 Irónicamente, el resultado de separar la producción artística en dos daba una visión mucho más fiel del pésimo estado de las relaciones raciales en Australia. De haber forzado la asimilación simbólica del sujeto aborigen a la identidad nacional habría suscitado vivas protestas por un intento de engaño. La autenticidad es siempre una preocupación en cuanto la identidad concierne, y más cuando se trata de una cultura tradicional. Para algunos la adscripción de obra aborigen dentro de la contemporaneidad hace tambalear la pureza de la intención artística. Comenta un crítico que los artistas «no tratan de engañarnos acerca de su inocencia», y asegura al público que «a pesar de trabajar con pigmentos y materiales primigenios como las plumas, el yute o la madera […] son artistas contemporáneos» (Masdearte, 2002). Además de la obra plástica, se expuso en directo una interpretación de baile tradicional 40. Las obras procedían de dos colecciones, la «Maningrida Collection of Aboriginal Art» y la «Ramingining Collection of Aboriginal Art», ambas constituidas de piezas encargadas en los ochenta. La segunda fue creada para una exposición en 1984 en la Power Gallery of Contemporary Art, Sídney, a dirección de Djon Mundine. Se adquirió por la misma institución posteriormente a la exposición. (MCA, 2013)

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[Fig. 33], realizada por indígenas que acompañaron al comisario Djon Mundine y varias autoridades en inaugurar exposición. Estas eminencias fueron «sahumadas» con hojas de eucalipto en un «un rito de purificación en un altar improvisado para la ocasión» (Pulido, 2002). El «altar» al que se refiere el autor se forma por un bajo relieve en tierra o arena sobre el suelo [Fig. 34], explicado por el comisario como una «embajada espiritual», que puede recrearse en cualquier lugar: «en el interior de un edificio, en un emplazamiento urbano o incluso en tierra extranjera». Es sobre estas esculturas que la ceremonia se realiza, bailando encima de ellas para concluir (Mundine, 2002: 94).

Fig. 33 Ejemplo de baile realizado dentro de la galería. Reproducción del catálogo de Ramingining (2002).

Fig. 34 Ejemplo del bajo relieve en tierra sobre el que se realiza el baile. Reproducción del catálogo de Ramingining (2002).

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Al público se le presenta el dilema de creer o no la información que proporciona Mundine, «experto» desde su condición de comisario y aborigen. Pese a los intentos del comisariado por despojar las reservas que ocasiona el traslado del rito, sigue habiendo motivos para ver en el baile «dudoso contenido ético o verosímil» (Diego, 2008: 102). Estrella de Diego ve en él una continuación del cuadro viviente de gentes exóticas, común a las Exposiciones universales del siglo xix y comienzos del xx. Estos ritos en muchos casos no podían ser auténticos «por cuestiones asociadas al tabú, tan presente en bastantes culturas». La historiadora concluye, desasosegante, que esto crea una situación de difícil salida: «si eran ‘reales’, la mirada de Occidente burlaba a los de ‘allí’; si no lo eran, la burlada terminaba por ser la mirada de ‘aquí’.» (Ibidem: 71-72) 2002 – Los lunes al sol El estreno en España de Los lunes al sol ocurre en septiembre de 2002, a pocos meses del cierre de Arco ’02. En la película se repite la idea, presentada en la segunda parte, de Australia como posible destino de inmigración. Igual que en el período de la llamada Operación Canguro de 1958 a 1964, los afectados del argumento son los obreros del norte de España, quienes ahora sufren los estragos económicos de los ochenta. Desocupado y frustrado a causa de sus relaciones amorosas insatisfactorias, el protagonista Santa [Fig. 35] busca sosiego en la idea de Australia como paraíso, donde según él todo es distinto: Australia sí que es la hostia. ¿Tú sabes cuántos kilómetros cuadrados tiene Australia? ¿Y habitantes? Ni la mitad que aquí, así que calcula lo que toca por cabeza. Cuando te jubilas, por una ley que hay, dividen y dicen, «A ver, tantos kilómetros de país entre tantas personas», y te lo dan: a cada uno su trozo. […] ¿Tú sabes por qué se les llama las Antípodas? Porque significa lo contrario. Antípodas: anti-podas, lo-contrario. El opuesto que aquí. Allí hay curro, aquí no. Allí follas, aquí no.41 (León de Aranoa, 2002)

