Artdupont

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ANTONIO VILLEGAS

BAILÉN. ESPAGNE. 25 de julio de 1808. ¡Vive la France! Queridísimo Emperateur. Amatísimo Sire: No sé, ¡oh, la, lá! por dónde empezar. ¿Por el principio? Bueno, ¿Recuerda Sire, que me ordenó acudir rápido y ligero, (perdiendo el culo vamos), hasta Cádiz y allí salvar a nuestra asediada flota?... Pues verá lo que son las cosas… Esto de aquí ni es Prusia, ni Polonia, ni Austria, aquí la gente nos mira atravesada, con un odio que hace que se te encojan los huevos.

Desde el inicio del camino, desde Madrid, nos atacan y hostigan los campesinos, sí Sire, ¡los campesinos!, y al pobre soldado que se queda atrás durante las marchas lo degollan sin piedad, o atacan de noche los campamentos, entran, matan, queman y desaparecen… Si le soy sincero, Sire, no pego ojo y junto a mi cama siempre tengo a mano mis pistolas bien cebadas. Dan un miedo que tiran pa´trás los guerrilleros estos, Sire. Con este panorama llegamos hasta un lugar llamado Valdepeñas y allí nos dieron la del pulpo; sí Sire, la del pulpo. Tan enconada y fiera fue la resistencia de aquellos pueblerinos salvajes que, para pasmo de nuestras tropas, nos atacaban con palos, piedras, garrotes y hasta las mujeres nos atacaban con tanto ardor, que tuvimos que retroceder Batalla de Bailén. Óleo de A. Ferrer-Dalmau

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LA CARTA DE DUPONT

hasta Toledo para poder reorganizarnos y volver otra vez con más cañones y más bayonetas, a ver si así podíamos pasar. ¡Joé con la invasión de este puñetero país lleno de locos, de curas y de navajas! Aquí, Sire, la gloria de Francia se empañará de sangre, y si no, al tiempo. En fin, al turrón. Conseguimos atravesar por fin el paso ése que llaman de Despeñaperros, y dicen que se llama así porque desde sus peñas arrojaban los cristianos a los sarracenos capturados y viceversa, y a mí la verdad, no me extrañaría lo más mínimo viendo al paisanaje. No tuvimos después demasiados problemas, aunque me llegaban noticias de que los españoles movían ficha y reunían un ejército. Créame Sire si le digo que me reía yo de aquella intención. Nosotros éramos La Grande Armée, ¿dónde coño se creen que van estos españoles?, esto me decía a mí mismo, Sire. Ya ve, excelencia, lo que es la ignorancia. Llegamos entonces a Córdoba, y en el puente que llaman de Alcolea, unos cuantos españoles nos plantaron cara, pero los arrollamos sin problemas y luego Sire, nos dedicamos a matar, a robar, a violar, a profanar templos y a destruir todo lo que se nos puso por delante y durante varios días seguidos. Ya sabe por aquello de «La Enciclopedia», los ciudadanos y sus derechos, que no digan estos atrasados españoles, que los franceses no sabemos comportarnos. El caso Sire, es que a los españoles y muy especialmente a los andaluces aquello del saqueo de Córdoba les sentó como un pistoletazo, y si antes no les caíamos simpáticos, pues imagine después de haber violentado a sus legítimas. Desde todas partes me llegaban noticias de que los españoles acudían en masa a alistarse en el ejército, o peor, se tiraban al monte y de allí bajaban tan sólo para matar franceses. No le voy a mentir Sire, allí nos cagamos todos patas abajo desde este que le escribe hasta el último tamborilero. Abajo. Piramide de Austerlitz.

Mirábamos con mucha aprensión (también con avaricia, para que le digo que no), los carromatos rebosantes del valioso botín fruto de nuestro pillaje y nuestra desvergüenza y nos estremecíamos al pensar que los españoles se habían, como ellos dicen, «cabreao», y veríamos a ver qué pasaba. Pero, ¡qué coño!, éramos los vencedores de Austerlitz, ¿de qué íbamos a tener miedo?, ¿de aquellos españoles zarrapastrosos?... Ya ve Sire, lo optimista que yo era. Decido avanzar hacia atrás, que no es lo mismo que retroceder aunque lo parezca, buscando el camino de Andújar y Bailén. ¿Una sabia decisión, verdad, Sire?... Pues no. Resulta que el inútil de Vedel por su cuenta y riesgo, sin recibir órdenes ni chufas, agarra el tío y se va de Bailén por el camino de Madrid, los españoles claro, ocupan la ciudad de inmediato. Arriba. Napoleon Bonaparte.

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REVISTA DE HISTORIA Y ACTUALIDAD MILITAR

Izquierda. Napoleon y sus generales en Egipto. Óleo de J.L. Gérome.

salvas sin descanso!, ésos españoles están todos locos, Sire. Fíjese si no el caso de unos lanceros, vestidos muy folclóricos y que ensartaban soldados al grito de: «¡Como a los novillos, muchachos!», se metieron impasibles muy dentro de nuestras líneas, y a pesar de la escabechina que les hacíamos –caían como moscas–, los que quedaban,seguían ensartando gente hasta que los abatíamos… ¡Qué gente, Sire, qué gente!

