XX FIESTA NACIONAL DEL TEATRO
Encuentro en la Patagonia La vigésima edición de la cita más importante del teatro nacional se realizó, por primera vez, en un “corredor cultural” compuesto por tres ciudades rionegrinas: General Roca, Cipolletti y Villa Regina. 37 elencos de todo el país, salas llenas –alrededor de Escena de “Criaturas de aire“
20 mil espectadores en total–, nivel
Escena de “Shangay“
“desparejo” y reflexiones que vale la pena escuchar.
SEBASTIÁN BUSADER / desde Río Negro “La verdad es que tenemos que estar locos para hacer una cosa como ésta”. Antes de que se iniciara todo, uno de los organizadores planteaba el temor visceral que desencadenaba una patriada de estas características. Lo que intentaba explicar desde sus labios temblorosos y sus gestos conmovibles era que la XX edición de la Fiesta Nacional del Teatro se realizaría por primera vez en un corredor cultural de 180 mil habitantes formado por las ciudades rionegrinas de Cipolletti, General Roca y Villa Regina. Las expectativas llevaban a pensar en salas repletas, hoteles atestados, comercios vendiendo más de la cuenta. Y si ésas eran las expectativas, se cumplieron con creces. Y se podría definir el nivel artístico de la Fiesta con apenas una palabras, con nueve letras: desparejo. Si a los números nos remitimos, vale decir que en las ocho jornadas las 37 producciones y sus 300 actores fueron seguidos atentamente por unos 20 mil espectadores. La comunidad del Alto Valle de Río Negro y Neuquén se vio conmovida por esta movida teatral que marcó el pulso cultural del espectáculo durante varios días. Y ya con los telones nuevamente clausurados, la sensación que quedó entre aquellos que promovieron –y trabajaron incesantemente– la iniciativa fue de satisfacción y tranquilidad, pero además dejaron en claro que el objetivo de máxima es que las cenizas que quedaron abonen un terreno que a veces carece de fertilidad. Un terreno que se mueve como un sube y baja, que a veces hay que escalarlo, que tiene claros y oscuros en la misma dosis –como el nivel del evento–, y del que muchas veces se piensa que, trabajar sobre él, impone un gasto y no una inversión. Algunos meses después de la Fiesta, aún vale decir que muchas de las predicciones que lanzaron a los cuatro
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picadero
vientos los organizadores se cumplieron al pie de la letra. Por ejemplo, que fuera válida la ansiedad que despertaban las obras que aterrizaron desde Buenos Aires, y que se llevaron los mayores aplausos. Es un dato que para mucho se caerá de maduro, como que el nivel de las interpretaciones pudo clasificarse de uno a diez, y no hubo estándares: algunas podrían haber recibido un amplio aplazo, y otras –como la maravillosa La Madonnita– un enorme diez felicitado. Varios son los detalles que llevan a colocar a la Fiesta en el casillero del aprobado: por ejemplo, que el nivel de concurrencia no decayó durante ninguna de las ocho jornadas, que en muchas ocasiones –como con la pieza Shangay– se debió agregar funciones y que la organización tuvo pocas fisuras, lo que aumentó el hito de que la Fiesta se haya realizado por segunda vez fuera de una gran ciudad, y por vez primera –una política que se intenta clonar– en un corredor cultural. Otro dato que no es desdeñable: las charlas y talleres especiales que se dictaron tuvieron una amplia concurrencia, lo que habla bien de la familia teatrera. Como lo perfectible se esfuma cuando la sustancia se filtra en ojos humanos, hay que decir que a la Fiesta le faltaron butacas –déficit de espacio– y, para el caso, muchos debieron quedarse sólo con la bronca de no poder ver La Madonnita, por ejemplo. Mientras que en otras obras las salas mutaron en latas de sardinas: la capacidad y comodidad de algunos espacios no resistió el ávido y creciente entusiasmo de los teatreros, y del público en general, por presenciar cada una de las producciones. A la hora del mea culpa, Maxi Altieri, coordinador general de la Fiesta en Río Negro, fue transparente. “Sinceramente lamentamos profundamente que alguna gente se quedara