En su ensoñación apreciamos de nuevo como la relación geopolítica entre dos países influye en la deseabilidad de uno a ojos del otro. En los años 80, así como hoy en día, España vuelve a ser productor de emigrantes, lo cual hace que las Antípodas parezcan más que nunca un paraíso. La integración de España en el colectivo reducido de países que atraen la inmigración –y no producen emigrantes– sigue siendo incompleta e intermitente; fantástica, diría Santaolalla (2002: 62). Esa misma fantasía, al parecer, prospera en épocas de dificultad económica, que no han sido pocas en la España contemporánea. Como contrapunto de esta creencia popular 41. La escena puede ser visionada en <http://www.youtube.com/watch?v=nFnlwuiir3o>. [Consulta: 31/08/2013.]

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tan duradera, canta Javier Krahe en 1999 que «En las Antípodas todo es idéntico, idéntico a lo autóctono».42

Fig. 35 Santa (Javier Bardem) meditando sobre Australia en Los lunes al sol.

2008 – Australia, la película A pesar de los enormes esfuerzos por acercar Australia a los mercados internacionales, a comienzos del siglo xxi se percibe una necesidad de reforzar más aún la marca nacional. A través de la Oficina Australiana de Turismo se lanza una campaña de gran inversión basada en una película a cargo del director Baz Luhrmann [Fig. 36]. En el comunicado de prensa este declara que para la mayoría «Australia sigue siendo esa tierra amorfa que está en los confines del mundo», (Ayuso, 2008) cosa que dicha campaña pretende corregir. El estreno en España ocurre el día de Navidad, acompañado de un aluvión publicitario de «efervescencia contagiosa» que «invita al público a ver no sólo Australia sino el continente que lleva su nombre, la nueva fábrica de sueños de este milenio» (Idem). El efecto produce un máximo de interés, atestado por el número de búsquedas sobre Australia registradas por Google

42. Para la letra completa de la canción «Antípodas», véase Krahe, J. (1999).

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Trends43 y una cuota de pantalla de unos doce millones de espectadores al estrenar en televisión (Prensa RTVE, 2011).

Fig. 36 Sarah (Nicole Kidman) y Nullah (Brandon Waters) se abrazan en una escena de Australia. Fotografía: James Fisher.

43. Búsqueda efectuada con el término «australia» con limitaciones a la zona de España dentro de la categoría de arte y entretenimiento para el periodo 2004-2013. El resultado demuestra que las búsquedas desde España se multiplicaron por tres con respecto a otros picos de interés, que invariablemente coinciden con el Australia Open. Es el resultado más alto en los nueve años que documenta Google Trends. Para consultar la gráfica, véase <http://www. google.es/trends/explore?q=australia#cat=0-3&geo=ES&q=australia&cmpt=q>. [Consulta: 29/08/2013.]

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Conclusión: Las metáforas principales

Existe una opinión generalizada entre los españoles que de Australia se conoce poco, una ignorancia que se justifica por la lejanía histórica y física del país. Sin embargo, la imagen de Australia está altamente desarrollada en el imaginario colectivo. ¿Cómo se explica esto? En primer lugar, se ha visto que los dos países poseen una relación histórica que, a pesar de ser desconocida, influye de manera demostrable en la mirada española. Esta mirada –«española», a falta de otro término mejor– se ha cohesionado mediante del consumo colectivo y masivo de información, gracias a los medios de comunicación y una producción cultural gestionada por agentes oficiales. A partir del estudio realizado de la producción histórica española y su comparación con las producciones culturales más recientes, resulta ahora viable esbozar, a modo de conclusión, las imágenes principales que constituyen la percepción española de Australia. Estas imágenes pueden entenderse como «metáforas conceptuales» tal y como se han definido por Lakoff y Johnson (1980). Estos desarrollan una teoría lingüística que define la metáfora como el «entender y ex-