Yo de todo esto me entero cuando muy de madrugada mis vanguardias entablan feroz combate contra el enemigo. A ellos también se conoce que los pillamos en bragas. ¡Ja, ja, ja, Sire, qué risa!. Imagine su excelencia a dos ejércitos que se encuentran de improviso en plena madrugada y que sin decir buenas noches se lían a espadazos, a cargas de caballería y a cañonazos. Un bonito espectáculo, para ver desde la barrera, claro. Se estremecía la tierra Sire, ardían los matojos, retumbaba la noche y saltaban los pedazos de los hombres destrozados por todas partes, cuando los españoles, con más tino, nos ganaron el intenso duelo artillero con el que vimos amanecer. Espagne, uno. France,, cero. Cuando alcanzo el campo de batalla son a las ocho y pico de la mañana, yo venía algo retrasadillo, hágase cargo Sire.. Cuando llegué los españoles ya habían rechazado todos nuestros intentos y habíamos sufrido grandes bajas. Las brigadas de caballería Privé y Dupré estaban diezmadas y casi deshechas. El muro español no se resquebrajaba, sus las líneas aguantaban firmes. Ninguno de nuestros enemigos fue así de duro, Sire.. Tenía que haber estado allí su excelencia. ¡Qué manera de recargar los cañones y de disparar

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Ordeno entonces un ataque en columnas, ya sabe, con mucha carga de caballería por los flancos, y la infantería apretando con los chacós y las águilas al viento, todo muy ortodoxo y táctico. Pero ni por esas. Los españoles machacan a la columna Chabert. Y todo eso a pesar del calor –no se lo imagina Sire–, el calor que derrite los sesos y seca la garganta, el que te deja blando, ¡vamos! Un calor de mil demonios y sin gota de agua, Sire. Los españoles sin embargo no carecen de ella, porque los abastecen las mujeres de la ciudad que, jugándose la vida, llevan cántaros y botijos hasta las posiciones de los defensores. Con aquella agua enfrían sus cañones, mientras que los nuestros revientan recalentados, ni meándose una compañía entera sobre ellos conseguimos enfriarlos. No imagina qué triste espectáculo es ver a nuestros granaderos en posición tan vergonzosa, Sire. Es entonces, Sire, cuando me decido y saco mi sable, sí ese tan bonito que me regaló, y me pongo al frente de las tropas que me quedan, y me lanzo directo contra el centro español. Es entonces cuando me pegaron el tiro, que por pocas, Sire, se me lleva por delante los huevos. Intenté permanecer erguido en la silla, pero no pude y mi tambaleo y posterior costalazo, (me raspé las rodillas, Sire), se traduce en el tambaleo y el costalazo del ejército entero, que vuelve grupas y retrocede presa del pánico. Sí Sire, sí, sus queridos soldados azules coIzquierda. Teodoro Reding, general al mando de las tropas españolas en la batalla de Bailén.


Arriba. Carga del Regimiento «España» en la batalla de Bailén. Óleo de A. Ferrer-Dalmau. Abajo. Boceto de A. Ferrer-Dalmau.

rriendo como conejos delante de los galgos, es así de jodido, excelencia, pero es cierto. Solamente sus leales Marinos de La Guardia conservaron algo la gallardía y el honor, ellos y los que quedaban de La Privé, que se dejaron hacer filetes para proteger la desbandada de los demás. Unos valientes, Sire. Además y para que se fíe su excelencia de un suizo, los de la Brigada Rouyer, se dan de bruces con sus compatriotas del Regimiento de Reding, y en vez de liarse a tiros y bayonetazos como está

mandado, se ponen a darse abrazos y besos y a decirse lo mucho que le odian a su excelencia y a Francia. Más de mil y pico se cambian de bando, lo dicho, sire, para fiarse de un suizo. No quiero entrar en detalles escabrosos, pero allí perdimos el orgullo, la disciplina y la fuerza de su ejército, Sire, que se evaporó bajo aquel terrible calor andaluz. Después llegaron más españoles a nuestra retaguardia y nos cercaron. También llegó Vedel, tarde y mal, y se puso a pegar tiros en mitad del alto el fuego, y en el cerro de San Cristóbal, los españoles le llevan por delante casi un batallón entero. Y yo, Sire, con todo el dolor de mi corazón, tuve que solicitar al mando español la capitulación incondicional. Ya ve su excelencia lo que son las cosas, tras derrotar y humillar a toda Europa y hasta conquistar las pirámides, son estos españoles indisciplinados, atrasados y fanáticos los que nos han dado nuestra primera paliza en toda regla. Y en campo abierto encima, para más recochineo. Sin más un servidor se despide pues pronto le veré en París y le relataré más detalles. A su entera disposición… DUPONT. PD: Le llevo un botijo de Bailén, de recuerdo…

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