VV.AA. - Terra Nova. Antología de ciencia ficción contemporánea. Vol. 2

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Lo levantó con las patas delanteras y dio dos golpecitos en el suelo con una de sus patas traseras, como parecía hacer siempre que intentaba explicarme algo. Algo que a mí por lo general se me escapaba. Impulsó tres patas hacia delante y comenzó a tocar lo que al principio era un batiburrillo de mis temas favoritos, desde Bob Marley a Sunny Ade, pasando por Carlos Santana. A continuación, su melodía evolucionó en algo tan bello y complejo que no pude contener las lágrimas de alegría, de admiración, de éxtasis. Los demás también debían de oír la música, quizá estuvieran asomados a las ventanas, abriendo las puertas. Pero nos amparaban la oscuridad, la hierba y los árboles. Lloré sin parar. No sé por qué, pero lloré. Me pregunto si al zombi le complació mi reacción. Creo que sí. Dediqué toda la hora siguiente a aprender a tocar aquella melodía.

Transcurridos diez días, los zombis atacaron a un grupo de soldados y trabajadores petroleros en el delta. Diez hombres acabaron descuartizados, esparcidos por todo el terreno pantanoso sus restos ensangrentados. Los supervivientes contaron a los periodistas que los zombis eran imparables. Uno de los soldados había llegado incluso a lanzar una granada contra uno de ellos, pero la criatura se escudó tras el mismo campo de fuerza incorporado que utilizaban para defenderse de las explosiones en los oleoductos. El soldado dijo que el campo de fuerza parecía una esfera de relámpagos crepitantes. —Wahala! ¡Problemas! —exclamó el soldado, fuera de sí, ante los reporteros de la televisión. Tenía el rostro lustroso a causa del sudor, y un tic en las comisuras de los ojos—. ¡Esas cosas son malvadas, malvadas! ¡Lo supe desde el principio! ¡Miradme a mí, con una granada! Ye, ye! ¡No pude hacer nada! El oleoducto que los hombres acababan de empezar a construir apareció completamente ensamblado. Los zombis están diseñados para efectuar reparaciones, no para fabricar nada. Aquello era muy extraño. Los periódicos dijeron que los zombis estaban volviéndose más listos de lo aconsejable. Que se estaban rebelando. Era indudable que algo había cambiado. —Quizá sea solo cuestión de tiempo antes de que esos condenados cacharros nos maten a todos —observó mi marido, con una cerveza en la mano, mientras leía acerca del incidente en el diario. Contemplé la posibilidad de no volver a reunirme con mi zombi. Eran impredecibles, y tal vez controlarlos fuese tarea imposible.

Había vuelto a salir a medianoche. Hacía semanas que mi marido no me ponía la mano encima. Creo que intuía la www.lectulandia.com - Página 157


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