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conclusión

perimentar un tipo de cosa en términos de otra.» (1986: 41) Su origen se encuentra en «nuestra constante interacción con nuestro ámbito físico y cultural» (Ibidem: 36). En consecuencia, las metáforas con las que se comunica habitualmente son mucho más que meras formas de hablar; reflejan el sistema conceptual del que las emplea. Antes de desentrañar las metáforas principales utilizadas en España para hablar de –y pensar en– Australia, conviene recordar que estas no siempre difieren a las que emplean los propios australianos. En efecto, estas figuras retóricas no son únicas a España sin características de Europa en general; y Australia en sus orígenes es europea en parte. Desde el prisma de las tradiciones estéticas dieciochescas importadas de Inglaterra y Holanda el país se percibe como extremadamente infértil e inhóspito (Clark, 1986: 146). En su epílogo a la exposición de Rosemary Laing [Fig. 37] en Salamanca en 2004, George Alexander explica que estos primeros europeos en llegar intentaron moderar la naturaleza australiana con las convenciones composicionales que habían llevado consigo: lo pintoresco, la sublime, la heroica (Rosemary Laing, 2004: 71). Por otra parte, Frank, en su análisis de traducciones literarias de la última mitad del siglo xx, ha constatado que al comienzo del siglo xxi los autores franceses siguen formulando Australia como lugar exótico y salvaje, el fin del mundo, las Antípodas, o el paraíso (2006: 501).

Fig. 37 Rosemary Laing (2001). groundspeed (Red Piazza) #4. 110 × 219 cm. Fotografía tipo C. Art Gallery of New South Wales, Sídney.

Hasta qué punto el australiano moderno ha podido liberarse de esta europeización de mirada no está claro. Mientras Clark argumenta que desde finales de siglo xix los que nacen en Australia empiezan a sentirse orgullosos de la naturaleza australiana y mirarlo con «la mirada del amante

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y no la del extraño»44 (1986: 146), hay otros comentaristas como Donald Horne que le llevan la contraria. Este, en su libro The Lucky Country (1964), describe «una dependencia psicológica que impregna la manera australiana de ver el mundo», alegando que «Uno no puede evitar recibir una fuerte impresión al considerar hasta qué punto han reproducido los australianos el estilo de vida europeo» (citado en Douglass, 1996: 31). Horne y Clark en sus posiciones opuestas ejemplifican la ambivalencia con la que los australianos de origen europeo experimentan su propia condición de colono e inmigrante. En este punto cabe resaltar una contracorriente contemporánea: la desarticulación de las metáforas que –en gran parte por razones económicas– se estiman dañinas, y la simultánea reconstrucción de significado según los decretos de nation branding. Se ha visto a largo de la segunda y tercera partes como las personas en posiciones de poder tienen oportunidades para imponer sus metáforas (Lakoff y Johnson, 1980: 157). En la actualidad se ha apreciado como el estado puede intentar modificar la identidad nacional, que, por su repetición en los medios (Papadopoulos y Heslop, 2002: 296) o su longevidad, ha llegado a ser fija. Se dice que el secreto es una evolución continua de la personalidad de la marca (Morgan, 2002: 350).45 Es una lección que se ha aprendido bien por Australia, a juzgar por la adición en años recientes de «sofisticación y una dimensión cosmopolita» a su carácter «joven, divertido y campestre»46 (Ibidem: 351). Indudablemente, esto ha sido consecuencia de acciones como Expo Sevilla ’92 o Arco ’02. Ahí como en todas partes, la metáfora potencia algunos atributos, mientras a otros los oculta. Australia es lo lejano Hay países íntimamente asociados a determinados fenómenos naturales. […] En el caso de Australia ese factor asociado lo constituyen, sin duda, las distancias. (Goytisolo, 1997: 102)

Luis Goytisolo al hacer el comentario anterior se identifica como el último en una larga tradición del pensamiento español acerca de Australia: el continente, más que cualquier otro rasgo se experimenta como lejano. Para los españoles no parecerá metáfora: tanto se asocia Australia con las distancias que no parece cumplir con la definición de «experimentar un tipo de cosa en términos de otra». Inicialmente, quizá sea difícil para algunos lectores aceptar «Australia es lo lejano» como 44. ‘[…] the native-born were beginning to take pride in their natural environment and to look on it with the eye of a lover rather than the eye of an alien […]’. (Clark, 1986: 146) 45. ‘The secret is continually to evolve and enrich the original brand personality.’ (Morgan, 2002: 350) 46. ‘Australia has added sophistication and a cosmopolitan dimension to its youthful, fun, nature-oriented personality.’ (Ibidem: 351)

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conclusión

otra cosa que una verdad objetiva, siendo la metáfora tan arraigada en su forma de pensar, originada en su interacción con el entorno y constantemente reforzadas por su experiencia. A continuación se ofrece un desarrollo inicial, al estilo de Lakoff y Johnson, de las connotaciones de la metáfora «Australia es lo lejano». Se tarda mucho tiempo en llegar hasta Australia. Requiere mucho esfuerzo llegar a Australia. Es caro volar a Australia. Dinero es trabajo. Trabajo es tiempo y esfuerzo. Habría que resaltar que la tecnología, a pesar de acortar tiempos, haciendo más asequible el viaje, no ha invalidado estas metáforas, pues sigue costando llegar hasta Australia –salvo quizás para los extremadamente privilegiados–. Pese a lo expuesto, se debe tener presente que «toda experiencia tiene lugar dentro de un amplio conjunto de presuposiciones culturales» (Lakoff y Johnson, 1986: 97) y que lo que parece ser de Australia una característica espacial intrínseca no lo es en absoluto (Op.cit., 1980: 16). En otras palabras, la asociación de Australia con las distancias no deja de ser una valoración relativa, teñida de emoción; hay, después de todo, distancias reales mucho mayores –pensemos en una escala astronómica–, o incluso lugares terrenales que, por su diferencia cultural, son mucho menos asequibles de lo que puede ser Australia para un español. Esta calidad de lejanía, que no es en un principio algo ni bueno ni malo, en seguida se torna juicio de valor. Una valoración positiva o negativa depende invariablemente de una valoración inversa del sitio desde donde se emita el juicio. Se debe preguntar: ¿lejos de qué? Lejos de Europa, Australia es a menudo retratada como una provincia cultural. Para Goytisolo lo que aporta un carácter cosmopolita al país, es precisamente la presencia de europeos de nueva inmigración: «La vivacidad [de un barrio de Adelaida] es casi la propia de una ciudad mediterránea», dando a entender que son los griegos, italianos, alemanes y españoles los responsables del clima «distendido que se respira» (1997: 106). Asimismo, la distancia separando España de Australia se transforma en positiva cuando el origen se considera desfavorable. Las revueltas de 1835 hicieron España poco atractiva para los monjes de clausura, así como la situación económica fue determinante para hacer que los vascos decidieran emigrar en los años sesenta. Otra interpretación positiva de la lejanía proviene de la columna «Busca, buscando» de La Vanguardia finales del siglo xix, en la que el autor escenifica en Australia una historia de dos amantes que viven una existencia feliz, «lejos por completo ‘del mundanal ruido’ separados del mundo», […] cuya serena calma no turbaron ni celos, ni envidias, ni ambiciones, cuya bienhadada paz no interrumpieron ni suegra, ni casero, ni vecinos, ni porteros, ni recaudadores de contribuciones. (Buscón, 1892: 2)

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Tal fantasía traiciona lo que Félix de Azúa describe como el deseo por la «metástasis del yo», cuya función es ofrecer una escapatoria de la hartura de uno mismo y del entorno de la cultura propia (2012). La condición es característica de Europa desde al menos el siglo xvi, presente en las visiones de Colón, Pedro Mártir, De las Casas y Vasco de Quiroga: imágenes superpuestas del Viejo Mundo corrupto y su opuesto: un Nuevo Mundo utópico. Un pensador anónimo del siglo xvii sitúa su utopía en una «perfectísima antípoda de nuestra Hespaña» (Cro, 1980: 192). Con el nombre de Sinapia –anagrama de (H)ispania– el autor da vida al álter ego inocente y puro de una Europa corrupta y decadente. El mito sigue recurrente durante el xix, «siglo de egoísmo y de impiedad»; palabras que utiliza el benedictino Martí (1850: 52) para resaltar la bondad excepcional de ciertos párrocos al contribuir a la misión en Australia. El país tampoco ha perdido en la actualidad su imagen de paraíso apartado, tal y como relata el último capítulo de la telenovela Tristeza de amor (Herrero, 1986) o el primero de la serie infantil Mofli, el último koala (Amorós, 1987). Esta inversión de valores, en la que la metrópoli deja de ser superior a la periferia, ha sido identificada por el crítico de cine Octavi Marti en un artículo de la misma época. El texto compara a dos personajes del cine australiano y español, Cocodrilo Dundee y uno de los tipos rústicos que interpretó Paco Martínez Soria [Fig. 38]–: En ambos casos el paleto llega a la ciudad y los urbanícolas se ríen de su antepasado venido de más allá de los confines de la civilización. Pero siempre acaba resultando que […] sale bien librado de su confrontación con los sofisticados habitantes de la metrópoli [quienes] ven ridiculizado su estilo de vida. Pero Paul Hogan no […] se limita a reírse y poner en evidencia a los neoyorquinos desde su sano primitivismo de pescador australiano. Para Cocodrilo lo importante es […] descubrir que entre los rascacielos también valen o subyacen los comportamientos tribales […] que somos indios metropolitanos. (Marti, 1987)

Otro aspecto de la distancia es el aislamiento del hogar afectivo, la condición de sentirse «lejos de casa». Aunque Buscón alabe las virtudes de no tener relaciones humanas molestas, hay otros muchos españoles que han asociado Australia a la soledad y el desarraigo. Para algunos de los varones vascos emigrados en los años sesenta el prescindir de los cuidados propios del hogar familiar resultaba ser lo más duro de su periplo. A uno la «misteriosa perspectiva de tener que lavarse la ropa le parecía un desafío tan grande como el trabajo de corte de caña». Según cuenta este joven a Douglass, vivir sin las atenciones de su madre y hermana había hecho que apreciara lo que tenía antes de emigrar (1996: 328-329). En otro caso, una madre, Aurelia García, quien hacía meses no sabía nada de su hijo residente en Melbourne, expresó su preocupación a través

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conclusión

del conocido programa de Radio Madrid, Ustedes son formidables. La emisora recaudó dinero suficiente para mandar a Aurelia a Australia al rescate de su hijo, pero cuando por fin pudo abrazarlo se encontró con que este vivía lo suficientemente satisfecho como para negarse a volver a España (García, 1999: 30).

Fig. 38 Paco Martínez Soria como Benito Requejo en El turismo es un gran invento (1968).

Más recientemente, Goytisolo cita como probable el sufrir «secuelas psíquicas vinculadas a la soledad y el aislamiento» como consecuencia de vivir en zonas de Australia que percibe como remotas (1997: 102). Acerca de Hobart, en realidad una ciudad capital [Fig. 39], el autor observa lo siguiente: «casas y jardines acogedores al máximo, como para compensar, se diría, la desolación y lejanía de la tierra en la que están emplazados.» (Ibidem: 109) Resulta inverosímil la idea de que los autóctonos de Hobart experimenten el mismo horror que el autor, estando estos «en casa». A última instancia, la desolación y lejanía de las que habla Goytisolo son impresiones personales; no pueden entenderse fuera de la subjetividad del autor, que, al parecer, se sustenta firmemente en su experiencia vital como español o, como poco, europeo.

Fig. 39 Hobart, capital de Tasmania, como Luis Goytisolo la habría visto a finales del siglo xx. Fotografía: Tourism Australia.

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Australia es lo desconocido […] parece, a veces, como si Portugal, a juzgar por el predominante desconocimiento que de nuestros vecinos solemos tener los españoles, estuviese situado en alguna lejana antípoda, en algún remoto continente […] (Diego García, 2001: 122)47

Tal y como razona este sociólogo, la distancia conlleva al desconocimiento. La ignorancia se considera normal en el caso de la Australia distante, y anómala cuando se trata de un país vecino. Así pues, la metáfora «Australia es lo lejano» engendra otra figura retórica muy explotada: «Australia es lo desconocido». Cuando en ocasión de Arco ’02 la periodista Achiaga (2002) presenta «las pistas para no perdernos entre los 14 stands australianos», el comisario Greenaway entra al juego: Achiaga:

Dénos tres pistas para no perdernos en la zona de Australia en ARCO.

Greenaway: […] Oriéntense desde aquí y láncense a explorar. Los australianos son gente amable y con 180 de nosotros presentes seguro que cualquiera podrá enseñarles el camino.

Perderse en la inmensa, desconocida y lejana Australia hace eco de la experiencia de los misioneros españoles siglo y medio antes, recopilada en las crónicas de Martí y Pérez. En un pasaje, el primero los describe como «perdidos en la inmensidad del desierto como dos perlas en los abismos del océano. Constituidos a cinco mil leguas de su cara patria […] hasta en las lejanas regiones que casi cobija el polo» (Martí, 1850: 47-48). Numerosas referencias mencionan a los frailes atravesando un entorno que no dominan; en busca de un asentamiento adecuado «se desplazaron hacia el interior ignoto» (Pérez, 1990: 37) o, en otro pasaje, «se internaron en lo desconocido hasta donde los guías [indígenas] se atrevieron a llevarles» (Ibidem: 29). Y siempre que salían de las inmediaciones de la misión vivían pensando que podrían perderse «sin esperanza en el bush48» (Ibidem: 118). Esta magnificación de Australia como «misteriosa, sin explorar o cartografiar» es acorde con el sentido de peligro y aventura que Frank ha identificado en la traducción de literatura australiana al francés (2006: 498). Lo más interesante de la asociación que hace Diego García de los conceptos de distancia y desconocimiento, es el hecho de que uno no es necesariamente sinónimo del otro. Las experiencias de nation branding demuestran que una serie de campañas publicitarias bien diseñadas pueden tener más repercusión en el supuesto conocimiento de un país que la cercanía geográfica. 47. Diego García cita a Pintado, A. y Barrenechea, E. (1972). La raya de Portugal. La frontera del subdesarrollo. Madrid: Cuadernos para el diálogo. 48. Voz australiana que engloba «bosque», «monte» y «campo».

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conclusión

Se ha observado que Australia es privilegiada de una marca nacional fuerte, fácilmente identificada. Independientemente de los conocimientos concretos que un español pueda tener del país, su imagen mental de Australia es seguramente más desarrollada que la que pueda tener de otros países mucho más cercanos.49

Fig. 40 Fernando Brambila (1794). La corbeta Atrevida entre bancas de nieve la noche del 28 de enero de 1794. 31,0 x 50,1 cm. Tinta a pluma y aguada sepia. Colección Bonifacio del Carril, Argentina. De alguna manera esta imagen expresa el miedo implícito en lo lejano y desconocido, detalle que aprecia Sotos Serrano: «Las enormes bancas de nieve […] muestran el peligro que les acecha, dando cierto matiz patético a la escena» (1982a: 36).

Australia son las antípodas

Además de las connotaciones ya analizadas, la distancia está íntimamente ligada a los confines morales, cosa que se aprecia en la expresión ir demasiado lejos en su acepción de «transgredir». De manera similar, los coloquialismos estar en el quinto coño, estar a tomar por culo, o el culo del mundo –apodo muchas veces proporcionado a Australia– evidencian una estructura conceptual en la que la distancia adquiere un significado claramente negativo. En estos tres ejemplos la transgresión de la buena moralidad es figurada por la orientación espacial «abajo» –en este caso, 49. Para más información sobre la problemática de una marca nacional débil en el contexto letón o polaco, véase Dzenovska (2005) o Florek (2005).

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por las partes bajas del cuerpo humano erguido–. Un detallado análisis del carácter orientacional de las metáforas más comunes llevó a Lakoff y Johnson (1980) a concluir que «abajo» se emplea de forma sistemática para hablar de lo negativo: la inmoralidad, la tristeza, lo inconsciente, irracional o emocional, la enfermedad y la muerte, o la sumisión al poder.50 Para los habitantes de Europa, Australia se conceptualiza como abajo: el europeo arriba. La «orientación yo-primero» (Op.cit., 1986: 173) asevera que entendemos el mundo desde nuestro propio punto cero. Sin embargo, el hecho de que los australianos también asocien norte-sur con arriba-abajo –resultado de la posición de norte en los planisferios, una convención estrictamente moderna– invalida la teoría. Los australianos sin superar cierto eurocentrismo han sido capaces de ubicarse según una estructura espacial importada, la «orientación ellos-primero»; obsérvese la expresión Down Under51 o la vanguardia artística que en los últimos años de los cincuenta se nombraba los Antipodeans52. Como tal, las Antípodas dejan de ser una «antípoda» –punto relativo a la posición del sujeto– para convertirse en un local geográfico fijo. Uno que se llama a sí mismo antipodean está diciendo en efecto, Yo soy Otro; no tengo subjetividad independiente de la que surge de la sombra del sujeto soberano. La centralidad de la orientación arriba-abajo en nuestro día a día hace pensar que es la única manera de entender el mundo. Hay, sin embargo, otros sistemas de orientación espacial que no poseen en sí esta orientación –Lakoff y Johnson citan las coordenadas cartesianas (Ibidem: 96)– . Objetivamente hablando el mundo no tiene una arriba o abajo; que lo parezca es producto de nuestra experiencia directa con la tierra y otras superficies horizontales (Op.cit., 1980: 161). Tómese el ejemplo de la mosca posada sobre el techo, desde cuyo punto de vista está en, no bajo, el techo. Habría que añadir a las teorías de Lakoff y Johnson el hecho de que no todas nuestras metáforas provienen de la experiencia corporal del mundo y, sin embargo, no son por ello menos reales. La operación cognitiva de posicionarnos sobre la superficie exterior de un globo –que es lo que engendra la metáfora «Australia son las Antípodas»– no deriva de una experiencia vivencial. Es más bien el producto de una cultura visual en la cual se nos expone continuamente a la metáfora «mundo es esfera», que ha usurpado «mundo es plano», aunque esta última es más 50. Algunos ejemplos incluyen caí en una depresión (triste es abajo), se hundió en un profundo sueño (lo inconsciente es abajo), se vino abajo con la gripe (la enfermedad y muerte son abajo), está bajo mi control (estar sujeto a control es abajo), truco bajo / no me rebajaría a eso (el vicio es abajo), no pudo sobreponerse a sus emociones (lo emocional es abajo). (Lakoff y Johnson, 1986) 51. Una preposición tautológica que sustituye el nombre del país. Ha sido traducido por Ayuso (2008) como «ahí abajo». 52. Véase Smith, B. (1976). The antipodean manifesto: Essays in art and history. Melbourne: Oxford University Press.

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conclusión

coherente con la impresión ocular que uno experimenta. Desde el invento del globo terráqueo, el imaginario espacial empieza a regirse por convenciones cartográficas: la proyección del mundo en forma de esfera, dividida en secciones y en círculos concéntricos y puntualizado por polos. En efecto, la representación abstracta ha llegado a ser sinónimo de la realidad. «Antípodas», aplicado a una tierra o un pueblo, no es sino una metáfora por la otredad a escala terráquea, que circunscribe lo diferente dentro de unos límites geográficos y culturales. El concepto presupone la separación, por medio de la esfera del mundo, del sujeto y el Otro: nosotros y ellos. La mirada hacia Australia, en su constitución del país como Otro, ha sido instrumental en la formación de la identidad española. España soy yo, luego Australia (en tanto las Antípodas) es el Otro. Según lo expuesto, el sujeto localiza el Otro en términos tanto geográficos como culturales. Tal y como se ha demostrado, la percepción que se tiene de Australia tiene unas características identificables, coherentes con la historia y la experiencia corporal, pero también con las convenciones cartográficas. Dada la universalidad de estos tres orígenes, no puede decirse que dicha mirada sea exclusiva a los españoles; es compartida por otras naciones europeas –o de origen europeo–, cuyo patrimonio compartido ha fomentado unos imaginarios nacionales muy parecidos. Estas características han pervivido largo tiempo y aunque se transformen no dan visos de borrarse completamente, pues los «cuerpos y [las] psicologías nacionales no se modifican de la noche a la mañana» (Torre Gómez, 2001: 16). Testimonio de ello es la similitud de las estrategias representacionales empleadas –tanto lingüísticas como visuales–, con independencia de la época en cuestión. La principal novedad al respecto es el efecto que ejerce el estado australiano, que, por razones principalmente económicas, decide remodelar la identidad nacional, plástica por naturaleza. Está claro que la herencia de metáforas sigue sirviendo en el siglo xxi de fuente rica para la representación y entendimiento actuales de Australia. Y si la imagen que representa el país en la comunidad española hoy en día no fuese la deseada, habría que preguntarse si «ni acaso el buen entendimiento entre los pueblos y el conocimiento recíproco entre ellos requiera, ni aconseje que esas íntimas cualidades se modifiquen» (Idem).

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